1 Oct 2025, Mié

De la CGS20 a la CG29. El camino «interior» de los Salesianos: entre la fidelidad a Dios y la respuesta a los jóvenes

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Al concluir el 29º Capítulo General de los Salesianos, invitamos a Don Pascual Chávez, Rector Mayor Emérito y único salesiano que ha participado en los últimos nueve Capítulos Generales, a esbozar una síntesis del camino de la Congregación. Con gran disponibilidad aceptó la invitación, ofreciendo una reflexión que parte del Concilio Vaticano II, un momento decisivo de nuestra historia reciente. Ciertamente, no todos estarán de acuerdo con esta visión, pero su punto de vista representa una luz preciosa: ilumina el camino recorrido y, al mismo tiempo, orienta los pasos que tenemos por delante.


Este artículo pretende ilustrar, por una parte, los sesenta años de reflexión y autoconocimiento que la Congregación ha emprendido en el contexto social, cultural y eclesial, esforzándose por descubrir los retos de los jóvenes y del mundo a los que ha intentado responder, y, por otra, ofrecer una evaluación de los resultados obtenidos y de los retos aún no resueltos o emergentes.
Dos afirmaciones de Don Vecchi resumen eficazmente la necesidad de este cambio y la evolución que se ha producido: «Lo que ocurre en el seno de la Congregación está ligado a las transformaciones que tienen lugar en la Iglesia y en la cultura». Y más adelante, comparando la imagen de los Salesianos antes de esta evolución con la que tienen después de veinte años: «Se ha producido, pues, y se sigue produciendo, una evolución en la forma práctica de entender la tarea educativa».[1]


1. Una nueva era en la vida de la Iglesia
El Concilio Vaticano II, descrito por el P. Viganò como «el acontecimiento eclesial del siglo, una visitación del Espíritu Santo a la Iglesia, la gran profecía para el tercer milenio de la Cristiandad»[2] , inició una reforma de la Iglesia a la que fueron llamadas todas las Congregaciones y que los Salesianos abrazaron.

El Vaticano II había lanzado un reto y una llamada a todos los Institutos Religiosos para que rediseñaran fiel y audazmente la identidad carismática específica del Fundador.
Las razones que llevaron a la Iglesia a reclamar una profunda renovación de la Vida Religiosa pueden resumirse en tres áreas:

1.1 La referencia a la persona de Jesús
La consagración a Dios en el seguimiento de Jesús sólo puede entenderse como una respuesta a una llamada personal, que desemboca en un encuentro especial con Jesús a través de la profesión de los tres votos (obediencia, pobreza, castidad), y que hace de Jesús y de su Evangelio «la Regla viva y suprema».

1.2 Nuestro lugar en la Iglesia
El hecho de que la Vida Religiosa no sea una alternativa a la Iglesia, sino una forma de vida evangélica dentro de ella tiene consecuencias teóricas y, sobre todo, prácticas:
– El carácter distintivo de la Vida Religiosa no implica ninguna superioridad sobre los demás cristianos;
– La posición de la Vida Religiosa dentro de la comunidad eclesial la sitúa en una relación de complementariedad con las demás vocaciones de la vida cristiana: laicos y sacerdotes;
– La especificidad de la Vida Religiosa consiste en ser esencialmente y siempre una forma de vida evangélica. Esto significa que el Evangelio constituye la norma última, por lo que el superior nunca puede sustituir a Cristo, ni la Regla ser superior al Evangelio, ni el ritmo de vida puede estar marcado por otra cosa que no sean los ciclos litúrgicos del año.

1.3 La relación con el mundo
Aunque durante mucho tiempo el cristianismo y la vida religiosa se presentaron como una negación del mundo o una huida de él, el Concilio Vaticano II proclamó la bondad de la creación y del mundo «que Dios tanto amó y por el que ofreció a su Hijo único» (cf. Jn 3,16), y su relativa autonomía. Por tanto, no se puede concebir la vida religiosa como una huida del mundo, sino más bien como una llamada a comprometerse activamente en la continuación de la misión de Jesús.[3]
Tanto las profundas transformaciones que tuvieron lugar en el mundo a partir de los años sesenta como esta renovada conciencia de la Iglesia de estar al servicio del mundo y de la humanidad dieron un impulso considerable a la dimensión pastoral.

De hecho, «esta emergencia de lo «pastoral» como categoría de orientación y evaluación de las diversas intervenciones de la Iglesia es consecuencia del Concilio Vaticano II, llamado (por el propio Juan XXIII) «Concilio pastoral» precisamente por el sesgo y el enfoque de toda su reflexión».[4]

Este compromiso suponía «mover a la Congregación hacia una reflexión atenta sobre el momento histórico, solidaria con las urgencias del mundo y las necesidades de los pequeños y los pobres, en un crecimiento homogéneo con la identidad del proyecto inicial y sus valores originales, suscitado por el Espíritu y destinado a un desarrollo vital más allá de las coberturas pasajeras».[5]
Por tanto, no se trataba simplemente de renovar nuestra praxis salesiana, sino más bien la vida salesiana y salesiana. «La profecía que el mundo juvenil espera hoy de nosotros, los salesianos, es ante todo la novedad del corazón inflamado por el ardor de aquella caridad pastoral definida por Don Bosco en su «da mihi animas cetera tolle«.[6]


2. Las grandes etapas del viaje
En el delicado proceso deseado por la Iglesia, tres Capítulos Generales «extraordinarios» permitieron a la Congregación situarse en la órbita histórica del Vaticano II, precisando la identidad salesiana en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Mientras que el CG19, celebrado durante el Concilio, «tomó conciencia y se preparó», el CG20 «puso en órbita», el CG21 «revisó, rectificó, confirmó y profundizó»; el CG22 fue llamado a «reexaminar, precisar, completar, perfeccionar y concluir».[7]

Siguieron otros tres Capítulos Generales «ordinarios», centrados en temas específicos de carácter operativo, considerados particularmente urgentes para toda la Congregación, pero en cierto sentido sectoriales, ya que no concernían a la totalidad de la vida salesiana: la educación a la fe de los jóvenes, la implicación de los laicos en la vida y la misión salesianas, y la comunidad salesiana contemporánea.


2.1 El Capítulo General Especial 20[8] (1971).
Contexto eclesial y social
La CG19 (1965), celebrada cuando el Concilio Vaticano II estaba casi a punto de concluir (aunque entre los documentos ya promulgados, los capitulares utilizaron principalmente la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Liturgia, el decreto Inter Mirifica sobre los medios de comunicación social y la constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, faltaba aún la última sesión con la promulgación de importantes documentos) recogieron los primeros impulsos del gran acontecimiento conciliar sobre el sentido renovado de la misión de la Iglesia en el mundo, sobre el dinamismo de la Vida Religiosa y su dimensión comunitaria y eclesial, sobre la revisión de la Pastoral y sus necesidades de pluralismo y descentralización, constituyendo así la mejor preparación para la CGS20.

De hecho, se trató de un Capítulo General Especial, con carácter particular y extraordinario, destinado a satisfacer las exigencias de la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares (Motu Proprio Ecclesiae Sanctae) de proceder a la revisión y «adecuada renovación» de la Congregación según los amplios, esenciales y exigentes objetivos indicados por la Constitución Dogmática Lumen Gentium y el Decreto Perfectae Caritatis, en armonía con el espíritu del Fundador.

Otros factores relevantes, a nivel contextual, fueron tres fenómenos decisivos que configuraron el mundo en el que se realizaba la misión de la Iglesia y de la Congregación en aquel momento, y que podían influir en todos ellos al tratarse de procesos aún en evolución:
– Un mundo en proceso de secularización que llevó a la Iglesia a reposicionarse y a redefinir un nuevo tipo de presencia y de acción.
– Un mundo caracterizado por situaciones de injusticia, consecuencia de las estructuras socioeconómicas, que colocó a la Iglesia ante el imperativo de adoptar una actitud decididamente evangélica en favor de los pobres.
– Un mundo en busca de la unidad en el pluralismo, que exigía a la Iglesia vivir su «catolicidad» de forma más actual y dinámica.
Como suele ocurrir en este tipo de transformaciones, los más vulnerables fueron los jóvenes que, por un lado, emergieron como fenómeno social y, por otro, manifestaron comportamientos perturbadores como la marginación voluntaria, el cambio de costumbres, la drogadicción y la delincuencia.

Sin embargo, el Capítulo no se limitó a cumplir las exigencias del Concilio Vaticano II como una mera formalidad, sino que aprovechó la ocasión para responder mejor a Dios y a los jóvenes. De hecho, el CGS fue precedido de una preparación muy minuciosa mediante una consulta dirigida a todas las Provincias con una «radiografía» del estado de la Congregación. De este modo, tomaron conciencia de los problemas y cuestiones más urgentes que ocupaban el interés y la preocupación de los Salesianos de todo el mundo, y que requerían iluminación, discernimiento y decisiones.

Retos a superar: Reformular un proyecto total
La cuestión fundamental era cómo hacer visible y relevante en la Iglesia el testimonio particular de la vida religiosa (LG 44).

Para que la vida religiosa pudiera responder a esta misión («pertenecer a la vida y a la santidad de la Iglesia»), Perfectae Caritatis exigía un compromiso de renovación por parte de todas las familias religiosas:
a) Hacer de la ‘sequela Christi‘ la regla suprema de la vida;
b) Garantizar su identidad y su misión, en fidelidad al Fundador;
c) Implicarse más decididamente en la vida de la Iglesia;
d) Ayudar a los miembros de la Congregación a saber interpretar los signos de los tiempos, en su contexto y como interlocutores en la misión;
e) Promover sobre todo la renovación espiritual «a la que corresponde el primer lugar también en las obras externas del apostolado» (PC 2).

El P. Luis Ricceri lo expresaba así en su carta de convocatoria de la CGS: «Contribución y corresponsabilidad son ante todo indispensables para promover en nosotros y en nuestras comunidades esa renovación interior, espiritual, apostólica, basada en nuestra conformidad con Cristo, en la fidelidad al carisma esencial de Don Bosco y a los signos de los tiempos. Sin esto, toda obra de renovación y de adaptación se reduciría al formalismo, al tecnicismo, al cuerpo sin alma, a la ilusión de resolver los problemas vivos con fórmulas y artículos.»[9]

CGS 20 (1971) articuló toda la cuestión en torno a cuatro temas fundamentales:
1. Naturaleza y finalidad de la Congregación.
2. La consagración religiosa y su relación con la misión.
3. Formación del salesiano.
4. Estructuras de gobernanza a todos los niveles.
El objetivo era elaborar un texto renovado de las Constituciones y Reglamentos en armonía con las orientaciones conciliares. En esencia, se trataba de refundar la identidad de la Congregación.

