Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri

El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.

Pararrayos de la humanidad
Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.

Del sufrimiento a la alegría
La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.

Una beatificación anticipada
Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.

Roberto Chiaramonte




Santa Mónica, madre de San Agustín, testigo de esperanza

Una mujer de fe inquebrantable, de lágrimas fecundas, escuchada por Dios después de diecisiete largos años. Un modelo de cristiana, esposa y madre para toda la Iglesia. Una testigo de esperanza que se ha transformado en una poderosa intercesora en el Cielo. El mismo Don Bosco recomendaba a las madres, afligidas por la vida poco cristiana de sus hijos, que se encomendaran a ella en sus oraciones.

En la gran galería de santos y santas que han marcado la historia de la Iglesia, Santa Mónica (331-387) ocupa un lugar singular. No por milagros espectaculares, no por la fundación de comunidades religiosas, no por empresas sociales o políticas relevantes. Mónica es recordada y venerada ante todo como madre, la madre de Agustín, el joven inquieto que gracias a sus oraciones, a sus lágrimas y a su testimonio de fe se convirtió en uno de los más grandes Padres de la Iglesia y Doctores de la fe católica.
Pero limitar su figura al papel materno sería injusto y empobrecedor. Mónica es una mujer que supo vivir su vida ordinaria —esposa, madre, creyente— de manera extraordinaria, transfigurando la cotidianidad a través de la fuerza de la fe. Es un ejemplo de perseverancia en la oración, de paciencia en el matrimonio, de esperanza inquebrantable frente a las desviaciones de su hijo.
Las noticias sobre su vida nos llegan casi exclusivamente de las Confesiones de Agustín, un texto que no es una crónica, sino una lectura teológica y espiritual de la existencia. Sin embargo, en esas páginas Agustín traza un retrato inolvidable de su madre: no solo una mujer buena y piadosa, sino un auténtico modelo de fe cristiana, una “madre de las lágrimas” que se convierten en fuente de gracia.

Los orígenes en Tagaste
Mónica nació en el año 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, Souk Ahras en la actual Argelia. Era un centro dinámico, marcado por la presencia romana y por una comunidad cristiana ya arraigada. Provenía de una familia cristiana acomodada: la fe ya era parte de su horizonte cultural y espiritual.
Su formación estuvo marcada por la influencia de una nodriza austera, que la educó en la sobriedad y la templanza. San Agustín escribirá de ella: “No hablaré por esto de sus dones, sino de tus dones a ella, que no se había hecho a sí misma, ni se había educado a sí misma. Tú la creaste sin que ni siquiera el padre y la madre supieran qué hija tendrían; y la vara de tu Cristo, es decir, la disciplina de tu Unigénito, la instruyó en tu temor, en una casa de creyentes, miembro sano de tu Iglesia.” (Confesiones IX, 8, 17).

En las mismas Confesiones Agustín también relata un episodio significativo: la joven Mónica había adquirido la costumbre de beber pequeños sorbos de vino de la bodega, hasta que una sirvienta la reprendió llamándola “borracha”. Esa reprimenda le bastó para corregirse definitivamente. Esta anécdota, aparentemente menor, muestra su honestidad para reconocer sus propios pecados, dejarse corregir y crecer en virtud.

A la edad de 23 años, Mónica fue dada en matrimonio a Patricio, un funcionario municipal pagano, conocido por su carácter colérico y su infidelidad conyugal. La vida matrimonial no fue fácil: la convivencia con un hombre impulsivo y distante de la fe cristiana puso a prueba su paciencia.
Sin embargo, Mónica nunca cayó en el desánimo. Con una actitud de mansedumbre y respeto, supo conquistar progresivamente el corazón de su marido. No respondía con dureza a los arrebatos de ira, no alimentaba conflictos inútiles. Con el tiempo, su constancia dio fruto: Patricio se convirtió y recibió el bautismo poco antes de morir.
El testimonio de Mónica muestra cómo la santidad no se expresa necesariamente en gestos clamorosos, sino en la fidelidad cotidiana, en el amor que sabe transformar lentamente las situaciones difíciles. En este sentido, es un modelo para tantas esposas y madres que viven matrimonios marcados por tensiones o diferencias de fe.

Mónica madre
Del matrimonio nacieron tres hijos: Agustín, Navigio y una hija de la que no sabemos el nombre. Mónica derramó sobre ellos todo su amor, pero sobre todo su fe. Navigio y la hija siguieron un camino cristiano lineal: Navigio se hizo sacerdote; la hija emprendió el camino de la virginidad consagrada. Agustín, en cambio, pronto se convirtió en el centro de sus preocupaciones y de sus lágrimas.
Ya de niño, Agustín mostraba una inteligencia extraordinaria. Mónica lo envió a estudiar retórica a Cartago, deseosa de asegurarle un futuro brillante. Pero junto a los progresos intelectuales llegaron también las tentaciones: la sensualidad, la mundanidad, las malas compañías. Agustín abrazó la doctrina maniquea, convencido de encontrar en ella respuestas racionales al problema del mal. Además, comenzó a convivir sin casarse con una mujer de la que tuvo un hijo, Adeodato. Las desviaciones de su hijo llevaron a Mónica a negarle la acogida en su propia casa. Pero no por eso dejó de orar por él y de ofrecer sacrificios: “de mi madre, con el corazón sangrante, se te ofrecía por mí noche y día el sacrificio de sus lágrimas”. (Confesiones V, 7,13) y “derramaba más lágrimas de las que derraman las madres por la muerte física de sus hijos” (Confesiones III, 11,19).

Para Mónica fue una herida profunda: el hijo, que había consagrado a Cristo en el seno, se estaba perdiendo. El dolor era indecible, pero nunca dejó de esperar. El propio Agustín escribirá: “El corazón de mi madre, herido por tal herida, nunca se habría curado: porque no puedo expresar adecuadamente sus sentimientos hacia mí y cuánto mayor fue su trabajo al parirme en espíritu que el que tuvo al parirme en la carne.” (Confesiones V, 9,16).

Surge espontánea la pregunta: ¿por qué Mónica no bautizó a Agustín inmediatamente después de nacer?
En realidad, aunque el bautismo de niños ya era conocido y practicado, aún no era una práctica universal. Muchos padres preferían posponerlo hasta la edad adulta, considerándolo un “lavado definitivo”: temían que, si el bautizado pecaba gravemente, la salvación se vería comprometida. Además, Patricio, aún pagano, no tenía ningún interés en educar a su hijo en la fe cristiana.
Hoy vemos claramente que fue una elección desafortunada, ya que el bautismo no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos da la gracia de vencer las tentaciones y el pecado.
Una cosa, sin embargo, es cierta: si hubiera sido bautizado de niño, Mónica se habría ahorrado a sí misma y a su hijo tantos sufrimientos.

La imagen más fuerte de Mónica es la de una madre que reza y llora. Las Confesiones la describen como una mujer incansable en interceder ante Dios por su hijo.
Un día, un obispo de Tagaste —según algunos, el mismo Ambrosio— la tranquilizó con palabras que han quedado célebres: “Ve, no puede perderse el hijo de tantas lágrimas”. Esa frase se convirtió en la estrella polar de Mónica, la confirmación de que su dolor materno no era en vano, sino parte de un misterioso designio de gracia.

Tenacidad de una madre
La vida de Mónica fue también un peregrinaje tras los pasos de Agustín. Cuando su hijo decidió partir a escondidas hacia Roma, Mónica no escatimó esfuerzos; no dio la causa por perdida, sino que lo siguió y lo buscó hasta que lo encontró. Lo alcanzó en Milán, donde Agustín había obtenido una cátedra de retórica. Allí encontró una guía espiritual en San Ambrosio, obispo de la ciudad. Entre Mónica y Ambrosio nació una profunda sintonía: ella reconocía en él al pastor capaz de guiar a su hijo, mientras que Ambrosio admiraba su fe inquebrantable.
En Milán, la predicación de Ambrosio abrió nuevas perspectivas a Agustín. Él abandonó progresivamente el maniqueísmo y comenzó a mirar el cristianismo con nuevos ojos. Mónica acompañaba silenciosamente este proceso: no forzaba los tiempos, no pretendía conversiones inmediatas, sino que oraba y lo sostenía y permanecía a su lado hasta su conversión.

La conversión de Agustín
Dios parecía no escucharla, pero Mónica nunca dejó de rezar y de ofrecer sacrificios por su hijo. Después de diecisiete años, finalmente sus súplicas fueron escuchadas — ¡y de qué manera! Agustín no solo se hizo cristiano, sino que se convirtió en sacerdote, obispo, doctor y padre de la Iglesia.
Él mismo lo reconoce: “Tú, sin embargo, en la profundidad de tus designios, escuchaste el punto vital de su deseo, sin preocuparte por el objeto momentáneo de su petición, sino cuidando de hacer de mí lo que siempre te pedía que hicieras.” (Confesiones V, 8,15).

El momento decisivo llegó en el año 386. Agustín, atormentado interiormente, luchaba contra las pasiones y las resistencias de su voluntad. En el célebre episodio del jardín de Milán, al escuchar la voz de un niño que decía “Tolle, lege” (“Toma, lee”), abrió la Carta a los Romanos y leyó las palabras que le cambiaron la vida: “Revestíos del Señor Jesucristo y no sigáis los deseos de la carne” (Rm 13,14).
Fue el comienzo de su conversión. Junto a su hijo Adeodato y algunos amigos se retiró a Cassiciaco para prepararse para el bautismo. Mónica estaba con ellos, partícipe de la alegría de ver finalmente escuchadas las oraciones de tantos años.
La noche de Pascua del 387, en la catedral de Milán, Ambrosio bautizó a Agustín, Adeodato y los demás catecúmenos. Las lágrimas de dolor de Mónica se transformaron en lágrimas de alegría. Siguió a su servicio, tanto que en Cassiciaco Agustín dirá: “Cuidó como si de todos hubiera sido madre y nos sirvió como si de todos hubiera sido hija.”

Ostia: el éxtasis y la muerte
Después del bautismo, Mónica y Agustín se prepararon para regresar a África. Deteniéndose en Ostia, a la espera del barco, vivieron un momento de intensísima espiritualidad. Las Confesiones narran el éxtasis de Ostia: madre e hijo, asomados a una ventana, contemplaron juntos la belleza de la creación y se elevaron hacia Dios, saboreando la bienaventuranza del cielo.
Mónica dirá: “Hijo, en cuanto a mí, ya no encuentro ningún atractivo para esta vida. No sé qué hago todavía aquí abajo y por qué me encuentro aquí. Este mundo ya no es objeto de deseos para mí. Había una sola razón por la que deseaba permanecer un poco más en esta vida: verte cristiano católico, antes de morir. Dios me ha escuchado más allá de todas mis expectativas, me ha concedido verte a su servicio y liberado de las aspiraciones de felicidad terrena. ¿Qué hago aquí?” (Confesiones IX, 10,11). Había alcanzado su meta terrenal.
Algunos días después, Mónica se enfermó gravemente. Sintiendo cercana su muerte, dijo a sus hijos: “Hijos míos, enterraréis aquí a vuestra madre: no os preocupéis de dónde. Solo os pido esto: recordadme en el altar del Señor, dondequiera que estéis”. Era la síntesis de su vida: no le importaba el lugar de la sepultura, sino el vínculo en la oración y en la Eucaristía.
Murió a los 56 años, el 12 de noviembre del 387, y fue sepultada en Ostia. En el siglo VI, sus reliquias fueron trasladadas a una cripta oculta en la misma iglesia de Santa Aurea. En 1425, las reliquias fueron trasladadas a Roma, a la basílica de San Agustín en Campo Marzio, donde aún hoy son veneradas.

El perfil espiritual de Mónica
Agustín describe a su madre con palabras bien medidas:
“[…] mujer en el aspecto, viril en la fe, anciana en la serenidad, maternal en el amor, cristiana en la piedad […]”. (Confesiones IX, 4, 8).
Y también:
“[…] viuda casta y sobria, asidua en la limosna, devota y sumisa a tus santos; que no dejaba pasar día sin llevar la ofrenda a tu altar, que dos veces al día, mañana y tarde, sin falta visitaba tu iglesia, y no para confabular vanamente y charlar como las otras viejas, sino para oír tus palabras y hacerte oír sus oraciones? Las lágrimas de tal mujer, con las que te pedía no oro ni plata, ni bienes perecederos o perecederos, sino la salvación del alma de su hijo, ¿podrías tú despreciarlas, tú que así la habías hecho con tu gracia, negándole tu socorro? Ciertamente no, Señor. Tú, antes bien, estabas a su lado y la escuchabas, obrando según el orden con que habías predestinado que debías obrar.” (Confesiones V, 9,17).

De este testimonio agustiniano, emerge una figura de sorprendente actualidad.
Fue una mujer de oración: nunca dejó de invocar a Dios por la salvación de sus seres queridos. Sus lágrimas se convierten en modelo de intercesión perseverante.
Fue una esposa fiel: en un matrimonio difícil, nunca respondió con resentimiento a la dureza de su marido. Su paciencia y su mansedumbre fueron instrumentos de evangelización.
Fue una madre valiente: no abandonó a su hijo en sus desviaciones, sino que lo acompañó con amor tenaz, capaz de confiar en los tiempos de Dios.
Fue una testigo de esperanza: su vida muestra que ninguna situación es desesperada, si se vive en la fe.
El mensaje de Mónica no pertenece solo al siglo IV. Habla todavía hoy, en un contexto en el que muchas familias viven tensiones, los hijos se apartan de la fe, los padres experimentan la fatiga de la espera.
A los padres, enseña a no rendirse, a creer que la gracia obra de maneras misteriosas.
A las mujeres cristianas, muestra cómo la mansedumbre y la fidelidad pueden transformar relaciones difíciles.
A cualquiera que se sienta desanimado en la oración, testifica que Dios escucha, aunque los tiempos no coincidan con los nuestros.
No es casualidad que muchas asociaciones y movimientos hayan elegido a Mónica como patrona de las madres cristianas y de las mujeres que oran por los hijos alejados de la fe.

