Mons. Giuseppe Malandrino y el Siervo de Dios Nino Baglieri
El pasado 3 de agosto de 2025, día en que se celebra la fiesta de la Patrona de la Diócesis de Noto, María Scala del Paradiso, monseñor Giuseppe Malandrino, IX obispo de la diócesis netina, regresó a la Casa del Padre. 94 años de edad, 70 años de sacerdocio y 45 años de consagración episcopal son cifras respetables para un hombre que sirvió a la Iglesia como Pastor con «el olor a oveja», como a menudo destacaba el Papa Francisco.
Pararrayos de la humanidad Durante su experiencia como pastor de la Diócesis de Noto (19.06.1998 – 15.07.2007), tuvo la oportunidad de cultivar la amistad con el Siervo de Dios Nino Baglieri. Casi nunca faltaba una «parada» en casa de Nino cuando los motivos pastorales lo llevaban a Módica. En uno de sus testimonios, Mons. Malandrino dice: «…encontrándome al lado de Nino, tenía la viva percepción de que este amado hermano enfermo nuestro era verdaderamente un «pararrayos de la humanidad», según una concepción de los que sufren que me es muy querida y que quise proponer también en la Carta Pastoral sobre la misión permanente «Seréis mis testigos» (2003). Escribe Mons. Malandrino: «Es necesario reconocer en los enfermos y sufrientes el rostro de Cristo sufriente y asistirlos con la misma solicitud y con el mismo amor de Jesús en su pasión, vivida en espíritu de obediencia al Padre y de solidaridad con los hermanos». Esto fue plenamente encarnado por la queridísima madre de Nino, la señora Peppina. Ella, una mujer siciliana típica, con un carácter fuerte y mucha determinación, responde al médico que le propone la eutanasia para su hijo (dadas las graves condiciones de salud y la perspectiva de una vida de paralítico): «si el Señor lo quiere, se lo lleva, pero si me lo deja así, estoy contenta de cuidarlo toda la vida». ¿Era consciente la madre de Nino, en ese momento, de lo que le esperaba? ¿Era consciente María, la madre de Jesús, de cuánto dolor tendría que sufrir por el Hijo de Dios? La respuesta, si se lee con ojos humanos, no parece fácil, sobre todo en nuestra sociedad del siglo XXI donde todo es lábil, fluctuante, se consume en un «instante». El Fiat de mamá Peppina se convirtió, como el de María, en un Sí de Fe y de adhesión a esa voluntad de Dios que encuentra cumplimiento en saber llevar la Cruz, en saber dar «alma y cuerpo» a la realización del Plan de Dios.
Del sufrimiento a la alegría La relación de amistad entre Nino y Mons. Malandrino ya había comenzado cuando este último era todavía obispo de Acireale; de hecho, ya en el lejano 1993, a través del Padre Attilio Balbinot, un camiliano muy cercano a Nino, le obsequió su primer libro: «Del sufrimiento a la alegría». En la experiencia de Nino, la relación con el Obispo de su diócesis era una relación de filiación total. Desde el momento de su aceptación del Plan de Dios sobre él, hacía sentir su presencia «activa» ofreciendo los sufrimientos por la Iglesia, el Papa y los Obispos (así como los sacerdotes y los misioneros). Esta relación de filiación se renovaba anualmente con motivo del 6 de mayo, día de la caída, visto luego como el misterioso inicio de un renacimiento. El 8 de mayo de 2004, pocos días después de que Nino celebrara el 36º aniversario de la Cruz, Mons. Malandrino fue a su casa. Él, en recuerdo de ese encuentro, escribe en sus memorias: «es siempre una gran alegría cada vez que la veo y recibo tanta energía y fuerza para llevar mi Cruz y ofrecerla con tanto Amor por las necesidades de la Santa Iglesia y en particular por mi Obispo y por nuestra Diócesis, que el Señor le dé cada vez más santidad para guiarnos por muchos años siempre con más ardor y amor…». Y también: «… la Cruz es pesada pero el Señor me concede tantas Gracias que hacen que el sufrimiento sea menos amargo y se vuelva ligero y suave, la Cruz se convierte en Don, ofrecida al Señor con tanto Amor para la salvación de las almas y la Conversión de los Pecadores…». Finalmente, cabe destacar cómo, en estas ocasiones de gracia, nunca faltaba la apremiante y constante petición de «ayuda para hacerse Santo con la Cruz de cada día». Nino, de hecho, quería absolutamente hacerse santo.
Una beatificación anticipada Un momento de gran relevancia fueron, en este sentido, las exequias del Siervo de Dios el 3 de marzo de 2007, cuando el propio Mons. Malandrino, al inicio de la Celebración Eucarística, se inclinó con devoción, aunque con dificultad, para besar el ataúd que contenía los restos mortales de Nino. Era un homenaje a un hombre que había vivido 39 años de su existencia en un cuerpo que «no sentía» pero que desprendía alegría de vivir en 360 grados. Mons. Malandrino subrayó que la celebración de la Misa, en el patio de los Salesianos, convertido para la ocasión en «catedral» a cielo abierto, había sido una auténtica apoteosis (participaron miles de personas en lágrimas) y se percibía clara y comunitariamente que no se trataba de un funeral, sino de una verdadera «beatificación». Nino, con su testimonio de vida, se había convertido de hecho en un punto de referencia para muchos, jóvenes o no tan jóvenes, laicos o consagrados, madres o padres de familia, que gracias a su valioso testimonio lograban leer su propia existencia y encontrar respuestas que no lograban encontrar en otro lugar. También Mons. Malandrino ha subrayado varias veces este aspecto: «en efecto, cada encuentro con el queridísimo Nino fue para mí, como para todos, una fuerte y viva experiencia de edificación y un potente –en su dulzura– estímulo a la paciente y generosa donación. La presencia del Obispo le confería cada vez una inmensa alegría porque, además del afecto del amigo que venía a visitarlo, percibía la comunión eclesial. Es obvio que lo que recibía de él era siempre mucho más de lo poco que yo podía darle». El «clavo» fijo de Nino era «hacerse santo»: el haber vivido y encarnado plenamente el evangelio de la Alegría en el Sufrimiento, con sus padecimientos físicos y su donación total por la amada Iglesia, hicieron que todo no terminara con su partida hacia la Jerusalén del Cielo, sino que continuara aún, como subrayó Mons. Malandrino en las exequias: «… la misión de Nino continúa ahora también a través de sus escritos, Él mismo lo había anunciado en su Testamento espiritual»: «… mis escritos continuarán mi testimonio, seguiré dando Alegría a todos y hablando del Gran Amor de Dios y de las Maravillas que ha hecho en mi vida». Esto todavía se está cumpliendo porque no puede estar escondida «una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5, 14-16). Metafóricamente se quiere subrayar que la «luz» (entendida en sentido amplio) debe ser visible, tarde o temprano: lo que es importante saldrá a la luz y será reconocido.
Volver a estos días –marcados por la muerte de Mons. Malandrino, por sus funerales en Acireale (5 de agosto, Madonna della Neve) y en Noto (7 de agosto) con la posterior sepultura en la catedral que él mismo quiso con fuerza que se reestructurara tras el derrumbe del 13 de marzo de 1996 y que fue reabierta en marzo de 2007 (mes en que murió Nino Baglieri)– significa recorrer este vínculo entre dos grandes figuras de la Iglesia netina, fuertemente entrelazadas y ambas capaces de dejar en ella una huella que no se borra.
Roberto Chiaramonte
Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette
Don Bosco propone una narración detallada de la “Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette”, ocurrida el 19 de septiembre de 1846, basada en documentos oficiales y en los testimonios de los videntes. Reconstruye el contexto histórico y geográfico – dos jóvenes pastores, Massimino y Melania, en los Alpes – el encuentro prodigioso con la Virgen, su mensaje de advertencia contra el pecado y la promesa de gracias y providencias, así como los signos sobrenaturales que acompañaron sus manifestaciones. Presenta los acontecimientos de la difusión del culto, la influencia espiritual sobre los habitantes y el mundo entero, y el secreto revelado solo a Pío IX para fortalecer la fe de los cristianos y testimoniar la presencia perpetua de los prodigios en la Iglesia.
Protesta del Autor Para obedecer los decretos de Urbano VIII protesto que, en cuanto a lo que se dirá en el libro sobre milagros, revelaciones u otros hechos, no pretendo atribuirles otra autoridad que la humana; y al dar algún título de Santo o Beato, no lo hago sino según la opinión, excepto aquellas cosas y personas que ya han sido aprobadas por la Santa Sede Apostólica.
Al lector Un hecho cierto y maravilloso, atestiguado por miles de personas y que todos pueden verificar aún hoy, es la aparición de la beata Virgen, ocurrida el 19 de septiembre de 1846 (sobre este hecho extraordinario se pueden consultar muchas pequeñas obras y varios periódicos impresos contemporáneamente al hecho, especialmente: Noticia sobre la aparición de María SS. Turín, 1847; Santo oficial de la aparición, etc., 1848; El librito impreso por cuidado del sacerdote Giuseppe Gonfalonieri, Novara, en Enrico Grotti).
Nuestra piadosa Madre apareció en forma y figura de gran Señora a dos pastores, un niño de 11 años y una joven campesina de 15 años, en una montaña de la cadena de los Alpes situada en la parroquia de La Salette en Francia. Y ella apareció no solo para el bien de Francia, como dice el Obispo de Grenoble, sino para el bien de todo el mundo; y esto para advertirnos de la gran ira de su Divino Hijo, encendida especialmente por tres pecados: la blasfemia, la profanación de las fiestas y comer abundante en días prohibidos.
A esto siguen otros hechos prodigiosos recogidos también de documentos públicos, o atestiguados por personas cuya fe excluye toda duda sobre lo que relatan.
Estos hechos deben servir para confirmar a los buenos en la religión, para refutar a aquellos que quizás por ignorancia quisieran poner un límite al poder y a la misericordia del Señor diciendo: Ya no es tiempo de milagros.
Jesús dijo que en su Iglesia se realizarían milagros mayores que los que Él hizo: y no fijó ni tiempo ni número, por lo que mientras exista la Iglesia, siempre veremos la mano del Señor manifestando su poder con acontecimientos prodigiosos, porque ayer, hoy y siempre Jesucristo será quien gobierne y asista a su Iglesia hasta la consumación de los siglos.
Pero estos signos sensibles de la Omnipotencia Divina son siempre presagio de graves acontecimientos que manifiestan la misericordia y bondad del Señor, o su justicia y su enojo, pero de modo que se obtenga su mayor gloria y el mayor beneficio para las almas.
Hagamos que para nosotros sean fuente de gracias y bendiciones; que sirvan de estímulo a la fe viva, fe operante, fe que nos mueva a hacer el bien y a huir del mal para hacernos dignos de su infinita misericordia en el tiempo y en la eternidad.
Aparición de la B. Virgen en las montañas de La Salette Massimino, hijo de Pietro Giraud, carpintero del pueblo de Corps, era un niño de 11 años; Francesca Melania, hija de parientes pobres, natural de Corps, era una joven de 15 años. No tenían nada de singular: ambos ignorantes y rudos, ambos dedicados a cuidar el ganado en las montañas. Massimino no sabía más que el Padre Nuestro y el Ave María; Melania sabía un poco más, tanto que por su ignorancia aún no había sido admitida a la sagrada Comunión.
Mandados por sus padres a guiar el ganado a los pastos, no fue sino por puro accidente que el día 18 de septiembre, víspera del gran acontecimiento, se encontraron en la montaña mientras daban de beber a sus vacas en una fuente.
La tarde de ese día, al regresar a casa con el ganado, Melania le dijo a Massimino: «¿Quién será mañana el primero en estar en la montaña?» Y al día siguiente, 19 de septiembre, que era sábado, subieron juntos, llevando cada uno cuatro vacas y una cabra. El día era hermoso y sereno, el sol brillante. Hacia el mediodía, al oír sonar la campana del Ángelus, hicieron una breve oración con la señal de la santa Cruz; luego tomaron sus provisiones y fueron a comer junto a un pequeño manantial, que estaba a la izquierda de un arroyo. Terminada la comida, cruzaron el arroyo, dejaron sus sacos junto a una fuente seca, bajaron unos pasos más y, contra lo habitual, se durmieron a cierta distancia uno del otro.
Ahora escuchemos el relato de los mismos pastores tal como lo hicieron la noche del 19 a sus patrones y luego miles de veces a miles de personas.
Nos habíamos dormido… cuenta Melania, yo me desperté primero; y, al no ver mis vacas, desperté a Massimino diciéndole: Vamos a buscar nuestras vacas. Cruzamos el arroyo, subimos un poco y las vimos acostadas al otro lado. No estaban lejos. Entonces bajé; y a cinco o seis pasos antes de llegar al arroyo, vi un resplandor como el Sol, pero aún más brillante, aunque no del mismo color, y le dije a Massimino: Ven, ven rápido a ver allá abajo un resplandor (eran entre las dos y las tres de la tarde).
Massimino bajó inmediatamente diciéndome: ¿Dónde está ese resplandor? Y se lo señalé con el dedo hacia la pequeña fuente; y él se detuvo cuando lo vio. Entonces vimos a una Señora en medio de la luz; ella estaba sentada sobre un montón de piedras, con el rostro entre las manos. Por el miedo dejé caer mi bastón. Massimino me dijo: guárdalo, si ella nos hace algo, le daré un buen bastonazo.
Luego esta Señora se levantó, cruzó los brazos y nos dijo: «Acérquense, mis niños: No tengan miedo; estoy aquí para darles una gran noticia.» Entonces cruzamos el arroyo, y ella avanzó hasta el lugar donde antes nos habíamos dormido. Ella estaba en medio de nosotros dos, y nos dijo llorando todo el tiempo que nos habló (vi claramente sus lágrimas): «Si mi pueblo no quiere someterse, estoy obligada a dejar libre la mano de mi Hijo. Es tan fuerte, tan pesada, que ya no puedo retenerla.»
«Hace mucho tiempo que sufro por ustedes. Si quiero que mi Hijo no los abandone, debo rogarle constantemente; y ustedes no le prestan atención. Pueden orar y hacer bien, pero nunca podrán compensar la solicitud que he tenido por ustedes.»
«Les he dado seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no quieren concedérmelo. Esto es lo que hace tan pesada la mano de mi Hijo.»
«Si las patatas se echan a perder, es por culpa de ustedes. Se los mostré el año pasado (1845); y no quisieron hacer caso, y, al encontrar patatas podridas, blasfemaban poniendo en medio el nombre de mi Hijo.»
«Seguirán echándose a perder, y este año para Navidad no tendrán más (1846).»
«Si tienen trigo no deben sembrarlo: todo lo que siembren será comido por los gusanos; y lo que nazca se convertirá en polvo cuando lo trillen.»
«Vendrá una gran hambruna» (De hecho ocurrió una gran hambruna en Francia, y en las calles se veían grandes grupos de mendigos hambrientos que iban de mil en mil por las ciudades pidiendo limosna; y mientras en Italia subía el precio del trigo a principios de la primavera de 1847, en Francia se sufrió gran hambre durante todo el invierno 46-47. Pero la verdadera escasez de alimentos, el verdadero hambre se vivió en los desastres de la guerra de 1870-71. En París, un personaje importante ofreció a sus amigos un opíparo almuerzo de grasa en Viernes Santo. Pocos meses después, en esa misma ciudad, los ciudadanos más acomodados se vieron obligados a alimentarse con alimentos despreciables y carne de los animales más sucios. No pocos murieron de hambre.)
«Antes de que llegue la hambruna, los niños menores de siete años serán tomados por un temblor y morirán en manos de las personas que los cuiden; los demás harán penitencia por la hambruna.»
«Las nueces se echarán a perder, y las uvas se pudrirán…» (En 1849 las nueces se estropearon por todas partes; y en cuanto a las uvas, todos aún lamentan su daño y pérdida. Todos recuerdan el inmenso daño que la criptogama causó a la uva en toda Europa durante más de veinte años, desde 1849 hasta 1869).
«Si se convierten, las piedras y las rocas se convertirán en montones de trigo, y las patatas brotarán de la tierra misma.»
Luego nos dijo:
«¿Dicen bien sus oraciones, mis niños?»
Ambos respondimos: «No muy bien, Señora.»
«Ah, mis niños, deben decirlas bien por la mañana y por la noche. Cuando no tengan tiempo, digan al menos un Padre Nuestro y un Ave María; y cuando tengan tiempo, digan más.»
