Aguinaldo 2025. Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES
1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO
1.1 El Jubileo
1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana
2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA
2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana
2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna
2.3 Características de la esperanza
2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética
2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro
2.3.3 La esperanza no es un asunto privado
3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN
3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad
3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización
3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión
3.3.1 Las actitudes del enviado
3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.
4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA
4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio
4.2 La esperanza es el arte de la paciencia
5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO
5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza
5.1.1. Breve referencia al sueño
5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza
5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco
5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco
5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final
6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

INTRODUCCIÓN. ANCLADOS EN LA ESPERANZA, PEREGRINOS CON LOS JÓVENES

Queridas hermanas y hermanos pertenecientes a los diferentes grupos de la Familia Salesiana de Don Bosco, ¡reciban un cordial saludo al comienzo de este nuevo año 2025!

No sin emoción me dirijo a todos y cada uno en este tiempo de gracia marcado por dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia y para nuestra Familia: el Jubileo del año 2025, que comenzó solemnemente el pasado 24 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, y el 150 aniversario de la primera expedición misionera querida por nuestro padre Don Bosco, que partió el 11 de noviembre de 1875 hacia Argentina y otros países del continente americano.

Se trata de dos acontecimientos importantes que encuentran en la esperanza su punto de encuentro. De hecho, el papa Francisco ha indicado exactamente esta virtud como perspectiva al convocar el Jubileo; de la misma manera la experiencia misionera es un presagio de esperanza para todos: para los que se han ido (y se van) y para los que se han sido alcanzados por los misioneros.

El año que nos ha sido dado está, pues, lleno de ideas para nuestro crecimiento concreto y cotidiano, para que nuestra humanidad sea fecunda en la atención a los demás… Esto sólo sucederá en los corazones que ponen a Dios en el centro, hasta el punto de poder decir: «Antes que a mí te pongo a ti».

En este comentario mío intentaré resaltar estos elementos, para profundizar, en clave carismática, lo que la Iglesia está invitada a vivir a lo largo de este año, y subrayar lo que para nosotros, Familia de Don Bosco, debe guiarnos hacia nuevos horizontes.

1. ENCUENTRO CON CRISTO NUESTRA ESPERANZA PARA RENOVAR EL SUEÑO DE DON BOSCO

El título del Aguinaldo implica el entrelazamiento de dos acontecimientos: el jubileo ordinario del año 2025 y el 150° aniversario de la primera expedición misionera enviada por Don Bosco a Argentina.

La concomitancia, que me atrevo a definir como «providencial», de los dos acontecimientos hace del 2025 un año decididamente extraordinario para todos nosotros y para los Salesianos de Don Bosco todavía más. De hecho, en los meses de febrero, marzo y abril se celebrará el 29º Capítulo General que conducirá, entre otras cosas, a la elección del nuevo Rector Mayor y del nuevo Consejo General.

Acontecimientos globales y particulares, por tanto, que nos involucran de diferentes maneras y que queremos vivir con profundidad e intensidad. Porque es precisamente gracias a estos acontecimientos que podemos experimentar la alegría del encuentro con Cristo y la importancia de permanecer anclados en la esperanza.

1.1 El Jubileo

«¡Spes non confundit! ¡La esperanza no defrauda!»[1].

Así nos presenta el papa Francisco el Jubileo. ¡Qué maravilla! ¡Qué indicación tan «profética»!

El Jubileo es una peregrinación para volver a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida y de la vida del mundo. Porque él es nuestra esperanza. ¡Él es la Esperanza de la Iglesia y del mundo entero!

Todos somos conscientes de que hoy el mundo necesita esa esperanza que nos conecta con Jesucristo y con nuestros demás hermanos y hermanas. Necesitamos esa esperanza que nos hace peregrinos, que nos pone en movimiento y que nos hace caminar.

Hablamos de esperanza como redescubrimiento de la presencia de Dios: escribe el papa Francisco: «¡Que la esperanza les colme corazón!»[2], no sólo calienta el corazón, sino que lo llena, ¡lo llena hasta desbordar!

1.2. El aniversario de la primera expedición misionera salesiana

Y los corazones, de los participantes en la primera expedición misionera salesiana a Argentina hace 150 años, estaban llenos de esta esperanza desbordante.

¡Don Bosco desde Valdocco lanza su corazón más allá de todas las fronteras, enviando a sus hijos al otro lado del mundo! Los envía más allá de toda seguridad humana, los envía a continuar lo que él había comenzado. Se pone en camino con los demás, esperando e infundiendo esperanza. Simplemente los envía y los primeros hermanos (jóvenes) salen y van. ¿Dónde? ¡Ni siquiera lo saben! Pero confían en la esperanza, obedecen. Porque es la presencia de Dios la que nos guía.

En aquella obediencia plena de entusiasmo también nuestra esperanza actual encuentra nueva energía y nos empuja a salir como peregrinos.

Por eso hay que celebrar este aniversario: porque nos ayuda a reconocer un don (no una conquista personal, sino un don gratuito del Señor), nos permite recordar y, desde la memoria, sacar fuerzas para afrontar y construir el futuro.

Vivamos, pues, hoy, para hacer posible este futuro y hagámoslo de la única manera que consideramos grande: compartiendo con los jóvenes y con todas las personas de nuestros ambientes (empezando por los más pobres y olvidados) el viaje para ir al encuentro con Cristo, nuestra única Esperanza.

2. El JUBILEO: CRISTO NUESTRA ESPERANZA

Jubileo es caminar juntos, anclados en Cristo nuestra esperanza. Pero ¿qué significa realmente?

Retomo los elementos de la Bula que convocación del Jubileo 2025 que ponen de relieve algunas características de la esperanza.

2.1. Peregrinos, anclados en la esperanza cristiana

Estamos convencidos de que nada ni nadie podrá separarnos de Cristo[3]. Porque es a Él a quien queremos y debemos permanecer aferrados, anclados. No podemos caminar sin nuestra ancla.

El ancla de la esperanza es, por tanto, Cristo mismo, que lleva en la cruz, en presencia del Padre, los sufrimientos y las heridas de la humanidad.

El ancla, de hecho, tiene forma de cruz, por lo que también se representaba en las catacumbas para simbolizar la pertenencia de los fieles difuntos a Cristo Salvador.

Esta ancla ya está firmemente unida al puerto de la salvación. Nuestra tarea consiste en atar a ella nuestra vida, la cuerda que une nuestra nave al ancla de Cristo.

Navegamos sobre las agitadas olas del mar y necesitamos anclarnos a algo sólido. Pero la tarea ya no es la de echar el ancla y fijarla al fondo del mar. La tarea es atar nuestro barco a la cuerda que, por así decirlo, cuelga del Cielo, donde está firmemente fijada el ancla de Cristo. Al unirnos a esta cuerda, nos unimos al ancla de la salvación y hacemos cierta nuestra esperanza.

La esperanza es cierta cuando la barca de nuestra vida se ata a esa cuerda que nos une al ancla que está fijada en Cristo crucificado que está a la diestra del Padre, es decir, en la comunión eterna del Padre, en el amor del Espíritu Santo[4].

Todo está bien expresado en la oración litúrgica de la solemnidad de la Ascensión del Señor:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo»[5].

El escritor y político checo Václav Havel define la esperanza como un estado de ánimo, una dimensión del alma. No depende de una observación previa del mundo, no se trata de una predicción.

Byung-Chul Han añade: «La esperanza es una orientación del corazón que trasciende el mundo inmediato de la experiencia, es un anclaje en algún lugar más allá del horizonte.

Las raíces de la esperanza se encuentran en lo trascendente: por eso no es lo mismo tener Esperanza que estar satisfecho porque las cosas van bien.

Podríamos pensar que esperar es simplemente querer sonreírle a la vida para que ella a su vez te sonría, pero no, hay que profundizar más, hay que caminar esa cuerda que nos lleve hacia el ancla.

La esperanza es la capacidad de cada uno de nosotros de trabajar por algo porque es correcto hacerlo, no porque ese algo tenga un éxito garantizado. Podría ser un fracaso, podría salir mal: no esperamos que vaya bien, no somos optimistas. Trabajamos para que esto suceda. Por eso la esperanza no es lo mismo que el optimismo. La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien sino la certeza de que algo tiene sentido independientemente de su resultado.

Hacer algo porque tiene sentido: en eso consiste la esperanza, que presupone los valores y presupone la fe.

Esto es lo que le da a ella la fuerza para vivir y a nosotros la fuerza para probar algo una y otra vez, incluso en la desesperación»[6].

¿Pero cómo caminar permaneciendo anclado? El ancla te lastra, te frena, te fija. ¿A dónde lleva este camino? Lleva a la eternidad.

2.2. Esperanza como camino hacia Cristo, camino hacia la vida eterna

La promesa de la vida eterna, tal como se nos da a cada uno de nosotros, no pasa por alto el camino de la vida, no es un salto hacia arriba, no propone subirse a un cohete que despega del suelo y vuela hacia el espacio dejando abajo la calle, el polvo del camino, ni deja que el barco vaya a la deriva en medio del mar sin nosotros.

Esta promesa es precisamente un ancla que queda fijada en la eternidad, pero a la que permanecemos unidos por una cuerda que viene a estabilizar la nave que surca el mar. Y es precisamente el hecho de que esté fija en el Cielo lo que permite que la nave no permanezca quieta en medio del mar, sino que avance entre las olas.

Si el ancla de Cristo fijase al hombre en el fondo del mar, todos permaneceríamos quietos donde estamos, quizás tranquilos, sin problemas, pero quietos, sin viajar, sin avanzar. En cambio, precisamente el anclaje de la vida al Cielo significa que la promesa que inspira nuestra esperanza no detiene el camino, no da la seguridad de un refugio en el que encerrarse y detenernos, sino que nos da certeza para caminar y continuar el camino. La promesa de una meta cierta, ya alcanzada por Cristo para nosotros, hace que cada paso en el camino de la vida sea firme y decisivo.

Es importante entender el Jubileo como peregrinación, como una invitación a ponernos en movimiento, a salir de nosotros mismos para ir hacia Cristo.

Jubileo, pues, ha sido, siempre, sinónimo de camino. Si realmente deseas a Dios tienes que moverte, tienes que caminar. Porque el deseo de Dios, la nostalgia de Dios, te mueve a encontrarlo y, al mismo tiempo, te lleva a redescubrirte a ti mismo y a los demás.

