Patagonia: “La mayor empresa de nuestra Congregación

Tan pronto como llegaron a la Patagonia, los Salesianos – liderados por Don Bosco – buscaron obtener un Vicariato Apostólico que garantizara autonomía pastoral y apoyo de Propaganda Fide. Entre 1880 y 1882, repetidas solicitudes a Roma, al presidente argentino Roca y al arzobispo de Buenos Aires se toparon con disturbios políticos y desconfianzas eclesiásticas. Misioneros como Rizzo, Fagnano, Costamagna y Beauvoir recorrían el Río Negro, el Colorado y hasta el lago Nahuel-Huapi, estableciendo presencia entre indios y colonos. El giro decisivo llegó el 16 de noviembre de 1883: un decreto erigió el Vicariato de la Patagonia septentrional, confiado a monseñor Giovanni Cagliero, y la Prefectura meridional, dirigida por monseñor Giuseppe Fagnano. Desde ese momento, la obra salesiana se arraigó «en el fin del mundo», preparando su futuro florecimiento.

            Los Salesianos acababan de llegar a la Patagonia cuando Don Bosco, el 22 de marzo de 1880, volvió a insistir ante varias Congregaciones Romanas y ante el mismo Papa León XIII para la erección del Vicariato o Prefectura de la Patagonia con sede en Carmen, que abarcase las colonias ya constituidas o que se fueran organizando a orillas del Río Negro, desde el 36º hasta el 50º grado de latitud Sur. Carmen podría haber llegado a ser “el centro de las Misiones Salesianas entre los Indios”.
            Pero los disturbios militares en el momento de la elección del general Roca como Presidente de la República (mayo-agosto 1880) y la muerte del inspector salesiano don Francesco Bodrato (agosto 1880) hicieron suspender los trámites. Don Bosco insistió también ante el Presidente en noviembre, pero sin resultados. El Vicariato no era querido ni por el arzobispo ni era bien visto por la autoridad política.
            Pocos meses después, en enero de 1881, Don Bosco animaba al nuevo inspector don Giacomo Costamagna a esforzarse por el Vicariato en la Patagonia y aseguraba al director-párroco don Fagnano que respecto a la Patagonia – “la mayor empresa de nuestra Congregación” – una gran responsabilidad pronto recaería sobre él. Pero se seguía en un impasse.
            Mientras tanto, en la Patagonia, don Emilio Rizzo, que había acompañado en 1880 al vicario de Buenos Aires monseñor Espinosa a lo largo del Río Negro hasta Roca (50 km), junto con otros salesianos se preparaba para nuevas misiones móviles por el mismo río. Don Fagnano, en 1881, pudo acompañar al ejército hasta la Cordillera. Don Bosco, impaciente, estaba ansioso y don Costamagna todavía en noviembre de 1881 le aconsejó que tratara directamente con Roma.
            Por suerte, a finales de 1881 vino a Italia monseñor Espinosa; Don Bosco aprovechó para informar por su intermediación al arzobispo de Buenos Aires, que en abril de 1882 pareció favorable al proyecto de un Vicariato confiado a los Salesianos. Más bien por la imposibilidad de atenderlo con su clero. Pero una vez más no se concretó.
            En el verano de 1882 y luego en 1883 don Beauvoir acompañó al ejército hasta el lago Nahuel-Huapi en los Andes (880 km); otras excursiones apostólicas habían hecho otros salesianos en abril a lo largo del Río Colorado, mientras don Beauvoir regresaba a Roca y en agosto don Milanesio se internaba hasta Ñorquín en Neuquén (900 km).
            Don Bosco estaba cada vez más convencido de que sin un Vicariato apostólico propio, los Salesianos no gozarían de la necesaria libertad de acción, dadas las difíciles relaciones que él mismo tuvo con su arzobispo de Turín y considerando también que el Concilio Vaticano I no decidió nada sobre las difíciles relaciones entre Ordinarios y superiores de Congregaciones religiosas en territorios de misión. Además, cosa no menor, sólo un Vicariato misionero podría contar con el apoyo financiero de la Congregación de Propaganda Fide.
            Por ello, Don Bosco retomó sus esfuerzos, presentando a la Santa Sede la propuesta de división administrativa de la Patagonia y Tierra del Fuego en tres Vicariatos o Prefecturas: desde el Río Colorado al Río Chubut, de éste al Río Santa Cruz, y de éstos a las islas de Tierra del Fuego, incluyendo las Malvinas (Falklands).
            Algunos meses después, el Papa León XIII accedió y solicitó los nombres. Don Bosco entonces sugirió al cardenal Simeoni la erección de un solo Vicariato para la Patagonia septentrional con sede en Carmen, del que dependiera una Prefectura apostólica para la Patagonia meridional. Para esta última propuso a don Fagnano; para el Vicariato a don Cagliero o don Costamagna.

Un sueño que se cumple
            El 16 de noviembre de 1883, un decreto de Propaganda Fide erigió el Vicariato apostólico de la Patagonia septentrional y central, que comprendía el sur de la provincia de Buenos Aires, los territorios nacionales de La Pampa central, el Río Negro, Neuquén y Chubut. Cuatro días después lo confió a don Cagliero como Provicario apostólico (y posteriormente Vicario apostólico). El 2 de diciembre de 1883 fue el turno de Fagnano para ser nombrado Prefecto apostólico de la Patagonia chilena, del territorio chileno de Magallanes-Punta Arenas, del territorio argentino de Santa Cruz, de las islas Malvinas y de otras islas no bien definidas que se extendían hasta el estrecho de Magallanes. Eclesiásticamente, la Prefectura cubría áreas pertenecientes a la diócesis chilena de San Carlos de Ancud.
            El sueño del famoso viaje en tren de Cartagena en Colombia a Punta Arenas en Chile del 10 de agosto de 1883 empezaba así a realizarse, más aún cuando algunos Salesianos desde Montevideo en Uruguay a comienzos de 1883 habían llegado a fundar la casa de Niterói en Brasil. El largo proceso para poder gestionar una misión con plena libertad canónica había llegado a su fin. En octubre de 1884 don Cagliero sería investido con la designación de Vicario apostólico de la Patagonia, donde haría su entrada el 8 de julio siguiente, siete meses después de su consagración episcopal ocurrida en Valdocco el 7 de diciembre de 1884.

Lo que siguió
            Aunque en medio de dificultades de todo tipo que la historia recuerda – incluyendo acusaciones y verdaderas calumnias – la obra salesiana desde esos tímidos comienzos se desplegó rápidamente tanto en la Patagonia Argentina como en la chilena. Se arraigó mayormente en pequeños centros de indios y colonos, hoy convertidos en pueblos y ciudades. Monseñor Fagnano en 1887 se estableció en Punta Arenas (Chile), desde donde comenzó poco después las misiones en las islas de Tierra del Fuego. Misioneros generosos y capaces gastaron generosamente la vida a uno y otro lado del Estrecho de Magallanes “por la salvación de las almas” y también de los cuerpos (en la medida de sus posibilidades) de los habitantes de esas tierras “allá, en el fin del mundo”. Lo han reconocido muchos, entre ellos una persona que sabe del tema, porque también vino “casi desde el fin del mundo”: el papa Francisco.

