Si la Patagonia debe esperar… vayamos a Asia

Se recorre la expansión de los misioneros salesianos en Argentina en la segunda mitad del siglo XIX, en un país abierto a los capitales extranjeros y caracterizado por una intensa inmigración italiana. Las reformas legislativas y la carencia de escuelas favorecieron los proyectos educativos de Don Bosco y Don Cagliero, pero la realidad se reveló más compleja de lo imaginado en Europa. Un contexto político inestable y un nacionalismo hostil a la Iglesia se entrelazaban con tensiones religiosas anticlericales y protestantes. Existía, además, la dramática condición de los indígenas, rechazados hacia el sur por la fuerza militar. La rica correspondencia entre los dos religiosos muestra cómo tuvieron que adecuar objetivos y estrategias frente a nuevos desafíos sociales y religiosos, manteniendo vivo el deseo de extender la misión también en Asia.

Con la misión jurídica recibida del papa, con el título y las facultades espirituales de misioneros apostólicos concedidas por la Congregación de Propaganda Fide, con una carta de presentación de Don Bosco al arzobispo de Buenos Aires, los diez misioneros tras un mes de viaje a través del océano Atlántico, a mediados de diciembre de 1875, llegaron a Argentina, un inmenso país poblado por algo menos de dos millones de habitantes (cuatro millones en 1895, en 1914 serían ocho millones). De él apenas conocían el idioma, la geografía y un poco de historia.
Acogidos por las autoridades civiles, el clero local y benefactores, vivieron inicialmente meses felices. En efecto, la situación del país era favorable, tanto en el plano económico, con grandes inversiones de capitales extranjeros, como en el social, con la apertura legal (1875) a la inmigración, sobre todo italiana: 100.000 inmigrantes, 30.000 de ellos sólo en Buenos Aires. La situación educativa también era favorable debido a la nueva ley de libertad de enseñanza (1876) y a la falta de escuelas para “niños pobres y abandonados”, como a las que querían dedicarse los salesianos.
En cambio, surgieron dificultades en el aspecto religioso -dada la fuerte presencia de anticlericales, masones, liberales hostiles, protestantes ingleses (galeses) en algunas zonas- y el modesto espíritu religioso de muchos clérigos nativos e inmigrantes. Del mismo modo, en el aspecto político, por los riesgos siempre inminentes de inestabilidad política, económica y comercial, por un nacionalismo hostil a la Iglesia católica y susceptible a cualquier influencia exterior, y por el problema no resuelto de los pueblos indígenas de la Pampa y la Patagonia. De hecho, el continuo avance de la línea fronteriza meridional los forzaba cada vez más al sur y hacia la Cordillera, cuando no los eliminaba realmente o, capturados, los vendía como esclavos. Don Cagliero, el jefe de la expedición, se dio cuenta inmediatamente de ello. Dos meses después de su desembarco escribió: “Los indios están exasperados contra el Gobierno Nacional. Van por ellos armados con Remingtons, hacen prisioneros a hombres, mujeres, niños, caballos y ovejas […] debemos rogar a Dios que les envíe misioneros para librarlos de la muerte del alma y del cuerpo”.
De la utopía del sueño al realismo de la situación
En 1876-1877 se produce una especie de diálogo a distancia entre Don Bosco y Don Cagliero: en menos de veinte meses cruzan el Atlántico no menos de 62 cartas. Don Cagliero se comprometía in loco a seguir las directrices de Don Bosco, basándose en las lecturas incompletas de que disponía y en sus inspiraciones de lo alto, que no eran fáciles de descifrar. Don Bosco, a su vez, conoció a través de su jefe de campo cómo la realidad argentina era diferente de lo que él había pensado en Italia. El proyecto operativo estudiado en Turín podía efectivamente ser compartido en los objetivos y en la misma estrategia general, pero no en las coordenadas geográficas, cronológicas y antropológicas previstas. Don Cagliero era perfectamente consciente de ello, a diferencia de Don Bosco que, en cambio, continuó incansablemente ampliando los espacios para las misiones salesianas.
El 27 de abril de 1876, de hecho, anunció a Don Cagliero la aceptación de un Vicariato Apostólico en la India – excluyendo los otros dos propuestos por la Santa Sede, en Australia y China – que le sería confiado a él, que por lo tanto dejaría en manos de otros las misiones de la Patagonia. Dos semanas después, sin embargo, Don Bosco presentó a Roma la petición de erigir un Vicariato Apostólico también para la Pampa y la Patagonia, que él consideraba, erróneamente, territorio nullius [de nadie] tanto civil como eclesiásticamente. Lo reiteró en agosto siguiente al firmar el largo manuscrito La Patagonia e le terre australiani del continente americano, escrito junto con el P. Giulio Barberis. La situación se complicó aún más con la adquisición por el gobierno argentino (de acuerdo con el chileno) de las tierras habitadas por los indígenas, que las autoridades civiles de Buenos Aires habían dividido en cuatro gobernaciones y que el arzobispo de Buenos Aires consideraba, con razón, sujetas a su jurisdicción ordinaria.
Pero las furiosas luchas gubernamentales contra los nativos (septiembre de 1876) hicieron que el sueño salesiano “A la Patagonia, a la Patagonia. ¡Dios lo quiera!” permaneció así por el momento.

Los italianos “indianizados”
Mientras tanto, en octubre de 1876, el arzobispo había propuesto a los misioneros salesianos que se hicieran cargo de la parroquia de La Boca, en Buenos Aires, para atender a miles de italianos “más indianizados que los indios en cuanto a costumbres y religión” (habría escrito don Cagliero). Aceptaron. Durante su primer año en Argentina, de hecho, ya habían estabilizado su posición en la capital: con la compra formal de la capilla Mater misericordiae en el centro de la ciudad, con el establecimiento de oratorios festivos para italianos en tres partes de la ciudad, con el hospicio de “artes y oficios” y la iglesia de San Carlos en el oeste -que permanecerían allí desde mayo de 1877 hasta marzo de 1878, cuando se trasladaron a Almagro- y ahora la parroquia de La Boca en el sur con un oratorio que se estaba instalando. También proyectaron un noviciado y mientras esperaban a las Hijas de María Auxiliadora pensaron en un hospicio e internado en Montevideo, Uruguay.
A finales del año 1876 don Cagliero estaba dispuesto a regresar a Italia, viendo además que tanto la posibilidad de entrar en Chubut como la fundación de una colonia en Santa Cruz (en el extremo sur del continente) se prolongaban excesivamente debido a un gobierno que ponía trabas a los misioneros y a que los nativos hubieran preferido “destruirlos antes que reducirlos”.
Pero con la llegada en enero de 1877 de la segunda expedición de 22 misioneros, Don Cagliero planeó independientemente intentar una excursión a Carmen de Patagones, sobre el Río Negro, de acuerdo con el arzobispo. Don Bosco a su vez ese mismo mes sugirió a la Santa Sede la erección de tres Vicariatos Apostólicos (Carmen de Patagones, Santa Cruz, Punta Arenas) o al menos uno en Carmen de Patagones, comprometiéndose a aceptar en 1878 el de Mangalor en la India con don Cagliero como Vicario. No sólo eso, sino que el 13 de febrero con inmensa valentía se declaró también disponible para el mismo 1878 para el Vicariato Apostólico de Ceilán con preferencia al de Australia, ambos propuestos a él por el Papa (¿o sugeridos por él al Papa?). En resumen, Don Bosco no se contentaba con América Latina, al oeste, soñaba con enviar sus misioneros a Asia, al este.