«Nacemos para no morir nunca»[7].

Bellísimo y significativo es el título de la biografía de la sierva de Dios Chiara Corbella Petrillo. Sí, porque nuestra venida al mundo está orientada a la vida eterna. La vida eterna es una promesa que derriba la puerta de la muerte, abriéndonos al «cara a cara con Dios», para siempre. ¡La muerte es una puerta que se cierra y al mismo tiempo un portón que se abre de par en par al encuentro definitivo con Dios!

Sabemos cuán vivo estaba en Don Bosco el deseo del Cielo, propuesto y compartido gozosamente con los jóvenes del Oratorio.

2.3 Características de la esperanza

2.3.1 La esperanza, tensión continua, pronta, visionaria y profética

Gabriel Marcel[8], el llamado filósofo de la esperanza, nos enseña que la esperanza se encuentra en el tejido de una experiencia continua, esperar significa dar crédito a una realidad como portadora del futuro.

Eric Fromm[9] escribe que la esperanza no es una espera pasiva, sino una tensión continua y constante. Es como un tigre, agachándose y saltando sólo cuando es el momento preciso.

Tener esperanza significa estar alerta en todo momento, por todo lo que aún no ha sucedido. Las vírgenes que esperaban al novio con las lámparas encendidas esperaban, Don Bosco esperaba ante las dificultades y se arrodillaba para orar.

La esperanza está lista en el momento en que todo está a punto de nacer.

Está vigilante, atenta, en escucha, capaz de liderar la creación de algo nuevo, de dar vida al futuro en la tierra.

Por eso es «visionaria y profética». Focaliza nuestra atención en lo que aún no es, es la que ayuda a dar a luz algo nuevo.

2.3.2 La esperanza es apuesta de futuro

Sin esperanza no hay revolución, no hay futuro, sólo hay un presente hecho de optimismo estéril.

A menudo se piensa que quienes tienen esperanza son optimistas, mientras que los pesimistas son esencialmente su opuesto. No es así. Es importante no confundir esperanza con el optimismo. La esperanza es mucho más profunda, porque no depende de estados de ánimo, sensaciones o sentimentalismos. La esencia del optimismo es la positividad innata. El optimista vive convencido de que, de alguna manera, las cosas mejorarán. Para un optimista el tiempo está cerrado, no contempla el futuro: todo irá bien y ya está.

Paradójicamente, el tiempo también está cerrado para el pesimista: se encuentra atrapado en el presente como en una prisión, niega todo sin aventurarse a otros mundos posibles. El pesimista es tan testarudo como el optimista, ambos están ciegos ante las posibilidades, porque lo posible les es ajeno, les falta la pasión por lo posible.

A diferencia de ambos, la esperanza apuesta por lo que puede ir más allá de lo que podría ser.

Y, todavía, el optimista (como el pesimista) no actúa, porque toda acción implica un riesgo y como no quiere correr ese riesgo, se queda parado, no quiere experimentar el fracaso.

La esperanza, en cambio, se mueve para buscar, intenta encontrar una dirección, se dirige hacia lo que no conoce, toma rumbo hacia cosas nuevas. Esto es el peregrinar de un cristiano.

2.3.3 La esperanza no es un asunto privado

Todos llevamos esperanzas en nuestros corazones. No es posible no tener esperanza, pero también es cierto que podemos engañarnos, considerando perspectivas e ideales que nunca se realizarán, que no son más que quimeras y señuelos.

Gran parte de nuestra cultura, especialmente la occidental, está llena de falsas esperanzas que engañan y destruyen o pueden arruinar irremediablemente la existencia de individuos y sociedades enteras.

Según el pensamiento positivo, basta con sustituir los pensamientos negativos por otros positivos para vivir más felices. A través de este sencillo mecanismo los aspectos negativos de la vida se omiten por completo y el mundo aparece como un mercado de Amazon que nos proporcionará todo lo que queramos gracias a nuestra actitud positiva.

Concluyendo, si nuestro deseo de pensar en positivo fuera suficiente para ser felices, entonces cada uno sería el único responsable de su propia felicidad.

Paradójicamente, el culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y destruye la empatía, porque las personas están cada vez más ocupadas sólo con ellas mismas y no les interesa el sufrimiento de los demás.

La esperanza, a diferencia del pensamiento positivo, no evita la negatividad de la vida, no aísla sino que une y reconcilia, porque el protagonista de la Esperanza no soy yo, centrado en mi ego, atrincherado exclusivamente en mí mismo, el secreto de la Esperanza somos nosotros.

Por eso, hermanas de la Esperanza son el Amor, la Fe y la Trascendencia.

3. LA ESPERANZA FUNDAMENTO DE LA MISIÓN

3.1. La esperanza es una invitación a la responsabilidad

La esperanza es un don y, como tal, debe transmitirse a todas las personas que encontramos en nuestro camino.

San Pedro lo dice claramente: «Estad siempre dispuestos a dar respuesta a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza»[10]. Nos invita a no tener miedo, a actuar en la vida cotidiana, a dar razón –¡qué espíritu salesiano en esta palabra «razón»! – de esperanza. Esta es una responsabilidad del cristiano. Si somos mujeres y hombres de esperanza, ¡se nota!

«Dar respuesta de la esperanza que hay en nosotros», se convierte en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

Pero ¿por qué es necesario responder a quien nos pide cuentas de la esperanza que hay en nosotros? ¿Y por qué sentimos la necesidad de reencontrar la esperanza?

En la Bula que anuncia el Jubileo Spes non confundit, el papa Francisco recuerda que «todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes»[11].

Una observación que llama la atención, porque describe toda la tristeza que se puede sentir en nuestras sociedades y nuestras comunidades. Es una tristeza disfrazada de falsa alegría, que nos anuncian, prometen y aseguran constantemente los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda de los políticos, muchos falsos profetas del bienestar. Estar satisfechos con el bienestar nos impide abrirnos a un bien mucho mayor, mucho más verdadero, mucho más eterno: lo que Jesús y los apóstoles llaman «la salvación del alma, la salvación de la vida»; un bien por el que Jesús nos invita a no temer perder la vida, los bienes materiales, las falsas seguridades que muchas veces se derrumban en un instante.

Sobre estas |cuestiones», más o menos expresadas (incluso por los jóvenes), tenemos la tarea de «dar razón». ¿Qué quiero para los jóvenes y para todas las personas que encuentro en mi camino? ¿Qué me gustaría pedirle a Dios por ellos? ¿Cómo me gustaría que cambiaran sus vidas?

Sólo hay una respuesta: la vida eterna. No sólo la vida eterna como estado sublime al que podemos llegar después de la muerte, sino la vida eterna posible aquí y ahora, vida eterna como la define Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»[12], es decir, una vida definida, iluminada por la comunión con Cristo y, a través de Él, con el Padre.

Y tenemos la tarea de acompañar a las generaciones más jóvenes en este camino hacia la vida eterna, en la acción educativa que nos distingue. Una acción que para nosotros Familia Salesiana es una misión. ¿Y qué impulsa esta misión nuestra? Siempre Cristo, nuestra esperanza.

La misión educativa, de hecho, tiene en el centro la esperanza.

En última instancia, la esperanza de Dios nunca es esperanza sólo para sí misma. Es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, nos hace solidarios y nos estimula a educarnos unos a otros en la verdad y en el amor.

3.2 La esperanza exige coraje a la comunidad cristiana en la evangelización

El coraje y la esperanza son una combinación interesante. De hecho, si es cierto que es imposible no tener esperanza, también lo es que para tener esperanza es necesario tener coraje. El coraje surge de tener la misma mirada de Cristo, capaz de esperar contra toda esperanza[13], de ver una solución incluso donde aparentemente no hay salida. ¡Y qué «salesiana» es esta actitud!

Todo esto requiere el coraje de ser uno mismo, de reconocer la propia identidad en el don de Dios e invertir las energías en una responsabilidad precisa. Conscientes de que lo que nos ha sido confiado no es nuestro y que tenemos la tarea de transmitirlo a las próximas generaciones. Este es el corazón de Dios, esta es la vida de la Iglesia.

Una actitud que encontramos en la primera expedición misionera.

Creo que es muy útil la referencia al artículo 34 de las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco: destaca lo que está en el corazón de nuestro movimiento carismático y apostólico. Sugiero que cada uno de los grupos de nuestra compleja y hermosa Familia retome los mismos elementos que aquí ofrezco, releyendo sus respectivas Constituciones y Estatutos.

El artículo tiene por título Evangelización y catequesis y dice lo siguiente:

«“Esta Sociedad comenzó siendo una simple catequesis”. También para nosotros la evan­gelización y la catequesis son la dimensión fundamental de nuestra misión.

Como Don Bosco, estamos llamados, todos y en todas las ocasiones, a ser educadores de la fe. Nuestra ciencia más eminente es, por tanto, conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más ínti­ma, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio.

Caminamos con los jóvenes para llevarlos a la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en Él y en su Evangelio el sentido supremo de su propia existencia, crezcan como hombres nuevos.

La Virgen María es una presencia materna en este camino. La hacemos conocer y amar como a la Mujer que creyó y que auxilia e infunde esperanza».

Este artículo representa el corazón palpitante que perfila bien, también para este Aguinaldo, cuáles son las energías y oportunidades como cumplimiento y actualización del «sueño global» que Dios inspiró en Don Bosco.

Si vivir el Jubileo significa, ante todo, hacer que Jesús esté y vuelva a estar en primer lugar, el espíritu misionero es consecuencia de esta primacía reconocida, que fortalece nuestra esperanza y se traduce en esa caridad educativa y pastoral que hace anunciar a todos los persona de Jesucristo. Éste es el corazón de la evangelización y caracteriza la auténtica misión.

Es significativo recordar el comienzo de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est:

«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[14].

Por tanto, el encuentro con Cristo es prioritario y fundamental, no la «simple» difusión de una doctrina, sino una profunda experiencia personal de Dios que nos empuja a comunicarlo, a hacerlo conocer y experimentar, convirtiéndonos en verdaderos «mistagogos» en la vida de los jóvenes.

3.3. «Da mihi animas»: el «espíritu» de la misión

Don Bosco tenía siempre ante sus ojos una frase que los jóvenes podían leer al pasar por su habitación, expresión que llamó especialmente la atención de Domingo Savio: «Da mihi animas cetera peaje».

