El síndrome de Felipe y el de Andrés

En el relato del evangelio de Juan, capítulo 6, versículos 4-14, que presenta la multiplicación de los panes, tenemos algunos detalles en los que me detengo un poco cada vez que medito o comento este pasaje.

Todo comienza cuando, ante la “gran” multitud hambrienta, Jesús invita a los discípulos a asumir la responsabilidad de alimentarla.
Los detalles de los que hablo son, primero, cuando Felipe dice que no es posible aceptar esta llamada debido a la cantidad de gente presente. Andrés, en cambio, mientras señala que “aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”, luego subestima esta misma posibilidad con un simple comentario: “¿qué es esto para tanta gente?” (v.9).
Deseo simplemente compartir con ustedes, queridas lectoras y lectores, cómo nosotros los cristianos, que tenemos la llamada de compartir la alegría de nuestra fe, a veces, sin saberlo, podemos contagiarnos del síndrome de Felipe o del de Andrés. ¡A veces quizás incluso de ambos!
En la vida de la Iglesia, así como en la vida de la Congregación y de la Familia Salesiana, los desafíos no faltan y nunca faltarán. Nuestra llamada no es formar un grupo de personas donde solo se busca estar bien, sin molestar ni ser molestados. No es una experiencia hecha de certezas prefabricadas. Formar parte del cuerpo de Cristo no debe distraernos ni alejarnos de la realidad del mundo tal como es. Al contrario, nos impulsa a estar plenamente involucrados en los acontecimientos de la historia humana. Esto significa, ante todo, mirar la realidad no solo con ojos humanos, sino también, y sobre todo, con los ojos de Jesús. Estamos invitados a responder guiados por el amor que encuentra su fuente en el corazón de Jesús, es decir, vivir para los demás como Jesús nos enseña y nos muestra.

El síndrome de Felipe
El síndrome de Felipe es sutil y por eso también muy peligroso. El análisis que hace Felipe es justo y correcto. Su respuesta a la invitación de Jesús no está equivocada. Su razonamiento sigue una lógica humana muy lineal y sin fallos. Miraba la realidad con sus ojos humanos, con una mente racional y, a fin de cuentas, no viable. Ante esta forma “razonada” de proceder, el hambriento deja de interpelarme, el problema es suyo, no mío. Para ser más precisos a la luz de lo que vivimos a diario: el refugiado puede quedarse en su casa, no debe molestarme; el pobre y el enfermo se las arreglan ellos y no me corresponde a mí ser parte de su problema, mucho menos encontrarles la solución. He aquí el síndrome de Felipe. Es un seguidor de Jesús, pero su manera de ver e interpretar la realidad aún está fija, no desafiada, a años luz de la de su maestro.

El síndrome de Andrés
Sigue el síndrome de Andrés. No digo que sea peor que el síndrome de Felipe, pero casi es más trágico. Es un síndrome fino y cínico: ve alguna posible oportunidad, pero no va más allá. Hay una pequeña esperanza, pero humanamente no es viable. Entonces se llega a desacreditar tanto el don como al donante. Y el donante, a quien en este caso le toca la “mala suerte”, es un muchacho que simplemente está dispuesto a compartir lo que tiene.
Dos síndromes que aún están con nosotros, en la Iglesia y también entre nosotros pastores y educadores. Cortar una pequeña esperanza es más fácil que dar espacio a la sorpresa de Dios, una sorpresa que puede hacer florecer aunque sea una pequeña esperanza. Dejarse condicionar por clichés dominantes para no explorar oportunidades que desafían lecturas e interpretaciones reduccionistas, es una tentación permanente. Si no tenemos cuidado, nos convertimos en profetas y ejecutores de nuestra propia ruina. A fuerza de permanecer encerrados en una lógica humana, “académicamente” refinada e “intelectualmente” calificada, el espacio para una lectura evangélica se vuelve cada vez más limitado y termina por desaparecer.
Cuando esta lógica humana y horizontal se pone en crisis, para defenderse uno de los signos que provoca es el del “ridículo”. Quien se atreve a desafiar la lógica humana porque deja entrar el aire fresco del Evangelio, será llenado de ridículo, atacado, burlado. Cuando este es el caso, extrañamente podemos decir que estamos ante un camino profético. Las aguas se mueven.

Jesús y los dos síndromes
Jesús supera los dos síndromes “tomando” los panes considerados pocos y por ende irrelevantes. Jesús abre la puerta a ese espacio profético y de fe que se nos pide habitar. Ante la multitud no podemos conformarnos con hacer lecturas e interpretaciones autorreferenciales. Seguir a Jesús implica ir más allá del razonamiento humano. Estamos llamados a mirar los desafíos con sus ojos. Cuando Jesús nos llama, no nos pide soluciones sino la donación de todo nosotros mismos, con lo que somos y lo que tenemos. Sin embargo, el riesgo es que ante su llamada permanezcamos firmes, por ende esclavos, de nuestro pensamiento y ávidos de lo que creemos poseer.
Solo en la generosidad fundada en el abandono a su Palabra llegamos a recoger la abundancia de la acción providencial de Jesús. “Entonces los recogieron y llenaron doce cestas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada a los que habían comido” (v.13): el pequeño don del muchacho da frutos de manera sorprendente solo porque los dos síndromes no tuvieron la última palabra.
El Papa Benedicto comenta así este gesto del muchacho: “En la escena de la multiplicación, también se señala la presencia de un muchacho que, ante la dificultad de alimentar a tanta gente, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos peces. El milagro no se produce de la nada, sino de una primera modesta compartición de lo que un simple muchacho tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos muestra que si cada uno ofrece lo poco que tiene, el milagro puede realizarse siempre de nuevo: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don” (Angelus, 29 de julio de 2012).
Ante los desafíos pastorales que tenemos, ante tanta sed y hambre de espiritualidad que los jóvenes expresan, tratemos de no tener miedo, de no aferrarnos a nuestras cosas, a nuestras formas de pensar. Ofrezcamos lo poco que tenemos a Él, confiemos en la luz de su Palabra y que esta y solo esta sea el criterio permanente de nuestras elecciones y la luz que guíe nuestras acciones.

Foto: Milagro evangélico de la multiplicación de los panes y los peces, vidriera de la Abadía de Tewkesbury en Gloucestershire (Reino Unido), obra de 1888, realizada por Hardman & Co.




Entrevista al Rector Mayor, Don Fabio Attard

Hemos entrevistado en exclusiva al Rector Mayor de los Salesianos, Don Fabio Attard, repasando las etapas fundamentales de su vocación y su trayectoria humana y espiritual. Su vocación nació en el oratorio y se consolidó a través de un rico itinerario formativo que lo llevó de Irlanda a Túnez, de Malta a Roma. De 2008 a 2020 fue Consejero General para la Pastoral Juvenil, cargo que desempeñó con una visión multicultural adquirida a través de experiencias en diferentes contextos. Su mensaje central es la santidad como fundamento de la acción educativa salesiana: «Me gustaría ver una Congregación más santa», afirma, subrayando que la eficiencia profesional debe arraigarse en la identidad consagrada.

¿Cuál es tu historia vocacional?
Nací en Gozo, Malta, el 23 de marzo de 1959, quinto de siete hijos. Cuando nací, mi padre era farmacéutico en un hospital, mientras que mi madre había montado una pequeña tienda de telas y confección, que con el tiempo creció hasta convertirse en una pequeña cadena de cinco tiendas. Era una mujer muy trabajadora, pero el negocio siempre fue familiar.

Fui a la escuela primaria y secundaria locales. Un aspecto muy bonito y particular de mi infancia es que mi padre era catequista laico en el oratorio, que hasta 1965 había sido dirigido por los salesianos. De joven, él había frecuentado ese oratorio y luego se había quedado allí como único catequista laico. Cuando yo empecé a frecuentarlo, a los seis años, los salesianos acababan de abandonar la obra. Tomó el relevo un joven sacerdote (que todavía vive) que continuó las actividades del oratorio con el mismo espíritu salesiano, ya que él mismo había vivido allí como seminarista.
Se seguía con el catecismo, la bendición eucarística diaria, el fútbol, el teatro, el coro, las excursiones, las fiestas… todo lo que se vive normalmente en un oratorio. Había muchos niños y jóvenes, y yo crecí en ese ambiente. En práctica, mi vida transcurría entre la familia y el oratorio. También era monaguillo en mi parroquia. Así, al terminar la escuela secundaria, me orienté hacia el sacerdocio, porque desde niño tenía este deseo en el corazón.

Hoy me doy cuenta de lo mucho que me influyó aquel joven sacerdote, al que miraba con admiración: siempre estaba con nosotros en el patio, en las actividades del oratorio. Sin embargo, en aquella época los salesianos ya no estaban allí. Así que ingresé en el seminario, donde en aquel entonces se hacían dos años de preparación como internos. Durante el tercer año, que correspondía al primer año de filosofía, conocí a un amigo de la familia de unos 35 años, una vocación adulta, que había ingresado como aspirante salesiano (hoy sigue vivo y es coadjutor). Cuando dio ese paso, se encendió una llama dentro de mí. Y con la ayuda de mi director espiritual, comencé un discernimiento vocacional.
Fue un camino importante, pero también exigente: tenía 19 años, pero ese guía espiritual me ayudó a buscar la voluntad de Dios, y no simplemente la mía. Así, el último año, el cuarto de filosofía, en lugar de seguirlo al seminario, lo viví como aspirante salesiano, completando los dos años de filosofía requeridos.

En mi familia, el ambiente estaba muy marcado por la fe. Asistíamos todos los días a misa, rezábamos el rosario en casa, estábamos muy unidos. Incluso hoy, aunque nuestros padres están en el cielo, mantenemos esa misma unidad entre hermanos y hermanas.

Otra experiencia familiar que me marcó profundamente, aunque solo me di cuenta con el tiempo. Mi hermano, el segundo de la familia, murió a los 25 años por insuficiencia renal. Hoy, con los avances de la medicina, seguiría vivo gracias a la diálisis y los trasplantes, pero entonces no había tantas posibilidades. Estuve a su lado durante los últimos tres años de su vida: compartíamos la misma habitación y a menudo le ayudaba por la noche. Era un joven sereno, alegre, que vivió su fragilidad con una alegría extraordinaria.
Tenía 16 años cuando murió. Han pasado cincuenta años, pero cuando pienso en aquella época, en aquella experiencia cotidiana de cercanía, hecha de pequeños gestos, reconozco lo mucho que marcó mi vida.

Nací en una familia donde había fe, sentido del trabajo y responsabilidad compartida. Mis padres son para mí dos ejemplos extraordinarios: vivieron con gran fe y serenidad la cruz, sin hacer pesar nunca nada a nadie, y al mismo tiempo supieron transmitir la alegría de la vida familiar. Puedo decir que tuve una infancia muy bonita. No éramos ricos ni pobres, pero siempre sobrios y discretos. Nos enseñaron a trabajar, a administrar bien los recursos, a no malgastar, a vivir con dignidad, con elegancia y, sobre todo, con atención a los pobres y a los enfermos.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando tomaste la decisión de seguir la vocación consagrada?
Había llegado el momento en que, junto con mi director espiritual, habíamos aclarado que mi camino era el de los salesianos. También tenía que comunicárselo a mis padres. Recuerdo que era una tarde tranquila, estábamos cenando juntos, solo nosotros tres. En un momento dado, dije: «Quiero decirles algo: he discernido y he decidido entrar en los salesianos».

Mi padre se puso muy contento. Me respondió enseguida: «Que el Señor te bendiga». Mi madre, en cambio, se echó a llorar, como suelen hacer todas las madres. Me preguntó: «¿Entonces te vas?». Pero mi padre intervino con dulzura y firmeza: «Se vaya o no, este es su camino».
Me bendijeron y me animaron. Son momentos que quedan grabados para siempre.
Recuerdo especialmente lo que ocurrió al final de la vida de mis padres. Mi padre murió en 1997 y, seis meses después, a mi madre le diagnosticaron un tumor incurable.

En aquella época, mis superiores me habían pedido que fuera profesor a la Universidad Pontificia Salesiana (UPS), pero no sabía qué decisión tomar. Mi madre no estaba bien, estaba a punto de morir. Hablando con mis hermanos, me dijeron: «Haz lo que te piden tus superiores».
Estaba en casa y se lo comenté: «Mamá, mis superiores me piden que me vaya a Roma».
Ella, con la lucidez de una verdadera madre, me respondió: «Escucha, hijo mío, si dependiera de mí, te pediría que te quedaras aquí, porque no tengo a nadie más y no querría ser una carga para tus hermanos. Pero…», y aquí dijo una frase que llevo en mi corazón, «tú no eres mío, tú perteneces a Dios. Haz lo que te digan tus superiores».

Esa frase, pronunciada un año antes de su muerte, es para mí un tesoro, una herencia preciosa. Mi madre era una mujer inteligente, sabia, perspicaz: sabía que la enfermedad la llevaría al final, pero en ese momento supo ser libre interiormente. Libre para decir palabras que confirmaban una vez más el don que ella misma había hecho a Dios: ofrecer un hijo a la vida consagrada.
La reacción de mi familia, desde el principio hasta el final, estuvo siempre marcada por un profundo respeto y un gran apoyo. Y aún hoy, mis hermanos y hermanas siguen manteniendo este espíritu.

¿Cuál ha sido tu trayectoria formativa desde el noviciado hasta hoy?
Ha sido un camino muy rico y variado. Empecé el prenoviciado en Malta y luego hice el noviciado en Dublín, Irlanda. Una experiencia realmente bonita.
Después del noviciado, mis compañeros se trasladaron a Maynooth para estudiar filosofía en la universidad, pero yo ya la había completado anteriormente. Por eso, los superiores me pidieron que me quedara un año más en el noviciado, donde enseñé italiano y latín. Posteriormente, volví a Malta para realizar dos años de prácticas, que fueron muy bonitos y enriquecedores.

Después me enviaron a Roma para estudiar teología en la Universidad Pontificia Salesiana, donde pasé tres años extraordinarios. Esos años me abrieron mucho la mente. Vivíamos en la residencia con cuarenta hermanos procedentes de veinte países diferentes: Asia, Europa, América Latina… incluso el cuerpo docente era internacional. Era mediados de los años 80, unos veinte años después del Concilio Vaticano II, y todavía se respiraba mucho entusiasmo: había animados debates teológicos, la teología de la liberación, el interés por el método y la praxis. Esos estudios me enseñaron a leer la fe no solo como contenido intelectual, sino como una opción de vida.

Después de esos tres años, continué con otros dos de especialización en teología moral en la Academia Alfonsiana, con los padres redentoristas. Allí también conocí a figuras importantes, como el famoso Bernhard Häring, con quien entablé una amistad personal y al que visitaba regularmente cada mes para conversar con él. Fueron cinco años en total, entre el bachillerato y la licenciatura, que me formaron profundamente desde el punto de vista teológico.

Posteriormente, me ofrecí para las misiones y mis superiores me enviaron a Túnez, junto con otro salesiano, para restablecer la presencia salesiana en el país. Nos hicimos cargo de una escuela gestionada por una congregación femenina que, al no tener más vocaciones, estaba a punto de cerrar. Era una escuela con 700 alumnos, por lo que tuvimos que aprender francés y también árabe. Para prepararnos, pasamos unos meses en Lyon, Francia, y luego nos dedicamos al estudio del árabe.
Me quedé allí tres años. Fue otra gran experiencia, porque nos encontramos viviendo la fe y el carisma salesiano en un contexto en el que no se podía hablar explícitamente de Jesús. Sin embargo, era posible construir itinerarios educativos basados en valores humanos: respeto, disponibilidad, verdad. Nuestro testimonio era silencioso pero elocuente. En ese entorno aprendí a conocer y amar el mundo musulmán. Todos —estudiantes, profesores y familias— eran musulmanes y nos acogieron con gran calidez. Nos hicieron sentir parte de su familia. He vuelto varias veces a Túnez y siempre he encontrado el mismo respeto y aprecio, más allá de nuestra pertenencia religiosa.