Foto de época: Los tres Bororòs que acompañaron a los misioneros salesianos a Cuiabá (1904)




La radicalidad evangélica del Beato Stefano Sándor

Stefano Sándor (Szolnok 1914 – Budapest 1953) es un mártir coadjutor salesiano. Joven alegre y devoto, tras estudiar metalurgia ingresó entre los Salesianos, convirtiéndose en maestro tipógrafo y guía de los jóvenes. Animó oratorios, fundó la Juventud Obrera Católica y transformó trincheras y obras en «oratorios festivos». Cuando el régimen comunista confiscó las obras eclesiales, continuó clandestinamente educando y salvando a jóvenes y maquinaria; arrestado, fue colgado el 8 de junio de 1953. Enraizado en la Eucaristía y en la devoción a María, encarnó la radicalidad evangélica de Don Bosco con dedicación educativa, coraje y fe inquebrantable. Beatificado por el papa Francisco en 2013, sigue siendo un modelo de santidad laical salesiana.

1. Datos biográficos
            Sándor Stefano nació en Szolnok, Hungría, el 26 de octubre de 1914, hijo de Stefano y Maria Fekete, el primero de tres hermanos. Su padre era empleado de los Ferrocarriles del Estado, mientras que su madre era ama de casa. Ambos transmitieron a sus hijos una profunda religiosidad. Stefano estudió en su ciudad, obteniendo el diploma de técnico metalúrgico. Desde joven era estimado por sus compañeros, era alegre, serio y amable. Ayudaba a sus hermanos menores a estudiar y a rezar, siendo el primero en dar el ejemplo. Hizo con fervor la confirmación comprometiéndose a imitar a su santo protector y a san Pedro. Servía cada día la santa Misa con los padres franciscanos, recibiendo la Eucaristía.
            Leyendo el Boletín Salesiano conoció a Don Bosco. Se sintió inmediatamente atraído por el carisma salesiano. Consultó con su director espiritual, expresándole el deseo de ingresar en la Congregación salesiana. También lo habló con sus padres. Ellos le negaron el consentimiento y trataron de disuadirlo por todos los medios. Pero Stefano logró convencerlos, y en 1936 fue aceptado en el Clarisseum, sede de los Salesianos en Budapest, donde en dos años hizo el aspirantado. Asistió en la imprenta “Don Bosco” a los cursos de técnico impresor. Comenzó el noviciado, pero tuvo que interrumpirlo por la llamada a las armas.
            En 1939 obtuvo el alta definitiva y, tras el año de noviciado, emitió su primera profesión el 8 de septiembre de 1940 como salesiano coadjutor. Destinado al Clarisseum, se comprometió activamente en la enseñanza en los cursos profesionales. También tuvo la responsabilidad de la asistencia al oratorio, que llevó a cabo con entusiasmo y competencia. Fue el promotor de la Juventud Obrera Católica. Su grupo fue reconocido como el mejor del movimiento. Siguiendo el ejemplo de Don Bosco, se mostró como un educador modelo. En 1942 fue llamado al frente y se ganó una medalla de plata al valor militar. La trinchera era para él un oratorio festivo que animaba salesianamente, reconfortando a sus compañeros de servicio. Al final de la Segunda Guerra Mundial se comprometió en la reconstrucción material y moral de la sociedad, dedicándose en particular a los jóvenes más pobres, a quienes reunía enseñándoles un oficio. El 24 de julio de 1946 emitió su profesión perpetua. En 1948 obtuvo el título de maestro impresor. Al final de sus estudios, los alumnos de Stefano eran contratados en las mejores imprentas de la capital Budapest y de Hungría.
            Cuando el Estado en 1949, bajo Mátyás Rákosi, confiscó los bienes eclesiásticos y comenzaron las persecuciones contra las escuelas católicas, que tuvieron que cerrar, Sándor trató de salvar lo salvable, al menos algunas máquinas de impresión y algo del mobiliario que había costado tantos sacrificios. De repente, los religiosos se encontraron sin nada, todo había pasado a ser del Estado. El estalinismo de Rákosi continuó arremetiendo: los religiosos fueron dispersados. Sin hogar, trabajo, comunidad, muchos se redujeron a la clandestinidad. Se adaptaron a hacer de todo: basureros, campesinos, peones, cargadores, sirvientes… También Stefano tuvo que “desaparecer”, dejando su imprenta que se había vuelto famosa. En lugar de refugiarse en el extranjero, permaneció en su país para salvar a la juventud húngara. Capturado in fraganti (estaba tratando de salvar algunas máquinas de impresión), tuvo que huir rápidamente y permanecer escondido durante algunos meses; luego, bajo otro nombre, logró conseguir trabajo en una fábrica de detergentes de la capital, pero continuó valiente y clandestinamente su apostolado, a pesar de saber que era una actividad estrictamente prohibida. En julio de 1952 fue capturado en su lugar de trabajo y no fue más visto por sus hermanos. Un documento oficial certifica su proceso y condena a muerte, ejecutada por ahorcamiento el 8 de junio de 1953.
            La fase diocesana de la Causa de martirio comenzó en Budapest el 24 de mayo de 2006 y concluyó el 8 de diciembre de 2007. El 27 de marzo de 2013, el Papa Francisco autorizó a la Congregación de las Causas de los Santos a promulgar el Decreto de martirio y a celebrar el rito de beatificación, que tuvo lugar el sábado 19 de octubre de 2013 en Budapest.

2. Testimonio original de santidad salesiana
            Los rápidos datos sobre la biografía de Sándor nos han introducido en el corazón de su historia espiritual. Contemplando la fisonomía que ha asumido en él la vocación salesiana, marcada por la acción del Espíritu y ahora propuesta por la Iglesia, descubrimos algunos rasgos de esa santidad: el profundo sentido de Dios y la plena y serena disponibilidad a su voluntad, la atracción por Don Bosco y la cordial pertenencia a la comunidad salesiana, la presencia animadora y alentadora entre los jóvenes, el espíritu de familia, la vida espiritual y de oración cultivada personalmente y compartida con la comunidad, la total consagración a la misión salesiana vivida en la dedicación a los aprendices y a los jóvenes trabajadores, a los chicos del oratorio, a la animación de grupos juveniles. Se trata de una activa presencia en el mundo educativo y social, toda animada por la caridad de Cristo que lo impulsa interiormente.
            No faltaron gestos que tienen de heroico y de inusual, hasta el supremo de donar su propia vida por la salvación de la juventud húngara. «Un joven quería saltar al tranvía que pasaba frente a la casa salesiana. Cometiendo un error, cayó bajo el vehículo. La tren se detuvo demasiado tarde; una rueda lo hirió profundamente en el muslo. Una gran multitud se reunió para observar la escena sin intervenir, mientras el pobre desafortunado estaba a punto de desangrarse. En ese momento se abrió la puerta del colegio y Pista (nombre familiar de Stefano) corrió afuera con una camilla plegable bajo el brazo. Tiró su chaqueta al suelo, se metió debajo del tranvía y sacó al joven con prudencia, apretando su cinturón alrededor del muslo sangrante, y colocó al chico en la camilla. En ese momento llegó la ambulancia. La multitud aplaudió a Pista con entusiasmo. Él se sonrojó, pero no pudo ocultar la alegría de haber salvado la vida a alguien».
            Uno de sus chicos recuerda: «Un día me enfermé gravemente de tifus. En el hospital de Újpest, mientras mis padres se preocupaban por mi vida a mi lado, Stefano Sándor se ofreció a darme sangre, si fuera necesario. Este acto de generosidad conmovió mucho a mi madre y a todas las personas a mi alrededor».
            Aunque han pasado más de sesenta años desde su martirio y ha sido profunda la evolución de la Vida Consagrada, de la experiencia salesiana, de la vocación y de la formación del salesiano coadjutor, el camino salesiano hacia la santidad trazado por Stefano Sándor es un signo y un mensaje que abre perspectivas para el hoy. De este modo se cumple la afirmación de las Constituciones salesianas: «Los hermanos que han vivido o viven en plenitud el proyecto evangélico de las Constituciones son para nosotros estímulo y ayuda en el camino de santificación». Su beatificación indica concretamente esa «alta medida de la vida cristiana ordinaria» indicada por Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte.