Hay un equilibrio fundamental que une, en este lema, las dos prioridades que guiaron la vida de Don Bosco –y que significativamente llamamos «gracia de la unidad»–, que nos permiten salvaguardar siempre la interioridad y la acción apostólica.

Si faltara el amor de Dios en el corazón, ¿cómo podría haber verdadera caridad pastoral? Y al mismo tiempo, si el apóstol no descubriera el rostro de Dios en su prójimo, ¿cómo podría decirse que ama a Dios?

El secreto de Don Bosco es el de haber experimentado personalmente el único «movimiento de caridad hacia Dios y hacia los hermanos»[15] que caracteriza el espíritu salesiano.

3.3.1 Las actitudes del enviado

Hay dos sueños-clave en la vida de Don Bosco, en los que se evidencian las actitudes del apóstol, del enviado:

  • el «sueño de nueve años» en el que Jesús y María piden al pequeño Juan que se haga humilde, fuerte y robusto con la obediencia y la ciencia, recomendándole siempre la bondad para ganarse el corazón de los jóvenes y teniendo siempre a María como maestra y guía;
  • el «sueño de la pérgola de rosas», que indica la «pasión» de la vida salesiana que exige tener los «buenos zapatos» de la mortificación y la caridad.

3.3.2 Reconocer, repensar y relanzar.

Celebrar el 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco representa un gran don para

  • Reconocer y agradecer a Dios.

El reconocimiento deja clara la paternidad de cada hermosa realización. Sin reconocimiento no hay capacidad de acoger. Cada vez que no reconocemos un don en nuestra vida personal e institucional, corremos grave riesgo de anularlo y «apropiarnos de él».

  • Repensar, porque «nada dura para siempre».

La fidelidad implica la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos». Nada es para siempre: desde el punto de vista personal e institucional, la verdadera fidelidad es la capacidad de cambiar, reconociendo en qué el Señor llama a cada uno de nosotros.

Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que fe y vida se unen; un momento para preguntarnos: ¿qué quieres decirnos Señor con esta persona, con esta situación a la luz de los signos de los tiempos que, para ser leídos, exigen que tengamos el corazón mismo de Dios?

  • Relanzar, recomenzar cada día.

El reconocimiento nos lleva a mirar hacia adelante y acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe, que nos haga reconocer que lo que veo y vivo «no es cosa mía».

4. UNA ESPERANZA JUBILAR Y MISIONERA QUE SE TRADUCE EN VIDA CONCRETA Y COTIDIANA

4.1 La esperanza fuerza en la vida cotidiana que exige testimonio

Santo Tomás de Aquino escribe: «Spes introducit ad caritatem»[16], la esperanza prepara y predispone a la caridad nuestra vida, nuestra humanidad. Una caridad que es también justicia, acción social.

La esperanza necesita testimonio. Estamos en el corazón de la misión, porque la misión no se trata de hacer cosas, ante todo, sino que es el testimonio de alguien que ha vivido una experiencia y la cuenta. El testigo es portador de una memoria, suscita preguntas en quienes lo encuentran, suscita asombro.

El testimonio de la esperanza requiere una comunidad, es obra de un sujeto colectivo y es contagioso, como lo es nuestra humanidad, porque el testimonio es vínculo con el Señor.

La esperanza en el testimonio de la misión debe construirse de generación en generación, entre adultos y jóvenes: este es el camino del futuro. En nuestra cultura, el consumismo se come el futuro, la ideología del consumo lo apaga todo en el «aquí y ahora», en el «todo y enseguida». Sin embargo, el futuro no puedes consumirlo, no puedes apropiarte de lo que es otro de ti, no puedes apropiarte del otro[17].

En la construcción del futuro, la esperanza es la capacidad de prometer y de mantener las promesas… algo espléndido y raro en nuestro mundo. Prometer es esperar, poner en movimiento, por eso –como hemos dicho– la esperanza es camino, es la energía misma del camino.

4.2 La esperanza es el arte de la paciencia

Cada vida, cada don, cada cosa necesita tiempo para crecer. Así que incluso los dones de Dios necesitan tiempo para madurar. Por eso, en nuestra época en la que, todo e inmediatamente, en nuestro «consumir» el tiempo y la vida, se nos pide que demos aliento y fuerza a la virtud de la paciencia: porque la esperanza se realiza en la paciencia[18]. De hecho, la esperanza y la paciencia están íntimamente relacionadas.

La esperanza implica la capacidad de esperar, de aguardar el crecimiento, ¡casi como si dijera que «una virtud lleva a otra»!

Para que la esperanza se haga realidad, para que se manifieste en sentido pleno, se necesita paciencia. Nada se manifiesta de forma milagrosa, porque todo está sometido a la ley del tiempo. La paciencia es el arte del labrador que siembra y sabe esperar a que el grano sembrado crezca y dé fruto.

La esperanza comienza en nosotros como espera, y se ejerce como espera vivida conscientemente en nuestra humanidad. La espera es una dimensión muy importante de la experiencia humana. El hombre sabe esperar, el hombre está siempre en una dimensión de espera, porque es la criatura que vive en el tiempo de manera consciente.

La espera humana es la verdadera medida del tiempo, una medida que no es numérica ni cronológica. Nos hemos acostumbrado a calcular la espera, a decir que hemos esperado una hora, que el tren llega cinco minutos tarde, que Internet nos hizo esperar catorce interminables segundos antes de responder a nuestro clic, pero cuando lo medimos así, distorsionamos la espera, la convertimos en una cosa, un fenómeno desligado de nosotros mismos y de lo que esperamos. Es como si la espera fuera algo en sí, en sí misma, sin relación. En cambio, la espera –estamos en el punto crucial– es una relación, es una dimensión del misterio de la relación.

Sólo quien tiene esperanza tiene paciencia. Sólo quien tiene esperanza es capaz de «soportar», de «sostener desde abajo» las diferentes situaciones que presenta la existencia. El que soporta aguanta, espera y logra soportarlo todo, porque su esfuerzo tiene el sentido de la espera, tiene la tensión de la espera, la energía amorosa de la espera.

Sabemos que el llamado a la paciencia y a la espera implican, a veces, la experiencia de la fatiga, del trabajo, del dolor y de la muerte[19]. Pues bien, fatiga, dolor y muerte desenmascaran la ilusión de poseer el tiempo, el sentido del tiempo, el valor del tiempo, el sentido y el valor de nuestra vida. Son experiencias negativas, pero también positivas, porque el cansancio, el dolor y la muerte pueden ser oportunidades para reencontrar el verdadero sentido del tiempo de la vida.

Y, una vez más, «dar razón de nuestra esperanza», convirtiéndose en anuncio de la «buena nueva» de Jesús y de su Evangelio.

5. EL ORIGEN DE NUESTRA ESPERANZA: EN DIOS CON DON BOSCO

Don Egidio Viganò ofreció a la Congregación y a la Familia Salesiana una interesante reflexión sobre el tema de la esperanza, inspirándose en nuestra rica tradición y destacando algunas características específicas del espíritu salesiano leído a la luz de esta virtud teologal. Lo hizo de manera particular, comentando el sueño de los diez diamantes de Don Bosco[20] para las participantes en el Capítulo General de las Hijas de María Auxiliadora.

Dada la profundidad de los contenidos propuestos, me parece útil recordar la contribución del VII Sucesor de Don Bosco para recordar lo que, siempre en la perspectiva de la esperanza, todos estamos llamados a vivir.

5.1 Dios es el origen de nuestra esperanza

5.1.1. Breve referencia al sueño

La narración de este extraordinario sueño que Don Bosco tuvo en San Benigno Canavese la noche del 10 al 11 de septiembre de 1881 es conocida por todos. Recordemos brevemente su estructura[21].

El sueño se desarrolla en tres escenas. En la primera el personaje encarna la fisonomía del salesiano. En la parte anterior de su manto brillan cinco diamantes, tres en el pecho – «Fe», «Esperanza» y «Caridad»- y dos en los hombros – «Trabajo» y «Templanza»-. En el lado posterior lucen otros cinco diamantes, en. Que se lee, respectivamente: «Obediencia», «Voto de Pobreza», «Premio», «Voto de Castidad» y «Ayuno»

Don Felipe Rinaldi define a este personaje de los diez diamantes: «El modelo del verdadero salesiano».

En la segunda escena el personaje muestra la adulteración del modelo: su manto «había perdido el color, estaba apolillado y roto. Donde antes estaban los diamantes, había ahora un deterioro profundo producido por la polilla y otros diminutos insectos».

Esta escena tan triste y deprimente muestra «el reverso del verdadero salesiano», el antisalesiano.

En la tercera escena aparece un «jovencito encantador con una túnica blanca bordada en oro y plata (. .. ) , con un aspecto majestuoso, pero dulce y amable». Es portador de un mensaje y exhorta a los salesianos a «escuchar», a «comprender», a mantenerse «fuertes y animosos», a «dar testimonio con las palabras y con la vida», a «ser cautos en la aceptación» y en la formación de las nuevas generaciones, y a hacer crecer sana su Congregación.

Las tres escenas del sueño son animadas y sugerentes. Nos presentan una síntesis ágil, personificada y dramatizada de la espiritualidad salesiana. El contenido del sueño implica sin duda, en la mente de Don Bosco, un importante cuadro de referencia para nuestra identidad vocacional.

Pues bien, el personaje del sueño – como se sabe– lleva sobre su frente el diamante de la esperanza, lo que indica la certeza de la ayuda de lo alto en una vida completamente creativa, comprometida en la planificación diaria de actividades prácticas para la salvación, sobre todo, de juventud. Junto a los demás símbolos vinculados a las virtudes teologales, emerge la fisonomía de una persona sabia y optimista por la fe que lo anima, dinámica y creativa por la esperanza que lo mueve, siempre orante y humanamente bueno por la caridad que lo impregna.

Correspondiente al diamante de la esperanza, en el reverso de la figura encontramos el diamante del «premio». Si la esperanza manifiesta visiblemente el dinamismo y la actividad del salesiano en la construcci6n del Reino, la constancia en sus esfuerzos y el entusiasmo de su dedicación se basan en la certeza de la ayuda de Dios, que le ¡lega por la mediaci6n e intercesi6n de los dos resucitados: Cristo y María, el diamante del «premio» destaca más bien una actitud constante de la conciencia que impregna y anima todo el esfuerzo ascético según la conocida máxima de Don Bosco: «¡Un pedazo de paraíso lo arregla todo!»[22] .