Después de esa experiencia, regresé a Malta y trabajé durante cinco años en el ámbito social. En concreto, en una casa salesiana que acoge a jóvenes que necesitan un acompañamiento educativo más atento, incluso en régimen residencial.

Tras estos ocho años en total de pastoral (entre Túnez y Malta), se me ofreció la posibilidad de completar el doctorado. Decidí volver a Irlanda, porque el tema estaba relacionado con la conciencia según el pensamiento del cardenal John Henry Newman, hoy santo. Una vez terminado el doctorado, el Rector Mayor de entonces, don Juan Edmundo Vecchi, de feliz memoria, me pidió que entrara como profesor de teología moral en la Universidad Pontificia Salesiana.

Mirando todo mi camino, desde el aspirantado hasta el doctorado, puedo decir que ha sido un conjunto de experiencias no solo de contenidos, sino también de contextos culturales muy diferentes. Doy gracias al Señor y a la Congregación por haberme ofrecido la posibilidad de vivir una formación tan variada y rica.

Entonces, sabes maltés porque es tu lengua materna, inglés porque es la segunda lengua en Malta, latín porque lo has enseñado, italiano porque has estudiado en Italia, francés y árabe porque has estado en Manouba, en Túnez… ¿Cuántas lenguas sabes?
Cinco, seis idiomas, más o menos. Pero cuando me preguntan por los idiomas, siempre digo que son coincidencias históricas.

En Malta crecemos con dos idiomas: el maltés y el inglés, y en la escuela se estudia un tercer idioma. En mi época también se enseñaba italiano. Además, me daban bien los idiomas, así que elegí también el latín. Más tarde, al ir a Túnez, fue necesario aprender francés y también árabe.
En Roma, al vivir con muchos estudiantes de español, el oído se acostumbra, y cuando fui elegido Consejero para la Pastoral Juvenil, profundicé un poco en el español, que es un idioma muy bonito.
Todas las lenguas son hermosas. Por supuesto, aprenderlas requiere esfuerzo, estudio y práctica. Hay quienes tienen más facilidad y quienes menos: es una cuestión de disposición personal. Pero no es un mérito ni una culpa. Es simplemente un don, una predisposición natural.

Desde 2008 hasta 2020 has sido Consejero General de Pastoral Juvenil durante dos mandatos. ¿Cómo te ha ayudado tu experiencia en esta misión?
Cuando el Señor nos confía una misión, llevamos con nosotros todo el bagaje de experiencias que hemos acumulado a lo largo del tiempo.

Al haber vivido en diferentes contextos culturales, no corría el riesgo de verlo todo a través del filtro de una sola cultura. Soy europeo, vengo del Mediterráneo, de un país que fue colonia inglesa, pero he tenido la gracia de vivir en comunidades internacionales y multiculturales.

Los años de estudio en la UPS también me han ayudado mucho. Teníamos profesores que no se limitaban a transmitir contenidos, sino que nos enseñaban a sintetizar, a construir un método. Por ejemplo, si estudiábamos historia de la Iglesia, comprendíamos lo esencial que era para entender la patrística. Si abordábamos la teología bíblica, aprendíamos a relacionarla con la teología sacramental, con la moral, con la historia de la espiritualidad. En definitiva, nos enseñaban a pensar de forma orgánica.
Esta capacidad de síntesis, esta arquitectura del pensamiento, se convierte luego en parte de tu formación personal. Cuando estudias teología, aprendes a identificar puntos fijos y a conectarlos. Y lo mismo ocurre con una propuesta pastoral, pedagógica o filosófica. Cuando te encuentras con personas de gran profundidad, absorbes no solo lo que dicen, sino también cómo lo dicen, y eso forma tu estilo.

Otro elemento importante es que, en el momento de mi elección, ya había vivido experiencias en entornos misioneros, donde la religión católica era prácticamente inexistente, y había trabajado con personas marginadas y vulnerables. También había adquirido cierta experiencia en el mundo universitario y, paralelamente, me había dedicado mucho al acompañamiento espiritual.

Además, entre 2005 y 2008, justo después de la experiencia en la UPS, la Arquidiócesis de Malta me pidió que fundara un Instituto de Formación Pastoral, a raíz de un Sínodo diocesano que había reconocido su necesidad. El arzobispo me confió la tarea de ponerlo en marcha desde cero. Lo primero que hice fue formar un equipo con sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. Creamos un nuevo método formativo, que todavía se utiliza hoy en día. El instituto sigue funcionando muy bien y, en cierto modo, esa experiencia fue una preparación muy valiosa para el trabajo que realicé posteriormente en la pastoral juvenil.

Desde el principio siempre he creído en el trabajo en equipo y en la colaboración con los laicos. Mi primera experiencia como director fue precisamente en este estilo: un equipo educativo estable, hoy diríamos una CEP (Comunidad Educativa Pastoral), con reuniones sistemáticas, no ocasionales. Nos reuníamos cada semana con los educadores y los profesionales. Y este enfoque, que con el tiempo se ha convertido en un método, ha seguido siendo una referencia para mí.

A todo esto se suma la experiencia académica: seis años como profesor en la Universidad Pontificia Salesiana, donde llegaban estudiantes de más de cien países, y luego como examinador y director de tesis doctorales en la Academia Alfonsiana.
Creo que todo ello me ha preparado para vivir esa responsabilidad con lucidez y visión.
Así, cuando la Congregación, durante el Capítulo General de 2008, me pidió que asumiera este cargo, ya llevaba conmigo una visión amplia y multicultural. Y esto me ayudó, porque reunir la diversidad no me resultaba difícil: era parte de la normalidad. Por supuesto, no se trataba simplemente de hacer una «macedonia» de experiencias: había que encontrar los hilos conductores, dar coherencia y unidad.

Lo que he podido vivir como Consejero General no ha sido un mérito personal. Creo que cualquier salesiano, si hubiera tenido las mismas oportunidades y el apoyo de la Congregación, podría haber vivido experiencias similares y haber aportado su contribución con generosidad.

¿Hay alguna oración, una buena noche salesiana, una costumbre que nunca falta?
La devoción a María. En casa crecimos con el rosario diario, rezado en familia. No era una obligación, era algo natural: lo hacíamos antes de comer, porque siempre comíamos juntos. Entonces era posible. Hoy quizá lo sea menos, pero entonces se vivía así: la familia reunida, la oración compartida, la mesa común.
Al principio quizá no me daba cuenta de lo profunda que era esa devoción mariana. Pero con el paso de los años, cuando se empieza a distinguir lo esencial de lo secundario, comprendí cuánto había acompañado esa presencia materna a mi vida.
La devoción a María se expresa de diversas formas: el rosario diario, cuando es posible; un momento de recogimiento ante una imagen o una estatua de la Virgen; una oración sencilla, pero hecha con el corazón. Son gestos que acompañan el camino de la fe.

Naturalmente hay algunos puntos fijos: la Eucaristía diaria y la meditación diaria. Son pilares que no se discuten, se viven. No solo porque somos consagrados, sino porque somos creyentes. Y la fe solo se vive alimentándola.
Cuando la alimentamos, crece en nosotros. Y solo si crece en nosotros, podemos ayudar a que crezca también en los demás. Para nosotros, que somos educadores, es evidente: si nuestra fe no se traduce en vida concreta, todo lo demás se convierte en fachada.
Estas prácticas —la oración, la meditación, la devoción— no están reservadas a los santos. Son expresión de honestidad. Si he tomado una decisión de fe, también tengo la responsabilidad de cultivarla. De lo contrario, todo se reduce a algo exterior, aparente. Y esto, con el tiempo, no se sostiene.

Si pudieras volver atrás, ¿tomarías las mismas decisiones?
Por supuesto que sí. En mi vida ha habido momentos muy difíciles, como le pasa a todo el mundo. No quiero pasar por la «víctima de turno». Creo que toda persona, para crecer, debe atravesar fases de oscuridad, momentos de desolación, de soledad, de sentirse traicionada o acusada injustamente. Y yo he vivido esos momentos. Pero he tenido la gracia de tener a mi lado a un director espiritual.

Cuando se viven ciertas dificultades acompañados por alguien, se intuye que todo lo que Dios permite tiene un sentido, un propósito. Y cuando se sale de ese «túnel», se descubre que se es una persona diferente, más madura. Es como si, a través de esa prueba, nos transformáramos.
Si me hubiera quedado solo, habría corrido el riesgo de tomar decisiones equivocadas, sin visión, cegado por la fatiga del momento. Cuando se está enfadado, cuando se siente uno solo, no es momento de decidir. Es momento de caminar, de pedir ayuda, de dejarse acompañar.
Vivir ciertos momentos con la ayuda de alguien es como ser una masa puesta en el horno: el fuego la cuece, la madura. Por eso, a la pregunta de si cambiaría algo, mi respuesta es: no. Porque incluso los momentos más difíciles, incluso aquellos que no entendía, me han ayudado a convertirme en la persona que soy hoy.
¿Me siento una persona perfecta? No. Pero siento que estoy en camino, cada día, tratando de vivir ante la misericordia y la bondad de Dios.
Y hoy, mientras concedo esta entrevista, puedo decir con sinceridad que me siento feliz. Quizás aún no he comprendido plenamente lo que significa ser Rector Mayor —se necesita tiempo—, pero sé que es una misión, no un paseo. Conlleva sus dificultades. Sin embargo, me siento amado y estimado por mis colaboradores y por toda la Congregación.
Y todo lo que soy hoy, lo soy gracias a lo que he vivido, incluso en los momentos más difíciles. No los cambiaría. Me han hecho ser quien soy.

¿Tienes algún proyecto que te importe especialmente?
Sí. Si cierro los ojos e imagino algo que realmente deseo, me gustaría ver una Congregación más santa. Más santa. Más santa.
Me inspiró profundamente la primera carta de don Pascual Chávez de 2002, titulada «Sed santos». Esa carta me tocó dentro, me dejó huella.
Los proyectos son muchos, y todos válidos, bien estructurados, con visiones amplias y profundas. Pero ¿qué valor tienen si los llevan a cabo personas que no son santas? Podemos hacer un trabajo excelente, podemos incluso ser apreciados —y esto, en sí mismo, no es negativo—, pero no trabajamos para alcanzar el éxito. Nuestro punto de partida es una identidad: somos personas consagradas.
Lo que proponemos solo tiene sentido si nace de ahí. Está claro que deseamos que nuestros proyectos tengan éxito, pero aún más deseamos que aporten gracia, que toquen a las personas en lo más profundo. No basta con ser eficientes. Debemos ser eficaces, en el sentido más profundo: eficaces en el testimonio, en la identidad, en la fe.

La eficiencia puede existir incluso sin ninguna referencia religiosa. Podemos ser excelentes profesionales, pero eso no basta. Nuestra consagración no es un detalle: es el fundamento. Si se vuelve marginal, si la dejamos de lado para dar espacio a la eficiencia, entonces perdemos nuestra identidad.
Y la gente nos observa. En las escuelas salesianas se reconoce que los resultados son buenos, y eso es bueno. Pero ¿nos reconocen también como hombres de Dios? Esa es la pregunta.
Si solo nos ven como buenos profesionales, entonces solo somos eficientes. Pero nuestra vida debe alimentarse de Él —el Camino, la Verdad y la Vida— y no de lo que «yo pienso», «yo quiero» o «me parece».

Por eso, más que hablar de un proyecto personal, prefiero hablar de un deseo profundo: llegar a ser santos. Y hablar de ello de manera concreta, no idealizada.
Cuando Don Bosco hablaba a sus chicos de estudio, salud y santidad, no se refería a una santidad hecha solo de oración en la capilla. Pensaba en una santidad vivida en la relación con Dios y alimentada por la relación con Dios. La santidad cristiana es el reflejo de esta relación viva y cotidiana.

¿Qué consejo le darías a un joven que se pregunta sobre su vocación?
Le diría que descubra, paso a paso, cuál es el proyecto de Dios para él.
El camino vocacional no es una pregunta que se hace uno mismo y luego se espera una respuesta inmediata por parte de la Iglesia. Es una peregrinación. Cuando un chico me dice: «No sé si hacerme salesiano o no», trato de alejarlo de esa formulación. Porque no se trata simplemente de decidir: «Me hago salesiano». La vocación no es una opción en relación con una «cosa».
También en mi propia experiencia, cuando le dije a mi director espiritual: «Quiero ser salesiano, tengo que serlo», él, con mucha calma, me hizo reflexionar: «¿Es realmente la voluntad de Dios? ¿O es solo un deseo tuyo?»

Y es justo que un joven busque lo que desea, es algo sano. Pero quien lo acompaña tiene la tarea de educar esa búsqueda, de transformarla de entusiasmo inicial en camino de maduración interior.
«¿Quieres hacer el bien? Bien. Entonces conócete a ti mismo, reconoce que eres amado por Dios».
Solo a partir de esa relación profunda con Dios puede surgir la verdadera pregunta: «¿Cuál es el proyecto de Dios para mí?».
Porque lo que hoy deseo, mañana puede que ya no me baste. Si la vocación se reduce a lo que «me gusta», entonces será algo frágil. La vocación es, en cambio, una voz interior que interpela, que pide entrar en diálogo con Dios y responder.
Cuando un joven llega a este punto, cuando es acompañado a descubrir ese espacio interior donde habita Dios, entonces comienza realmente a caminar.
Por eso, quien acompaña debe ser muy atento, profundo, paciente. Nunca superficial.
El Evangelio de Emaús es una imagen perfecta: Jesús se acerca a los dos discípulos, los escucha aunque sabe que están hablando con confusión. Luego, después de escucharlos, comienza a hablar. Y ellos, al final, lo invitan: «Quédate con nosotros, porque se hace tarde».
Y lo reconocen en el gesto de partir el pan. Luego se dicen: «¿No ardía nuestro corazón mientras él nos hablaba por el camino?».

Hoy muchos jóvenes están en búsqueda. Nuestra tarea, como educadores, es no ser precipitados. Sino ayudarles, con calma y gradualidad, a descubrir la grandeza que ya hay en su corazón. Porque allí, en esa profundidad, encuentran a Cristo. Como dice san Agustín: «Tú estabas dentro de mí, y yo fuera. Y allí te buscaba».

¿Tienes algún mensaje que transmitir hoy a la Familia Salesiana?
Es el mismo mensaje que he compartido estos días, durante el encuentro de la Consulta de la Familia Salesiana: La fe. Arraigarnos cada vez más en la persona de Cristo.
De este arraigo nace un conocimiento auténtico de Don Bosco. Los primeros salesianos, cuando quisieron escribir un libro sobre el verdadero Don Bosco, no lo titularon «Don Bosco apóstol de los jóvenes», sino «Don Bosco con Dios», un texto escrito por Don Eugenio Ceria en 1929.
Y esto nos hace reflexionar. Porque ellos, que lo habían visto en acción todos los días, no eligieron destacar al Don Bosco incansable, organizador, educador. No, quisieron contar al Don Bosco profundamente unido a Dios.
Quienes lo conocieron bien no se detuvieron en las apariencias, sino que fueron a la raíz: Don Bosco era un hombre inmerso en Dios.
A la Familia Salesiana les digo: hemos recibido un tesoro. Un don inmenso. Pero todo don conlleva una responsabilidad.
En mi discurso final dije: «No basta con amar a Don Bosco, hay que conocerlo».
Y solo podemos conocerlo verdaderamente si somos personas de fe.