«A Misa solo van algunas mujeres viejas, y las demás trabajan los domingos todo el verano; y en invierno los jóvenes, cuando no saben qué hacer, van a Misa para ridiculizar la religión. En Cuaresma van a la carnicería como perros.»
Luego ella dijo: «¿No has visto, niño mío, trigo estropeado?»
Massimino respondió: «¡Oh, no, Señora!» Yo, sin saber a quién dirigía esa pregunta, respondí en voz baja:
«No, Señora, aún no he visto.»
«Debes haberlo visto, niño mío (dirigiéndose a Massimino), una vez cerca del territorio de Coin con tu padre. El dueño del campo le dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado; ustedes fueron ambos. Tomaron algunas espigas en sus manos, y al frotarlas se convirtieron todas en polvo, y regresaron. Cuando aún estaban a media hora de Corps, tu padre te dio un trozo de pan y te dijo: Toma, hijo mío, come aún pan este año; no sé quién comerá el próximo año si el trigo sigue estropeándose así.»
Massimino respondió: «¡Oh, sí, Señora, ahora lo recuerdo; hace un momento no lo recordaba.»
Después esa Señora nos dijo: «Bien, mis niños, lo harán saber a todo mi pueblo.»
Luego cruzó el arroyo, y a dos pasos de distancia, sin volverse hacia nosotros, nos dijo de nuevo: «Bien, mis niños, lo harán saber a todo mi pueblo.»
Subió luego unos quince pasos, hasta el lugar donde habíamos ido a buscar nuestras vacas; pero caminaba sobre la hierba; sus pies apenas tocaban la cima. La seguimos; yo pasé delante de la Señora y Massimino un poco a un lado, a dos o tres pasos de distancia. Y la bella Señora se elevó así (Melania hace un gesto levantando la mano más de un metro); ella quedó suspendida en el aire un momento. Luego dirigió una mirada al Cielo, luego a la tierra; después ya no vimos la cabeza… ni los brazos… ni los pies… parecía que se disolvía; solo se vio un resplandor en el aire; y luego el resplandor desapareció.
Le dije a Massimino: «¿Será una gran santa?» Massimino me respondió: «¡Oh, si hubiéramos sabido que era una gran santa, le habríamos pedido que nos llevara con ella.» Y yo le dije: «¿Y si aún estuviera aquí?» Entonces Massimino extendió la mano para alcanzar un poco del resplandor, pero todo había desaparecido. Observamos bien para ver si aún la veíamos.
Y dije: Ella no quiere mostrarse para no hacernos saber a dónde va. Después de eso seguimos a nuestras vacas.»
Este es el relato de Melania; quien, interrogada sobre cómo estaba vestida esa Señora, respondió:
«Tenía zapatos blancos con rosas alrededor… había de todos los colores; tenía medias amarillas, un delantal amarillo, un vestido blanco todo cubierto de perlas, un pañuelo blanco en el cuello bordeado de rosas, una cofia alta un poco caída adelante con una corona de rosas alrededor. Tenía una cadenita, a la que colgaba una cruz con su Cristo: a la derecha unas tenazas, a la izquierda un martillo; en el extremo de la cruz colgaba otra gran cadena, como las rosas alrededor de su pañuelo de cuello. Tenía el rostro blanco, alargado; no podía mirarla mucho tiempo porque deslumbraba.»
Interrogado por separado, Massimino hace el mismo relato, sin ninguna variación, ni en sustancia ni en forma; por lo que nos abstenemos de repetirlo aquí.
Fueron infinitas y extravagantes las preguntas insidiosas que les hicieron, especialmente durante dos años, y bajo interrogatorios de 5, 6, 7 horas seguidas con la intención de incomodarlos, confundirlos, hacerlos contradecirse. Ciertamente, quizás ningún reo fue sometido por tribunales de justicia a tantas dificultades e interrogatorios sobre un delito que se le imputaba.
Secreto de los dos pastorcitos Justo después de la aparición, Maximino y Melania, al regresar a casa, se preguntaron entre ellos por qué la gran Dama, después de haber dicho «las uvas se pudrirán», tardó un poco en hablar y solo movía los labios sin que se entendiera lo que decía.
Al interrogarse mutuamente sobre esto, Maximino le dijo a Melania: «A mí me dijo algo, pero me prohibió decírtelo.» Ambos se dieron cuenta de que habían recibido de la Señora, cada uno por separado, un secreto con la prohibición de no contarlo a nadie. Ahora piensa tú, lector, si los niños pueden guardar silencio.
Es increíble decir cuánto se ha hecho y se ha intentado para sacarles de alguna manera ese secreto. Sorprende leer los miles y miles de intentos realizados para este fin por cientos y cientos de personas durante veinte años. Oraciones, sorpresas, amenazas, insultos, regalos y seducciones de todo tipo, todo fue en vano; ellos son impenetrables.
El obispo de Grenoble, un hombre octogenario, creyó que debía ordenar a los dos niños privilegiados que al menos hicieran llegar su secreto al santo Padre, Pío IX. Al nombre del Vicario de Jesucristo, los dos pastorcitos obedecieron prontamente y se decidieron a revelar un secreto que hasta entonces nada había podido arrancarles de la boca. Lo escribieron ellos mismos (desde el día de la aparición habían sido instruidos, cada uno por separado); luego doblaron y sellaron su carta; y todo esto en presencia de personas respetables, elegidas por el mismo obispo para servirles de testigos. Luego el obispo envió a dos sacerdotes a llevar a Roma este misterioso mensaje.
El 18 de julio de 1851 entregaron a Su Santidad Pío IX tres cartas: una del Monseñor obispo de Grenoble, que acreditaba a estos dos enviados, y las otras dos contenían el secreto de los dos jóvenes de La Salette; cada uno había escrito y sellado la carta que contenía su secreto en presencia de testigos que declararon la autenticidad de las mismas en el sobre.
Su Santidad abrió las cartas y, al comenzar a leer la de Maximino, dijo: «Tiene realmente la candidez y la sencillez de un niño.» Durante esa lectura se manifestó en el rostro del Santo Padre cierta emoción; se le contrajeron los labios, se le hincharon las mejillas. «Se trata, dijo el Papa a los dos sacerdotes, de flagelos con los que Francia está amenazada. No solo ella es culpable, también lo son Alemania, Italia, toda Europa, y merecen castigos. Temo mucho la indiferencia religiosa y el respeto humano.»
Concurso en La Salette La fuente, junto a la cual se había descansado la Señora, es decir, la V. María, estaba, como dijimos, seca; y, según todos los pastores y campesinos de esos alrededores, no daba agua sino después de abundantes lluvias y del deshielo. Ahora bien, esta fuente, seca el mismo día de la aparición, al día siguiente comenzó a brotar, y desde entonces el agua corre clara y limpia sin interrupción.
Esa montaña desnuda, escarpada, desierta, habitada por pastores apenas cuatro meses al año, se ha convertido en el escenario de una inmensa concurrencia de gente. Poblaciones enteras acuden de todas partes a esa montaña privilegiada; y llorando de ternura, y cantando himnos y cánticos, se les ve inclinar la frente sobre esa tierra bendecida, donde resonó la voz de María: se les ve besar respetuosamente el lugar santificado por los pies de María; y descienden llenos de alegría, confianza y gratitud.
Cada día un número inmenso de fieles va devotamente a visitar el lugar del prodigio. En el primer aniversario de la aparición (19 de septiembre de 1847), más de setenta mil peregrinos de todas las edades, sexos, condiciones e incluso de todas las naciones cubrían la superficie de ese terreno…
Pero lo que hace sentir aún más el poder de esa voz venida del Cielo es que se produjo un cambio admirable de costumbres en los habitantes de Corps, de La Salette, de todo el cantón y de todos los alrededores, y en lugares lejanos aún se difunde y propaga… Han dejado de trabajar los domingos: han abandonado la blasfemia… Asisten a la Iglesia, acuden a la voz de sus pastores, se acercan a los santos sacramentos, cumplen con edificación el precepto de la Pascua, hasta entonces generalmente descuidado. Callo las muchas y resonantes conversiones, y las gracias extraordinarias en el orden espiritual.
En el lugar de la aparición se alza ahora una majestuosa iglesia con un edificio vastísimo, donde los viajeros, después de haber satisfecho su devoción, pueden descansar cómodamente e incluso pasar la noche a su gusto.
Después del hecho de La Salette, Melania fue enviada a la escuela con un progreso maravilloso en la ciencia y en la virtud. Pero siempre se sintió tan encendida de devoción hacia la B. V. María, que decidió consagrarse totalmente a Ella. Entró de hecho en las carmelitas descalzas entre quienes, según el periódico Echo de Fourvière del 22 de octubre de 1870, habría sido llamada al cielo por la santa Virgen. Poco antes de morir escribió la siguiente carta a su madre.
11 de septiembre de 1870.
Queridísima y amantísima madre,
Que Jesús sea amado por todos los corazones. – Esta carta no es solo para usted, sino para todos los habitantes de mi querido pueblo de Corps. Un padre de familia, muy amoroso hacia sus hijos, al ver que olvidaban sus deberes, que despreciaban la ley impuesta por Dios, que se volvían ingratos, decidió castigarlos severamente. La esposa del padre de familia pedía gracia, y al mismo tiempo se dirigía a los dos hijos más jóvenes del padre de familia, es decir, los dos más débiles e ignorantes. La esposa que no puede llorar en la casa de su esposo (que es el Cielo) encuentra en los campos de estos miserables hijos lágrimas en abundancia: expone sus temores y amenazas si no se vuelven atrás, si no observan la ley del amo de casa. Un número muy pequeño de personas abraza la reforma del corazón y comienza a observar la santa ley del padre de familia; pero ¡ay! la mayoría permanece en el delito y se sumerge cada vez más en él. Entonces el padre de familia envía castigos para castigarlos y sacarlos de ese estado de endurecimiento. Estos hijos desgraciados piensan que pueden escapar al castigo, agarran y rompen las varas que los golpean, en lugar de caer de rodillas, pedir gracia y misericordia, y especialmente prometer cambiar de vida. Finalmente, el padre de familia, aún más irritado, toma una vara aún más fuerte y golpea y seguirá golpeando hasta que se reconozca, se humillen y pidan misericordia a Aquel que reina en la tierra y en los cielos.
Ustedes me han entendido, querida madre y queridos habitantes de Corps: este padre de familia es Dios. Todos somos sus hijos; ni yo ni ustedes lo hemos amado como deberíamos; no hemos cumplido, como convenía, sus mandamientos: ahora Dios nos castiga. Un gran número de nuestros hermanos soldados mueren, familias y ciudades enteras están reducidas a la miseria; y si no nos volvemos a Dios, no terminará. París es muy culpable porque ha premiado a un hombre malo que escribió contra la divinidad de Jesucristo. Los hombres tienen solo un tiempo para cometer pecados; pero Dios es eterno y castiga a los pecadores. Dios está irritado por la multitud de pecados y porque es casi desconocido y olvidado. Ahora, ¿quién podrá detener la guerra que hace tanto daño en Francia y que pronto comenzará de nuevo en Italia? etc., etc. ¿Quién podrá detener este flagelo?
Es necesario 1º que Francia reconozca que en esta guerra está únicamente la mano de Dios; 2º que se humille y pida con mente y corazón perdón por sus pecados; que prometa sinceramente servir a Dios con mente y corazón, y obedecer sus mandamientos sin respeto humano. Algunos rezan, piden a Dios el triunfo de nosotros los franceses. No, no es eso lo que quiere el buen Dios: quiere la conversión de los franceses. La Santísima Virgen ha venido a Francia, y esta no se ha convertido: por eso es más culpable que otras naciones; si no se humilla, será grandemente humillada. París, ese hogar de la vanidad y el orgullo, ¿quién podrá salvarla si no se elevan fervientes oraciones al corazón del buen Maestro?
Recuerdo, querida madre y queridos habitantes, de mi querido pueblo, recuerdo aquellas devotas procesiones que hacían en el sagrado monte de La Salette, para que la ira de Dios no golpeara su pueblo. La Santísima Virgen escuchó sus fervientes oraciones, sus penitencias y todo lo que hicieron por amor a Dios. Pienso y espero que actualmente deben hacer aún más hermosas procesiones por la salvación de Francia; es decir, para que Francia vuelva a Dios, porque Dios no espera más que eso para retirar la vara con la que castiga a su pueblo rebelde. Oremos mucho, sí, oremos; hagan sus procesiones, como las hicieron en 1846 y 47: crean que Dios siempre escucha las oraciones sinceras de los corazones humildes. Oremos mucho, oremos siempre. Nunca he amado a Napoleón, porque recuerdo toda su vida. ¡Que el divino Salvador le perdone todo el mal que hizo; y que aún hace!
Recordemos que fuimos creados para amar y servir a Dios, y que fuera de esto no hay verdadera felicidad. Las madres críen cristianamente a sus hijos, porque el tiempo de las tribulaciones no ha terminado. Si les revelara el número y la calidad de ellas, quedarían horrorizados. Pero no quiero asustarlos; tengan confianza en Dios, que nos ama infinitamente más de lo que nosotros podemos amarlo. Oremos, oremos, y la buena, divina y tierna Virgen María siempre estará con nosotros: la oración desarma la ira de Dios; la oración es la llave del Paraíso.
Oremos por nuestros pobres soldados, oremos por tantas madres desoladas por la pérdida de sus hijos, consagremos nosotros mismos a nuestra buena Madre celestial: oremos por esos ciegos que no ven que es la mano de Dios la que ahora golpea a Francia. Oremos mucho y hagamos penitencia. Manténganse todos unidos a la santa Iglesia y a nuestro Santo Padre que es su Cabeza visible y el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra. En sus procesiones, en sus penitencias, oren mucho por él. Finalmente manténganse en paz, ámense como hermanos, prometiendo a Dios observar sus mandamientos y cumplirlos de verdad. Y por la misericordia de Dios serán felices y tendrán una buena y santa muerte, que deseo para todos poniéndolos bajo la protección de la augustísima Virgen María. Abrazo de corazón (a los familiares). Mi salud está en la Cruz. El corazón de Jesús vela por mí.
María de la Cruz, víctima de Jesús
Primera parte de la publicación “Aparición de la Beata Virgen en la montaña de La Salette con otros hechos prodigiosos, recogidos de documentos públicos por el sacerdote Giovanni Bosco”, Turín, Imprenta del Oratorio de San Francisco de Sales, 1871
Corona de los siete dolores de María
La publicación “Corona de los siete dolores de María” representa una devoción querida que san Juan Bosco inculcaba a sus jóvenes. Siguiendo la estructura del “Vía Crucis”, las siete escenas dolorosas se presentan con breves consideraciones y oraciones, para guiar a una participación más viva en los sufrimientos de María y de su Hijo. Rico en imágenes afectivas y espiritualidad contrita, el texto refleja el deseo de unirse a la Dolorosa en la compasión redentora. Las indulgencias concedidas por varios Pontífices atestiguan el alto valor pastoral del texto, que es un pequeño tesoro de oración y reflexión para alimentar el amor hacia la Madre de los dolores.
Prólogo El fin principal de esta pequeña obra es facilitar el recuerdo y la meditación de los más amargos Dolores del tierno Corazón de María, cosa que a Ella le agrada mucho, como ha revelado varias veces a sus devotos, y un medio muy eficaz para nosotros para obtener su patrocinio.
Para que sea más fácil el ejercicio de tal meditación, se practicará primero con un rosario en el que se mencionan los siete principales dolores de María, que luego se podrán meditar en siete breves consideraciones distintas, de la manera que se suele hacer en el Vía Crucis.
Que el Señor nos acompañe con su gracia celestial y bendición para que se logre el deseado propósito, de modo que el alma de cada uno quede vivamente penetrada por la frecuente memoria de los dolores de María con beneficio espiritual para el alma, y todo para mayor gloria de Dios.
Corona de los siete dolores de la Bienaventurada Virgen María con siete breves consideraciones sobre los mismos expuestas en forma del Vía Crucis
Preparación Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, hacemos nuestros ejercicios habituales meditando devotamente los más amargos dolores que la Bienaventurada Virgen María padeció en la vida y muerte de su amado Hijo y nuestro Divino Salvador. Imaginémonos presentes junto a Jesús colgado en la cruz, y que su afligida madre nos diga a cada uno: Venid y ved si hay dolor igual al mío.
Persuadidos de que esta Madre piadosa quiere concedernos especial protección al meditar sus dolores, invoquemos la ayuda divina con las siguientes oraciones:
Antífona: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados
Y renovarás la faz de la tierra.