Decisiones tomadas
Siete meses de trabajo capitular produjeron 22 documentos con directrices doctrinales y operativas, divididos en cinco secciones que más tarde darían forma al texto constitucional:
– La primera sección reflejaba la principal preocupación de los capitulares: «la misión de los salesianos en la Iglesia», identificando el oratorio como el paradigma para la renovación de todas las obras.
– La segunda sección se centró en la «dimensión comunitaria de la vida religiosa».
– En la tercera, bajo el término «consagración», los votos se presentaron en la perspectiva conciliar.
– El cuarto esbozaba los «principales criterios para la formación y algunas directrices prácticas».
– El último formuló la unidad y la descentralización, la subsidiariedad, la participación y la corresponsabilidad como «criterios para la organización de la Congregación».[10]

Se redactó una reformulación más carismática y menos legalista del «Texto Constitucional», adaptando el lenguaje y el enfoque a las orientaciones del Concilio, y unificando en un solo texto las riquezas espirituales de la vocación salesiana y las normas fundamentales que rigen la vida: misión, comunión, consagración, formación y organización.

El «Reglamento» codificó la forma práctica universal de vivir las Constituciones, delegando en las Inspectorías la responsabilidad de establecer y regular los aspectos locales o las necesidades de situaciones particulares, a través de los Directores Inspectoriales.
Para evaluar los efectos de la renovatio accomodata, es significativo observar su influencia en tres de los ámbitos más sensibles de la vida salesiana:

– En cuanto a la formación, el P. Ricceri, en su Informe General sobre el estado de la Congregación, señaló que algunas casas de formación, noviciados y estudiantados habían tenido que cerrar por falta de vocaciones o por dificultades y tensiones internas. Lamentó especialmente el olvido y el debilitamiento del carisma salesiano en la formación, las desviaciones doctrinales, la actitud contestataria hacia las instituciones y la falta de responsabilidad de algunos formadores.[11]

– En lo que respecta a la comunidad, el cambio más profundo tuvo que ver con la naturaleza de las relaciones entre superiores y hermanos, que se simplificaron, acercándose cada vez más la función de gobierno a la de animación. Al mismo tiempo, se produjo un crecimiento de la participación y la corresponsabilidad.

– Las obras, por su parte, no lograron la «reducción» deseada por la CG19 para una eficacia apostólica más incisiva. La disminución del número de salesianos (de unos 22.000 en 1965 a 17.000 en 1977) se vio equilibrada por el aumento de colaboradores laicos, cuya formación requería una atención especial. Al mismo tiempo, se creaban centros provinciales de pastoral juvenil y algunos salesianos experimentaban formas de inserción en barrios difíciles o de trabajo con niños de la calle y jóvenes drogadictos, así como nuevas formas de colaboración con las instituciones civiles.[12]


2.2 El Capítulo General 21[13] (1978)
Contexto eclesial y social
La profundidad y la rapidez de los cambios, consecuencia del Concilio Vaticano II, generaron una situación de agitación y confusión en la Iglesia y en la Congregación que exigía claridad de planteamientos y sabiduría en las soluciones.

La acción profundamente renovadora llevada a cabo en la Congregación por la CGS (patente en las Constituciones y Reglamentos radicalmente renovados, permaneciendo fieles al espíritu de Don Bosco, y en las ideas y orientaciones operativas contenidas en las Actas de este Capítulo) necesitaba revisión, rectificación, profundización y reconfirmación.

El contexto sociocultural también estaba experimentando rápidas y profundas transformaciones en muchas naciones, aumentando la confrontación entre las generaciones jóvenes y adultas. Según el análisis de Don Vecchi, la segunda mitad de los años setenta representó para algunos el final de la era del 68 y el universo de la protesta juvenil, mientras que para otros marcó el agravamiento de la crisis a nivel económico, social, político y cultural.[14]
Entre los aspectos más significativos de este periodo, examinados a contraluz, surgieron paradojas y contradicciones:
– La exaltación de la persona y, al mismo tiempo, su instrumentalización.
– La aspiración a la libertad coexiste con la opresión de muchas libertades.
– La búsqueda de valores superiores frente a la repugnancia de todos los valores.
– El deseo de solidaridad contrastaba con una crisis de participación.
– La rapidez de los intercambios y de la información frente a la lentitud de las reformas culturales y sociales.
– El anhelo de unidad y paz universales junto con la persistencia de conflictos políticos, sociales, raciales, religiosos y económicos.
– La exaltación de la juventud es paralela a la frecuente marginación de los jóvenes del trabajo, la toma de decisiones y la responsabilidad.

Retos a afrontar: verificar la renovación
Era necesario determinar con precisión si se había logrado la renovación deseada en la aceptación y la vivencia de las Constituciones, cómo y en qué medida. Era necesario identificar las lagunas en el proyecto de renovación deseado por la CGS. Más concretamente, ¿cómo mantener a la Congregación vitalmente joven y, aunque renovada, siempre fiel a la visión claramente esbozada por Don Bosco?

Era necesario corregir posibles desviaciones o interpretaciones falsas y perjudiciales, superando el riesgo de motivaciones, visiones y juicios «diferentes» o, peor aún, opuestos, que podrían vaciar el alma de la Congregación y su propia razón de ser en la Iglesia.

Era necesario profundizar en algunos temas esenciales para la Congregación: el Sistema Preventivo, la Formación para la Vida Salesiana, el Coadjutor Salesiano y la reestructuración de la Universidad Pontificia Salesiana.
Este proceso de clarificación de la identidad, reforzado por la influencia del IV Sínodo de los Obispos que culminó con la encíclica magisterial Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, contribuyó progresivamente a profundizar en la misión específica salesiana, traduciéndose en una de las grandes opciones de este Capítulo: transformar a los salesianos en auténticos evangelizadores de los jóvenes.

Por un lado, la CG21 observó atentamente a los jóvenes y descubrió – sostenida quizás por un optimismo típicamente salesiano – una feliz convergencia entre sus aspiraciones, su voz dirigida a los Salesianos y nuestra misión. Por otro lado, consideró el renovado compromiso de la Iglesia con la evangelización y redescubrió el rasgo fundamental de nuestra identidad en esta misión evangelizadora hacia los jóvenes, que presuponía la evangelización previa de los propios Salesianos.

Decisiones tomadas: Misioneros en la educación
En su discurso de clausura, el P. Viganò, recién elegido Rector Mayor, resumió los tres objetivos que surgieron durante los trabajos capitulares:
1. La tarea prioritaria de llevar el Evangelio a los jóvenes, lo que implica un proyecto educativo-pastoral;
2. El espíritu religioso que debe animar la vida de los Salesianos;
3. El nuevo papel de la comunidad salesiana como animadora de la comunidad educativa pastoral (CEP), consecuencia de la toma de conciencia de que los religiosos no son los únicos agentes del Evangelio y están llamados a convertirse en formadores y animadores de los laicos.
Esto concretó el tema principal del Capítulo: «Ser testigos y anunciar el Evangelio: dos exigencias de la vida salesiana entre los jóvenes». Al mismo tiempo, se tomaron otras decisiones fundamentales:
– Hacer de la catequesis el terreno natural y más fértil para la renovación de toda la comunidad eclesial.

– Conceder a la Congregación otros seis años para conocer, asimilar y experimentar en la práctica el texto constitucional, al que se aportaron mejoras sugeridas por la experiencia vivida, especialmente en lo relativo a la corresponsabilidad de los laicos, la función del superior y las comunidades de formación.

Sin duda, la CG21 representó una renovación pastoral radical. La Congregación se sintió interpelada por la Iglesia y la sociedad y, en la conclusión del primer capítulo del Documento «Los Salesianos como Evangelizadores de la Juventud», asumió el compromiso de comprender mejor la nueva realidad juvenil y afrontar los nuevos retos que ésta presentaba (los fenómenos derivados de la creciente secularización de la sociedad, como la indiferencia religiosa, el ateísmo práctico o las sectas, el desempleo, la marginación, la desintegración de la familia, la difusión del erotismo y de la droga), elaborando el Proyecto Educativo Pastoral para no perder de vista lo esencial, no invertir la jerarquía de los objetivos y garantizar la calidad de los programas educativos de las obras.[15]


2.3 El Capítulo General 22[16] (1984)
Contexto eclesial y social
El Capítulo General 22 tuvo lugar casi veinte años después de la conclusión del Concilio Vaticano II y doce años después de la CGS, periodos que habían generado una intensa fase de experimentación y profundización de la identidad salesiana en el nuevo horizonte conciliar.

El paso del tiempo había ayudado a calmar las mentes y a abordar la acuciante necesidad de renovación con mayor claridad y menos impulsividad.

Podemos afirmar -aunque con la conciencia de que cuanto más nos acercamos al presente, mayor es el riesgo de interpretaciones subjetivas- que en aquellos años se produjo una transformación cualitativa en la experiencia de los religiosos, tanto a nivel individual como institucional. La situación inestable y caótica de las décadas anteriores dio paso a una determinación más serena, pero no menos incisiva, de perseverar en el compromiso con una Iglesia renovada y un mundo más justo, a sabiendas de que estos cambios no se producirían rápidamente. Así comenzó una segunda fase de renovación para la Congregación. El importante flujo de salidas ya estaba disminuyendo. Se abandonaron algunas experiencias apostólicas particulares, ciertos estilos de vida y modos de organización personales, mientras se consolidaba lo que funcionaba y se reorientaban las energías.

Es difícil señalar un acontecimiento específico que acelerara este cambio casi imperceptible. La realidad es que de repente surgió un nuevo «liderazgo», en algunos casos con personalidades extraordinarias. Los capítulos y las asambleas provinciales empezaron a ser más proactivos, el entusiasmo volvió a muchos hermanos y la vida religiosa volvió a percibirse como una alternativa viable y con sentido.

Retos pendientes: Concluir el proyecto de renovación.
– Definir las directrices que guiarían el futuro de la Congregación en la órbita conciliar.
– Elaborar un proyecto vocacional claro, actual y exigente, capaz de salvaguardar la identidad salesiana frente a los complejos desafíos de los tiempos. De ahí la importancia de que las Nuevas Constituciones expresen la experiencia de santidad apostólica ya vivida en Valdocco, mediante una continuidad sustancial y una fidelidad dinámica entre el texto querido por Don Bosco y el fruto de la CG22.