2.1. Bajo el estandarte de Don Bosco
            Siempre es interesante tratar de identificar en el plan misterioso que el Señor teje sobre cada uno de nosotros el hilo conductor de toda la existencia. Con una fórmula sintética, el secreto que ha inspirado y guiado todos los pasos de la vida de Stefano Sándor se puede sintetizar con estas palabras: siguiendo a Jesús, con Don Bosco y como Don Bosco, en todas partes y siempre. En la historia vocacional de Stefano, Don Bosco irrumpe de manera original y con los rasgos típicos de una vocación bien identificada, como escribió el párroco franciscano, presentando al joven Stefano: «Aquí en Szolnok, en nuestra parroquia, tenemos un joven muy bueno: Stefano Sándor, de quien soy padre espiritual y que, al terminar la escuela técnica, aprendió el oficio en una escuela metalúrgica; hace la Comunión diariamente y le gustaría ingresar en una orden religiosa. Con nosotros no tendríamos ninguna dificultad, pero él querría entrar en los Salesianos como hermano laico».
            El juicio halagador del párroco y director espiritual destaca: los rasgos de trabajo y oración típicos de la vida salesiana; un camino espiritual perseverante y constante con una guía espiritual; el aprendizaje del arte tipográfico que con el tiempo se perfeccionará y se especializará.
            Había llegado a conocer a Don Bosco a través del Boletín Salesiano y las publicaciones salesianas de Rákospalota. De este contacto a través de la prensa salesiana nació quizás su pasión por la tipografía y por los libros. En la carta al Inspector de los Salesianos de Hungría, don János Antal, donde pide ser aceptado entre los hijos de Don Bosco, declaraba: «Siento la vocación de entrar en la Congregación salesiana. Se necesita trabajo en todas partes; sin trabajo no se puede alcanzar la vida eterna. A mí me gusta trabajar».
            Desde el principio emerge la voluntad fuerte y decidida de perseverar en la vocación recibida, como luego de hecho sucederá. Cuando el 28 de mayo de 1936 solicitó la admisión al noviciado salesiano, declaró haber «conocido la Congregación salesiana y haber sido cada vez más confirmado en su vocación religiosa, tanto que confía en poder perseverar bajo el estandarte de Don Bosco». Con pocas palabras, Sándor expresa una conciencia vocacional de alto perfil: conocimiento experiencial de la vida y del espíritu de la Congregación; confirmación de una elección justa e irreversible; seguridad para el futuro de ser fiel en el campo de batalla que lo espera.
            El acta de admisión al noviciado, en lengua italiana (2 de junio de 1936), califica unánimemente la experiencia del aspirantado: «Con excelente resultado, diligente, de buena piedad y se ofreció por sí mismo al oratorio festivo, fue práctico, de buen ejemplo, recibió el certificado de impresor, pero aún no tiene la perfecta practicidad». Ya están presentes esos rasgos que, consolidados posteriormente en el noviciado, definirán su fisonomía de religioso salesiano laico: la ejemplaridad de la vida, la generosa disponibilidad a la misión salesiana, la competencia en la profesión de impresor.
            El 8 de septiembre de 1940 emite su profesión religiosa como salesiano coadjutor. De este día de gracia, reproducimos una carta escrita por Pista, como se le llamaba familiarmente, a sus padres: «Queridos padres, tengo que informarles de un evento importante para mí y que dejará huellas indelebles en mi corazón. El 8 de septiembre, por gracia de Dios y con la protección de la Santa Virgen, me he comprometido con la profesión a amar y servir a Dios. En la fiesta de la Virgen Madre he hecho mi matrimonio con Jesús y le he prometido con el triple voto ser Suyo, no separarme nunca más de Él y perseverar en la fidelidad a Él hasta la muerte. Por lo tanto, les pido a todos ustedes que no me olviden en sus oraciones y en las Comuniones, haciendo votos para que yo pueda permanecer fiel a mi promesa hecha a Dios. Pueden imaginar que ese fue para mí un día alegre, nunca antes vivido en mi vida. Creo que no podría haberle dado a la Virgen un regalo de cumpleaños más grato que el regalo de mí mismo. Imagino que el buen Jesús los habrá mirado con ojos afectuosos, siendo ustedes quienes me donaron a Dios… Saludos afectuosos a todos. PISTA».

2.2. Dedicación absoluta a la misión
            «La misión da a toda nuestra existencia su tono concreto…», dicen las Constituciones salesianas. Stefano Sándor vivió la misión salesiana en el campo que le había sido confiado, encarnando la caridad pastoral educativa como salesiano coadjutor, con el estilo de Don Bosco. Su fe lo llevó a ver a Jesús en los jóvenes aprendices y trabajadores, en los chicos del oratorio, en los de la calle.
            En la industria tipográfica, la dirección competente de la administración es considerada una tarea esencial. Stefano Sándor estaba encargado de la dirección, del entrenamiento práctico y específico de los aprendices y de la fijación de los precios de los productos tipográficos. La imprenta “Don Bosco” gozaba en todo el país de gran prestigio. Formaban parte de las ediciones salesianas el Boletín Salesiano, Juventud Misionera, revistas para la juventud, el Calendario Don Bosco, libros de devoción y la edición en traducción húngara de los escritos oficiales de la Dirección General de los Salesianos. Es en ese ambiente que Stefano Sándor comenzó a amar los libros católicos que no solo eran preparados por él para la impresión, sino también estudiados.
            En el servicio a la juventud, él también era responsable de la educación colegial de los jóvenes. También esta era una tarea importante, además de su entrenamiento técnico. Era indispensable disciplinar a los jóvenes, en fase de desarrollo vigoroso, con firmeza afectuosa. En cada momento del período de aprendiz, él los acompañaba como un hermano mayor. Stefano Sándor se destacó por una fuerte personalidad: poseía una excelente formación específica, acompañada de disciplina, competencia y espíritu comunitario.
            No se contentaba con un solo trabajo determinado, sino que se mostraba disponible a cada necesidad. Asumió la tarea de sacristán de la pequeña iglesia del Clarisseum y se ocupó de la dirección del “Pequeño Clero”. Prueba de su capacidad de resistencia fue también el compromiso espontáneo de trabajo voluntario en el floreciente oratorio, frecuentado regularmente por los jóvenes de los dos suburbios de Újpest y Rákospalota. Le gustaba jugar con los chicos; en los partidos de fútbol, hacía de árbitro con gran competencia.