5.1.2. Don Bosco «gigante» de la esperanza

El salesiano –decía Don Bosco– «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»[23]; el apoyo interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del cielo como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En todo cargo, trabajo, pena o disgusto, no olvidemos jamás que […] Dios lleva minuciosa cuenta aun de las cosas más pequeñas hechas por su santo nombre, y es de fe que en su día las recompensará con generosidad. Al fin de nuestra vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro lleno de amor nos dirá: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor”»[24]. «No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos preparado en el cielo un gran premio»[25]. Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano víctima del exceso de trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece insinuar también una dimensión de comunión fraterna en el premio. ¡Casi un sentido comunitario del Paraíso!

El pensamiento y la conciencia continua del Paraíso es una de las ideas soberanas y uno de los valores de fervor de la típica espiritualidad y también de la pedagogía de Don Bosco. Es como un iluminar y profundizar el instinto fundamental del alma, que tiende vitalmente a su propio fin último.

En un mundo sujeto a la secularización y a la pérdida progresiva del sentido de Dios –sobre todo debido al bienestar y a cierto progreso– es importante resistir la tentación –para nosotros y para los jóvenes con los que caminamos– que nos impide elevar nuestra mirada hacia el paraíso y no nos hace sentir la necesidad de sostener y alimentar un compromiso de ascesis vivido en el trabajo cotidiano. En su lugar, va creciendo una mirada temporal, según un horizontalismo más o menos elegante, que cree saber descubrir el ideal de todo dentro mismo del devenir humano y en la vida presente. ¡Todo lo contrario de la esperanza!

Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos que lo demuestran. Su espíritu salesiano está enteramente impregnado de las certezas y la laboriosidad características de este dinamismo audaz del Espíritu Santo.

Hago una breve pausa para recordar cómo Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en dos frentes: el compromiso de santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor dicho –y aquí reside una característica central de su espíritu– la santificación personal a través de la salvación de los demás. Recordemos la famosa fórmula de las tres «S»: «Salve, salvando sálvate»[26]. Parece un juego mnemotécnico dicho simplemente, como un eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo las dos vertientes de la santificación personal y la salvación de los demás están estrechamente vinculados entre sí.

En el binomio «trabajo» y «templanza» percibimos que la esperanza fue vivida por Don Bosco como proyección práctica y cotidiana de una incansable diligencia de santificación y de salvación. Su fe le lleva a preferir, en la contemplación del misterio de Dios, su inefable plan de salvación. Ve a Cristo como el Salvador del hombre y el Señor de la historia; en su Madre, María, Auxiliadora de los cristianos; en la Iglesia, el gran Sacramento de la salvación; en la propia maduración cristiana y en la juventud necesitada, el vasto campo del «todavía-no». Por eso su corazón estalla en el grito: «Da mihi animas», ¡Señor, concédeme salvar a la juventud y quítame el resto! El seguimiento de Cristo y la misión juvenil se funden, en su espíritu, en un único dinamismo teologal que constituye la estructura portante de todo.

Sabemos bien que la dimensión de la esperanza cristiana combina la perspectiva del «ya» y del «todavía no»: algo presente y algo en construcción que, sin embargo, desde hoy comienza a manifestarse, aunque «todavía no» en plenitud.

5.1.3. Características de la esperanza en Don Bosco

La certeza del «ya»

Cuando preguntamos a la teología cuál es el objeto formal de la esperanza, responde que es la convicción íntima de la presencia de Dios que ayuda, que socorre y asiste; la certeza interior sobre el poder del Espíritu Santo; la amistad con Cristo victorioso que nos hace decir con san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13).

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, la certeza del «ya». La esperanza estimula la fe a ejercitarse en la consideración de la presencia salvadora de Dios en las vicisitudes humanas, de la potencia del

Espíritu en la Iglesia y en el mundo, de la realeza de Cristo sobre la historia, de los valores bautismales que iniciaron la vida de la resurrección en nosotros.

El primer elemento constitutivo de la esperanza es, por tanto, un ejercicio de fe en la esencia de Dios como Padre misericordioso y salvador, en lo que Jesucristo ya ha hecho por nosotros, en Pentecostés como inicio de la era del Espíritu Santo, en lo que ya está dentro de nosotros por el Bautismo, por los sacramentos, por la vida en la Iglesia, por la llamada personal de nuestra vocación.

Necesitamos reflexionar que la fe y la esperanza se intercambian en nosotros, sus dinamismos se estimulan y complementan mutuamente y nos hacen vivir en el clima creativo y trascendente del poder del Espíritu Santo.

La clara conciencia del «todavía no»

El segundo elemento constitutivo de la esperanza es la conciencia del «todavía no». No parece muy difícil de tenerla; sin embargo, la esperanza exige una conciencia clara no tanto de lo que es malo e injusto, sino de lo que falta a la estatura de Cristo en el tiempo y, por tanto, de lo que es injusto y pecado y también de lo que es inmaduro, parcial o raquítico en la construcción del Reino.

Esto supone, como marco de referencia, un conocimiento claro del plan divino de salvación, en el que se injerta la capacidad crítica y de discernimiento del que espera. Así, la crítica al hombre de esperanza no es simplemente psicológica o sociológica, sino trascendente, según la órbita teológica de la «nueva criatura»; también aprovecha los aportes de las ciencias humanas y las supera con creces.

Con la conciencia del «todavía no», quien espera percibe lo que está mal, lo que aún no está maduro, lo que es semilla del Reino de Dios y se compromete a hacer crecer el bien y a combatir el pecado con la perspectiva histórica de Cristo. La capacidad de discernir el «todavía no» se mide siempre por la certeza del «ya». Por eso, y diría especialmente en tiempos difíciles, quien tiene esperanza empuja y estimula su fe a descubrir los signos de la presencia de Dios y las mediaciones que nos guían en la órbita trazada por Él. Esta es una cualidad muy importante hoy en día: saber identificar las semillas para ayudarlas a eclosionar y crecer.

¿Cómo puedes tener esperanza si no tienes esta capacidad de discernimiento? No basta con poder percibir todo el peso del mal, también hay que ser sensibles a la primavera «que brilla por todas partes». Así que, en estos tiempos, que decimos difíciles (y realmente lo son, comparándolos con los que vivíamos antes de cierta tranquilidad), la esperanza nos ayuda a percibir que también hay mucho bien en el mundo y que algo está creciendo.

La laboriosidad salvífica

Un tercer elemento constitutivo de la esperanza es su exigencia operativa acompañada del compromiso concreto de santificación apostólica, de inventiva y de sacrificio. Necesitamos colaborar con el «ya» que está creciendo, es urgente avanzar para luchar contra el mal en nosotros mismos y en los demás, especialmente en la juventud necesitada.

El discernimiento del «ya» y del «todavía no» debe traducirse en la práctica de la vida, abriéndose a intenciones, proyectos, revisión, inventiva, paciencia y constancia. No todo saldrá «como esperábamos»: habrá fracasos, contratiempos, caídas, incomprensiones. La esperanza cristiana participa connaturalmente también en las tinieblas de la fe.

5.1.4. Los «frutos» de la esperanza en Don Bosco

De los tres elementos constitutivos de la esperanza que acabo de indicar se derivan algunos frutos particularmente significativos para el espíritu salesiano de Don Bosco.

La alegría

Del primer elemento constitutivo –la certeza del «ya»– deriva, como fruto más característico, la alegría. Toda esperanza verdadera explota en alegría.

El espíritu salesiano adquiere como afinidad propia la alegría de la esperanza. Incluso la biología sugiere algunos ejemplos. La juventud, que es esperanza humana (y por tanto sugiere una cierta analogía con el misterio de la esperanza cristiana), está ávida de alegría. Y vemos a Don Bosco traducir la esperanza en un clima de alegría para los jóvenes por salvarse. Domingo Savio, que creció en su escuela, dijo: «Hacemos consentir la santidad en estar siempre alegres». No se trata de una hilaridad superficial, propia del mundo, sino de un gozo interior, de un sustrato de victoria cristiana, de una sintonía vital con la esperanza, que explota en alegría. Una alegría que, en última instancia, brota de las profundidades de la fe y de la esperanza.

Hay poco que hacer. Si estamos tristes es porque somos superficiales. Entiendo que hay una tristeza cristiana: Jesucristo la vivió. En Getsemaní su alma se entristeció hasta la muerte, sudó sangre. Se trata, sin duda, de otro tipo de tristeza.

Sin embargo, la aflicción o melancolía por la que una religiosa tiene la impresión de no ser comprendida por nadie, de que los demás no la toman en consideración, de que tienen envidia o incomprensión de sus cualidades, etc. es una tristeza que no se debe alimentar. Esto debe contrastarse con la profundidad de la esperanza: Dios está conmigo y me quiere; ¿Qué importa que otros no me tengan en cuenta?

La alegría, en el espíritu salesiano, es clima cotidiano; deriva de una fe que espera y de una esperanza que cree, es decir, ¡de ese dinamismo del Espíritu Santo que en nosotros proclama la victoria que vence al mundo!… La alegría es indispensable para testimoniar con autenticidad lo que creemos y esperamos.

El espíritu salesiano es, ante todo y sobre todo, esto y no una reducción a justas observancias y mortificaciones. La esperanza nos llevará también a hacer muchas mortificaciones, ¡pero como entrenamiento de vuelo y no como mofas carcelarias! Por consiguiente: ¡de la esperanza tanta alegría!

El mundo busca superar su limitación y su desorientación con una vida llena de sensaciones excitantes. Cultivar la promoción y la satisfacción de los sentidos, la película picante, el erotismo, la droga, etc. Es una forma de escapar de una situación transitoria que parece no tener sentido, de buscar algo que se deslice hacia una «caricatura de trascendencia».

La paciencia

Otro «fruto» de la esperanza, que procede de la conciencia del «todavía no», es la paciencia. Toda esperanza conlleva una indispensable dotación de paciencia. La paciencia es una actitud cristiana, intrínsecamente ligada a la esperanza en su no breve «todavía no», con sus problemas, sus dificultades y sus oscuridades. Creer en la resurrección y trabajar por la victoria de la fe, siendo mortales e inmersos en lo transitorio, requiere una estructura interna de esperanza que conduce a la paciencia.