Una mujer sencilla y extraordinaria
La vida de Santa Mónica es la historia de una mujer sencilla y extraordinaria a la vez. Sencilla porque vivió el día a día de una familia, extraordinaria porque fue transfigurada por la fe. Sus lágrimas y sus oraciones moldearon a un santo y, a través de él, influyeron profundamente en la historia de la Iglesia.
Su memoria, celebrada el 27 de agosto, víspera de la fiesta de San Agustín, nos recuerda que la santidad a menudo pasa por la perseverancia oculta, el sacrificio silencioso, la esperanza que no defrauda.
En las palabras de Agustín, dirigidas a Dios por su madre, encontramos la síntesis de su herencia espiritual: “No puedo decir lo suficiente de cuánto mi alma te debe a ella, Dios mío; pero tú lo sabes todo. Recompénsala con tu misericordia lo que te pidió con tantas lágrimas por mí” (Conf., IX, 13).

Santa Mónica, a través de los acontecimientos de su vida, alcanzó la felicidad eterna que ella misma definió: “La felicidad consiste sin duda en el logro del fin y se debe tener confianza en que a él podemos ser conducidos por una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente”. (La Felicidad 4,35).




Convertirse en un signo de esperanza en eSwatini – Lesotho – Sudáfrica después de 130 años

En el corazón del África austral, entre las bellezas naturales y los desafíos sociales de eSwatini, Lesotho y Sudáfrica, los Salesianos celebran 130 años de presencia misionera. En este tiempo de Jubileo, de Capítulo General y de aniversarios históricos, la Inspectoría de África Meridional comparte sus signos de esperanza: la fidelidad al carisma de Don Bosco, el compromiso educativo y pastoral entre los jóvenes y la fuerza de una comunidad internacional que testimonia fraternidad y resiliencia. A pesar de las dificultades, el entusiasmo de los jóvenes, la riqueza de las culturas locales y la espiritualidad del Ubuntu siguen indicando caminos de futuro y de comunión.

Saludos fraternos de los Salesianos de la Visitaduría más pequeña y de la presencia más antigua en la Región África-Madagascar (desde 1896, los primeros 5 hermanos fueron enviados por Don Rúa). Este año agradecemos a los 130 SDB que han trabajado en nuestros 3 países y que ahora interceden por nosotros desde el cielo. «¡Pequeño es hermoso»!
En el territorio de la AFM viven 65 millones de personas que se comunican en 12 idiomas oficiales, entre tantas maravillas de la naturaleza y grandes recursos del subsuelo. Estamos entre los pocos países del África subsahariana donde los católicos son una pequeña minoría en comparación con otras Iglesias cristianas, con solo 5 millones de fieles.

¿Cuáles son los signos de esperanza que nuestros jóvenes y la sociedad están buscando?
En primer lugar, estamos tratando de superar los tristemente célebres récords mundiales de la creciente brecha entre ricos y pobres (100.000 millonarios frente a 15 millones de jóvenes desempleados), la falta de seguridad y la creciente violencia en la vida cotidiana, el colapso del sistema educativo, que ha producido una nueva generación de millones de analfabetos, lidiando con diversas adicciones (alcohol, drogas…). Además, 30 años después del fin del régimen de apartheid en 1994, la sociedad y la Iglesia siguen divididas entre las diversas comunidades en términos de economía, oportunidades y muchas heridas aún no cicatrizadas. De hecho, la comunidad del «País del Arco Iris» está luchando con muchas «lagunas» que solo pueden ser «llenadas» con los valores del Evangelio.

¿Cuáles son los signos de esperanza que la Iglesia católica en Sudáfrica está buscando?
Participando en el encuentro trienal «Joint Witness» de los superiores religiosos y los obispos en 2024, nos dimos cuenta de muchos signos de declive: menos fieles, falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, envejecimiento y disminución del número de religiosos, algunas diócesis en bancarrota, constante pérdida/disminución de instituciones católicas (asistencia médica, educación, obras sociales o medios de comunicación) debido a la fuerte caída de religiosos y laicos comprometidos. La Conferencia Episcopal Católica (SACBC – que incluye Botsuana, eSwatini y Sudáfrica) indica como prioridad la asistencia a los jóvenes dependientes del alcohol y de otras sustancias diversas.

¿Cuáles son los signos de esperanza que los salesianos del África meridional están buscando?
Rezamos cada día por nuevas vocaciones salesianas, para poder acoger nuevos misioneros. De hecho, ha terminado la época de la Inspectoría anglo-irlandesa (hasta 1988) y el Proyecto África no incluía la punta meridional del continente. Después de 70 años en eSwatini (Suazilandia) y 45 años en Lesotho, solo tenemos 4 vocaciones locales de cada Reino. Hoy solo tenemos 5 jóvenes hermanos y 4 novicios en formación inicial. Sin embargo, la Visitaduría más pequeña de África-Madagascar, a través de sus 7 comunidades locales, se encarga de la educación y la atención pastoral en 6 grandes parroquias, 18 escuelas primarias y secundarias, 3 centros de formación profesional (TVET) y diversos programas de asistencia social. Nuestra comunidad inspectorial, con 18 nacionalidades diferentes entre los 35 SDB que viven en las 7 comunidades, es un gran don y un desafío que acoger.

Como comunidad católica minoritaria y frágil del África austral
Creemos que el único camino para el futuro es construir más puentes y comunión entre los religiosos y las diócesis: cuanto más débiles somos, más nos esforzamos por trabajar juntos. Dado que toda la Iglesia católica busca centrarse en los jóvenes, Don Bosco ha sido elegido por los obispos como Patrono de la Pastoral Juvenil y su Novena se celebra con fervor en la mayoría de las diócesis y parroquias al comienzo del año pastoral.

Como Salesianos y Familia Salesiana, nos animamos constantemente unos a otros: «work in progress» (trabajo en progreso)
En los últimos dos años, después de la invitación del Rector Mayor, hemos tratado de relanzar nuestro carisma salesiano, con la sabiduría de una visión y dirección común (a partir de la asamblea anual inspectorial), con una serie de pequeños y sencillos pasos diarios en la dirección correcta y con la sabiduría de la conversión personal y comunitaria.

Agradecemos el aliento de don Pascual Chávez para nuestro reciente Capítulo Inspectorial de 2024: «Sabéis bien que es más difícil, pero no imposible, “refundar” que fundar [el carisma], porque hay hábitos, actitudes o comportamientos que no corresponden al espíritu de nuestro Santo Fundador, don Bosco, y a su Proyecto de Vida, y tienen “derecho de ciudadanía” [en la Inspectoría]. Realmente se necesita una verdadera conversión de cada hermano a Dios, teniendo el Evangelio como suprema regla de vida, y de toda la Inspectoría a Don Bosco, asumiendo las Constituciones como verdadero proyecto de vida».

Se votó el consejo de don Pascual y el compromiso: «Convertirse en más apasionados de Jesús y dedicados a los jóvenes», invirtiendo en la conversión personal (creando un espacio sagrado en nuestra vida, para dejar que Jesús la transforme), en la conversión comunitaria (invirtiendo en la formación permanente sistemática mensual según un tema) y en la conversión inspectorial (promoviendo la mentalidad inspectorial a través de «One Heart One Soul» – fruto de nuestra asamblea inspectorial) y con encuentros mensuales en línea de los directores.

En la estampita-recuerdo de nuestra Visitaduría del Beato Miguel Rúa, junto a los rostros de los 46 hermanos y 4 novicios (35 viven en nuestras 7 comunidades, 7 están en formación en el extranjero y 5 SDB están esperando el visado, en San Calixto-catacumbas y un misionero que está haciendo quimioterapia en Polonia). También estamos bendecidos por un número creciente de hermanos misioneros que son enviados por el Rector Mayor o por un período específico por otras Inspectorías africanas para ayudarnos (AFC, ACC, ANN, ATE, MDG y ZMB). Estamos muy agradecidos a cada uno de estos jóvenes hermanos. Creemos que, con su ayuda, nuestra esperanza de relanzamiento carismático se está haciendo tangible. Nuestra Visitaduría – la más pequeña de África-Madagascar, después de casi 40 años de su fundación, aún no tiene una verdadera casa inspectorial. La construcción comenzó, con la ayuda del Rector Mayor, solo el año pasado. También aquí decimos: «obras en curso»…

Queremos compartir también nuestros humildes signos de esperanza con todas las otras 92 Inspectorías en este precioso período del Capítulo General. La AFM tiene una experiencia única de 31 años de voluntarios misioneros locales (involucrados en la Pastoral Juvenil del Centro Juvenil Bosco de Johannesburgo desde 1994), el programa «Love Matters» para un crecimiento sexual saludable de los adolescentes desde 2001. Nuestros voluntarios, de hecho, involucrados durante un año entero en la vida de nuestra comunidad, son miembros más valiosos de nuestra Misión y de los nuevos grupos de la Familia Salesiana que están creciendo lentamente (VDB, Salesianos Cooperadores y Exalumnos de Don Bosco).

Nuestra casa madre de Ciudad del Cabo celebrará el próximo año su centésimo trigésimo (130º) aniversario y, gracias al centésimo quincuagésimo (150º) aniversario de las Misiones Salesianas, hemos realizado, con la ayuda de la Inspectoría de China, una especial «Sala de la Memoria de San Luis Versiglia», donde nuestro Protomártir pasó un día durante su regreso de Italia a China-Macao en mayo de 1917.

Don Bosco ‘Ubuntu’ – camino sinodal
«¡Estamos aquí gracias a vosotros!» – Ubuntu es una de las contribuciones de las culturas del África meridional a la comunidad global. La palabra en lengua Nguni significa «Yo soy porque vosotros sois» («I’m because you are!». Otras posibles traducciones: «Existo porque existís»). El año pasado emprendimos el proyecto «Eco Ubuntu» (proyecto de sensibilización ambiental de 3 años de duración) que involucra a unos 15.000 jóvenes de nuestras 7 comunidades en eSwatini, Lesotho y Sudáfrica. Además de la espléndida celebración y el compartir del Sínodo de los Jóvenes 2024, nuestros 300 jóvenes [que participaron] conservan sobre todo Ubuntu en sus recuerdos. Su entusiasmo es una fuente de inspiración. La AFM os necesita: ¡Estamos aquí gracias a vosotros!

Marco Fulgaro




Don José Luis Carreño, misionero salesiano

Don José Luis Carreño (1905-1986) fue descrito por el historiador Joseph Thekkedath como “el salesiano más amado del sur de la India” en la primera mitad del siglo XX. En todos los lugares donde vivió —ya fuera en la India británica, en la colonia portuguesa de Goa, en Filipinas o en España— encontramos salesianos que guardan con cariño su memoria. Extrañamente, sin embargo, aún no disponemos de una biografía adecuada de este gran salesiano, salvo la extensa carta mortuoria redactada por don José Antonio Rico: “José Luis Carreño Etxeandía, obrero de Dios”. Esperamos que pronto se pueda llenar este vacío. Don Carreño fue uno de los artífices de la región del sur de Asia, y no podemos permitirnos olvidarlo.

José-Luis Carreño Etxeandía nació en Bilbao, España, el 23 de octubre de 1905. Quedó huérfano de madre a la tierna edad de ocho años y fue acogido en la casa salesiana de Santander. En 1917, a los doce años, ingresó en el aspirantado de Campello. Recuerda que en aquellos tiempos “no se hablaba mucho de Don Bosco… Pero para nosotros un Don Binelli era un Don Bosco, sin mencionar a Don Rinaldi, entonces Prefecto General, cuyas visitas nos dejaban una sensación sobrenatural, como cuando los mensajeros de Yahvé visitaron la tienda de Abraham”.

Después del noviciado y postnoviciado, realizó el internado como asistente de los novicios. Debía ser un clérigo brillante, porque de él escribe don Pedro Escursell al Rector Mayor: “Estoy hablando justo ahora con uno de los clérigos modelo de esta casa. Es asistente en la formación del personal de esta Inspectoría; me dice que hace tiempo pidió ser enviado a las misiones y dice que renunció a pedirlo porque no recibe respuesta. Es un joven de gran valor intelectual y moral.”

En la víspera de su ordenación sacerdotal, en 1932, el joven José-Luis escribió directamente al Rector Mayor, ofreciéndose para las misiones. La oferta fue aceptada y fue enviado a la India, donde desembarcó en Mumbai en 1933. Apenas un año después, cuando se creó la Inspectoría del sur de la India, fue nombrado maestro de novicios en Tirupattur: tenía solo 28 años. Con sus extraordinarias cualidades de mente y corazón, se convirtió rápidamente en el alma de la casa y dejó una profunda impresión en sus novicios. “Nos conquistó con su corazón paternal”, escribe uno de ellos, el arzobispo Hubert D’Rosario de Shillong.