donbosco.info: un motor de búsqueda salesiano

Presentamos la nueva plataforma donbosco.info, que es un motor de búsqueda salesiano pensado para facilitar la consulta de documentos relacionados con el carisma de Don Bosco. Creado para apoyar el Boletín Salesiano Online, supera las limitaciones de los sistemas de archivo tradicionales, a menudo incapaces de detectar todas las ocurrencias de las palabras. Esta solución integra un hardware dedicado y un software desarrollado específicamente, ofreciendo también una función de lectura. La interfaz web, deliberadamente sencilla, permite navegar entre miles de documentos en diferentes idiomas, con la posibilidad de filtrar los resultados por carpeta, título, autor o año. Gracias al escaneo OCR de los documentos PDF, el sistema identifica el texto incluso cuando no es perfecto, y adopta estrategias para ignorar la puntuación y los caracteres especiales. Los contenidos, ricos en material histórico y formativo, tienen como objetivo difundir el mensaje salesiano de forma capilar. Con la carga libre de documentos, se fomenta el enriquecimiento continuo de la plataforma, mejorando la búsqueda.

En el ámbito de los trabajos para la redacción del Boletín Salesiano Online, se hizo necesaria la creación de varias herramientas de apoyo, entre ellas un motor de búsqueda dedicado.

Este motor de búsqueda se concibió teniendo en cuenta las limitaciones actualmente presentes en los diversos recursos salesianos disponibles en la red. Muchos sitios ofrecen sistemas de archivo con funcionalidad de búsqueda, pero a menudo no consiguen identificar todas las ocurrencias de las palabras, debido a limitaciones técnicas o restricciones introducidas para evitar la sobrecarga de los servidores.

Para superar estas dificultades, en lugar de construir un simple archivo de documentos con una función de búsqueda, hemos creado un verdadero motor de búsqueda, dotado también de una función de lectura. Se trata de una solución completa, basada en hardware dedicado y en un software desarrollado específicamente.

En la fase de diseño, evaluamos dos opciones: un software para instalar localmente o una aplicación del lado del servidor accesible vía web. Dado que la misión del Boletín Salesiano Online es difundir el carisma salesiano al mayor número de personas, se decidió optar por la solución web, para permitir a cualquiera buscar y consultar documentos salesianos.

El motor de búsqueda está disponible en la dirección www.donbosco.info. La interfaz web es deliberadamente esencial y «espartana», para garantizar una mayor velocidad de carga. En la «página de inicio» se enumeran los archivos y las carpetas presentes, con el fin de facilitar la consulta. Los documentos no están sólo en italiano, sino que también están disponibles en otros idiomas, seleccionables a través del icono correspondiente en la parte superior izquierda.

La mayoría de los archivos cargados están en formato PDF obtenido a partir de escaneos con OCR (reconocimiento óptico de caracteres). Dado que el OCR no siempre es perfecto, a veces no se detectan todas las palabras buscadas. Para evitar esto, se han implementado varias estrategias: ignorar la puntuación y los caracteres acentuados o especiales, y permitir la búsqueda incluso en presencia de caracteres faltantes o erróneos. Se pueden consultar más detalles en la sección de preguntas frecuentes, accesible desde el pie de página.

Dada la presencia de miles de documentos, la búsqueda puede devolver un número muy elevado de resultados. Por ello, es posible restringir el ámbito de la búsqueda por carpetas, por título, autor o año: los criterios son acumulativos y ayudan a encontrar más rápidamente lo que se necesita. Los resultados se enumeran en función de una puntuación de pertinencia, que actualmente tiene en cuenta principalmente la densidad de las palabras clave dentro del texto y su proximidad.

Idealmente, sería preferible disponer de los documentos en formato vectorial en lugar de escaneados, ya que la búsqueda sería siempre precisa y los archivos serían más ligeros, con las consiguientes ventajas en términos de velocidad.

Si posee documentos en formato vectorial o de mejor calidad que los ya presentes en el motor de búsqueda, puede cargarlos a través del servicio de carga disponible en www.donbosco.space. También puede añadir otros documentos no presentes en el motor de búsqueda. Para obtener las credenciales de acceso (nombre de usuario y contraseña), envíe una solicitud por correo electrónico a bsol@sdb.org.




Venerable Francesco Convertin, pastor según el Corazón de Jesús

El venerable Don Francesco Convertini, salesiano misionero en la India, emerge como un pastor según el Corazón de Jesús, forjado por el Espíritu y totalmente fiel al proyecto divino sobre su vida. A través de los testimonios de quienes lo conocieron, se delinean su profunda humildad, la dedicación incondicional al anuncio del Evangelio y el ferviente amor por Dios y por el prójimo. Vivió con gozosa sencillez evangélica, afrontando fatigas y sacrificios con valentía y generosidad, siempre atento a quienquiera que encontrara en su camino. El texto destaca su extraordinaria humanidad y la riqueza espiritual, un don precioso para la Iglesia.