La expresión más sublime de la paciencia cristiana la experimentó Jesús, especialmente durante su pasión y muerte. Es una paciencia fecunda, precisamente por la esperanza que la anima. Aquí, en la paciencia, más que iniciativa y acción, se trata de aceptación consciente y de pasividad virtuosa que perdura con vistas a la realización del plan de Dios.

El espíritu salesiano de Don Bosco nos recuerda a menudo la paciencia. En la introducción a las Constituciones, Don Bosco recuerda, aludiendo a san Pablo, que los dolores que debemos soportar en esta vida no tienen comparación con la recompensa que nos espera: «Solía decir:

“¡Animo, pues! Que la esperanza nos sostenga cuando pudiera faltarnos la paciencia»[27]. «Sí; lo que sostiene la paciencia debe ser la esperanza del premio»[28].

También Madre Mazzarello insistía sobre este punto. Uno de sus primeros biógrafos, Fernando Maccono, afirma que la esperanza siempre la consoló sosteniéndola en sus sufrimientos, en sus enfermedades, en sus dudas, y la animó en la hora de la muerte: «Su esperanza era muy viva y activa. «Me parece –atestigua una Hermana– que esta virtud la animaba en todo y que procuraba infundirla en las demás. Nos exhortaba a llevar bien las pequeñas cruces diarias y a hacer todo con gran pureza de intención»[29].

La esperanza es la madre de la paciencia y la paciencia es la defensa y escudo de la esperanza.

La sensibilidad educativa

Del tercer elemento constitutivo de la esperanza –la «laboriosidad salvadora»– procede otro fruto: la sensibilidad pedagógica. Es una iniciativa de compromiso adecuado, tanto en el contexto de la propia santificación (seguimiento de Cristo) como en el contexto de la salvación de los demás (misión). Implica un compromiso práctico, medido y constante, traducido por Don Bosco en una metodología concreta que implica estas atenciones:

  • la cautela (o santa «astucia»): cuando se trata de tener iniciativas, de resolver problemas, Don Bosco lo da todo sin pretensiones de perfeccionismo, pero con humilde practicidad; repitió muchas veces esta frase: «Lo óptimo es enemigo de lo bueno»[30].
  • La audacia. El mal está organizado, los hijos de las tinieblas actúan con inteligencia. El Evangelio nos dice que los hijos de la luz deben ser más astutos y valientes. Por tanto, para trabajar en el mundo debemos armarnos de una genuina prudencia, es decir, de ese «auriga virtutum» [guía de las demás virtudes] que nos hace ágiles, oportunos y penetrantes en la aplicación de la verdadera intrepidez para hacer el bien.
  • La magnanimidad. No debemos limitar nuestra mirada dentro de las paredes de la casa. Hemos sido llamados por el Señor a salvar el mundo, tenemos una misión histórica más importante que la de los astronautas o los hombres de ciencia… Estamos comprometidos con la liberación integral del hombre. Nuestra alma debe abrirse a visiones muy amplias. Don Bosco quería que estuviéramos «a la vanguardia del progreso» (y cuando decía esta frase se refería a medios de comunicación social).

Conocemos la magnanimidad de Don Bosco al lanzar a los jóvenes a responsabilidades apostólicas; pensemos, por ejemplo, en los primeros misioneros que partieron hacia América. ¡Tanto los Salesianos como las Hijas de María Auxiliadora eran poco más que muchachos y muchachas!

Don Bosco se movía dentro de vastos horizontes. Ni Valdocco ni Mornese le bastaban; no podía permanecer sólo dentro de los límites de Turín, Piamonte, Italia o Europa. Su corazón latía con el de la Iglesia universal, porque se sentía casi investido con la responsabilidad de salvar a todos los jóvenes necesitados del mundo. Quería que los salesianos sintieran como propios todos los problemas juveniles más grandes y urgentes de la Iglesia para estar disponibles en todas partes. Y, si bien cultivó la magnanimidad de sus proyectos e iniciativas, fue concreto y práctico en su realización, con un sentido de la gradualidad y con la modestia de los comienzos.

Aquí la magnanimidad debe brillar siempre en el rostro del salesiano, como una nota de simpatía: no debe ser una cabecita sin visiones, sino tener grandeza de alma porque tiene un corazón habitado por la esperanza.

Péguy, con su agudeza un poco violenta, escribió: «Una capitulación es en esencia una operación en la que se empieza a explicar en lugar de poner en práctica. Los cobardes siempre han sido gente de muchas explicaciones». En el rostro salesiano debe brillar siempre, como nota de simpatía, también la mística de la decisión y el ardor humilde de la practicidad. Don Bosco era decidido en sus compromisos a hacer el bien, aunque no pudiera empezar por lo mejor; ¡decía que sus obras se iniciaban, quizás, en el desorden para tender luego hacia el orden!

La esperanza pone en el rostro del salesiano, junto a la profundidad de la contemplación, la alegría de la filiación divina, el entusiasmo de la gratitud y del optimismo (que provienen de la «fe»), también el coraje de la iniciativa, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la sabiduría de la gradualidad pedagógica, la utopía de la magnanimidad, la modestia de la practicidad, la prudencia de la astucia y la sonrisa de la alegría.

5.2. La fidelidad de Dios: hasta el final

Hasta aquí hemos echado un vistazo a lo que Don Bosco y nuestros santos y beatos expresaron claramente en sus vidas. Son elementos que nos empujan a cada uno de nosotros personalmente, y como Familia Salesiana, a sacar a relucir o –por retomar las palabras de don Egidio Viganò– hacer brillar esa esperanza de la que estamos llamados a «dar razón», especialmente a los jóvenes y, entre estos, a los más pobres.

Ha llegado el momento de «echar un vistazo» un poco más allá de lo que es «inmediatamente visible» y tratar de conocer lo que espera nuestra vida y nos da el valor de esperar diligentemente mientras colaboramos a la venida del «día del Señor».

Por eso, retomando siempre el análisis franco e intenso del VII Sucesor de Don Bosco, centramos nuestra atención en la perspectiva del «premio».

El diamante «premio» se coloca junto con otros cuatro en la parte posterior del manto del personaje del sueño. Es casi un secreto, una fuerza que trabaja desde dentro, que nos da el empujón y nos ayuda a apoyar y defender los grandes valores que se ven en la parte de delante. Es interesante observar que el diamante del «premio» se sitúa debajo del de la «pobreza», porque ciertamente tiene una relación con las «privaciones» vinculadas a aquella.

En sus rayos leemos las siguientes palabras: «Si te deleita la grandeza del premio, que no te espante la multitud del trabajo». «El que conmigo padece, conmigo gozará». «Momentáneo es lo que padecemos en la tierra y eterno lo que deleitará a mis amigos en el cielo».

El verdadero salesiano tiene en su imaginación, en su corazón, en sus anhelos y en sus horizontes de vida, la visión del premio, como plenitud de los valores proclamados por el Evangelio. Por esta razón «siempre está alegre. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta»[31].

En la casa de Don Bosco y en nuestras casas salesianas se hablaba mucho del Paraíso. Era una idea permanente y omnipresente resumida en algunos dichos célebres: «Pan, trabajo y paraíso»[32]; «Un trocito de Paraíso lo arregla todo»[33]. Son frases recurrentes en Valdocco y Mornese.

Seguramente muchas Hijas de María Auxiliadora recordarán la descripción que hizo Madre Enriqueta Sorbone del espíritu de Mornese: «¡Aquí estamos en el paraíso, en casa hay un ambiente de paraíso!»[34]. Y ciertamente no fue por las privaciones o por la falta de problemas. Fue como la traducción espontánea, saltada del corazón, del cartel que Don Bosco había puesto: «Servite Domino in laetitia»[35].

También Domingo Savio había percibido el mismo clima de vida cálido y trascendente: «Aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres»[36].

En las biografías de Domingo Savio, Francisco Besucco y Miguel Magone, Don Bosco, incluso describiendo su agonía, quiere subrayar esta alegría inefable, combinada con un verdadero anhelo del Paraíso. Mucho más que el horror de la muerte, sus muchachos sienten la atracción de la Pascua.

El pensamiento de la recompensa es uno de los frutos de la presencia del Espíritu Santo, es decir, de la intensidad de la fe, la esperanza y la caridad, las tres juntas, aunque esté más estrechamente ligada a la esperanza. Esta infunde en el corazón un gozo y una alegría que vienen de Arriba y encuentran una hermosa armonía con las mismas tendencias innatas del corazón humano que vemos cuando vivimos entre muchachos y chicas: la juventud intuye con mayor frescura que el hombre nace para la felicidad.

Pero ni siquiera hace falta ir a buscarlo entre los jóvenes. Tomemos un espejo y mirémonos: sólo necesitamos escuchar los latidos de nuestro corazón. Hemos nacido para alcanzar la felicidad, la esperamos incluso sin confesarlo.

La idea del Paraíso, siempre presente en la casa de Don Bosco, no es una utopía para ingenuos engaños, no es la zanahoria que engaña al caballo para que camine más rápido, es el ansia sustancial de nuestro ser; y es, sobre todo, la realidad del amor de Dios, de la resurrección de Jesucristo obrando en la historia; es la presencia viva del Espíritu Santo la que realmente empuja, de hecho, hacia el premio.

Don Bosco no desprecia ninguna alegría de los jóvenes. Al contrario, la despierta, la aumenta, la desarrolla. La famosa «alegría» en la que consiste la santidad no es sólo una alegría íntima, escondida en el corazón como fruto de la gracia. Ésta es su raíz. Se expresa también exteriormente, en la vida, en el patio y en el sentido de la fiesta.

¡Cómo preparaba las solemnidades religiosas, los onomásticos, las jornadas festivas del Oratorio! Incluso se preocupaba de organizar la celebración de su propia onomástica, no para él mismo, sino para crear en el ambiente una atmósfera de gozosa gratitud.

Pensemos en los valientes paseos otoñales: dos o tres meses para prepararlos, 15 o 20 días para vivirlos; luego los prolongados recuerdos y comentarios: una alegría muy repartida en el tiempo. ¡Qué imaginación y qué coraje! De Turín a Becchi, a Génova, a Mornese, a numerosas ciudades del Piamonte, con decenas y decenas de muchachos… la caminata, el juego, la música, el canto, el teatro: son elementos sustanciales del Sistema Preventivo que, también como método pedagógico, presupone una espiritualidad adecuada y explosiva, fruto de una fe, de una esperanza y de una caridad convencidas, valores del cielo aquí en la tierra.