2.3. Religioso educador
            Stefano Sándor fue educador en la fe de cada persona, hermano y joven, especialmente en los momentos de prueba y en la hora del martirio. Realmente, Sándor había hecho de la misión por los jóvenes su propio espacio educativo, donde vivía diariamente los criterios del Sistema Preventivo de Don Bosco – razón, religión, amabilidad – en la cercanía y asistencia amorosa a los jóvenes trabajadores, en la ayuda prestada para comprender y aceptar las situaciones de sufrimiento, en el testimonio vivo de la presencia del Señor y de su amor indefectible.
            En Rákospalota, Stefano Sándor se dedicó con celo a la formación de los jóvenes tipógrafos y a la educación de los jóvenes del oratorio y de los “Pajes del Sagrado Corazón”. En estos frentes manifestó un marcado sentido del deber, viviendo con gran responsabilidad su vocación religiosa y caracterizándose por una madurez que suscitaba admiración y estima. «Durante su actividad tipográfica, vivía concienzudamente su vida religiosa, sin ninguna voluntad de aparecer. Practicaba los votos de pobreza, castidad y obediencia, sin ninguna obligación. En este campo, su sola presencia valía un testimonio, sin decir ninguna palabra. También los alumnos reconocían su autoridad, gracias a sus modos fraternales. Ponía en práctica todo lo que decía o pedía a los alumnos, y a nadie se le ocurría contradecirlo de ninguna manera».
            György Érseki conocía a los Salesianos desde 1945 y después de la Segunda Guerra Mundial fue a vivir a Rákospalota, en el Clarisseum. Su conocimiento con Stefano Sándor duró hasta 1947. Durante este período no solo nos ofrece un vistazo de la múltiple actividad del joven coadjutor, tipógrafo, catequista y educador de la juventud, sino también una lectura profunda, de la cual emerge la riqueza espiritual y la capacidad educativa de Stefano: «Stefano Sándor fue una persona muy dotada por naturaleza. En calidad de pedagogo, puedo sostener y confirmar su capacidad de observación y su personalidad polifacética. Fue un buen educador y lograba manejar a los jóvenes, uno por uno, de una manera óptima, eligiendo el tono adecuado con todos. Hay aún un detalle perteneciente a su personalidad: consideraba cada uno de sus trabajos un santo deber, consagrando, sin esfuerzos y con gran naturalidad, toda su energía a la realización de este propósito sagrado. Gracias a un instinto innato, lograba captar la atmósfera y influirla positivamente. […] Tenía un carácter fuerte como educador; se preocupaba de todos individualmente. Se interesaba por nuestros problemas personales, reaccionando siempre de la manera más adecuada para nosotros. De esta manera realizaba los tres principios de Don Bosco: la razón, la religión y la amabilidad… Los coadjutores salesianos no usaban la vestimenta fuera del contexto litúrgico, pero el aspecto de Stefano Sándor se distinguía de la masa de la gente. En lo que respecta a su actividad de educador, nunca recurría al castigo físico, prohibido según los principios de Don Bosco, a diferencia de otros maestros salesianos más impulsivos, incapaces de dominarse y que a veces daban bofetadas. Los alumnos aprendices confiados a él formaban una pequeña comunidad dentro del colegio, aunque eran diferentes entre sí desde el punto de vista de la edad y la cultura. Ellos comían en el comedor junto a los otros estudiantes, donde habitualmente durante las comidas se leía la Biblia. Naturalmente, también estaba presente Stefano Sándor. Gracias a su presencia, el grupo de aprendices industriales siempre resultó ser el más disciplinado… Stefano Sándor siempre se mantuvo juvenil, demostrando gran comprensión hacia los jóvenes. Captando sus problemas, transmitía mensajes positivos y sabía aconsejarlos tanto en el plano personal como en el religioso. Su personalidad revelaba gran tenacidad y resistencia en el trabajo; incluso en las situaciones más difíciles, se mantenía fiel a sus ideales y a sí mismo. El colegio salesiano de Rákospalota albergaba una gran comunidad, requiriendo un trabajo con los jóvenes a más niveles. En el colegio, junto a la tipografía, vivían jóvenes salesianos en formación, que estaban en estrecha relación con los coadjutores. Recuerdo los siguientes nombres: József Krammer, Imre Strifler, Vilmos Klinger y László Merész. Estos jóvenes tenían tareas diferentes a las de Stefano Sándor y también se diferenciaban en carácter. Sin embargo, gracias a su vida en común, conocían los problemas, las virtudes y los defectos unos de otros. Stefano Sándor en su relación con estos clérigos siempre encontró la medida adecuada. Stefano Sándor logró encontrar el tono fraternal para amonestarlos, cuando mostraban alguna de sus faltas, sin caer en el paternalismo. De hecho, fueron los jóvenes clérigos quienes pidieron su opinión. En mi opinión, él realizó los ideales de Don Bosco. Desde el primer momento de nuestro conocimiento, Stefano Sándor representó el espíritu que caracterizaba a los miembros de la Sociedad Salesiana: sentido del deber, pureza, religiosidad, practicidad y fidelidad a los principios cristianos».
            Un joven de esa época recuerda así el espíritu que animaba a Stefano Sándor: «Mi primer recuerdo de él está ligado a la sacristía del Clarisseum, en la que él, en calidad de sacristán principal, exigía el orden, imponiendo la seriedad debida a la situación, permaneciendo sin embargo siempre él, con su comportamiento, a darnos el buen ejemplo. Era una de sus características el darnos las directrices con un tono moderado, sin alzar la voz, pidiéndonos más bien cortésmente que hiciéramos nuestros deberes. Este su comportamiento espontáneo y amigable nos conquistó. Le queríamos de verdad. Nos encantó la naturalidad con la que Stefano Sándor se ocupaba de nosotros. Nos enseñaba, oraba y vivía con nosotros, testimoniando la espiritualidad de los coadjutores salesianos de ese tiempo. Nosotros, jóvenes, a menudo no nos dábamos cuenta de cuán especiales eran estas personas, pero él se destacaba por su seriedad, que manifestaba en la iglesia, en la tipografía y hasta en el campo de juego».