Don Joseph Vaz, otro novicio, contaba a menudo cómo Carreño se dio cuenta de que él temblaba de frío durante una conferencia. “Espera un momento, hombre,” dijo el maestro de novicios y salió. Poco después regresó con un suéter azul que le entregó a Joe. Joe notó que el suéter estaba extrañamente caliente. Luego recordó que bajo la sotana su maestro llevaba algo azul… que ahora ya no estaba. Carreño le había dado su propio suéter.

En 1942, cuando el gobierno británico en la India internó a todos los extranjeros provenientes de países en guerra con Gran Bretaña, Carreño, siendo ciudadano de un país neutral, no fue molestado. En 1943 recibió un mensaje a través de Radio Vaticana: debía tomar el lugar de don Eligio Cinato, inspector de la inspectoría del sur de la India, también internado. En el mismo período, el arzobispo salesiano Louis Mathias de Madras-Mylapore lo invitó a ser su vicario general.

En 1945 fue oficialmente nombrado inspector, cargo que desempeñó de 1945 a 1951. Uno de sus primeros actos fue consagrar la Inspectoría al Sagrado Corazón de Jesús. Muchos salesianos estaban convencidos de que el extraordinario crecimiento de la Inspectoría del Sur se debió precisamente a este gesto. Bajo la guía de don Carreño, las obras salesianas se duplicaron. Uno de sus actos más visionarios fue el inicio de un colegio universitario en el remoto y pobre pueblo de Tirupattur. Il Sacred Heart College terminaría transformando todo el distrito.

También fue Carreño el principal artífice de la “indianización” del rostro salesiano en la India, buscando desde el principio vocaciones locales, en lugar de depender exclusivamente de misioneros extranjeros. Una elección que resultó providencial: primero, porque el flujo de misioneros extranjeros cesó durante la guerra; luego, porque la India independiente decidió no conceder más visas a nuevos misioneros extranjeros. “Si hoy los salesianos en India son más de dos mil, el mérito de este crecimiento se debe a las políticas iniciadas por don Carreño,” escribe don Thekkedath en su historia de los salesianos en India.

Don Carreño, como dijimos, no solo fue inspector, sino también vicario de monseñor Mathias. Estos dos grandes hombres, que se estimaban profundamente, eran sin embargo muy diferentes en temperamento. El arzobispo era partidario de medidas disciplinarias severas hacia los confrades en dificultades, mientras don Carreño prefería procedimientos más suaves. El visitador extraordinario, don Albino Fedrigotti, parece haber dado la razón al arzobispo, definiendo a don Carreño como “un excelente religioso, un hombre de gran corazón”, pero también “un poco demasiado poeta”.

No faltó tampoco la acusación de ser un mal administrador, pero es significativo que una figura como don Aurelio Maschio, gran procurador y arquitecto de las obras salesianas de Mumbai, rechazara con firmeza tal acusación. En realidad, don Carreño era un innovador y un visionario. Algunas de sus ideas —como la de involucrar voluntarios no salesianos para un servicio de algunos años— eran, en aquel entonces, vistas con recelo, pero hoy son ampliamente aceptadas y activamente promovidas.

En 1951, al término de su mandato oficial como inspector, a Carreño se le pidió regresar a España para ocuparse de los Salesianos Cooperadores. No era esta la verdadera razón de su partida, después de dieciocho años en la India, pero Carreño aceptó con serenidad, aunque no sin dolor.

En 1952 se le pidió ir a Goa, donde permaneció hasta 1960. “Goa fue amor a primera vista,” escribió en Urdimbre en el telar. Goa, por su parte, lo acogió en el corazón. Continuó la tradición de los salesianos que servían como directores espirituales y confesores del clero diocesano, y fue incluso patrón de la asociación de escritores en lengua konkani. Sobre todo, gobernó la comunidad de Don Bosco Panjim con amor, cuidó con extraordinaria paternidad a los muchos niños pobres y, una vez más, se dedicó activamente a la búsqueda de vocaciones a la vida salesiana. Los primeros salesianos de Goa —personas como Thomas Fernández, Elías Díaz y Rómulo Noronha— contaban con lágrimas en los ojos cómo Carreño y otros pasaban por el Goa Medical College, justo al lado de la casa salesiana, para donar sangre y así obtener algunas rupias con las que comprar alimentos y otros bienes para los niños.

En 1961 tuvieron lugar la acción militar india y la anexión de Goa. En ese momento don Carreño se encontraba en España y ya no pudo regresar a la tierra amada. En 1962 fue enviado a Filipinas como maestro de novicios. Acompañó solo a tres grupos de novicios, porque en 1965 pidió regresar a España. En el origen de su decisión había una seria divergencia de visión entre él y los misioneros salesianos provenientes de China, y especialmente con don Carlo Braga, superior de la visitaduría. Carreño se opuso firmemente a la política de enviar a los jóvenes salesianos filipinos recién profesos a Hong Kong para estudios de filosofía. Como sucedió, al final los superiores aceptaron la propuesta de retener a los jóvenes salesianos en Filipinas, pero para entonces la solicitud de Carreño de regresar a su país ya había sido aceptada.

Don Carreño pasó solo cuatro años en Filipinas, pero también allí, como en India, dejó una huella imborrable, “una contribución inconmensurable y crucial a la presencia salesiana en Filipinas”, según las palabras del historiador salesiano Nestor Impelido.

De regreso en España, colaboró con las Procuradurías Misioneras de Madrid y New Rochelle, y en la animación de las inspectorías ibéricas. Muchos en España aún recuerdan al viejo misionero que visitaba las casas salesianas, contagiando a los jóvenes con su entusiasmo misionero, sus canciones y su música.

Pero en su imaginación creativa estaba tomando forma un nuevo proyecto. Carreño se dedicó con todo el corazón al sueño de fundar un Pueblo Misionero con dos objetivos: preparar jóvenes misioneros —principalmente provenientes de Europa del Este— para América Latina; y ofrecer un refugio para misioneros “jubilados” como él, quienes también podrían servir como formadores. Tras una larga y dolorosa correspondencia con los superiores, el proyecto finalmente tomó forma en el Hogar del Misionero en Alzuza, a pocos kilómetros de Pamplona. La componente vocacional misionera nunca despegó, y fueron muy pocos los misioneros mayores que se unieron efectivamente a Carreño. Su principal apostolado en estos últimos años siguió siendo el de la pluma. Dejó más de treinta libros, entre ellos cinco dedicados a la Santa Síndone, a la que estaba particularmente devoto.

Don José-Luis Carreño murió en 1986 en Pamplona, a los 81 años. A pesar de los altibajos de su vida, este gran amante del Sagrado Corazón de Jesús pudo afirmar, en el jubileo de oro de su ordenación sacerdotal: “Si hace cincuenta años mi lema como joven sacerdote era ‘Cristo es todo’, hoy, viejo y abrumado por su amor, lo escribiría en letras de oro, porque en realidad CRISTO ES TODO”.

don Ivo COELHO, sdb




Casa Salesiana de Castel Gandolfo

Entre las verdes colinas de los Castelli Romani y las tranquilas aguas del Lago Albano, se encuentra un lugar donde la historia, la naturaleza y la espiritualidad se encuentran de manera singular: Castel Gandolfo. En este contexto rico en memoria imperial, fe cristiana y belleza paisajística, la presencia salesiana representa un punto firme de acogida, formación y vida pastoral. La Casa Salesiana, con su actividad parroquial, educativa y cultural, continúa la misión de san Juan Bosco, ofreciendo a los fieles y visitantes una experiencia de Iglesia viva y abierta, inmersa en un ambiente que invita a la contemplación y a la fraternidad. Es una comunidad que, desde hace casi un siglo, camina al servicio del Evangelio en el corazón mismo de la tradición católica.

Un lugar bendecido por la historia y la naturaleza
Castel Gandolfo es una joya de los Castelli Romani, situado a unos 25 km de Roma, inmerso en la belleza natural de los Colli Albani y con vistas al sugestivo Lago Albano. A unos 426 metros de altitud, este lugar se distingue por su clima suave y acogedor, un microclima que parece preparado por la Providencia para acoger a quienes buscan descanso, belleza y silencio.

Ya en época romana este territorio formaba parte del Albanum Caesaris, una antigua finca imperial frecuentada por los emperadores desde los tiempos de Augusto. Sin embargo, fue el emperador Tiberio el primero en residir allí de forma estable, mientras que más tarde Domiciano construyó una espléndida villa, cuyos restos son hoy visibles en los jardines pontificios. La historia cristiana del lugar comienza con la donación de Constantino a la Iglesia de Albano: un gesto que marca simbólicamente el paso de la gloria imperial a la luz del Evangelio.

El nombre Castel Gandolfo deriva del latín Castrum Gandulphi, el castillo construido por la familia Gandolfi en el siglo XII. Cuando en 1596 el castillo pasó a la Santa Sede, se convirtió en residencia de verano de los Pontífices, y el vínculo entre este lugar y el ministerio del Sucesor de Pedro se hizo profundo y duradero.

La Specola Vaticana: contemplar el cielo, alabar al Creador
De particular relevancia espiritual es la Specola Vaticana (Observatorio Vaticano), fundada por el papa León XIII en 1891 y trasladada en los años 30 a Castel Gandolfo debido a la contaminación lumínica de Roma. Ella testimonia cómo también la ciencia, cuando está orientada a la verdad, conduce a alabar al Creador.
A lo largo de los años, la Specola ha contribuido a proyectos astronómicos de gran importancia como la Carte du Ciel y al descubrimiento de numerosos objetos celestes.

Con el empeoramiento adicional de las condiciones de observación incluso en los Castelli Romani, en los años ochenta la actividad científica se trasladó principalmente al Observatorio Mount Graham en Arizona (EE.UU.), donde el Vatican Observatory Research Group continúa las investigaciones astrofísicas. Sin embargo, Castel Gandolfo sigue siendo un importante centro de estudios: desde 1986 acoge cada dos años la Vatican Observatory Summer School, dedicada a estudiantes y graduados en astronomía de todo el mundo. La Specola también organiza congresos especializados, eventos divulgativos, exposiciones de meteoritos y presentaciones de materiales históricos y artísticos con temática astronómica, todo en un espíritu de investigación, diálogo y contemplación del misterio de la creación.

Una iglesia en el corazón de la ciudad y de la fe
En el siglo XVII, el papa Alejandro VII encargó a Gian Lorenzo Bernini la construcción de una capilla palatina para los empleados de las Villas Pontificias. El proyecto, concebido inicialmente en honor a san Nicolás de Bari, fue finalmente dedicado a san Tomás de Villanueva, agustino canonizado en 1658. La iglesia fue consagrada en 1661 y confiada a los Agustinos, que la dirigieron hasta 1929. Con la firma de los Pactos de Letrán, el papa Pío XI encargó a los mismos Agustinos el cuidado pastoral de la nueva Parroquia Pontificia de Santa Ana en el Vaticano, mientras que la iglesia de San Tomás de Villanueva fue posteriormente confiada a los Salesianos.
La belleza arquitectónica de esta iglesia, fruto del genio barroco, está al servicio de la fe y del encuentro entre Dios y el hombre: hoy se celebran numerosos matrimonios, bautizos y liturgias, atrayendo fieles de todo el mundo.

La casa salesiana
Los Salesianos están presentes en Castel Gandolfo desde 1929. En esos años el pueblo experimentó un notable desarrollo, tanto demográfico como turístico, también gracias al inicio de las celebraciones papales en la iglesia de San Tomás de Villanueva. Cada año, en la solemnidad de la Asunción, el papa celebraba la Santa Misa en la parroquia pontificia, una tradición iniciada por san Juan XXIII el 15 de agosto de 1959, cuando salió a pie del Palacio Pontificio para celebrar la Eucaristía entre la gente. Esta costumbre se mantuvo hasta el pontificado del papa Francisco, que interrumpió las estancias veraniegas en Castel Gandolfo. En 2016, de hecho, todo el complejo de las Villas Pontificias fue transformado en museo y abierto al público.

La casa salesiana formó parte de la Inspectoría Romana y, de 2009 a 2021, de la Circunscripción Salesiana Italia Central. Desde 2021 está bajo la responsabilidad directa de la Sede Central, con director y comunidad nombrados por el Rector Mayor. Actualmente los salesianos presentes provienen de diferentes países (Brasil, India, Italia, Polonia) y están activos en la parroquia, en las capellanías y en el oratorio.

Los espacios pastorales, aunque pertenecen al Estado de la Ciudad del Vaticano y por tanto se consideran zonas extraterritoriales, forman parte de la diócesis de Albano, en cuya vida pastoral los Salesianos participan activamente. Están involucrados en la catequesis diocesana para adultos, en la enseñanza en la escuela teológica diocesana y en el Consejo Presbiteral como representantes de la vida consagrada.

Además de la parroquia de San Tomás de Villanueva, los Salesianos gestionan también otras dos iglesias: María Auxiliadora (también llamada “San Pablo”, por el nombre del barrio) y Madonna del Lago, promovida por san Pablo VI. Ambas fueron construidas entre los años sesenta y setenta para responder a las necesidades pastorales de la creciente población.

La iglesia parroquial diseñada por Bernini es hoy destino de numerosos matrimonios y bautizos celebrados por fieles procedentes de todo el mundo. Cada año, con las debidas autorizaciones, se celebran allí decenas, a veces cientos, de ceremonias.