Decisiones tomadas: Aprobación final de la nueva Regla de Vida.
El resultado final del trabajo capitular representó -en palabras del Rector Mayor- «un texto orgánico, profundo, mejorado, impregnado de Evangelio, rico en la autenticidad de los orígenes, abierto a la universalidad e inclinado hacia el futuro, sobrio y digno, denso de realismo equilibrado y asimilación de los principios conciliares. Es un texto repensado comunitariamente en fidelidad a Don Bosco y en respuesta a los desafíos de los tiempos».[17]

De hecho, el nuevo texto constitucional colocó en la primera parte, dedicada a la identidad y al papel de los salesianos en la Iglesia, dos capítulos fundamentales sobre el espíritu salesiano y la profesión religiosa. La segunda parte articulaba los tres elementos inseparables de la vocación salesiana: la misión, la vida de comunión y la práctica de los consejos evangélicos. Se superaba así definitivamente la tendencia a subrayar la primacía de uno de los tres aspectos en detrimento de los demás. Esta parte concluyó con el capítulo sobre la vida de oración. La tercera parte, dedicada a la formación, y la cuarta, sobre el servicio de la autoridad, conservaron su estructura original.[18]

De este modo hemos podido esbozar fielmente un tipo concreto de vida, la experiencia de Don Bosco y de los primeros salesianos, capaz de inspirar y guiar nuestro proyecto de «sequela Christi» para los jóvenes. Este renovado texto constitucional condensa la doctrina espiritual, los criterios pastorales, las tradiciones originales y las normas de vida, es decir, nuestro carácter propio y nuestro itinerario específico de santidad. Como señaló el P. Viganò en la Introducción a las Orientaciones Operativas, «los verdaderos documentos del XXII Capítulo General son los textos de las Constituciones y de los Reglamentos Generales«.

La redacción final de la Regla de Vida supuso, entre otras cosas, la renovación de la Ratio, que debía integrar el nuevo Código de Derecho Canónico y las nuevas Constituciones, incorporando al mismo tiempo la aportación de las ciencias humanas. La idea central era que toda la formación de los salesianos debía ser coherente con la naturaleza de su vocación y su misión específica como educadores y pastores de los jóvenes.
La Congregación pudo inaugurar así una nueva fase de su historia: hacer la transición «del papel a la vida».


2.4 El Capítulo General 23[19] (1990)
Contexto eclesial y social
Al final del largo y fructífero período postconciliar, dedicado a la amplia redefinición de la identidad salesiana en la Iglesia y a su consiguiente aplicación práctica, la Congregación fue llamada a verificar la eficacia de la educación salesiana en la formación en la fe de los jóvenes con los que trabajaba y a actualizar los proyectos educativo-pastorales de las Inspectorías y casas.
En la escena mundial, la humanidad asistía al hundimiento del comunismo y a la configuración de un nuevo orden político caracterizado por la aparición de una única superpotencia que elevaría la economía a valor absoluto. Con la desaparición de la bipolaridad política, económica y social, también comenzó a surgir una nueva sensibilidad cultural. Sin embargo, durante el Capítulo General, el análisis de la realidad social tuvo una relevancia limitada, emergiendo principalmente a través de su impacto en los jóvenes.

«En los últimos años se ha producido una crisis de las ideologías y de las ideas fuertes y conductoras. En su lugar apareció el pensamiento débil de la posmodernidad, caracterizado tanto por el respeto y la apertura a todas las corrientes de las culturas, como por el relativismo ético, el subjetivismo y la fragmentación social… Para los jóvenes, el desempleo, la desintegración de muchas familias, el fenómeno generalizado del secularismo, la indiferencia religiosa, así como el de una nueva religiosidad a la moda de la nueva era se volvieron más preocupantes.»[20]

La realidad de la juventud era, por tanto, muy compleja, variada y desafiante. Surgió entonces la necesidad de conocer y comprender en profundidad los contextos en los que los jóvenes vivían -o luchaban por vivir- y en los que estaban llamados a realizar su crecimiento humano y religioso, contextos en los que los Salesianos debían acompañarlos:
– Contextos caracterizados por la abundancia de bienes materiales.
– Contextos marcados por el empobrecimiento económico, político y cultural.
– Contextos influenciados por la presencia de antiguas y grandes religiones.
– Contextos en los que estaba en marcha un proceso irreversible de independencia del colonialismo.
– Contextos en el éxodo de regímenes autoritarios a diferentes sistemas de vida social y política.
– Contextos de comunidades indígenas y minorías étnicas.

Retos a superar: educar a los jóvenes en la fe
El tema surgió de la experiencia de los años anteriores, de las dificultades encontradas tanto por los jóvenes como por la comunidad salesiana, pero también de la promesa de fidelidad a Don Bosco, renovada el 14 de mayo de 1988 en la celebración del centenario de su muerte.

Se tomó conciencia de que educar a los jóvenes en la fe se estaba convirtiendo en una misión cada vez más compleja en todos los ámbitos de la presencia salesiana, consecuencia de una cultura emergente que exigía un replanteamiento tanto de la metodología como del contenido de la educación en la fe.

Este compromiso exigía no perder nunca de vista la función «unificadora e iluminadora» de la fe y, por tanto, recuperarla, proponerla y saber hacerla significativa para los jóvenes como elemento vital para la maduración integral de la persona.

Significaba asumir la tarea de educar a los jóvenes en los valores de la dignidad humana, de la superación del egoísmo, de la reconciliación, de la grandeza cristiana de poder perdonar y sentirse perdonado.
Se trataba de hacer crecer el amor formando las mentes y los corazones de los jóvenes para que pudieran percibir claramente la centralidad suprema de la Eucaristía en la vida cristiana.

Por último, se trataba de saber interpretar y presentar el sentido de la vida como vocación, con la conciencia de que cada joven representa un proyecto humano que hay que descubrir y construir a la luz de la conciencia de ser «imagen de Dios».

Decisiones tomadas: Propuesta de espiritualidad juvenil
Partiendo de los retos que plantea la realidad juvenil en sus diversos contextos, los capitulares esbozaron un camino de educación en la fe para los jóvenes, ofreciéndoles una propuesta de vida cristiana significativa y de espiritualidad juvenil salesiana.

El CG23 optó por considerar al destinatario de la misión salesiana como el fruto maduro de su compromiso educativo, presentándolo como un joven educado en la fe, que opta por la vida, que sale al encuentro de Jesús, que participa activamente en la comunidad eclesial y que descubre su lugar en el Reino, con especial atención a la «formación de la conciencia, la educación al amor y la dimensión social de la fe» (CG23, 182-214).

No se trataba, pues, de reducir las obras (aunque era una tarea importante), sino de repensar y renovar la misión, es decir, la calidad de la propuesta educativo-pastoral. El objetivo era menos crear nuevas presencias y más crear una nueva presencia, una forma innovadora de estar presente allí donde ya se estaba trabajando.

Una vez más, la Congregación se sintió llamada a relanzar con toda su energía la actitud «da mihi animas«, testimoniada por Don Bosco con originalidad pastoral, transformando las comunidades en «signo de fe, escuela de fe y centro de comunión» (CG23, 215-218).


2.5 El Capítulo General 24[21] (1996)
Contexto eclesial y social
El Capítulo General 24 tuvo lugar en el contexto de tres acontecimientos eclesiales significativos que influyeron profundamente en su desarrollo: en primer lugar, el desafío de la Nueva Evangelización, iniciado por el Concilio Vaticano II y asumido posteriormente por Juan Pablo II como programa pastoral; en segundo lugar, el Sínodo para los Laicos, que les exhortó a vivir con mayor compromiso su vocación bautismal tanto en el ámbito eclesial como en el social, principios codificados posteriormente en la Exhortación Apostólica Christifideles Laici; por último, el Sínodo sobre «La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo», que actualizó la doctrina conciliar sobre la vida religiosa adaptándola a las nuevas exigencias culturales, todo ello expresado en el esclarecedor documento Vita consecrata, lleno de consecuencias positivas.

A nivel mundial, la historia asistía al surgimiento de un nuevo escenario económico, político, social y cultural, tras los acontecimientos que marcaron el final del conflicto Este-Oeste. Varias tendencias ejercían ya una influencia considerable en la vida y la acción salesianas:
– La primacía de la economía, apoyada por el neoliberalismo, que ha provocado el empobrecimiento de gran parte del mundo.
– La ambivalencia de la comunicación que, por un lado, fomentó la integración entre países y, por otro, provocó profundos cambios culturales.
– La pérdida del papel privilegiado de la familia y la educación en la formación de la persona, frente al creciente poder de otros agentes educativos y otros modos de organización familiar.
– La creciente importancia de la mujer en la sociedad y la necesidad de prestar más atención a la especificidad femenina.
– El resurgimiento de una cara múltiple del fenómeno religioso exigía una espiritualidad más profunda y centrarse en el diálogo ecuménico e interreligioso.

Desafíos a superar: crear sinergia entre la SDB y los colaboradores
Aspiraban a multiplicar el número de personas dispuestas a vivir su bautismo en el ámbito de la educación y la cultura, revalorizando la propia realidad secular como un auténtico lugar teológico.

Era necesario verificar y relanzar el «proyecto laico» según las exigencias de Lumen Gentium (capítulo IV), Gaudium et Spes, el decreto Apostolicam Actuositatem y la exhortación apostólica Christifideles Laici, en sintonía con Don Bosco, que había comprendido la importancia fundamental de compartir su juventud y su misión popular con un vasto movimiento de personas.
La intención era reunir a salesianos y laicos en un nuevo paradigma de relaciones, dentro de una eclesiología de comunión, no tanto para compensar la disminución del número de salesianos como para lograr una mayor complementariedad en la misión común.

Era esencial orientar a los salesianos hacia su tarea prioritaria: dar prioridad a la animación pastoral y pedagógica, y dedicarse con mayor empeño a la formación de los colaboradores y corresponsables, por encima de cualquier otro compromiso.
La intención era iniciar un camino de formación común entre salesianos y laicos centrado en el espíritu y la misión de Don Bosco, para fomentar un auténtico intercambio de dones.

Era esencial revalorizar la dimensión laica de la Congregación, expresada en la opción por el campo de la cultura, la educación y la promoción humana de la juventud necesitada, con una especial sensibilidad cultural por las clases trabajadoras. Era vital y prometedor poder compartir compromisos en el campo de la cultura y la educación con personas que cultivaban los valores laicos «desde dentro».

Decisiones tomadas: Implicar y formar a colaboradores no profesionales
Un rasgo distintivo del Capítulo General 24 fue la presencia activa, por primera vez en un acontecimiento de esta naturaleza, de 21 laicos. Cada vez arraigaba más la convicción de que la nueva evangelización y la educación no podrían realizarse sin la colaboración orgánica y cualificada de los laicos. Las comunidades salesianas debían ahora equiparse para convertirse en el «núcleo animador» de una comunidad educativo-pastoral y en el centro dinamizador de la Familia Salesiana, donde salesianos, laicos y miembros de la Familia Salesiana pudieran compartir plenamente el espíritu y la misión de Don Bosco. Esto tuvo importantes consecuencias:

– Cualificar la formación de los laicos, ayudándoles a crecer en la gracia de la unidad, elemento central del espíritu de Don Bosco, que mantiene una tensión armoniosa entre la fe y el mundo, Dios y el hombre, el misterio y la historia. Sólo así podrían superarse el horizontalismo y el verticalismo, el secularismo y el espiritualismo (Cf. Christifideles laici 59).
– Ampliar la implicación de los laicos en las obras, con una actitud personal y comunitaria que testimonie su fraternidad bautismal y su responsabilidad apostólica común, confiando en los compromisos que se les confían.
– A nivel de Familia Salesiana, promover la corresponsabilidad, creando espacios de participación y fortaleciendo la comunicación.