El Paraíso siempre se asomaba al firmamento de Valdocco, de día y de noche, con o sin nubes. Ser testigo hoy de los valores del premio es una profecía urgente para el mundo y especialmente para la juventud. ¿Qué ha aportado la civilización técnico-industrial a la sociedad de consumo? Una enorme posibilidad de consuelo y placer, con la consiguiente y pesada tristeza.

Entre otras cosas leemos en las Constituciones de los Salesianos de Don Bosco –pero vale para todo cristiano– que, «el salesiano [es] un signo de la fuerza de la resurrección» y que «en la sencillez y laboriosidad de cada día» es «un educador que anuncia a los jóvenes «un cielo nuevo y una tierra nueva», avivando en ellos los compromisos y el gozo de la esperanza»[37].

En Mornese y en Valdocco no había ni comodidades ni dictaduras y todo respiraba espontaneidad y alegría. El progreso técnico ha facilitado hoy muchas cosas, pero la verdadera alegría del hombre no ha aumentado. En cambio, han aumentado la angustia y las náuseas, ha empeorado la falta de sentido de la existencia, algo que lamentablemente seguimos constatando –especialmente en las sociedades opulentas– con la trágica estadística de los suicidios de adolescentes y jóvenes.

Hoy, además de la pobreza material que aflige todavía a una gran parte de la humanidad, se hace urgente encontrar un modo de hacer que los jóvenes perciban el sentido de la vida, los ideales más elevados, la originalidad de Jesucristo.

Se busca la felicidad, tendencia humana fundamental, pero ya no se conoce el camino correcto y entonces va creciendo una inmensa desilusión.

Los jóvenes, también por la falta de adultos significativos, se sienten incapaces de afrontar el sufrimiento, el deber y el compromiso constante. El problema de la fidelidad a los ideales y a la propia vocación se ha vuelto crucial. La juventud se siente incapaz de asumir sufrimientos y sacrificios. Vive en una atmósfera en la que triunfa el divorcio entre amor y sacrificio, de tal manera que la búsqueda y consecución por sí sola del bienestar acaba por asfixiar la capacidad de amar y, por tanto, de soñar con el futuro.

Con razón, como decíamos, el diamante del premio se sitúa debajo del de la pobreza, como para indicarnos que ambos se complementan y apoyan mutuamente. De hecho, la pobreza evangélica implica una visión concreta y trascendente de toda la realidad con una perspectiva realista también de las renuncias, los sufrimientos, los contratiempos, las privaciones y las penas.

¿Cuál es la energía interior que hace afrontar todo con confianza y con cara alegre, sin desanimarse? Es, en definitiva, la sensación de la presencia del cielo en la tierra. Este sentido procede de la fe, de la esperanza y de la caridad, que nos hacen releer toda la existencia con la perspectiva del Espíritu Santo.

El mundo necesita urgentemente profetas que proclamen con sus vidas la gran verdad del Paraíso. ¡No es una evasión alienante, sino una realidad intensa y estimulante!

Por eso, en el espíritu de Don Bosco hay una preocupación constante por cultivar la familiaridad con el Paraíso, casi como si constituyera el firmamento de la mente, el horizonte del corazón salesiano: trabajamos y luchamos seguros de un premio, mirando a la Patria, a la casa de Dios, a la Tierra Prometida.

Es importante señalar que la perspectiva del premio no consiste simplemente en la consecución de una «recompensa», de una especie de consuelo por una vida vivida en medio de tantos sacrificios, de resistencias… ¡Nada de esto! Si fuera simplemente una «recompensa», parecería un chantaje. Pero Dios no actúa de esa manera. En su amor no puede dejar de ofrecerse al hombre. Esto –como afirma Jesús– es la vida eterna: el conocimiento del Padre. Donde «conocer» significa «amar», hacerse partícipe pleno de Dios, en continuidad con la existencia terrena vivida «en gracia», es decir, en el amor a Dios y a los hermanos y hermanas.

En este camino estamos invitados a dirigir nuestra mirada a María, que se hace presente como ayuda diaria, como Madre precursora y auxiliadora. Don Bosco está seguro de su presencia entre nosotros y quiere signos que nos lo recuerden.

Para ella construyó una Basílica, centro de animación y difusión de la vocación salesiana. Él quería su imagen en nuestros ambientes de vida; vinculó cada iniciativa apostólica a su intercesión y comentó con emoción su eficacia real y maternal. Recordemos, por ejemplo, lo que dijo a las Hijas de María Auxiliadora en la casa de Niza Monferrato: «¡La Virgen está realmente aquí, en medio de vosotras! La Virgen se pasea por esta casa y la cubre con su manto»[38].

Además de Ella, también buscamos otros amigos en la casa de Dios. Nuestros santos y beatos, empezando por los rostros que nos resultan más familiares y que forman parte del llamado «jardín salesiano».

No tomamos estas decisiones para dividir la gran casa de Dios en pequeños apartamentos privados, sino para sentirnos más cómodos en ella y poder hablar de Dios, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, de Cristo y de María, de la creación y de la historia, no con la inquietud de quien ha escuchado la elevada lección de un pensador denso, difícil y hasta hermético, sino con ese sentido de familiaridad y gozosa sencillez con el que se conversa con quienes fueron nuestros familiares, nuestros hermanos y nuestras hermanas, nuestros colegas y nuestros compañeros de trabajo. A algunos de ellos no los hemos conocido en vida, pero los sentimos cercanos y nos inspiran una confianza especial. Conversando con san José, con Don Bosco, con Madre Mazzarello, con Don Rua, con Domingo Savio, con Laura Vicuña, con Don Rinaldi, con Mons. Versiglia y don Caravario, con sor Teresa Valsè, con sor Eusebia Palomino, etc., es verdaderamente un diálogo «de casa», de familia.

Esto es lo que nos sugiere el diamante del premio: sentirnos en casa con Dios, con Cristo, con María, con los santos; sentir su presencia en la propia casa, en un clima de familia que da sentido de Paraíso al entorno de la vida diaria.

6. CON… MARÍA, ESPERANZA Y PRESENCIA MATERNA

Al final de este comentario no podemos dejar de volver nuestro corazón y nuestra mirada a la Virgen María, como nos enseñó Don Bosco.

La esperanza requiere confianza, capacidad de entregarse y abandonarse.

En todo esto tenemos una guía y una maestra en María Santísima.

Ella nos testimonia que esperar es abandonarse y entregarse, y esto es válido tanto para la existencia como para la vida eterna.

En este camino, la Virgen nos lleva de la mano, enseñándonos cómo confiar en Dios, cómo entregarnos libremente al amor transmitido por su Hijo Jesús.

La indicación y el «mapa de navegación» que nos presenta es siempre el mismo: «Haced lo que él os diga»[39]. Una invitación que asumimos en nuestra vida cada día.

En María vemos la realización del premio.

María encarna en sí misma la atracción y la concreción del Premio: Ella,

«terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte»[40].

Podemos leer en sus labios algunas hermosas expresiones provenientes de san Pablo. Puesto que están inspiradas por el Espíritu Santo, Esposo de María, ciertamente son compartidos por Ella.

Aquí están:

Cristo Jesús, murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y además intercede por nosotros ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»[41].

Queridos hermanas y hermanos, queridísimos jóvenes:

María Auxiliadora, Don Bosco y todos nuestros santos y beatos están cerca de nosotros en este año extraordinario. Que nos acompañen a vivir con profundidad las instancias del Jubileo, ayudándonos a poner en el centro de nuestra vida la persona de Jesucristo, «el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en la Iglesia y en el mundo»[42].

Que nos impulsen, siguiendo el ejemplo de los primeros misioneros enviados por Don Bosco, a hacer siempre y en todas partes de nuestra vida un don gratuito para los demás, especialmente para los jóvenes y entre ellos los más pobres.

Finalmente, un deseo: que este año nos ayude a crecer en la oración por la paz, por una humanidad pacificada. Invocamos el don de la paz –el shalom bíblico– que contiene todos los demás y solo encuentra cumplimiento en la esperanza.

Un abrazo fraternal

Don Stefano Martoglio S.D.B.

Vicario del Rector Mayor. Roma, 31 dicembre 2024


[1] Francisco, Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025, Ciudad del Vaticano 9 de de mayo de 2024.

[2] Ibidem.

[3] Cf. Rom 8,39.

[4] Cf. Rom 5,3-5

[5] Oración colecta de la Misa del día de la Ascensión, en Misal Romano, Libros litúrgicos, Madrid 2016, p. 363.

[6] Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza , Herder, Barcelona 2024, p. 18.

[7] Cristiana Paccini – Simone Troisi, Nacemos para no morir nunca. La historia de Chiara Corbella Petrillo, Ediciones Palabra, Madrid 2015.

[8] Gabriel Marcel, Philosophie der Hoffnung, List Verlag, München 1964.

[9] Erich Fromm, La revolución de la esperanza, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México 1970.

[10] 1Pe 3,15.

[11] Francisco, Spes non confundit, 9.

[12] Jn 17,3.

[13] Cf. Rom 4,18.

[14] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, Ciudad del Vaticano, 25 de diciembre de 2005, 1.

[15] Const. SDB, 3.

[16] Tomás de Aquino, Summa theologiae, IIª-IIae q. 17 a. 8 co.

[17] Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1977.

[18] Para estas reflexiones he tomado de la rica reflexión del Abad general de la Orden de los Cistercienses M. G. Lepori, Capitoli dell’Abate Generale OCist al CFM 2024. Esperar en Cristo disponible en varios idiomas (también en español) en la web: www.ocist.org.

[19] Cf. Rom 5,3-5.

[20] E. Viganò, Un progetto evangelico di vita attiva, Elle Di Ci, Leumann (TO) 1982, 68-84.

[21] Cf. E. Viganò, Fisionomía del Salesiano, según el sueño del personaje de los diez diamantes, en ACS 300 (1981), 3-44. La narración completa del sueño se puede encontrar en ACS 300 (1981), 45-53; o también en MBe XV, 165-170.

[22] MBe VIII, 381.

[23] Const. SDB, 18.

[24] Juan Bosco, A los socios salesianos, en Constituciones y Reglamentos Generales, Editorial CCS, Madrid 2017, p. 227.