Acuérdate de tu congregación,
Que poseíste desde el principio.
Señor, escucha mi oración.
Y llegue a ti mi clamor.
Oremos.
Ilumina, te rogamos, Señor, nuestras mentes con la claridad de tu luz, para que podamos ver lo que debe hacerse y podamos actuar rectamente. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Primer dolor. Profecía de Simeón El primer dolor fue cuando la Bienaventurada Virgen Madre de Dios, habiendo presentado a su único Hijo en el Templo en brazos del santo anciano Simeón, recibió de él la palabra: esta será una espada que atravesará tu alma, lo que indicaba la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Virgen dolorosa, por aquella agudísima espada con la que el santo anciano Simeón te predijo que sería traspasada tu alma en la pasión y muerte de tu querido Jesús, te suplico me concedas la gracia de tener siempre presente la memoria de tu corazón traspasado y de los amargos sufrimientos padecidos por tu Hijo por mi salvación. Así sea.
Segundo dolor. Huida a Egipto El segundo dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando tuvo que huir a Egipto por la persecución del cruel Herodes, que impíamente buscaba matar a su amado Hijo. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, María, mar amarguísimo de lágrimas, por aquel dolor que sentiste huyendo a Egipto para asegurar a tu Hijo de la bárbara crueldad de Herodes, te suplico que quieras ser mi guía, para que por medio tuyo quede libre de las persecuciones de los enemigos visibles e invisibles de mi alma. Así sea.
Tercer dolor. Pérdida de Jesús en el templo El tercer dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando en tiempo de Pascua, después de haber estado con su esposo José y con el amado hijo Jesús Salvador en Jerusalén, al regresar a su pobre casa, lo perdió y durante tres días continuos suspiró por la pérdida de su único Amado. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Madre desconsolada, tú que en la pérdida de la presencia corporal de tu Hijo lo buscaste ansiosamente durante tres días continuos, ¡oh!, obtén gracia para todos los pecadores para que también ellos lo busquen con actos de contrición y lo encuentren. Así sea.
Cuarto dolor. Encuentro de Jesús que lleva la cruz El cuarto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando se encontró con su dulcísimo Hijo que llevaba una pesada cruz sobre sus delicados hombros hacia el Monte Calvario para ser crucificado por nuestra salvación. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Virgen más apasionada que ninguna otra, por aquel espasmo que sentiste en el corazón al encontrarte con tu Hijo mientras llevaba el madero de la Santísima Cruz hacia el Monte Calvario, haz, te ruego, que yo lo acompañe siempre con el pensamiento, llore mis culpas, causa manifiesta de sus y vuestros tormentos. Así sea.
Quinto dolor. Crucifixión de Jesús El quinto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando vio a su Hijo levantado sobre el duro tronco de la Cruz, que de todas partes de su Santísimo Cuerpo derramaba sangre. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Rosa entre las espinas, por aquellos amargos dolores que traspasaron tu pecho al contemplar con tus propios ojos a tu Hijo traspasado y levantado en la Cruz, obtén para mí, te ruego, que con meditaciones asiduas solo busque a Jesús crucificado por mis pecados. Así sea.
Sexto dolor. Descendimiento de Jesús de la cruz El sexto dolor de la Bienaventurada Virgen fue cuando su amado Hijo, herido en el costado después de su muerte y bajado de la Cruz, así cruelmente muerto, fue puesto entre sus Santísimas brazos. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Virgen afligida, tú que, derrotado en la Cruz tu Hijo, lo recibiste muerto en tu regazo, y besando aquellas santísimas llagas, derramaste sobre ellas un mar de lágrimas, ¡oh!, haz que también yo con lágrimas de verdadera compunción lave continuamente las heridas mortales que me causaron mis pecados. Así sea.
Séptimo dolor. Sepultura de Jesús El séptimo dolor de María Virgen Señora y Abogada de nosotros sus siervos y miserables pecadores fue cuando acompañó el Santísimo Cuerpo de su Hijo a la sepultura. Un Padre Nuestro y siete Ave Marías.
Oración Oh, Mártir de los Mártires María, por aquel acerbo tormento que sufriste cuando, sepultado tu Hijo, tuviste que alejarte de aquella tumba amada, obtén gracia, te ruego, para todos los pecadores, para que conozcan cuán grave daño es para el alma estar lejos de su Dios. Así sea.
Se rezarán tres Ave Marías en señal de profundo respeto a las lágrimas que derramó la Bienaventurada Virgen en todos sus Dolores para obtener por medio suyo un llanto semejante por nuestros pecados. Ave María etc.
Terminada la Corona se recita el llanto de la Bienaventurada Virgen, es decir, el himno Stabat Mater etc. Himno – Llanto de la Bienaventurada Virgen María
Stabat Mater dolorosa
Iuxta crucem lacrymosa,
Dum pendebat Filius.
Cuius animam gementem
Contristatam et dolentem
Pertransivit gladius.
O quam tristis et afflicta
Fuit illa benedicta
Mater unigeniti!
Quae moerebat, et dolebat,
Pia Mater dum videbat.
Nati poenas inclyti.
Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si videret
In tanto supplicio?
Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
Dolentem cum filio?
Pro peccatis suae gentis
Vidit Iesum in tormentis
Et flagellis subditum.
Vidit suum dulcem natura
Moriendo desolatum,
Dum emisit spiritum.
Eia mater fons amoris,
Me sentire vim doloris
Fac, ut tecum lugeam.
Fac ut ardeat cor meum
In amando Christum Deum,
Ut sibi complaceam.
Sancta Mater istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo valide.
Tui nati vulnerati
Tam dignati pro me pati
Poenas mecum divide.
Fac me tecum pie flere,
Crucifixo condolere,
Donec ego vixero.
Iuxta Crucem tecum stare,
Et me tibi sociare
In planctu desidero.
Virgo virginum praeclara,
Mihi iam non sia amara,
Fac me tecum plangere.
Fac ut portem Christi mortem,
Passionis fac consortem,
Et plagas recolere.
Fac me plagis vulnerari,
Fac me cruce inebriari,
Et cruore Filii.
Flammis ne urar succensus,
Per te, Virgo, sim defensus
In die Iudicii.
Christe, cum sit hine exire,
Da per matrem me venire
Ad palmam victoriae.
Quando corpus morietur,
Fac ut animae donetur
Paradisi gloria. Amen.
Estaba la Madre dolorosa,
llorando junto a la Cruz,
de la que penda su Hijo.
Su alma quejumbrosa,
apesadumbrada y gimiente,
atravesada por una espalda.
Que triste y afligida,
estaba la bendita Madre
del Hijo Unigénito!
Se lamentaba y afligida
y temblaba viendo sufrir
a su Divino Hijo.
Qu hombre no llorara
viendo a la Madre de Cristo
en tan gran suplicio?
Quien no se entristecerá,
al contemplar a la querida Madre,
sufriendo con su Hijo?
Por los pecados de su pueblo,
vio a Jess en el tormento,
y sometido a azotes.
Ella vio a su dulce Hijo
entregar el espíritu
y morir desamparado.
Madre, fuente de amor,
hazme sentir todo tu dolor
para que llore contigo!
Haz que arda mi corazón
en el amor a Cristo Señor,
para que as le complazca.
Santa Mara, hazlo as!,
Graba las heridas del Crucificado
profundamente en mi corazón.
Comparte conmigo las penas
de tu Hijo querido, que se ha dignado
a sufrir la pasión por mí.
Haz que llore contigo,
que sufra con el Crucificado
mientras viva.
Deseo permanecer contigo,
cerca de la Cruz,
y compartir tu dolor.
Virgen excelsa entre las vírgenes,
no seas amarga conmigo,
haz que contigo me lamente.
Haz que soporte la muerte de Cristo,
haz que comparta Su pasión
y contemple Sus heridas.
Haz que sus heridas me hieran,
embriagadas por esta Cruz,
y por el amor de tu Hijo.
Inflamado y ardiendo,
que sea por ti defendido, oh Virgen,
en el da del Juicio.
Haz que sea protegido por la Cruz,
fortificado por la muerte de Cristo,
fortalecido por la gracia.
Cuando muera mi cuerpo,
haz que se conceda a mi alma
la gloria del paraíso.
El Sumo Pontífice Inocencio XI concede la indulgencia de 100 días cada vez que se reza el Stabat Mater. Benedicto XIII otorgó la indulgencia de siete años a quien recite la Corona de los siete dolores de María. Muchísimas otras indulgencias fueron concedidas por otros sumos Pontífices, especialmente a los Hermanos y Hermanas de la compañía de María Dolorosa.
Los siete dolores de María meditados en forma del Vía Crucis
Se invoque la ayuda divina diciendo: Actiones nostras, quaesumus Domine, aspirando praeveni, et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.
Acto de Contrición ¡Muy afligida Virgen! ¡Ay! ¡Cuán ingrato he sido en el tiempo pasado hacia mi Dios, con cuánta ingratitud he correspondido a sus innumerables beneficios! Ahora me arrepiento, y en la amargura de mi corazón y en el llanto de mi alma, le pido humildemente perdón por haber ultrajado su infinita bondad, resolviendo en adelante, con la gracia celestial, no ofenderle jamás más. ¡Oh! Por todos los dolores que soportaste en la bárbara pasión de tu amado Jesús, te ruego con los suspiros más profundos que me obtengas de Él piedad y misericordia por mis pecados. Acepta este santo ejercicio que estoy por hacer y recíbelo en unión con aquellos padecimientos y dolores que sufriste por tu hijo Jesús. ¡Ah, concédemelo! Sí, concédemelo para que esas mismas espadas que traspasaron tu espíritu, atraviesen también el mío, y que viva y muera en la amistad de mi Señor, para participar eternamente de la gloria que Él me ha ganado con su precioso Sangre. Así sea.
Primer dolor En este primer dolor imaginémonos encontrarnos en el templo de Jerusalén, donde la Santísima Virgen escuchó la profecía del anciano Simeón.
Meditación ¡Ah! ¿Qué angustias habrá sentido el corazón de María al escuchar las dolorosas palabras con que el santo anciano Simeón le predijo la amarga pasión y la atroz muerte de su dulcísimo Jesús? Mientras en ese mismo instante se le presentaron en la mente los ultrajes, los tormentos y las matanzas que los impíos judíos harían al Redentor del mundo. Pero ¿sabes cuál fue la espada más penetrante que en esta circunstancia la traspasó? Fue considerar la ingratitud con que su amado Hijo sería correspondido por los hombres. Ahora, reflexionando que, por causa de tus pecados, miserablemente estás entre esos tales, ¡ah! échate a los pies de esta Madre Dolorosa y dile llorando así (cada uno se arrodilla): ¡Oh! Virgen piadosísima, que sufriste un tan acerbo espasmo en tu espíritu al ver el abuso que yo, criatura indigna, habría hecho de la sangre de tu amado Hijo, haz, sí haz por tu muy afligido Corazón, que en adelante corresponda a las Divinas Misericordias, aproveche las gracias celestiales, no reciba en vano tantas luces y tantas inspiraciones que te dignarás obtener para mí, para que tenga la suerte de estar entre aquellos por quienes la amarga pasión de Jesús sea de eterna salvación. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Segundo dolor En este segundo dolor consideremos el penosísimo viaje que la Virgen hizo hacia Egipto para liberar a Jesús de la cruel persecución de Herodes.
Meditación Considera el amargo dolor que habrá sentido María cuando de noche tuvo que ponerse en camino por orden del Ángel para preservar a su Hijo de la matanza ordenada por aquel fiero Príncipe. ¡Ah! que a cada grito de animal, a cada soplo de viento, a cada movimiento de hoja que escuchaba por aquellas calles desiertas se llenaba de miedo por temor a algún daño al niño Jesús que llevaba consigo. Ahora se volvía de un lado, ahora del otro, a veces aceleraba el paso, ahora se escondía creyendo que la habían alcanzado los soldados, que arrancándola de sus brazos a su amadísimo Hijo le harían bajo su mirada un trato bárbaro, y fijando la mirada llorosa sobre su Jesús y apretándolo fuertemente al pecho, dándole mil besos, enviaba desde el corazón los suspiros más angustiosos. Y aquí reflexiona cuántas veces has renovado este acerbo dolor a María forzando a su Hijo con tus graves pecados a huir de tu alma. Ahora que conoces el gran mal cometido, vuélvete arrepentido a esta piadosa Madre y dile así:
¡Ah, Madre dulcísima! Una vez Herodes os obligó a ti y a tu Jesús a huir por la inhumana persecución ordenada por él; pero yo, ¡oh!, cuántas veces obligué a mi Redentor y por consiguiente a ti también a salir rápidamente de mi corazón, introduciendo en él el maldito pecado, despiadado enemigo tuyo y de mi Dios. ¡Oh! todo doliente y contrito te pido humildemente perdón.
Sí, misericordia, oh querida Madre, misericordia, y te prometo en adelante, con la ayuda divina, mantener siempre a mi Salvador y a ti en el total dominio de mi alma. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Tercer dolor En este tercer dolor consideremos a la muy afligida Virgen que, llorosa, va en busca de su perdido Jesús.
Meditación ¡Cuán grande fue el dolor de María cuando se dio cuenta de haber perdido a su amado Hijo! y cómo aumentó su pena cuando, habiéndolo buscado diligentemente entre amigos, parientes y vecinos, no pudo tener noticia alguna de Él. Ella, sin atender a las incomodidades, al cansancio, a los peligros, vagó tres días continuos por las comarcas de Judea, repitiendo aquellas palabras de desolación: ¿acaso alguien ha visto a aquel que verdaderamente ama mi alma? ¡Ah! la gran ansiedad con que lo buscaba le hacía imaginar en cada momento verlo o escuchar su voz; pero luego, al darse cuenta de la decepción, ¡oh!, cómo se horrorizaba y sentía más intensamente el pesar de tan deplorable pérdida. Gran confusión para ti, pecador, que habiendo perdido tantas veces a tu Jesús con tus graves faltas, no te has preocupado en buscarlo, claro signo de que poco o nada valoras el precioso tesoro de la Divina amistad. Llora, pues, tu ceguera, y volviéndote a esta Madre Dolorosa, dile suspirando así:
¡Muy afligida Virgen! Haz que aprenda de ti el verdadero modo de buscar a Jesús que he perdido por seguir mis pasiones y las iniquidades del demonio, para que logre encontrarlo, y cuando lo haya recuperado, repita continuamente tus palabras: He encontrado a aquel que verdaderamente ama mi corazón; lo retendré siempre conmigo, y nunca más lo dejaré partir. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Cuarto dolor En el cuarto dolor consideremos el encuentro que tuvo la Virgen Dolorosa con su apasionado Hijo.
Meditación Venid, corazones endurecidos, y ved si podéis soportar este espectáculo tan lloroso. Es una madre la más tierna, la más amorosa, que encuentra a su Hijo el más dulce, el más amable; ¿y cómo lo encuentra? ¡Oh, Dios! en medio de la más impía chusma que lo arrastra cruelmente a la muerte, cargado de heridas, goteando sangre, desgarrado por las heridas, con una corona de espinas en la cabeza y con un tronco pesado sobre los hombros, fatigado, jadeante, débil, que parece a cada paso querer exhalar el último suspiro.
¡Ah! considera, alma mía, la detención mortal que hace la Santísima Virgen al primer vistazo que fija sobre su atormentado Jesús; quisiera darle el último adiós, pero ¿cómo, si el dolor le impide pronunciar palabra? Quisiera arrojarse a su cuello, pero queda inmóvil y petrificada por la fuerza de la aflicción interna; quisiera desahogarse con el llanto, pero siente el corazón tan cerrado y oprimido que no logra derramar una lágrima. ¡Oh! ¿y quién puede contener las lágrimas al ver a una pobre Madre sumida en tan gran aflicción? Pero ¿quién es la causa de tan acerbo dolor? ¡Ah, soy yo, sí, soy yo con mis pecados que he hecho tan bárbara herida a tu tierno corazón, oh Virgen Dolorosa! ¿Quién lo creería? Permanezco insensible sin conmoverme en absoluto. Pero si fui ingrato en el pasado, en adelante no lo seré más.