3. Reflejo de Dios con radicalidad evangélica
            Lo que daba espesor a todo esto – la dedicación a la misión y la capacidad profesional y educativa – y que impactaba inmediatamente a quienes lo encontraban era la figura interior de Stefano Sándor, la de discípulo del Señor, que vivía en cada momento su consagración, en la constante unión con Dios y en la fraternidad evangélica. De los testimonios procesales emerge una figura completa, también por ese equilibrio salesiano por el cual las diferentes dimensiones se conjugan en una personalidad armónica, unificada y serena, abierta al misterio de Dios vivido en lo cotidiano.
            Un rasgo que impacta de tal radicalidad es el hecho de que desde el noviciado todos sus compañeros, incluso aquellos aspirantes al sacerdocio y mucho más jóvenes que él, lo estimaban y lo veían como modelo a imitar. La ejemplaridad de su vida consagrada y la radicalidad con la que vivió y testificó los consejos evangélicos lo distinguieron siempre y en todas partes, por lo que en muchas ocasiones, incluso en el tiempo de la prisión, varios pensaban que era un sacerdote. Tal testimonio dice mucho de la singularidad con la que Stefano Sándor vivió siempre con clara identidad su vocación de salesiano coadjutor, evidenciando precisamente lo específico de la vida consagrada salesiana como tal. Entre los compañeros de noviciado, Gyula Zsédely habla así de Stefano Sándor: «Entramos juntos en el noviciado salesiano de Santo Stefano en Mezőnyárád. Nuestro maestro fue Béla Bali. Aquí pasé un año y medio con Stefano Sándor y fui testigo ocular de su vida, modelo de joven religioso. Aunque Stefano Sándor tenía al menos nueve-diez años más que yo, convivía con sus compañeros de noviciado de manera ejemplar; participaba en las prácticas de piedad junto a nosotros. No sentíamos en absoluto la diferencia de edad; él estaba a nuestro lado con afecto fraternal. Nos edificaba no solo a través de su buen ejemplo, sino también dándonos consejos prácticos en relación con la educación de la juventud. Se veía ya entonces cómo estaba predestinado a esta vocación según los principios educativos de Don Bosco… Su talento de educador saltó a la vista también para nosotros los novicios, especialmente en ocasión de las actividades comunitarias. Con su encanto personal nos entusiasmaba de tal manera, que dábamos por sentado que podíamos afrontar con facilidad incluso las tareas más difíciles. El motor de su profunda espiritualidad salesiana fueron la oración y la Eucaristía, así como la devoción a la Virgen María Auxiliadora. Durante el noviciado, que duró un año, veíamos en su persona un buen amigo. Se convirtió en nuestro modelo también en la obediencia, ya que, siendo él el mayor, fue puesto a prueba con pequeñas humillaciones, pero él las soportó con dominio y sin dar signos de sufrimiento o resentimiento. En ese tiempo, desafortunadamente, había alguien entre nuestros superiores que se divertía humillando a los novicios, pero Stefano Sándor supo resistir bien. Su grandeza de espíritu, arraigada en la oración, era perceptible para todos».
            Respecto a la intensidad con la que Stefano Sándor vivía su fe, con una continua unión con Dios, emerge una ejemplaridad de testimonio evangélico, que podemos bien definir como un “reflejo de Dios”: «Me parece que su actitud interior surgió de la devoción a la Eucaristía y a la Virgen, la cual había transformado también la vida de Don Bosco. Cuando se ocupaba de nosotros, “Pequeño Clero”, no daba la impresión de ejercer un oficio; sus acciones manifestaban la espiritualidad de una persona capaz de orar con gran fervor. Para mí y para mis coetáneos “el Señor Sándor” fue un ideal y ni por asomo pensábamos que todo lo que hemos visto y oído fuera una puesta en escena superficial. Considero que solo su íntima vida de oración pudo alimentar tal comportamiento cuando, aún siendo un confrater muy joven, había comprendido y tomado en serio el método de educación de Don Bosco».
            La radicalidad evangélica se expresó en diversas formas a lo largo de la vida religiosa de Stefano Sándor:
            – En esperar con paciencia el consentimiento de los padres para entrar en los Salesianos.
            – En cada paso de la vida religiosa tuvo que esperar: antes de ser admitido al noviciado tuvo que hacer el aspirantado; admitido al noviciado tuvo que interrumpirlo para hacer el servicio militar; la solicitud para la profesión perpetua, antes aceptada, será pospuesta después de un período adicional de votos temporales.
            – En las duras experiencias del servicio militar y en el frente. El enfrentamiento con un ambiente que tendía muchas trampas a su dignidad de hombre y de cristiano reforzó en este joven novicio la decisión de seguir al Señor, de ser fiel a su elección de Dios, cueste lo que cueste. Realmente no hay discernimiento más duro y exigente que el de un noviciado probado y evaluado en la trinchera de la vida militar.
            – En los años de la supresión y luego de la cárcel, hasta la hora suprema del martirio.

            Todo esto revela esa mirada de fe que acompañará siempre la historia de Stefano: la conciencia de que Dios está presente y actúa para el bien de sus hijos.

Conclusión
            Stefano Sándor desde su nacimiento hasta su muerte fue un hombre profundamente religioso, que en todas las circunstancias de la vida respondió con dignidad y coherencia a las exigencias de su vocación salesiana. Así vivió en el período del aspirantado y de la formación inicial, en su trabajo de tipógrafo, como animador del oratorio y de la liturgia, en el tiempo de la clandestinidad y de la encarcelación, hasta los momentos que precedieron su muerte. Deseoso, desde su primera juventud, de consagrarse al servicio de Dios y de los hermanos en la generosa tarea de la educación de los jóvenes según el espíritu de Don Bosco, fue capaz de cultivar un espíritu de fortaleza y de fidelidad a Dios y a los hermanos que lo pusieron en condiciones, en el momento de la prueba, de resistir, primero a las situaciones de conflicto y luego a la prueba suprema del don de la vida.
            Quisiera destacar el testimonio de radicalidad evangélica ofrecido por este hermano. De la reconstrucción del perfil biográfico de Stefano Sándor emerge un real y profundo camino de fe, iniciado desde su infancia y juventud, robustecido por la profesión religiosa salesiana y consolidado en la ejemplar vida de salesiano coadjutor. Se nota en particular una genuina vocación consagrada, animada según el espíritu de Don Bosco, por un intenso y fervoroso celo por la salvación de las almas, especialmente juveniles. Incluso los períodos más difíciles, como el servicio militar y la experiencia de la guerra, no mellaron el íntegro comportamiento moral y religioso del joven coadjutor. Es sobre tal base que Stefano Sándor sufrirá el martirio sin reconsideraciones o vacilaciones.
            La beatificación de Stefano Sándor compromete a toda la Congregación en la promoción de la vocación del salesiano coadjutor, acogiendo su testimonio ejemplar e invocando en forma comunitaria su intercesión por esta intención. Como salesiano laico, logró dar buen ejemplo incluso a los sacerdotes, con su actividad en medio de los jóvenes y con su ejemplar vida religiosa. Es un modelo para los jóvenes consagrados, por la manera con la cual enfrentó las pruebas y las persecuciones sin aceptar compromisos. Las causas a las que se dedicó, la santificación del trabajo cristiano, el amor por la casa de Dios y la educación de la juventud, son todavía misión fundamental de la Iglesia y de nuestra Congregación.

