La JMJ como experiencia sinodal de renovación de la Iglesia

Interrumpir la vida de una ciudad es siempre un acto extraordinario. Llenar las calles de jóvenes venidos de todos los rincones del mundo es un recuerdo emocionante. Una Jornada Mundial de la Juventud es eso y mucho más.

Organizar una JMJ requiere muchísimas horas de trabajo, poner a disposición de los jóvenes recursos de todo tipo. Si da frutos espirituales en proporción a los desvelos, habrá valido la pena, todo por una razón educativa, comunicadora, evangelizadora:  El objetivo de un acontecimiento como este es presentar a Jesucristo a muchísimos jóvenes, y ser capaces de que entiendan que seguirle es camino seguro para encontrar la felicidad.

Son los jóvenes a quienes debemos mirar estos días con especial predilección y descubrir el secreto de un sorprendente fenómeno: en el mundo de los jóvenes se está produciendo una “revolución silenciosa”, cuyo escenario más amplio son las Jornadas Mundiales de la Juventud. Jóvenes que suscitan interrogativos entre los cristianos y no tienen miedo de manifestarse como tales, jóvenes que no quieren dejarse intimidar y menos aún engañar, jóvenes que aportan la ilusión y la pasión para ejercer el cambio.

Estos encuentros siguen sorprendiendo dentro y fuera de la Iglesia. Y son la fotografía de una juventud, muy distinta de la que proponen algunos, sedienta de valores, en búsqueda del significado más profundo de la vida, con el anhelo de otro mundo distinto al que nos encontramos cuando llegamos.

Hoy, un importante porcentaje de los participantes de las JMJ vienen de realidades familiares, sociales y culturales muy diversas. Muchos de estos peregrinos jóvenes no gozan de puntos de referencia cristianos en sus contextos. En este sentido, la vida de muchos de ellos se parece al surf: no pueden pretender cambiar la ola, sino adaptarme a ella para dirigir la tabla adonde quiera. Estas caras radiantes de la Iglesia se levantan todos los días con el deseo de ser mejores seguidores de Jesús en medio de su familia, amigos y conocidos.

Los jóvenes poseen la fuerza para entregar lo mejor de sí mismos, pero deben saber que esta entrega es viable, necesitan la complicidad de los adultos, necesitan creer que esta lucha no es estéril ni está condenada al fracaso. Por eso, las jornadas son un modo de hacer experimentar a los jóvenes la sinodalidad, el estilo peculiar que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia. La pertenencia a su comunidad eclesial local implica formar parte de una comunidad mucho más grande, universal. Una comunidad donde necesitamos de todos para “hacernos cargo del mundo”, jóvenes y adultos.

Para ello es necesario cultivar algunas actitudes para esta nueva espiritualidad sinodal. La JMJ nos permite:
– compartir las pequeñas historias de cada uno, experimentando la valentía que supone poder hablar con libertad y poner sobre la mesa conversaciones profundas que nacen de dentro;
– aprender a crecer junto a otros y apreciar cómo vamos sumando también, aunque sea a distintas “velocidades” (estilos, edades, visiones, culturas, dones, carismas y ministerios en la Iglesia);
– cuidar “espacios verdes comunitarios” para nuestra relación con Dios, atender nuestra conexión con la fuente de vida, con Aquel que se cuida de nosotros, enraizar en él nuestra confianza y nuestras esperanzas, descargar en Él nuestros afanes, para poder “hacernos cargo” de la misión que deja en nuestras manos;
– aceptar y acoger la propia fragilidad que nos conecta con la fragilidad de nuestro mundo y de la madre tierra;
– ser una voz que se une a muchas otras para denunciar los excesos que actualmente se cometen con el Planeta y emprender acciones comunes que contribuyan al nacimiento de una ciudadanía más responsable y ecológica;
– reorientar juntos los procesos pastorales desde una perspectiva más abierta e incluyente, que nos disponga a “salir al encuentro” de todos los jóvenes allí donde está, y hagamos entre todos visible y real el deseo de ser una “Iglesia en salida” que se acerca a creyentes y no creyentes, y se convierte en compañera de viaje para el que quiera o necesite.