Mientras tanto, postrado a tus pies, oh Virgen Santísima, te pido humildemente perdón por tanto pesar que te he causado. Lo sé y lo confieso, que no merezco piedad, siendo yo la verdadera causa por la que caíste en dolor al encontrar a tu Jesús todo cubierto de heridas; pero recuerda, sí recuerda que eres madre de misericordia. ¡Ah, muéstrate tal hacia mí, que te prometo en adelante ser más fiel a mi Redentor, y así compensar tantos disgustos que he dado a tu muy afligido espíritu! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Quinto dolor En este quinto dolor imaginémonos encontrarnos en el Monte Calvario donde la muy afligida Virgen vio expirar en la Cruz a su amado Hijo.
Meditación Aquí estamos en el Calvario donde ya están levantados dos altares de sacrificio, uno en el cuerpo de Jesús, otro en el corazón de María. ¡Oh espectáculo funesto! Contemplamos a la Madre ahogada en un mar de aflicciones al ver arrebatada por la muerte despiadada a la querida y amable criatura de sus entrañas. ¡Ay de mí! Cada martillazo, cada herida, cada desgarradura que recibe el Salvador sobre su carne, resuena profundamente en el corazón de la Virgen. Ella está a los pies de la Cruz tan penetrada por el dolor y traspasada por el duelo que no sabrías decidir quién será el primero en expirar, si Jesús o María. Fija la mirada en el rostro agonizante de su Hijo, contempla las pupilas languideciendo, el rostro pálido, los labios lívidos, la respiración dificultosa y finalmente sabe que ya no vive y que ha entregado el espíritu en el seno de su eterno Padre. ¡Ah, qué esfuerzo hace entonces su alma por separarse del cuerpo y unirse a la de Jesús! ¿Y quién puede soportar tal vista?
Oh Madre dolorosísima, tú en lugar de retirarte del Calvario para no sentir tan vivamente las angustias, permaneces inmóvil para absorber hasta la última gota el amargo cáliz de tus aflicciones. ¡Qué confusión debe ser esta para mí que busco todos los medios para evitar las cruces y esos pequeños sufrimientos que por mi bien el Señor se digna enviarme! Virgen dolorosísima, me humillo ante ti, ¡oh! haz que conozca una vez claramente el valor y el gran mérito del padecer, para que me tome tanto apego que nunca me canse de exclamar con San Francisco Javier: Plus Domine, Plus Domine, más sufrir, Dios mío. ¡Ah sí, más sufrir, oh Dios mío! Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Sexto dolor En este sexto dolor imaginémonos ver a la Virgen desconsolada que recibe en sus brazos a su Hijo muerto bajado de la Cruz.
Meditación Considera el amargo dolor que penetró el alma de María cuando vio en su seno el cuerpo muerto de su amado Jesús. ¡Ah! Al fijar la mirada sobre sus heridas y llagas, al mirarlo teñido de su propia sangre, fue tal el ímpetu del dolor interior que su corazón fue mortalmente traspasado, y si no murió fue la omnipotencia divina la que la conservó con vida. ¡Oh pobre Madre, sí, pobre madre, que llevas a la tumba al querido objeto de tus más tiernas complacencias, y que de un ramo de rosas se ha convertido en un manojo de espinas por los malos tratos y desgarraduras hechas por los impíos malhechores! ¿Y quién no te compadecerá? ¿Quién no se sentirá desgarrado por el dolor al verte en un estado de aflicción que conmueve hasta la piedra más dura? Contemplo a Juan inconsolable, a Magdalena con las otras Marías que lloran amargamente, a Nicodemo que ya no puede soportar el dolor. ¿Y yo? ¡yo solo no derramo una lágrima en medio de tanto duelo! ¡Ingrato e ingrato que soy!
¡Oh, Madre piadosísima, aquí estoy a tus pies, recíbeme bajo tu poderosa protección y haz que este mi corazón quede traspasado por esa misma espada que atravesó de parte a parte tu muy afligido espíritu, para que se ablande una vez y llore de verdad mis graves pecados que te han causado tan cruel martirio! Y así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Séptimo dolor En este séptimo dolor consideremos a la Virgen dolorosísima que ve cerrar en el sepulcro a su Hijo muerto.
Meditación Considera qué suspiro mortal lanzó el afligido corazón de María cuando vio puesto en la tumba a su amado Jesús. ¡Oh qué pena, qué duelo sintió su espíritu cuando se levantó la piedra con que se debía cerrar aquel sacratísimo monumento! No era posible despegarla del borde del sepulcro, mientras el dolor era tal que la volvía insensible e inmóvil, sin cesar de contemplar aquellas llagas y aquellas crueles heridas. Cuando luego se cerró la tumba, entonces sí que fue tan fuerte la fuerza del dolor interior que sin duda habría caído muerta si Dios no la hubiera conservado con vida. ¡Oh madre tan afligida! Ahora partirás con el cuerpo de este lugar, pero aquí seguramente quedará tu corazón, siendo aquí tu verdadero tesoro. ¡Ah destino, que en compañía de él quede todo nuestro afecto, todo nuestro amor, allí cómo podrá ser que no nos consumamos de benevolencia hacia el Salvador que dio toda su sangre por nuestra salvación? ¿Cómo podrá ser que no te amemos a ti que tanto sufriste por nuestra causa?
Ahora nosotros, dolientes y arrepentidos de haber causado tantos dolores a tu Hijo y a ti tanta amargura, nos postramos a tus pies y por todos esos dolores que nos hiciste la gracia de meditar, concédenos este favor: que la memoria de los mismos quede siempre vivamente impresa en nuestra mente, que se consuman nuestros corazones por amor a nuestro buen Dios y a ti, nuestra dulcísima Madre, y que el último suspiro de nuestra vida se una a los que derramaste desde lo más profundo de tu alma en la dolorosa pasión de Jesús, a quien sea honor, gloria y acción de gracias por todos los siglos de los siglos. Así sea. Ave María etc. Gloria Patri etc.
María, dulce bien mío,
Graba en mi corazón tus penas.
Luego se dice el Stabat Mater, como arriba.
Antífona. Tuam ipsius animam (ait ad Mariam Simeon) pertransiet gladius.
Ora por nosotros, Virgen Dolorosísima.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oremos
Dios, en cuya pasión según la profecía de Simeón, la dulcísima alma de la Gloriosa Virgen y Madre María Dolorosa fue traspasada por la espada, concede propicio que quienes recordamos la memoria de sus dolores, alcancemos felizmente el efecto de tu pasión. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Alabado sea Dios y la Virgen Dolorosísima.
Con permiso de la Revisión Eclesiástica
La Fiesta de los Siete Dolores de María Virgen Dolorosa que celebra la Pía Unión y Sociedad, cae el tercer domingo de septiembre en la Iglesia de San Francisco de Asís.
Texto de la 3ª edición, Turín, Imprenta de Giulio Speirani e hijos, 1871
El Venerable Mons. Stefano Ferrando
Mons. Stefano Ferrando fue un ejemplo extraordinario de dedicación misionera y servicio episcopal, conjugando el carisma salesiano con una profunda vocación al servicio de los más pobres. Nacido en 1895 en Piamonte, ingresó joven en la Congregación Salesiana y, tras prestar servicio militar durante la Primera Guerra Mundial, que le valió la medalla de plata al valor, se dedicó al apostolado en la India. Obispo de Krishnagar y luego de Shillong durante más de treinta años, caminó incansablemente entre las poblaciones, promoviendo la evangelización con humildad y profundo amor pastoral. Fundó instituciones, apoyó a los catequistas laicos y encarnó en su vida el lema «Apóstol de Cristo». Su vida fue un ejemplo de fe, abandono a Dios y total entrega, dejando un legado espiritual que sigue inspirando la misión salesiana en el mundo.
El venerable obispo Stefano Ferrando supo conjugar su vocación salesiana con su carisma misionero y su ministerio episcopal. Nacido el 28 de septiembre de 1895 en Rossiglione (Génova, diócesis de Acqui), hijo de Agostino y Giuseppina Salvi, se distinguió por un ardiente amor a Dios y una tierna devoción a la Virgen María. En 1904 ingresó en las escuelas salesianas, primero en Fossano y luego en Turín – Valdocco, donde conoció a los sucesores de Don Bosco y a la primera generación de salesianos, y emprendió los estudios sacerdotales; mientras tanto alimentaba el deseo de partir como misionero. El 13 de septiembre de 1912 hizo su primera profesión religiosa en la Congregación Salesiana de Foglizzo. Llamado a las armas en 1915, participa en la Primera Guerra Mundial. Por su valor, recibe la medalla de plata al valor. De vuelta a casa en 1918, emite los votos perpetuos el 26 de diciembre de 1920.
Fue ordenado sacerdote en Borgo San Martino (Alessandria) el 18 de marzo de 1923. El 2 de diciembre del mismo año, con nueve compañeros, se embarcó en Venecia como misionero a la India. El 18 de diciembre, tras 16 días de viaje, el grupo llegó a Bombay y el 23 de diciembre a Shillong, lugar de su nuevo apostolado. Como maestro de novicios, educó a los jóvenes salesianos en el amor a Jesús y a María y tuvo un gran espíritu de apostolado.
El 9 de agosto de 1934, el Papa Pío XI lo nombró obispo de Krishnagar. Su lema era “Apóstol de Cristo”. En 1935, el 26 de noviembre, fue trasladado a Shillong, donde permaneció como obispo durante 34 años. Mientras trabajaba en una situación difícil de impacto cultural, religioso y social, el obispo Ferrando se esforzó incansablemente por estar cerca de la gente que le había sido confiada, trabajando con celo en la vasta diócesis que abarcaba toda la región del noreste de la India. Prefería desplazarse a pie antes que, en coche, que habría tenido a su disposición: esto le permitía encontrarse con la gente, detenerse a hablar con ellos, implicarse en sus vidas. Este contacto directo con la vida de la gente fue una de las principales razones de la fecundidad de su anuncio evangélico: la humildad, la sencillez, el amor a los pobres llevaron a muchos a convertirse y a pedir el bautismo. Creó un seminario para la formación de jóvenes salesianos indios, construyó un hospital, erigió un santuario dedicado a María Auxiliadora y fundó la primera congregación de hermanas indígenas, la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Auxiliadora (1942).
Hombre de carácter fuerte, no se desanimó ante las innumerables dificultades, que afrontó con una sonrisa y mansedumbre. La perseverancia ante los obstáculos fue una de sus principales características. Trató de unir el mensaje evangélico con la cultura local en la que debía insertarse. Era intrépido en sus visitas pastorales, que realizaba a los lugares más remotos de la diócesis, para recuperar la última oveja perdida. Mostró una especial sensibilidad y promoción por los catequistas laicos, a los que consideraba complementarios de la misión del obispo y de los que dependía gran parte de la fecundidad del anuncio del Evangelio y su penetración en el territorio. Su atención a la pastoral familiar era también inmensa. A pesar de sus numerosos compromisos, el Venerable era un hombre con una rica vida interior, alimentada por la oración y el recogimiento. Como pastor, era apreciado por sus hermanas, sacerdotes, hermanos salesianos y en el episcopado, así como por la gente, que lo sentía profundamente cercano. Se entregó con creatividad a su rebaño, atendiendo a los pobres, defendiendo a los intocables, cuidando a los enfermos de cólera.
Las piedras angulares de su espiritualidad fueron su vínculo filial con la Virgen María, su celo misionero, su continua referencia a Don Bosco, como se desprende de sus escritos y en toda su actividad misionera. El momento más luminoso y heroico de su virtuosa vida fue su partida de la diócesis de Shillong. Monseñor Ferrando tuvo que presentar su renuncia al Santo Padre cuando aún se encontraba en la plenitud de sus facultades físicas e intelectuales, para permitir el nombramiento de su sucesor, que debía ser elegido, según las instrucciones de sus superiores, entre los sacerdotes locales que él había formado. Fue un momento particularmente doloroso, vivido por el gran obispo con humildad y obediencia. Comprendió que era el momento de retirarse en oración según la voluntad del Señor.
Regresó a Génova en 1969 y prosiguió su actividad pastoral, presidiendo las ceremonias para conferir la Confirmación y dedicándose al sacramento de la Penitencia.
Fue fiel a la vida religiosa salesiana hasta el final, decidiendo vivir en comunidad y renunciando a los privilegios que su condición de obispo podría haberle reservado. Siguió siendo “misionero” en Italia. No “un misionero que se mueve, sino […] un misionero que es”: no un misionero que se mueve, sino un misionero que es. Su vida en esta última temporada se convirtió en una vida “irradiante”. Se convirtió en un “misionero de la oración” que decía: «Me alegro de haberme marchado para que otros puedan tomar el relevo y hacer obras tan maravillosas».
Desde Génova Quarto, siguió animando la misión de Assam, sensibilizando y enviando ayuda financiera. Vivió esta hora de purificación con espíritu de fe, de abandono a la voluntad de Dios y de obediencia, tocando con su propia mano el pleno significado de la expresión evangélica ‘no somos más que siervos inútiles’, y confirmando con su vida el caetera tolle, el aspecto oblativo-sacrificial de la vocación salesiana. Murió el 20 de junio de 1978 y fue enterrado en Rossiglione, su tierra natal. En 1987 sus restos mortales fueron llevados a la India.
En docilidad al Espíritu llevó a cabo una fecunda acción pastoral, que se manifestó en un gran amor a los pobres, en humildad de espíritu y caridad fraterna, en la alegría y el optimismo del espíritu salesiano.
Junto a muchos misioneros que compartieron con él la aventura del Espíritu en la tierra de la India, entre ellos los Siervos de Dios Francesco Convertini, Costantino Vendrame y Oreste Marengo, Mons. Ferrando inauguró un nuevo método misionero: ser misionero itinerante. Tal ejemplo es una advertencia providencial, especialmente para las congregaciones religiosas tentadas por un proceso de institucionalización y cierre, para que no pierdan la pasión de salir al encuentro de las personas y de las situaciones de mayor pobreza e indigencia material y espiritual, yendo donde nadie quiere ir y confiándose como ella lo hizo. “Miro al futuro con confianza, confiando en María Auxiliadora…. Me encomendaré a María Auxiliadora que ya me salvó de tantos peligros”.
Santa Mónica, madre de San Agustín, testigo de esperanza
Una mujer de fe inquebrantable, de lágrimas fecundas, escuchada por Dios después de diecisiete largos años. Un modelo de cristiana, esposa y madre para toda la Iglesia. Una testigo de esperanza que se ha transformado en una poderosa intercesora en el Cielo. El mismo Don Bosco recomendaba a las madres, afligidas por la vida poco cristiana de sus hijos, que se encomendaran a ella en sus oraciones.
En la gran galería de santos y santas que han marcado la historia de la Iglesia, Santa Mónica (331-387) ocupa un lugar singular. No por milagros espectaculares, no por la fundación de comunidades religiosas, no por empresas sociales o políticas relevantes. Mónica es recordada y venerada ante todo como madre, la madre de Agustín, el joven inquieto que gracias a sus oraciones, a sus lágrimas y a su testimonio de fe se convirtió en uno de los más grandes Padres de la Iglesia y Doctores de la fe católica.
Pero limitar su figura al papel materno sería injusto y empobrecedor. Mónica es una mujer que supo vivir su vida ordinaria —esposa, madre, creyente— de manera extraordinaria, transfigurando la cotidianidad a través de la fuerza de la fe. Es un ejemplo de perseverancia en la oración, de paciencia en el matrimonio, de esperanza inquebrantable frente a las desviaciones de su hijo.
Las noticias sobre su vida nos llegan casi exclusivamente de las Confesiones de Agustín, un texto que no es una crónica, sino una lectura teológica y espiritual de la existencia. Sin embargo, en esas páginas Agustín traza un retrato inolvidable de su madre: no solo una mujer buena y piadosa, sino un auténtico modelo de fe cristiana, una “madre de las lágrimas” que se convierten en fuente de gracia.
Los orígenes en Tagaste Mónica nació en el año 331 en Tagaste, ciudad de Numidia, Souk Ahras en la actual Argelia. Era un centro dinámico, marcado por la presencia romana y por una comunidad cristiana ya arraigada. Provenía de una familia cristiana acomodada: la fe ya era parte de su horizonte cultural y espiritual.
Su formación estuvo marcada por la influencia de una nodriza austera, que la educó en la sobriedad y la templanza. San Agustín escribirá de ella: “No hablaré por esto de sus dones, sino de tus dones a ella, que no se había hecho a sí misma, ni se había educado a sí misma. Tú la creaste sin que ni siquiera el padre y la madre supieran qué hija tendrían; y la vara de tu Cristo, es decir, la disciplina de tu Unigénito, la instruyó en tu temor, en una casa de creyentes, miembro sano de tu Iglesia.” (Confesiones IX, 8, 17).