El párroco, además de guiar la comunidad parroquial, es también capellán de las Villas Pontificias y acompaña espiritualmente a los empleados vaticanos que trabajan allí.

El oratorio, actualmente gestionado por laicos, cuenta con la participación directa de los Salesianos, especialmente en la catequesis. En ocasiones de fines de semana, fiestas y actividades de verano como el Verano para Niños, colaboran también estudiantes salesianos residentes en Roma, ofreciendo un valioso apoyo. En la iglesia de María Auxiliadora también existe un teatro activo, con grupos parroquiales que organizan espectáculos, un lugar de encuentro, cultura y evangelización.

Vida pastoral y tradiciones
La vida pastoral está marcada por las principales fiestas del año: san Juan Bosco en enero, María Auxiliadora en mayo con una procesión en el barrio de San Pablo, la fiesta de la Madonna del Lago – y por tanto la fiesta del Lago – el último sábado de agosto, con la estatua llevada en procesión en un barco por el lago. Esta última celebración está involucrando cada vez más también a las comunidades de los alrededores, atrayendo a numerosos participantes, entre ellos muchos motoristas, con quienes se han iniciado momentos de encuentro.

El primer sábado de septiembre se celebra la fiesta patronal de Castel Gandolfo en honor a san Sebastián, con una gran procesión ciudadana. La devoción a san Sebastián data de 1867, cuando la ciudad fue salvada de una epidemia que afectó duramente a los pueblos vecinos. Aunque la memoria litúrgica cae el 20 de enero, la fiesta local se celebra en septiembre, tanto en recuerdo de la protección obtenida como por razones climáticas y prácticas.

El 8 de septiembre se celebra al patrón de la iglesia, san Tomás de Villanueva, coincidiendo con la Natividad de la Bienaventurada Virgen María. En esta ocasión también se celebra la fiesta de las familias, dirigida a las parejas que se han casado en la iglesia de Bernini: están invitadas a regresar para una celebración comunitaria, una procesión y un momento de convivencia. La iniciativa ha tenido muy buena acogida y se está consolidando con el tiempo.

Una curiosidad: el buzón de correos
Junto a la entrada de la casa salesiana se encuentra un buzón, conocido como “Buzón de correspondencias”, considerado el más antiguo aún en uso. Data de 1820, veinte años antes de la introducción del primer sello postal del mundo, el famoso Penny Black (1840). Es una caja oficial de Correos de Italia todavía activa, pero también un símbolo elocuente: una invitación a la comunicación, al diálogo, a la apertura del corazón. El regreso del papa León XIV a su residencia de verano seguramente lo aumentará.

Castel Gandolfo sigue siendo un lugar donde el Creador habla a través de la belleza de la creación, la Palabra proclamada y el testimonio de una comunidad salesiana que, en la sencillez del estilo de Don Bosco, continúa ofreciendo acogida, formación, liturgia y fraternidad, recordando a quienes se acercan a estas tierras en busca de paz y serenidad que la verdadera paz y serenidad sólo se encuentran en Dios y en su gracia.




El voluntariado misionero cambia la vida de los jóvenes en México

El voluntariado misionero representa una experiencia que transforma profundamente la vida de los jóvenes. En México, la Inspectoría Salesiana de Guadalajara ha desarrollado durante décadas un camino orgánico de Voluntariado Misionero Salesiano (VMS) que sigue impactando de manera duradera en el corazón de muchos chicos y chicas. Gracias a las reflexiones de Margarita Aguilar, coordinadora del voluntariado misionero en Guadalajara, compartiremos el recorrido sobre los orígenes, la evolución, las fases de formación y las motivaciones que impulsan a los jóvenes a comprometerse para servir a las comunidades en México.

Orígenes
El voluntariado, entendido como compromiso a favor de los demás nacido de la necesidad de ayudar al prójimo tanto en el plano social como espiritual, se fortaleció con el tiempo con la contribución de gobiernos y ONG para sensibilizar sobre temas de salud, educación, religión, medio ambiente y más. En la Congregación Salesiana, el espíritu voluntario está presente desde sus orígenes: Mamá Margarita, junto a Don Bosco, fue una de las primeras “voluntarias” en el Oratorio, dedicándose a la asistencia de los jóvenes para cumplir la voluntad de Dios y contribuir a la salvación de sus almas. Ya el Capítulo General XXII (1984) comenzó a hablar explícitamente de voluntariado, y los capítulos siguientes insistieron en este compromiso como una dimensión inseparable de la misión salesiana.
En México, los Salesianos están divididos en dos Inspectorías: Ciudad de México (MEM) y Guadalajara (MEG). Es precisamente en esta última que, desde mediados de los años ochenta, se estructuró un proyecto de voluntariado juvenil. La Inspectoría de Guadalajara, fundada hace 62 años, ofrece desde hace casi 40 años la posibilidad a jóvenes deseosos de experimentar el carisma salesiano de dedicar un período de vida al servicio de las comunidades, especialmente en zonas fronterizas.
El 24 de octubre de 1987, el inspector envió un grupo de cuatro jóvenes junto con salesianos a la ciudad de Tijuana, en una zona fronteriza en fuerte expansión salesiana. Fue el inicio del Voluntariado Juvenil Salesiano (VJS), que se desarrolló gradualmente y se organizó de manera cada vez más estructurada.

El objetivo inicial se proponía a jóvenes de aproximadamente 20 años, dispuestos a dedicar de uno a dos años para construir los primeros oratorios en las comunidades de Tijuana, Ciudad Juárez, Los Mochis y otras localidades del norte. Muchos recuerdan los primeros días: pala y martillo en mano, convivencia en casas sencillas con otros voluntarios, tardes pasadas con niños, adolescentes y jóvenes del barrio jugando en el terreno donde surgiría el oratorio. A veces faltaba el techo, pero no faltaban la alegría, el sentido de familia y el encuentro con la Eucaristía.

Aquellas primeras comunidades de salesianos y voluntarios llevaron en sus corazones el amor a Dios, a María Auxiliadora y a Don Bosco, manifestando espíritu pionero, ardor misionero y cuidado total por los demás.

Evolución
Con el crecimiento de la Inspectoría y de la Pastoral Juvenil, surgió la necesidad de itinerarios formativos claros para los voluntarios. La organización se fortaleció a través de:
Cuestionario de candidatura: cada aspirante a voluntario completaba una ficha y respondía a un cuestionario que delineaba sus características humanas, espirituales y salesianas, iniciando el proceso de crecimiento personal.

Curso de formación inicial: talleres teatrales, juegos y dinámicas de grupo, catequesis y herramientas prácticas para las actividades en campo. Antes de la partida, los voluntarios se reunían para concluir la formación y recibir el envío a las comunidades salesianas.

Acompañamiento espiritual: se invitaba al candidato a ser acompañado por un salesiano en su comunidad de origen. Por un tiempo, la preparación se realizó junto con aspirantes salesianos, fortaleciendo el aspecto vocacional, aunque luego esta práctica sufrió modificaciones según la animación vocacional de la Inspectoría.

Encuentro inspectorial anual: cada diciembre, cerca del Día Internacional del Voluntario (5 de diciembre), los voluntarios se reúnen para evaluar la experiencia, reflexionar sobre el camino de cada uno y consolidar los procesos de acompañamiento.

Visitas a las comunidades: el equipo de coordinación visita regularmente las comunidades donde operan los voluntarios, para apoyar no solo a los jóvenes, sino también a salesianos y laicos de la comunidad educativa-pastoral, fortaleciendo las redes de apoyo.

Proyecto de vida personal: cada candidato elabora, con la ayuda del acompañante espiritual, un proyecto de vida que ayude a integrar la dimensión humana, cristiana, salesiana, vocacional y misionera. Se prevé un período mínimo de seis meses de preparación, con momentos en línea dedicados a las diversas dimensiones.
Involucramiento de las familias: encuentros informativos con los padres sobre los procesos del VJS, para hacer comprender el camino y fortalecer el apoyo familiar.

Formación continua durante la experiencia: cada mes se aborda una dimensión (humana, espiritual, apostólica, etc.) mediante materiales de lectura, reflexión y trabajo de profundización en curso.

Post-voluntariado: tras la conclusión de la experiencia, se organiza un encuentro de cierre para evaluar la experiencia, planificar los pasos siguientes y acompañar al voluntario en la reinserción en la comunidad de origen y en la familia, con fases presenciales y en línea.

Nuevas etapas y renovaciones
Recientemente, la experiencia ha adoptado el nombre de Voluntariado Misionero Salesiano (VMS), en línea con el énfasis de la Congregación en la dimensión espiritual y misionera. Algunas novedades introducidas:

Pre-voluntariado breve: durante las vacaciones escolares (diciembre-enero, Semana Santa y Pascua, y especialmente verano) los jóvenes pueden experimentar por períodos cortos la vida en comunidad y el compromiso de servicio, para tener un primer “aperitivo” de la experiencia.

Formación para la experiencia internacional: se ha establecido un proceso específico para preparar a los voluntarios a vivir la experiencia fuera de las fronteras nacionales.

Mayor énfasis en el acompañamiento espiritual: no solo “enviar a trabajar”, sino poner en el centro el encuentro con Dios, para que el voluntario descubra su propia vocación y misión.

Como subraya Margarita Aguilar, coordinadora del VMS en Guadalajara: “Un voluntario necesita tener las manos vacías para poder abrazar su misión con fe y esperanza en Dios.”

Motivaciones de los jóvenes
En la base de la experiencia VMS siempre está la pregunta: “¿Cuál es tu motivación para ser voluntario?”. Se pueden identificar tres grupos principales:

Motivación operativa/práctica: quienes creen que realizarán actividades concretas relacionadas con sus competencias (enseñar en una escuela, servir en un comedor, animar un oratorio). A menudo descubren que el voluntariado no es solo trabajo manual o didáctico y pueden sentirse decepcionados si esperaban una experiencia meramente instrumental.

Motivación ligada al carisma salesiano: exusuarios de obras salesianas que desean profundizar y vivir más intensamente el carisma, imaginando una experiencia intensa como un largo encuentro festivo del Movimiento Juvenil Salesiano, pero por un período prolongado.

Motivación espiritual: quienes desean compartir su experiencia de Dios y descubrirlo en los demás. A veces, sin embargo, esta “fidelidad” está condicionada por expectativas (por ejemplo, “sí, pero solo en esta comunidad” o “sí, pero si puedo volver para un evento familiar”), y es necesario ayudar al voluntario a madurar un “sí” libre y generoso.

Tres elementos clave del VMS
La experiencia de Voluntariado Misionero Salesiano se articula en tres dimensiones fundamentales:

Vida espiritual: Dios es el centro. Sin oración, sacramentos y escucha del Espíritu, la experiencia corre el riesgo de reducirse a un simple compromiso operativo, agotando al voluntario hasta el abandono.

Vida comunitaria: la comunión con los salesianos y con los demás miembros de la comunidad fortalece la presencia del voluntario entre niños, adolescentes y jóvenes. Sin comunidad no hay apoyo en los momentos difíciles ni contexto para crecer juntos.

Vida apostólica: el testimonio alegre y la presencia afectiva entre los jóvenes evangeliza más que cualquier actividad formal. No se trata solo de “hacer”, sino de “ser” sal y luz en el día a día.

Para vivir plenamente estas tres dimensiones, se necesita un camino de formación integral que acompañe al voluntario desde el inicio hasta el final, abrazando cada aspecto de la persona (humano, espiritual, vocacional) según la pedagogía salesiana y el mandato misionero.

El papel de la comunidad de acogida
El voluntario, para ser un instrumento auténtico de evangelización, necesita una comunidad que lo apoye, sea ejemplo y guía. De igual manera, la comunidad acoge al voluntario para integrarlo, apoyándolo en los momentos de fragilidad y ayudándolo a liberarse de ataduras que dificultan la entrega total. Como destaca Margarita: “Dios nos ha llamado a ser sal y luz de la Tierra y muchos de nuestros voluntarios han encontrado el valor de tomar un avión dejando atrás a la familia, los amigos, la cultura, su forma de vivir para elegir este estilo de vida centrado en ser misioneros.”

La comunidad ofrece espacios de diálogo, oración común, acompañamiento práctico y emocional, para que el voluntario pueda mantenerse firme en su elección y dar frutos en el servicio.

La historia del voluntariado misionero salesiano en Guadalajara es un ejemplo de cómo una experiencia puede crecer, estructurarse y renovarse aprendiendo de los errores y los éxitos. Poniendo siempre en el centro la motivación profunda del joven, la dimensión espiritual y comunitaria, se ofrece un camino capaz de transformar no solo las realidades servidas, sino también la vida de los propios voluntarios.
Nos dice Margarita Aguilar: “Un voluntario necesita tener las manos vacías para poder abrazar su misión con fe y esperanza en Dios.”

Agradecemos a Margarita por sus valiosas reflexiones: su testimonio nos recuerda que el voluntariado misionero no es un mero servicio, sino un camino de fe y crecimiento que toca la vida de los jóvenes y las comunidades, renovando la esperanza y el deseo de entregarse por amor a Dios y al prójimo.




Beatificación de Camille Costa de Beauregard. ¿Y después…?

La diócesis de Saboya y la ciudad de Chambéry vivieron tres jornadas históricas, el 16, 17 y 18 de mayo de 2025. Un relato de los hechos y las perspectivas futuras.