Debemos mirarlo con los ojos de la fe. Solo así podemos encontrar al creyente que fue Don Bosco, en quien actuó con fuerza el Espíritu Santo: con dýnamis, con cháris, con carisma, con gracia.
No podemos limitarnos a repetir algunas de sus máximas o a contar sus milagros. Porque corremos el riesgo de quedarnos en las anécdotas de Don Bosco, en lugar de quedarnos en la historia de Don Bosco, porque Don Bosco es más grande que Don Bosco.
Esto significa estudio, reflexión, profundidad. Significa evitar toda superficialidad.

Y entonces podremos decir con verdad: «Esta es mi fe, este es mi carisma: arraigados en Cristo, siguiendo los pasos de Don Bosco».




El título de Basílica del Templo del Sagrado Corazón de Roma

En el centenario de la muerte del P. Pablo Albera se puso de relieve cómo el segundo sucesor de Don Bosco realizó lo que podría describirse como un sueño de Don Bosco. En efecto, treinta y cuatro años después de la consagración del templo del Sagrado Corazón de Roma, que tuvo lugar en presencia del ya exhausto Don Bosco (mayo de 1887), el Papa Benedicto XVI – el Papa de la famosa e inaudita definición de la Primera Guerra Mundial como “matanza inútil” – confirió a la iglesia el título de Basílica Menor (11 de febrero de 1921). Para su construcción Don Bosco había “entregado su alma” (¡y también su cuerpo!) en los últimos siete años de su vida. Lo mismo había hecho en los veinte años anteriores (1865-1868) con la construcción de la iglesia de María Auxiliadora en Turín-Valdocco, la primera iglesia salesiana elevada a la dignidad de basílica menor el 28 de junio de 1911, en presencia del nuevo Rector Mayor P. Pablo Albera.

El hallazgo de la súplica
Pero, ¿cómo se llegó a este resultado? ¿Quién estaba detrás? Ahora lo sabemos con certeza gracias al reciente descubrimiento del borrador mecanografiado de la petición de este título por parte del Rector Mayor P. Paolo Albera. Está incluido en un folleto conmemorativo del 25 aniversario del Sagrado Corazón editado en 1905 por el entonces director, el P. Francesco Tomasetti (1868-1953). El mecanografiado, fechado el 17 de enero de 1921, tiene mínimas correcciones del Rector Mayor, pero lo que es importante, lleva su firma autógrafa.
Tras describir la obra de Don Bosco y la incesante actividad de la parroquia, probablemente tomada del antiguo archivo, el P. Albera se dirige al Papa en estos términos

Mientras la devoción al Sagrado Corazón de Jesús crece y se difunde por todo el mundo, y nuevos Templos son dedicados al Divino Corazón, también por la noble iniciativa de los Salesianos, como en S. Paolo en Brasil, en La Plata en Argentina, en Londres, en Barcelona y en otros lugares, parece que el Templo-Santuario primario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús en Roma, donde tan importante devoción tiene una afirmación tan digna de la Ciudad Eterna, merece una distinción especial. El abajo firmante, por tanto, oído el parecer del Consejo Superior de la Pía Sociedad Salesiana, ruega humildemente a Vuestra Santidad se digne conceder al Templo-Santuario del Sagrado Corazón de Jesús en el Castro Pretorio de Roma el Título y los Privilegios de Basílica Minore, esperando que esta honrosa elevación acreciente la devoción, la piedad y toda actividad católicamente benéfica”.
La súplica, en buena copia, firmada por el P. Albera, fue probablemente enviada por el procurador P. Francesco Tomasetti a la Sagrada Congregación de los Brevi, que la acogió favorablemente. Rápidamente redactó el borrador del Breve Apostólico para conservarlo en el Archivo Vaticano, lo hizo transcribir por expertos calígrafos en rico pergamino y lo transmitió a la Secretaría de Estado para que lo firmara el titular del momento, el cardenal Pietro Gasparri.
Hoy, los fieles pueden admirar este original de la concesión del título solicitado bien enmarcado en la sacristía de la Basílica (ver foto).
No podemos sino dar las gracias a la Dra. Patrizia Buccino, estudiosa de arqueología e historia, y al historiador salesiano P. Giorgio Rossi, que difundieron la noticia. A ellos corresponde completar la investigación iniciada con la búsqueda en el Archivo Vaticano de toda la correspondencia, que también se dará a conocer al mundo científico a través de la conocida revista de historia salesiana “Ricerche Storiche Salesiane”.

El Sagrado Corazón: una basílica nacional de alcance internacional
Veintiséis años antes, el 16 de julio de 1885, a petición de Don Bosco y con el consentimiento explícito del Papa León XIII, monseñor Gaetano Alimonda, arzobispo de Turín, había exhortado calurosamente a los italianos a participar en el éxito de la “noble y santa propuesta [del nuevo templo] llamándola voto nacional de los italianos”.
Pues bien, el P. Albera, en su petición al pontífice, tras recordar el apremiante llamamiento del cardenal Alimonda, recordó que se había pedido a todas las naciones del mundo que contribuyeran económicamente a la construcción, decoración del templo y obras anexas (¡incluido el inevitable oratorio salesiano con hospicio!) para que el Templo-Santuario, además de un voto nacional, se convirtiera en una “manifestación mundial o internacional de devoción al Sagrado Corazón”.
A este respecto, en un trabajo histórico-ascético publicado con ocasión del I Centenario de la Consagración de la Basílica (1987), el estudioso Armando Pedrini la definió como: “Un templo por tanto internacional por la catolicidad y universalidad de su mensaje a todos los pueblos”, también en consideración de la “posición destacada” de la Basílica junto a la reconocida internacionalidad de la estación ferroviaria.
Así pues, Roma-Termini no es sólo una gran estación de ferrocarril con problemas de orden público y un territorio difícil de gestionar, del que se habla a menudo en los periódicos y al igual que las estaciones de ferrocarril de muchas capitales europeas. Sino que también alberga la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Y si por la tarde y por la noche la zona no transmite seguridad a los turistas, durante el día la Basílica distribuye paz y serenidad a los fieles que entran en ella, se detienen allí en oración, reciben los sacramentos.
¿Lo recordarán los peregrinos que pasarán por la estación de Termini en el no muy lejano año santo (2025)? Sólo tienen que cruzar una calle… y el Sagrado Corazón de Jesús les espera.

PS. Hay una segunda basílica parroquial salesiana en Roma, más grande y artísticamente más rica que la del Sagrado Corazón: es la de San Juan Bosco en Tuscolano, que se convirtió en tal en 1965, pocos años después de su inauguración (1959). ¿Dónde se encuentra? “Obviamente” en el barrio Don Bosco (a dos pasos de los famosos estudios de Cinecittà). Si la estatua del campanario de la basílica del Sagrado Corazón domina la plaza de la estación Termini, la cúpula de la basílica de Don Bosco, ligeramente inferior a la de San Pedro, sin embargo, la mira de frente, aunque desde dos puntos extremos de la capital. Y como no hay dos sin tres, hay una tercera espléndida basílica parroquial salesiana en Roma: la de Santa María Auxiliadora, en el barrio Appio-Tuscolano, junto al gran Instituto Pío XI.

Carta apostólica titulada Pia Societas, fechada el 11 de febrero de 2021, con la cual Su Santidad Benedicto XV elevó la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús al rango de Basílica.

Ecclesia parochialis SS.mi Cordis Iesu ad Castrum Praetorium in urbe titulo et privilegiis Basilicae Minoris decoratur.
Benedictus pp. XV

            Ad perpetuam rei memoriam.
            Pia Societas sancti Francisci Salesii, a venerabili Servo Dei Ioanne Bosco iam Augustae Taurinorum condita atque hodie per dissitas quoque orbis regiones diffusa, omnibus plane cognitum est quanta sibi merita comparaverit non modo incumbendo actuose sollerterque in puerorum, orbitate laborantium, religiosam honestamque institutionem, verum etiam in rei catholicae profectum tum apud christianum populum, tum apud infideles in longinquis et asperrimis Missionibus. Eiusdem Societatis sodalibus est quoque in hac Alma Urbe Nostra ecclesia paroecialis Sacratissimo Cordi Iesu dicata, in qua, etsi non abhinc multos annos condita, eximii praesertim Praedecessoris Nostri Leonis PP. XIII iussu atque auspiciis, christifideles urbani, eorumdem Sodalium opera, adeo ad Dei cultum et virtutum laudem exercentur, ut ea vel cum antiquioribus paroeciis in honoris ac meritorum contentionem veniat. Ipsemet Salesianorum Sodalium fundator, venerabilis Ioannes Bosco, in nova Urbis regione, aere saluberrimo populoque confertissima, quae ad Gastrum Praetorium exstat, exaedificationem inchoavit istius templi, et, quasi illud erigeret ex gentis italicae voto et pietatis testimonio erga Sacratissimum Cor Iesu, stipem praecipue ex Italiae christifidelibus studiose conlegit; verumtamen pii homines ex ceteris nationibus non defuerunt, qui, in exstruendum perficiendumque templum istud, erga Ssmum Cor Iesu amore incensi, largam pecuniae vim contulerint. Anno autem MDCCCLXXXVII sacra ipsa aedes, secundum speciosam formam a Virginio Vespignani architecto delineatam, tandem perfecta ac sollemniter consecrata dedicataque est. Eamdem vero postea, magna cum sollertia, Sodales Salesianos non modo variis altaribus, imaginibus affabre depictis et statuis, omnique sacro cultui necessaria supellectili exornasse, verum etiam continentibus aedificiis iuventuti, ut tempora nostra postulant, rite instituendae ditasse, iure ac merito Praedecessores Nostri sunt» laetati, et Nos haud minore animi voluptate probamus. Quapropter cum dilectus filius Paulus Albera, hodiernus Piae Societatis sancti Francisci Salesii rector maior, nomine proprio ac religiosorum virorum quibus praeest, quo memorati templi Ssmi Cordi Iesu dicati maxime augeatur decus, eiusdem urbanae paroeciae fidelium fides et pietas foveatur, Nos supplex rogaverit, ut eidem templo dignitatem, titulum et privilegia Basilicae Minoris pro Nostra benignitate impertiri dignemur; Nos, ut magis magisque stimulos fidelibus ipsius paroeciae atque Urbis totius Nostrae ad Sacratissimum Cor Iesu impensius colendum atque adamandum addamus, nec non benevolentiam, qua Sodales Salesianos ob merita sua prosequimur, publice significemus, votis hisce piis annuendum ultro libenterque censemus. Quam ob rem, conlatis consiliis cum VV. FF. NN. S. R. E. Cardinalibus Congregationi Ss. Rituum praepositis, Motu proprio ac de certa scientia et matura deliberatione Nostris, deque apostolicae potestatis plenitudine, praesentium Litterarum tenore perpetuumque in modum, enunciatum templum Sacratissimo Cordi Iesu dicatum, in hac alma Urbe Nostra atque ad Castrum Praetorium situm, dignitate ac titulo Basilicae Minoris honestamus, cum omnibus et singulis honoribus, praerogativis, privilegiis, indultis quae aliis Minoribus Almae huius Urbis Basilicis de iure competunt. Decernentes praesentes Litteras firmas, validas atque efficaces semper exstare ac permanere, suosque integros effectus sortiri iugiter et obtinere, illisque ad quos pertinent nunc et in posterum plenissime suffragari; sicque rite iudicandum esse ac definiendum, irritumque ex nunc et inane fieri, si quidquam secus super his, a quovis, auctoritate qualibet, scienter sive ignoranter attentari contigerit. Non obstantibus contrariis quibuslibet.

            Datum Romae apud sanctum Petrum sub annulo Piscatoris, die XI februarii MCMXXI, Pontificatus Nostri anno septimo.
P. CARD. GASPARRI, a Secretis Status.

***

La iglesia parroquial del Santísimo Corazón de Jesús en el Castillo Pretorio, en la ciudad, es honrada con el título y los privilegios de Basílica Menor.
Benedicto Pío XV

            Para perpetua memoria.
            La Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, fundada en Turín por el venerable Siervo de Dios Juan Bosco y hoy extendida por diversas regiones del mundo, es bien conocida por los grandes méritos que ha adquirido no solo dedicándose activa y diligentemente a la educación religiosa y honesta de los niños huérfanos, sino también al progreso de la causa católica tanto entre el pueblo cristiano como entre los infieles en misiones lejanas y difíciles. Los miembros de esta Sociedad tienen también en esta Nuestra Alma Ciudad una iglesia parroquial dedicada al Santísimo Corazón de Jesús, que aunque fundada hace no muchos años, especialmente por orden y bajo el auspicio de nuestro excelentísimo Predecesor León XIII, los fieles urbanos, con la ayuda de esos mismos miembros, la ejercitan en tal medida para la gloria de Dios y la alabanza de las virtudes, que rivaliza incluso con las parroquias más antiguas en honor y méritos. El mismo fundador de los miembros salesianos, el venerable Juan Bosco, comenzó la construcción de este templo en una nueva zona de la ciudad, aireada y muy poblada, que se encuentra en el Castillo Pretorio, y, como si lo erigiera en voto y testimonio de piedad del pueblo italiano hacia el Santísimo Corazón de Jesús, reunió especialmente fondos con gran dedicación de los fieles cristianos de Italia; sin embargo, no faltaron hombres piadosos de otras naciones que, encendidos por el amor al Santísimo Corazón de Jesús, contribuyeron generosamente con grandes sumas para la construcción y finalización de este templo. En el año 1887, el edificio sagrado, según el hermoso diseño del arquitecto Virginio Vespignani, fue finalmente terminado, solemnemente consagrado y dedicado. Más tarde, con gran esmero, los miembros salesianos no solo lo adornaron con varios altares, imágenes hábilmente pintadas y estatuas, y con todo el mobiliario necesario para el culto sagrado, sino que también enriquecieron el edificio con instalaciones para la juventud, según lo exigen nuestros tiempos, para su adecuada formación, lo que ha sido motivo de alegría para nuestros Predecesores y que nosotros aprobamos con no menor satisfacción. Por lo tanto, cuando el amado hijo Pablo Albera, actual rector mayor de la Piadosa Sociedad de San Francisco de Sales, en su propio nombre y en el de los religiosos a quienes preside, para que se aumente especialmente el honor del templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús y se fomente la fe y piedad de los fieles de esta parroquia urbana, nos suplicó humildemente que dignáramos conferir a dicho templo la dignidad, el título y los privilegios de Basílica Menor por nuestra bondad; nosotros, para añadir cada vez más estímulos a la fe de esta parroquia y de toda Nuestra Ciudad para un culto más intenso y amoroso al Santísimo Corazón de Jesús, y para manifestar públicamente la benevolencia con que seguimos a los miembros salesianos por sus méritos, hemos accedido con gusto a estas piadosas peticiones. Por ello, habiendo consultado con los Eminentísimos y Reverendísimos Señores Cardenales Prefectos de la Congregación de los Santos Ritos, por nuestro propio impulso, con conocimiento cierto y maduro juicio, y en virtud de la plenitud de la potestad apostólica, declaramos por el tenor de estas presentes Letras, y para siempre, que el templo dedicado al Santísimo Corazón de Jesús, situado en esta Nuestra Alma Ciudad y en el Castillo Pretorio, sea honrado con la dignidad y el título de Basílica Menor, con todos y cada uno de los honores, prerrogativas, privilegios e indulgencias que por derecho corresponden a las demás Basílicas Menores de esta Alma Ciudad. Ordenamos que estas Letras presentes sean firmes, válidas y siempre eficaces, y que produzcan íntegros sus efectos continuamente y se mantengan, y que sean plenamente favorables a quienes corresponda ahora y en el futuro; y que así se juzgue y defina, y que cualquier intento contrario sea nulo y sin efecto desde ahora, ya sea por cualquier autoridad, con conocimiento o por ignorancia. No obstante cualquier cosa en contrario.

            Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 11 de febrero de 1921, en el séptimo año de nuestro Pontificado.
P. CARD. GASPARRI, Secretario de Estado.