2.6 El Capítulo General 25[22] (2002)
Contexto eclesial y social
El fenómeno social y cultural más relevante de aquellos años fue, sin duda, el individualismo, que se manifestó no sólo en el plano económico -en su vertiente neoliberal- o en el político, sino sobre todo en la vida cotidiana: «Ser uno mismo, vivir libremente sin represión, elegir el propio modo de vida, son las aspiraciones y el derecho que nuestros contemporáneos consideran más legítimos».[23]
Esta cultura de la subjetividad, fuertemente centrada en la libertad y la responsabilidad personal, hizo más difícil la transición a una cultura de comunión. Esto era tan cierto para la esfera eclesial, donde muchos fieles entendían la fe como un hecho privado, como para la vida religiosa, en la que existía una dicotomía creciente entre el deseo de comunión -entendida como aceptación de la persona y relaciones interpersonales profundas- y la «saciedad» de la vida comunitaria, que relativizaba las prácticas comunes.

Había, al mismo tiempo, un sentimiento generalizado de soledad y una fuerte necesidad de encuentro y de compartir, especialmente evidente en el mundo de la juventud y de la Iglesia; en este contexto, la fraternidad podía erigirse en signo de esperanza y profecía.

Retos a superar: crear un modelo de comunidad que sea humanamente significativo, pastoralmente profético, vocacionalmente atractivo y con propósito.

El nuevo modelo pastoral, que veía una presencia cada vez mayor de los laicos en las tareas de animación y gobierno de las obras, exigía un estilo comunitario capaz de plantear interrogantes: ¿cómo debía estructurarse la comunidad para que fuera visiblemente evangélica, auténticamente fraternal, animadora y vocacionalmente convocadora?

De ahí la necesidad de reavivar en cada uno la conciencia de estar llamados a vivir la fraternidad en Cristo con mayor sentido, alegría y transparencia, como respuesta a las aspiraciones profundas de nuestro corazón, para que, en medio de los jóvenes, demos verdaderamente testimonio del amor de Dios y nos convirtamos en centros de animación espiritual para la CEP y la Familia Salesiana.

Al mismo tiempo, surgió un desequilibrio entre la cantidad -y la complejidad- de las obras y los recursos de personal: la disminución y el envejecimiento de los salesianos contrastaban con el crecimiento de las obras y la multiplicación de las estructuras. El resultado fue el cansancio físico, el estrés psicológico y la superficialidad espiritual a nivel personal, así como la división y fragmentación del proyecto comunitario, que hizo estériles muchos esfuerzos educativo-pastorales.
La Congregación se encontró, pues, discerniendo nuevas formas de vida comunitaria capaces de responder a las exigencias de la sequela Christi y de la misión. El objetivo era determinar las condiciones concretas que permitieran vivir con dinamismo y eficacia la fraternidad apostólica consagrada.

Decisiones tomadas
Las decisiones tomadas estaban encaminadas a lograr lo que el padre Vecchi señaló como el «objetivo principal y terminal» de la CG 25: «encontrar formas eficaces de volver a motivar a las comunidades para que manifiesten su identidad religiosa con sencillez y claridad en situaciones nuevas; determinar las condiciones o criterios esenciales que permitan, o más bien estimulen, a nuestra fraternidad profesa a vivir de forma gozosa y humanamente significativa, siguiendo a Cristo».[24]


2.7 Capítulo general 26 (2008)
La CG 26 se centró en el tema «Da mihi animas, coetera tolle«: Identidad carismática y pasión apostólica.

El objetivo fundamental del Capítulo General 26 era reforzar nuestra identidad carismática a través de un retorno a Don Bosco, despertando de nuevo en el corazón de cada hermano la pasión de «Da mihi animas, cetera tolle«.

La determinación y el compromiso de empezar de nuevo desde el fundador no son un signo de crisis, sino más bien un criterio de autenticidad y fidelidad, arraigado en la convicción de que en su carisma y en su vida no residen sólo los elementos que inspiraron el pasado, sino también aquellos que se revelan como profecía para el futuro.

Para alcanzar tal objetivo, era necesario ante todo un conocimiento más profundo de Don Bosco. Existía un grave riesgo de romper los vínculos vitales que nos mantenían unidos a él: había transcurrido ya más de un siglo desde su muerte y los salesianos de las primeras generaciones que le habían conocido en persona se habían extinguido. La distancia cronológica, geográfica y cultural con el fundador se ensanchaba, privándonos de ese clima espiritual y de esa cercanía psicológica que permitían una referencia espontánea a Don Bosco y a su espíritu. Si no hubiéramos revivido nuestras raíces, habríamos corrido el riesgo de no tener futuro ni derecho a la ciudadanía. Por eso era necesario estudiarle, amarle, imitarle e invocarle: conocerle como maestro de vida, a cuya espiritualidad nos acercamos como hijos y discípulos; como fundador, que nos mostró el camino de la fidelidad vocacional; como educador, que nos dejó como preciosa herencia el «sistema preventivo»; y como legislador, porque las Constituciones, que él elaboró directamente y luego la historia salesiana, nos ofrecieron una lectura carismática del Evangelio y del seguimiento de Cristo.

La llamada a volver a los jóvenes -nuestra misión, nuestra razón, nuestra patria- siguió siendo siempre urgente, para que pudiéramos ser más competentes entre ellos. Es cierto que, incluso entonces, luchábamos por estar a la altura de los jóvenes, por comprender su cultura y amar su mundo; sin embargo, el verdadero salesiano no abandonaba el campo de la juventud. Un salesiano era aquel que poseía un conocimiento vital de los jóvenes: su corazón latía donde latía el corazón de los jóvenes. Vivía para ellos, existía para sus problemas, sus expectativas, sus sueños.

Los retos a los que querían responder
En el plano de las tendencias fundamentales, era necesario reconocer la existencia de dos «dinámicas transversales» que caracterizan el cambio de época que vivimos actualmente: por un lado, una tendencia a la homogeneidad cultural, que pretende reproducir el modelo occidental eliminando las diferencias; por otro, contrastes culturales de motivación religiosa que conducen a una diferenciación creciente, por ejemplo, entre el islam y Occidente, entre la sociedad secularizada y el cristianismo.

Desde el punto de vista económico, se está produciendo la difusión universal del modelo neoliberal, basado en el sistema de mercado, que tiende a prevalecer sobre los demás valores humanos de las personas y los pueblos. Desde el punto de vista cultural, se impone un proceso de homologación de las culturas hacia el modelo occidental, con la disolución progresiva de las peculiaridades culturales y políticas de los pueblos.

El impacto de los medios de comunicación y la revolución de las tecnologías de la información generan profundos cambios en las costumbres, la distribución de la riqueza, la organización del trabajo, a través de una cultura mediática y una sociedad de la información.

En el plano social y cultural, surge una fuerte tendencia a la «movilidad humana», manifestada por las masas que emigran a países ricos y prósperos. El «desafío de la pobreza», el hambre, las enfermedades y el subdesarrollo persiste, junto con los problemas derivados de la explotación de niños y menores en las trágicas formas de la marginación, el trabajo infantil, el turismo sexual, la mendicidad, los niños de la calle, la delincuencia juvenil, los niños soldados y la mortalidad infantil. La «mentalidad consumista» se extiende por todas partes, tanto en los países ricos como en los países en desarrollo.

Por supuesto, también surgen retos dentro de la propia Congregación, y son de distinta naturaleza: el envejecimiento de los cohermanos en algunas zonas, la disparidad de las condiciones de vida de los Salesianos frente a contextos de pobreza y miseria. También hay un impacto diferente de la cultura juvenil, con sus actitudes y modelos de vida, en la vida personal y comunitaria de los miembros; la dificultad de tratar con un mundo juvenil extremadamente variado en cuanto a ideas y comportamientos; los diferentes énfasis en la relación entre educación y evangelización; las diferentes sensibilidades en cuanto al impacto social de nuestra misión de promoción humana. En algunos lugares persisten la superficialidad espiritual, el genericismo pastoral, el alejamiento del mundo juvenil, los problemas relativos a la inculturación del carisma, el escaso conocimiento de Don Bosco y de su obra.

Decisiones tomadas
– Urgencia de evangelizar, provocar y llamar a los jóvenes a seguir a Cristo tras las huellas de Don Bosco.
– Orientación decidida hacia nuevas fronteras: compromiso con la «juventud pobre», la «familia» y la presencia como interlocutores críticos en la comunicación social.
– Iniciar «nuevos modelos» de gestión capaces de apoyar la misión salesiana con flexibilidad y agilidad.
– Por último, una atención cuidadosa y diligente a la revitalización de la «presencia salesiana en Europa».