[25] MBe VI, 442.

[26] MBe VI, 409.

[27] MBe XII, 390.

[28] Ibidem.

[29] Fernando Maccono, Santa Maria D. Mazzarello. Confundadora y primera Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora. Vol. I, Hijas de Maria Auxiliadora, Madrid 1980, p. 386.

[30] MBe X, 716.

[31] Const. SDB, 17.

[32] MBe XII, 505.

[33] MBe VIII, 381.

[34] Citado en E. Viganò, Descubrir el espíritu de Mornese, en ACS (1981), 64.

[35] Sal 99.

[36] MBe V, 258.

[37] Const. SDB, 63. Véase también, E. Viganò, «Rendere ragione della gioia e degli impegni della speranza, testimoniando le insondabili ricchezze di Cristo». Strenna 1994. Commento del Rettor Maggiore, Istituto Figlie di Maria Ausiliatrice, Roma 1993.

[38] MBe XVII, 478. Cf. G. Capetti, Il cammino dell’Istituto nel corso di un secolo. Vol. I, FMA, Roma 1972-1976, 122.

[39] Jn 2,5.

[40] LG, 59.

[41] Rom 8,34-39.

[42] Const. SDB, 196.




La “noche buena”

            Una noche, Don Bosco, entristecido por cierta indisciplina general que se notaba en el Oratorio de Valdocco entre los muchachos que estaban dentro, vino, como de costumbre, a decirles unas palabras después de la oración de la tarde. Se detuvo un momento en silencio sobre el pequeño pupitre, en la esquina de los soportales, donde solía dar a los jóvenes las llamadas “Buenas noches”, que consistían en un breve sermón vespertino. Mirando a su alrededor, dijo:
            – No estoy contento con vosotros. Es todo lo que puedo decir esta noche.
            Y descendió de su silla, escondiendo las manos en las mangas de su túnica, para no dejarse besar, como solían hacer los jóvenes antes de irse a descansar. Luego subió lentamente las escaleras hasta su habitación sin decir palabra a nadie. Aquella manera suya producía un efecto mágico. Se oyeron algunos sollozos reprimidos entre los jóvenes, muchos rostros se llenaron de lágrimas y todos se fueron a dormir pensativos, convencidos de haber disgustado no sólo a Don Bosco, sino también al Señor (MB IV, 565).

El toque de la tarde
            El salesiano Don Juan Gnolfo en su estudio: Las “Buenas Noches” de Don Bosco, señala que la mañana es el despertar de la vida y de la actividad, la tarde en cambio es propicia para sembrar en la mente de los jóvenes una idea que germina en ellos incluso en el sueño. Y con una atrevida comparación se refiere incluso al “tañido vespertino” de Dante:
            Era ya la hora que vuelve el deseo
            a los marineros y enternece el corazón…
            Es precisamente a la hora de la oración vespertina cuando Alighieri describe, de hecho, en el octavo Canto del «Purgatorio», a los Reyes en un pequeño valle mientras cantan el himno de la Liturgia de las Horas Te lucis ante terminum… (Antes que termine la luz, oh Dios, te buscamos, para que nos guardes).
            ¡Momento entrañable y sublime el de las “Buenas noches” de Don Bosco! Comenzaba con la alabanza y la oración de la noche y terminaba con sus palabras que abrían el corazón de sus hijos a la reflexión, a la alegría y a la esperanza. Realmente le importaba ese encuentro nocturno con toda la comunidad de Valdocco. El P. G. B. Lemoyne remonta su origen a Mamá Margarita. La buena madre, al acostar al primer niño huérfano que llegó de Val Sesia, le hizo algunas recomendaciones. De ahí derivaría en los colegios salesianos la hermosa costumbre de dirigir breves palabras a los jóvenes antes de enviarlos a descansar (MB III, 208-209). Don E. Ceria, citando las palabras del Santo al recordar los primeros tiempos del Oratorio: “Comencé a dar un sermón muy breve por la noche después de las oraciones” (MO, 205), piensa más bien en una iniciativa directa de Don Bosco. Sin embargo, si el P. Lemoyne aceptó la idea de algunos de los primeros discípulos, fue porque pensó que las «Buenas Noches» de Mamá Margarita cumplían emblemáticamente el propósito de Don Bosco al introducir esa costumbre (Anales III, 857).

Características de las “Buenas Noches”
            Una característica de las “Buenas Noches” de Don Bosco era el tema que trataba: un hecho de actualidad que impactara, algo concreto que creara suspenso y permitiera también preguntas de los oyentes. A veces él mismo hacía preguntas, estableciendo así un diálogo muy atractivo para todos.
            Otras características eran la variedad de temas tratados y la brevedad del discurso para evitar la monotonía y el consiguiente aburrimiento de los oyentes. Sin embargo, Don Bosco no siempre era breve, sobre todo cuando relataba sus famosos sueños o los viajes que había realizado. Pero solían ser discursos de pocos minutos.
            No se trataba, en definitiva, ni de sermones ni de lecciones escolares, sino de breves palabras afectuosas que el buen padre dirigía a sus hijos antes de enviarlos a descansar.
            Las excepciones a la regla causaban, por supuesto, una enorme impresión, como ocurrió la tarde del 16 de septiembre de 1867. Después de haber intentado todos los medios de corrección por parte de los superiores, algunos muchachos resultaron ser incorregibles y constituían un escándalo para sus compañeros.
            Don Bosco tomó la pequeña cátedra. Comenzó citando el pasaje evangélico en el que el Divino Salvador pronuncia palabras terribles contra los que escandalizan a los niños. Recordó las serias amonestaciones que había hecho repetidamente a aquellos escandalosos, los beneficios que habían obtenido en el colegio, el amor paterno con que se les había rodeado, y luego continuó:
            “Ellos creen que no son conocidos, pero yo sé quiénes son y podría nombrarlos en público. Si no los nombro, no piensen que no soy plenamente consciente de ellos…. Que, si quisiera nombrarlos, podría decir: Eres tú, o A… (y pronunciar nombre y apellido) un lobo que merodea entre sus camaradas y los aleja de los superiores ridiculizando sus advertencias… Eres tú, oh B… un ladrón que con tus discursos mancha la inocencia de los demás… Eres tú, oh C… un asesino que con ciertas figuras, con ciertos libros, arranca a sus hijos del lado de María… Eres tú o D… un demonio que estropea a sus compañeros y les impide asistir a los Sacramentos con tus burlas…”.
            Se nombraron seis. La voz de Don Bosco era tranquila. Cada vez que pronunciaba un nombre, se oía un grito ahogado del culpable que resonaba en medio del hosco silencio de los atónitos compañeros.
            Al día siguiente, algunos fueron enviados a casa. Los que se quedaron cambiaron de vida: ¡el “buen padre” Don Bosco no era un buen hombre! Y excepciones de este tipo confirman la regla de su «Buenas noches».

La clave de la moralidad
            No en vano, un día de 1875, Don Bosco, ante quienes se asombraban de que en el Oratorio no hubiera ciertos desórdenes de los que se quejaban en otros colegios, enumeró los secretos puestos en práctica en Valdocco, y entre ellos señaló el siguiente: “Un poderoso medio de persuasión para el bien es dirigir a los jóvenes, cada noche después de las oraciones, dos palabras confidenciales. Así se corta la raíz de los desórdenes incluso antes de que surjan” (MB XI, 222).
            Y en su precioso documento El Sistema Preventivo en la Educación de la Juventud, dejó escrito que las “Buenas Noches” del Director de la Casa podían llegar a ser “la clave de la moralidad, de la buena marcha y del éxito en la educación” (Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, p. 239-240).

            Don Bosco hacía que sus jóvenes vivieran el día entre dos momentos solemnes, aunque fueran muy diferentes, por la mañana la Eucaristía, para que el día no apagara su ardor juvenil, por la tarde las oraciones y las “Buenas Noches” para que antes de dormir reflexionaran sobre los valores que iluminarían la noche.




Comunidad de la Misión de Don Bosco, una historia de “familia” y de “profecía”

La Familia Salesiana, nacida de la intuición de Don Bosco, ha continuado a lo largo del tiempo creciendo y asumiendo formas diferentes, manteniendo las mismas raíces. Entre estas realidades se encuentra la Comunidad de la Misión de Don Bosco (CMB), una asociación privada de fieles con un carisma misionero, que desde 2010 forma parte oficialmente de la Familia Salesiana.

Los orígenes de la CMB
            Todo comenzó en 1983 en Roma, en el Instituto Gerini, durante un encuentro de jóvenes Salesianos Cooperadores. Durante la Misa de clausura, un signo claro e indeleble quedó grabado en el corazón y en la mente de algunos participantes: tu vida y tu fe deben tomar una luz misionera… en cada lugar donde estés. De esta intuición nació la Comunidad de la Misión de Don Bosco, surgida como una iniciativa del Espíritu y fundada en el Instituto Salesiano de Bolonia.
            Le pedimos al diácono Guido Pedroni, fundador y custodio general de la CMB, que contara la historia de esta realidad. La CMB, compuesta por laicos, está hoy presente en diferentes partes del mundo. Es una comunidad misionera en estilo y en elecciones, profundamente arraigada en el espíritu salesiano y en la vida de sus fundadores. Junto a Guido Pedroni, otros cuatro laicos han compartido desde el principio el ideal de la CMB: Paola Terenziani (fallecida hace algunos años y para quien se ha iniciado el proceso de beatificación), Rita Terenziani, Andrea Bongiovanni y Giacomo Borghi. A estas figuras, reunidas en la llamada “Tienda Madre”, se ha sumado recientemente Daniele Landi, ya presente en los orígenes de la Comunidad.

Una comunidad mariana y misionera
            Es relevante notar que la CMB es el único grupo de la Familia Salesiana fundado por un laico y nacido de una idea compartida: un sueño misionero y comunitario. Es profundamente mariana, ya que el gesto definitivo de pertenencia a la Comunidad, el Acto de Dedicatoria, está inspirado en la vida de María, toda dedicada a Jesús. Como cuenta Guido Pedroni, la CMB nació de “una intuición, el Acto de Dedicatoria, que para nosotros es una verdadera consagración a Dios y a la Comunidad a ejemplo de María y de Don Bosco”.