Mensaje de don Fabio Attard en la fiesta del Rector Mayor

Queridos hermanos, queridos colaboradores de nuestras comunidades educativas pastorales, queridos jóvenes,

            Permitidme que comparta con vosotros este mensaje que sale de lo más profundo de mi corazón. Os lo transmito con todo el afecto, aprecio y estima que siento por todos y cada uno de vosotros, comprometidos en la misión de ser educadores, pastores y animadores de los jóvenes en todos los continentes.
            Todos somos conscientes de que la educación de los jóvenes exige cada vez más adultos significativos, personas que tengan una columna vertebral moralmente sólida, capaces de transmitirles esperanza y visión de futuro.
            Aunque todos nos encontramos comprometidos a caminar con los jóvenes, acogiéndolos en nuestros hogares, ofreciéndoles oportunidades educativas de todo tipo, en la variedad de entornos que aportamos, también somos conscientes de los retos culturales, sociales y económicos a los que nos enfrentamos.
            Junto a estos retos, que forman parte de todo proceso educativo pastoral, pues se trata siempre de un diálogo continuo con las realidades terrenas, reconocemos que, como consecuencia de las situaciones de guerras y conflictos armados en diversas partes del mundo, la llamada que vivimos se hace más compleja y difícil. Todo ello repercute en el compromiso que perseguimos. Es alentador comprobar que, a pesar de las dificultades a las que nos enfrentamos, estamos decididos a seguir viviendo nuestra misión con convicción.
            En los últimos meses, el mensaje del Papa Francisco y ahora la palabra del Papa León XIV invitan continuamente al mundo a mirar de frente a esta dolorosa situación que parece una espiral que crece de manera espantosa. Sabemos que las guerras nunca producen paz. Somos conscientes, y algunos lo vivimos en primera persona, de que todo conflicto armado y toda guerra trae consigo sufrimiento, dolor y aumenta todo tipo de pobreza. Todos sabemos que quienes en última instancia pagan el precio de tales situaciones son los desplazados, los ancianos, los niños y los jóvenes que se encuentran sin presente y sin futuro.
            Por esta razón, queridos hermanos y queridos colaboradores y jóvenes de todo el mundo, quisiera pediros amablemente que, para la fiesta del Rector Mayor, que es una tradición que se remonta a los tiempos de Don Bosco, cada comunidad en torno a la fiesta del Rector Mayor celebre la Santa Eucaristía por la paz.
            Es una invitación a la oración que encuentra su fuente en el sacrificio de Cristo, crucificado y resucitado. Una oración como testimonio para que nadie permanezca indiferente en una situación mundial sacudida por un número creciente de conflictos.
            Es un gesto de solidaridad con todos aquellos, especialmente salesianos, laicos y jóvenes, que en este momento particular, con gran valentía y determinación continúan viviendo la misión salesiana en medio de situaciones marcadas por la guerra. Son salesianos, laicos y jóvenes que piden y agradecen la solidaridad de toda la Congregación, solidaridad humana, solidaridad espiritual, solidaridad carismática.
            Aunque por mi parte y por parte de todo el Consejo General estamos haciendo todo lo posible para estar muy cerca de todos de manera concreta, creo que en este momento concreto ese signo de cercanía y de aliento debe darlo toda la Congregación.
            A vosotros, nuestros queridos hermanos y hermanas de Myanmar, Ucrania, Oriente Medio, Etiopía, el este de la República Democrática del Congo, Nigeria, Haití y Centroamérica, queremos deciros en voz alta que estamos con vosotros. Os damos las gracias por vuestro testimonio. Os aseguramos nuestra cercanía humana y espiritual.
            Sigamos rezando por el don de la paz. Sigamos rezando por estos hermanos nuestros, laicos y jóvenes que, viviendo en situaciones muy difíciles, siguen esperando y rezando para que surja la paz. Su ejemplo, su entrega y su pertenencia al carisma de Don Bosco, es para nosotros un poderoso testimonio. Ellos, junto con tantos consagrados, sacerdotes y laicos comprometidos, son los mártires modernos, es decir, testigos de la educación y de la evangelización, que, a pesar de todo, como verdaderos pastores y ministros de la caridad evangélica, siguen amando, creyendo y esperando un futuro mejor.
            Asumimos de todo corazón este llamamiento a la solidaridad. Gracias.

Protesta 25/0243 Roma, 24 de junio de 2025
don Fabio ATTARD,
Rector Mayor

Foto: shutterstock.com




Devoción de Don Bosco al Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, muy querida por Don Bosco, nace de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque en el monasterio de Paray-le-Monial: Cristo, mostrando su Corazón traspasado y coronado de espinas, pidió una fiesta reparadora el viernes después de la Octava del Corpus Domini. A pesar de las oposiciones, el culto se extendió porque ese Corazón, sede del amor divino, recuerda la caridad manifestada en la cruz y en la Eucaristía. Don Bosco invita a los jóvenes a honrarlo constantemente, sobre todo en el mes de junio, recitando la Corona y realizando actos de reparación que obtienen abundantes indulgencias y las doce promesas de paz, misericordia y santidad.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que cada día crece más, escuchad, queridos jóvenes, cómo tuvo su origen. Vivía en Francia, en el monasterio de la Visitación de Paray le Monial, una humilde virgen llamada Margarita Alacoque, querida por Dios por su gran pureza. Un día, mientras estaba delante del Santísimo Sacramento para adorar al bendito Jesús, vio a su Esposo Celestial en el acto de descubrir su pecho y mostrarle su Sagrado Corazón, resplandeciente de llamas, rodeado de espinas, traspasado por una herida y coronado por una cruz. Al mismo tiempo, la oyó quejarse de la monstruosa ingratitud de los hombres y ordenarle que se esforzara para que el viernes después de la Octava del Corpus Domini se rindiera un culto especial a su Divino Corazón en reparación de las ofensas que Él recibe en la Santísima Eucaristía. La piadosa doncella, llena de confusión, expuso a Jesús lo incapaz que era para tan grande empresa, pero fue consolada por el Señor para que continuara en su obra, y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús fue establecida a pesar de la viva oposición de sus adversarios.
Los motivos de este culto son múltiples: 1º Porque Jesucristo nos ofreció su Sagrado Corazón como sede de sus afectos; 2º Porque es símbolo de la inmensa caridad que Él nos demostró especialmente al permitir que su Sagrado Corazón fuera traspasado por una lanza; 3º Porque de este Corazón se mueven los fieles a meditar los dolores de Jesucristo y a profesarle gratitud.

Honremos, pues, constantemente este Divino Corazón, que por los muchos y grandes beneficios que ya nos ha hecho y nos hará, merece toda nuestra más humilde y amorosa veneración.

Mes de junio
Quien consagre todo el mes de junio al honor del Sagrado Corazón de Jesús con alguna oración diaria o devoción, obtendrá 7 años de indulgencia por cada día y una indulgencia plenaria al final del mes.

Corona al Sagrado Corazón de Jesús
Recitad esta Corona al Divino Corazón de Jesús Cristo para reparar los ultrajes que recibe en la Sagrada Eucaristía por parte de los infieles, los herejes y los malos cristianos. Recitadla solos o en grupo, si es posible ante la imagen del Divino Corazón o ante el Santísimo Sacramento:
V. Deus, in adjutorium meum intende (Oh Dios, ven a salvarme).
R. Domine ad adjuvandum me festina (Señor, ven pronto en mi ayuda).
Gloria Patri, etc.

1. Oh, amabilísimo Corazón de mi Jesús, adoro humildemente vuestra dulcísima amabilidad, que de manera singular mostráis en el Divino Sacramento a las almas aún pecadoras. Me duele veros correspondidos de manera tan ingrata, y quiero repararos las tantas ofensas que recibís en la Santísima Eucaristía de los herejes, de los infieles y de los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

2. Oh, humildísimo Corazón de mi Jesús Sacramentado, adoro tu profunda humildad en la Divina Eucaristía, ocultándote por amor nuestro bajo las especies del pan y del vino. ¡Oh, te lo ruego, Jesús mío, infunde en mi corazón esta virtud tan hermosa; yo, mientras tanto, procuraré compensarte por tantas ofensas que recibes en el Santísimo Sacramento por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

3. Oh, Corazón de mi Jesús, tan deseoso de sufrir, adoro esos deseos tan ardientes de encontrar tu dolorosa Pasión y de someterte a los agravios que tú mismo prevés en el Santísimo Sacramento. ¡Ah, Jesús mío! Tengo la sincera intención de compensarte con mi propia vida; quisiera impedir esas ofensas que, por desgracia, recibes en la Sagrada Eucaristía por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

4. Oh, corazón pacientísimo de mi Jesús, venero humildemente vuestra paciencia invencible al soportar por amor mío tantos dolores en la Cruz y tantos ultrajes en la Divina Eucaristía. ¡Oh, mi querido Jesús! Puesto que no puedo lavar con mi sangre aquellos lugares donde fuiste tan maltratado en uno y otro Misterio, te prometo, oh mi Bien Supremo, que usaré todos los medios para reparar a tu Divino Corazón tantos ultrajes que recibes en la Sagrada Eucaristía de los herejes, de los infieles y de los malos cristianos.
Padre, Ave y Gloria.

5. Oh Corazón de mi Jesús, amantísimo de nuestras almas en la admirable institución de la Santísima Eucaristía, adoro humildemente ese amor inmenso que nos llevas al darnos tu Divino Cuerpo y tu Divina Sangre como alimento. ¿Qué corazón no se estremece ante la vista de tan inmensa caridad? ¡Oh, mi buen Jesús! Dadme lágrimas abundantes para llorar y reparar tantas ofensas que recibís en el Santísimo Sacramento de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

6. Oh Corazón de mi Jesús sediento de nuestra salvación, venero humildemente ese amor ardiente que os impulsó a realizar el Sacrificio inefable de la Cruz, renovándolo cada día en los Altares en la Santa Misa. ¿Es posible que ante tanto amor no arda el corazón humano lleno de gratitud? Sí, por desgracia, oh Dios mío; pero para el futuro te prometo hacer todo lo que pueda para reparar tantos ultrajes que recibes en este Misterio de amor por parte de los herejes, los infieles y los malos cristianos.
Pater, Ave y Gloria.

Quien recite solo los seis Padrenuestros, Ave Marías y Glorias ante el Santísimo Sacramento, diciendo el último Padrenuestro, Ave María y Gloria según la intención del Sumo Pontífice, obtendrá 300 días de indulgencia cada vez.

Promesas hechas por Jesucristo
a la beata Margarita Alacoque para los devotos de su Divino Corazón
Les daré todas las gracias necesarias en su estado.
Haré reinar la paz en sus familias.
Los consolaré en todas sus aflicciones.
Seré su refugio seguro en la vida, pero especialmente en la hora de la muerte.
Colmaré de bendiciones todas sus empresas.
Los pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
Las almas tibias se volverán fervientes.
Las almas fervientes ascenderán rápidamente a una gran perfección.

Bendeciré la casa donde se exponga y se honre la imagen de mi Sagrado Corazón.

Daré a los sacerdotes el don de conmover los corazones más endurecidos.
El nombre de las personas que propaguen esta devoción estará escrito en mi Corazón y nunca será borrado.

Acto de reparación contra las blasfemias.
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea su Amabilísimo Corazón.
Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Se concede una indulgencia de un año por cada vez: y plena a quien lo recite durante un mes, en el día en que haga la Santa Confesión y la Comunión.

Ofrenda al Sagrado Corazón de Jesús ante su santa imagen
Yo, NN., para estaros agradecido y reparar mis infidelidades, os entrego mi corazón y me consagro enteramente a vos, mi amable Jesús, y con vuestra ayuda me propongo no volver a pecar.

El Pontífice Pío VII concedió cien días de indulgencia una vez al día, recitándola con corazón contrito, y plenaria una vez al mes, a quien la recite todos los días.

Oración al Sagrado Corazón de María
Dios te salve, Augustísima Reina de la Paz, Madre de Dios; por el Sagrado Corazón de tu Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, haz que se apacigüe su ira y que reine sobre nosotros en paz. Acuérdate, oh Virgen María, que nunca se ha oído en el mundo que hayas rechazado o abandonado a nadie que implorara tus favores. Animado por esta confianza, me presento ante ti: no desprecies, oh Madre del Verbo Eterno, mis ruegos, sino escúchalos favorablemente y dígnate atenderlos, oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María.
Pío IX concedió la indulgencia de 300 días cada vez que se recite devotamente esta oración, y la indulgencia plenaria una vez al mes a quien la haya recitado todos los días.

Oh Jesús, ardiente de amor,
Nunca te ofendí;
Oh, mi dulce y buen Jesús,
No quiero ofenderte más.

Sagrado Corazón de María,
Haz que salve mi alma.
Sagrado Corazón de mi Jesús,
Haz que te ame cada vez más.

A vos entrego mi corazón,
Madre de mi Jesús, Madre de amor.

(Fuente: «Il Giovane Provveduto per la pratica de’ suoi doveri negli esercizi di cristiana pietà per la recita dell’Uffizio della b. Vergine dei vespri di tutto l’anno e dell’uffizio dei morti coll’aggiunta di una scelta di laudi sacre, pel sac. Giovanni Bosco, 101ª edición, Turín, 1885, Tipografía y Librería Salesiana, S. Benigno Canavese – S. Per d’Arena – Lucca – Nizza Marittima – Marsella – Montevideo – Buenos Aires», pp. 119-124 [Obras publicadas, pp. 247-253]).

Foto: Estatua del Sagrado Corazón en bronce dorado sobre el campanario de la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, donada por los exalumnos salesianos de Argentina. Erigida en 1931, es una obra realizada en Milán por Riccardo Politi según el diseño del escultor Enrico Cattaneo de Turín.




Don Bosco asiste a una reunión de demonios (1884)

Las páginas que siguen nos adentran en el corazón de la experiencia mística de San Juan Bosco, a través de dos vívidos sueños que tuvo entre septiembre y diciembre de 1884. En el primero, el Santo atraviesa la llanura hacia Castelnuovo con un personaje misterioso y reflexiona sobre la escasez de curas, advirtiendo que solo el trabajo incansable, la humildad y la moralidad pueden hacer florecer auténticas vocaciones. En el segundo ciclo onírico, Bosco asiste a un concilio infernal: monstruosos demonios conspiran para aniquilar la naciente Congregación Salesiana, difundiendo la gula, la codicia de riquezas, la libertad sin obediencia y el orgullo intelectual. Entre presagios de muerte, amenazas internas y signos de la Providencia, estos sueños se convierten en un espejo dramático de las luchas espirituales que esperan a cada educador y a la Iglesia entera, ofreciendo a la vez advertencias severas y esperanzas luminosas.

Ricos en enseñanzas son dos sueños que tuvo el Siervo de Dios en los meses de septiembre y diciembre respectivamente.