1. Agricultor en la viña del Señor
            Presentar el perfil virtuoso del padre Francesco Convertini, misionero salesiano en la India, un hombre que se dejó modelar por el Espíritu y supo realizar su fisonomía espiritual según el designio de Dios sobre él, es algo hermoso y serio al mismo tiempo, porque recuerda el verdadero sentido de la vida, como respuesta a una llamada, a una promesa, a un proyecto de gracia.
            Muy original es la síntesis esbozada sobre él por un sacerdote de su país, el padre Quirico Vasta, que conoció al padre Francesco en raras visitas a su querida tierra de Apulia. Este testimonio nos ofrece una síntesis del perfil virtuoso del gran misionero, introduciéndonos de forma autorizada y convincente a descubrir algo de la talla humana y religiosa de este hombre de Dios. El ‘modo’ de medir la estatura espiritual de este hombre santo, del P. Francesco Convertini, no es el analítico de comparar su vida con los muchos ‘parámetros de conducta’ religiosos (el P. Francesco, como salesiano, también aceptó los compromisos propios de un religioso: pobreza, obediencia, castidad, y permaneció fiel a ellos durante toda su vida). Por el contrario, el P. Francesco Convertini aparece, en síntesis, como fue realmente desde el principio: un joven campesino que, tras -y quizá a causa de- la fealdad de la guerra, se abre a la luz del Espíritu y, dejándolo todo, se pone en camino para seguir al Señor. Por una parte, sabe lo que deja atrás; y lo deja no sólo con el vigor típico del campesino del sur, pobre pero tenaz; sino también con alegría y con esa fuerza de espíritu tan personal que la guerra ha vigorizado: la de quien se propone perseguir de frente, aunque en silencio y en el fondo de su alma, aquello en lo que ha centrado su atención. Por otra parte, también como un campesino, que ha captado en algo o en alguien las “certezas” del futuro y el fundamento de sus esperanzas y sabe “en quién confía”; deja que la luz de quien le ha hablado le ponga en situación de claridad operativa. Y adopta inmediatamente las estrategias para alcanzar el objetivo: oración y disponibilidad sin medida, cueste lo que cueste. No es casualidad que las virtudes clave de este hombre santo sean: la acción silenciosa y sin clamores (cf. San Pablo: “Cuando soy débil es cuando soy fuerte”) y un sentido muy respetuoso de los demás (cf. Hechos: “Hay más alegría en dar que en recibir”).
Visto así, el P. Francesco Convertini es verdaderamente un hombre: tímido, inclinado a ocultar sus dones y méritos, reacio a la jactancia, suave con los demás y fuerte consigo mismo, mesurado, equilibrado, prudente y fiel; un hombre de fe, esperanza y en comunión habitual con Dios; un religioso ejemplar, en obediencia, pobreza y castidad’.

2. Rasgos distintivos: “Emanaba de él un encanto que te curaba”
            Recorriendo las etapas de su infancia y juventud, su preparación al sacerdocio y a la vida misionera, se pone de manifiesto el amor especial de Dios por su siervo y su correspondencia con este Padre bueno. En particular, destacan como rasgos distintivos de su fisonomía espiritual:

            – Fe-confianza ilimitada en Dios, encarnada en el abandono filial a la voluntad divina.
            Tenía gran fe en la infinita bondad y misericordia de Dios y en los grandes méritos de la pasión y muerte de Jesucristo, en quien todo lo confiaba y de quien todo lo esperaba. Sobre la roca firme de esta fe emprendió todas sus labores apostólicas. Frío o calor, lluvia tropical o sol abrasador, dificultad o fatiga, nada le impedía proceder siempre con confianza, cuando se trataba de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.

            – Amor incondicional a Jesucristo Salvador, a quien ofrecía todo como sacrificio, comenzando por su propia vida, consignada a la causa del Reino.
            El Padre Convertini se regocijaba en la promesa del Salvador y se alegraba de la venida de Jesús, como Salvador universal y único mediador entre Dios y los hombres: “Jesús nos dio todo de sí mismo muriendo en la cruz, ¿y nosotros no seremos capaces de entregarnos completamente a Él?”

            – La salvación integral del prójimo, perseguida con una evangelización apasionada.
            Los abundantes frutos de su obra misionera se debieron a su oración incesante y a sus sacrificios sin escatimar esfuerzos por el prójimo. Son hombres y misioneros de tal temperamento los que dejan una huella indeleble en la historia de las misiones, del carisma salesiano y del ministerio sacerdotal.
            Incluso en contacto con hindúes y musulmanes, si por una parte le impulsaba un auténtico deseo de anunciar el Evangelio, que a menudo conducía a la fe cristiana, por otra se sentía obligado a subrayar aquellas verdades básicas fácilmente percibidas incluso por los no cristianos, como la infinita bondad de Dios, el amor al prójimo como camino de salvación y la oración como medio para obtener las gracias.

            – La unión incesante con Dios a través de la oración, los sacramentos, la encomienda a María Madre de Dios y nuestra, el amor a la Iglesia y al Papa, la devoción a los santos.
            Se sentía hijo de la Iglesia y la servía con corazón de auténtico discípulo de Jesús y misionero del Evangelio, encomendado al Corazón Inmaculado de María y en compañía de los santos sentidos como intercesores y amigos.

            – Ascetismo evangélico sencillo y humilde en el seguimiento de la cruz, encarnado en una vida extraordinariamente ordinaria.
            Su profunda humildad, pobreza evangélica (llevaba consigo lo indispensable) y semblante angelical transpiraban de toda su persona. Penitencia voluntaria, autocontrol: poco o ningún descanso, comidas irregulares. Se privaba de todo para dar a los pobres, incluso su ropa, zapatos, cama y comida. Dormía siempre en el suelo. Ayunaba durante mucho tiempo. Con el paso de los años, contrajo varias enfermedades que minaron su salud: padeció asma, bronquitis, enfisema, dolencias cardíacas… muchas veces le atacaron de tal manera que tuvo que guardar cama. Se maravillaba de cómo podía soportarlo todo sin quejarse. Fue precisamente esto lo que atrajo la veneración de los hindúes, para quienes era el “sanyasi”, el que sabía renunciar a todo por amor a Dios y por su bien.

            Su vida aparece como una ascensión lineal hacia las cumbres de la santidad en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios y en la donación de sí mismo a sus hermanos, a través del ministerio sacerdotal vivido con fidelidad. Tanto laicos como religiosos y eclesiásticos hablan de su extraordinario modo de vivir la vida cotidiana.

3. Misionero del Evangelio de la alegría: “Les anuncié a Jesús. Jesús Salvador. Jesús misericordioso”
            No había día en que no fuera a alguna familia para hablar de Jesús y del Evangelio. El padre Francisco tenía tal entusiasmo y celo que incluso esperaba cosas que parecían humanamente imposibles. El padre Francisco se hizo famoso como pacificador entre familias, o entre pueblos en discordia. «No es a través de discusiones como llegamos a comprender. Dios y Jesús están más allá de nuestras discusiones. Debemos sobre todo rezar y Dios nos dará el don de la fe. A través de la fe se encuentra al Señor. ¿No está escrito en la Biblia que Dios es amor? Por el camino del amor se llega a Dios».