2.8 Capítulo general 27 (2014)
La CG 27 adoptó como tema “Testigos de la radicalidad evangélica”.
Pretendía guiarnos hacia una comprensión más profunda de nuestra identidad carismática, haciéndonos conscientes de nuestra vocación a vivir fielmente el proyecto apostólico de Don Bosco. La radicalidad de vida era el nervio interior de Don Bosco; alimentó su incansable dedicación a la salvación de los jóvenes y permitió el florecimiento de la Congregación.[25]

Radical es aquel discípulo que se deja fascinar por Cristo y, en consecuencia, está dispuesto a abandonarlo todo (cf. Mt 19,21-22) para identificarse con Él, «asumiendo sus sentimientos y su forma de vida». Radical es aquel apóstol que, como Pablo, «renunció a todas estas cosas y las consideró basura para ganar a Cristo» (Flp 3,8). En efecto, sólo una conversión plena en Cristo[26] , es decir, una identificación completa con la persona y la misión de Jesús garantiza «la forma más radical de vivir el Evangelio en esta tierra».[27] Esto, a su vez, genera un impulso renovado para la evangelización: aquellos que, como Jesús, sólo tienen a Dios y su reino como causa, lo representan («re-presentan») de forma fiable y creíble.[28]

Como Rector Mayor, había subrayado que para nosotros, los salesianos, «el testimonio personal y comunitario de la radicalidad evangélica no es simplemente un aspecto que se sitúa junto a otros, sino más bien una dimensión fundamental de nuestra vida». «No puede reducirse únicamente a la práctica de los consejos evangélicos. Implica todo nuestro ser, abarcando sus componentes esenciales: el seguimiento de Cristo, la vida fraterna en comunidad, la misión».[29] Y concretamente, «para afrontar los desafíos presentes y futuros de la vida consagrada salesiana y de la misión en toda la Congregación, surge la necesidad de delinear el perfil del nuevo salesiano»[30] , llamado a ser: místico, reconociendo la primacía absoluta de Dios; profeta, viviendo en y para la fraternidad evangélica; servidor, dedicándose por entero a acompañar y cuidar a los jóvenes más pobres y necesitados.
Estas son las opciones que estamos llamados a ser hoy:
– Místicos: en un mundo que se siente cada vez más claramente desafiado por el secularismo, debemos «encontrar una respuesta en el reconocimiento de la primacía absoluta de Dios» mediante «la entrega total de uno mismo» y en «la conversión permanente a una vida ofrecida como verdadero culto espiritual».[31]

– Profetas: «En el contexto multicultural y multirreligioso, se impone un testimonio de fraternidad evangélica«. Nuestras comunidades religiosas están llamadas a vivir con valentía el Evangelio como una forma alternativa de vida y «un estímulo para purificar e integrar valores diferentes mediante la reconciliación de las divisiones.»[32]

– Siervos: «La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar esa creatividad en la atención a los más necesitados»[33] , que caracterizó el nacimiento de nuestra Congregación y marcará también el renacimiento de nuestras Provincias, en beneficio de los jóvenes más pobres y de los marginados por razones económicas, sexuales, raciales o religiosas.


2.9 Capítulo general 28 (2020)
La CG 28 tuvo como tema «¿Qué salesiano para la juventud de hoy?».

Sabemos muy bien cómo Covid-19 afectó profundamente a este Capítulo General, que quedó, por primera vez en la historia, inacabado y sin documento capitular oficial, debido a la urgencia de concluir pronto los trabajos.

El Rector Mayor, P. Àngel Fernández Artime, al presentar las Reflexiones Capitulares que se abren con las líneas programáticas, escribió con intensidad: «Creo que el documento que ahora tenéis en vuestras manos nos permitirá profundizar en las motivaciones eclesiales, carismáticas y de identidad que nos ayudarán a continuar en el camino de fidelidad que, como Congregación y de manera personal, deseamos continuar. Hoy, nuestro mundo, la Iglesia y los jóvenes junto con sus familias, nos necesitan como ayer, para seguir viviendo un camino de fidelidad al Señor Jesús. Nos necesitan como personas significativas y valientemente proféticas. Que el Señor nos conceda este don. Con mediocridad y miedo, pocas cosas podemos ofrecer a los jóvenes, que no puedan transformar sus vidas y llenarlas de sentido» (presentación RM, p.10, énfasis original).

Lo que hizo el Rector Mayor, junto con su Consejo, fue cotejar cuidadosamente lo que se había elaborado durante los días del Capítulo, integrando tanto el trabajo iniciado, pero no terminado, como lo preparado por la Comisión de Redacción y el valioso trabajo precapitular de las Inspectorías.

El objetivo, en palabras del propio Rector Mayor, era «convertirse en un programa de acción para los próximos seis años, en absoluta continuidad con el camino recorrido anteriormente por la Congregación y que, también por ello, nos da fuerza y coraje» (Líneas programáticas… p. 15, énfasis personal).

A la luz de lo que el Rector Mayor nos presenta en sus «Reflexiones Capitulares» al concluir la CG28, el salesiano para los jóvenes de hoy está llamado a:

1. Reafirmar la centralidad de la misión (C.3), que no consiste simplemente en obras o actividades, sino en ser auténticos «testigos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres y abandonados» (C.2). Esta vocación debe manifestarse visiblemente, como ya indicaba la CG23, que había perfilado al salesiano como «pastor-educador de los jóvenes».
2. Recuperar plenamente la conciencia de que la misión se vive en comunidad, verdadero sujeto de la misión (C.49), y por tanto debe vivirse con un profundo sentido de pertenencia y participación, ya que es la propia comunidad la que envía a cada hermano y le confía funciones y tareas específicas, en línea con lo solicitado por la CG 25, que pretendía renovar la Congregación a través de la renovación de la Comunidad.

3. Reconocer que la misión hoy se realiza en corresponsabilidad con los laicos, dando lugar a un auténtico «nuevo sujeto pastoral», como ya instaba la CG24, que pedía un cambio de mentalidad en el salesiano para que compartiera con los laicos no sólo el trabajo, sino también el espíritu y la misión.

Todo ello exigía situarse en un «estado de aprendizaje permanente» para:
a. Crecer en identidad carismática, como lo requiere la CG26;
b. Asegurar la interioridad apostólica;
c. Alcanzar la gracia de la unidad, como esperaba el CG27, trazando un perfil del salesiano como ‘místico en el espíritu’, ‘profeta de comunión’, ‘servidor de los jóvenes’.
He aquí las Líneas Programáticas que definen, a la manera de una «verdadera hoja de ruta», el camino de la Congregación para los próximos años:

1. Salesianos de Don Bosco para siempre. Un sexenio para crecer en la identidad salesiana (volver a Cristo como consagrados: asumir el estilo de vida obediente, pobre y casto de Jesús – volver a Don Bosco como salesianos: identificación con el proyecto apostólico de Don Bosco, las Constituciones).
2. En una Congregación a la que nos invita el «da mihi animas, coetera tolle» (traducido en un compromiso renovado con la evangelización – prioridad del primer anuncio en sintonía con la «Evangelii Gaudium»).

3. Vivir el «sacramento salesiano de la presencia» (asistencia renovada caracterizada por la presencia – escucha – acompañamiento [Carta de Roma y Christus Vivit]).

4. Formación para ser pastores salesianos hoy (formación para y en la misión: hacia una conciencia cada vez mayor de la formación permanente y del hecho de que la comunidad es el lugar privilegiado, garantía de calidad de todo el proceso).

5. Prioridad absoluta para los jóvenes, los más pobres, los más abandonados e indefensos (un imperativo tanto más necesario en el contexto de la actual crisis económica y social. Es una opción que no admite excepciones, porque no es ideológica sino carismática).

6. Junto con los laicos en la misión y la formación. 7. La fuerza carismática que ofrecen los laicos y la Familia Salesiana (comunión o sentido de pertenencia y participación o sentido de corresponsabilidad en el carisma y la misión).

7. Es el momento de una mayor generosidad en la congregación. Una congregación universal y misionera (requiere concretamente una disponibilidad total para sus necesidades de servicio o misión)
8. Acompañar a los jóvenes hacia un futuro sostenible alianza verde»; no se trata de una simple defensa de los «ecosistemas», sino de la promoción de una «ecología integral» desde la perspectiva de Laudato si).

El elemento inspirador y unificador de toda esta articulación fue el Mensaje del Papa Francisco a los miembros de la CG28 y su apremiante invitación a revivir el carisma de Don Bosco.
En una palabra, se trata de volver a Valdocco:
– la «opción Valdocco» y el don de la juventud;
– la «opción Valdocco» y el carisma de la presencia;
– la «opción Valdocco» en la pluralidad de lenguas (multiculturalismo);
– la «opción Valdocco» y la capacidad de soñar.

En definitiva, se trata de revivir el carisma de Don Bosco, «ser otros Don Boscos hoy», para poder responder con fidelidad creativa y dinámica a los nuevos retos de la misión y de los jóvenes de nuestro tiempo.


2.10 Capítulo general 29 (2025)
La CG29 adoptó como tema «Apasionados por Cristo – dedicados a la Juventud» para una vivencia fiel y profética de nuestra vocación salesiana.
En este Capítulo influyó en gran medida el nombramiento del Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime como Cardenal de la Santa Iglesia, que tuvo lugar a mediados del sexenio, con importantes consecuencias, entre ellas que la convocatoria del CG29 se adelantara un año.
Como exigen las Constituciones, el Capítulo estuvo presidido inicialmente por el vicario P. Stefano Martoglio, hasta la elección del nuevo Rector Mayor en la persona del P. Fabio Attard. Este último, aunque en un principio no era miembro del Capítulo, guio sabiamente los trabajos hasta su conclusión.
A pesar de estas circunstancias especiales, el Capítulo profundizó en los tres núcleos temáticos considerados de importancia fundamental por el Rector Mayor:
– ‘Animar y cuidar la verdadera vida de cada salesiano’;
– ‘Juntos Salesianos, Familia Salesiana y Laicos ‘con’ y ‘para’ los jóvenes’;
– «Una valiente revisión y rediseño del gobierno de la congregación a todos los niveles».

El contexto histórico en el que tuvo lugar el Capítulo fue una página dramática de la historia contemporánea, caracterizada por una tensa situación geopolítica, con numerosos conflictos en curso y el peligro creciente de una guerra nuclear. Al mismo tiempo, la Iglesia se encontraba tras el «Sínodo para un camino sinodal» y el Jubileo de la Esperanza. Para la congregación, este periodo coincidió con la celebración del 150 aniversario de la primera expedición misionera y con un profundo cambio en el rostro de la congregación, cada vez más multicultural.
Las deliberaciones adoptadas por la Asamblea Capitular, en consonancia con el tema general y los tres núcleos temáticos, se articularon en el documento final:

Salesianos apasionados por Jesucristo y comprometidos con la Juventud
El tema elegido por el Rector Mayor P. Ángel Fernández para nuestro Capítulo toca la esencia misma de la vida cristiana y religiosa: ser conquistados por el amor de Cristo hasta el punto de situar a Dios en el centro de nuestra existencia. La vida consagrada está, en su totalidad, marcada por el amor y debe ser vivida bajo la bandera de este amor. No puede abrazarse auténticamente si no es con alegría, incluso en tiempos de prueba y dificultad, con la convicción y el entusiasmo de quien tiene el amor como motor de su vida. De esta raíz brotan la serenidad, la luminosidad y la fecundidad de la vida consagrada, cualidades que la hacen fascinante y atractiva para los jóvenes a los que somos enviados y a los que, por vocación, estamos enteramente dedicados.

En su mensaje a los miembros de la CG29, el Papa Francisco comentó sobre el tema: «Es un hermoso programa: ser ‘apasionados’ y ‘entregados’, dejarse implicar plenamente por el amor del Señor y servir a los demás sin guardarse nada para uno mismo, como hizo vuestro Fundador en su tiempo. Aunque hoy, en comparación con entonces, los retos hayan cambiado algo, la fe y el entusiasmo siguen siendo los mismos, enriquecidos con nuevos dones, como el de la interculturalidad.»