El primero, en la noche del veintinueve al treinta de aquel mes. Es una lección para los sacerdotes. Le pareció dirigirse hacia Castelnuovo a través de una llanura; junto a él iba un venerando sacerdote, cuyo nombre dijo que no recordaba. Comenzaron a hablar sobre los sacerdotes: – ¡Trabajo, trabajo, trabajo! decían, éste debe ser el objetivo y la gloria de los sacerdotes. No cejar jamás en el trabajo. De esta manera ¡cuántas almas se salvarían! ¡Cuántas cosas se harían para gloria de Dios! ¡Oh, si el misionero cumpliese en verdad con su papel de misionero, si el párroco cumpliese con su misión de párroco, cuántos prodigios de santidad resplandecerían por todas partes! Pero, desgraciadamente, muchos tienen miedo al trabajo y prefieren las propias comodidades.
Razonando de esta manera entre sí, llegaron a un lugar llamado Filippelli. Entonces, don Bosco comenzó a lamentarse de la falta de sacerdotes.
– Es cierto, asintió el otro, los sacerdotes escasean, pero si todos los sacerdotes cumpliesen con su oficio de sacerdote, habría bastantes. ¡Cuántos sacerdotes hay que no hacen nada por el ministerio! Algunos no son más que el sacerdote de la familia; otros, por timidez, permanecen ociosos; mientras que si, por el contrario, se dedicasen al ministerio, si se examinasen de confesión, llenarían un gran vacío en las filas de la Iglesia… Dios proporciona las vocaciones según las necesidades. Cuando se impuso el servicio militar a los clérigos, todos estaban asustados, como si ya nadie pudiese llegar a ser sacerdote; pero cuando los ánimos se serenaron se comprobó que las vocaciones, en lugar de disminuir, aumentaron.
– Y ahora, preguntó don Bosco, ¿qué es lo que hay que hacer para promover las vocaciones en medio de la juventud?
– Ninguna otra cosa, respondió el compañero de viaje, más que cultivar celosamente entre ellos la moralidad. La moralidad es el semillero de las vocaciones.
– ¿Y qué es lo que deben hacer especialmente los sacerdotes para obtener que la propia vocación produzca frutos?
– Presbyter discat domum suam regere et sanctificare. (El presbítero aprenda a gobernar y santificar su casa). Que cada uno sea ejemplo de santidad en la propia familia y en la propia parroquia. Que no se entregue a los desórdenes de la gula, que no se engolfe en las cosas temporales… Que sea, ante todo, modelo en su propia casa y después lo será fuera de ella.
A cierto punto, aquel sacerdote preguntó a don Bosco adónde se dirigía y don Bosco le indicó Castelnuovo. El compañero, entonces,
dejándole proseguir, se quedó con un grupo de personas que le precedían. Después de dar algunos pasos, el siervo de Dios se despertó. En este sueño podemos ver como un recuerdo de los antiguos paseos que solía organizar Don Bosco con sus jóvenes por aquellos lugares.

Predicción de la muerte de Salesianos
El segundo sueño se refiere a la Congregación y pone en guardia contra los peligros que podrían amenazar su existencia. En realidad, más que un sueño es un argumento que se va desenvolviendo en sueños sucesivos.
En la noche del día primero de diciembre, el clérigo Viglietti se despertó sobresaltado al oír los gritos desgarradores que partían de la habitación de don Bosco. Se arrojó del lecho y se puso a escuchar.
El Siervo de Dios, con voz sofocada por lo sollozos, gritaba:
– ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Viglietti, sin más, entró en la habitación y preguntó:
– ¡Don Bosco! ¡Se siente mal?
– ¡Oh, Viglietti!, respondió el siervo de Dios despertándose. No, no me siento mal, pero no podía respirar, sabes. Mas ya pasó; vuelve tranquilo a la cama y duerme.
Por la mañana, cuando Viglietti, según lo acostumbrado, le llevó el café después de misa, don Bosco comenzó a decir: – ¡Viglietti, no puedo más, tengo los pulmones deshechos por los gritos de esta noche! Son cuatro noches consecutivas en las que sueño cosas que me obligan a gritar y me fatigan demasiado. Hace cuatro noches que veo una larga fila de Salesianos, unos detrás de otros, llevando cada uno una lanza en cuya parte superior había un cartel y en el cartel un número estampado. En uno se leía setenta y tres, en otro treinta, en un tercero sesenta y dos y así sucesivamente. Después que desfilaron numerosos carteles, apareció la luna en el cielo, en la cual, a medida que iban apareciendo los Salesianos, se veía una cifra no superior a doce y detrás numerosos puntos negros. Todos los Salesianos que yo veía iban a sentarse, cada uno sobre una tumba preparada.
He aquí la explicación dada a aquel espectáculo. El número que aparecía sobre los carteles era el tiempo de vida asignado a cada uno; la aparición de la luna en distintas formas y fases, representaba el último mes de vida; los puntos negros significaban los días del mes en los cuales morirían. A algunos los veía reunidos en grupos: eran los que habían de morir juntos, en un mismo día. Si hubiese querido narrar minuciosamente todas las cosas y las circunstancias accesorias, aseguró que habría necesitado emplear al menos diez días completos.

Es testigo de un conciliábulo de demonios
Hace tres noches, siguió, soñé de nuevo. Te contaré lo que vi en pocas palabras. Me pareció estar en una gran sala, donde muchos diablos celebraban un congreso tratando el modo de exterminar a la Congregación Salesiana. Parecían leones, tigres, serpientes y otras diversas clases de animales; pero tenían una forma indeterminada, más bien semejante a la figura humana. Semejaban sombras, que unas veces crecían y otras menguaban, que se estilizaban o se ensanchaban como sucedería con los cuerpos que tuviesen detrás de sí una luz que fuese llevada de una parte a otra, colocada a ras del suelo o levantada.
Y he aquí que uno de los demonios se adelantó y abrió la sesión. Para destruir a la Sociedad Salesiana propuso un único medio: la gula. Hizo ver las consecuencias de este vicio: inercia para el bien, corrupción de costumbres, escándalo, falta de espíritu de sacrificio, descuido de los jóvenes… Pero otro diablo replicó:
– El medio que propones no es general ni eficaz, ni se puede asaltar con él a todos los miembros en conjunto, pues la mesa de los religiosos será siempre parca y el vino se servirá en medida discreta; las reglas señalan su comida ordinaria; los Superiores vigilan para que no entren desórdenes. Quien se excediese en la comida o en la bebida, en vez de escandalizar causaría desprecio. No es ésta el arma que se ha de emplear para combatir a los Salesianos; yo propondría otro medio, que será más eficaz y con el que se podrá lograr mejor nuestro intento: el amor a las riquezas. En una Congregación religiosa, cuando entra el amor a las riquezas, penetra también en ella el amor a las comodidades, se busca la manera de disponer de peculio, se rompe el vínculo de la caridad, no pensando cada uno más que en sí mismo; se echan en olvido los pobres para atender únicamente a los que tienen bienes de fortuna, se roba a la Congregación…
Aquél quiso continuar, pero surgió un tercero que exclamó:
– Pero, ¡qué gula, ni qué riquezas! Entre los Salesianos el amor a las riquezas puede subyugar a pocos. Los Salesianos son todos pobres, tienen pocas ocasiones de procurarse un peculio. Además, en general, están constituidos de tal forma y son tantas sus necesidades por los muchos jóvenes que atienden y las casas que tienen que abastecer, que cualquier cantidad, por gruesa que fuese, sería inmediatamente empleada. No es posible que atesoren dinero. Pero yo tengo un medio infalible para ganar a nuestra causa a la Sociedad Salesiana, y éste es la libertad. Inducir, pues, a los Salesianos a despreciar las Reglas, a rechazar ciertas ocupaciones por pesadas y poco honoríficas, a producir cismas entre los Superiores con opiniones diversas, a ir a visitar a los parientes, so pretexto de invitaciones, y cosas semejantes.
Mientras los demonios parlamentaban, don Bosco pensaba:
– Ya, ya me percato de todo cuanto estáis diciendo. Hablad, hablad, pues así podré frustrar vuestras tramas.
Entretanto se adelantó un cuarto demonio que dijo:
– Pero qué, esas armas que proponéis son inútiles. Los Superiores sabrán poner freno a esa libertad, despidiendo de casa a los que se muestren rebeldes contra las Reglas. Alguno será tal vez deslumbrado por el deseo de la libertad, pero la gran mayoría se mantendrá en el cumplimiento de su deber. Yo tengo un medio para poder arruinarlo todo desde sus cimientos; un medio tal que a duras penas los Salesianos podrán precaverse de él. Escuchadme con atención. Persuadirlos de que la ciencia debe ser su gloria principal. Por tanto, inducirlos a estudiar mucho para sí, para adquirir fama, y no para practicar lo que aprenden, no para usufructuar la ciencia en ventaja del prójimo. Así, procurar que traten con desprecio a los pobres e ignorantes y que no atiendan en absoluto el sagrado ministerio. Nada de oratorios festivos, ni de catecismo a los niños; nada de clases primarias para instruir a los pobres niños abandonados; nada de largas horas de confesonario. Atenderán sólo a la predicación, pero raras veces y de una forma medida y estéril, pues en ella buscarán solamente un desahogo de la soberbia con el fin de alcanzar las alabanzas de los hombres y no la salvación de las almas.
Esta propuesta fue recibida con aplausos generales. Entonces don Bosco entrevió el día en el que los Salesianos podrían llegar a creer que el bien de la Congregación y su honra tenía que consistir en el saber y se sintió lleno de espanto sólo al pensar que sus hijos llegasen a proceder según esta idea, proclamando a voz en cuello que éste debería ser el programa a seguir.
También en esta ocasión el Siervo de Dios permanecía en un rincón de la sala escuchándolo y observándolo todo; cuando uno de los demonios lo descubrió y gritando lo señaló a los demás. Al oír aquel grito, todos se arrojaron contra él vociferando:
– ¡Acabemos de una vez! Era una danza infernal de espectros que lo empujaban, lo agarraban por los brazos y por la persona, mientras el Siervo de Dios decía a gritos:
– ¡Dejadme! ¡Auxilio! Finalmente se despertó, con los pulmones deshechos de tanto gritar.

Leones, tigres y monstruos disfrazados de corderos
La noche siguiente se dio cuenta de que el demonio había atacado a los Salesianos en la parte más esencial, induciéndoles a las trasgresiones de las Reglas. Entre ellos, se le presentaba delante distintamente quién las observaba y quién las quebrantaba.
En la noche última el sueño había sido espantoso. Don Bosco vio un gran rebaño de corderos y de ovejas que representaban a otros tantos Salesianos. El Siervo de Dios se acercó para acariciar a los corderos, pero se dio cuenta de que su piel, en vez de ser lana de cordero, era solamente una especie de cobertura que escondía u ocultaba a otros tantos tigres, leones, perros rabiosos, cerdos, panteras, osos y que cada uno tenía a su lado a un monstruo horrible y feroz. En medio del rebaño, había algunos reunidos en consejo. Don Bosco, sin ser visto, se acercó a éstos para oír lo que decían; estaban concertando la manera de destruir la Congregación Salesiana. Uno decía:
– ¡Hay que desollar a los Salesianos!
Y otro guiñando siniestramente, añadía:
– ¡Hay que estrangularlos!

Pero, cuando menos se esperaba, uno de ellos vio al Siervo de Dios que estaba allí cerca escuchando. Dio la voz de alarma y todos a una comenzaron a gritar que había que comenzar por don Bosco. Dicho esto, se dirigieron hacia él como para destrozarlo. Entonces fue cuando lanzó el grito que despertó a Viglietti. Además de las violencias diabólicas, había otra cosa que oprimía el espíritu del buen Padre: había visto desplegada sobre aquel rebaño una gran enseña que llevaba escritas estas palabras: Bestiis comparati sunt. (Fueron comparados a las bestias). Al contar esto, inclinó la cabeza y lloró.

Viglietti le tomó la mano y estrechándosela contra el corazón:
– ¡Ah!, don Bosco, le dijo, nosotros con el auxilio de Dios le seremos siempre fieles y nos comportaremos como buenos hijos, ¿no es cierto?
– Querido Viglietti, respondió el siervo de Dios, sé bueno y prepárate a ver grandes acontecimientos. Apenas si te he esbozado estos sueños; pues si hubiese tenido que contar todos los detalles tendría aún para mucho tiempo. ¡Cuántas cosas vi! Hay algunos en nuestras casas que no llegarán a celebrar la Novena de Navidad ¡Oh!, si pudiese hablar a los jóvenes, si dispusiese de fuerzas suficientes para poderme entretener con ellos, si pudiese dar vueltas por las casas como lo hacía en otro tiempo y revelar a algunos el estado de su conciencia, como lo vi en sueños, y decir a otros: Rompe el hielo, haz de una vez una buena confesión. Los tales me contestarían: Pero si me he confesado bien. En cambio, yo les podría replicar diciéndoles que han callado y lo que han callado, de forma que no se atreverían a negármelo. También algunos Salesianos, si pudiese hacer llegar hasta ellos una palabra mía, verían la necesidad que tienen de ajustar las propias cuentas repitiendo sus confesiones. Vi a los que observan las Reglas y a los que no las observan. Vi a muchos jóvenes que irán a San Benigno y se harán Salesianos y después desertarán de nuestras filas. También nos abandonarán algunos que al presente son Salesianos. Habrá otros que desearán solamente la ciencia que hincha, que les proporciona las alabanzas de los hombres y que les hace despreciar los consejos de aquéllos a los que consideran menos que ellos en el saber.

Con estos desconsoladores pensamientos, se entrelazaban providenciales consuelos que alegraban su corazón. La tarde del día tres de diciembre llegaba al Oratorio el Obispo de Pará, es decir del país central en el sueño de las misiones. Al día siguiente decía a Viglietti:

– ¡Qué grande es la Providencia! Escucha y dime después si no somos protegidos por Dios. Me escribía don Pablo Albera que no En el Oratorio el día dieciocho de diciembre murió el aprendiz Antonio Garino y, el día veinticinco, el aprendiz Esteban Pisano. podía ir adelante porque necesitaba en seguida mil francos; aquel mismo día una señora de Marsella, que anhelaba volver a ver a un hermano suyo religioso en París, satisfecha por haber obtenido la gracia de la Virgen, llevó mil francos a don Pablo Albera. Don José Ronchail se encuentra en graves estrecheces y necesita absolutamente cuatro mil francos; una señora escribe hoy mismo a don Bosco y pone a su disposición cuatro mil francos. Don Francisco Dalmazzo no sabe a qué santo acudir para tener dinero; hoy una señora regala para la iglesia del Sagrado Corazón una cantidad muy considerable. Y después, el día siete de diciembre, hubo la gran fiesta de la consagración de Monseñor Cagliero. Todos estos acontecimientos eran muy alentadores, porque eran visibles señales de la mano de Dios en la Obra de su Siervo.(MB IT XVII 383-389 / MB ES XVII 331-337)




Educar el corazón humano con san Francisco de Sales

San Francisco de Sales pone en el centro de la formación humana el corazón, sede de la voluntad, el amor y la libertad. Partiendo de la tradición bíblica y dialogando con la filosofía y la ciencia de su tiempo, el obispo de Ginebra identifica en la voluntad la “facultad maestra” capaz de gobernar las pasiones y los sentidos, mientras que los afectos – sobre todo el amor – alimentan su dinamismo interior. La educación salesiana busca, por tanto, transformar deseos, elecciones y resoluciones en un camino de dominio propio, donde la dulzura y la firmeza convergen para orientar a toda la persona hacia el bien.

En el centro y en la cima de la persona humana, san Francisco de Sales coloca el corazón, hasta el punto de decir: «Quien conquista el corazón del hombre conquista todo el hombre». En la antropología salesiana no se puede dejar de notar el uso abundante del término y del concepto de corazón. Esto sorprende aún más porque en los humanistas de la época, impregnados de lenguajes y pensamientos tomados de la antigüedad, no parece posible descubrir una insistencia particular en este símbolo.

Por un lado, este fenómeno se explica por el uso común y universal del sustantivo corazón para designar la interioridad de la persona, especialmente en referencia a su sensibilidad. Por otro lado, Francisco de Sales debe mucho a la tradición bíblica, que considera el corazón como la sede de las facultades más elevadas del hombre, tales como el amor, la voluntad y la inteligencia.

A estas consideraciones se podrían quizás añadir las investigaciones contemporáneas de anatomía relacionadas con el corazón y la circulación de la sangre. Lo importante para nosotros es aclarar el significado que Francisco de Sales atribuía al corazón, partiendo de su visión de la persona humana cuyo centro y cima son la voluntad, el amor y la libertad.

La voluntad, facultad maestra
Con las facultades del espíritu, como el intelecto y la memoria, se permanece en el ámbito del conocer. Ahora se trata de adentrarse en el ámbito del actuar. Como ya habían hecho san Agustín y algunos filósofos como Duns Escoto, Francisco de Sales asigna el primer lugar a la voluntad, probablemente bajo la influencia de sus maestros jesuitas. Es la voluntad la que debe gobernar todas las «potencias» del alma.