            Era un hombre pacificado interiormente y traía la paz. Quería que, entre las personas, en los hogares o en los pueblos, no hubiera peleas, ni riñas, ni divisiones. “En nuestro pueblo éramos católicos, protestantes, hindúes y musulmanes. Para que reinara la paz entre nosotros, de vez en cuando el padre nos reunía a todos y nos decía cómo podíamos y debíamos vivir en paz entre nosotros. Luego escuchaba a los que querían decir algo y al final, después de rezar, daba la bendición: una forma maravillosa de mantener la paz entre nosotros”. Tenía una paz de espíritu verdaderamente asombrosa; era la fuerza que le daba la certeza de hacer la voluntad de Dios, buscada con esfuerzo, pero luego abrazada con amor una vez encontrada.

            Era un hombre que vivía con sencillez evangélica, con la transparencia de un niño, dispuesto a todo sacrificio, sabiendo sintonizar con cada persona que encontraba en su camino, viajando a caballo, o en bicicleta, o más a menudo caminando jornadas enteras con su mochila al hombro. Era de todos, sin distinción de religión, casta o condición social. Era amado por todos, porque a todos llevaba “el agua de Jesús que salva”.

4. Un hombre de fe contagiosa: labios en oración, rosario en las manos, ojos al cielo
            Sabemos por él que nunca descuidaba la oración, tanto cuando estaba con los demás como cuando estaba solo, incluso como soldado. Esto le ayudó a hacer todo por Dios, especialmente cuando hizo la primera evangelización entre nosotros. Para él, no había hora fija: mañana o tarde, sol o lluvia; el calor o el frío no eran impedimentos cuando se trataba de hablar de Jesús o de hacer el bien. Cuando iba a los pueblos caminaba incluso de noche y sin tomar alimento para llegar a alguna casa o aldea a predicar el Evangelio. Incluso cuando fue colocado como confesor en Krishnagar, venía a confesarse con nosotros durante el sofocante calor de después de comer. Una vez le dije: “¿Por qué viene a esta hora?” Y él: “En la pasión, Jesús no eligió su hora conveniente cuando era conducido por Anás o Caifás o Pilato. Tuvo que hacerlo incluso contra su propia voluntad, para cumplir la voluntad del Padre”.
            No evangelizó por proselitismo, sino por atracción. Era su comportamiento lo que atraía a la gente. Su entrega y su amor hacían que la gente dijera que el padre Francisco era la verdadera imagen del Jesús que predicaba. Su amor a Dios le llevaba a buscar la unión íntima con Él, a recogerse en oración, a evitar todo lo que pudiera desagradar a Dios. Sabía que sólo se conoce a Dios a través de la caridad. Decía: ‘Ama a Dios, no le desagrades'».

            Si hubo un sacramento en el que el padre Francisco sobresalió heroicamente, fue en la administración del sacramento de la Reconciliación. Para cualquier persona de nuestra diócesis de Krishnagar decir Padre Francisco es decir el hombre de Dios que mostró la paternidad del Padre en el perdón, especialmente en el confesionario. Los últimos 40 años de su vida los pasó más en el confesionario que en cualquier otro ministerio: horas y horas, especialmente en la preparación de fiestas y solemnidades. Así toda la noche de Navidad y Pascua o fiestas patronales. Siempre estaba puntualmente presente en el confesionario todos los días, pero sobre todo los domingos antes de las misas o las vísperas de las fiestas y los sábados. Después acudía a otros lugares donde era confesor habitual. Esta era una tarea muy querida para él y muy esperada por todos los religiosos de la diócesis, a los que acudía semanalmente. Su confesionario era siempre el más concurrido y deseado. Sacerdotes, religiosos, gente corriente: parecía como si el padre Francisco conociera personalmente a todo el mundo, tan pertinente era en sus consejos y amonestaciones. Yo mismo me maravillaba de la sabiduría de sus advertencias cuando me confesaba con él. De hecho, el siervo de Dios fue mi confesor durante toda su vida, desde que era misionero en las aldeas hasta el final de sus días. Yo solía decirme: “Eso es justo lo que quería oír de él…”. Monseñor Morrow, que se confesaba regularmente con él, lo consideraba su guía espiritual, afirmando que el padre Francisco era guiado por el Espíritu Santo en sus consejos y que su santidad personal compensaba su falta de dones naturales.

            La confianza en la misericordia de Dios era un tema casi recurrente en sus conversaciones, y lo utilizaba bien como confesor. Su ministerio confesional era un ministerio de esperanza para sí mismo y para los que se confesaban con él. Sus palabras inspiraban esperanza a todos los que acudían a él. «En el confesionario, el siervo de Dios era el sacerdote modelo, famoso por administrar este sacramento. El siervo de Dios estaba siempre enseñando, tratando de conducir a todos a la salvación eterna… Al siervo de Dios le gustaba dirigir sus oraciones al Padre que está en los cielos, y también enseñaba a la gente a ver en Dios al Padre bueno. Especialmente a los que tenían dificultades, incluso espirituales, y a los pecadores arrepentidos, les recordaba que Dios es misericordioso y que siempre hay que confiar en Él. El siervo de Dios aumentó sus oraciones y mortificaciones para descontar sus infidelidades, como dijo, “y por los pecados del mundo”.

            Elocuentes fueron las palabras del padre Rosario Stroscio, superior religioso, que concluía así el anuncio de la muerte del padre Francesco: «Quienes conocieron al padre Francesco recordarán siempre con cariño las pequeñas advertencias y exhortaciones que solía hacer en confesión. Con su vocecita tan débil, pero tan llena de ardor: ‘Amemos a las almas, trabajemos sólo por las almas…. Acerquémonos a la gente… Tratemos con ellos de tal manera que la gente entienda que les amamos…». Toda su vida fue un magnífico testimonio de la técnica más fecunda del ministerio sacerdotal y de la labor misionera. Podemos resumirla en la sencilla expresión: «¡Para ganar almas para Cristo no hay medio más poderoso que la bondad y el amor!»».

5. Amó a Dios y amó al prójimo por amor de Dios: ¡Pon amor! ¡Pon amor!
            A Ciccilluzzo, un nombre de familia, que ayudaba en el campo cuidando pavos y haciendo otros trabajos propios de su corta edad, su madre Catalina solía repetirle: “¡Pon amor! ¡Pon amor!”
            “El padre Francisco lo daba todo a Dios, porque estaba convencido de que habiéndoselo consagrado todo como religioso y sacerdote misionero, Dios tenía pleno derecho sobre él. Cuando le preguntamos por qué no volvía a casa (a Italia), nos contestó que ahora se había entregado enteramente a Dios y a nosotros”. Su ser sacerdote era todo para los demás: “Soy sacerdote para el bien de mi prójimo. Este es mi primer deber”. Se sentía deudor de Dios en todo, es más, todo pertenecía a Dios y al prójimo, mientras que él se había entregado totalmente, sin reservarse nada para sí mismo: el padre Francisco agradecía continuamente al Señor por haberle elegido para ser sacerdote misionero. Demostró este sentido de gratitud hacia todos los que habían hecho algo por él, incluso los más pobres.
            Dio ejemplos extraordinarios de fortaleza adaptándose a las condiciones de vida de la obra misionera que se le asignó: una lengua nueva y difícil, que intentó aprender bastante bien, porque era la manera de comunicarse con su pueblo; un clima muy duro, el de Bengala, tumba de tantos misioneros, que aprendió a soportar por amor a Dios y a las almas; viajes apostólicos a pie por zonas desconocidas, con el riesgo de encontrarse con animales salvajes.