            Como educador ejemplar de los jóvenes, en particular de los aprendices y de los jóvenes trabajadores, y como animador del oratorio y de los grupos juveniles, nos es de ejemplo y de estímulo en nuestro compromiso de anunciar a los jóvenes el Evangelio de la alegría a través de la pedagogía de la bondad.




San Francisco de Sales le instruye. Futuro sobre las vocaciones (1879)

En el sueño profético que Don Bosco relata el 9 de mayo de 1879, San Francisco de Sales aparece como un maestro atento y entrega al Fundador un librito lleno de advertencias para novicios, profesos, directores y superiores. La visión está dominada por dos batallas épicas: primero jóvenes y guerreros, luego hombres armados y monstruos, mientras que el estandarte de «María Auxilium Christianorum» garantiza la victoria a quienes lo siguen. Los supervivientes parten hacia Oriente, Norte y Mediodía, prefigurando la expansión misionera salesiana. Las palabras del Santo insisten en la obediencia, la castidad, la caridad educativa, el amor al trabajo y la templanza, columnas indispensables para que la Congregación crezca, resista las pruebas y deje a los hijos una herencia de santidad laboriosa. Termina con un ataúd, un severo recordatorio a la vigilancia y la oración.

Sea lo que fuere de este sueño, el Beato tuvo otro de los acostumbrados, que contó el 9 de mayo. En él asistió a las encarnizadas luchas que habrían de afrontar los individuos llamados a la Congregación, recibiendo en él una serie de avisos útiles para todos, y algunos saludables consejos para el porvenir.

Grande y prolongada fue la batalla entablada entre los jovencitos y unos guerreros ataviados de diversas maneras y dotados de armas extrañas. Al final quedaron pocos supervivientes.
Otra batalla más horrible y encarnizada fue la que tuvo lugar entre unos monstruos de formas gigantescas contra hombres de elevada estatura, bien armados y mejor adiestrados. Estos tenían un estandarte muy alto y muy ancho, en el centro del cual se veían dibujadas en oro estas palabras: MariaAuxiliumChristianorum. El combate fue largo y sangriento. Pero los que seguían esta enseña eran como invulnerables, quedando dueños de una amplia zona de terreno. A éstos se unieron los jovencitos supervivientes de la batalla precedente y entre unos y otros formaron una especie de ejército llevando como armas, a la derecha, el Crucificado, y en la mano izquierda un pequeño estandarte de María Auxiliadora, semejante al que hemos dicho anteriormente.
Los nuevos soldados hicieron muchas maniobras en aquella extensa llanura, después se dividieron y partieron los unos hacia Oriente, unos cuantos hacia el Norte y muchos hacia el Mediodía.
Cuando desaparecieron éstos, se reanudaron las mismas batallas, las mismas maniobras e idénticas expediciones en idénticas direcciones.
Conocí a algunos de los que participaron en las primeras escaramuzas; los que les siguieron me eran desconocidos, pero daban a entender que me conocían y me hacían muchas preguntas.
Sobrevino poco después una lluvia de llamitas resplandecientes que parecían de fuego de color vario. Resonó el trueno y después se serenó el cielo y me encontré en un jardín amenísimo. Un hombre que se parecía a San Francisco de Sales, me ofreció un librito sin decirme palabra. Le pregunté quién era:
– Lee en el libro, me respondió.
Lo abrí, pero apenas si podía leer. Mas al fin pude comprender estas precisas palabras: A los novicios: -Obediencia en todo. Con la obediencia merecerán las bendiciones del Señor y la benevolencia de los hombres. Con la diligencia combatirán y vencerán las insidias de los enemigos espirituales.
A los profesos:
– Guardad celosamente la virtud de la castidad. Amad el buen nombre de los hermanos y promoved el decoro de la Congregación.
A los directores:
– Todo cuidado, todo esfuerzo para hacer observar y observar las reglas con las que cada uno se ha consagrado a Dios.
Al Superior:
– Holocausto absoluto para ganarse a sí mismo y a los propios súbditos para Dios.
Muchas otras cosas estaban estampadas en aquel libro, pero no pude leer más, porque el papel parecía azul como la tinta.
– ¿Quién sois vos?, pregunté de nuevo a aquel hombre que me miraba serenamente.

– Mi nombre es conocido por todos los buenos y he sido enviado para comunicarte algunas cosas futuras.
– ¿Qué cosas?
– Las expuestas y las que preguntes.
– Qué debo hacer para promover las vocaciones?
– Los Salesianos tendrán muchas vocaciones con su ejemplar conducta, tratando con suma caridad a los alumnos e insistiendo sobre la frecuencia de la Comunión.
– ¿Qué norma he de seguir en la aceptación de los novicios?
– Excluir a los perezosos y a los golosos.
– ¿Y al aceptar a los votos?
– Vigila si ofrecen garantía sobre la castidad.
– ¿Cuál será la mejor manera para conservar el buen espíritu en nuestras casas?
– Escribir, visitar, recibir y tratar con benevolencia; y esto muy frecuentemente por parte de los Superiores.
– ¿Cómo hemos de conducirnos en las Misiones?
– Enviando a ellas individuos de moralidad segura; haciendo volver a los dudosos; estudiando y cultivando las vocaciones indígenas.
– ¿Marcha bien nuestra Congregación?
– Qui justus est justificetur adhucNon progredi est regredi. Qui perseveraverit salvus erit. (El que es justo justifíquese más. No adelantar es retroceder. El que perseverase se salvará).
– ¿Se extenderá mucho?
– Mientras los superiores cumplan con su deber, se extenderá y nada podrá oponerse a su propagación.
– ¿Durará mucho tiempo?
– Vuestra Congregación durará mientras sus socios amen el trabajo y la templanza. Si llega a faltar una de estas dos columnas, vuestro edificio se convertirá en ruinas, aplastando a los superiores, a los inferiores y a sus seguidores.
En aquel momento aparecieron cuatro individuos llevando una caja mortuoria. Se dirigieron hacia mí.
– ¿Para quién es esto?, pregunté yo.
– ¡Para ti!
– ¿Pronto?
– No lo preguntes; piensa solamente en que eres mortal.
– ¿Qué me queréis decir con este ataúd?
– Que debes predicar en vida lo que deseas que tus hijos practiquen después de ti. Esta es la herencia, el testamento que debes dejar a tus hijos; pero has de prepararlo y dejarlo cumplido y practicado a la perfección.
– ¿Abundarán más las flores o las espinas?
– Os aguardan muchas flores, muchas rosas, muchos consuelos; pero también es inminente la aparición de agudísimas espinas que causarán a todos gran amargura y pesar. Es necesario rezar mucho.
– ¿Iremos a Roma?
– Sí, pero despacio, con la máxima prudencia y con extremada cautela.
– ¿Es inminente el fin de mi vida mortal?
– No te preocupes de eso. Tienes las reglas, tienes los libros, practica lo que enseñas a los demás. Vigila.