Es significativo que el Teótimo comience con el capítulo titulado: «Cómo, por la belleza de la naturaleza humana, Dios ha dado a la voluntad el gobierno de todas las facultades del alma». Citando a santo Tomás, Francisco de Sales afirma que el hombre tiene «poder pleno sobre todo tipo de accidentes y acontecimientos» y que «el hombre sabio, es decir, el hombre que sigue la razón, se hará maestro absoluto de los astros». Con el intelecto y la memoria, la voluntad es «el tercer soldado de nuestro espíritu y el más fuerte de todos, porque nada puede sobrepasar el libre querer del hombre; ni siquiera Dios, que lo creó, quiere forzarlo o violentarlo de ninguna manera».

Sin embargo, la voluntad ejerce su autoridad de maneras muy diversas, y la obediencia que se le debe es notablemente variable. Así, algunas de nuestras extremidades, no impedidas para moverse, obedecen a la voluntad sin problema. Abrimos y cerramos la boca, movemos la lengua, las manos, los pies, los ojos a nuestro antojo y tanto como queremos. La voluntad ejerce un poder sobre el funcionamiento de los cinco sentidos, pero es un poder indirecto: para no ver con los ojos, debo apartarlos o cerrarlos; para practicar la abstinencia debo ordenar a las manos que no lleven comida a la boca.

La voluntad puede y debe dominar el apetito sensible con sus doce pasiones. Aunque este tiende a comportarse como «un sujeto rebelde, sedicioso, inquieto», la voluntad a veces puede y debe dominarlo, incluso a costa de una larga lucha. La voluntad tiene poder también sobre las facultades superiores del espíritu, la memoria, el intelecto y la imaginación, porque es ella quien decide aplicar el espíritu a tal objeto y apartarlo de este o aquel pensamiento; pero no puede regularlas y hacerlas obedecer sin dificultad, ya que la imaginación tiene la característica de ser extremadamente «cambiante y voluble».

Pero, ¿cómo funciona la voluntad? La respuesta es relativamente fácil si se refiere al modelo salesiano de la meditación o oración mental, con las tres partes que la componen: las «consideraciones», los «afectos» y las «resoluciones». Las primeras consisten en reflexionar y meditar sobre un bien, una verdad, un valor. Esta reflexión normalmente produce afectos, es decir, grandes deseos de adquirir y poseer ese bien o valor, y estos afectos son capaces de «mover la voluntad». Finalmente, la voluntad, una vez «movida», produce las «resoluciones».

Los «afectos» que mueven la voluntad
La voluntad, siendo considerada por Francisco de Sales como un «apetito», es una «facultad afectiva». Pero es un apetito racional y no sensible o sensual. El apetito produce movimientos, y mientras los del apetito sensible son ordinariamente llamados «pasiones», los de la voluntad se llaman «afectos», porque «presionan» o «mueven» la voluntad. El autor del Teótimo también llama a los primeros «pasiones del cuerpo» y a los segundos «afectos del corazón». Subiendo del ámbito sensible al racional, las doce pasiones del alma se transforman en afectos razonables.

En los diferentes modelos de meditación propuestos en la Introducción a la vida devota, el autor invita a Filotea, mediante una serie de expresiones vivas y significativas, a cultivar todas las formas de afectos voluntarios: el amor del bien («volver el corazón hacia», «aficionarse», «abrazar», «apegarse», «unirse»); el odio al mal («detestarlo», «romper todo vínculo», «pisotear»); el deseo («aspirar», «implorar», «invocar», «suplicar»); la huida («despreciar», «separarse», «alejarse», «remover», «abjurar»); la esperanza («¡vamos pues! ¡Oh corazón mío!»); la desesperación («¡oh! ¡mi indignidad es grande!»); la alegría («alegrarse», «complacerse»); la tristeza («afligirse», «confundirse», «humillarse»); la ira («reprochar», «expulsar», «arrancar»); el miedo («temblar», «asustar el alma»); el coraje («animar», «fortalecer»); y finalmente el triunfo («exaltar», «glorificar»).

Los estoicos, negadores de las pasiones – pero erróneamente – admitían sin embargo la existencia de estos afectos razonables, que llamaban «empatías» o buenas pasiones. Afirmaban «que el sabio no codiciaba, sino que quería; que no sentía alegría, sino gozo; que no estaba sujeto al temor, sino que era prudente y cauteloso; por lo que era impulsado solo por la razón y según la razón».

Reconocer el papel de los afectos en el proceso decisorio parece indispensable. Es significativo que la meditación destinada a desembocar en las resoluciones les reserve un papel central. En ciertos casos, explica el autor de la Filotea, se pueden casi omitir las consideraciones o abreviarlas, pero los afectos nunca deben faltar porque son ellos los que motivan las resoluciones. Cuando surge un afecto bueno, escribía, «habrá que dejarle rienda suelta y no pretender seguir el método que les he indicado», porque las consideraciones se hacen solo para excitar el afecto.

El amor, primer y principal «afecto»
Para san Francisco de Sales, el amor siempre aparece en primer lugar tanto en la lista de las pasiones como en la de los afectos. ¿Qué es el amor? preguntaba Jean-Pierre Camus a su amigo, el obispo de Ginebra, quien le respondió: «El amor es la primera pasión de nuestro apetito sensitivo y el primer afecto del apetito racional, que es la voluntad; dado que nuestra voluntad no es otra cosa que el amor al bien, y el amor es querer el bien».
El amor gobierna los demás afectos y entra primero en el corazón: «La tristeza, el temor, la esperanza, el odio y los otros afectos del alma no entran en el corazón si el amor no los arrastra consigo». Siguiendo la estela de san Agustín, para quien «vivir es amar», el autor del Teótimo explica que los otros once afectos que habitan el corazón humano dependen del amor: «El amor es la vida de nuestro corazón […]. Todos nuestros afectos siguen nuestro amor, y según él deseamos, nos deleitamos, esperamos y desesperamos, tememos, nos animamos, odiamos, huimos, nos entristecemos, nos enojamos, nos sentimos triunfantes».

Curiosamente, la voluntad tiene ante todo una dimensión pasiva, mientras que el amor es la potencia activa que mueve y conmueve. La voluntad no llega a decidir si no es movida por un estímulo predominante: el amor. Tomando el ejemplo del hierro atraído por el imán, se debe decir que la voluntad es el hierro y el amor el imán.

Para ilustrar el dinamismo del amor, el autor del Teótimo utiliza también la imagen del árbol. Con precisión botánica, analiza las «cinco partes principales» del amor, que es «como un hermoso árbol, cuya raíz es la conveniencia de la voluntad con el bien, el tronco es el placer, el tronco es la tensión, las ramas son las búsquedas, los intentos y otros esfuerzos, pero solo el fruto es la unión y el goce».

El amor se impone a la misma voluntad. Tal es la fuerza del amor que, para quien ama, nada es difícil, «para el amor nada es imposible». El amor es fuerte como la muerte, repite Francisco de Sales con el Cantar de los Cantares; o mejor dicho, el amor es más fuerte que la muerte. Si se piensa bien, el hombre vale solo por el amor, y todas las potencias y facultades humanas, especialmente la voluntad, tienden a él: «Dios quiere al hombre solo por el alma, y el alma solo por la voluntad y la voluntad solo por el amor».

Para explicar su pensamiento, el autor del Teótimo recurre a la imagen de las relaciones entre hombre y mujer, tal como estaban codificadas y vividas en su tiempo. La joven mujer entre los enamorados que la cortejan puede elegir al que más le gusta. Pero después del matrimonio, pierde la libertad y de señora se vuelve sometida a la potestad del marido, quedando atrapada por aquel que ella misma eligió. Así la voluntad, que tiene la elección del amor, después de haber abrazado uno, queda sometida a él.

La lucha de la voluntad por la libertad interior
Querer es elegir. Mientras uno es niño, sigue siendo completamente dependiente e incapaz de elegir, pero al crecer las cosas cambian rápidamente y las elecciones se imponen. Los niños no son ni buenos ni malos, porque no pueden elegir entre el bien y el mal. Durante la infancia caminan como quienes salen de una ciudad y por un tiempo van derecho; pero después descubren que el camino se divide en dos direcciones; les corresponde elegir la de la derecha o la de la izquierda a voluntad, para ir a donde quieran.
Por lo general, las elecciones son difíciles porque requieren renunciar a un bien por otro. Usualmente la elección debe hacerse entre lo que uno siente y lo que quiere, porque hay una gran diferencia entre sentir y consentir. El joven tentado por una «mujer liviana», de quien habla san Jerónimo, tenía la imaginación «sumamente ocupada por tal presencia voluptuosa», pero superó la prueba con un puro acto de la voluntad superior. La voluntad, asediada por todas partes y empujada a dar su consentimiento, resistió la pasión sensual.
La elección también se impone frente a otras pasiones y afectos: «Pisen con los pies sus sensaciones, desconfianzas, miedos, aversiones» — aconseja Francisco de Sales a una persona a la que dirigía —, pidiéndole que se ponga del «lado de la inspiración y la razón contra el lado del instinto y la aversión». El amor se sirve de la fuerza de voluntad para gobernar todas las facultades y todas las pasiones. Será un «amor armado» y tal amor armado someterá nuestras pasiones. Esta voluntad libre «reside en la parte suprema y más espiritual del alma» y «no depende de nada más que de Dios y de uno mismo; y cuando todas las demás facultades del alma están perdidas y sometidas al enemigo, solo ella permanece dueña de sí para no consentir de ninguna manera».
Sin embargo, la elección no está solo en el objetivo a alcanzar, sino también en la intención que preside la acción. Es un aspecto al que Francisco de Sales es particularmente sensible, porque toca la calidad del actuar. De hecho, el fin perseguido imprime un sentido a la acción. Se puede decidir realizar un acto por muchos motivos. A diferencia de los animales, «el hombre es tan dueño de sus acciones humanas y razonables que las realiza todas por un fin»; incluso puede cambiar el fin natural de una acción, añadiendo un fin secundario, «como cuando, además de la intención de socorrer al pobre a quien se dirige la limosna, añade la intención de obligar al indigente a hacer lo mismo». Entre los paganos, las intenciones rara vez eran desinteresadas, y en nosotros las intenciones pueden estar contaminadas «por el orgullo, la vanidad, el interés temporal o algún otro motivo malo». A veces «fingimos querer ser los últimos y nos sentamos al final de la mesa, pero para pasar con más honor a la cabecera».
«Purifiquemos entonces, Teótimo, mientras podamos, todas nuestras intenciones», pide el autor del Tratado del amor de Dios. La buena intención «da vida» a las acciones más pequeñas y a los gestos cotidianos simples. En efecto, «alcanzamos la perfección no haciendo muchas cosas, sino haciéndolas con una intención pura y perfecta». No hay que perder el ánimo, porque «siempre se puede corregir la propia intención, limpiarla y mejorarla».

El fruto de la voluntad son las «resoluciones»
Después de haber puesto en evidencia el carácter pasivo de la voluntad, cuya primera propiedad consiste en dejarse atraer por el bien que le presenta la razón, conviene mostrar su aspecto activo. San Francisco de Sales concede gran importancia a la distinción entre voluntad afectiva y voluntad efectiva, así como entre amor afectivo y amor efectivo. El amor afectivo se parece al amor de un padre por el hijo menor, «un niño pequeño aún bebé, muy amable», mientras que el amor que demuestra al hijo mayor, «hombre ya hecho, buen y noble soldado», es de otra especie: «Este último es amado con un amor efectivo, mientras que el pequeño es amado con un amor afectivo».
De igual modo, hablando de la «constancia de la voluntad», el obispo de Ginebra afirma que no se puede contentar con una «constancia sensible»; es necesaria una constancia «situada en la parte superior del espíritu y que sea efectiva». Llega el momento en que ya no se debe «especular con el razonamiento», sino «endurecer la voluntad». «Nuestra alma, esté triste o alegre, sumergida en dulzura o amargura, en paz o turbada, luminosa o tenebrosa, tentada o tranquila, llena de placer o de disgusto, inmersa en la aridez o en la ternura, quemada por el sol o refrescada por el rocío», no importa, una voluntad fuerte no se deja fácilmente apartar de sus propósitos. «Permanecemos firmes en nuestros propósitos, inflexibles en nuestras resoluciones», pide el autor de la Filotea. Es la facultad maestra de la que depende el valor de la persona: «El mundo entero vale menos que un alma y un alma no vale nada sin nuestros buenos propósitos».
El sustantivo «resolución» indica una decisión que llega al final de un proceso, que ha puesto en juego el razonamiento con su capacidad de discernir y el corazón, entendido como una afectividad que se deja mover por un bien atractivo. En la «declaración auténtica» que el autor de la Introducción a la vida devota invita a Filotea a pronunciar, se lee: «Esta es mi voluntad, mi intención y mi decisión, inviolable e irrevocable, voluntad que confieso y confirmo sin reservas ni excepciones». Una meditación que no desemboca en actos concretos no serviría de nada.
En las diez Meditaciones propuestas como modelo en la primera parte de la Filotea, encontramos expresiones frecuentes como estas: «quiero», «no quiero más», «sí, seguiré las inspiraciones y los consejos», «haré todo lo posible», «quiero hacer esto o aquello», «haré este o aquel esfuerzo», «haré esta o aquella cosa», «escojo», «quiero participar», o también «quiero asumir el cuidado requerido».
La voluntad de Francisco de Sales suele adoptar un aspecto pasivo, aquí en cambio revela todo su dinamismo extremadamente activo. No es por tanto sin razón que se haya podido hablar de voluntarismo salesiano.

Francisco de Sales, educador del corazón humano
Francisco de Sales ha sido considerado como un «admirable educador de la voluntad». Decir que fue un admirable educador del corazón humano significa, más o menos, lo mismo, pero con el añadido de un matiz afectivo, característica de la concepción salesiana del corazón. Como se ha visto, no ha descuidado ningún componente del ser humano: el cuerpo con sus sentidos, el alma con sus pasiones, el espíritu con sus facultades, en particular intelectuales. Pero lo que más le importa es el corazón humano, sobre el cual escribía a una de sus correspondientes: «Es necesario, por tanto, cultivar con gran cuidado este corazón amado y no escatimar nada de lo que pueda ser útil para su felicidad».
Ahora, el corazón del hombre es «inquieto», según el dicho de san Agustín, porque está lleno de deseos insatisfechos. Parece que nunca tiene ni «descanso ni tranquilidad». Francisco de Sales propone entonces una educación también de los deseos. A. Ravier ha hablado también de un «discernimiento o política del deseo». En efecto, el principal enemigo de la voluntad «es la cantidad de deseos que tenemos de esta o aquella cosa. En resumen, nuestra voluntad está tan llena de pretensiones y proyectos, que muy a menudo no hace más que perder tiempo considerándolos uno tras otro o incluso todos juntos, en lugar de ocuparse en realizar uno más útil».
Un buen pedagogo sabe que para conducir a su alumno hacia el objetivo propuesto, sea saber o virtud, es imprescindible presentarle un proyecto que movilice sus energías. Francisco de Sales se revela un maestro en el arte de motivar, como enseña a su «hija», Juana de Chantal, una de sus máximas preferidas: «Hay que hacer todo por amor y nada por fuerza». En el Teótimo afirma que «la alegría abre el corazón como la tristeza lo cierra». El amor, en efecto, es la vida del corazón.