Las reliquias de Camille Costa de Beauregard fueron trasladadas desde Bocage a la iglesia de Notre-Dame (lugar del bautismo de Camille), el viernes 16 de mayo. Un magnífico cortejo recorrió las calles de la ciudad a partir de las ocho de la noche. Después de los cuernos de los Alpes, las gaitas tomaron el relevo para abrir la marcha, seguidas por una carroza florida que transportaba un retrato gigante del «padre de los huérfanos». Luego seguían las reliquias, sobre una camilla llevada por jóvenes estudiantes del liceo de Bocage, vestidos con magníficas sudaderas rojas en las que se podía leer esta frase de Camille: «Cuanto más alta es la montaña, mejor vemos lejos«. Varias centenas de personas de todas las edades desfilaban en un ambiente «bon enfant». A lo largo del recorrido, los curiosos, respetuosos, se detenían, asombrados, para ver pasar este inusual cortejo.

Al llegar a la iglesia de Notre-Dame, un sacerdote estaba allí para animar una vigilia de oración acompañada por los cantos de un hermoso coro de jóvenes. La ceremonia se desarrolló en un clima relajado pero recogido. Todos desfilaban, al final de la vigilia, para venerar las reliquias y confiar a Camille una intención personal. ¡Un momento muy hermoso!

Sábado 17 de mayo. ¡Gran día! Desde Pauline Marie Jaricot (beatificada en mayo de 2022), Francia no había conocido un nuevo «Beato». Así que toda la Región Apostólica estaba representada por sus obispos: Lyon, Annecy, Saint-Étienne, Valence, etc. A ellos se sumaron dos ex arzobispos de Chambéry: monseñor Laurent Ulrich, actualmente arzobispo de París, y monseñor Philippe Ballot, obispo de Metz. Dos obispos de Burkina Faso hicieron el viaje para participar en esta fiesta. Numerosos sacerdotes diocesanos vinieron a concelebrar, así como varios religiosos, entre ellos siete salesianos de Don Bosco. El nuncio apostólico en Francia, monseñor Celestino Migliore, tenía la misión de representar al cardenal Semeraro (Prefecto del Dicasterio para las causas de los santos), retenido en Roma para la entronización del papa León XIV. No hace falta decir que la catedral estaba llena, al igual que los capiteles, el atrio y Bocage: más de tres mil personas en total.

¡Qué emoción cuando, después de la lectura del decreto pontificio (firmado solo el día anterior por el papa León XIV) leído por don Pierluigi Cameroni, postulador de la causa, se reveló el retrato de Camille en la catedral! ¡Qué fervor en este gran navío! ¡Qué solemnidad acompañada por los cantos de un magnífico coro interdiocesano y por el gran órgano maravillosamente tocado por el maestro Thibaut Duré! En resumen, una ceremonia grandiosa para este humilde sacerdote que entregó toda su vida al servicio de los más pequeños.

Un reportaje fue asegurado por RCF Savoie (una emisora regional francesa que forma parte de la red RCF, Radios Cristianas Francófonas) con entrevistas a diversas personalidades involucradas en la defensa de la causa de Camille, y por otro lado, por el canal KTO (el canal televisivo católico de lengua francesa) que transmitió en directo esta magnífica celebración.

Una tercera jornada, el domingo 18 de mayo, coronó esta fiesta. Se celebró en Bocage, bajo una gran carpa; fue una misa de acción de gracias presidida por monseñor Thibault Verny, arzobispo de Chambéry, rodeado por los dos obispos africanos, el provincial de los salesianos y algunos sacerdotes, entre ellos el padre Jean François Chiron (presidente, desde hace trece años, del Comité Camille creado por monseñor Philippe Ballot), quien pronunció una homilía notable. Una multitud considerable acudió a participar y a rezar. Al final de la misa, una rosa «Camille Costa de Beauregard fundador de Bocage» fue bendecida por el padre Daniel Féderspiel, inspector de los salesianos de Francia (esta rosa, elegida por los exalumnos, ofrecida a las personalidades presentes, está a la venta en los invernaderos de Bocage).

Después de la ceremonia, los cuernos de los Alpes ofrecieron un concierto hasta el momento en que el papa León, durante su discurso, en el momento del Regina Coeli, declaró estar muy alegre por la primera beatificación de su pontificado, el sacerdote de Chambéry Camille Costa de Beauregard. ¡Trueno de aplausos bajo la carpa!

Por la tarde, varios grupos de jóvenes de Bocage, liceo y casa de los niños, o scouts, se sucedieron en el podio para animar un momento recreativo. ¡Sí! ¡Qué fiesta!

¿Y ahora? ¿Todo ha terminado? ¿O hay un después, una continuación?

La beatificación de Camille es solo una etapa en el proceso de canonización. El trabajo continúa y están llamados a contribuir. ¿Qué queda por hacer? Dar a conocer cada vez mejor la figura del nuevo beato a nuestro alrededor, con múltiples medios, porque es necesario que muchos recen para que su intercesión nos obtenga una nueva curación inexplicable para la ciencia, lo que permitiría considerar un nuevo proceso y una rápida canonización. La santidad de Camille sería entonces presentada al mundo entero. ¡Es posible, hay que creerlo! ¡No nos detengamos a mitad de camino!

Disponemos de varios medios, como:
– el libro Camille Costa de Beauregard. La noblesse du coeur, de Françoise Bouchard, Ediciones Salvator;
– el libro Prier 15 jours avec Camille Costa de Beauregard, del padre Paul Ripaud, Ediciones Nouvelle Cité;
– un cómic: Bienheureux Camille Costa de Beauregard, de Gaëtan Evrard, Ediciones Triomphe;
– los videos para descubrir en el sitio de «Amis de Costa», y el de la beatificación;
– las visitas a los lugares de memoria, en Bocage en Chambéry; son posibles contactando tanto con la recepción de Bocage como directamente con el señor Gabriel Tardy, director de la Maison des Enfants.

A todos, gracias por apoyar la causa del beato Camille, ¡se lo merece!

don Paul Ripaud, sdb




Visita a la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en Roma (también en 3D)

La Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en Roma es una iglesia destacada para la ciudad, situada en el barrio de Castro Pretorio, en la vía Marsala, al otro lado de la calle de la Estación Termini. Es sede parroquial y también título cardenalicio, ya que junto a ella se encuentra la Sede Central de la Congregación Salesiana. Celebra su fiesta patronal precisamente en la solemnidad del Sagrado Corazón. Su ubicación cerca de Termini la convierte en un punto visible y reconocible para quienes llegan a la ciudad, con la estatua dorada en el campanario que se recorta en el horizonte como símbolo de bendición para residentes y viajeros.

Orígenes e historia
La idea de construir una iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús se remonta al papa Pío IX, quien en 1870 colocó la primera piedra de un edificio inicialmente destinado en honor a San José; sin embargo, ya en 1871 el pontífice decidió dedicar la nueva iglesia al Sagrado Corazón de Jesús. Fue la segunda gran iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús después de la de Lisboa, Portugal, iniciada en 1779 y consagrada en 1789, y antes de la famosa SacréCœur de Montmartre, París, Francia, iniciada en 1875 y consagrada en 1919.
La construcción comenzó en condiciones difíciles: con la anexión de Roma al Reino de Italia (1870), los trabajos se interrumpieron por falta de fondos. Fue solo gracias a la intervención de San Juan Bosco, por invitación del pontífice, que la construcción pudo reanudarse definitivamente en 1880, gracias a su esfuerzo sacrificado para recaudar donaciones en Europa y reunir recursos para completar el edificio. El arquitecto encargado fue Francesco Vespignani, ya “Arquitecto de los Sacros Palacios” bajo León XIII, quien llevó a cabo el proyecto. La consagración tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, sellando el fin de la primera fase constructiva.

Desde su edificación, la iglesia ha tenido una función parroquial: la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús en Castro Pretorio fue instituida el 2 de febrero de 1879 con decreto vicario “Postremis hisce temporibus”. Posteriormente, el papa Benedicto XV la elevó a la dignidad de basílica menor el 11 de febrero de 1921, con la carta apostólica “Pia societas”. En época más reciente, el 5 de febrero de 1965, el papa Pablo VI instituyó el título cardenalicio del Sagrado Corazón de Jesús en Castro Pretorio. Entre los cardenales titulares recordamos a Maximilien de Fürstenberg (1967–1988), Giovanni Saldarini (1991–2011) y Giuseppe Versaldi (desde 2012 hasta hoy). El título cardenalicio refuerza el vínculo de la basílica con la Curia papal, contribuyendo a mantener viva la atención sobre la importancia del culto al Sagrado Corazón y la espiritualidad salesiana.
Arquitectura
La fachada se presenta en estilo neorrenacentista, con líneas sobrias y proporciones equilibradas, típicas del renacimiento tardío en la arquitectura eclesiástica de finales del siglo XIX. El campanario, concebido en el proyecto original de Vespignani, permaneció incompleto hasta 1931, cuando se colocó en la cima la imponente estatua dorada del Sagrado Corazón bendiciendo, donada por los exalumnos salesianos en Argentina: visible desde gran distancia, constituye un signo identificativo de la basílica y un símbolo de acogida para quienes llegan a Roma a través de la estación ferroviaria cercana.

El interior se articula según una planta de cruz latina con tres naves, separadas por ocho columnas y dos pilares de granito gris que sostienen arcos de medio punto, e incluye transepto y cúpula central. La nave central y las naves laterales están cubiertas por un techo artesonado, con lunetos decorados en el registro central. Las proporciones internas son armoniosas: el ancho de la nave central de aproximadamente 14 metros y la longitud de 70 metros crean un efecto de amplitud solemne, mientras que las columnas de granito, con vetas marcadas, confieren un carácter de sólida majestuosidad.
La cúpula central, visible desde el interior con sus frescos y lunetos, atrae la luz natural a través de ventanas en la base y aporta verticalidad al espacio litúrgico. En las capillas laterales se conservan pinturas del pintor romano Andrea Cherubini, quien realizó escenas devocionales en sintonía con la dedicación al Sagrado Corazón.
Además de las pinturas de Andrea Cherubini, la basílica conserva varias obras de arte sacro: estatuas de madera o mármol que representan a la Virgen, a los santos patronos de la Congregación Salesiana y a figuras carismáticas como San Juan Bosco.

Los ambientes de San Juan Bosco en Roma
Un elemento de gran valor histórico y devocional lo constituyen las “Habitaciones de Don Bosco” en la parte trasera de la basílica, un espacio donde San Juan Bosco se alojó nueve de las veinte veces que estuvo presente en Roma. Originalmente dos habitaciones separadas —estudio y dormitorio con altar portátil—, luego se unieron para acoger peregrinos y grupos en oración, constituyendo un lugar de memoria viva de la presencia del fundador de los Salesianos. Aquí se conservan objetos personales y reliquias que recuerdan milagros atribuidos al santo en ese período. Este espacio ha sido renovado recientemente y sigue atrayendo peregrinos, estimulando reflexiones sobre la espiritualidad y la dedicación de Bosco hacia los jóvenes.
La basílica y los edificios anexos son propiedad de la Congregación Salesiana, que ha hecho de este lugar uno de los centros neurálgicos de su presencia romana: desde la estancia de don Bosco, el edificio junto a la iglesia albergaba la casa de los Salesianos y posteriormente se convirtió en sede de escuelas, oratorios y servicios para jóvenes. Hoy la estructura acoge, además de las actividades litúrgicas, un trabajo significativo dirigido a migrantes y jóvenes en dificultad. Desde 2017, el complejo es también la Sede Central del gobierno de la Congregación Salesiana.

Devoción al Sagrado Corazón y celebraciones litúrgicas
La dedicación al Sagrado Corazón de Jesús se traduce en prácticas devocionales específicas: la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón, celebrada el viernes siguiente a la octava del Corpus Christi, se vive con solemnidad en la basílica, con novenas, celebraciones eucarísticas, adoración eucarística y procesión. La piedad popular alrededor del Sagrado Corazón —difundida especialmente desde el siglo XIX con la aprobación de la devoción por parte de Pío IX y León XIII— encuentra en este lugar un punto de referencia en Roma, atrayendo fieles para oraciones de reparación, entrega y agradecimiento.

Para el Jubileo de 2025, a la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús se le ha concedido el privilegio de la indulgencia plenaria, como a todas las demás iglesias del Iter Europaeum.
Recordemos que para celebrar el 50º aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Unión Europea y la Santa Sede (1970-2020), se realizó un proyecto de la Delegación de la Unión Europea ante la Santa Sede y las 28 embajadas de los Estados miembros acreditados ante la Santa Sede. Este proyecto consistió en un recorrido litúrgico y cultural en el que cada país señalaba una iglesia o basílica de Roma a la que está particularmente ligado por motivos históricos, artísticos o de tradición de acogida de peregrinos provenientes de ese país. El objetivo principal era doble: por un lado, favorecer el conocimiento mutuo entre ciudadanos europeos y estimular una reflexión sobre las raíces cristianas comunes; por otro, ofrecer a peregrinos y visitantes una herramienta para descubrir espacios religiosos menos conocidos o con significados particulares, haciendo emerger las conexiones de la Iglesia con toda Europa. Ampliando la perspectiva, la iniciativa fue luego retomada en el marco de los caminos jubilares vinculados al Jubileo de Roma 2025, con el nombre latino “Iter Europaeum”, incluyendo el recorrido entre los caminos oficiales de la Ciudad Santa.
El Iter Europaeum prevé paradas en las 28 iglesias y basílicas de Roma, cada una “adoptada” por un Estado miembro de la Unión Europea. La Basílica del Sagrado Corazón de Jesús fue “adoptada” por Luxemburgo. Las iglesias del Iter Europaeum se pueden ver AQUÍ.
Visita a la Basílica
La Basílica se puede visitar físicamente, pero también virtualmente.

