23 Oct 2025, Jue

⏱️ Tiempo de lectura: 10 min.

Con las facultades del espíritu, como el intelecto y la memoria, uno permanece en el ámbito del conocimiento. Ahora se trata de adentrarse en el de la acción. En efecto, «aunque el árbol de la prudencia hunda sus raíces en el intelecto, sin embargo, sus flores y sus frutos son producto de la voluntad».

La facultad maestra
            Según la antropología escolástica, familiar al obispo de Ginebra, la principal facultad del hombre podía ser el intelecto. No es así. Como ya habían hecho San Agustín y algunos filósofos como Duns Escoto, San Francisco de Sales asigna el primer lugar a la voluntad.
Es la voluntad, monarca del alma, «voluntad toda noble», la que debe gobernar todas las «potencias» del alma. Entre todas las facultades del espíritu humano, la libre voluntad es la única que está verdaderamente en poder de la persona humana:

No somos dueños de nuestra fantasía, dado que no podemos defendernos de un número casi infinito de ilusiones e imaginaciones. Lo mismo hay que decir de la memoria, ya que a menudo quisiéramos recordar muchas cosas y no somos capaces de hacerlo; o, al contrario, no recordar muchas otras que quisiéramos olvidar. Finalmente, recorred cuanto queráis todo lo que se encuentra en vosotros, solo encontraréis una pequeña parte de la que somos dueños: es la voluntad.

El autor del Teotimo se empeña en demostrar que la voluntad es el verdadero recurso de la persona humana, en cuanto que, gracias a ella y en torno a ella confluyen, en un conjunto armonioso, todos los elementos psíquicos y espirituales que componen al hombre.

Pero, ¿cómo funciona la voluntad?
            La respuesta es relativamente fácil si nos referimos al modelo salesiano de la meditación, con las tres partes que la componen: las consideraciones, los afectos y las resoluciones.
Las consideraciones consisten en reflexionar y meditar sobre un bien, una verdad, un valor. Tal reflexión o meditación produce normalmente afectos, es decir, grandes deseos de adquirir y poseer tal bien o valor, y estos afectos son capaces de «mover la voluntad», la cual, una vez «movida», produce «resoluciones». Mientras que las consideraciones derivan claramente de las facultades racionales del espíritu (intelecto, memoria, sin olvidar la imaginación), los afectos y las resoluciones forman parte de lo que Francisco de Sales llama el «corazón».
Los afectos que mueven la voluntad son doce que suelen ir de dos en dos: el amor y el odio, el deseo y la huida, la esperanza y la desesperación, la alegría y la tristeza, el coraje y el miedo, la ira y el sentimiento de triunfo. Para San Francisco de Sales, el amor siempre aparece en primer lugar. El amor gobierna los demás afectos y entra primero en el corazón: «La tristeza, el temor, la esperanza, el odio y los demás afectos del alma no entran en el corazón si el amor no los arrastra consigo».
Curiosamente, la voluntad tiene ante todo una dimensión pasiva, mientras que el amor es la potencia activa que mueve y conmueve. La voluntad no llega a decidir si no es movida por este estímulo predominante: el amor. Y el amor se impone a la propia voluntad. Tal es la fuerza del amor que, para quien ama, nada es difícil, «amanti nihil difficile»; mejor aún, «para el amor nada es imposible».

El fruto de la voluntad son las resoluciones. Querer es elegir. Mientras uno es niño, todavía es completamente dependiente e incapaz de elegir, pero al crecer pronto las cosas cambian y las elecciones se imponen. Por lo general, las elecciones son difíciles porque requieren que uno renuncie a un bien por otro. La mayoría de las veces el corazón está dividido entre los afectos de la parte inferior del alma y las resoluciones de la parte superior.