En definitiva, una Iglesia sinodal que propicie un cambio de corazón y de mente que nos permita afrontar nuestra misión al MODO DE JESÚS. Una invitación a sentir sobre sí nosotros mismos el toque y la mirada de Jesús que nos hace siempre nuevos.

Página web oficial de la JMJ 2023: https://www.lisboa2023.org
Página web saltisani de la JMJ 2023: https://wyddonbosco23.pt




Animación vocacional en el corazón de la pastoral juvenil

La mayor dificultad en el servicio de la animación vocacional hoy no está tanto en la claridad de ideas, sino en tres aspectos: en primer lugar, la modalidad de la praxis pastoral; en segundo lugar, la implicación, el testimonio y la oración de toda la comunidad educativo-pastoral y, dentro de ella, la comunidad religiosa en la “cultura vocacional”.

Con el “cambio climático” en nuestras sociedades, los valores cambian, se transmiten y a veces se camuflan. Este cambio parece inevitable e irreversible. Sin embargo, sentimos la responsabilidad de ser proactivos y generar propuestas educativo-pastorales a los jóvenes que favorezcan su respuesta al proyecto de Dios con libertad, autenticidad y determinación. En los últimos años se ha hablado y escrito mucho sobre la animación vocacional para revitalizar nuestros esfuerzos, reconocer los nuevos movimientos del Espíritu, abrirnos a la reflexión de la Iglesia y desarrollar nuevas comprensiones del acompañamiento y el discernimiento vocacional.

Hoy muchos jóvenes se hacen las mismas preguntas y no siempre encuentran el espacio para examinarlas y explorarlas. Las preguntas vienen de dentro, como movimientos interiores que a menudo no saben interpretar ni reconocer. Cada uno de nosotros ha necesitado más de una vez la presencia de una persona que pudiera darnos las herramientas necesarias para pasar de esas turbulencias interiores a la confianza en un proyecto de vida significativo.

Del mismo modo, entendemos por “cultura vocacional” aquel ambiente, creado por los miembros de una Comunidad Educativo-Pastoral (no sólo la comunidad religiosa), que promueve la concepción de la vida como vocación. Es un entorno que permite a cada individuo, creyente o no creyente, entrar en un proceso en el que se le capacita para descubrir su pasión y sus objetivos en la vida. “Sentir la vocación a algo” significa sentirse llamado por una realidad preciosa, por la que puedo leer y dar sentido a mi vida. Implica no tanto hacer lo que queremos, sino descubrir lo que estamos llamados a ser y hacer.

Se puede decir que esta cultura vocacional tiene algunos componentes fundamentales: la gratitud, la apertura a lo trascendente, el cuestionamiento de la vida, la disponibilidad, la confianza en uno mismo y en los demás, la capacidad de soñar y de desear, el asombro ante la belleza, el altruismo… Estos componentes son sin duda la base de cualquier planteamiento vocacional.

Pero también debemos hablar de los componentes específicos de esta cultura vocacional salesiana. Se trata de aquellos elementos que favorecen, entre otras cosas: el conocimiento y la valoración de la llamada personal de Dios (a la vida, al seguimiento y a una misión concreta) y de los caminos de la vida cristiana (secular y de especial consagración); la práctica del discernimiento como actitud de vida y medio para hacer una opción vital; los aspectos relevantes del propio carisma salesiano.

Pero, ¿cuáles son las condiciones de una “cultura vocacional”?

1.- La oración constante es la base de toda pastoral vocacional. Por un lado, para los agentes de pastoral y para toda la comunidad cristiana: si las vocaciones son un don, debemos pedir al Dueño de la mies (cf Mt 9, 38) que siga suscitando cristianos con vocación a las diferentes formas de vida cristiana. Por otra parte, una tarea fundamental de toda pastoral será ayudar a los jóvenes a rezar.

2.- Son las personas las que promueven las vocaciones, no las estructuras. No hay nada más provocador que el testimonio apasionado de la vocación que Dios da a cada uno, sólo así el que es llamado desencadena, a su vez, la llamada en los demás. Los salesianos debemos esforzarnos por hacer comprensible nuestro modo de vivir con el Señor. Todos los salesianos somos corazón, memoria y garantes no sólo del carisma salesiano, sino también de nuestra propia vocación.