Esta reflexión nos lleva inevitablemente a la «pasión de Dios» manifestada en Cristo crucificado, una expresión que abarca tanto el amor infinito e inconmensurable de Cristo («pasión» como expresión de un gran amor), como su inmenso sufrimiento, resultado de la traición de uno de los suyos, el abandono de todos los discípulos, la negación del líder de los ‘doce’, el rechazo del pueblo, la condena de los líderes religiosos, la crucifixión a manos de los romanos y el aparente silencio de Dios (‘pasión’ como expresión del sufrimiento por amor). No es de extrañar, pues, que no haya símbolo más elocuente que la «pasión» -entendida como amor y sufrimiento a la vez- de Cristo crucificado.

La razón es muy clara: sólo reconociendo y sintiéndonos infinitamente amados por el Padre en Cristo podemos ser conquistados por Él y llegar a ser capaces de amar auténticamente a los demás: a los hermanos, a los jóvenes, a todas las personas que trabajan con nosotros en la misión.

Es precisamente este «pathos» divino el que llevó a Pablo a confesar: «Estoy crucificado con Cristo. No soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí«. (Gal 2:19-20). Sólo cuando nos conquista la pasión (amor y sufrimiento) de Cristo podemos llegar a ser auténticamente apasionados, capaces de un amor y una entrega totales.

Primer núcleo: ‘Animación y cuidado de la verdadera vida de cada salesiano’
– Renueve decididamente la centralidad de Jesucristo, redescubriendo la gracia de la unidad y rehuyendo la superficialidad espiritual.
– Revitalizar la vida fraterna en las comunidades y reforzar el servicio a los jóvenes más pobres como expresión auténtica del carisma salesiano.
– Renovar los procesos de formación ocupándose del acompañamiento y la formación en la misión.

Segundo núcleo: ‘Juntos Salesianos, Familia Salesiana y laicos ‘con’ y ‘para’ los jóvenes’
– Compartir la espiritualidad, la misión y la formación con los laicos y los miembros de la Familia Salesiana en cada comunidad educativa pastoral.
– Ofrecer itinerarios graduales y sistemáticos de educación en la fe y renovar la práctica del Sistema Preventivo, garantizando entornos seguros en todas partes.
– Estar presente en las nuevas fronteras de la misión: el entorno digital, la ecología integral, las nuevas expresiones del carisma.

El tercer núcleo contiene las Resoluciones aprobadas por el Capítulo. Algunas de ellas modifican artículos de las Constituciones o de los Reglamentos, otras exigen al Rector Mayor y a su Consejo que presten especial atención a cuestiones de particular importancia. Estas resoluciones representan el fruto de una reflexión amplia y articulada, que abarcó también cuestiones que el 28º Capítulo General había dejado pendientes debido a su pronta conclusión. No todas las cuestiones examinadas se plasmaron en resoluciones ni obtuvieron el consenso necesario para generar cambios institucionales, pero contribuyeron no obstante a la «valiente verificación y rediseño del gobierno de la Congregación a todos los niveles» que se pedía en la carta de convocatoria.


3. Evaluación y perspectivas de futuro

3.1 Evaluación
El Concilio Vaticano II ha ejercido indudablemente una influencia en la vida y la misión salesianas. No es éste el lugar para presentar un análisis exhaustivo de todas las transformaciones que han tenido lugar en la Congregación durante estos sesenta años, ni estoy seguro de que ya se haya hecho un trabajo semejante. Por lo tanto, me limitaré a destacar algunas transformaciones que considero particularmente significativas.

La misión ha experimentado un cambio notable, descrito con particular eficacia por el P. Vecchi que, en sus años de Consejero para la Pastoral Juvenil, ha vivido este proceso en primera persona: «La imagen de los Salesianos al comienzo de esta evolución es la de una Congregación firmemente implantada en el campo juvenil con estructuras educativas bien definidas: escuelas, centros de formación profesional, internados, oratorios; que desarrolla en el seno de estas estructuras diferentes «líneas» pedagógicas según una praxis segura: pedagogía religiosa, pedagogía escolar, pedagogía asociativa, pedagogía del trabajo, pedagogía del ocio. La preparación del personal y las funciones de orientación y gobierno correspondían a los ámbitos de trabajo. También correspondían a los objetivos generales, a la organización de los contenidos, a la elección de los grupos destinatarios e incluso a una interpretación del contexto social y del papel que la tarea educativa debía desempeñar en él. La imagen, tras veinte años de camino (1970-1990), es la de una Congregación abierta a múltiples campos de trabajo, en entornos en los que aparecen constantemente nuevas exigencias educativas y pastorales bajo el lema de la «complejidad»; que planifica intervenciones variadas y a veces inéditas; que se enfrenta a la urgencia de adaptar, equilibrar y hacer interactuar las competencias de los miembros, de reformular sus programas y de dar consistencia a ciertas intuiciones.»[34]
En consecuencia, las estructuras de animación y gobierno también sufrieron cambios, no sólo para responder mejor a las necesidades de la nueva pastoral, sino para garantizar la identidad del carisma y su inculturación, la unidad y la descentralización, la autonomía y la subsidiariedad.

La vida de comunión ha crecido en la dimensión de la fraternidad, el respeto a la persona, el ejercicio de la autoridad, la profundidad de las relaciones interpersonales y la corresponsabilidad en los procesos de toma de decisiones.

Impulsada por estímulos internos y externos, la formación ha perfilado con mayor precisión el perfil del salesiano que pretende formar, las condiciones y la metodología que hacen posible su progresiva identificación con Don Bosco, referencia última de la formación salesiana.

Desde esta perspectiva, puede decirse que la Congregación ha sido fiel a las exigencias de la Iglesia, del mundo y de la cultura, así como a las necesidades siempre cambiantes de los jóvenes, tratando de responder con fidelidad y creatividad.

Sin embargo, para evitar caer en un optimismo fácil y comprobar si la renovación reclamada por el Concilio Vaticano II no se ha limitado a una mera «renovatio accomodata» formal, sino que ha calado realmente hondo en la mente y el corazón de las personas, considero oportuno proponer una evaluación más amplia del fenómeno postconciliar en la vida religiosa. De este modo podremos completar el cuadro general, destacar las tareas aún incompletas y esbozar las perspectivas futuras.
Existe la creencia generalizada de que en el periodo anterior al Concilio Vaticano II era relativamente fácil «identificar» a los religiosos, su forma de vida y su lugar en la Iglesia. La vida religiosa se caracterizaba por la profesión perpetua de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, según las Constituciones de una Congregación aprobada por la autoridad eclesiástica. Los religiosos residían en casas religiosas, conventos o monasterios, y se distinguían, dentro y fuera de sus institutos, por el hábito que vestían. Su estilo de vida y su claro reconocimiento los separaba concretamente del «mundo» y los diferenciaba de los «laicos» dentro de la propia Iglesia.[35]

Como ya hemos observado, el Concilio inició un cambio de proporciones copernicanas, implicando y modificando todas las instituciones, invitadas a reubicarse dentro de la Iglesia «en» el mundo (GS), según una nueva eclesiología de comunión (LG) en la que todos los bautizados constituyen un único pueblo de Dios con diversidad de vocaciones, papeles y carismas.

Tras todo el proceso de renovación, la vida religiosa ha sufrido transformaciones tan fuertes que hoy resulta difícil «identificarla» e incluso justificarla como forma de vida. La dificultad no proviene principalmente del abandono del hábito religioso en favor de una vestimenta más laica, sino de una serie de factores externos e internos que han difuminado los rasgos característicos de su identidad. Esto explica la insistencia actual por recuperar su «visibilidad» y, en consecuencia, su sentido, credibilidad y atractivo.
Podemos decir que la vida religiosa se ha visto desafiada externamente por la secularización e internamente por la pérdida de identidad.

3.1.1 Crisis externa
Es innegable que el signo más evidente de nuestro tiempo es la secularización de la sociedad, que ha alcanzado niveles de laicismo tan elevados como para generar una cultura de la no creencia, a-religiosa y esencialmente atea.

«Hasta ahora, muchas expresiones sociales y culturales estaban impregnadas de una dimensión religiosa. Por otra parte, la irrelevancia social de lo religioso ha ido creciendo, lo que hace más difícil y largo el ritmo de maduración de la fe, como conocimiento de sus contenidos y, más aún, como práctica de vida. Y esto es cierto tanto para los jóvenes de nuestras obras como para los jóvenes salesianos en formación.

Ser cristiano -es decir, vivir la opción bautismal- en una sociedad pluralista, se convierte en un modo social entre muchos otros, con el mismo derecho de ciudadanía. Puede surgir así un clima de relativismo, de desdibujamiento de los ideales tradicionales, de pérdida del sentido de la vida: muchos jóvenes parecen flotar a la deriva en un barco sin brújula. Pierden la perspectiva de lo trascendente, que es la meta de la fe, y se encierran en pequeñas respuestas sobre el sentido de la vida, totalmente insuficientes para las grandes angustias del corazón humano. Las mismas respuestas que la ciencia pretende ofrecerles resultan ser deficientes desde la perspectiva de la búsqueda de sentido, porque no se refieren a la finalidad última de la vida y al sentido global de la historia.»[36]
Esta secularización se manifiesta en la vida religiosa con una triple cara. En efecto, puede adoptar la forma de:

a) Pérdida de trascendencia: cuando la fe como horizonte de vida y vocación se reduce a un mero proyecto humano, y la consagración del hombre centrado en Dios se desvanece.[37]
b) Antropocentrismo: cuestiona las formas de comunidad interhumana, los tipos de amor, la existencia de una amistad fructífera que no esté en función del sexo y de la vida humana.
c) La praxis socioeconómica: que lleva a vivir con pasión la idea de que el hombre se realiza en el trabajo creador destinado a dominar el mundo y a producir los bienes necesarios para la vida, reduciendo la misión a un simple compromiso social.
En mi opinión, esta visión secularizada de la vida religiosa también se ha visto influida por una lectura teológica bastante reductora del principio de la Encarnación, que ha hecho hincapié en el primer término, el del «quod non assumptum» de Ireneo, hasta el punto de relegar a un segundo plano o descuidar por completo la novedad que nos viene de Dios a través de la Encarnación.