Para una visita virtual en 3D haga clic AQUÍ.

Para una visita virtual guiada pueden seguir los siguientes enlaces:

1. Introducción
2. La historia
3. Fachada
4. Campanario
5. Nave central
6. Pared interior de la fachada
7. Suelo
8. Columnas
9. Paredes de la nave central
10. Techo 1
11. Techo 2
12. Transepto
13. Vidrieras del transepto
14. Altar mayor
15. Presbiterio
16. Cúpula
17. Coro Don Bosco
18. Naves laterales
19. Confesionarios
20. Altares de la nave lateral derecha
21. Frescos de las naves laterales
22. Cúpulas de la nave izquierda
23. Baptisterio
24. Altares de la nave lateral izquierda
25. Frescos de las cúpulas de la nave izquierda
26. Sacristía
27. “Habitaciones” de Don Bosco (versión anterior)
28. Museo de Don Bosco (versión anterior)

La Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en Castro Pretorio es un ejemplo de arquitectura neorrenacentista ligada a acontecimientos históricos marcados por crisis y renacimientos. La combinación de elementos artísticos, arquitectónicos e históricos —desde las columnas de granito hasta las decoraciones pictóricas, desde la célebre estatua en el campanario hasta las Habitaciones de don Bosco— convierte este lugar en un destino de peregrinación espiritual y cultural. Su ubicación cerca de la Estación Termini lo convierte en un signo de acogida para quienes llegan a Roma, mientras que las actividades pastorales dirigidas a los jóvenes continúan encarnando el espíritu de San Juan Bosco: un corazón abierto al servicio, a la formación y a la espiritualidad encarnada. Imperdible.




Entrevista al Rector Mayor, Don Fabio Attard

Hemos entrevistado en exclusiva al Rector Mayor de los Salesianos, Don Fabio Attard, repasando las etapas fundamentales de su vocación y su trayectoria humana y espiritual. Su vocación nació en el oratorio y se consolidó a través de un rico itinerario formativo que lo llevó de Irlanda a Túnez, de Malta a Roma. De 2008 a 2020 fue Consejero General para la Pastoral Juvenil, cargo que desempeñó con una visión multicultural adquirida a través de experiencias en diferentes contextos. Su mensaje central es la santidad como fundamento de la acción educativa salesiana: «Me gustaría ver una Congregación más santa», afirma, subrayando que la eficiencia profesional debe arraigarse en la identidad consagrada.

¿Cuál es tu historia vocacional?
Nací en Gozo, Malta, el 23 de marzo de 1959, quinto de siete hijos. Cuando nací, mi padre era farmacéutico en un hospital, mientras que mi madre había montado una pequeña tienda de telas y confección, que con el tiempo creció hasta convertirse en una pequeña cadena de cinco tiendas. Era una mujer muy trabajadora, pero el negocio siempre fue familiar.

Fui a la escuela primaria y secundaria locales. Un aspecto muy bonito y particular de mi infancia es que mi padre era catequista laico en el oratorio, que hasta 1965 había sido dirigido por los salesianos. De joven, él había frecuentado ese oratorio y luego se había quedado allí como único catequista laico. Cuando yo empecé a frecuentarlo, a los seis años, los salesianos acababan de abandonar la obra. Tomó el relevo un joven sacerdote (que todavía vive) que continuó las actividades del oratorio con el mismo espíritu salesiano, ya que él mismo había vivido allí como seminarista.
Se seguía con el catecismo, la bendición eucarística diaria, el fútbol, el teatro, el coro, las excursiones, las fiestas… todo lo que se vive normalmente en un oratorio. Había muchos niños y jóvenes, y yo crecí en ese ambiente. En práctica, mi vida transcurría entre la familia y el oratorio. También era monaguillo en mi parroquia. Así, al terminar la escuela secundaria, me orienté hacia el sacerdocio, porque desde niño tenía este deseo en el corazón.

Hoy me doy cuenta de lo mucho que me influyó aquel joven sacerdote, al que miraba con admiración: siempre estaba con nosotros en el patio, en las actividades del oratorio. Sin embargo, en aquella época los salesianos ya no estaban allí. Así que ingresé en el seminario, donde en aquel entonces se hacían dos años de preparación como internos. Durante el tercer año, que correspondía al primer año de filosofía, conocí a un amigo de la familia de unos 35 años, una vocación adulta, que había ingresado como aspirante salesiano (hoy sigue vivo y es coadjutor). Cuando dio ese paso, se encendió una llama dentro de mí. Y con la ayuda de mi director espiritual, comencé un discernimiento vocacional.
Fue un camino importante, pero también exigente: tenía 19 años, pero ese guía espiritual me ayudó a buscar la voluntad de Dios, y no simplemente la mía. Así, el último año, el cuarto de filosofía, en lugar de seguirlo al seminario, lo viví como aspirante salesiano, completando los dos años de filosofía requeridos.

En mi familia, el ambiente estaba muy marcado por la fe. Asistíamos todos los días a misa, rezábamos el rosario en casa, estábamos muy unidos. Incluso hoy, aunque nuestros padres están en el cielo, mantenemos esa misma unidad entre hermanos y hermanas.

Otra experiencia familiar que me marcó profundamente, aunque solo me di cuenta con el tiempo. Mi hermano, el segundo de la familia, murió a los 25 años por insuficiencia renal. Hoy, con los avances de la medicina, seguiría vivo gracias a la diálisis y los trasplantes, pero entonces no había tantas posibilidades. Estuve a su lado durante los últimos tres años de su vida: compartíamos la misma habitación y a menudo le ayudaba por la noche. Era un joven sereno, alegre, que vivió su fragilidad con una alegría extraordinaria.
Tenía 16 años cuando murió. Han pasado cincuenta años, pero cuando pienso en aquella época, en aquella experiencia cotidiana de cercanía, hecha de pequeños gestos, reconozco lo mucho que marcó mi vida.

Nací en una familia donde había fe, sentido del trabajo y responsabilidad compartida. Mis padres son para mí dos ejemplos extraordinarios: vivieron con gran fe y serenidad la cruz, sin hacer pesar nunca nada a nadie, y al mismo tiempo supieron transmitir la alegría de la vida familiar. Puedo decir que tuve una infancia muy bonita. No éramos ricos ni pobres, pero siempre sobrios y discretos. Nos enseñaron a trabajar, a administrar bien los recursos, a no malgastar, a vivir con dignidad, con elegancia y, sobre todo, con atención a los pobres y a los enfermos.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando tomaste la decisión de seguir la vocación consagrada?
Había llegado el momento en que, junto con mi director espiritual, habíamos aclarado que mi camino era el de los salesianos. También tenía que comunicárselo a mis padres. Recuerdo que era una tarde tranquila, estábamos cenando juntos, solo nosotros tres. En un momento dado, dije: «Quiero decirles algo: he discernido y he decidido entrar en los salesianos».

Mi padre se puso muy contento. Me respondió enseguida: «Que el Señor te bendiga». Mi madre, en cambio, se echó a llorar, como suelen hacer todas las madres. Me preguntó: «¿Entonces te vas?». Pero mi padre intervino con dulzura y firmeza: «Se vaya o no, este es su camino».
Me bendijeron y me animaron. Son momentos que quedan grabados para siempre.
Recuerdo especialmente lo que ocurrió al final de la vida de mis padres. Mi padre murió en 1997 y, seis meses después, a mi madre le diagnosticaron un tumor incurable.

En aquella época, mis superiores me habían pedido que fuera profesor a la Universidad Pontificia Salesiana (UPS), pero no sabía qué decisión tomar. Mi madre no estaba bien, estaba a punto de morir. Hablando con mis hermanos, me dijeron: «Haz lo que te piden tus superiores».
Estaba en casa y se lo comenté: «Mamá, mis superiores me piden que me vaya a Roma».
Ella, con la lucidez de una verdadera madre, me respondió: «Escucha, hijo mío, si dependiera de mí, te pediría que te quedaras aquí, porque no tengo a nadie más y no querría ser una carga para tus hermanos. Pero…», y aquí dijo una frase que llevo en mi corazón, «tú no eres mío, tú perteneces a Dios. Haz lo que te digan tus superiores».

Esa frase, pronunciada un año antes de su muerte, es para mí un tesoro, una herencia preciosa. Mi madre era una mujer inteligente, sabia, perspicaz: sabía que la enfermedad la llevaría al final, pero en ese momento supo ser libre interiormente. Libre para decir palabras que confirmaban una vez más el don que ella misma había hecho a Dios: ofrecer un hijo a la vida consagrada.
La reacción de mi familia, desde el principio hasta el final, estuvo siempre marcada por un profundo respeto y un gran apoyo. Y aún hoy, mis hermanos y hermanas siguen manteniendo este espíritu.

¿Cuál ha sido tu trayectoria formativa desde el noviciado hasta hoy?
Ha sido un camino muy rico y variado. Empecé el prenoviciado en Malta y luego hice el noviciado en Dublín, Irlanda. Una experiencia realmente bonita.
Después del noviciado, mis compañeros se trasladaron a Maynooth para estudiar filosofía en la universidad, pero yo ya la había completado anteriormente. Por eso, los superiores me pidieron que me quedara un año más en el noviciado, donde enseñé italiano y latín. Posteriormente, volví a Malta para realizar dos años de prácticas, que fueron muy bonitos y enriquecedores.

Después me enviaron a Roma para estudiar teología en la Universidad Pontificia Salesiana, donde pasé tres años extraordinarios. Esos años me abrieron mucho la mente. Vivíamos en la residencia con cuarenta hermanos procedentes de veinte países diferentes: Asia, Europa, América Latina… incluso el cuerpo docente era internacional. Era mediados de los años 80, unos veinte años después del Concilio Vaticano II, y todavía se respiraba mucho entusiasmo: había animados debates teológicos, la teología de la liberación, el interés por el método y la praxis. Esos estudios me enseñaron a leer la fe no solo como contenido intelectual, sino como una opción de vida.

Después de esos tres años, continué con otros dos de especialización en teología moral en la Academia Alfonsiana, con los padres redentoristas. Allí también conocí a figuras importantes, como el famoso Bernhard Häring, con quien entablé una amistad personal y al que visitaba regularmente cada mes para conversar con él. Fueron cinco años en total, entre el bachillerato y la licenciatura, que me formaron profundamente desde el punto de vista teológico.

Posteriormente, me ofrecí para las misiones y mis superiores me enviaron a Túnez, junto con otro salesiano, para restablecer la presencia salesiana en el país. Nos hicimos cargo de una escuela gestionada por una congregación femenina que, al no tener más vocaciones, estaba a punto de cerrar. Era una escuela con 700 alumnos, por lo que tuvimos que aprender francés y también árabe. Para prepararnos, pasamos unos meses en Lyon, Francia, y luego nos dedicamos al estudio del árabe.
Me quedé allí tres años. Fue otra gran experiencia, porque nos encontramos viviendo la fe y el carisma salesiano en un contexto en el que no se podía hablar explícitamente de Jesús. Sin embargo, era posible construir itinerarios educativos basados en valores humanos: respeto, disponibilidad, verdad. Nuestro testimonio era silencioso pero elocuente. En ese entorno aprendí a conocer y amar el mundo musulmán. Todos —estudiantes, profesores y familias— eran musulmanes y nos acogieron con gran calidez. Nos hicieron sentir parte de su familia. He vuelto varias veces a Túnez y siempre he encontrado el mismo respeto y aprecio, más allá de nuestra pertenencia religiosa.

Después de esa experiencia, regresé a Malta y trabajé durante cinco años en el ámbito social. En concreto, en una casa salesiana que acoge a jóvenes que necesitan un acompañamiento educativo más atento, incluso en régimen residencial.

Tras estos ocho años en total de pastoral (entre Túnez y Malta), se me ofreció la posibilidad de completar el doctorado. Decidí volver a Irlanda, porque el tema estaba relacionado con la conciencia según el pensamiento del cardenal John Henry Newman, hoy santo. Una vez terminado el doctorado, el Rector Mayor de entonces, don Juan Edmundo Vecchi, de feliz memoria, me pidió que entrara como profesor de teología moral en la Universidad Pontificia Salesiana.

Mirando todo mi camino, desde el aspirantado hasta el doctorado, puedo decir que ha sido un conjunto de experiencias no solo de contenidos, sino también de contextos culturales muy diferentes. Doy gracias al Señor y a la Congregación por haberme ofrecido la posibilidad de vivir una formación tan variada y rica.

Entonces, sabes maltés porque es tu lengua materna, inglés porque es la segunda lengua en Malta, latín porque lo has enseñado, italiano porque has estudiado en Italia, francés y árabe porque has estado en Manouba, en Túnez… ¿Cuántas lenguas sabes?
Cinco, seis idiomas, más o menos. Pero cuando me preguntan por los idiomas, siempre digo que son coincidencias históricas.