En las mismas Confesiones Agustín también relata un episodio significativo: la joven Mónica había adquirido la costumbre de beber pequeños sorbos de vino de la bodega, hasta que una sirvienta la reprendió llamándola “borracha”. Esa reprimenda le bastó para corregirse definitivamente. Esta anécdota, aparentemente menor, muestra su honestidad para reconocer sus propios pecados, dejarse corregir y crecer en virtud.
A la edad de 23 años, Mónica fue dada en matrimonio a Patricio, un funcionario municipal pagano, conocido por su carácter colérico y su infidelidad conyugal. La vida matrimonial no fue fácil: la convivencia con un hombre impulsivo y distante de la fe cristiana puso a prueba su paciencia.
Sin embargo, Mónica nunca cayó en el desánimo. Con una actitud de mansedumbre y respeto, supo conquistar progresivamente el corazón de su marido. No respondía con dureza a los arrebatos de ira, no alimentaba conflictos inútiles. Con el tiempo, su constancia dio fruto: Patricio se convirtió y recibió el bautismo poco antes de morir.
El testimonio de Mónica muestra cómo la santidad no se expresa necesariamente en gestos clamorosos, sino en la fidelidad cotidiana, en el amor que sabe transformar lentamente las situaciones difíciles. En este sentido, es un modelo para tantas esposas y madres que viven matrimonios marcados por tensiones o diferencias de fe.
Mónica madre Del matrimonio nacieron tres hijos: Agustín, Navigio y una hija de la que no sabemos el nombre. Mónica derramó sobre ellos todo su amor, pero sobre todo su fe. Navigio y la hija siguieron un camino cristiano lineal: Navigio se hizo sacerdote; la hija emprendió el camino de la virginidad consagrada. Agustín, en cambio, pronto se convirtió en el centro de sus preocupaciones y de sus lágrimas.
Ya de niño, Agustín mostraba una inteligencia extraordinaria. Mónica lo envió a estudiar retórica a Cartago, deseosa de asegurarle un futuro brillante. Pero junto a los progresos intelectuales llegaron también las tentaciones: la sensualidad, la mundanidad, las malas compañías. Agustín abrazó la doctrina maniquea, convencido de encontrar en ella respuestas racionales al problema del mal. Además, comenzó a convivir sin casarse con una mujer de la que tuvo un hijo, Adeodato. Las desviaciones de su hijo llevaron a Mónica a negarle la acogida en su propia casa. Pero no por eso dejó de orar por él y de ofrecer sacrificios: “de mi madre, con el corazón sangrante, se te ofrecía por mí noche y día el sacrificio de sus lágrimas”. (Confesiones V, 7,13) y “derramaba más lágrimas de las que derraman las madres por la muerte física de sus hijos” (Confesiones III, 11,19).
Para Mónica fue una herida profunda: el hijo, que había consagrado a Cristo en el seno, se estaba perdiendo. El dolor era indecible, pero nunca dejó de esperar. El propio Agustín escribirá: “El corazón de mi madre, herido por tal herida, nunca se habría curado: porque no puedo expresar adecuadamente sus sentimientos hacia mí y cuánto mayor fue su trabajo al parirme en espíritu que el que tuvo al parirme en la carne.” (Confesiones V, 9,16).
Surge espontánea la pregunta: ¿por qué Mónica no bautizó a Agustín inmediatamente después de nacer?
En realidad, aunque el bautismo de niños ya era conocido y practicado, aún no era una práctica universal. Muchos padres preferían posponerlo hasta la edad adulta, considerándolo un “lavado definitivo”: temían que, si el bautizado pecaba gravemente, la salvación se vería comprometida. Además, Patricio, aún pagano, no tenía ningún interés en educar a su hijo en la fe cristiana.
Hoy vemos claramente que fue una elección desafortunada, ya que el bautismo no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos da la gracia de vencer las tentaciones y el pecado.
Una cosa, sin embargo, es cierta: si hubiera sido bautizado de niño, Mónica se habría ahorrado a sí misma y a su hijo tantos sufrimientos.
La imagen más fuerte de Mónica es la de una madre que reza y llora. Las Confesiones la describen como una mujer incansable en interceder ante Dios por su hijo.
Un día, un obispo de Tagaste —según algunos, el mismo Ambrosio— la tranquilizó con palabras que han quedado célebres: “Ve, no puede perderse el hijo de tantas lágrimas”. Esa frase se convirtió en la estrella polar de Mónica, la confirmación de que su dolor materno no era en vano, sino parte de un misterioso designio de gracia.
Tenacidad de una madre La vida de Mónica fue también un peregrinaje tras los pasos de Agustín. Cuando su hijo decidió partir a escondidas hacia Roma, Mónica no escatimó esfuerzos; no dio la causa por perdida, sino que lo siguió y lo buscó hasta que lo encontró. Lo alcanzó en Milán, donde Agustín había obtenido una cátedra de retórica. Allí encontró una guía espiritual en San Ambrosio, obispo de la ciudad. Entre Mónica y Ambrosio nació una profunda sintonía: ella reconocía en él al pastor capaz de guiar a su hijo, mientras que Ambrosio admiraba su fe inquebrantable.
En Milán, la predicación de Ambrosio abrió nuevas perspectivas a Agustín. Él abandonó progresivamente el maniqueísmo y comenzó a mirar el cristianismo con nuevos ojos. Mónica acompañaba silenciosamente este proceso: no forzaba los tiempos, no pretendía conversiones inmediatas, sino que oraba y lo sostenía y permanecía a su lado hasta su conversión.
La conversión de Agustín Dios parecía no escucharla, pero Mónica nunca dejó de rezar y de ofrecer sacrificios por su hijo. Después de diecisiete años, finalmente sus súplicas fueron escuchadas — ¡y de qué manera! Agustín no solo se hizo cristiano, sino que se convirtió en sacerdote, obispo, doctor y padre de la Iglesia.
Él mismo lo reconoce: “Tú, sin embargo, en la profundidad de tus designios, escuchaste el punto vital de su deseo, sin preocuparte por el objeto momentáneo de su petición, sino cuidando de hacer de mí lo que siempre te pedía que hicieras.” (Confesiones V, 8,15).
El momento decisivo llegó en el año 386. Agustín, atormentado interiormente, luchaba contra las pasiones y las resistencias de su voluntad. En el célebre episodio del jardín de Milán, al escuchar la voz de un niño que decía “Tolle, lege” (“Toma, lee”), abrió la Carta a los Romanos y leyó las palabras que le cambiaron la vida: “Revestíos del Señor Jesucristo y no sigáis los deseos de la carne” (Rm 13,14).
Fue el comienzo de su conversión. Junto a su hijo Adeodato y algunos amigos se retiró a Cassiciaco para prepararse para el bautismo. Mónica estaba con ellos, partícipe de la alegría de ver finalmente escuchadas las oraciones de tantos años.
La noche de Pascua del 387, en la catedral de Milán, Ambrosio bautizó a Agustín, Adeodato y los demás catecúmenos. Las lágrimas de dolor de Mónica se transformaron en lágrimas de alegría. Siguió a su servicio, tanto que en Cassiciaco Agustín dirá: “Cuidó como si de todos hubiera sido madre y nos sirvió como si de todos hubiera sido hija.”
Ostia: el éxtasis y la muerte Después del bautismo, Mónica y Agustín se prepararon para regresar a África. Deteniéndose en Ostia, a la espera del barco, vivieron un momento de intensísima espiritualidad. Las Confesiones narran el éxtasis de Ostia: madre e hijo, asomados a una ventana, contemplaron juntos la belleza de la creación y se elevaron hacia Dios, saboreando la bienaventuranza del cielo.
Mónica dirá: “Hijo, en cuanto a mí, ya no encuentro ningún atractivo para esta vida. No sé qué hago todavía aquí abajo y por qué me encuentro aquí. Este mundo ya no es objeto de deseos para mí. Había una sola razón por la que deseaba permanecer un poco más en esta vida: verte cristiano católico, antes de morir. Dios me ha escuchado más allá de todas mis expectativas, me ha concedido verte a su servicio y liberado de las aspiraciones de felicidad terrena. ¿Qué hago aquí?” (Confesiones IX, 10,11). Había alcanzado su meta terrenal.
Algunos días después, Mónica se enfermó gravemente. Sintiendo cercana su muerte, dijo a sus hijos: “Hijos míos, enterraréis aquí a vuestra madre: no os preocupéis de dónde. Solo os pido esto: recordadme en el altar del Señor, dondequiera que estéis”. Era la síntesis de su vida: no le importaba el lugar de la sepultura, sino el vínculo en la oración y en la Eucaristía.
Murió a los 56 años, el 12 de noviembre del 387, y fue sepultada en Ostia. En el siglo VI, sus reliquias fueron trasladadas a una cripta oculta en la misma iglesia de Santa Aurea. En 1425, las reliquias fueron trasladadas a Roma, a la basílica de San Agustín en Campo Marzio, donde aún hoy son veneradas.
El perfil espiritual de Mónica Agustín describe a su madre con palabras bien medidas: “[…] mujer en el aspecto, viril en la fe, anciana en la serenidad, maternal en el amor, cristiana en la piedad […]”. (Confesiones IX, 4, 8).
Y también: “[…] viuda casta y sobria, asidua en la limosna, devota y sumisa a tus santos; que no dejaba pasar día sin llevar la ofrenda a tu altar, que dos veces al día, mañana y tarde, sin falta visitaba tu iglesia, y no para confabular vanamente y charlar como las otras viejas, sino para oír tus palabras y hacerte oír sus oraciones? Las lágrimas de tal mujer, con las que te pedía no oro ni plata, ni bienes perecederos o perecederos, sino la salvación del alma de su hijo, ¿podrías tú despreciarlas, tú que así la habías hecho con tu gracia, negándole tu socorro? Ciertamente no, Señor. Tú, antes bien, estabas a su lado y la escuchabas, obrando según el orden con que habías predestinado que debías obrar.” (Confesiones V, 9,17).
De este testimonio agustiniano, emerge una figura de sorprendente actualidad.
Fue una mujer de oración: nunca dejó de invocar a Dios por la salvación de sus seres queridos. Sus lágrimas se convierten en modelo de intercesión perseverante.
Fue una esposa fiel: en un matrimonio difícil, nunca respondió con resentimiento a la dureza de su marido. Su paciencia y su mansedumbre fueron instrumentos de evangelización.
Fue una madre valiente: no abandonó a su hijo en sus desviaciones, sino que lo acompañó con amor tenaz, capaz de confiar en los tiempos de Dios.
Fue una testigo de esperanza: su vida muestra que ninguna situación es desesperada, si se vive en la fe.
El mensaje de Mónica no pertenece solo al siglo IV. Habla todavía hoy, en un contexto en el que muchas familias viven tensiones, los hijos se apartan de la fe, los padres experimentan la fatiga de la espera.
A los padres, enseña a no rendirse, a creer que la gracia obra de maneras misteriosas.
A las mujeres cristianas, muestra cómo la mansedumbre y la fidelidad pueden transformar relaciones difíciles.
A cualquiera que se sienta desanimado en la oración, testifica que Dios escucha, aunque los tiempos no coincidan con los nuestros.
No es casualidad que muchas asociaciones y movimientos hayan elegido a Mónica como patrona de las madres cristianas y de las mujeres que oran por los hijos alejados de la fe.
Una mujer sencilla y extraordinaria La vida de Santa Mónica es la historia de una mujer sencilla y extraordinaria a la vez. Sencilla porque vivió el día a día de una familia, extraordinaria porque fue transfigurada por la fe. Sus lágrimas y sus oraciones moldearon a un santo y, a través de él, influyeron profundamente en la historia de la Iglesia.
Su memoria, celebrada el 27 de agosto, víspera de la fiesta de San Agustín, nos recuerda que la santidad a menudo pasa por la perseverancia oculta, el sacrificio silencioso, la esperanza que no defrauda.
En las palabras de Agustín, dirigidas a Dios por su madre, encontramos la síntesis de su herencia espiritual: “No puedo decir lo suficiente de cuánto mi alma te debe a ella, Dios mío; pero tú lo sabes todo. Recompénsala con tu misericordia lo que te pidió con tantas lágrimas por mí” (Conf., IX, 13).
Santa Mónica, a través de los acontecimientos de su vida, alcanzó la felicidad eterna que ella misma definió: “La felicidad consiste sin duda en el logro del fin y se debe tener confianza en que a él podemos ser conducidos por una fe firme, una esperanza viva, una caridad ardiente”. (La Felicidad 4,35).
Las loterías: auténticas empresas
Don Bosco no fue solo un incansable educador y pastor de almas, sino también un hombre de extraordinaria iniciativa, capaz de inventar soluciones nuevas y valientes para sostener sus obras. Las necesidades económicas del Oratorio de Valdocco, en continua expansión, lo impulsaron a buscar medios cada vez más eficaces para garantizar comida, alojamiento, escuela y trabajo a miles de muchachos. Entre estos, las loterías representaron una de las intuiciones más ingeniosas: verdaderas empresas colectivas que involucraban a nobles, sacerdotes, benefactores y ciudadanos comunes. No era sencillo, ya que la legislación piamontesa regulaba con rigor las loterías, permitiendo su organización a particulares solo en casos bien definidos. Y no se trataba solo de recaudar fondos, sino de crear una red de solidaridad que uniera a la sociedad turinesa en torno al proyecto educativo y espiritual del Oratorio. La primera, en 1851, fue una aventura memorable, llena de imprevistos y éxitos.
El mucho dinero que llegaba a las manos de Don Bosco permanecía allí poco tiempo, ya que se utilizaba inmediatamente para proporcionar comida, alojamiento, escuela y trabajo a decenas de miles de muchachos o para construir colegios, orfanatos e iglesias o para apoyar las misiones en Sudamérica. Sus cuentas, como sabemos, estaban siempre en números rojos; las deudas le acompañaron durante toda su vida.
Ahora bien, entre los medios inteligentemente adoptados por Don Bosco para financiar sus obras podemos sin duda presentar las loterías: unas quince fueron organizadas por él, tanto pequeñas como grandes. La primera, modesta, fue la de Turín en 1851 a favor de la iglesia de San Francisco de Sales en Valdocco y la última, grandiosa, a mediados de la década de 1880, fue la destinada a sufragar los inmensos gastos de la iglesia y el Hospicio del Sagrado Corazón en la estación Termini de Roma.
Una verdadera historia de tales loterías aún no ha sido escrita, aunque no faltan fuentes al respecto. Sólo con referencia a la primera, la de 1851, nosotros mismos hemos recuperado una docena de inéditos. Con ellas reconstruimos su tormentosa historia en dos episodios.
Solicitud de autorización
Según la ley del 24 de febrero de 1820 – modificada por las Reales Patentes de enero de 1835 y por las Instrucciones de la Compañía General de las Reales Finanzas del 24 de agosto de 1835 y más tarde por las Reales Patentes del 17 de julio de 1845 – se requería una autorización gubernamental previa para cualquier lotería nacional (Reino de Cerdeña).
Para Don Bosco se trataba ante todo de tener la certeza moral de tener éxito en el proyecto. La tuvo gracias al apoyo económico y moral de los primeros benefactores: las nobles familias Callori y Fassati y el canónigo Anglesio de Cottolengo. Así pues, se lanzó a lo que resultaría ser una auténtica empresa. En poco tiempo, consiguió crear una comisión organizadora, compuesta inicialmente por dieciséis personalidades de renombre, ampliada más tarde a veinte. Entre ellas se encontraban numerosas autoridades civiles oficialmente reconocidas, como un senador (nombrado tesorero), dos tenientes de alcalde, tres concejales municipales; después, prestigiosos sacerdotes como los teólogos Pietro Baricco, teniente de alcalde y secretario de la Comisión, Giovanni Borel, capellán de la corte, Giuseppe Ortalda, director de la Opera Pia di Propaganda Fide, Roberto Murialdo, cofundador del Collegio degli Artigianelli y de la Asociación de Caridad; y por último, hombres experimentados como un ingeniero, un estimado orfebre, un comerciante mayorista, etc. Todas personas en su mayoría con propiedades, conocidas de Don Bosco y “vecinas” a la obra de Valdocco.
Completada la Comisión, a principios de diciembre de 1851 Don Bosco remitió la petición formal al Intendente General de Finanzas, Cavalier Alessandro Pernati di Momo (futuro Senador y Ministro del Interior del Reino) así como “amigo” de la obra de Valdocco.