3.1.2 Crisis interna
Por supuesto, la crisis de la vida religiosa no surge exclusivamente de factores externos, aunque debemos reconocer que éstos la condicionan significativamente, sino que emerge de su interior, planteando las siguientes cuestiones:
a) El problema del fundamento bíblico: parecería que la vida religiosa no tiene fundamento directo en el Evangelio, ya que lo que Jesús exigió es válido para todos los que creen en Él.
b) La revalorización del matrimonio: el valor santificador que se reconoce cada vez más al amor humano podría llevar a pensar que la vida religiosa ha perdido su sentido, teniendo en cuenta que toda persona está llamada a la santidad, no sólo los religiosos.
c) Superar las viejas estructuras: la vida religiosa ha corrido el riesgo de encerrar a sus miembros en una red de preceptos y normas absolutas que no siempre favorecen la madurez y una vida inspirada en la libertad de los hijos de Dios.[38]

3.1.3 Identidad de la vida religiosa
Ante la situación actual, debemos preguntarnos sinceramente cuál es nuestra tarea. En lugar de proclamar el fin o el sinsentido de la vida religiosa en todo el mundo contemporáneo, es hora de crear o recrear aquellas estructuras que mejor respondan al Evangelio, que nos permitan profundizar en las exigencias del amor fraterno, el testimonio apostólico, la sencillez y la entrega de Jesús. En resumen, es hora de recuperar la especificidad de la vida religiosa, aquello que puede hacerla creíble, eficaz y significativa: la sequela Christi.

Por tanto, es indispensable redefinir la identidad de la vida religiosa, que no se basa en los votos, ni en las Constituciones, ni en el hábito, ni siquiera en la misión, sino en los propios religiosos y en su relación especial con Cristo. Se trata de comprender qué es un religioso, porque los religiosos tienen «algo especial» que ofrecer al mundo y a la Iglesia, y es en ese «algo especial» donde reside su importancia.[39]
Durante un tiempo consideramos que nuestra identidad se encontraba en los votos de pobreza, castidad y obediencia. Sin embargo, sabemos que «la vida evangélica» no es exclusiva de los religiosos.

La vestimenta y la observancia de ciertas normas de vida ofrecían un tipo de identidad reconocible en el pasado, y la pérdida de estos elementos en los últimos años ha sido dolorosa para muchos. Sin embargo, independientemente de la postura personal de cada uno -liberal, conservadora o moderada- está claro que las personas religiosas no deben buscar su identidad en los signos externos.

Muchos creen que la identidad de la vida religiosa proviene del apostolado que una comunidad lleva a cabo en el mundo y en la Iglesia. Sin embargo, incluso en este caso debemos ser realistas: el trabajo que realizamos puede ser llevado a cabo por laicos. De hecho, los laicos son a menudo más profesionales que los religiosos, que encuentran incluso aquí ese «algo especial» que la vida religiosa está llamada a ofrecer a la Iglesia y a la sociedad.

Para definir la identidad de la vida religiosa tenemos que dirigirnos al Dios que nos ha llamado: el Dios de Jesús, el Dios del Nuevo Testamento, el Dios-Amor. La Palabra (Logos) de Jesús, es decir, toda su vida, y sus palabras constituyen la revelación de Dios y el fundamento de la vida religiosa. En lugar de buscar en las Escrituras textos que justifiquen la vida religiosa, es necesario mirar y contemplar a Jesús, que inauguró una nueva forma de ser humano. El Evangelio de Juan lo expresa magistralmente con una serie de textos que forman un «continuo«:
– Hemos conocido el amor del Padre en el envío de su Hijo, precisamente porque ama al mundo y no quiere su muerte, sino su vida (cf. Jn 3,16).
– Jesús de Nazaret es el hijo que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13,1) y se ofreció a sí mismo en el mayor acto de amor por ellos: dar su propia vida para que la tuvieran en abundancia (cf. Jn 15,13).
– Los discípulos de Jesús deben amarse unos a otros para mostrar al mundo que son sus discípulos (cf. Jn 13,35).
– Los cristianos, a su vez, que oyen hablar de este Dios-Amor a través de la predicación de los discípulos, deben ser uno en el amor «para que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado como me has amado a mí» (cf. Jn 17,27).

– En resumen, la vida cristiana debe distinguirse necesariamente por la cualidad del amor, para manifestar y ser testimonio del Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 7-12).
La perfección en el amor es, por tanto, la vocación de todo cristiano y de todo ser humano. Y es también la misión de los religiosos en el contexto de la llamada universal a la santidad.
La tarea de la comunidad religiosa, en el corazón de la Iglesia, no es adquirir un excedente de santidad o perfección sobre los no religiosos, sino garantizar que esta buena nueva del Dios-Amor predicado se convierta en una realidad concreta. A ello se comprometen públicamente por voto, y esta misión -con la responsabilidad de encarnarla en sus vidas- es aceptada por la comunidad cristiana.

Por tanto, sólo una vida caracterizada por el amor tendrá la fuerza de revelarse y hacerse creíble, como muestran los resúmenes de la vida de la comunidad de Jerusalén (Hch 2,42-48; 4,32-35; 5,12-16), y provocará en los demás la pregunta de por qué vivimos. Entonces la única respuesta posible y válida será: «por el Dios en quien creemos».[40]

3.2 Perspectivas de futuro
Al repasar la trayectoria de la Congregación, ya hemos observado que el cambio no siempre ha sido lineal ni pacífico, sino sujeto, como es natural, a la verificación, la corrección y el perfeccionamiento. La resistencia más fuerte nunca ha sido hacia la renovación de las Constituciones o de las estructuras de gobierno, ni siquiera de las prácticas pastorales, sino hacia una renovación espiritual que implicaba, y sigue implicando hoy más que ayer, una profunda conversión.

Los sesenta años de transformaciones han dado forma a una nueva forma de vida religiosa salesiana y ya tenemos odres nuevos (tenemos una nueva evangelización, una nueva escuela, una nueva educación, un nuevo modelo pastoral, una nueva formación). Poco a poco se ha ido produciendo también el vino nuevo (el nuevo evangelizador, el nuevo educador, el nuevo agente de pastoral, el nuevo salesiano).

Puede que a veces nos sintamos incómodos con el uso del adjetivo «nuevo» para calificar realidades que creíamos conocer, sobre todo por las consecuencias prácticas que ello conlleva: la necesidad de renovarnos espiritualmente, actualizarnos profesionalmente y cualificarnos pedagógicamente. Sin embargo, la novedad no es, al menos en este caso, una búsqueda de esnobismo, sino más bien un respeto por la novedad de los contextos, las realidades y los seres humanos. Es evidente que hoy nos enfrentamos a un hombre culturalmente nuevo. Esto significa que la novedad se nos impone desde fuera y nos interpela.
Hoy, la preocupación de la vida religiosa en general, y de la Congregación en particular, no puede ser sobrevivir, sino crear una presencia significativa y eficaz. Por lo tanto, no es una cuestión de supervivencia, sino de profecía. Debemos ser signos de un Dios que no es el enemigo sino el promotor del hombre, que es el origen de una nueva humanidad fundada en el amor (cf. C.62). «Esto implica dar vida a una presencia que plantee interrogantes, dé razones para la esperanza, convoque, suscite la colaboración, active una comunión cada vez más fecunda, para realizar juntos un proyecto de vida y de acción según el Evangelio».[41]
En resumen, lo que se desea es una forma de vida que dé prioridad a la dimensión profética, que privilegie a las personas más que a las estructuras, que sea fascinante y atractiva.
Parafraseando al P. Karl Rahner en su testamento espiritual, podemos decir que el futuro de la vida religiosa pasa por su fuerza mística, su aguda y firme experiencia y testimonio de Dios, superando todas las formas de aburrimiento, apatía y mediocridad. La vida religiosa surgió y sólo tiene sentido como signo de la búsqueda de Dios y como testimonio de haberlo encontrado. De lo contrario, se pervierte y, en lugar de ser un proyecto de vida, se reduce a un estado de vida, carente de dinamismo y relevancia.
Su misión es ser metáfora y símbolo (signos y portadores del amor de Dios, especialmente en favor de los más necesitados de experimentar que Dios existe, que les ama y que Dios es Amor), combinando la apertura a todo lo que es bueno, amable, noble y libre, con la contemplación y el compromiso de acercarse a los excluidos y a los que luchan por la dignidad de la persona humana.
Cuando las superioras generales decidieron abordar el tema de la refundación de la vida religiosa[42] , se sintieron movidas por la conciencia de que hace falta «vino nuevo» para «odres nuevos». Casi parecería un eco del llamamiento lanzado por el Concilio Vaticano II, con la diferencia de que ahora la petición es más apremiante y resuena desde dentro como una llamada urgente a volver a los orígenes de la Congregación y a recuperar su «originalidad»; a ir hacia lo esencial, donde la «misión» no se reduzca a obras ni se identifique con una actividad que, a veces, en lugar de revelar, vela y oculta significados y motivaciones profundas.
Las imágenes de la ‘luz’, la ‘sal’ y la ‘levadura’, utilizadas por Jesús en el Evangelio para definir la naturaleza y la misión de los discípulos, son reveladoras y desafiantes. Uno simplemente tiene que ‘ser’ para tener sentido y relevancia. Pero si la sal pierde su sabor, o si la luz se pone bajo el celemín, o si la levadura no tiene fuerza para fermentar, no sirven de nada. Han perdido su razón de ser.

La fuerza de la vida religiosa radica en su carácter contracultural, subversivo con respecto al aburguesamiento y al desarrollo ilimitado pero carente de trascendencia. Una vez más, se trata de un problema de identidad e identificación, que ya no depende del vestido ni de las estructuras, sino de una fuerte experiencia de Dios que transforma y revoluciona profundamente nuestras vidas, y de una comunidad en la que empezamos a vivir con novedad y con modelos alternativos a la cultura dominante.
«No os conforméis a la mentalidad de este siglo», escribió Pablo a los romanos, «sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto para él» (12:2).
En esta misma línea, quisiera concluir esbozando cinco perspectivas de futuro, que ya han sido objeto de profunda reflexión y estudio por parte de los últimos Rectores Mayores en sus cartas. Estos ámbitos siguen necesitando una renovación para poder emprender esta nueva etapa histórica, llena de importantes retos, pero también de extraordinarias oportunidades, con renovada energía y claridad de planificación:
1. La renovación espiritual de cada salesiano: implica un retorno a la esencia de nuestra vocación: Dios y su Reino. Dios debe ser nuestra principal «ocupación». Es Él quien nos envía y nos confía a los jóvenes para que les ayudemos a madurar hasta alcanzar la estatura de Cristo, el hombre perfecto. Para nosotros, la recuperación de la espiritualidad no puede separarse de la misión, si queremos evitar el riesgo de evasión. Dios nos espera en los jóvenes para darnos la gracia del encuentro con Él (cf. C.95; CG23). Por tanto, es inconcebible e injustificable que la «misión» pueda ser un obstáculo para el encuentro con Dios y el cultivo de la intimidad con Él.
2. La coherencia de las comunidades: la calidad de la vida comunitaria y de la acción educativo-pastoral requiere una sólida coherencia cuantitativa y cualitativa de la comunidad salesiana. Todas las propuestas encaminadas a hacer formativa la vida cotidiana y a mejorar las metodologías, las actividades o los contenidos chocan inevitablemente con las posibilidades reales de la comunidad. Para nosotros, la comunidad representa un elemento fundamental de la profesión, junto con los votos y la misión. Más profundamente, constituye el ámbito en el que debemos vivir la espiritualidad, la misión y los votos. Por tanto, no podemos empeñarnos en pretender resolver todos los problemas a expensas del carisma.