            Fue un misionero y evangelizador incansable en una zona muy difícil como Krishnagar -que quiso transformar en Crist-nagar, la ciudad de Cristo-, donde las conversiones eran difíciles, por no hablar de la oposición de protestantes y miembros de otras religiones. Para administrar los sacramentos se enfrentaba a todos los peligros posibles: lluvia, hambre, enfermedades, bestias salvajes, gente malintencionada. He oído a menudo el episodio del padre Francisco, que una noche, mientras llevaba el Santísimo Sacramento a un enfermo, se encontró con un tigre agazapado en el camino por donde él y sus compañeros tenían que pasar… Como los compañeros intentaban huir, el siervo de Dios ordenó al tigre: “¡Deja pasar a tu Señor!”; y el tigre se alejó. He oído otros ejemplos similares sobre el siervo de Dios, que muchas veces viajaba a pie de noche. Una vez le atacó una banda de bandidos, creyendo que obtendrían algo de él. Pero cuando le vieron así desprovisto de todo, excepto de lo que llevaba, se excusaron y le acompañaron hasta la siguiente aldea”.
            Su vida de misionero fue un constante viajar: en bicicleta, a caballo y la mayor parte del tiempo a pie. Este caminar a pie es quizá la actitud que mejor retrata al misionero incansable y el signo del auténtico evangelizador: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de buenas nuevas que anuncia la paz, del mensajero de bienes que anuncia la salvación!” (Is 52,7)

6. Ojos claros vueltos al cielo
            “Observando el rostro sonriente del siervo de Dios y mirando sus ojos claros y vueltos al cielo, uno pensaba que no era de aquí, sino del cielo”. Al verle, desde la primera vez, muchos referían una impresión inolvidable de él: sus ojos brillantes que mostraban un rostro lleno de sencillez e inocencia y su larga y venerable barba recordaban la imagen de una persona llena de bondad y compasión. Un testigo declaró: “El padre Francisco era un santo. No sé emitir un juicio, pero creo que no se encuentran personas así. Éramos pequeños, pero hablaba con nosotros, nunca despreció a nadie. No hacía diferencias entre musulmanes y cristianos. Padre se dirigía a todos por igual y cuando estábamos juntos nos trataba a todos por igual. Nos daba consejos de niños: “Obedeced a vuestros padres, haced bien los deberes, quereos como hermanos. Luego nos daba pequeños caramelos: en sus bolsillos siempre había algo para nosotros”.

            El padre Francisco manifestaba su amor a Dios sobre todo a través de la oración, que parecía ininterrumpida. Siempre se le veía mover los labios en oración. Incluso cuando hablaba con la gente, mantenía siempre la mirada alta, como si estuviera viendo a su interlocutor. Lo que más impresionaba a la gente era la capacidad del Padre Convertini de estar totalmente centrado en Dios y, al mismo tiempo, en la persona que tenía delante, mirando con ojos sinceros al hermano que encontraba en su camino: “Tenía, sin ninguna duda, la mirada fija en el rostro de Dios. Era un rasgo indeleble de su alma, una concentración espiritual de un nivel impresionante. Te seguía con atención y te respondía con gran precisión cuando le hablabas. Sin embargo, sentías que estaba “en otra parte”, en otra dimensión, en diálogo con el Otro”.

            A la conquista de la santidad animaba a los demás, como en el caso de su primo Lino Palmisano, que se preparaba para el sacerdocio: “Me alegra mucho saber que ya te estás formando; esto también pasará pronto, si sabes aprovechar las gracias del Señor que Él te dará cada día, para transformarte en un santo cristiano de buen sentido. Te esperan los estudios más satisfactorios de teología, que alimentarán tu alma con el Espíritu de Dios, que te ha llamado a ayudar a Jesús en su apostolado. No pienses en los demás, sino sólo en ti, en cómo llegar a ser un santo sacerdote como Don Bosco. Don Bosco también dijo en su tiempo: los tiempos son difíciles, pero nosotros puf, puf, seguiremos adelante incluso a contracorriente. Era la madre celestial que le decía: infirma mundi elegit Deus. No te preocupes, yo te ayudaré. Querido hermano, el corazón, el alma de un santo sacerdote a los ojos del Señor vale más que todos los miembros, se acerca el día de tu sacrificio junto con el de Jesús en el altar, prepárate. Nunca te arrepentirás de ser generoso con Jesús y con tus Superiores. Confía en ellos, te ayudarán a superar las pequeñas dificultades del día que tu alma bella pueda encontrar. Me acordaré de ti en la Santa Misa de cada día, para que también tú puedas un día ofrecerte enteramente al Buen Dios».

Conclusión
            Como al principio, así también al final de este breve excursus sobre el perfil virtuoso del Padre Convertini, he aquí un testimonio que resume lo que se ha presentado.
            “Una de las figuras pioneras que me impresionó profundamente fue la del Venerable Padre Francesco Convertini, celoso apóstol del amor cristiano, que supo llevar la noticia de la Redención a las iglesias, a las zonas parroquiales, a los callejones y chozas de los refugiados y a todo aquel que encontraba, consolando, aconsejando, ayudando con su exquisita caridad: un verdadero testigo de las obras de misericordia corporales y espirituales, por las que seremos juzgados: siempre dispuesto y celoso en el ministerio del sacramento del perdón. Cristianos de todas las confesiones, musulmanes e hindúes, acogieron con alegría y prontitud al que llamaban el hombre de Dios. Supo llevar a cada uno el verdadero mensaje de amor, que Jesús predicó y trajo a esta tierra: con el contacto evangélico directo y personal, para jóvenes y mayores, niños y niñas, pobres y ricos, autoridades y parias (marginados), es decir, el último y más despreciado peldaño del desecho (sub)humano. Para mí y para muchos otros, fue una experiencia estremecedora que me ayudó a comprender y vivir el mensaje de Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

            La última palabra corresponde al Padre Francisco, como legado que nos deja a cada uno de nosotros. El 24 de septiembre de 1973, escribiendo a sus parientes de Krishnagar, el misionero quiere implicarlos en la obra en favor de los no cristianos que realiza con dificultad desde su última enfermedad, pero siempre con celo: “Después de seis meses en el hospital, mi salud está un poco débil, me siento como una piñata rota y remendada. Sin embargo, Jesús misericordioso me ayuda milagrosamente en su trabajo por las almas. Dejo que me lleve a la ciudad y vuelvo a pie, después de dar a conocer a Jesús y nuestra santa religión. Terminadas mis confesiones en casa, voy entre los paganos, que son mucho mejores que algunos cristianos. Afectuosamente suyo en el Corazón de Jesús, Sacerdote Francesco”.