La fuerza del amor
            «El amor es fuerte como la muerte», repite Francisco de Sales con el Cantar de los Cantares; o más bien, «el amor, más fuerte que la muerte, ablanda, enternece y derrite los corazones mucho más rápido que todas las demás pasiones». A decir verdad, el hombre solo vale por el amor, y todas las potencias y facultades humanas, especialmente la voluntad, tienden a él: «Dios quiere al hombre solamente por el alma, y el alma solamente por la voluntad y la voluntad solamente por el amor».
El amor se sirve de la fuerza de voluntad para gobernar todas las facultades y todas las pasiones. Será un «amor armado» y tal «amor armado, llegado hasta el celo, someterá nuestras pasiones». Esta voluntad libre «reside en la parte suprema y más espiritual del alma» y «no depende de otro sino de Dios y de sí misma; y cuando todas las demás facultades del alma están perdidas y sometidas al enemigo, solo ella permanece dueña de sí para no consentir de ninguna manera».
La elección, sin embargo, no radica solo en el objetivo a alcanzar, sino también en la intención que preside la acción. Es un aspecto al que Francisco de Sales es particularmente sensible, porque toca la calidad del actuar. De hecho, el fin perseguido imprime un sentido a la acción. Uno puede decidir realizar un acto por muchos motivos. A diferencia de los animales, «el hombre es tan dueño de sus acciones humanas y razonables que las realiza todas por un fin»; puede incluso cambiar el fin natural de una acción, añadiéndole un fin secundario, «como cuando, además de la intención de socorrer al pobre a quien se destina la limosna, añade la intención de obligar al indigente a hacer lo mismo».

Entre los paganos, las intenciones rara vez eran desinteresadas: «se afanaban casi solo por honor o por algún otro fin efímero, como recuerda San Agustín». Las intenciones pueden estar contaminadas «por el orgullo, la vanidad, el interés temporal o algún otro motivo malo». Hay conversaciones que son malas por la simple razón de que «se hacen con mala intención. A veces «fingimos querer ser los últimos y nos sentamos al fondo de la mesa, pero para pasar con más honor a la cabecera».
«Purifiquemos, pues, Teotimo, cuanto podamos, todas nuestras intenciones», pide el autor del Tratado del amor de Dios. La buena intención “anima” las más pequeñas acciones y los simples gestos cotidianos. En efecto, «alcanzamos la perfección no haciendo muchas cosas, sino haciéndolas con una intención pura y perfecta». No hay que desanimarse, porque «siempre se puede corregir la propia intención, hacerla mejor y mejorarla».

Las resoluciones
            La voluntad, por lo tanto, debe producir «resoluciones» o propósitos; de lo contrario, corre el riesgo de ser vacía e ineficaz. Llega el momento en que ya no se debe «especular con el razonamiento», sino «endurecer la voluntad». «Que nuestra alma esté triste o alegre, sumergida en la dulzura o la amargura, en paz o turbada, luminosa u oscura, tentada o tranquila, llena de placer o de disgusto, inmersa en la aridez o la ternura, quemada por el sol o refrescada por el rocío», no importa, una voluntad fuerte no se deja desviar fácilmente de sus propósitos. «Permanezcamos firmes en nuestros propósitos, inflexibles en nuestras resoluciones», pide el autor de la Filotea. Es la facultad maestra de la que depende el valor de la persona: «El mundo entero vale menos que un alma y un alma no vale nada sin nuestros buenos propósitos».
El sustantivo «resolución» indica una decisión que llega al final de un proceso, el cual ha puesto en juego el razonamiento con su capacidad de discernir y el corazón, entendido en el sentido de una afectividad que se deja mover por un bien atractivo. En la «declaración auténtica» que el autor de la Introducción a la vida devota invita a Filotea a pronunciar, se lee: «Esta es mi voluntad, mi intención y mi decisión, inviolable e irrevocable, voluntad que confieso y confirmo sin reservas ni excepciones».
Una meditación que no desemboque en actos concretos no serviría de nada. En las diez meditaciones propuestas como modelo en la primera parte de la Filotea, encontramos expresiones frecuentes como estas: «quiero», «ya no quiero», «sí, seguiré las inspiraciones y los consejos», «haré todo lo posible», «quiero hacer esto o aquello», «haré este o aquel esfuerzo», «haré esta o aquella cosa», «elijo», «quiero participar», o también «quiero tomar el cuidado requerido».
Una confusión frecuente es la que identifica voluntad y capricho: «Así actúan los libertinos que no quieren tener otra ley que la que les dicta su voluntad personal». Un gran enemigo de la voluntad es la rutina, el dejarse llevar pasivamente, la costumbre. El fundador de las visitandinas les recomendaba ser conscientes de los gestos que hacían y evitar realizarlos de manera mecánica:

Que tengan la voluntad conforme a las buenas acciones exteriores que realicen, sean pequeñas o grandes. Nada se haga por hábito, sino por elección y ejercicio de voluntad; y si alguna vez la acción exterior anticipa el afecto interior, por motivo del hábito, que el afecto al menos la siga de cerca.