3.- Otro punto central de la “cultura de la vocación” es la renovación y revitalización de la vida comunitaria. Allí donde se vive y se celebra la vocación, las relaciones fraternas, el compromiso con la misión y la acogida de todos y cada uno, pueden surgir verdadera y propiamente preguntas de carácter vocacional.

4.- Con los tres puntos precedentes, hemos querido expresar que la acción pastoral en este campo que no esté sostenido por la oración y el testimonio de vida, está aquejada de incoherencia, como lo estaría en cualquier otro ámbito de la pastoral. Además, dado que la vocación requiere resistencia y persistencia, compromiso y estabilidad, debemos ir más allá de una mentalidad o sensibilidad vocacional y poseer una praxis vocacional, una pedagogía vocacional con gestos que la hagan creíble y la sostengan en el tiempo y en el espacio. Esta pedagogía tiene que ver con la centralidad de los itinerarios de fe en la iniciación cristiana, con las propuestas de vida comunitaria acompañada y con el acompañamiento personal; una animación vocacional en el interior de la pastoral juvenil.

5.- Si la confianza en Dios que llama funciona como un pulmón que oxigena la pastoral vocacional, el otro pulmón es la confianza en el corazón generoso de los jóvenes. Los corazones de nuestros jóvenes están hechos para grandes cosas, para la belleza, para la bondad, para la libertad, para el amor…, y esta aspiración aparece continuamente como una llamada interior en lo profundo de sus corazones. Desde esta perspectiva, hemos podido elaborar dos enfoques vocacionales: el primer enfoque se centra en los jóvenes más cercanos a nuestro carisma, es decir, aquellos que, por sus vínculos con las comunidades y las obras salesianas, están abiertos a una experiencia de Dios, a relaciones comunitarias significativas y al servicio con los jóvenes; el segundo enfoque se centra en aquellos que pueden sentirse atraídos por profundizar en la vocación salesiana como opción de vida fundamental.

6.- Finalmente, para completar el mapa, no olvidemos la promoción de la vocación de especial consagración. En esta propuesta se define un aspecto concreto de la promoción vocacional, que busca despertar y acompañar a las personas llamadas a una forma concreta de vida (el ministerio ordenado, su propia congregación o movimiento), como una forma concreta de seguir a Jesús.

La Iglesia de hoy también necesita la vocación del salesiano consagrado. Quizá deberíamos recordar que el dinamismo del discernimiento vocacional es una tarea espiritual iluminada por la esperanza de conocer la voluntad de Dios; es una tarea humilde, porque implica la conciencia de no saber, pero expresa el coraje de buscar, de mirar y de caminar hacia delante, liberándose de ese miedo al futuro que se ancla en el pasado y que nace de la presunción de saberlo ya todo.

La vocación es un proceso que dura toda la vida, percibida como una sucesión de llamadas y respuestas, un diálogo en libertad entre Dios y cada ser humano, que toma la forma de una misión a descubrir continuamente en las distintas fases de la vida y en contacto con nuevas realidades. Una vocación, por tanto, es la forma particular en que una persona estructura su vida en respuesta a una llamada personal a amar y servir; la forma de amar y servir que Dios quiere para cada uno.

Partiendo de la cita del Papa Francisco (Evangelii Gaudium, 107), podemos indicar tres caminos a seguir para una animación vocacional coherente: vivir un fervor apostólico contagioso, rezar con insistencia y atreverse a proponer. En resumen: ¿qué podemos hacer? Rezar, vivir y actuar.

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Pastoral juvenil y familiar

Invertir en la educación de los jóvenes para construir la familia de hoy y de mañana

La educación de los jóvenes es la tarea originaria de los padres, vinculada a la transmisión de la vida, y primordial respecto a la tarea educativa de otros sujetos; por ello el papel de la CEP se propone como complementario, no sustitutivo, de la función educativa de los padres de los jóvenes. La contribución de la vocación familiar, parental y de pareja se ha identificado en al menos tres temas centrales: el amor, la vida y la educación.