Don Bosco International

Don Bosco International (DBI) es una organización no gubernamental con sede en Bruselas, que representa a los Salesianos de Don Bosco ante las instituciones de la Unión Europea, con un enfoque en la defensa de los derechos de los menores, el desarrollo de los jóvenes y la educación. Fundada en 2014, DBI colabora con varios socios europeos para promover políticas sociales y educativas inclusivas, prestando atención a los sujetos vulnerables. La organización promueve la participación juvenil en la definición de las políticas, valorando la importancia de la educación informal. A través de actividades de networking y advocacy, DBI busca crear sinergias con las instituciones europeas, las organizaciones de la sociedad civil y las redes salesianas a nivel global. Los valores guía son la solidaridad, la formación integral de los jóvenes y el diálogo intercultural. DBI organiza seminarios, conferencias y proyectos europeos destinados a garantizar una mayor presencia de los jóvenes en los procesos de toma de decisiones, favoreciendo un contexto inclusivo que los apoye en el camino de crecimiento, autonomía y desarrollo espiritual, a través de intercambios culturales y formativos. La secretaria ejecutiva, Sara Sechi, nos explica la actividad de esta institución.

La defensa como acto de responsabilidad para y con nuestros jóvenes
Don Bosco International (DBI) es la organización que se encarga de la representación institucional de los Salesianos de Don Bosco ante las instituciones europeas y las organizaciones de la sociedad civil que giran en torno a ellas. La misión del DBI se centra en la defensa, traducible como “incidencia política”, es decir, todas aquellas acciones dirigidas a influir en un proceso decisorio-legislativo, en nuestro caso el europeo. La oficina del DBI tiene su sede en Bruselas y está alojada en la comunidad salesiana de Woluwe-Saint-Lambert (Inspectoría FRB). El trabajo en la capital europea es dinámico y estimulante, pero la cercanía de la comunidad nos permite mantener vivo el carisma salesiano en nuestra misión, evitando quedar atrapados en la llamada “burbuja europea”, ese mundo de relaciones y dinámicas “privilegiadas” a menudo distantes de nuestras realidades.
La acción del DBI sigue dos direcciones: por un lado, acercar la misión educativa-pastoral salesiana a las instituciones a través del intercambio de buenas prácticas, instancias de los jóvenes, proyectos y resultados relacionados, creando espacios de diálogo y participación para aquellos que tradicionalmente no los tendrían; por otro, llevar la dimensión europea dentro de la Congregación a través del seguimiento y la información sobre los procesos en curso y las nuevas iniciativas, la facilitación de nuevos contactos con representantes institucionales, ONG y organizaciones confesionales que puedan dar lugar a nuevas colaboraciones.
Una pregunta que surge a menudo espontáneamente es cómo el DBI logra crear concretamente una incidencia política. En las acciones de defensa es fundamental el trabajo en red con otras organizaciones o entidades que compartan principios, valores y objetivos. A tal propósito, el DBI garantiza una presencia activa en alianzas, formales e informales, de ONG o actores confesionales que trabajan juntos en temas importantes para la misión de Don Bosco: la lucha contra la pobreza y la inclusión social, la defensa de los derechos de los jóvenes, especialmente aquellos en situación de vulnerabilidad, y el desarrollo humano integral. Cada vez que una delegación salesiana visita Bruselas, facilitamos para ellos los encuentros con los Miembros del Parlamento Europeo, los funcionarios de la Comisión, los cuerpos diplomáticos, incluida la Nunciatura Apostólica ante la Unión Europea, y otros actores de interés. A menudo logramos reunirnos con los grupos de jóvenes y estudiantes de las escuelas salesianas que visitan la ciudad, organizando para ellos un momento de diálogo con otras organizaciones juveniles.
El DBI es un servicio que la Congregación ofrece para dar visibilidad a sus obras y llevar a los foros institucionales la voz de quienes, de otro modo, no serían escuchados. La Congregación Salesiana tiene un potencial de defensa no totalmente expresado. La presencia en 137 países en la protección de los jóvenes en riesgo de pobreza y exclusión social representa una red educativa y social con la que pocas organizaciones pueden contar; sin embargo, todavía cuesta presentar estratégicamente los buenos resultados en las mesas de toma de decisiones, donde se delinean políticas e inversiones, especialmente a nivel internacional. Por esta razón, garantizar un diálogo constante con las instituciones representa al mismo tiempo una oportunidad y un acto de responsabilidad. Una oportunidad porque a largo plazo la visibilidad facilita contactos, nuevas asociaciones, financiación para los proyectos y la sostenibilidad de las obras. Una responsabilidad porque, al no poder permanecer en silencio ante las dificultades que enfrentan nuestros chicos y chicas en el mundo de hoy, la incidencia política es el testimonio activo de ese compromiso cívico que a menudo tratamos de generar en los jóvenes.
Garantizando derechos y dignidad para los chicos, Don Bosco fue el primer actor de incidencia política de la Congregación, por ejemplo, a través de la firma del primer contrato de aprendizaje italiano. La Defensa representa un elemento intrínseco de la misión salesiana. A los Salesianos no les falta la experiencia, ni las historias de éxito, ni las alternativas concretas e innovadoras para afrontar los desafíos actuales, pero a menudo falta una cohesión que permita un trabajo en red coordinado y una comunicación clara y compartida. Dando voz a los testimonios auténticos de los jóvenes podemos transformar los desafíos en oportunidades, creando un impacto duradero en la sociedad que dé esperanza para el futuro.

Sara Sechi
Don Bosco International – DBI, Bruselas

Sara Sechi, Secretaria Ejecutiva del DBI, está presente en Bruselas desde hace dos años y medio. Es hija de la generación Erasmus+, que junto con otros programas europeos le han garantizado experiencias de vida y formación que de otro modo le habrían sido negadas. Está muy agradecida a Don Bosco y a la Congregación Salesiana, donde ha encontrado meritocracia, crecimiento y una segunda familia. Y nosotros le deseamos un buen y provechoso trabajo por la causa de los jóvenes.