El estilo y la espiritualidad
            El estilo de la CMB se concreta en la forma de vivir la fe, en abrir nuevas presencias misioneras, en realizar proyectos, en establecer relaciones educativas y en experimentar la vida comunitaria. Es un estilo marcado por la iniciativa, que algunos incluso han definido como “temeridad”, y se basa en cuatro pilares: suscitar, involucrar, crear y creer. Suscitar motivaciones, involucrar a las personas en la acción, crear relaciones auténticas, creer en la Providencia del Espíritu que precede y custodia cada elección.
            Para la CMB, vivir en un “Estado de Misión” permanente significa testimoniar el Evangelio en cada momento del día y en cada lugar, ya sea África, América, Italia, un campo de nómadas o un aula escolar. Lo esencial es sentirse parte de la misión de la Iglesia, encarnada en el estilo de Don Bosco a favor de los jóvenes.

            Tres son los ejes de la espiritualidad de la CMB:
            – Unidad, construida en el diálogo fraterno;
            – Caridad, hacia jóvenes y pobres, vivida en la comunión;
            – Esencialidad, encarnada en la simple y familiar compartición típica del espíritu salesiano.
            Otros elementos distintivos son la concesión de un mandato específico y la conciencia del “Estado de Misión”. La identidad carismática se arraiga en la espiritualidad salesiana, enriquecida por algunos rasgos propios de la CMB, en particular una espiritualidad de búsqueda y una actitud de familiaridad, que sientan las bases de la unidad entre los miembros de la Comunidad y de la Asociación.

Misiones y difusión en el mundo
            Inicialmente, la CMB estaba comprometida en actividades misioneras a favor de Etiopía. Sin embargo, con el tiempo, el compromiso se ha trasladado del tiempo libre a la vida cotidiana, orientando las elecciones fundamentales de la existencia. El clima de profunda amistad, la vida espiritual intensa marcada por la Palabra de Dios y el trabajo concreto por los pobres y por los jóvenes han llevado a la Dedicatoria. Así se comprendió que la tensión misionera no solo concernía a Etiopía, sino a cada lugar donde hubiera necesidad.
            En 1988 se redactó la primera Regla de Vida, mientras que en 1994 la CMB se convirtió en una Asociación con una propia estructura jurídica, para continuar el compromiso misionero y las actividades de animación en el territorio bolonés.
            Todas las presencias misioneras de la CMB han surgido de una llamada y de un signo. Actualmente, la Comunidad está presente en Europa, África, América del Sur y Central. La primera expedición misionera tuvo lugar en 1998 en Madagascar; desde entonces se ha difundido en nueve países: Italia, Madagascar, Burundi, Haití, Ghana, Chile, Argentina, Ucrania y Mozambique. Las dos “aventuras” más recientes se refieren precisamente a Mozambique y Ucrania.
            En los próximos meses se abrirá una nueva presencia en Mozambique. En septiembre pasado, en la Basílica de María Auxiliadora en Turín-Valdocco, se entregó el crucifijo misionero a Angelica y, idealmente, a otros tres jóvenes de Madagascar y Burundi, ausentes por motivos burocráticos, que junto a ella formarán la primera comunidad en ese país.
            En Ucrania, en cambio, varios miembros de la CMB han ido en varias ocasiones para llevar ayuda debido a la guerra y ahora, en diálogo con los Salesianos, están tratando de entender qué nuevo desafío está indicando el Espíritu.

Una vocación de confianza y servicio
            Es evidente que la vocación de la CMB es misionera y mariana, dentro del carisma salesiano, pero también posee una identidad peculiar, forjada por la historia y los signos de la presencia del Señor que han emergido en las vicisitudes de la Comunidad. Es una historia entrelazada con la vida de Don Bosco y la de las personas que forman parte de ella. Nunca ha sido fácil permanecer fiel a las llamadas del Espíritu, ya que siempre invitan a ampliar el horizonte, a confiar incluso “en la oscuridad”.
            La misión de la CMB es testimonio y servicio, compartición y confianza en Dios. Testimonio con la propia vida, servicio como acción educativa, compartición fruto del discernimiento comunitario y asunción de responsabilidad en todos los aspectos, confianza en Dios a ejemplo de Don Bosco, aprendiendo gradualmente cómo los proyectos pueden adquirir luz y forma.

Marco Fulgaro




Quinto sueño misionero: Pekín (1886)

Durante la noche del día nueve al diez de abril, tuvo don Bosco otro sueño sobre las misiones, que después contó a don Miguel Rúa, a don Juan Branda y a Carlos Viglietti, con voz ahogada a veces por los sollozos. Viglietti lo escribió inmediatamente después y, por orden suya, envió una copia a don Juan Bautista Lemoyne, para que la leyese a todos los Superiores del Oratorio y sirviese de aliento general. «La copia adjunta, advertía el secretario, no es más que el esbozo de una magnífica y amplísima visión». El texto que damos a la publicidad es el de Viglietti, un poco retocado por Lemoyne, en cuanto a la forma y estilo.

Don Bosco se encontraba en las proximidades de Castelnuovo, sobre el cerro denominado Bricco del Pino, cerca del valle Sbarnau. Dirigía todas partes su mirada, pero lo único que distinguía era una densa espesura de bosque, que lo cubría todo, recubierta, al mismo tiempo, de una cantidad innumerable de hongos.
– Este, decía don Bosco, debe ser el Condado de José Rossi, o al menos merecería serlo. (Don Bosco, para despertar la hilaridad entre los alumnos, había nombrado conde de aquellas tierras al coadjutor José Rossi.)
Y en efecto, después de algún tiempo descubrió a Rossi que, muy serio, contemplaba desde un cerro los valles que se extendían a sus pies. El siervo de Dios lo llamó, pero él no respondió más que con una mirada, como quien está preocupado.
Don Bosco, volviéndose hacia otra parte, vio a don Miguel Rúa, el cual de la misma manera que Rossi, permanecía con toda seriedad sentado, descansando.
Don Bosco llamó a entrambos, pero ellos continuaron silenciosos y no respondieron ni con un ademán.
Entonces descendió de aquel montículo y, después de caminar un rato, llegó a otro desde cuya altura descubrió una selva, pero cultivada y atravesada por caminos y senderos. Desde allí dirigió su mirada alrededor, proyectándola hasta el horizonte, pero, antes que la retina, quedó impresionado su oído por el alboroto que hacía una turba incontable de niños.
A pesar de cuanto hacía por descubrir de dónde procedía aquel ruido, no veía nada; después, a aquel rumor sucedió un griterío como el que estalla al producirse una catástrofe. Finalmente vio una inmensa cantidad de jovencitos, los cuales, corriendo a su alrededor, le decían:
– ¡Te hemos esperado, te hemos esperado mucho tiempo, pero finalmente estás aquí; ahora estás entre nosotros y no te dejaremos escapar!
Don Bosco no comprendía nada y pensaba qué querrían de él aquellos niños; pero mientras permanecía como atónito en medio de ellos, vio un inmenso rebaño de corderos conducidos por una pastorcilla, la cual, una vez que hubo separado los jóvenes y las ovejas y colocado a los unos en una parte y a las ovejas en otra, se detuvo junto a él y le dijo:
– ¿Ves todo lo que tienes delante?
– Sí que lo veo, replicó el siervo de Dios.
– Pues bien, ¿te acuerdas del sueño que tuviste a la edad de diez años?
– ¡Oh, es muy difícil recordarlo! Tengo la mente cansada, no lo recuerdo bien ahora.
– Bien, bien; reflexiona y lo recordarás.

Después, haciendo que los muchachos se acercasen a Don Bosco, le dijo:
– Mira ahora hacia esa parte, dirige allá tu mirada; haced vosotros lo mismo y leed lo que veáis escrito… Y bien, ¿qué veis?
– Veo, contestó el siervo de Dios, montañas, colinas, y más allá más montañas y mares.
Un niño dijo:
– Yo leo: Valparaíso.
– Yo, Santiago, dijo otro.
– Yo, añadió un tercero, leo las dos cosas.
– Pues bien, continuó la pastorcilla, parte ahora desde aquel punto y sabrás la norma que han de seguir los Salesianos en el porvenir.
Vuélvete ahora hacia esta parte, tira una línea visual y mira.
– Veo montañas, colinas, mares…
Y los jóvenes afinaban la vista exclamando a coro:
– Leemos Pekín.
Don Bosco vio entonces una gran ciudad. Estaba atravesada por un río muy ancho sobre el cual había construidos algunos puentes muy grandes.
– Bien, dijo la doncella que parecía su Maestra, ahora tira una línea desde una extremidad a la otra, desde Pekín a Santiago, haz centro en corazón de África y tendrás una idea exacta de cuanto deben hacer los Salesianos.
– Pero ¿cómo hacer todo esto?, exclamó don Bosco. Las distancias son inmensas, los lugares difíciles y los Salesianos pocos.
– No te preocupes. ¿No ves allá cincuenta misioneros preparados? ¿Y más allá no ves más y muchos más aún? Traza una línea desde Santiago al África Central. ¿Qué ves?
– Diez centros de misión.
– Bien; estos centros que ves serán casas de estudio y de noviciado que se dedicarán a la formación de los misioneros que han de trabajar en estas regiones. Y ahora vuélvete hacia esta parte. Aquí verás otros diez centros desde el corazón del África a Pekín. También estas casas proporcionarán misioneros a todas estas otras regiones. Allá está Hong- Kong, allí Calcuta, más allá Madagascar. En todas estas ciudades y otras más habrá numerosas casas, colegios y noviciados. Don Bosco escuchaba mientras observaba detenidamente todo aquello, después dijo:
– ¿Y dónde encontrar tanta gente y cómo enviar misioneros a esos lugares? En esos países existen salvajes que se alimentan de carne
humana; hay herejes y perseguidores de la Iglesia: ¿cómo hacer?
– Mira, replicó la pastorcilla, es menester que emplees toda tu buena voluntad. Sólo tienes que hacer una cosa: recomendar que mis hijos cultiven constantemente la virtud de María.

– Bien, sí; me parece haber entendido. Repetiré a todos tus palabras.
– Y guárdate del error actual, o sea el de mezclar a los que estudian las artes humanas con los que se dedican al estudio de las artes divinas, pues la ciencia del cielo no quiere estar unida a las cosas de la tierra.
Don Bosco quería continuar hablando, pero la visión desapareció; el sueño había terminado.
(MB IT XVIII, 71-74 / MB ES 69-72)