Sin embargo, la fuerza no debe faltar. Al joven que estaba a punto de «zarpar en el vasto mar del mundo», el obispo de Ginebra le aconsejaba «un corazón vigoroso» y «un corazón noble», capaz de gobernar los deseos. Francisco de Sales quiere un corazón dulce y pacífico, puro, indiferente, un «corazón despojado de afectos» incompatibles con la vocación, un corazón «recto», «distendido y sin ninguna coacción». No ama la «ternura de corazón» que se reduce a la búsqueda de uno mismo, y exige en cambio la «firmeza de corazón» en el actuar. «A un corazón fuerte nada le es imposible» — escribe a una señora —, para animarla a no abandonar «el curso de las santas resoluciones». Quiere un «corazón viril» y al mismo tiempo un corazón «dócil, maleable y sometido, dispuesto a todo lo permitido y listo para asumir cualquier compromiso por obediencia y caridad»; un «corazón dulce hacia el prójimo y humilde ante Dios», «noblemente orgulloso» y «perennemente humilde», «dulce y pacífico».
Al fin y al cabo, la educación de la voluntad apunta al pleno dominio de sí mismo, que Francisco de Sales expresa mediante una imagen: tomar el corazón en la mano, poseer el corazón o el alma. «La gran alegría del hombre, Filotea, es poseer su propia alma; y cuanto más perfecta se vuelve la paciencia, más perfectamente poseemos nuestra alma». Esto no significa insensibilidad, ausencia de pasiones o afectos, sino una tensión hacia el dominio de uno mismo. Se trata de un camino dirigido a la autonomía de sí, garantizada por la supremacía de la voluntad, libre y razonable, pero de una autonomía gobernada por el amor soberano.

Foto: Retrato de San Francisco de Sales en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en Roma. Obra sobre lienzo realizada por el pintor romano Attilio Palombi y ofrecida como regalo por el cardenal Lucido María Parocchi.




Don Bosco y el Sagrado Corazón. Custodiar, reparar, amar

En 1886, en vísperas de la consagración de la nueva Basílica del Sagrado Corazón en el centro de Roma, el «Boletín Salesiano» quiso preparar a sus lectores —colaboradores, benefactores, jóvenes, familias— para un encuentro vital con «el Corazón traspasado que sigue amando». Durante todo un año, la revista presentó ante los ojos del mundo salesiano un auténtico «rosario» de meditaciones: cada número vinculaba un aspecto de la devoción a una urgencia pastoral, educativa o social que Don Bosco —ya agotado, pero muy lúcido— consideraba estratégica para el futuro de la Iglesia y de la sociedad italiana. Casi ciento cuarenta años después, esa serie sigue siendo un pequeño tratado de espiritualidad del corazón, escrito en un tono sencillo pero lleno de ardor, capaz de conjugar contemplación y práctica. Presentamos aquí una lectura unitaria de ese recorrido mensual, mostrando cómo la intuición salesiana sigue hablando hoy.


Febrero – La guardia de honor: velar por el Amor herido
            El nuevo año litúrgico se abre, en el Boletín, con una invitación sorprendente: no solo adorar a Jesús presente en el sagrario, sino «hacerle guardia», un turno de una hora elegido libremente en el que cada cristiano, sin interrumpir sus actividades cotidianas, se convierte en centinela amoroso que consuela al Corazón traspasado por la indiferencia del carnaval. La idea, nacida en Paray-le-Monial y florecida en muchas diócesis, se convierte en un programa educativo: transformar el tiempo en espacio de reparación, enseñar a los jóvenes que la fidelidad nace de pequeños actos constantes, hacer de la jornada una liturgia difundida. El voto asociado —destinar los ingresos del Manual de la Guardia de Honor a la construcción de la basílica romana— revela la lógica salesiana: la contemplación que se traduce inmediatamente en ladrillos, porque la verdadera oración edifica (literalmente) la casa de Dios.

Marzo – Caridad creativa: el sello salesiano
            En la gran conferencia del 8 de mayo de 1884, el cardenal Parocchi resumió la misión salesiana en una palabra: «caridad». El Boletín retoma ese discurso para recordar que la Iglesia conquista el mundo más con gestos de amor que con disputas teóricas. Don Bosco no funda escuelas de élite, sino hospicios populares; no saca a los chicos del entorno solo para protegerlos, sino para devolverlos a la sociedad como ciudadanos sólidos. Es la caridad «según las necesidades del siglo»: respuesta al materialismo no con polémicas, sino con obras que muestran la fuerza del Evangelio. De ahí la urgencia de un gran santuario dedicado al Corazón de Jesús: hacer que en el corazón de Roma se eleve un signo visible de ese amor que educa y transforma.

Abril – Eucaristía: «obra maestra del Corazón de Jesús»
            Para Don Bosco, nada es más urgente que devolver a los cristianos a la Comunión frecuente. El Boletín recuerda que «no hay catolicismo sin la Virgen y sin la Eucaristía». La mesa eucarística es «el origen de la sociedad cristiana»: de ella nacen la fraternidad, la justicia y la pureza. Si la fe languidece, hay que reavivar el deseo del Pan vivo. No es casualidad que san Francisco de Sales confiara a las Visitandinas la misión de custodiar el Corazón eucarístico: la devoción al Sagrado Corazón no es un sentimiento abstracto, sino un camino concreto que conduce al sagrario y desde allí se derrama por las calles. Y es de nuevo la obra romana la que sirve de verificación: cada lira ofrecida para la basílica se convierte en un «ladrillo espiritual» que consagra a Italia al Corazón que se entrega.

Mayo – El Corazón de Jesús resplandece en el Corazón de María
            El mes mariano lleva al Boletín a entrelazar las dos grandes devociones: entre los dos Corazones existe una profunda comunión, simbolizada por la imagen bíblica del «espejo». El Corazón inmaculado de María refleja la luz del Corazón divino, haciéndola soportable a los ojos humanos: quien no se atreve a mirar fijamente al Sol, mira su resplandor reflejado en la Madre. Culto de latría para el Corazón de Jesús, de «hiperdulia» para el de María: distinción que evita los equívocos de los polemistas jansenistas de ayer y de hoy. El Boletín desmonta las acusaciones de idolatría e invita a los fieles a un amor equilibrado, donde la contemplación y la misión se alimentan mutuamente: María introduce al Hijo y el Hijo conduce a la Madre. Con vistas a la consagración del nuevo templo, se pide unir las dos invocaciones que se alzan sobre las colinas de Roma y Turín: Sagrado Corazón de Jesús y María Auxiliadora.

Junio – Consolaciones sobrenaturales: el amor que obra en la historia
            Doscientos años después de la primera consagración pública al Sagrado Corazón (Paray-le-Monial, 1686), el Boletín afirma que la devoción responde a la enfermedad de la época: «enfriamiento de la caridad por exceso de iniquidad». El Corazón de Jesús —Creador, Redentor, Glorificador— se presenta como el centro de toda la historia: desde la creación hasta la Iglesia, desde la Eucaristía hasta la escatología. Quien adora ese Corazón entra en un dinamismo que transforma la cultura y la política. Por eso, el papa León XIII pidió a todos que acudieran al santuario romano: monumento de reparación, pero también «dique» contra el «río inmundo» del error moderno. Es un llamamiento que suena actual: sin caridad ardiente, la sociedad se deshilacha.
Julio – Humildad: el rostro de Cristo y del cristiano
            La meditación estival elige la virtud más descuidada: la humildad, «gema trasplantada por la mano de Dios en el jardín de la Iglesia». Don Bosco, hijo espiritual de san Francisco de Sales, sabe que la humildad es la puerta de las demás virtudes y el sello de todo verdadero apostolado: quien sirve a los jóvenes sin buscar visibilidad hace presente «el ocultamiento de Jesús durante treinta años». El Boletín desenmascara la soberbia disfrazada de falsa modestia e invita a cultivar una doble humildad: la del intelecto, que se abre al misterio, y la de la voluntad, que obedece a la verdad reconocida. La devoción al Sagrado Corazón no es sentimentalismo: es escuela de pensamiento humilde y de acción concreta, capaz de construir la paz social porque elimina del corazón el veneno del orgullo.

Agosto – Mansedumbre: la fuerza que desarma
            Después de la humildad, la mansedumbre: virtud que no es debilidad, sino dominio de sí mismo, «el león que engendra miel», dice el texto refiriéndose al enigma de Sansón. El Corazón de Jesús se muestra manso al acoger a los pecadores, firme en la defensa del templo. Se invita a los lectores a imitar ese doble movimiento: dulzura hacia las personas, firmeza contra el error. San Francisco de Sales vuelve a ser modelo: con tono apacible derramó ríos de caridad en la turbulenta Ginebra, convirtiendo más corazones de los que habrían conquistado las duras polémicas. En un siglo que «pecaba de no tener corazón», construir el santuario del Sagrado Corazón significaba erigir un gimnasio de mansedumbre social, una respuesta evangélica al desprecio y a la violencia verbal que ya entonces envenenaban el debate público.

Septiembre – Pobreza y cuestión social: el Corazón que reconcilia a ricos y pobres
            El estruendo del conflicto social, advierte el Boletín, amenaza con «reducir a escombros el edificio civil». Estamos en plena «cuestión obrera»: los socialistas agitan a las masas, el capital se concentra. Don Bosco no niega la legitimidad de la riqueza honesta, pero recuerda que la verdadera revolución comienza en el corazón: el Corazón de Jesús proclamó bienaventurados a los pobres y vivió en primera persona la pobreza. El remedio pasa por una solidaridad evangélica alimentada por la oración y la generosidad. Hasta que no se termine el templo romano —escribe el periódico—, faltará el signo visible de la reconciliación. En las décadas siguientes, la doctrina social de la Iglesia desarrollará estas intuiciones, pero la semilla ya está aquí: la caridad no es limosna, es justicia que nace de un corazón transformado.

Octubre – La infancia: sacramento de la esperanza
            «Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeños»: en boca de Jesús, la invitación se convierte en advertencia. El Boletín recuerda los horrores del mundo pagano contra los niños y muestra cómo el cristianismo ha cambiado la historia al confiar a los pequeños un lugar central. Para Don Bosco, la educación es un acto religioso: en la escuela y en el oratorio se guarda el tesoro de la Iglesia futura. La bendición de Jesús a los niños, reproducida en las primeras páginas del periódico, es una manifestación del Corazón que «se estrecha como un padre» y anuncia la vocación salesiana: hacer de la juventud un «sacramento» que hace presente a Dios en la ciudad. Las escuelas, los colegios, los talleres no son opcionales: son la forma concreta de honrar el Corazón de Jesús vivo en los jóvenes.

Noviembre – Triunfos de la Iglesia: la humildad vence a la muerte
            La liturgia recuerda a los santos y a los difuntos; el Boletín medita sobre el «triunfo manso» de Jesús que entra en Jerusalén. La imagen se convierte en clave de lectura de la historia de la Iglesia: se alternan los éxitos y las persecuciones, pero la Iglesia, como el Maestro, siempre resucita. Se invita a los lectores a no dejarse paralizar por el pesimismo: las sombras del momento (leyes anticlericales, reducción de las órdenes, propaganda masónica) no borran el dinamismo del Evangelio. El templo del Sagrado Corazón, surgido entre la hostilidad y la pobreza, será el signo tangible de que «la piedra sellada ha sido removida». Colaborar en su construcción significa apostar por el futuro de Dios.

Diciembre – Bienaventuranza del dolor: la Cruz acogida por el corazón
            El año se cierra con la más paradójica de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran». El dolor, escándalo para la razón pagana, se convierte en el Corazón de Jesús en camino de redención y fecundidad. El Boletín ve en esta lógica la clave para leer la crisis contemporánea: las sociedades fundadas en el entretenimiento a toda costa producen injusticia y desesperación. Aceptado en unión con Cristo, en cambio, el dolor transforma los corazones, fortalece el carácter, estimula la solidaridad, libera del miedo. Incluso las piedras del santuario son «lágrimas transformadas en esperanza»: pequeñas ofrendas, a veces fruto de sacrificios ocultos, que construirán un lugar desde el que lloverán, promete el periódico, «torrentes de castas delicias».

Un legado profético
            En el montaje mensual del Boletín Salesiano de 1886 llama la atención la pedagogía del crescendo: se parte de la pequeña hora de guardia y se llega a la consagración del dolor; del fiel individual a las obras nacionales; del tabernáculo atornillado del oratorio a los bastiones del Esquilino. Es un itinerario que entrelaza tres ejes fundamentales:
            Contemplación: el Corazón de Jesús es ante todo un misterio que hay que adorar: vigilia, Eucaristía, reparación.
            Formación: cada virtud (humildad, mansedumbre, pobreza) se propone como medicina social, capaz de curar las heridas colectivas.
            Construcción: la espiritualidad se convierte en arquitectura: la basílica no es un ornamento, sino un laboratorio de ciudadanía cristiana.
            Sin forzar, podemos reconocer aquí el presagio de temas que la Iglesia desarrollará a lo largo del siglo XX: el apostolado de los laicos, la doctrina social, la centralidad de la Eucaristía en la misión, la protección de los menores, la pastoral del sufrimiento. Don Bosco y sus colaboradores captan los signos de los tiempos y responden con el lenguaje del corazón.

            El 14 de mayo de 1887, cuando León XIII consagró la Basílica del Sagrado Corazón, a través de su vicario Cardenal Lucido María Parocchi, don Bosco – demasiado débil para subir al altar – asistió escondido entre los fieles. En ese momento, todas las palabras del Boletín de 1886 se convirtieron en piedra viva: la guardia de honor, la caridad educativa, la Eucaristía centro del mundo, la ternura de María, la pobreza reconciliadora, la bienaventuranza del dolor. Hoy esas páginas piden un nuevo aliento: nos toca a nosotros, consagrados o laicos, jóvenes o ancianos, continuar la vigilia, levantar obras de esperanza, aprender la geografía del corazón. El programa sigue siendo el mismo, sencillo y audaz: guardar, reparar, amar.

En la foto: Pintura del Sagrado Corazón, situada en el altar mayor de la Basílica del Sagrado Corazón de Roma. La obra fue encargada por Don Bosco y confiada al pintor Francesco de Rohden (Roma, 15 de febrero de 1817 – 28 de diciembre de 1903).




Don Bosco y las procesiones eucarísticas

Un aspecto poco conocido pero importante del carisma de san Juan Bosco son las procesiones eucarísticas. Para el santo de los jóvenes, la Eucaristía no era solo una devoción personal, sino una herramienta pedagógica y un testimonio público. En una Turín en transformación, don Bosco vio en las procesiones una oportunidad para fortalecer la fe de los jóvenes y anunciar a Cristo en las calles. La experiencia salesiana, que continuó en todo el mundo, muestra cómo la fe puede encarnarse en la cultura y responder a los desafíos sociales. Aún hoy, vividas con autenticidad y apertura, estas procesiones pueden convertirse en signos proféticos de fe.

Cuando se habla de san Juan Bosco (1815-1888) se piensa inmediatamente en sus oratorios populares, en la pasión educativa por los jóvenes y en la familia salesiana nacida de su carisma. Menos conocido, pero no por ello menos decisivo, es el papel que la devoción eucarística —y en particular las procesiones eucarísticas— tuvo en su obra. Para Don Bosco, la Eucaristía no era solo el corazón de la vida interior; también constituía una poderosa herramienta pedagógica y un signo público de renovación social en una Turín en rápida transformación industrial. Recorrer el vínculo entre el santo de los jóvenes y las procesiones con el Santísimo significa entrar en un laboratorio pastoral donde liturgia, catequesis, educación cívica y promoción humana se entrelazan de manera original y, en ocasiones, sorprendente.