La inclusión social según Don Bosco

La clarividente propuesta de Don Bosco para los “menores no acompañados” de Roma.

La historia de la iglesia del Sagrado Corazón de Roma, hoy basílica, bastante frecuentada por personas que apresuradas transitan por la antigua estación Termini. Una historia cargada de problemas y dificultades de todo tipo para Don Bosco mientras la iglesia estaba en construcción (1880-1887), pero también un motivo de alegría y satisfacción una vez terminada (1887). Menos conocida es, sin embargo, la historia del origen de la “casa de caridad y beneficencia capaz de albergar al menos a 500 jóvenes” que Don Bosco quería construir junto a la iglesia. Una obra, una reflexión de gran actualidad… ¡de hace 140 años! El propio Don Bosco nos la presentó en el número de enero de 1884 del Boletín Salesiano: “Hoy hay cientos y miles de niños pobres vagando por las calles y plazas de Roma, en peligro de fe y moral. Como ya ha señalado en otras ocasiones, muchos jóvenes, solos o con sus familias, vienen a esta ciudad no sólo de diversas partes de Italia, sino también de otras naciones, con la esperanza de encontrar trabajo y dinero; pero defraudadas sus expectativas, pronto caen en la miseria y en el riesgo de obrar mal y, en consecuencia, de ser llevados a las cárceles”.

Analizar la condición de los jóvenes en la “ciudad eterna” no era difícil: la preocupante situación de los “niños de la calle”, italianos o no, estaba a la vista de todos, de las autoridades civiles y eclesiásticas, de los ciudadanos romanos y de la multitud de “patanes” y extranjeros que habían llegado a la ciudad una vez declarada capital del Reino de Italia (1871). La dificultad radicaba en la solución que había que proponer y en la capacidad de ponerla en práctica una vez identificada.
Don Bosco, no siempre bien visto en la ciudad por su origen piamontés, propuso su solución a los Cooperadores: “El objetivo del Hospicio del Sagrado Corazón de Jesús sería acoger a jóvenes pobres y abandonados de cualquier ciudad de Italia o de cualquier otro país del mundo, educarlos en la ciencia y la religión, instruirlos en algún arte u oficio, y sacarlos así de la celda, para devolverlos a sus familias y a la sociedad civil como buenos cristianos, honrados ciudadanos, capaces de ganarse honrosamente la vida con su propio trabajo”.

Adelantarse a los tiempos
Acogida, educación, formación para el trabajo, integración e inclusión social: ¿no es éste el objetivo prioritario de todas las políticas juveniles en favor de los inmigrantes hoy en día? Don Bosco tenía a su favor la experiencia en este sentido: durante 30 años en Valdocco recibían a jóvenes de diversas partes de Italia, durante algunos años en las casas salesianas de Francia hubo hijos de inmigrantes italianos y de otras nacionalidades, desde 1875 en Buenos Aires los salesianos se ocuparon espiritualmente de inmigrantes italianos procedentes de diversas regiones de Italia (décadas más tarde también se interesarían por Jorge Mario Bergoglio, el futuro Papa Francisco, hijo de inmigrantes piamonteses).

La dimensión religiosa
Naturalmente a Don Bosco le interesaba sobre todo la salvación del alma de los jóvenes, que requería la profesión de la fe católica: “Extraecclesia nulla salus”, como se decía. Y de hecho escribió: “Otros, pues, tanto de la ciudad como extranjeros a causa de su pobreza están expuestos diariamente al peligro de caer en manos de los protestantes, que, por así decirlo, han invadido la ciudad de San Pedro, y tienden especialmente sus emboscadas a los jóvenes pobres y necesitados, y bajo la apariencia de proporcionarles alimento y ropa para sus cuerpos, esparcen el veneno del error y la incredulidad a sus almas”.
Esto explica cómo en su proyecto educativo en Roma, quisiéramos decir, en su “global compact on education”, Don Bosco no descuida la fe. Un camino de verdadera integración en una “nueva” sociedad civil no puede excluir la dimensión religiosa de la población. El apoyo papal viene muy bien: un estímulo suplementario “para las personas que aman la religión y la sociedad”: “Este Hospicio es muy querido por el Santo Padre León XIII, quien, mientras con celo apostólico se esfuerza por difundir la fe y la moral en todas las partes del mundo, no deja piedra sobre piedra en favor de los niños más expuestos al peligro. Por ello, este Hospicio debe ser querido en el corazón de todas las personas que aman la religión y la sociedad; debe ser especialmente querido en el corazón de nuestros Cooperadores, a quienes de manera especial el Vicario de Jesucristo confió la noble tarea del citado Hospicio y de la Iglesia anexa”.
Por último, en su llamamiento a la generosidad de los bienhechores para la construcción del Hospicio, Don Bosco no podía dejar de hacer una referencia explícita al Sagrado Corazón de Jesús, a quien estaba dedicada la iglesia anexa: “También podemos creer con certeza que este Hospicio será bien agradable al Corazón de Jesús… En la Iglesia anexa el divino Corazón será el refugio de los adultos, y en el Hospicio anexo se mostrará como el amigo cariñoso, el padre tierno de los niños. Tendrá en Roma cada día un grupo de 500 niños para hacerle una devota corona, rezarle, cantarle hosannas, pedirle su santa bendición”.

Nuevos tiempos, nuevas periferias
El hospicio salesiano, construido como escuela de artes y oficios y oratorio en las afueras de la ciudad – que en aquella época comenzaba en la Piazza della Repubblica -, fue absorbido más tarde por la expansión edilicia de la propia ciudad. La primitiva escuela para niños pobres y huérfanos se trasladó a un nuevo suburbio en 1930 y fue sustituida en etapas sucesivas por varios tipos de escuelas (elemental, media, gimnasio, liceo). También acogió durante un tiempo a estudiantes salesianos que asistían a la Universidad Gregoriana y a algunas facultades del Ateneo Salesiano. Siempre siguió siendo parroquia y oratorio, así como sede de la Inspectoría Romana. Durante mucho tiempo albergó algunas oficinas nacionales y ahora es la sede de la Congregación Salesiana: estructuras que han animado y animan las casas salesianas nacidas y crecidas en su mayoría en las periferias de cientos de ciudades, o en las “periferias geográficas y existenciales” del mundo, como dijo el Papa Francisco. Como el Sagrado Corazón de Roma, que aún conserva un pequeño signo del gran “sueño” de Don Bosco: ofrece primeros auxilios a los inmigrantes extracomunitarios y, con el “Banco de talentos” del Centro Juvenil, proporciona alimentos, ropa y artículos de primera necesidad a las personas sin hogar de la estación de Termini.




