23 Oct 2025, Jue

En la escuela de Don Bosco. Ofrecer florecillas a la Virgen

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Para San Juan Bosco, la devoción a la Virgen no era un simple sentimiento religioso accesorio, sino un camino seguro hacia la santidad, una ayuda diaria en la lucha espiritual, una escuela de vida cristiana. Toda su pedagogía nacía y florecía bajo la luz materna de María. «A sus alumnos –atestigua Don Rua– se puede decir que no sabía hablar sin recomendar la devoción a María Santísima, y especialmente para enseñarles a conservar la pureza, recomendaba vivamente la devoción a Ella». En sus «sermoncitos» de la tarde, momento precioso de familiaridad educativa, siempre volvía sobre este punto: permanecer en gracia de Dios y amar a María.

Don Bosco amaba traducir la fe en gestos concretos y sencillos. Para él, la devoción no se improvisa: se educa, se cultiva, se ejercita. Por eso, durante las novenas en preparación a las fiestas marianas y durante los meses marianos, proponía a los jóvenes las célebres florecillas, pequeños actos de amor o de sacrificio para ofrecer a la Virgen cada día. No se trataba de fórmulas mágicas, sino de pasos cotidianos para aprender la vida interior, crecer en las virtudes, educar el corazón y orientarlo hacia el bien.

El salesiano Giovanni Battista Lemoyne recogió una serie de estas florecillas, atribuyéndolas a la tradición viva del Oratorio: algunas fueron dictadas por el propio Don Bosco, otras recogidas de sus palabras. Esas florecillas, «puestas en los labios de María Santísima», nos entregan aún hoy una espiritualidad sencilla, afectuosa, encarnada en la vida.

Reproducimos íntegramente esta preciosa colección:

1. Yo soy tu madre; durante el día ofréceme a menudo tu corazón.
2. Cuando oigas sonar las horas, di, en voz baja o con el pensamiento: ¡Ave, María, dulzura y esperanza mía!
            3. Junto con el mío, invoca a menudo el nombre de Jesús, ¡de mi Hijo!
4. A menudo, al menos por la mañana y por la noche, besa mi medalla.
5. Por el camino saluda mis imágenes, venciendo todo respeto humano.
6. Consíguete una hermosa imagen mía, y mírala y bésala a menudo.
7. Salúdame a menudo, de corazón; ¡y tendrás mi amor!
8. Consíguete y lee algún libro que hable de mí y de mi amor.
9. ¡Escribe en tus libros y en tu corazón mi nombre!
10. Por mi amor sé humilde, paciente y piadoso.
11. Obedece sin dudar; así hacía yo en mi casa y en el templo.
12. Si es necesario, cede a la opinión ajena, para complacerme.
13. Orando, ten siempre las manos juntas delante del pecho.
14. Aumenta con tu palabra el número de mis devotos.
15. Cada sábado practica en mi honor alguna mortificación.
16. Cada sábado reza mis letanías para obtener una buena muerte.
17. Cada sábado procura hacer en mi honor la Santa Comunión.
18. Haz a menudo la Santa Comunión, especialmente en mis fiestas.
19. Cuando hagas la Santa Comunión, recomiéndame a menudo a los pecadores.
20. Cuando hagas la Santa Comunión, ¡recomiéndate a mí para obtener la pureza y la caridad!
21. ¡Ah! hijo mío querido, ¡no cometas nunca un pecado mortal!
22. Desde ahora, con la palabra y con el ejemplo, proponte impedir el mal.
23. Si quieres hacerme un grato placer, recomiéndame a menudo a los pecadores.
24. Huye de los compañeros disipados y poco devotos.
25. Si oyes blasfemar, di enseguida en tu corazón: ¡Alabado sea siempre el nombre de Jesús y de María!
26. Si alguien te ofende, no te vengues; ¡perdónale por mi amor!
27. La murmuración me desagrada; y tú no la hagas ni la escuches.
28. En lugar de quejarte de los disgustos, sufre con gusto por mí.
29. En las penas y aflicciones, ¡vuelve la mirada hacia mí, tu madre!
30. Cuando se te imponga algo que te desagrade, di enseguida: – ¡Sí, por amor de María!
31. Huye de los espectáculos del mundo y ama el retiro.
32. Procura ser el pacificador de tus compañeros.
33. ¡Oh! cuánto me agradaría que te confesaras bien cada ocho días.
34. Ten mucha confianza en tu confesor ordinario y no lo cambies sin necesidad.