El llamamiento a las donaciones
A la solicitud de autorización adjuntó una circular muy interesante en la que, tras esbozar una conmovedora historia del Oratorio -apreciado por la familia real, las autoridades gubernamentales y las municipales-, señalaba que la constante necesidad de ampliar la Obra de Valdocco para acoger cada vez a más jóvenes, estaba consumiendo los recursos económicos de la caridad privada. Por ello, para sufragar los gastos de finalización de la nueva capilla en construcción, se tomó la decisión de apelar a la caridad pública mediante una lotería de donativos que se ofrecerían espontáneamente: “Este medio consiste en una lotería de objetos, que el abajo firmante tuvo la idea de emprender para sufragar los gastos de finalización de la nueva capilla, y a la que su señoría querrá sin duda prestar su apoyo, reflexionando sobre la excelencia de la obra a la que va dirigida. Cualquiera que sea el objeto que su señoría quiera ofrecer, ya sea de seda, lana, metal o madera, o la obra de un artista reputado, o de un modesto obrero, o de un esforzado artesano, o de un caritativo gentilhombre, todo será aceptado con gratitud, porque en materia de caridad, toda pequeña ayuda es una gran cosa, y porque las ofrendas, incluso pequeñas, de muchos juntos pueden bastar para completar la obra deseada”.
En la circular también indicaba los nombres de los promotores, a los que se podían entregar los donativos, y de las personas de confianza que luego los recogerían y custodiarían. Entre los 46 promotores había diversas categorías de personas: profesionales, profesores, empresarios, estudiantes, clérigos, tenderos, comerciantes, sacerdotes; en cambio, entre los cerca de 90 promotores parecían prevalecer las mujeres de la nobleza (baronesa, marquesa, condesa y sus asistentes).
No dejó de adjuntar a la solicitud el “plan de lotería” en todos sus múltiples aspectos formales: recogida de los objetos, recepción de la entrega de los objetos, valoración de los mismos, boletos autentificados que debían venderse en número proporcional al número y valor de los objetos, exposición de los mismos al público, sorteo de los ganadores, publicación de los números extraídos, momento de la recogida de los premios, etc. Una serie de tareas exigentes que Don Bosco no eludió. La capilla Pinardi ya no era suficiente para sus jóvenes: necesitaban una iglesia más grande, la proyectada de San Francisco de Sales (¡una docena de años más tarde necesitarían otra aún más grande, la de María Auxiliadora!)
Respuesta positiva
Dada la seriedad de la iniciativa y la alta “calidad” de los miembros de la Comisión proponente, la respuesta de la Intendencia sólo podía ser positiva e inmediata. El 17 de diciembre, el mencionado teniente de alcalde Pietro Baricco transmitió a Don Bosco el decreto relativo, con la invitación a transmitir copias de los futuros actos formales de la lotería a la administración municipal, responsable de la regularidad de todos los requisitos legales. En ese momento, antes de Navidad, Don Bosco envió la circular mencionada a la imprenta, la hizo circular y comenzó a recoger regalos.
Le dieron dos meses para hacerlo, ya que durante el año también se celebraban otras loterías. Sin embargo, los regalos llegaron lentamente, por lo que a mediados de enero Don Bosco se vio obligado a reimprimir la circular anterior y pidió la colaboración de todos los jóvenes de Valdocco y amigos para escribir direcciones, visitar a bienhechores conocidos, dar publicidad a la iniciativa y recoger los regalos.
Pero “lo mejor” aún estaba por llegar.
La sala de exposiciones
Valdocco no tenía espacio para exponer los regalos, así que Don Bosco pidió al teniente de alcalde Baricco, tesorero de la comisión de lotería, que solicitara al Ministerio de la Guerra tres salas en la parte del convento de Santo Domingo que estaba a disposición del ejército. Los padres dominicos accedieron. El ministro Alfonso Lamarmora se las concedió el 16 de enero. Pero pronto Don Bosco se dio cuenta de que no serían lo suficientemente grandes, así que pidió al rey, a través del limosnero, el abad Stanislao Gazzelli, una habitación más grande. El superintendente real Pamparà le dijo que el rey no disponía de un local adecuado y le propuso alquilarlo para el juego del Trincotto (o pallacorda: una especie de tenis de mano ante litteram) a sus expensas. Este local, sin embargo, sólo estaría disponible durante el mes de marzo y bajo ciertas condiciones. Don Bosco rechazó la propuesta, pero aceptó las 200 liras que le ofrecía el rey por el alquiler del local. Entonces fue en busca de otra sala y encontró una adecuada por recomendación del ayuntamiento, detrás de la iglesia de Santo Domingo, a unos cientos de metros de Valdocco.
Llegada de los regalos
Mientras tanto, Don Bosco había solicitado al ministro de Hacienda, el famoso conde Camillo Cavour, una reducción o exención en el coste del franqueo de las cartas circulares, los billetes y los propios regalos. A través del hermano del conde, el muy religioso marqués Gustavo di Cavour, recibió la aprobación de varias reducciones postales.
Ahora se trataba de encontrar un experto que evaluara el importe de los regalos y el consiguiente número de billetes a vender. Don Bosco preguntó al Intendente y también sugirió su nombre: un orfebre que era miembro de la Comisión. El Intendente, sin embargo, contestó a través del alcalde pidiéndole una copia doble de los regalos llegados para nombrar a su propio experto. Don Bosco llevó a cabo inmediatamente la petición y así el 19 de febrero el experto valoró los 700 objetos recogidos en 4124,20 liras. Al cabo de tres meses se llegó a los 1000 regalos, al cabo de cuatro meses a los 2000, hasta llegar a los 3251 regalos, gracias a las continuas “pesquisas” de Don Bosco con particulares, sacerdotes y obispos y a sus repetidas peticiones formales a la Comuna para que ampliara el plazo de extracción. Don Bosco tampoco dejó de criticar la estimación que hacía el tasador municipal de los regalos que llegaban continuamente, que según él era inferior a su valor real; y de hecho se añadieron otros tasadores, especialmente un pintor para las obras de arte.
La cifra final fue tal que se autorizó a Don Bosco a emitir 99.999 billetes al precio de 50 céntimos cada uno. Al catálogo ya impreso con los regalos numerados con el nombre del donante y de los promotores se añadió un suplemento con los últimos regalos llegados. Entre ellos estaban los del Papa, el Rey, la Reina Madre, la Reina Consorte, diputados, senadores, autoridades municipales, pero también mucha gente humilde, sobre todo mujeres, que ofrecían objetos y enseres domésticos, incluso de poco valor (vaso, tintero, vela, jarra, sacacorchos, gorra, dedal, tijeras, lámpara, cinta métrica, pipa, llavero, jabón, sacapuntas, azucarero). Los regalos más ofrecidos fueron libros, 629 de ellos, y cuadros, 265. Incluso los chicos de Valdocco compitieron por ofrecer su propio pequeño regalo, tal vez un librito que les había regalado el propio Don Bosco.
Un trabajo ingente hasta que se sortearon los números
Llegados a este punto era necesario imprimir los boletos en una serie progresiva en dos formas (talón pequeño y boleto), hacer firmar ambos por dos miembros de la comisión, enviar el boleto con una nota, documentar el dinero recaudado A muchos benefactores se les enviaron docenas de boletos, con una invitación a quedárselos o a pasárselos a amigos y conocidos.
La fecha del sorteo, fijada inicialmente para el 30 de abril, se aplazó al 31 de mayo y después al 30 de junio, para celebrarse a mediados de julio. Este último aplazamiento se debió a la explosión del polvorín de Borgo Dora que devastó la zona de Valdocco.
Durante dos tardes, los días 12 y 13 de julio de 1852, se sortearon boletos en el balcón del ayuntamiento. Cuatro urnas de rueda de diferentes colores contenían 10 balas (del 0 al 9) idénticas y del mismo color que la rueda. Introducidas una a una por el teniente de alcalde en las urnas, y puestas a girar, ocho jóvenes del Oratorio realizaron la operación y el número sorteado fue proclamado en voz alta y luego publicado en la prensa. Muchos regalos quedaron en el Oratorio, donde fueron reutilizados posteriormente.
¿Mereció la pena?
Por los cerca de 74.000 boletos vendidos, una vez deducidos los gastos, a Don Bosco le quedaron unas 26.000 liras, que repartió a partes iguales con la obra vecina del Cottolengo. Un pequeño capital, desde luego (la mitad del precio de compra de la casa de campo Pinardi el año anterior), pero el mayor resultado del agotador trabajo al que se sometió para llevar a cabo la lotería -documentado por docenas de cartas a menudo inéditas- fue la implicación directa y sentida de miles de personas de todas las clases sociales en su “incipiente proyecto de Valdocco”: en darlo a conocer, apreciarlo y luego apoyarlo económica, social y políticamente.
Don Bosco recurrió muchas veces a las loterías y siempre con un doble objetivo: recaudar fondos para sus obras en favor de los niños pobres, para las misiones, y ofrecer vías para que los creyentes (y los no creyentes) practicaran la caridad, el medio más eficaz, como repetía continuamente, para “obtener el perdón de los pecados y asegurarse la vida eterna”.
“Siempre he necesitado de todos” Don Bosco
Al senador Giuseppe Cotta
Giuseppe Cotta, banquero, fue un gran benefactor de Don Bosco. Se conserva en los archivos la siguiente declaración en papel timbrado fechada el 5 de febrero de 1849: “Los abajo firmantes sacerdotes T. Borrelli Gioanni de Turín y D. Bosco Gio di Castelnuovo d’Asti se declaran deudores de tres mil francos al Excelentísimo Cavaliere Cotta que se los prestó para una obra pía. Esta suma deberá ser reembolsada por los abajo firmantes en un año con los intereses legales”. Firmado Sacerdote Giovanni Borel, D. Bosco Gio.
Al pie de la misma página y en la misma fecha el P. Cafasso Giuseppe escribe: “El abajo firmante da las gracias claramente al Excelentísimo Señor. Cav. Cotta por lo antedicho y al mismo tiempo se hace fiador del mismo por la suma mencionada”. Al pie de la página, Cotta firma que recibió 2.000 liras el 10 de abril de 1849, otras 500 liras el 21 de julio de 1849 y el saldo el 4 de enero de 1851.
Convertirse en un signo de esperanza en eSwatini – Lesotho – Sudáfrica después de 130 años
En el corazón del África austral, entre las bellezas naturales y los desafíos sociales de eSwatini, Lesotho y Sudáfrica, los Salesianos celebran 130 años de presencia misionera. En este tiempo de Jubileo, de Capítulo General y de aniversarios históricos, la Inspectoría de África Meridional comparte sus signos de esperanza: la fidelidad al carisma de Don Bosco, el compromiso educativo y pastoral entre los jóvenes y la fuerza de una comunidad internacional que testimonia fraternidad y resiliencia. A pesar de las dificultades, el entusiasmo de los jóvenes, la riqueza de las culturas locales y la espiritualidad del Ubuntu siguen indicando caminos de futuro y de comunión.
Saludos fraternos de los Salesianos de la Visitaduría más pequeña y de la presencia más antigua en la Región África-Madagascar (desde 1896, los primeros 5 hermanos fueron enviados por Don Rúa). Este año agradecemos a los 130 SDB que han trabajado en nuestros 3 países y que ahora interceden por nosotros desde el cielo. «¡Pequeño es hermoso»!
En el territorio de la AFM viven 65 millones de personas que se comunican en 12 idiomas oficiales, entre tantas maravillas de la naturaleza y grandes recursos del subsuelo. Estamos entre los pocos países del África subsahariana donde los católicos son una pequeña minoría en comparación con otras Iglesias cristianas, con solo 5 millones de fieles.
¿Cuáles son los signos de esperanza que nuestros jóvenes y la sociedad están buscando?
En primer lugar, estamos tratando de superar los tristemente célebres récords mundiales de la creciente brecha entre ricos y pobres (100.000 millonarios frente a 15 millones de jóvenes desempleados), la falta de seguridad y la creciente violencia en la vida cotidiana, el colapso del sistema educativo, que ha producido una nueva generación de millones de analfabetos, lidiando con diversas adicciones (alcohol, drogas…). Además, 30 años después del fin del régimen de apartheid en 1994, la sociedad y la Iglesia siguen divididas entre las diversas comunidades en términos de economía, oportunidades y muchas heridas aún no cicatrizadas. De hecho, la comunidad del «País del Arco Iris» está luchando con muchas «lagunas» que solo pueden ser «llenadas» con los valores del Evangelio.
¿Cuáles son los signos de esperanza que la Iglesia católica en Sudáfrica está buscando?
Participando en el encuentro trienal «Joint Witness» de los superiores religiosos y los obispos en 2024, nos dimos cuenta de muchos signos de declive: menos fieles, falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, envejecimiento y disminución del número de religiosos, algunas diócesis en bancarrota, constante pérdida/disminución de instituciones católicas (asistencia médica, educación, obras sociales o medios de comunicación) debido a la fuerte caída de religiosos y laicos comprometidos. La Conferencia Episcopal Católica (SACBC – que incluye Botsuana, eSwatini y Sudáfrica) indica como prioridad la asistencia a los jóvenes dependientes del alcohol y de otras sustancias diversas.
¿Cuáles son los signos de esperanza que los salesianos del África meridional están buscando?
Rezamos cada día por nuevas vocaciones salesianas, para poder acoger nuevos misioneros. De hecho, ha terminado la época de la Inspectoría anglo-irlandesa (hasta 1988) y el Proyecto África no incluía la punta meridional del continente. Después de 70 años en eSwatini (Suazilandia) y 45 años en Lesotho, solo tenemos 4 vocaciones locales de cada Reino. Hoy solo tenemos 5 jóvenes hermanos y 4 novicios en formación inicial. Sin embargo, la Visitaduría más pequeña de África-Madagascar, a través de sus 7 comunidades locales, se encarga de la educación y la atención pastoral en 6 grandes parroquias, 18 escuelas primarias y secundarias, 3 centros de formación profesional (TVET) y diversos programas de asistencia social. Nuestra comunidad inspectorial, con 18 nacionalidades diferentes entre los 35 SDB que viven en las 7 comunidades, es un gran don y un desafío que acoger.
Como comunidad católica minoritaria y frágil del África austral
Creemos que el único camino para el futuro es construir más puentes y comunión entre los religiosos y las diócesis: cuanto más débiles somos, más nos esforzamos por trabajar juntos. Dado que toda la Iglesia católica busca centrarse en los jóvenes, Don Bosco ha sido elegido por los obispos como Patrono de la Pastoral Juvenil y su Novena se celebra con fervor en la mayoría de las diócesis y parroquias al comienzo del año pastoral.
Como Salesianos y Familia Salesiana, nos animamos constantemente unos a otros: «work in progress» (trabajo en progreso)
En los últimos dos años, después de la invitación del Rector Mayor, hemos tratado de relanzar nuestro carisma salesiano, con la sabiduría de una visión y dirección común (a partir de la asamblea anual inspectorial), con una serie de pequeños y sencillos pasos diarios en la dirección correcta y con la sabiduría de la conversión personal y comunitaria.
Agradecemos el aliento de don Pascual Chávez para nuestro reciente Capítulo Inspectorial de 2024: «Sabéis bien que es más difícil, pero no imposible, “refundar” que fundar [el carisma], porque hay hábitos, actitudes o comportamientos que no corresponden al espíritu de nuestro Santo Fundador, don Bosco, y a su Proyecto de Vida, y tienen “derecho de ciudadanía” [en la Inspectoría]. Realmente se necesita una verdadera conversión de cada hermano a Dios, teniendo el Evangelio como suprema regla de vida, y de toda la Inspectoría a Don Bosco, asumiendo las Constituciones como verdadero proyecto de vida».
Se votó el consejo de don Pascual y el compromiso: «Convertirse en más apasionados de Jesús y dedicados a los jóvenes», invirtiendo en la conversión personal (creando un espacio sagrado en nuestra vida, para dejar que Jesús la transforme), en la conversión comunitaria (invirtiendo en la formación permanente sistemática mensual según un tema) y en la conversión inspectorial (promoviendo la mentalidad inspectorial a través de «One Heart One Soul» – fruto de nuestra asamblea inspectorial) y con encuentros mensuales en línea de los directores.