En Malta crecemos con dos idiomas: el maltés y el inglés, y en la escuela se estudia un tercer idioma. En mi época también se enseñaba italiano. Además, me daban bien los idiomas, así que elegí también el latín. Más tarde, al ir a Túnez, fue necesario aprender francés y también árabe.
En Roma, al vivir con muchos estudiantes de español, el oído se acostumbra, y cuando fui elegido Consejero para la Pastoral Juvenil, profundicé un poco en el español, que es un idioma muy bonito.
Todas las lenguas son hermosas. Por supuesto, aprenderlas requiere esfuerzo, estudio y práctica. Hay quienes tienen más facilidad y quienes menos: es una cuestión de disposición personal. Pero no es un mérito ni una culpa. Es simplemente un don, una predisposición natural.

Desde 2008 hasta 2020 has sido Consejero General de Pastoral Juvenil durante dos mandatos. ¿Cómo te ha ayudado tu experiencia en esta misión?
Cuando el Señor nos confía una misión, llevamos con nosotros todo el bagaje de experiencias que hemos acumulado a lo largo del tiempo.

Al haber vivido en diferentes contextos culturales, no corría el riesgo de verlo todo a través del filtro de una sola cultura. Soy europeo, vengo del Mediterráneo, de un país que fue colonia inglesa, pero he tenido la gracia de vivir en comunidades internacionales y multiculturales.

Los años de estudio en la UPS también me han ayudado mucho. Teníamos profesores que no se limitaban a transmitir contenidos, sino que nos enseñaban a sintetizar, a construir un método. Por ejemplo, si estudiábamos historia de la Iglesia, comprendíamos lo esencial que era para entender la patrística. Si abordábamos la teología bíblica, aprendíamos a relacionarla con la teología sacramental, con la moral, con la historia de la espiritualidad. En definitiva, nos enseñaban a pensar de forma orgánica.
Esta capacidad de síntesis, esta arquitectura del pensamiento, se convierte luego en parte de tu formación personal. Cuando estudias teología, aprendes a identificar puntos fijos y a conectarlos. Y lo mismo ocurre con una propuesta pastoral, pedagógica o filosófica. Cuando te encuentras con personas de gran profundidad, absorbes no solo lo que dicen, sino también cómo lo dicen, y eso forma tu estilo.

Otro elemento importante es que, en el momento de mi elección, ya había vivido experiencias en entornos misioneros, donde la religión católica era prácticamente inexistente, y había trabajado con personas marginadas y vulnerables. También había adquirido cierta experiencia en el mundo universitario y, paralelamente, me había dedicado mucho al acompañamiento espiritual.

Además, entre 2005 y 2008, justo después de la experiencia en la UPS, la Arquidiócesis de Malta me pidió que fundara un Instituto de Formación Pastoral, a raíz de un Sínodo diocesano que había reconocido su necesidad. El arzobispo me confió la tarea de ponerlo en marcha desde cero. Lo primero que hice fue formar un equipo con sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. Creamos un nuevo método formativo, que todavía se utiliza hoy en día. El instituto sigue funcionando muy bien y, en cierto modo, esa experiencia fue una preparación muy valiosa para el trabajo que realicé posteriormente en la pastoral juvenil.

Desde el principio siempre he creído en el trabajo en equipo y en la colaboración con los laicos. Mi primera experiencia como director fue precisamente en este estilo: un equipo educativo estable, hoy diríamos una CEP (Comunidad Educativa Pastoral), con reuniones sistemáticas, no ocasionales. Nos reuníamos cada semana con los educadores y los profesionales. Y este enfoque, que con el tiempo se ha convertido en un método, ha seguido siendo una referencia para mí.

A todo esto se suma la experiencia académica: seis años como profesor en la Universidad Pontificia Salesiana, donde llegaban estudiantes de más de cien países, y luego como examinador y director de tesis doctorales en la Academia Alfonsiana.
Creo que todo ello me ha preparado para vivir esa responsabilidad con lucidez y visión.
Así, cuando la Congregación, durante el Capítulo General de 2008, me pidió que asumiera este cargo, ya llevaba conmigo una visión amplia y multicultural. Y esto me ayudó, porque reunir la diversidad no me resultaba difícil: era parte de la normalidad. Por supuesto, no se trataba simplemente de hacer una «macedonia» de experiencias: había que encontrar los hilos conductores, dar coherencia y unidad.

Lo que he podido vivir como Consejero General no ha sido un mérito personal. Creo que cualquier salesiano, si hubiera tenido las mismas oportunidades y el apoyo de la Congregación, podría haber vivido experiencias similares y haber aportado su contribución con generosidad.

¿Hay alguna oración, una buena noche salesiana, una costumbre que nunca falta?
La devoción a María. En casa crecimos con el rosario diario, rezado en familia. No era una obligación, era algo natural: lo hacíamos antes de comer, porque siempre comíamos juntos. Entonces era posible. Hoy quizá lo sea menos, pero entonces se vivía así: la familia reunida, la oración compartida, la mesa común.
Al principio quizá no me daba cuenta de lo profunda que era esa devoción mariana. Pero con el paso de los años, cuando se empieza a distinguir lo esencial de lo secundario, comprendí cuánto había acompañado esa presencia materna a mi vida.
La devoción a María se expresa de diversas formas: el rosario diario, cuando es posible; un momento de recogimiento ante una imagen o una estatua de la Virgen; una oración sencilla, pero hecha con el corazón. Son gestos que acompañan el camino de la fe.

Naturalmente hay algunos puntos fijos: la Eucaristía diaria y la meditación diaria. Son pilares que no se discuten, se viven. No solo porque somos consagrados, sino porque somos creyentes. Y la fe solo se vive alimentándola.
Cuando la alimentamos, crece en nosotros. Y solo si crece en nosotros, podemos ayudar a que crezca también en los demás. Para nosotros, que somos educadores, es evidente: si nuestra fe no se traduce en vida concreta, todo lo demás se convierte en fachada.
Estas prácticas —la oración, la meditación, la devoción— no están reservadas a los santos. Son expresión de honestidad. Si he tomado una decisión de fe, también tengo la responsabilidad de cultivarla. De lo contrario, todo se reduce a algo exterior, aparente. Y esto, con el tiempo, no se sostiene.

Si pudieras volver atrás, ¿tomarías las mismas decisiones?
Por supuesto que sí. En mi vida ha habido momentos muy difíciles, como le pasa a todo el mundo. No quiero pasar por la «víctima de turno». Creo que toda persona, para crecer, debe atravesar fases de oscuridad, momentos de desolación, de soledad, de sentirse traicionada o acusada injustamente. Y yo he vivido esos momentos. Pero he tenido la gracia de tener a mi lado a un director espiritual.

Cuando se viven ciertas dificultades acompañados por alguien, se intuye que todo lo que Dios permite tiene un sentido, un propósito. Y cuando se sale de ese «túnel», se descubre que se es una persona diferente, más madura. Es como si, a través de esa prueba, nos transformáramos.
Si me hubiera quedado solo, habría corrido el riesgo de tomar decisiones equivocadas, sin visión, cegado por la fatiga del momento. Cuando se está enfadado, cuando se siente uno solo, no es momento de decidir. Es momento de caminar, de pedir ayuda, de dejarse acompañar.
Vivir ciertos momentos con la ayuda de alguien es como ser una masa puesta en el horno: el fuego la cuece, la madura. Por eso, a la pregunta de si cambiaría algo, mi respuesta es: no. Porque incluso los momentos más difíciles, incluso aquellos que no entendía, me han ayudado a convertirme en la persona que soy hoy.
¿Me siento una persona perfecta? No. Pero siento que estoy en camino, cada día, tratando de vivir ante la misericordia y la bondad de Dios.
Y hoy, mientras concedo esta entrevista, puedo decir con sinceridad que me siento feliz. Quizás aún no he comprendido plenamente lo que significa ser Rector Mayor —se necesita tiempo—, pero sé que es una misión, no un paseo. Conlleva sus dificultades. Sin embargo, me siento amado y estimado por mis colaboradores y por toda la Congregación.
Y todo lo que soy hoy, lo soy gracias a lo que he vivido, incluso en los momentos más difíciles. No los cambiaría. Me han hecho ser quien soy.

¿Tienes algún proyecto que te importe especialmente?
Sí. Si cierro los ojos e imagino algo que realmente deseo, me gustaría ver una Congregación más santa. Más santa. Más santa.
Me inspiró profundamente la primera carta de don Pascual Chávez de 2002, titulada «Sed santos». Esa carta me tocó dentro, me dejó huella.
Los proyectos son muchos, y todos válidos, bien estructurados, con visiones amplias y profundas. Pero ¿qué valor tienen si los llevan a cabo personas que no son santas? Podemos hacer un trabajo excelente, podemos incluso ser apreciados —y esto, en sí mismo, no es negativo—, pero no trabajamos para alcanzar el éxito. Nuestro punto de partida es una identidad: somos personas consagradas.
Lo que proponemos solo tiene sentido si nace de ahí. Está claro que deseamos que nuestros proyectos tengan éxito, pero aún más deseamos que aporten gracia, que toquen a las personas en lo más profundo. No basta con ser eficientes. Debemos ser eficaces, en el sentido más profundo: eficaces en el testimonio, en la identidad, en la fe.

La eficiencia puede existir incluso sin ninguna referencia religiosa. Podemos ser excelentes profesionales, pero eso no basta. Nuestra consagración no es un detalle: es el fundamento. Si se vuelve marginal, si la dejamos de lado para dar espacio a la eficiencia, entonces perdemos nuestra identidad.
Y la gente nos observa. En las escuelas salesianas se reconoce que los resultados son buenos, y eso es bueno. Pero ¿nos reconocen también como hombres de Dios? Esa es la pregunta.
Si solo nos ven como buenos profesionales, entonces solo somos eficientes. Pero nuestra vida debe alimentarse de Él —el Camino, la Verdad y la Vida— y no de lo que «yo pienso», «yo quiero» o «me parece».

Por eso, más que hablar de un proyecto personal, prefiero hablar de un deseo profundo: llegar a ser santos. Y hablar de ello de manera concreta, no idealizada.
Cuando Don Bosco hablaba a sus chicos de estudio, salud y santidad, no se refería a una santidad hecha solo de oración en la capilla. Pensaba en una santidad vivida en la relación con Dios y alimentada por la relación con Dios. La santidad cristiana es el reflejo de esta relación viva y cotidiana.

¿Qué consejo le darías a un joven que se pregunta sobre su vocación?
Le diría que descubra, paso a paso, cuál es el proyecto de Dios para él.
El camino vocacional no es una pregunta que se hace uno mismo y luego se espera una respuesta inmediata por parte de la Iglesia. Es una peregrinación. Cuando un chico me dice: «No sé si hacerme salesiano o no», trato de alejarlo de esa formulación. Porque no se trata simplemente de decidir: «Me hago salesiano». La vocación no es una opción en relación con una «cosa».
También en mi propia experiencia, cuando le dije a mi director espiritual: «Quiero ser salesiano, tengo que serlo», él, con mucha calma, me hizo reflexionar: «¿Es realmente la voluntad de Dios? ¿O es solo un deseo tuyo?»

Y es justo que un joven busque lo que desea, es algo sano. Pero quien lo acompaña tiene la tarea de educar esa búsqueda, de transformarla de entusiasmo inicial en camino de maduración interior.
«¿Quieres hacer el bien? Bien. Entonces conócete a ti mismo, reconoce que eres amado por Dios».
Solo a partir de esa relación profunda con Dios puede surgir la verdadera pregunta: «¿Cuál es el proyecto de Dios para mí?».
Porque lo que hoy deseo, mañana puede que ya no me baste. Si la vocación se reduce a lo que «me gusta», entonces será algo frágil. La vocación es, en cambio, una voz interior que interpela, que pide entrar en diálogo con Dios y responder.
Cuando un joven llega a este punto, cuando es acompañado a descubrir ese espacio interior donde habita Dios, entonces comienza realmente a caminar.
Por eso, quien acompaña debe ser muy atento, profundo, paciente. Nunca superficial.
El Evangelio de Emaús es una imagen perfecta: Jesús se acerca a los dos discípulos, los escucha aunque sabe que están hablando con confusión. Luego, después de escucharlos, comienza a hablar. Y ellos, al final, lo invitan: «Quédate con nosotros, porque se hace tarde».
Y lo reconocen en el gesto de partir el pan. Luego se dicen: «¿No ardía nuestro corazón mientras él nos hablaba por el camino?».

Hoy muchos jóvenes están en búsqueda. Nuestra tarea, como educadores, es no ser precipitados. Sino ayudarles, con calma y gradualidad, a descubrir la grandeza que ya hay en su corazón. Porque allí, en esa profundidad, encuentran a Cristo. Como dice san Agustín: «Tú estabas dentro de mí, y yo fuera. Y allí te buscaba».

¿Tienes algún mensaje que transmitir hoy a la Familia Salesiana?
Es el mismo mensaje que he compartido estos días, durante el encuentro de la Consulta de la Familia Salesiana: La fe. Arraigarnos cada vez más en la persona de Cristo.
De este arraigo nace un conocimiento auténtico de Don Bosco. Los primeros salesianos, cuando quisieron escribir un libro sobre el verdadero Don Bosco, no lo titularon «Don Bosco apóstol de los jóvenes», sino «Don Bosco con Dios», un texto escrito por Don Eugenio Ceria en 1929.
Y esto nos hace reflexionar. Porque ellos, que lo habían visto en acción todos los días, no eligieron destacar al Don Bosco incansable, organizador, educador. No, quisieron contar al Don Bosco profundamente unido a Dios.
Quienes lo conocieron bien no se detuvieron en las apariencias, sino que fueron a la raíz: Don Bosco era un hombre inmerso en Dios.
A la Familia Salesiana les digo: hemos recibido un tesoro. Un don inmenso. Pero todo don conlleva una responsabilidad.
En mi discurso final dije: «No basta con amar a Don Bosco, hay que conocerlo».
Y solo podemos conocerlo verdaderamente si somos personas de fe.