35. Ten bien presentes los avisos del confesor y ponlos en práctica.
36. En tiempo de vacaciones no dejes pasar quince días sin confesarte.

37. Durante las vacaciones, frecuenta regularmente la iglesia para dar buen ejemplo.
38. Ama y respeta a los sacerdotes; yo también amaba y respetaba a los Apóstoles.
39. Sé agradecido y respetuoso con quien te beneficia en el alma y en el cuerpo.
40. Guarda alguna cosita para dar a los pobres por mi amor.
41. Eres mi jardín; cultiva las flores más bellas.
42. ¡Con tus virtudes sé el paraíso de mi Divino Hijo!
43. Tu virtud predilecta sea la virtud angélica: ¡la castidad!
44. En las malas tentaciones di enseguida: ¡Mater purissima, ora pro Me!
            45. No des nunca malas miradas.
46. No leas nunca libros peligrosos; y antes de leer un libro que no conozcas, habla con el confesor.
47. Usa gran modestia al desvestirte y al vestirte.
48. No hagas ni escuches nunca discursos escandalosos o mundanos.
49. No pronuncies, ni siquiera en broma, una palabra que pueda causar malos pensamientos.
51. No hables con personas peligrosas, si quieres que yo hable a tu corazón.
51. Si quieres ser mi favorito, ama al Niño Jesús.
52. ¡Ámame mucho! ¡Quiero hacerte santo!
(MB X,32-34)

Las cincuenta y dos florecillas recogidas por Don Bosco constituyen un verdadero itinerario espiritual, presentado a través de la propia voz de la Virgen que se dirige a sus hijos con ternura materna. Cada florecilla es una invitación concreta, práctica, accesible incluso a los más jóvenes.
Se parte de los gestos más sencillos: ofrecer el corazón a María durante el día, invocar los nombres de Jesús y María, besar la medalla, saludar las imágenes sagradas por la calle. Son actos que requieren poco tiempo pero que tejen en lo cotidiano una relación viva y personal con la Madre celestial.

Las florecillas tocan luego dimensiones más profundas de la vida cristiana: la humildad, la paciencia, la obediencia, el perdón, la pureza. María misma se hace maestra, recordando su ejemplo: «Obedece sin dudar; así hacía yo en mi casa y en el templo». La referencia a la vida concreta de la Virgen en Nazaret y en el Templo hace estos consejos aún más creíbles e imitables.
Particular atención ponía Don Bosco a la virtud de la pureza, que llamaba «virtud angélica». Muchas florecillas se refieren a la custodia de los ojos, la modestia, la huida de las ocasiones peligrosas, la invocación confiada: «¡Mater purissima, ora pro me!».

El aspecto más fascinante de esta colección es la modalidad pedagógica con la que Don Bosco la proponía. Las florecillas se exponían en un cuadro numerado, con una caja al lado que contenía los números correspondientes. Durante las novenas y el mes de mayo, cada joven podía extraer diariamente un número, leer la florecilla y acogerla como un mensaje personal de la Virgen para él, en ese día específico.
Este método transformaba la devoción en una experiencia personal y emocionante. No era la monotonía de una práctica repetitiva, sino la sorpresa cotidiana de un encuentro, la alegría de sentirse llamado por su nombre por la Madre celestial.

Hoy estas florecillas mantienen intacta su fuerza espiritual. En una época donde la dispersión y la superficialidad corren el riesgo de fragmentar la existencia, ofrecen pequeños gestos concretos para permanecer anclados a lo que realmente importa. Son semillas de santidad al alcance de todos, jóvenes y adultos, que la propia María nos invita a cultivar en el jardín de nuestro corazón.
Como decía la última florecilla, con esa ternura que es el sello del amor materno: «¡Ámame mucho! ¡Quiero hacerte santo!»

Editor BSOL

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