Por motivos bien comprensibles, conviene revisar a menudo nuestras resoluciones: “Esta práctica reparará vuestras fuerzas debilitadas por el tiempo, calentará vuestro corazón, hará reverdecer vuestros buenos propósitos y reflorecer las virtudes de vuestro espíritu”.

Un admirable educador del corazón humano
            San Francisco de Sales ha sido considerado un «admirable educador de la voluntad». Se podría decir también: un admirable educador del corazón humano, si se quiere resaltar la dimensión afectiva característica de la noción salesiana del corazón. Como se ha visto, él no ha descuidado ningún componente del ser humano: el cuerpo con sus sentidos, el alma con sus pasiones, el espíritu con sus facultades, en particular las intelectuales. Pero lo que a él más le importa es el corazón humano, a propósito del cual escribía a una de sus corresponsales: «Es necesario, por lo tanto, cultivar con gran cuidado este corazón bienamado y no escatimar nada de cuanto pueda ser útil para su felicidad».
Ahora bien, el corazón del hombre está «inquieto», según el dicho de San Agustín, porque está lleno de deseos insatisfechos. Parece que nunca tiene ni «reposo ni tranquilidad». Francisco de Sales propone entonces una educación también de los deseos. En efecto, el principal enemigo de la voluntad «es la cantidad de deseos que tenemos de esta o de aquella cosa. En resumen, nuestra voluntad está tan llena de pretensiones y de proyectos, que muy a menudo no hace más que perder el tiempo en considerarlos uno tras otro o incluso todos juntos, en lugar de afanarse por realizar uno más útil». ¿Qué actitud es necesario asumir ante la multitud de deseos y la dispersión de los proyectos?

Si no empezáis a seguir algunos de vuestros deseos, estos se multiplicarán continuamente y atiborrarán tanto vuestro espíritu que ya no sabréis cómo desenredaros.

«Nuestra voluntad queda debilitada cuando ama más cosas todas juntas; sus deseos y quereres son menos violentos y ardientes cuando tiene muchos». La solución es obvia: evitar «la aglomeración de deseos que obstaculiza el espíritu». Es necesario, por lo tanto, regular los deseos y dejar de lado los deseos inútiles: temo –escribe el obispo de Ginebra a la baronesa de Chantal– «que nos entretengamos con estos deseos que no nos son necesarios y que no dejemos suficiente espacio a nuestro espíritu para los deseos que nos son más útiles e imprescindibles».
Los sujetos más expuestos a ser presas por múltiples deseos son los jóvenes. Todo depende del modo en que ellos entiendan gestionar este recurso. «Si un joven se hace venir un vivo deseo de cierto cargo antes del tiempo justo, ¿de qué le sirve, decidme, ese deseo?». El realismo impone no divertirse con deseos vanos, inútiles o, peor, dañinos.
Existe, de hecho, una especie de «decoro de la voluntad», como hay un decoro en el comportamiento exterior, explicaba el fundador de las visitandinas a propósito de la «segunda modestia». Cuando el espíritu se deja llevar por una desmedida curiosidad, la voluntad corre el riesgo de inflamarse de múltiples e ineficaces deseos, como ocurre a menudo en el ámbito espiritual.