Quise hacer otras preguntas, pero estalló un trueno horrible acompañado de relámpagos y de rayos, mientras algunos hombres, mejor dicho, algunos monstruos horrendos, se arrojaron sobre mí para destrozarme. En aquel momento una densa oscuridad me privó de la visión de todo. Me creí morir y comencé a gritar frenéticamente. Pero me desperté encontrándome vivo. Eran las cuatro y tres cuartos de la mañana.
Si hay algo en todo esto que pueda servir de provecho para nuestras almas, aceptémoslo. Y en todo se dé gloria y honor a Dios por los siglos de los siglos.
(MB IT XIV, 123-125 / MB ES XIV, 135-137)

Foto en la portada. San Francisco de Sales. Anónimo. Sacristía de la Catedral de Chieri.




Las profecías de Malaquías. Los papas y el fin del mundo

As chamadas “Profecias de Malaquias” representam um dos textos proféticos mais fascinantes e controversos ligados ao destino da Igreja Católica e do mundo. Atribuídas a Malaquias de Armagh, arcebispo irlandês que viveu no século XII, essas previsões descrevem brevemente, através de enigmáticos lemas latinos, os pontífices desde Celestino II até o último papa, o misterioso “Pedro Segundo”. Embora sejam consideradas pelos estudiosos como falsificações modernas que remontam ao final do século XVI, as profecias continuam a suscitar debates, interpretações apocalípticas e especulações sobre possíveis cenários escatológicos. Independentemente de sua autenticidade, elas representam, ainda assim, um forte chamado à vigilância espiritual e à espera consciente do juízo final.

Malaquias de Armagh. Biografia de um “Bonifácio da Irlanda”
Malaquias (em irlandês Máel Máedóc Ua Morgair, em latim Malachias) nasceu por volta de 1094 perto de Armagh, de uma família nobre. Recebeu sua formação intelectual do erudito Imhar O’Hagan e, apesar de sua relutância inicial, foi ordenado sacerdote em 1119 pelo arcebispo Cellach. Após um período de aperfeiçoamento litúrgico no mosteiro de Lismore, Malaquias empreendeu uma intensa atividade pastoral que o levou a ocupar cargos de crescente responsabilidade. Em 1123, como Abade de Bangor, iniciou a restauração da disciplina sacramental; em 1124: nomeado Bispo de Down e Connor, prosseguiu a reforma litúrgica e pastoral e em 1132, tornado Arcebispo de Armagh, após difíceis disputas com os usurpadores locais, libertou a sé primacial da Irlanda e promoveu a estrutura diocesana sancionada pelo sínodo de Ráth Breasail.

Durante seu ministério, Malaquias introduziu reformas significativas adotando a liturgia romana, substituindo as heranças monásticas de clãs pela estrutura diocesana prescrita pelo sínodo de Ráth Breasail (1111) e promoveu a confissão individual, o matrimônio sacramental e a crisma.
Por essas intervenções reformadoras, São Bernardo de Claraval o comparou a São Bonifácio, o apóstolo da Alemanha.

Malaquias fez duas viagens a Roma (1139 e 1148) para receber o pálio metropolitano para as novas províncias eclesiásticas da Irlanda, e nessa ocasião foi nomeado legado pontifício. No retorno da primeira viagem, com a ajuda de São Bernardo de Claraval, fundou a abadia cisterciense de Mellifont (1142), a primeira de numerosas fundações cistercienses em terras irlandesas. Morreu durante uma segunda viagem a Roma, em 2 de novembro de 1148 em Claraval, nos braços de São Bernardo, que escreveu sua biografia intitulada “Vita Sancti Malachiae” [Vida de São Malaquias].

Em 1190, o Papa Clemente III o canonizou oficialmente, tornando-o o primeiro santo irlandês proclamado segundo o procedimento formal da Cúria Romana.

A “Profecia dos Papas”: um texto que surge quatro séculos depois
À figura deste arcebispo reformador foi associada, apenas no século XVI, uma coleção de 112 lemas que descreveriam outros tantos pontífices: desde Celestino II até o enigmático “Pedro Segundo”, destinado a assistir à destruição da “cidade das sete colinas”.
A primeira publicação dessas profecias data de 1595, quando o monge beneditino Arnold Wion as inseriu em sua obra Lignum Vitae, apresentando-as como um manuscrito redigido por Malaquias durante sua visita a Roma em 1139.
As profecias consistem em breves frases simbólicas que deveriam caracterizar cada papa através de referências ao nome, ao local de nascimento, ao brasão ou a eventos significativos do pontificado. A seguir, são apresentados os lemas atribuídos aos últimos pontífices:

109 – De medietate Lunae (“Da metade da lua”)
Atribuído a João Paulo I, que reinou por apenas um mês. Foi eleito em 26.08.1978, quando a lua estava no último quarto (25.08.1978), e morreu em 28.09.1978, quando a lua estava no primeiro quarto (24.09.1978).

110 – De labore solis (“Da fadiga do sol”)
Atribuído a João Paulo II, que liderou a Igreja por 26 anos, o terceiro pontificado mais longo da história depois de São Pedro (34-37 anos) e do Beato Pio IX (mais de 31 anos). Foi eleito em 16.10.1978, pouco depois de um eclipse solar parcial (02.10.1978), e morreu em 02.04.2005, poucos dias antes de um eclipse solar anular (08.04.2005).

111 – Gloria olivae (“Glória da oliveira”)
Atribuído a Bento XVI (2005-2013). O cardeal Ratzinger, engajado no diálogo ecumênico e inter-religioso, escolheu o nome de Bento XVI em continuidade com Bento XV, papa que trabalhou pela paz durante a Primeira Guerra Mundial, como ele mesmo explicou em sua primeira Audiência Geral de 27 de abril de 2005 (a paz é simbolizada pelo ramo de oliveira trazido pela pomba a Noé ao fim do Dilúvio). Essa conexão simbólica foi ainda reforçada pela canonização, em 2009, de Bernardo Tolomei (1272-1348), fundador da congregação beneditina de Santa Maria do Monte Oliveto (Monges Olivetanos).

112[a] – In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit… [Durante a perseguição final à Santa Igreja Romana reinará…]
Este não é propriamente um lema, mas uma frase introdutória. Na edição original de 1595, aparece como uma linha separada, sugerindo a possibilidade de inserir outros papas entre Bento XVI e o profetizado “Pedro Segundo”. Isso contradiria a interpretação que identifica necessariamente o Papa Francisco como o último pontífice.