Debemos mirarlo con los ojos de la fe. Solo así podemos encontrar al creyente que fue Don Bosco, en quien actuó con fuerza el Espíritu Santo: con dýnamis, con cháris, con carisma, con gracia.
No podemos limitarnos a repetir algunas de sus máximas o a contar sus milagros. Porque corremos el riesgo de quedarnos en las anécdotas de Don Bosco, en lugar de quedarnos en la historia de Don Bosco, porque Don Bosco es más grande que Don Bosco.
Esto significa estudio, reflexión, profundidad. Significa evitar toda superficialidad.

Y entonces podremos decir con verdad: «Esta es mi fe, este es mi carisma: arraigados en Cristo, siguiendo los pasos de Don Bosco».




Don Bosco y el Sagrado Corazón. Custodiar, reparar, amar

En 1886, en vísperas de la consagración de la nueva Basílica del Sagrado Corazón en el centro de Roma, el «Boletín Salesiano» quiso preparar a sus lectores —colaboradores, benefactores, jóvenes, familias— para un encuentro vital con «el Corazón traspasado que sigue amando». Durante todo un año, la revista presentó ante los ojos del mundo salesiano un auténtico «rosario» de meditaciones: cada número vinculaba un aspecto de la devoción a una urgencia pastoral, educativa o social que Don Bosco —ya agotado, pero muy lúcido— consideraba estratégica para el futuro de la Iglesia y de la sociedad italiana. Casi ciento cuarenta años después, esa serie sigue siendo un pequeño tratado de espiritualidad del corazón, escrito en un tono sencillo pero lleno de ardor, capaz de conjugar contemplación y práctica. Presentamos aquí una lectura unitaria de ese recorrido mensual, mostrando cómo la intuición salesiana sigue hablando hoy.


Febrero – La guardia de honor: velar por el Amor herido
            El nuevo año litúrgico se abre, en el Boletín, con una invitación sorprendente: no solo adorar a Jesús presente en el sagrario, sino «hacerle guardia», un turno de una hora elegido libremente en el que cada cristiano, sin interrumpir sus actividades cotidianas, se convierte en centinela amoroso que consuela al Corazón traspasado por la indiferencia del carnaval. La idea, nacida en Paray-le-Monial y florecida en muchas diócesis, se convierte en un programa educativo: transformar el tiempo en espacio de reparación, enseñar a los jóvenes que la fidelidad nace de pequeños actos constantes, hacer de la jornada una liturgia difundida. El voto asociado —destinar los ingresos del Manual de la Guardia de Honor a la construcción de la basílica romana— revela la lógica salesiana: la contemplación que se traduce inmediatamente en ladrillos, porque la verdadera oración edifica (literalmente) la casa de Dios.

Marzo – Caridad creativa: el sello salesiano
            En la gran conferencia del 8 de mayo de 1884, el cardenal Parocchi resumió la misión salesiana en una palabra: «caridad». El Boletín retoma ese discurso para recordar que la Iglesia conquista el mundo más con gestos de amor que con disputas teóricas. Don Bosco no funda escuelas de élite, sino hospicios populares; no saca a los chicos del entorno solo para protegerlos, sino para devolverlos a la sociedad como ciudadanos sólidos. Es la caridad «según las necesidades del siglo»: respuesta al materialismo no con polémicas, sino con obras que muestran la fuerza del Evangelio. De ahí la urgencia de un gran santuario dedicado al Corazón de Jesús: hacer que en el corazón de Roma se eleve un signo visible de ese amor que educa y transforma.

Abril – Eucaristía: «obra maestra del Corazón de Jesús»
            Para Don Bosco, nada es más urgente que devolver a los cristianos a la Comunión frecuente. El Boletín recuerda que «no hay catolicismo sin la Virgen y sin la Eucaristía». La mesa eucarística es «el origen de la sociedad cristiana»: de ella nacen la fraternidad, la justicia y la pureza. Si la fe languidece, hay que reavivar el deseo del Pan vivo. No es casualidad que san Francisco de Sales confiara a las Visitandinas la misión de custodiar el Corazón eucarístico: la devoción al Sagrado Corazón no es un sentimiento abstracto, sino un camino concreto que conduce al sagrario y desde allí se derrama por las calles. Y es de nuevo la obra romana la que sirve de verificación: cada lira ofrecida para la basílica se convierte en un «ladrillo espiritual» que consagra a Italia al Corazón que se entrega.

Mayo – El Corazón de Jesús resplandece en el Corazón de María
            El mes mariano lleva al Boletín a entrelazar las dos grandes devociones: entre los dos Corazones existe una profunda comunión, simbolizada por la imagen bíblica del «espejo». El Corazón inmaculado de María refleja la luz del Corazón divino, haciéndola soportable a los ojos humanos: quien no se atreve a mirar fijamente al Sol, mira su resplandor reflejado en la Madre. Culto de latría para el Corazón de Jesús, de «hiperdulia» para el de María: distinción que evita los equívocos de los polemistas jansenistas de ayer y de hoy. El Boletín desmonta las acusaciones de idolatría e invita a los fieles a un amor equilibrado, donde la contemplación y la misión se alimentan mutuamente: María introduce al Hijo y el Hijo conduce a la Madre. Con vistas a la consagración del nuevo templo, se pide unir las dos invocaciones que se alzan sobre las colinas de Roma y Turín: Sagrado Corazón de Jesús y María Auxiliadora.

Junio – Consolaciones sobrenaturales: el amor que obra en la historia
            Doscientos años después de la primera consagración pública al Sagrado Corazón (Paray-le-Monial, 1686), el Boletín afirma que la devoción responde a la enfermedad de la época: «enfriamiento de la caridad por exceso de iniquidad». El Corazón de Jesús —Creador, Redentor, Glorificador— se presenta como el centro de toda la historia: desde la creación hasta la Iglesia, desde la Eucaristía hasta la escatología. Quien adora ese Corazón entra en un dinamismo que transforma la cultura y la política. Por eso, el papa León XIII pidió a todos que acudieran al santuario romano: monumento de reparación, pero también «dique» contra el «río inmundo» del error moderno. Es un llamamiento que suena actual: sin caridad ardiente, la sociedad se deshilacha.
Julio – Humildad: el rostro de Cristo y del cristiano
            La meditación estival elige la virtud más descuidada: la humildad, «gema trasplantada por la mano de Dios en el jardín de la Iglesia». Don Bosco, hijo espiritual de san Francisco de Sales, sabe que la humildad es la puerta de las demás virtudes y el sello de todo verdadero apostolado: quien sirve a los jóvenes sin buscar visibilidad hace presente «el ocultamiento de Jesús durante treinta años». El Boletín desenmascara la soberbia disfrazada de falsa modestia e invita a cultivar una doble humildad: la del intelecto, que se abre al misterio, y la de la voluntad, que obedece a la verdad reconocida. La devoción al Sagrado Corazón no es sentimentalismo: es escuela de pensamiento humilde y de acción concreta, capaz de construir la paz social porque elimina del corazón el veneno del orgullo.

Agosto – Mansedumbre: la fuerza que desarma
            Después de la humildad, la mansedumbre: virtud que no es debilidad, sino dominio de sí mismo, «el león que engendra miel», dice el texto refiriéndose al enigma de Sansón. El Corazón de Jesús se muestra manso al acoger a los pecadores, firme en la defensa del templo. Se invita a los lectores a imitar ese doble movimiento: dulzura hacia las personas, firmeza contra el error. San Francisco de Sales vuelve a ser modelo: con tono apacible derramó ríos de caridad en la turbulenta Ginebra, convirtiendo más corazones de los que habrían conquistado las duras polémicas. En un siglo que «pecaba de no tener corazón», construir el santuario del Sagrado Corazón significaba erigir un gimnasio de mansedumbre social, una respuesta evangélica al desprecio y a la violencia verbal que ya entonces envenenaban el debate público.

Septiembre – Pobreza y cuestión social: el Corazón que reconcilia a ricos y pobres
            El estruendo del conflicto social, advierte el Boletín, amenaza con «reducir a escombros el edificio civil». Estamos en plena «cuestión obrera»: los socialistas agitan a las masas, el capital se concentra. Don Bosco no niega la legitimidad de la riqueza honesta, pero recuerda que la verdadera revolución comienza en el corazón: el Corazón de Jesús proclamó bienaventurados a los pobres y vivió en primera persona la pobreza. El remedio pasa por una solidaridad evangélica alimentada por la oración y la generosidad. Hasta que no se termine el templo romano —escribe el periódico—, faltará el signo visible de la reconciliación. En las décadas siguientes, la doctrina social de la Iglesia desarrollará estas intuiciones, pero la semilla ya está aquí: la caridad no es limosna, es justicia que nace de un corazón transformado.

Octubre – La infancia: sacramento de la esperanza
            «Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeños»: en boca de Jesús, la invitación se convierte en advertencia. El Boletín recuerda los horrores del mundo pagano contra los niños y muestra cómo el cristianismo ha cambiado la historia al confiar a los pequeños un lugar central. Para Don Bosco, la educación es un acto religioso: en la escuela y en el oratorio se guarda el tesoro de la Iglesia futura. La bendición de Jesús a los niños, reproducida en las primeras páginas del periódico, es una manifestación del Corazón que «se estrecha como un padre» y anuncia la vocación salesiana: hacer de la juventud un «sacramento» que hace presente a Dios en la ciudad. Las escuelas, los colegios, los talleres no son opcionales: son la forma concreta de honrar el Corazón de Jesús vivo en los jóvenes.

Noviembre – Triunfos de la Iglesia: la humildad vence a la muerte
            La liturgia recuerda a los santos y a los difuntos; el Boletín medita sobre el «triunfo manso» de Jesús que entra en Jerusalén. La imagen se convierte en clave de lectura de la historia de la Iglesia: se alternan los éxitos y las persecuciones, pero la Iglesia, como el Maestro, siempre resucita. Se invita a los lectores a no dejarse paralizar por el pesimismo: las sombras del momento (leyes anticlericales, reducción de las órdenes, propaganda masónica) no borran el dinamismo del Evangelio. El templo del Sagrado Corazón, surgido entre la hostilidad y la pobreza, será el signo tangible de que «la piedra sellada ha sido removida». Colaborar en su construcción significa apostar por el futuro de Dios.

Diciembre – Bienaventuranza del dolor: la Cruz acogida por el corazón
            El año se cierra con la más paradójica de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran». El dolor, escándalo para la razón pagana, se convierte en el Corazón de Jesús en camino de redención y fecundidad. El Boletín ve en esta lógica la clave para leer la crisis contemporánea: las sociedades fundadas en el entretenimiento a toda costa producen injusticia y desesperación. Aceptado en unión con Cristo, en cambio, el dolor transforma los corazones, fortalece el carácter, estimula la solidaridad, libera del miedo. Incluso las piedras del santuario son «lágrimas transformadas en esperanza»: pequeñas ofrendas, a veces fruto de sacrificios ocultos, que construirán un lugar desde el que lloverán, promete el periódico, «torrentes de castas delicias».

Un legado profético
            En el montaje mensual del Boletín Salesiano de 1886 llama la atención la pedagogía del crescendo: se parte de la pequeña hora de guardia y se llega a la consagración del dolor; del fiel individual a las obras nacionales; del tabernáculo atornillado del oratorio a los bastiones del Esquilino. Es un itinerario que entrelaza tres ejes fundamentales:
            Contemplación: el Corazón de Jesús es ante todo un misterio que hay que adorar: vigilia, Eucaristía, reparación.
            Formación: cada virtud (humildad, mansedumbre, pobreza) se propone como medicina social, capaz de curar las heridas colectivas.
            Construcción: la espiritualidad se convierte en arquitectura: la basílica no es un ornamento, sino un laboratorio de ciudadanía cristiana.
            Sin forzar, podemos reconocer aquí el presagio de temas que la Iglesia desarrollará a lo largo del siglo XX: el apostolado de los laicos, la doctrina social, la centralidad de la Eucaristía en la misión, la protección de los menores, la pastoral del sufrimiento. Don Bosco y sus colaboradores captan los signos de los tiempos y responden con el lenguaje del corazón.

            El 14 de mayo de 1887, cuando León XIII consagró la Basílica del Sagrado Corazón, a través de su vicario Cardenal Lucido María Parocchi, don Bosco – demasiado débil para subir al altar – asistió escondido entre los fieles. En ese momento, todas las palabras del Boletín de 1886 se convirtieron en piedra viva: la guardia de honor, la caridad educativa, la Eucaristía centro del mundo, la ternura de María, la pobreza reconciliadora, la bienaventuranza del dolor. Hoy esas páginas piden un nuevo aliento: nos toca a nosotros, consagrados o laicos, jóvenes o ancianos, continuar la vigilia, levantar obras de esperanza, aprender la geografía del corazón. El programa sigue siendo el mismo, sencillo y audaz: guardar, reparar, amar.

En la foto: Pintura del Sagrado Corazón, situada en el altar mayor de la Basílica del Sagrado Corazón de Roma. La obra fue encargada por Don Bosco y confiada al pintor Francesco de Rohden (Roma, 15 de febrero de 1817 – 28 de diciembre de 1903).