Motivar la voluntad
            Francisco de Sales puede ser considerado un educador del corazón humano no solo porque ha exaltado la fuerza de la voluntad, sino también en el sentido de que ha alimentado tal facultad proponiéndole motivaciones e ideales atractivos, capaces de poner en marcha la libertad humana. En efecto, para ser eficaz, la educación debe valerse de este gran recurso de la persona: hay que «mover la voluntad», atrayéndola al bien, a la verdad y a la belleza; en resumen, proponiéndole valores y haciéndoselos desear.
Un buen pedagogo sabe que para conducir a su alumno hacia el objetivo propuesto, ya sea el saber o la virtud, es imprescindible presentarle un proyecto que movilice sus energías. Francisco de Sales se revela un maestro en el arte de motivar, tal como enseña a su «hija», Juana de Chantal, una de sus máximas preferidas: «Es necesario hacer todo por amor y nada por fuerza».
Cada vez que Francisco de Sales habla del corazón humano, y esto es a menudo, las dos dimensiones, respectivamente afectiva y efectiva, de la voluntad se encuentran a menudo mezcladas entre sí. Él quiere un corazón dulce y pacífico, puro, indiferente, un «corazón despojado de afectos» incompatibles con la vocación, un corazón «recto», «distendido y sin ninguna constricción». No ama la «ternura de corazón» que se reduce a la búsqueda de sí mismo, y requiere en cambio la «firmeza de corazón» en el actuar. «A un corazón gallardo nada le es imposible» –escribe a una señora–, para animarla a no abandonar «el curso de las santas resoluciones». Quiere un «corazón viril» y al mismo tiempo un corazón «dócil, maleable y sumiso, condescendiente a todo lo permitido y dispuesto a asumir todo compromiso por obediencia y caridad»; un «corazón dulce hacia el prójimo y humilde ante Dios», «noblemente orgulloso» y «perennemente humilde», «dulce y pacífico». Una de sus «bienaventuranzas» reza: «Bienaventurados los corazones flexibles, porque nunca se romperán».
Estemos en guardia, porque a menudo nos parecemos a la perdiz de Paflagonia que tiene dos corazones: «Tenemos un corazón dulce y cortés hacia nosotros mismos, y un corazón duro, severo, riguroso hacia el prójimo». Es necesario rectificar el corazón sin cesar: «Seréis imperfecta durante toda vuestra vida, y siempre habrá bastante que corregir», escribe a una persona dirigida por él. Es necesario «hacer fuerte el corazón contra las tentaciones».
Cuando el corazón está presa de la inquietud, es importante hacerle reencontrar la paz, porque «estando turbado e inquieto en sí mismo, nuestro corazón pierde la fuerza necesaria para conservar las virtudes conquistadas y, conjuntamente, los medios necesarios para resistir a las tentaciones y al enemigo». Una recomendación de vital importancia es la de «tener una continua e inviolable igualdad de corazón en tanta diversidad de eventualidades». Para conservar el equilibrio, «mortificadlo en sus alegrías, hacedlo gozar en sus mortificaciones».
Al fin y al cabo, la educación de la voluntad apunta a la plena maestría de sí mismo, que Francisco de Sales expresa mediante una imagen: tomar el corazón en la mano, poseer el corazón o el alma. «La gran alegría del hombre, Filotea, es poseer su propia alma; y cuanto más perfecta se vuelve la paciencia, tanto más perfectamente poseemos nuestra alma». Esto significa no ya insensibilidad, ausencia de pasiones o de afectos, sino una tensión hacia la maestría de sí mismo. Se trata de un camino directo a la autonomía de sí mismo, garantizada por la supremacía de la voluntad, libre y razonable.

Conclusión
            Incontestablemente en Francisco de Sales hay una valorización de la afectividad, pero también de la voluntad entendida en el sentido de la firmeza y la constancia en el decidir. Decía de sí mismo:

A mi modo de ver, no hay alma en el mundo que prefiera más cordialmente, tiernamente y, dicho de buena fe, más amorosamente que yo; de hecho, a Dios le ha complacido darme un corazón así.
            Llega incluso a decir: «Yo soy el hombre más afectuoso del mundo», pero añade enseguida: «Yo amo las almas independientes, vigorosas y que no son afeminadas», sabiendo bien que una «ternura» exagerada «nubla el corazón, lo inquieta y lo distrae». Sin renunciar nunca al amor afectivo, Francisco de Sales se decanta por un amor efectivo, fundado en las «resoluciones» de la voluntad efectiva.

P. Wirth MORAND

Salesiano de Don Bosco, profesor universitario, biblista e historiador salesiano, miembro emérito del Centro de Estudios Don Bosco, autor de varios libros.