112[b] – Petrus Secundus [Pedro Segundo]
Referente ao último papa (a Igreja teve como primeiro pontífice São Pedro e terá como último outro Pedro) que guiará os fiéis em tempos de tribulação.
O parágrafo inteiro da profecia diz:
“In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit Petrus Secundus, qui pascet oves in multis tribulationibus; quibus transactis, Civitas septicollis diruetur, et Iudex tremendus judicabit populum suum. Amen.”
“Durante a perseguição final à Santa Igreja Romana, reinará Pedro Segundo, que apascentará suas ovelhas em meio a muitas tribulações; passadas estas, a cidade das sete colinas [Roma] será destruída, e o Juiz terrível julgará o seu povo. Amém.”
“Pedro Segundo” seria, portanto, o último pontífice antes do fim dos tempos, com uma clara referência apocalíptica à destruição de Roma e ao juízo final.

Especulações contemporâneas
Nos últimos anos, as interpretações especulativas se multiplicaram: alguns identificam o Papa Francisco como o 112º e último pontífice, outros supõem que ele foi um papa de transição para o verdadeiro último papa, e há até quem calcule 2027 como a possível data do fim dos tempos.
Esta última hipótese baseia-se em um cálculo curioso: desde a primeira eleição papal mencionada na profecia (Celestino II em 1143) até a primeira publicação do texto (durante o pontificado de Sisto V, 1585-1590) passaram-se cerca de 442 anos; seguindo a mesma lógica, adicionando outros 442 anos desde a publicação, chegaríamos a 2027. Essas especulações, no entanto, carecem de fundamento científico, pois o manuscrito original não contém referências cronológicas explícitas.

A autenticidade contestada
Desde o surgimento do texto, numerosos historiadores expressaram dúvidas sobre sua autenticidade por diversas razões:
– ausência de manuscritos antigos: não existem cópias datáveis antes de 1595;
– estilo linguístico: o latim utilizado é típico do século XVI, não do XII;
– precisão retrospectiva: os lemas referentes aos papas anteriores ao conclave de 1590 são surpreendentemente precisos, enquanto os posteriores são muito mais vagos e facilmente adaptáveis a eventos posteriores;
– finalidades políticas: em uma época de fortes tensões entre facções curiais, uma lista profética como essa poderia influenciar o eleitorado cardinalício no Conclave de 1590.

A posição da Igreja
A doutrina católica ensina, como consta no Catecismo, que o destino da Igreja não pode ser diferente daquele de seu Chefe, Jesus Cristo. Nos parágrafos 675-677 descreve-se “A provação derradeira da Igreja”:

Antes do advento de Cristo, a Igreja deve passar por uma provação final que abalará a fé de muitos crentes. A perseguição que acompanha a peregrinação dela na terra desvendará o “mistério de iniquidade” sob a forma de uma impostura religiosa que há de trazer aos homens uma solução aparente a seus problemas, à custa da apostasia da verdade. A impostura religiosa suprema é a do Anticristo, isto e, a de um pseudomessianismo em que o homem glorifica a si mesmo em lugar de Deus e de seu Messias que veio na carne.
Esta impostura anticrística já se esboça no mundo toda vez que se pretende realizar na história a esperança messiânica que só pode realizar-se para além dela, por meio do juízo escatológico: mesmo em sua forma mitigada, a Igreja rejeitou esta falsificação do Reino vindouro sob o nome de milenarismo, sobretudo sob a forma política de um messianismo secularizado, “intrinsecamente perverso”.
A Igreja só entrará na glória do Reino por meio desta derradeira Páscoa, em que seguirá seu Senhor em sua Morte e Ressurreição. Portanto, o Reino não se realizará por um triunfo histórico da Igreja segundo um progresso ascendente, mas por uma vitória de Deus sobre o desencadeamento último do mal, que fará sua Esposa descer do Céu. O triunfo de Deus sobre a revolta do mal assumirá a forma do Juízo Final depois do derradeiro abalo cósmico deste mundo que passa.

Ao mesmo tempo, a doutrina católica oficial convida à prudência, baseando-se nas próprias palavras de Jesus:
«Surgirão cristos e falsos profetas, que enganarão muita gente » (Mt 24,11).
«Hão de surgir, de fato, falsos messias e falsos profetas, que farão grandes prodígios e maravilhas para enganar, se possível, até os eleitos» (Mt 24,24)
.

A Igreja sublinha, seguindo o Evangelho de Mateus (Mt 24,36), que o momento do fim do mundo não é conhecível pelos homens, mas somente por Deus. E o Magistério oficial – O Catecismo (n. 673-679) reitera que ninguém pode “ler” a hora do retorno de Cristo.

As profecias atribuídas a São Malaquias nunca receberam aprovação oficial da Igreja. No entanto, independentemente de sua autenticidade histórica, elas nos lembram uma verdade fundamental da fé cristã: o fim dos tempos acontecerá, como foi ensinado por Jesus.

Há dois mil anos, os homens refletem sobre este evento escatológico, muitas vezes esquecendo que o “fim dos tempos” para cada um coincide com o próprio fim da existência terrena. Que importa se o fim de nossa vida coincidirá com o fim dos tempos? Para muitos não será assim. O que realmente importa é viver autenticamente a vida cristã no cotidiano, seguindo os ensinamentos de Cristo e estando sempre prontos a prestar contas ao Criador e Redentor pelos talentos recebidos. Permanece sempre atual a advertência de Jesus: «Vigiai, portanto, pois não sabeis em que dia virá o vosso Senhor» (Mt 24,42).
Nessa perspectiva, o mistério do “Pedro Segundo” não representa tanto uma ameaça de ruína, mas sim um convite à constante conversão e à confiança no desígnio divino de salvação.




Los exégetas

Un famoso biblista había invitado a un grupo de colegas a su casa. Se sentaron alrededor de una mesa que tenía un magnífico jarrón de flores en el centro y empezaron a discutir sobre una página de la Biblia. Discutieron animadamente, desmenuzando cada palabra, hipotetizando raíces antiguas, conjeturando, postulando, comparando, destilando, historizando, desmitificando, psicologizando, feminizando…
No se ponían de acuerdo en casi nada.
De repente, el anfitrión interrumpió la discusión y se volvió hacia uno de los invitados que estaba tomando flores del jarrón situado en el centro de la mesa y destruyéndolas sistemáticamente.
“¿Qué hace usted?”
“Cuento los verticilos, divido los estambres y los pistilos, aparto los tallos y los filamentos…”.
«¡Este celo científico le honra, pero así arruina toda la belleza de estas hermosas flores!».
El hombre sonrió amargamente: “Eso es exactamente lo que estamos haciendo”.

El rabino Elimelekh había pronunciado un maravilloso sermón sobre el arte de vivir. Llenos de entusiasmo, los oyentes le acompañaron alegremente mientras tomaba el carruaje de vuelta a su pueblo.
En un momento dado, el rabino detuvo el carruaje y pidió al conductor que siguiera adelante sin él mientras se mezclaba con la gente.
“¡Qué ejemplo de humildad!”, dijo uno de sus discípulos.
“La humildad no tiene nada que ver”, replicó Elimelekh. “Aquí la gente pasea feliz, canta, bebe vino, charla, hace nuevos amigos, y todo gracias a un viejo rabino que vino a hablar sobre el arte de vivir. Así que prefiero dejar mis teorías en el carruaje y disfrutar de la fiesta”.