Las procesiones eucarísticas en el contexto del siglo XIX
Para comprender a Don Bosco es necesario recordar que el siglo XIX italiano vivió un intenso debate sobre el papel público de la religión. Tras la época napoleónica y del movimiento risorgimentista, las manifestaciones religiosas en las calles de la ciudad ya no eran algo dado por sentado: en muchas regiones se estaba delineando un estado liberal que miraba con recelo cualquier expresión pública del catolicismo, temiendo concentraciones masivas o resurgimientos “reaccionarios”. Sin embargo, las procesiones eucarísticas mantenían una fuerza simbólica muy poderosa: recordaban la señoría de Cristo sobre toda la realidad y, al mismo tiempo, hacían emerger una Iglesia popular, visible e encarnada en los barrios. Contra este trasfondo se destaca la obstinación de Don Bosco, que nunca renunció a acompañar a sus jóvenes en el testimonio de la fe fuera de los muros del oratorio, ya fueran las calles de Valdocco o los campos circundantes.

Desde los años de formación en el seminario de Chieri, Giovanni Bosco desarrolló una sensibilidad eucarística de sabor “misionero”. Las crónicas cuentan que a menudo se detenía en la capilla, después de las clases, largo tiempo en oración ante el tabernáculo. En las “Memorias del Oratorio” él mismo reconoce haber aprendido de su director espiritual, don Cafasso, el valor de “hacerse pan” para los demás: contemplar a Jesús que se entrega en la Hostia significaba, para él, aprender la lógica del amor gratuito. Esta línea atraviesa toda su historia: “Manténganse amigos de Jesús sacramentado y María Auxiliadora” repetirá a los jóvenes, señalando la comunión frecuente y la adoración silenciosa como pilares de un camino de santidad laical y cotidiana.

El oratorio de Valdocco y las primeras procesiones internas
En los primeros años cuarenta del siglo XIX, el oratorio turinés aún no poseía una iglesia propiamente dicha. Las celebraciones se realizaban en barracas de madera o en patios adaptados. Don Bosco, sin embargo, no renunció a organizar pequeñas procesiones internas, casi “ensayos generales” de lo que se convertiría en una práctica establecida. Los jóvenes llevaban cirios y estandartes, cantaban alabanzas marianas y, al final, se detenían alrededor de un altar improvisado para la bendición eucarística. Estos primeros intentos tenían una función eminentemente pedagógica: acostumbrar a los jóvenes a una participación devota pero alegre, uniendo disciplina y espontaneidad. En la Turín obrera, donde a menudo la miseria desembocaba en violencia, desfilar ordenados con el pañuelo rojo al cuello ya era una señal contracorriente: mostraba que la fe podía educar al respeto de uno mismo y de los demás.

Don Bosco sabía bien que una procesión no se improvisa: se necesitan signos, cantos, gestos que hablen al corazón antes que a la mente. Por eso cuidaba personalmente la explicación de los símbolos. El baldaquino se convertía en la imagen de la tienda del encuentro, signo de la presencia divina que acompaña al pueblo en camino. Las flores esparcidas a lo largo del recorrido recordaban la belleza de las virtudes cristianas que deben adornar el alma. Los faroles, indispensables en las salidas nocturnas, aludían a la luz de la fe que ilumina las tinieblas del pecado. Cada elemento era objeto de una pequeña “predicación” convivencial en el refectorio o en la recreación, de modo que la preparación logística se entrelazara con la catequesis sistemática. ¿El resultado? Para los jóvenes, la procesión no era un deber ritual sino una ocasión de fiesta cargada de significado.

Uno de los aspectos más característicos de las procesiones salesianas era la presencia de la banda formada por los mismos alumnos. Don Bosco consideraba la música un antídoto contra el ocio y, al mismo tiempo, una poderosa herramienta de evangelización: “Una marcha alegre bien ejecutada —escribía— atrae a la gente como el imán atrae al hierro”. La banda precedía al Santísimo, alternando piezas sacras con arias populares adaptadas con textos religiosos. Este “diálogo” entre fe y cultura popular reducía las distancias con los transeúntes y creaba alrededor de la procesión un aura de fiesta compartida. No pocos cronistas laicos testimoniaron haber sido “intrigados” por aquel grupo de jóvenes músicos disciplinados, tan diferente de las bandas militares o filarmónicas de la época.

Procesiones como respuesta a las crisis sociales
La Turín del siglo XIX conoció epidemias de cólera (1854 y 1865), huelgas, hambrunas y tensiones anticlericales. Don Bosco reaccionó a menudo proponiendo procesiones extraordinarias de reparación o de súplica. Durante el cólera de 1854 llevó a los jóvenes por las calles más afectadas, recitando en voz alta las letanías por los enfermos y repartiendo pan y medicinas. En ese momento nació la promesa —luego cumplida— de construir la iglesia de María Auxiliadora: “Si la Madonna salva a mis chicos, le levantaré un templo”. Las autoridades civiles, inicialmente contrarias a los cortejos religiosos por temor al contagio, tuvieron que reconocer la eficacia de la red de asistencia salesiana, alimentada espiritualmente precisamente por las procesiones. La Eucaristía, llevada entre los enfermos, se convertía así en un signo tangible de la compasión cristiana.

Contrariamente a ciertos modelos devocionales cerrados en las sacristías, las procesiones de Don Bosco reivindicaban un derecho de ciudadanía de la fe en el espacio público. No se trataba de “ocupar” las calles, sino de devolverlas a su vocación comunitaria. Pasar bajo los balcones, atravesar plazas y pórticos significaba recordar que la ciudad no es solo lugar de intercambio económico o de enfrentamiento político, sino de encuentro fraterno. Por eso Don Bosco insistía en un orden impecable: capas cepilladas, zapatos limpios, filas regulares. Quería que la imagen de la procesión comunicara belleza y dignidad, persuadiendo incluso a los observadores más escépticos de que la propuesta cristiana elevaba a la persona.

La herencia salesiana de las procesiones
Después de la muerte de Don Bosco, sus hijos espirituales difundieron la práctica de las procesiones eucarísticas en todo el mundo: desde las escuelas agrícolas de Emilia hasta las misiones de la Patagonia, desde los colegios asiáticos hasta los barrios obreros de Bruselas. Lo que importaba no era duplicar fielmente un rito piamontés, sino transmitir el núcleo pedagógico: protagonismo juvenil, catequesis simbólica, apertura a la sociedad circundante. Así, en América Latina, los salesianos incorporaron danzas tradicionales al inicio del cortejo; en India adoptaron alfombras de flores según el arte local; en África subsahariana alternaron cantos gregorianos con ritmos polifónicos tribales. La Eucaristía se convertía en puente entre culturas, realizando el sueño de Don Bosco de “hacer de todos los pueblos una sola familia”.

Desde el punto de vista teológico, las procesiones de Don Bosco encarnan una fuerte visión de la presencia real de Cristo. Llevar el Santísimo “afuera” significa proclamar que el Verbo no se hizo carne para quedarse encerrado, sino para “plantar su tienda en medio de nosotros” (cf. Jn 1,14). Tal presencia pide ser anunciada en formas comprensibles, sin reducirse a un gesto intimista. En Don Bosco, la dinámica centrípeta de la adoración (reunir los corazones alrededor de la Hostia) genera una dinámica centrífuga: los jóvenes, alimentados en el altar, se sienten enviados a servir. De la procesión surgen micro-compromisos: asistir a un compañero enfermo, pacificar una pelea, estudiar con mayor diligencia. La Eucaristía se prolonga en las “procesiones invisibles” de la caridad cotidiana.

Hoy, en contextos secularizados o multirreligiosos, las procesiones eucarísticas pueden plantear interrogantes: ¿siguen siendo comunicativas? ¿No corren el riesgo de parecer folclore nostálgico? La experiencia de Don Bosco sugiere que la clave está en la calidad relacional más que en la cantidad de incienso o de ornamentos. Una procesión que involucra a familias, explica los símbolos, integra lenguajes artísticos contemporáneos y, sobre todo, se conecta con gestos concretos de solidaridad, mantiene una sorprendente fuerza profética. El reciente Sínodo sobre los jóvenes (2018) ha subrayado varias veces la importancia de “salir” y de “mostrar la fe con la carne”. La tradición salesiana, con su liturgia itinerante, ofrece un paradigma ya probado de “Iglesia en salida”.

Las procesiones eucarísticas no eran para Don Bosco simples tradiciones litúrgicas, sino verdaderos actos educativos, espirituales y sociales. Representaban una síntesis entre fe vivida, comunidad educativa y testimonio público. A través de ellas, Don Bosco formaba jóvenes capaces de adorar, respetar, servir y testimoniar.

Hoy, en un mundo fragmentado y distraído, reapropiarse del valor de las procesiones eucarísticas a la luz del carisma salesiano puede ser una forma eficaz de reencontrar el sentido de lo esencial: Cristo presente en medio de su pueblo, que camina con él, lo adora, lo sirve y lo anuncia.
En una época que busca autenticidad, visibilidad y relaciones, la procesión eucarística —si se vive según el espíritu de Don Bosco— puede ser un signo poderoso de esperanza y renovación.

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Patagonia: “La empresa más grande de nuestra Congregación”

Apenas llegaron a la Patagonia, los salesianos – guiados por Don Bosco – buscaron obtener un Vicariato apostólico que garantizara autonomía pastoral y el apoyo de Propaganda Fide. Entre 1880 y 1882, repetidas solicitudes a Roma, al presidente argentino Roca y al arzobispo de Buenos Aires se estrellaron contra disturbios políticos y desconfianzas eclesiásticas. Misioneros como Rizzo, Fagnano, Costamagna y Beauvoir recorrían el Río Negro, el Colorado y hasta el lago Nahuel-Huapi, estableciendo presencias entre indígenas y colonos. El giro llegó el 16 de noviembre de 1883: un decreto erigió el Vicariato de la Patagonia septentrional, confiado a monseñor Giovanni Cagliero, y la Prefectura meridional, dirigida por monseñor Giuseppe Fagnano. Desde ese momento, la obra salesiana se arraigó «en el fin del mundo», preparando su futura florecencia.

            Recién llegados los Salesianos a la Patagonia, el 22 de marzo de 1880 Don Bosco volvió a solicitar a las distintas Congregaciones romanas y al propio Papa León XIII para la erección de un Vicariato o Prefectura de la Patagonia con sede en Carmen, que abarcaría las colonias ya establecidas o que se estaban organizando en las márgenes del Río Negro, desde los 36° a los 50° de latitud Sur. Carmen podría haberse convertido en “el centro de las Misiones Salesianas entre los Indios”.
            Pero los disturbios militares en el momento de la elección del General Roca como Presidente de la República (mayo-agosto de 1880) y la muerte del inspector salesiano P. Francisco Bodrato (agosto de 1880) hicieron que los planes quedaran en suspenso. Don Bosco insistió también ante el Presidente en noviembre, pero fue en vano. El Vicariato no era querido ni por el arzobispo ni por la autoridad política.

            Unos meses más tarde, en enero de 1881, Don Bosco animó al recién nombrado Inspector P. Santiago Costamagna a ocuparse del Vicariato de la Patagonia y aseguró al párroco-director P. Fagnano que con respecto a la Patagonia – “la más grande empresa de nuestra Congregación”- pronto recaería sobre él una gran responsabilidad. Pero el impasse continuaba.
            Mientras tanto en la Patagonia el P. Emilio Rizzo, que en 1880 había acompañado al vicario de Buenos Aires Monseñor Espinosa por Río Negro hasta Roca (50 km), con otros salesianos se preparaba para otras misiones volantes por el mismo río. El P. Fagnano pudo entonces acompañar al ejército hasta la Cordillera en 1881. Don Bosco, impaciente, temblaba y el P. Costamagna, de nuevo en noviembre de 1881, le aconsejó negociar directamente con Roma.
            La suerte quiso que Monseñor Espinosa llegara a Italia a finales de 1881; Don Bosco aprovechó la ocasión para informar a través de él al arzobispo de Buenos Aires, que en abril de 1882 se mostró favorable al proyecto de un Vicariato confiado a los Salesianos. Más que nada, quizá por la imposibilidad de esperar allí con su clero. Pero una vez más no se llegó a nada. En el verano de 1882 y luego en 1883, el P. Beauvoir acompañó al ejército hasta el lago Nahuel-Huapi en los Andes (880 km); otros salesianos habían hecho excursiones apostólicas similares en abril a lo largo del Río Colorado, mientras que el P. Beauvoir regresó a Roca y en agosto el P. Milanesio fue hasta Ñorquín en Neuquén (900 km).
            Don Bosco estaba cada vez más convencido de que sin su propio Vicariato Apostólico los Salesianos no habrían gozado de la necesaria libertad de acción, dadas las dificilísimas relaciones que había tenido con su Arzobispo de Turín y teniendo en cuenta también que el propio Concilio Vaticano I no había decidido nada sobre las nada fáciles relaciones entre Ordinarios y superiores de Congregaciones religiosas en territorios de misión. Además, y no era poco, sólo un Vicariato misionero podía contar con el apoyo económico de la Congregación de Propaganda Fide.
            Por ello Don Bosco reanudó sus gestiones, elevando a la Santa Sede la propuesta de subdivisión administrativa de la Patagonia y Tierra del Fuego en tres Vicariatos o Prefecturas: de Río Colorado a Río Chubut, de éstos al Río Santa Cruz, y de éstos a las islas de Tierra del Fuego, incluidas las Malvinas.
            El Papa León XIII aceptó unos meses después y le pidió los nombres. Don Bosco sugirió entonces al cardenal Simeoni la erección de un Vicariato único para la Patagonia norte con sede en Carmen, del que dependería una Prefectura Apostólica para la Patagonia sur. Para esta última propuso al P. Fagnano; para el Vicariato al P. Cagliero o al P. Costamagna.

Un sueño hecho realidad
            El 16 de noviembre de 1883 un decreto de Propaganda Fide erigía el Vicariato Apostólico de la Patagonia Norte y Central, que comprendía el sur de la provincia de Buenos Aires, los territorios nacionales de La Pampa central, Río Negro, Neuquén y Chubut. Cuatro días más tarde la confió al P. Cagliero como Provicario Apostólico (y más tarde Vicario Apostólico). El 2 de diciembre de 1883, le tocó a Fagnano ser nombrado Prefecto Apostólico de la Patagonia chilena, del territorio chileno de Magallanes-Punta Arenas, del territorio argentino de Santa Cruz, de las islas Malvinas y de las islas indefinidas que se extienden hasta el estrecho de Magallanes. Eclesiásticamente, la Prefectura abarcaba zonas pertenecientes a la diócesis chilena de San Carlos de Ancud.
            El sueño del famoso viaje en tren de Cartagena en Colombia a Punta Arenas en Chile el 10 de agosto de 1883 comenzaba así a hacerse realidad, tanto más cuanto que algunos Salesianos de Montevideo en Uruguay habían venido a fundar la casa de Niteroi en Brasil a principios de 1883. El largo proceso para poder dirigir una misión en plena libertad canónica había llegado a su fin. En octubre de 1884 el P. Cagliero sería nombrado Vicario Apostólico de la Patagonia, donde ingresaría el 8 de julio, siete meses después de su consagración episcopal en Valdocco el 7 de diciembre de 1884.

La secuela
            Aunque en medio de las dificultades de todo tipo que la historia recuerda -incluso acusaciones y francas calumnias- la obra salesiana desde aquellos tímidos comienzos se desplegó rápidamente tanto en la Patagonia Argentina como en la chilena. Echó raíces sobre todo en pequeñísimos núcleos de indios y colonos, hoy convertidos en pueblos y ciudades. Monseñor Fagnano se estableció en Punta Arenas (Chile) en 1887, desde donde poco después inició misiones en las islas de Tierra del Fuego. Misioneros generosos y capaces gastaron generosamente sus vidas a ambos lados del Estrecho de Magallanes “por la salvación de las almas” e incluso de los cuerpos (en la medida de sus posibilidades) de los habitantes de aquellas tierras “allá abajo, en el fin del mundo”. Muchos lo reconocieron, entre ellos una persona que lo sabe, porque él mismo vino ‘casi del fin del mundo’: el Papa Francisco.

Foto de época: los tres Bororòs que acompañaron a los misioneros salesianos a Cuyabà (1904)