3. Resignificación de la presencia: es una exigencia tanto de la comunidad como de la misión, que apunta a la calidad de ambas. En el pasado, cuando se hablaba de «redimensionamiento», se hacía hincapié en cerrar obras o confiarlas a otros miembros de la Familia Salesiana. Hoy, sin embargo, mientras se reitera que «rediseñar» es una tarea inevitable si no queremos debilitar las comunidades y sobrecargar a los cohermanos, el énfasis recae en la «significatividad» y el rediseño de la presencia salesiana en el territorio. Esto no se limita al trabajo, sino que representa una forma de ser, de trabajar y de organizarse que busca no sólo la eficacia (responder a las necesidades de los destinatarios), sino también generar sentido, abrir perspectivas, implicar a las personas y promover respuestas innovadoras. En otras palabras, como Jesús, crear «signos» que provoquen la participación – y no hay nada más poderoso que ser salesianos apasionados por Jesucristo y dedicados a los jóvenes. Es una invitación a trasladar la Inspectoría allí donde las necesidades de los jóvenes son más urgentes y donde nuestra presencia es más fructífera. Por tanto, debemos ser conscientes de que nuestra vida consagrada no será omnipresente, y en muchos contextos ni siquiera socialmente relevante, pero seguirá siendo necesaria para la comunidad cristiana en la medida en que sea un auténtico signo del Reino que viene.

4. La calidad de la propuesta educativo-pastoral: el camino recorrido hasta ahora se ha caracterizado, al menos en muchas realidades, por la expansión y multiplicación de obras, comprometiendo a veces la calidad de nuestra actividad, pues hemos acabado privilegiando el aspecto administrativo sobre el pastoral, o el mantenimiento y construcción de estructuras más que la claridad y seriedad del proyecto educativo-pastoral. Hoy estamos llamados a desarrollar formas más intensas de evangelización, a centrarnos en la maduración humana y la educación en la fe, a formar adecuadamente a nuestros colaboradores, a integrar la comunidad educativo-pastoral y, junto con ella, a desarrollar y poner en práctica un proyecto compartido. Esta es una parte esencial de la significatividad.

5. La formación del salesiano: la complejidad de las situaciones contemporáneas, los desafíos planteados por los jóvenes, la necesidad de la nueva evangelización y la tarea de la inculturación requieren naturalmente una formación adecuada a esta vida renovada, capaz de capacitar al salesiano para vivir su vocación con dinamismo y solidez, para realizar la misión con profesionalidad y competencia, para asimilar personalmente la identidad carismática, que no es otra cosa que apropiarse del don recibido de Dios en la llamada. El documento sobre la Formación en la Vida Consagrada afirma claramente: «La renovación de los institutos religiosos depende en primer lugar de la formación de sus miembros».[43] Esto representa, en mi opinión, el mayor desafío al que se enfrenta hoy la Congregación, al que ha querido responder con la elaboración de la nueva Ratio.[44]

No creo que deba plantearse de nuevo la pregunta de los años 70, que surgió tras el Concilio: «¿Sigue habiendo vida religiosa?». Tal pregunta, incluso desde un punto de vista antropológico, parece carecer de sentido. La Iglesia y el mundo necesitan personas que hagan profesión de encarnar el interés por lo Absoluto, por lo esencial, y que constituyan una reserva de humanismo, un signo poderoso, elocuente y radical de la «sequela Christi«. Esto es lo que el Concilio Vaticano II deseaba y esperaba de la vida religiosa. Este ha sido el objetivo de la Congregación durante estos últimos 60 años: ser fieles a Cristo y a Don Bosco con una fidelidad dinámica y vital.

Roma, mayo de 2025
Pascual Chávez V., SDB


[1] VECCHI J. E., ‘Pastoral, Educación, Pedagogía en la Praxis Salesiana’, en Il Cammino e la Prospettiva 2000, del Dicastero per la Pastorale Giovanile – SDB. Roma, 1991, p. 8.9. El artículo es muy interesante, aunque sólo toma en consideración la evolución postconciliar en la realización de la misión salesiana.

[2] ACG 319 (1986), p. 4.

[3] Cf. SCHNEIDERS Sandra M., Encontrar el tesoro. La vida religiosa en un nuevo milenio. Mahwa, N.J. 2000. Pp. 13-17.

[4] VECCHI, ‘Pastoral…’, 9.

[5] VIGANÒ Egidio, El XXII Capítulo General, ACS 305 p. 7.

[6] Ibid.

[7] VIGANÒ Egidio, ACS 305 p. 9.

[8] Cf. RICCERI Luigi, Carta del Rector Mayor (ACS, 25. Pp. 3-9); Informe general sobre el estado de la Congregación. Capítulo General Extraordinario. Roma, 1971. Documentos de la CGS. Vol. I Orientaciones. Roma, 1971.

[9] RICCERI Luigi, Carta del Rector Mayor, ACS 254 p. 6.

[10] Cf. WIRTH Morand, De Don Bosco a nuestros días. Tra storia e nuove sfide (1815-2000). Roma, 2000. P. 452.

[11] Cf. Informe, pp. 5-6, 19-21, 33-42.

[12] Cf. WIRTH, De Don Bosco, 452-454.

[13] Cf. RICCERI Luigi, Convocatoria del Capítulo General 21 (AEC, 283 pp. 3-11); Informe general sobre el estado de la Congregación al CG21. Roma, 1977; Documentos del Capítulo. Roma, 1978.

[14] VECCHI Juan E., «Hacia una nueva etapa de la pastoral juvenil salesiana» en Il Cammino e la Prospettiva 2000. Editado por el Dicastero per la Pastorale Giovanile – SDB. Roma, 1991 pp. 46-47.

[15] VECCHI, «Hacia…», pp. 70-71,82; WIRTH, De Don Bosco, 471.

[16] Cf. VIGANÒ E., Il Capitolo Generale XXII (ACS, 305 pp. 5-20); La Società di San Francesco di Sales nel sessennio 1978-1983. Informe del Rector Mayor al CG22. Roma, 1983; Documentos del CG22 (Orientaciones operativas). Roma, 1984.

[17] Capítulo General 22 de la Sociedad de San Francisco de Sales. Documentos. Roma, 1984 p. 19.

[18] Cf. WIRTH, De Don Bosco, 468.

[19] Cf. VIGANO Egidio, Convocatoria del Capítulo General 23 (ACG, 327 pp. 3-25); La Sociedad de San Francisco de Sales en el sexenio 1984-1990. Informe del Rector Mayor. Roma, 1990. Educar a los Jóvenes en la Fe. Documentos Capitulares. Roma, 1990.

[20] WIRTH, De Don Bosco, 483-484.

[21] Cf. VIGANÒ Egidio, Convocatoria del Capítulo General 24 (ACG, 350 pp. 3-33). VECCHI Juan E., La Sociedad de San Francisco de Sales en el sexenio 1990-95. Informe del Vicario del Rector Mayor. Roma, 1996. Salesianos y Laicos: comunión y participación en el espíritu y la misión de Don Bosco. Documento Capitular. Roma, 1996.

[22] Cf. VECCHI Juan E., Hacia el capítulo general 25 (ACG, 372 pp. 3-39).

[23] LIPOVETSKY G., La era del vacío, Barcelona, 41990, citado por Albuquerque E., Cuadernos de Formación Permanente, CCS. Madrid, 2001 p. 97.

[24] VECCHI, Verso…, 14.

[25] P. Chávez, «Testigos de la radicalidad evangélica. Llamados a vivir con fidelidad el proyecto apostólico de Don Bosco. «Trabajo y templanza», ACG 413 (2012) 5. La cursiva es mía

[26] «Sólo a través de la conversión se llega a ser cristiano; esto es tan válido para toda la existencia del individuo como para la vida de la Iglesia» (Benedicto XVI, «Warum ich noch in der Kirche bin», en Id., Grundsatzreden aus fünf Jahrzehten, Ratisbona 2005, 105-107).

[27] Juan Pablo II,Vita Consecrata, 18.

[28] «En nuestro tiempo, cuando en vastas zonas de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que ya no encuentra alimento, la prioridad por encima de todo es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a cualquier dios, sino a ese Dios que habló en el Sinaí; a ese Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1) – en Jesucristo crucificado y resucitado. El verdadero problema en este momento de nuestra historia es que Dios está desapareciendo del horizonte de la humanidad, y que con la extinción de la luz que viene de Dios, la humanidad está siendo presa de una falta de orientación, cuyos efectos destructivos se nos hacen cada vez más evidentes». (Benedicto XVI,  Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre, Vaticano, 20 de marzo de 2009. Cf. http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2009/documents/hf_ben-xvi_let_20090310_remissione-scomunica_it.html

[29] Chávez, «Testigos», 8.22.

[30] Chávez, «Testigos», 19.

[31] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, nº 38

[32] Ibid.

[33] Ibid.

[34] VECCHI, ‘Pastoral’, 8.

[35] SCHNEIDERS, Hallazgo. xxiii.

[36] VIGANÒ E., ACG 339 pp. 12-13.

[37] Cf. BARTOLOMÉ Juan José, «Malestar de la fe, ¿en la vida consagrada? Una cuestión previa a la evangelización», Salesianum 62 (2000), 147-164.

[38] Cf. PIKAZA X., Esquema teológico de la Vida Religiosa. Ediciones Sígueme, Salamanca 1978, pp. 29-44.

[39] Cf. CENCINI A., «Identidad y Misión de la Vida Consagrada», Confer 154 (2001), 251-268.

[40] Cf. MOLONEY Francis J., Discípulos y profetas: un modelo bíblico para la vida religiosa. Editado por Darton, Longman y Todd en Londres, 1980.

[41] VECCHI Juan E., Peritos, testigos y constructores de comunión. ACG 363, 21. No es casualidad que el propio P. Vecchi cite este texto en su carta de convocatoria de la CG25, ACG 372, 30.

[42] Cf. AA.VV., Por una fidelidad creativa. Refundar: reubicar los carismas, rediseñar la presencia. El Cálamo. Roma, 1999, que recoge el 54º Convenius Semestralis de la USG, en Ariccia en noviembre de 1998.

[43] Potissimum Institutioni, 1.

[44] La Formación de los Salesianos por Don Bosco. Principios y Normas. Ratio Institutionis et Studiorum. Quinta Edición. Roma, 13 de enero de 2025.

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