En la estampita-recuerdo de nuestra Visitaduría del Beato Miguel Rúa, junto a los rostros de los 46 hermanos y 4 novicios (35 viven en nuestras 7 comunidades, 7 están en formación en el extranjero y 5 SDB están esperando el visado, en San Calixto-catacumbas y un misionero que está haciendo quimioterapia en Polonia). También estamos bendecidos por un número creciente de hermanos misioneros que son enviados por el Rector Mayor o por un período específico por otras Inspectorías africanas para ayudarnos (AFC, ACC, ANN, ATE, MDG y ZMB). Estamos muy agradecidos a cada uno de estos jóvenes hermanos. Creemos que, con su ayuda, nuestra esperanza de relanzamiento carismático se está haciendo tangible. Nuestra Visitaduría – la más pequeña de África-Madagascar, después de casi 40 años de su fundación, aún no tiene una verdadera casa inspectorial. La construcción comenzó, con la ayuda del Rector Mayor, solo el año pasado. También aquí decimos: «obras en curso»…
Queremos compartir también nuestros humildes signos de esperanza con todas las otras 92 Inspectorías en este precioso período del Capítulo General. La AFM tiene una experiencia única de 31 años de voluntarios misioneros locales (involucrados en la Pastoral Juvenil del Centro Juvenil Bosco de Johannesburgo desde 1994), el programa «Love Matters» para un crecimiento sexual saludable de los adolescentes desde 2001. Nuestros voluntarios, de hecho, involucrados durante un año entero en la vida de nuestra comunidad, son miembros más valiosos de nuestra Misión y de los nuevos grupos de la Familia Salesiana que están creciendo lentamente (VDB, Salesianos Cooperadores y Exalumnos de Don Bosco).
Nuestra casa madre de Ciudad del Cabo celebrará el próximo año su centésimo trigésimo (130º) aniversario y, gracias al centésimo quincuagésimo (150º) aniversario de las Misiones Salesianas, hemos realizado, con la ayuda de la Inspectoría de China, una especial «Sala de la Memoria de San Luis Versiglia», donde nuestro Protomártir pasó un día durante su regreso de Italia a China-Macao en mayo de 1917.
Don Bosco ‘Ubuntu’ – camino sinodal
«¡Estamos aquí gracias a vosotros!» – Ubuntu es una de las contribuciones de las culturas del África meridional a la comunidad global. La palabra en lengua Nguni significa «Yo soy porque vosotros sois» («I’m because you are!». Otras posibles traducciones: «Existo porque existís»). El año pasado emprendimos el proyecto «Eco Ubuntu» (proyecto de sensibilización ambiental de 3 años de duración) que involucra a unos 15.000 jóvenes de nuestras 7 comunidades en eSwatini, Lesotho y Sudáfrica. Además de la espléndida celebración y el compartir del Sínodo de los Jóvenes 2024, nuestros 300 jóvenes [que participaron] conservan sobre todo Ubuntu en sus recuerdos. Su entusiasmo es una fuente de inspiración. La AFM os necesita: ¡Estamos aquí gracias a vosotros!
Marco Fulgaro
La pastora, las ovejas y los corderos (1867)
En el siguiente pasaje, Don Bosco, fundador del Oratorio de Valdocco, relata a sus jóvenes un sueño que tuvo entre el 29 y el 30 de mayo de 1867 y que narró la noche del Domingo de la Santísima Trinidad. En una llanura infinita, rebaños y corderos se convierten en alegoría del mundo y de los muchachos: prados exuberantes o desiertos áridos figuran la gracia y el pecado; cuernos y heridas denuncian escándalo y deshonor; la cifra «3» preanuncia tres carestías –espiritual, moral, material– que amenazan a quien se aleja de Dios. Del relato brota el apremiante llamado del santo: custodiar la inocencia, volver a la gracia con la penitencia, para que cada joven pueda revestirse de las flores de la pureza y participar de la alegría prometida por el buen Pastor.
El domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio, en cuya festividad, hacía veintiséis años, había celebrado don Bosco su primera misa, los jóvenes esperaban con impaciencia que les contara un sueño, según les había prometido el día 13 del mismo mes. Su ardiente deseo era buscar el bien espiritual de su rebaño, y su norma, las amonestaciones y promesas del capítulo XXVII, versículos 23 – 25 del libro de los Proverbios: Diligenter agnosce vultum pecoris tui, tuosque greges considera: non enim habebis jugiter potestatem; sed corona tribuetur in generationem et generationem. Aperta sunt prata, et apparuerunt herbas virentes, et collecta sunt foena de montibus… (Conoce a fondo el estado de tu ganado, aplica tu corazón a tu rebaño; porque no es eterna la riqueza; no se transmiten los tesoros de edad en edad. Cortada la hierba, aparecido el retoño, y apilado el heno de los montes…). En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar atentamente; de asegurar la custodia del redil aun después de su muerte y de proveerle de fácil alimento material y espiritual. Don Bosco, pues, después de las oraciones de la noche, habló así:
En una de las últimas noches del mes de María, el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y me decía a mí mismo:
– ¡Oh si pudiese soñar algo que les sirviese de provecho!
Después de reflexionar durante un rato añadí:
– ¡Sí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a mis jóvenes.
Y he aquí que me quedé dormido. Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un número extraordinario de ovejas de gran tamaño, las cuales, divididas en rebaños, pacían en los extensos prados que se ofrecían ante mi vista. Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al pastor, causándome gran maravilla que pudiese haber en el mundo quien pudiera poseer tan crecido número de animales de aquella especie. Después de breves indagaciones me encontré ante un pastor apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a preguntarle:
– ¿De quién es este rebaño tan numeroso?
El pastor no me contestó. Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo:
– ¿Y a ti qué te interesa?
– ¿Por qué, repliqué, me contesta de esa manera?
– Pues bien, dijo el pastor, este rebaño es de su dueño.
– ¿De su dueño? Eso ya me lo suponía, dije para mí. Y continué en alta voz:
– ¿Y quién es el dueño?
– No te preocupes, me dijo, ya lo sabrás.
Después, recorriendo en su compañía aquel valle, comencé a observar el rebaño y la región en que nos encontrábamos. Algunas zonas estaban cubiertas de rica vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas proporcionando agradable sombra, y una hierba fresquísima que servía de alimento a gran número de ovejas de hermosa y lucida presencia. En otros parajes la llanura era estéril, arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos, desprovistos de hojas, y de grama amarillenta; no había en toda ella ni un tallo de hierba fresca; a pesar de ello, también allí había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto era miserable.
Hice algunas preguntas a mi guía referentes a este rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna, dijo:
– Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño que te ha sido reservado.
– Pero ¿tú quién eres?
– Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella parte y verás.
Y me condujo a otro lugar de la llanura donde había millares y millares de corderillos. Tan numerosos eran, que no se podían contar y estaban tan flacos que apenas si se podían tener en pie. El prado en que estaban era seco, árido y arenoso, no descubriéndose en él ni un tallo de hierba fresca, ni un arroyuelo, sino nada más que algunos gamones secos y matas escuálidas. Todo el pasto había sido totalmente destruido por los mismos corderos.
A primera vista se podía deducir que aquellos pobres animales, que estaban además cubiertos de llagas, habían sufrido mucho y continuaban sufriendo. ¡Cosa extraña! Cada uno tenía dos cuernos largos y gruesos que le salían de la frente, como si fuesen carneros viejos, y en la punta de cada cuerno tenían un apéndice en forma de ese. Contemplé maravillado aquella rara particularidad, causándome gran inquietud el no saberme explicar por qué aquellos corderillos tenían los cuernos tan largos y tan gruesos y la causa de que hubiesen destruido tan pronto la hierba del prado.
– Pero ¿cómo puede ser esto?, dije al pastor. ¿Unos corderos tan pequeños y ya tienen unos cuernos tan grandes:
– Mira bien, me dijo, observa atentamente.
Y al hacerlo pude comprobar que aquellos animales tenían grabado el número 3 en todas las partes del cuerpo: en el lomo, en la cabeza, en el hocico, en las orejas, en las narices, en las patas, en las pezuñas.
– ¿Qué quiere decir esto?, pregunté a mi guía. A la verdad que no entiendo nada.
– ¿Cómo? ¿Que no comprendes nada?, me replicó el pastor. Escucha, pues, y todo lo comprenderás. Esta extensa llanura es figura del mundo. Los lugares cubiertos de hierba significan la palabra de Dios y la gracia. Los parajes estériles y áridos, aquellos sitios en los cuales no se escucha la palabra divina, en los que sólo se procura agradar al mundo. Las ovejas son los hombres hechos y derechos; los corderos, los jovencitos, para atender a los cuales ha mandado Dios a don Bosco. Este rincón de la llanura que contemplas, representa el Oratorio y los corderos en él reunidos, tus hijos. Este lugar tan árido es símbolo del estado de pecado. Los cuernos son imagen de la deshonra. La letra S quiere decir Scandalum (escándalo). Los escandalosos, por la fuerza del mal ejemplo, marchan a su perdición. Entre los corderos observarás algunos que tienen los cuernos rotos; fueron escandalosos, pero ahora cesaron en sus escándalos. El número 3 quiere decir que soportan la pena de su culpa; esto es, que tendrán que sufrir tres grandes carestías: una carestía espiritual, otra moral y otra material. 1.° La carestía de los auxilios espirituales; pedirán estos auxilios y no los tendrán. 2.° La carestía de la palabra de Dios. 3.° La carestía del pan material. El que los corderos hayan agotado toda la hierba quiere decir que no les queda más que el deshonor y el número 3, o sea, las carestías. Este espectáculo significa también los sufrimientos que padecen actualmente muchos jóvenes en medio del mundo. En el Oratorio, en cambio, incluso los que son indignos de ello, no carecen del pan material.
Mientras yo escuchaba y observaba todas aquellas cosas como desmemoriado, he aquí una nueva maravilla. Todos aquellos corderos cambiaban de aspecto.
Levantándose sobre las patas posteriores adquirían una estatura elevada y la forma de otros tantos jóvenes. Yo me acerqué para comprobar si conocía alguno. Eran todos muchachos del Oratorio. A muchísimos no los había visto nunca, pero todos aseguraban que pertenecían a nuestro Oratorio. Y entre los que eran desconocidos para mí había unos pocos que están actualmente aquí. Son los que no se presentan nunca a don Bosco; los que no acuden jamás a pedirle un consejo; los que, por el contrario, huyen de él; en una palabra: los jóvenes a los cuales don Bosco aún no conoce… Pero la inmensa mayoría de los desconocidos estaba integrada por los que no están ni han estado en el Oratorio.
Mientras observaba con pena aquella multitud, el que me acompañaba me tomó de la mano y me dijo:
– Ven conmigo y verás otras cosas. Y así diciendo me condujo a un extremo apartado del valle rodeado de pequeñas colinas y cercado de un vallado de plantas esbeltas, en el cual había un gran prado cubierto de verdor, lo más riente que imaginarse puede y embalsamado por multitud de plantas aromáticas, esmaltado de flores silvestres y en el que, además, se descubrían frescos bosquecillos y corrientes de agua límpida. En él me encontré con una gran multitud de chicos, todos alegres, dedicados a formar un hermosísimo vestido con flores del prado.
– Al menos, tienes a éstos que te proporcionan grandes consuelos.
– ¿Quiénes son?, pregunté.
– Son los que están en gracia de Dios.
¡Ah! Os puedo asegurar que jamás vi criaturas tan bellas y resplandecientes y que nunca habría podido imaginar tanta hermosura. Sería imposible que me pusiese a describirlo, pues sería echar a perder lo que no se puede imaginar si no se ve. Pero me estaba reservado un espectáculo aún más sorprendente. Mientras estaba yo contemplando con inmenso placer a aquellos jóvenes, entre los que había muchos a los cuales no conocía, el guía me dijo:
– Ven, ven conmigo y te haré ver algo que te proporcionará una alegría y un consuelo aún mayor. Y me condujo a otro prado todo esmaltado de flores más bellas y olorosas que las que había visto anteriormente. Parecía un jardín regio. En él pude ver un número menor de jóvenes que en el prado anterior, pero de una tan extraordinaria belleza y de un esplendor tal que anulaban por completo a los que había admirado poco antes. Algunos de éstos están en el Oratorio, otros lo estarán con el tiempo.
Entonces el pastor me dijo:
– Estos son los que conservan la bella azucena de la pureza. Estos están revestidos aún con la estola de la inocencia.
Yo contemplaba extático aquel espectáculo. Casi todos llevaban en la cabeza una corona de flores de belleza indescriptible. Dichas flores estaban compuestas por otras florecillas de sorprendente gallardía y de colores tan vivos y variados que encantaban al que las miraba. Había más de mil colores en una sola flor y en cada flor se veían más de mil flores. Hasta los pies de aquellos jóvenes descendía una vestidura de fascinante blancura, entretejida de guirnaldas de flores, semejantes a las que formaban la corona. La luz encantadora que partía de las flores iluminaba toda la persona haciendo reflejar en ella la propia belleza. Las flores se espejaban unas en otras y las de las coronas en las que formaban las guirnaldas, reverberando cada una los rayos emitidos por las otras. Un rayo de un color al encontrarse con otro de distinto color daba origen a nuevos rayos, diversos entre sí y, por consiguiente, cada nuevo rayo producía otros distintos, de manera que yo jamás habría creído que en el paraíso hubiese un espectáculo tan múltiple y encantador. Pero esto no es todo. Los rayos de las flores y de las coronas de unos jóvenes se reflejaban en las flores y en los de las coronas de todos los demás; lo mismo sucedía con las guirnaldas y con las vestiduras de cada uno. Además, el resplandor del rostro de un joven al expandirse, se fundía con el resplandor del rostro de los compañeros y al reverberar sobre aquellas facciones inocentes y redondas, producían tanta luz que deslumbraban la vista e impedían fijar los ojos en ellas.
Y así, en uno solo, se concentraban las bellezas de todos los compañeros con una armonía de luz inefable. Era la gloria accidental de los santos. No hay imagen humana capaz de dar una idea, aunque pálida, de la belleza que adquiría cada uno de aquellos jóvenes, en medio de un océano de esplendor tan grande. Entre ellos pude ver a algunos que se encuentran actualmente en el Oratorio y estoy seguro de que, si pudiesen apreciar, aunque sólo fuese la décima parte de la hermosura de que los vi revestidos, estarían dispuestos a sufrir el tormento del fuego, a dejarse descuartizar, a afrontar el más cruel de los martirios, antes que perderla.
Apenas pude reaccionar un poco, después de haber contemplado semejante espectáculo, me volví a mi guía y le dije:
– Pero ¿en tan crecido número de mis jóvenes, son tan pocos los inocentes? ¿Tan contados son los que nunca han perdido la gracia de Dios?
El pastor respondió:
– ¿Cómo? ¿Te parece pequeño su número? Por otra parte, ten presente que los que han tenido la desgracia de perder el hermoso lirio de la pureza, y, por tanto, la inocencia, pueden seguir a sus compañeros por el camino de la penitencia. ¿Ves allá? En aquel prado hay muchas flores; con ellas pueden tejer una corona y una vestidura hermosísima y seguir también a los inocentes en la gloria.
– Dime algo más que yo pueda comunicar a mis jóvenes, añadí entonces.
– Repíteles que si supiesen cuán bella y preciosa es a los ojos de Dios la inocencia y la pureza, estarían dispuestos a hacer cualquier sacrificio para conservarla. Diles que se animen a cultivar esta bella virtud, la cual supera a las demás en hermosura y esplendor. Por algo los castos son los que crescunt tanquam lilia in conspectu Domini. (Crecen como lirios a los ojos del Señor).
Yo quise entonces introducirme en medio de aquellos mis queridos hijos tan bellamente coronados, pero tropecé al andar y me desperté encontrándome en la cama.
Hijos míos: ¿sois todos inocentes? Tal vez entre vosotros hay algunos que lo son y a ellos van dirigidas estas mis palabras. Por caridad: no perdáis un tesoro de tan inestimable valor. ¡La inocencia es algo que vale tanto como el Paraíso, como el mismo Dios! ¡Si hubieseis podido admirar la belleza de aquellos jovencitos recubiertos de flores! El conjunto de aquel espectáculo era tal, que yo habría dado cualquier cosa por seguir gozando de él, y si fuese pintor, consideraría como una gracia grande el poder plasmar en el lienzo, de alguna manera, lo que vi. Si conocieseis la belleza de un inocente, os someteríais a las pruebas más penosas, incluso a la misma muerte, con tal de conservar el tesoro de la inocencia.