El cuidado de la familia despierta un gran interés en todo el mundo. Se presta especial atención al tema mediante artículos, publicaciones científicas y actas de conferencias. Al mismo tiempo, se pide a la familia que cuide los vínculos que constituyen el denso tejido que sostiene a la persona del joven en el proceso de crecimiento y que aumentan la calidad de vida de una comunidad. Por lo tanto, es necesario promover estrategias educativo-pastorales adecuadas para apoyar a la familia, en el papel que tiene en la construcción de las relaciones interpersonales e intergeneracionales, así como en la concepción completa de la educación y el acompañamiento de las nuevas generaciones.

En su complejidad, cada familia es como un libro que hay que leer, interpretar y comprender con mucho cuidado, atención y respeto. En nuestra sociedad contemporánea, la vida familiar presenta, de hecho, ciertas condiciones que la exponen a la fragilidad.

Salir al encuentro de Don Bosco es hacer un viaje siempre actual. Seguir sus sueños; comprender su pasión educativa; conocer su talento para sacar a los jóvenes de los “malos caminos” para convertirlos en “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, para educarlos en la fe cristiana y en la conciencia social, para guiarlos hacia una profesión honesta, es una experiencia de extraordinaria intensidad humana y familiar. La experiencia de Don Bosco tiene raíces lejanas. Su vida está poblada de familias, de una multiplicidad de relaciones, de generaciones, de jóvenes sin familia, de historias de amor y de crisis familiares, ya desde la primera página de su vida, cuando tuvo que afrontar la pérdida de su padre a una edad muy temprana.

La comunidad educativo-pastoral es una de las formas, si no la forma, en que se concreta el espíritu de familia. En ella el Sistema Preventivo se hace operativo en un proyecto comunitario. Como gran familia preocupada por la educación y la evangelización de los jóvenes en un territorio concreto, la CEP es la actualización de la intuición original del carisma salesiano, repetía a menudo Don Bosco: “Siempre he tenido necesidad de todos”. Partiendo de esta convicción, desde los primeros días del Oratorio, constituye en torno a sí una comunidad-familia que tiene en cuenta las diferentes condiciones culturales, sociales y económicas de los colaboradores y en la que los mismos jóvenes son los protagonistas.

La educación de los jóvenes es la tarea originaria de los padres, vinculada a la transmisión de la vida, y primordial respecto a la tarea educativa de otros sujetos; por ello el papel de la CEP se propone como complementario, no sustitutivo, de la función educativa de los padres de los jóvenes.
La teología pastoral, en este proceso de potenciación, afirma que la familia es objeto, contexto y sujeto de la acción pastoral. Esta reflexión nos ha llevado a interrogarnos sobre la originalidad de la familia dentro de la CEP, donde un lugar específico. La contribución de la vocación familiar, parental y de pareja se ha identificado en al menos tres temas centrales: el amor, la vida y la educación.

Por ello, tanto a nivel local como inspectorial, es necesario comenzar a planificar programas de formación para agentes/ formadores, integrando a las familias en el PEPS, donde la propuesta educativa y pastoral se articule en torno a acciones que vean a la familia como protagonista a favor de los jóvenes. Estos caminos deben tener como núcleo central el encuentro, la metodología de la pedagogía familiar y la espiritualidad salesiana.
Por ello se hace imprescindible rediseñarnos juntos en un sentido vocacional; al mismo tiempo entrar en la vida cotidiana de las familias, hablar su lenguaje, estar cerca de la fragilidad de las relaciones y reconocer las dificultades presentes en la vida de muchas de ellas, atendiendo a los jóvenes sin familia, a las familias jóvenes, a las situaciones familiares más frágiles (pobreza, desigualdad y vulnerabilidad) promoviendo la solidaridad entre las familias. Se hace entonces necesario acompañar el amor de las parejas/familias jóvenes cuidándolas y planificando una buena y constante formación en el amor para el desarrollo de cada vocación.

Todo lo dicho sobre la Pastoral Juvenil Salesiana y la Familia requiere, para su realización, la puesta en marcha de procesos de formación para todos los miembros de la CEP y, por ende, tanto para los salesianos consagrados como para los laicos que apoyan el desarrollo del PEPS y de la Familia Salesiana.