El número de los que habían recuperado la gracia, aunque me produjo un gran consuelo, creí, con todo, que sería mayor. También me maravillé de ver a alguno que aquí parece bueno y en el sueño tenía unos cuernos muy grandes y muy gruesos…
Don Bosco terminó haciendo una cálida exhortación a los que habían perdido la inocencia para que se empeñasen voluntariosamente en
recuperar la gracia por medio de la penitencia.
Dos días después, el 18 de junio, el siervo de Dios subía a su tribuna y daba algunas nuevas explicaciones del sueño.
No sería necesaria explicación alguna respecto al sueño, pero volveré a repetir lo que ya os dije. La gran llanura es el mundo, y los distintos parajes y el estado al que fueron llamados aquí todos nuestros jóvenes. El rincón donde estaban los corderos es el Oratorio. Los corderos son todos los jóvenes que estuvieron, están y estarán en el Oratorio. Los tres prados de esta zona, el árido, el verde y el florido, indican los estados de pecado, de gracia y de inocencia. Los cuernos de los corderos son los escándalos dados en el pasado. Había, además, quienes tenían los cuernos rotos, o sea los que fueron escandalosos y después se enmendaron por completo. Todas aquellas cifras que representaban el número 3, y que se veían grabadas en las distintas partes del cuerpo de cada cordero, simbolizan, según me dijo el pastor, tres castigos que Dios enviará a los jóvenes: 1.° Carestía de auxilios espirituales. 2.° Carestía moral, o sea, falta de instrucción religiosa y de la palabra de Dios. 3.° Carestía material, o sea, carencia incluso del alimento. Los jóvenes resplandecientes son los que se encuentran en gracia de Dios y, sobre todo, los que conservan la inocencia bautismal y la bella virtud de la pureza. íQué gloria tan grande les espera a los tales!
Entreguémonos, pues, queridos jóvenes, con el mayor entusiasmo a la práctica de la virtud. El que no esté en gracia de Dios, que la adquiera y después emplee todos los medios necesarios y la ayuda de Dios para conservarse en ella hasta la muerte; pues, si es cierto que no todos podemos estar en compañía de los inocentes y formar corona a Jesús, Cordero Inmaculado, al menos podemos seguir detrás de ellos.
Uno de vosotros me preguntó si estaba entre los inocentes y yo le dije que no, que tenía los cuernos rotos. Me preguntó también si tenía llagas y le dije que sí.
– ¿Y qué significan esas llagas?, me preguntó.
Yo le respondí:
– No temas. Tus llagas están ya casi cicatrizadas y desaparecerán con el tiempo; tales llagas no son deshonrosas, como no lo son las cicatrices de un combatiente, el cual, a pesar de las heridas y de los ataques del enemigo, supo vencer y conseguir la victoria. ¡Por tanto, son cicatrices gloriosas! Pero aún es más honroso combatir en medio del enemigo sin ser herido. La incolumidad del que lo consigue es causa de admiración para todos.
Explicando este sueño, don Bosco dijo también que no pasaría mucho tiempo sin que se dejasen sentir estos tres males; – Peste, hambre y también falta de medios para hacer bien a las almas.
Añadió que no pasarían tres meses sin que sucediese algo de particular.
Este sueño produjo en los jóvenes la impresión y los frutos que había conseguido otras muchas veces con relatos semejantes.
(MB IT VIII 839- 845 / MB ES 713-718)
¡Hacia lo alto! San Pier Giorgio Frassati
“Queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía San Juan Pablo II, «quien suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande […], para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de Oración, 19 de agosto de 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la Comunión eucarística, la Confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que pronto serán proclamados Santos. Aspirad a cosas grandes, a la santidad, dondequiera que estéis. No os conforméis con menos. Entonces veréis crecer cada día, en vosotros y a vuestro alrededor, la luz del Evangelio” (Papa León XIV – homilía Jubileo de los jóvenes – 3 de agosto de 2025).
Pier Giorgio y Don Cojazzi
El senador Alfredo Frassati, embajador del Reino de Italia en Berlín, era el propietario y director del periódico La Stampa de Turín. Los Salesianos le debían un gran reconocimiento. Con motivo del gran montaje escandaloso conocido como “Los hechos de Varazze”, en el que se había intentado arrojar lodo sobre la honorabilidad de los Salesianos, Frassati los había defendido. Mientras incluso algunos periódicos católicos parecían perdidos y desorientados ante las graves y penosas acusaciones, La Stampa, tras una rápida investigación, se había adelantado a las conclusiones de la magistratura proclamando la inocencia de los Salesianos. Así, cuando de casa Frassati llegó la solicitud de un salesiano que se encargara de seguir los estudios de los dos hijos del senador, Pier Giorgio y Luciana, Don Paolo Albera, Rector Mayor, se sintió en la obligación de aceptar. Envió a Don Antonio Cojazzi (1880-1953). Era el hombre apto: buena cultura, temperamento juvenil y una excepcional capacidad comunicativa. Don Cojazzi se había licenciado en letras en 1905, en filosofía en 1906, y había obtenido el diploma de habilitación para la enseñanza de la lengua inglesa después de un serio perfeccionamiento en Inglaterra.
En casa Frassati, Don Cojazzi se convirtió en algo más que el ‘preceptor’ que seguía a los chicos. Se convirtió en un amigo, especialmente de Pier Giorgio, de quien diría: “Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y la preparatoria con lecciones que en los primeros años eran diarias; lo seguí con creciente interés y afecto”. Pier Giorgio, convertido en uno de los jóvenes líderde la Acción Católica turinesa, escuchaba las conferencias y lecciones que Don Cojazzi impartía a los socios del Círculo C. Balbo, seguía con interés la Revista de los Jóvenes, subía a veces a Valsalice en busca de luz y consejo en los momentos decisivos.
Un momento de notoriedad
Pier Giorgio lo recibió durante el Congreso Nacional de la Juventud Católica italiana, en 1921: cincuenta mil jóvenes que desfilaban por Roma, cantando y orando. Pier Giorgio, estudiante de ingeniería, sostenía la bandera tricolor del círculo turinés C. Balbo. Las tropas reales, de repente, rodearon la enorme procesión y la asaltaron para arrebatar las banderas. Querían impedir desórdenes. Un testigo contó: “Golpean con las culatas de los fusiles, agarran, rompen, arrancan nuestras banderas. Veo a Pier Giorgio forcejeando con dos guardias. Acudimos en su ayuda, y la bandera, con la asta rota, queda en sus manos. Encarcelados a la fuerza en un patio, los jóvenes católicos son interrogados por la policía. El testigo recuerda el diálogo llevado con los modos y las cortesías que se usan en semejantes contingencias:
– ¿Y tú, cómo te llamas?
– Pier Giorgio Frassati de Alfredo.
– ¿Qué hace tu padre?
– Embajador de Italia en Berlín.
Asombro, cambio de tono, disculpas, oferta de libertad inmediata.
– Saldré cuando salgan los demás.
Mientras tanto, el espectáculo bestial continúa. Un sacerdote es arrojado, literalmente arrojado al patio con la sotana rasgada y una mejilla sangrando… Juntos nos arrodillamos en el suelo, en el patio, cuando aquel sacerdote harapiento levantó el rosario y dijo: ¡Muchachos, por nosotros y por los que nos han golpeado, oremos!».
Amaba a los pobres
Pier Giorgio amaba a los pobres, los iba a buscar en los barrios más lejanos de la ciudad; subía las escaleras estrechas y oscuras; entraba en los desvanes donde solo habitan la miseria y el dolor. Todo lo que tenía en el bolsillo era para los demás, como todo lo que guardaba en el corazón. Llegaba a pasar las noches al lado de enfermos desconocidos. Una noche que no regresaba a casa, el padre, cada vez más ansioso, llamó a la comisaría, a los hospitales. A las dos se oyó girar la llave en la puerta y Pier Giorgio entró. Papá explotó:
– Mira, puedes estar fuera de día, de noche, nadie te dice nada. ¡Pero cuando llegas tan tarde, avisa, llama por teléfono!
Pier Giorgio lo miró, y con la habitual sencillez respondió:
– Papá, donde yo estaba, no había teléfono.
Las Conferencias de San Vicente de Paúl lo vieron como un asiduo colaborador; los pobres lo conocieron como consolador y socorredor; los miserables desvanes lo acogieron a menudo entre sus sórdidas paredes como un rayo de sol para sus desamparados habitantes. Dominado por una profunda humildad, no quería que nadie supiera lo que hacía.
Giorgetto, hermoso y santo
A principios de julio de 1925, Pier Giorgio fue atacado y abatido por un violento ataque de poliomielitis. Tenía 24 años. En su lecho de muerte, mientras una terrible enfermedad le devastaba la espalda, todavía pensaba en sus pobres. En una nota, con una letra ya casi indescifrable, escribió para el ingeniero Grimaldi, su amigo: Aquí están las inyecciones de Converso, la póliza es de Sappa. La he olvidado, renuévala tú.
Al regresar del funeral de Pier Giorgio, Don Cojazzi escribe de improviso un artículo para la Revista de los Jóvenes: “Repetiré la vieja frase, pero sincerísima: no creía amarlo tanto. ¡Giorgetto, hermoso y santo! ¿Por qué me cantan en el corazón estas palabras insistentes? Porque las oí repetir, las oí pronunciar durante casi dos días, por el padre, por la madre, por la hermana, con una voz que siempre decía y nunca repetía. Y porque afloran ciertos versos de una balada de Deroulède: «¡Se hablará de él durante mucho tiempo, en los palacios dorados y en las casas de campo perdidas! Porque de él hablarán también las chozas y los desvanes, donde pasó tantas veces como ángel consolador». Lo conocí a los diez años y lo seguí durante casi todo el bachillerato y parte de la preparatoria… lo seguí con creciente interés y afecto hasta su transfiguración actual… Escribiré su vida. Se trata de la recopilación de testimonios que presentan la figura de este joven en la plenitud de su luz, en la verdad espiritual y moral, en el testimonio luminoso y contagioso de bondad y generosidad”.
El best-seller de la editorial católica
Animado e impulsado también por el arzobispo de Turín, Mons. Giuseppe Gamba, Don Cojazzi se puso a trabajar con ahínco. Los testimonios llegaron numerosos y cualificados, fueron ordenados y examinados con cuidado. La madre de Pier Giorgio seguía el trabajo, daba sugerencias, proporcionaba material. En marzo de 1928 sale la vida de Pier Giorgio. Escribe Luigi Gedda: “Fue un éxito rotundo. En solo nueve meses se agotaron 30 mil copias del libro. En 1932 ya se habían difundido 70 mil copias. En el lapso de 15 años, el libro sobre Pier Giorgio alcanzó 11 ediciones, y quizás fue el best-seller de la editorial católica en ese período”.
La figura iluminada por Don Cojazzi fue una bandera para la Acción Católica durante el difícil tiempo del fascismo. En 1942 habían tomado el nombre de Pier Giorgio Frassati: 771 asociaciones juveniles de Acción Católica, 178 secciones aspirantes, 21 asociaciones universitarias, 60 grupos de estudiantes de secundaria, 29 conferencias de San Vicente, 23 grupos del Evangelio… El libro fue traducido al menos a 19 idiomas.
El libro de Don Cojazzi marcó un punto de inflexión en la historia de la juventud italiana. Pier Giorgio fue el ideal señalado sin ninguna reserva: alguien que supo demostrar que ser cristiano hasta el fondo no es en absoluto utópico ni fantástico.
Pier Giorgio Frassati también marcó un punto de inflexión en la historia de Don Cojazzi. Aquella nota escrita por Pier Giorgio en su lecho de muerte le reveló de manera concreta, casi brutal, el mundo de los pobres. El mismo Don Cojazzi escribe: “El Viernes Santo de este año (1928) con dos universitarios visité durante cuatro horas a los pobres fuera de Porta Metronia. Aquella visita me proporcionó una lección y una humillación muy saludables. Yo había escrito y hablado muchísimo sobre las Conferencias de San Vicente… y sin embargo nunca había ido ni una sola vez a visitar a los pobres. En aquellas sucias chabolas a menudo se me salían las lágrimas… ¿La conclusión? Aquí está clara y cruda para mí y para vosotros: menos palabras bonitas y más obras buenas”.
El contacto vivo con los pobres no es solo una aplicación inmediata del Evangelio, sino una escuela de vida para los jóvenes. Son la mejor escuela para los jóvenes, para educarlos y mantenerlos en la seriedad de la vida. Quien visita a los pobres y toca con sus propias manos sus llagas materiales y morales, ¿cómo puede malgastar su dinero, su tiempo, su juventud? ¿Cómo puede quejarse de sus propios trabajos y dolores, cuando ha conocido, por experiencia directa, que otros sufren más que él?
¡No vegetar, sino vivir!
Pier Giorgio Frassati es un ejemplo luminoso de santidad juvenil, actual, «enmarcado» en nuestro tiempo. Él atestigua una vez más que la fe en Jesucristo es la religión de los fuertes y de los verdaderamente jóvenes, que solo ella puede iluminar todas las verdades con la luz del «misterio» y que solo ella puede regalar la perfecta alegría. Su existencia es el modelo perfecto de la vida normal al alcance de todos. Él, como todos los seguidores de Jesús y del Evangelio, comenzó por las pequeñas cosas; llegó a las alturas más sublimes a fuerza de sustraerse a los compromisos de una vida mediocre y sin sentido y empleando la natural terquedad en sus firmes propósitos. Todo, en su vida, le sirvió de escalón para subir; incluso aquello que debería haberle sido un tropiezo. Entre sus compañeros era el intrépido y exuberante animador de cada empresa, atrayendo a su alrededor tanta simpatía y tanta admiración. La naturaleza le había sido generosa en favores: de familia renombrada, rico, de ingenio sólido y práctico, físico apuesto y robusto, educación completa, nada le faltaba para abrirse camino en la vida. Pero él no pretendía vegetar, sino conquistar su lugar al sol, luchando. Era un hombre de temple y un alma de cristiano.
Su vida tenía en sí misma una coherencia que descansaba en la unidad del espíritu y de la existencia, de la fe y de las obras. La fuente de esta personalidad tan luminosa estaba en la profunda vida interior. Frassati rezaba. Su sed de Gracia le hacía amar todo lo que llena y enriquece el espíritu. Se acercaba cada día a la Santa Comunión, luego permanecía a los pies del altar, largo tiempo, sin que nada pudiera distraerlo. Rezaba en los montes y por el camino. Sin embargo, la suya no era una fe ostentosa, aunque las señales de la cruz hechas en la vía pública al pasar por delante de las iglesias eran grandes y seguras, aunque el Rosario se rezaba en voz alta, en un vagón de tren o en la habitación de un hotel. Pero era más bien una fe vivida tan intensa y sinceramente que brotaba de su alma generosa y franca con una sencillez de actitud que convencía y conmovía. Su formación espiritual se fortaleció en las adoraciones nocturnas de las que fue ferviente propugnador e infaltable participante. Realizó los ejercicios espirituales en más de una ocasión, obteniendo de ellos serenidad y vigor espiritual.
El libro de Don Cojazzi se cierra con la frase: «Haberlo conocido o haber oído hablar de él significa amarlo, y amarlo significa seguirlo». El deseo es que el testimonio de Piergiorgio Frassati sea “sal y luz” para todos, especialmente para los jóvenes de hoy.
Conversión
Diálogo entre un hombre recién convertido a Cristo y un amigo incrédulo:
“¿Así que te convertiste a Cristo?”
“Sí”
“Entonces debe saber mucho sobre él. Dime, ¿en qué país nació?”
“No lo sé”.
“¿Qué edad tenía cuando murió?”
“No lo sé”.
“¿Cuántos libros escribió?”
“No lo sé”.
“¡Definitivamente sabes muy poco para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo!”.
“Tiene razón. Me avergüenzo de lo poco que sé sobre él. Pero lo que sí sé es esto: hace tres años era un borracho. Estaba muy endeudado. Mi familia se desmoronaba. Mi mujer y mis hijos temían mi regreso a casa cada noche. Pero ahora he dejado de beber; ya no tenemos deudas; nuestra casa es ahora un hogar feliz; mis hijos esperan con impaciencia mi vuelta a casa por la noche. Todo esto lo ha hecho Cristo por mí. Y esto es lo que sé de Cristo”.
Lo que más importa es precisamente cómo Jesús cambia nuestras vidas. Debemos insistir en ello con fuerza: seguir a Jesús significa cambiar nuestra forma de ver a Dios, a los demás, al mundo y a nosotros mismos. Comparada con la auspiciada por la opinión corriente, es otra forma de vivir y otra forma de morir. Este es el misterio de la “conversión”.