Don Elia Comini: sacerdote mártir en Monte Sole

El 18 de diciembre de 2024, el Papa Francisco reconoció oficialmente el martirio de don Elia Comini (1910-1944), Salesiano de Don Bosco, quien será beatificado. Su nombre se suma al de otros sacerdotes—como don Giovanni Fornasini, ya Beato desde 2021—que fueron víctimas de las feroces violencias nazis en el área de Monte Sole, en las colinas de Bolonia, durante la Segunda Guerra Mundial. La beatificación de don Elia Comini no es solo un acontecimiento de extraordinaria relevancia para la Iglesia bolonesa y la Familia Salesiana, sino que también constituye una invitación universal a redescubrir el valor del testimonio cristiano: un testimonio en el que la caridad, la justicia y la compasión prevalecen sobre toda forma de violencia y odio.

De los Apennino a los patios salesianos
            Don Elia Comini nace el 7 de mayo de 1910 en la localidad “Madonna del Bosco” de Calvenzano de Vergato, en la provincia de Bolonia. Su casa natal está contigua a un pequeño santuario mariano, dedicado a la “Madonna del Bosco”, y esta fuerte impronta en el signo de María lo acompañará toda la vida.
            Es el segundo hijo de Claudio y Emma Limoni, quienes se casaron, en la iglesia parroquial de Salvaro, el 11 de febrero de 1907. Al año siguiente nació el primogénito Amleto. Dos años más tarde, Elia vino al mundo. Bautizado al día siguiente de su nacimiento – 8 de mayo – en la parroquia Sant’Apollinare de Calvenzano, Elia recibe ese día también los nombres de “Michele” y “Giuseppe”.
            Cuando tiene siete años, la familia se traslada a la localidad “Casetta” de Pioppe de Salvaro en el municipio de Grizzana. En 1916, Elia comienza la escuela: asiste a las tres primeras clases de primaria en Calvenzano. En ese período también recibe la Primera Comunión. Aún pequeño, se muestra muy involucrado en el catecismo y en las celebraciones litúrgicas. Recibe la Confirmación el 29 de julio de 1917. Entre 1919 y 1922, Elia aprende los primeros elementos de pastoral en la “escuela de fuego” de Mons. Fidenzio Mellini, quien de joven había conocido a don Bosco, quien le había profetizado el sacerdocio. En 1923, don Mellini orienta tanto a Elia como a su hermano Amleto hacia los Salesianos de Finale Emilia, y ambos aprovecharán el carisma pedagógico del santo de los jóvenes: Amleto como docente y “emprendedor” en el ámbito escolar; Elia como Salesiano de Don Bosco.
            Noviado desde el 1 de octubre de 1925 en San Lázaro de Savena, Elia Comini queda huérfano de padre el 14 de septiembre de 1926, a pocos días (3 de octubre de 1926) de su Primera Profesión religiosa, que renovará hasta la Perpetua, el 8 de mayo de 1931 en el aniversario de su bautismo, en el Instituto “San Bernardino” de Chiari. En Chiari será además “tirocinante” en el Instituto Salesiano “Rota”. Recibe el 23 de diciembre de 1933 los órdenes menores del ostiariado y del lectorado; del exorcistado y del acolitado el 22 de febrero de 1934. Es subdiácono el 22 de septiembre de 1934. Ordenado diácono en la catedral de Brescia el 22 de diciembre de 1934, don Elia es consagrado sacerdote por la imposición de manos del Obispo de Brescia Mons. Giacinto Tredici el 16 de marzo de 1935, con solo 24 años: al día siguiente celebra la Primera Misa en el Instituto salesiano “San Bernardino” de Chiari. El 28 de julio de 1935 celebrará con una Misa en Salvaro.
            Inscrito en la facultad de Letras Clásicas y Filosofía de la entonces Real Universidad de Milán, es muy querido por los alumnos, ya como docentes, ya como padre y guía en el Espíritu: su carácter, serio sin rigidez, le vale estima y confianza. Don Elia es también un fino músico y humanista, que aprecia y sabe hacer apreciar las “cosas bellas”. En los trabajos escritos, muchos estudiantes, además de desarrollar el tema, encuentran natural abrirle a don Elia su propio corazón, proporcionándole así la ocasión para acompañarlos y orientarlos. De don Elia “Salesiano” se dirá que era como la gallina con los pollitos alrededor («Se leía en su rostro toda la felicidad de escucharlo: parecían una camada de pollitos alrededor de la gallina»): ¡todos cerca de él! Esta imagen evoca la de Mt 23,37 y expresa su actitud de reunir a las personas para alegrarlas y cuidarlas.
            Don Elia se gradúa el 17 de noviembre de 1939 en Letras Clásicas con una tesis sobre el De resurrectione carnis de Tertuliano, con el profesor Luigi Castiglioni (latinista de fama y coautor de un célebre diccionario de latín, el “Castiglioni-Mariotti”): al detenerse en las palabras «resurget igitur caro», Elia comenta que se trata del canto de victoria después de una larga y extenuante batalla.

Un viaje sin retorno
            Cuando el hermano Amleto se traslada a Suiza, la madre – señora Emma Limoni – queda sola en Apeninos: por lo tanto, don Elia, en plena sintonía con los Superiores, le dedicará cada año sus vacaciones. Cuando regresaba a casa ayudaba a la madre, pero – sacerdote – se mostraba ante todo disponible en la pastoral local, apoyando a Mons. Mellini.
            De acuerdo con los Superiores y en particular con el Inspector, don Francesco Rastello, don Elia regresa a Salvaro también en el verano de 1944: ese año espera poder evacuar a su madre de una zona donde, a poca distancia, fuerzas Aliadas, Partisanos y efectivos nazi-fascistas definían una situación de particular riesgo. Don Elia es consciente del peligro que corre al dejar su Treviglio para ir a Salvaro y un hermano, don Giuseppe Bertolli sdb, recuerda: «al despedirlo le dije que un viaje como el suyo podría también ser sin retorno; le pregunté también, naturalmente bromeando, qué me dejaría si no regresaba; él me respondió con mi mismo tono, que me dejaría sus libros…; luego no lo volví a ver». Don Elia ya era consciente de dirigirse hacia “el ojo del ciclón” y no buscó en la casa Salesiana (donde fácilmente podría haber permanecido) una forma de protección: «El último recuerdo que tengo de él data del verano de 1944, cuando, con motivo de la guerra, la Comunidad comenzó a disolverse; aún siento mis palabras que se dirigían a él con un tono casi de broma, recordándole que él, en esos oscuros períodos que estábamos a punto de enfrentar, debería sentirse privilegiado, ya que en el techo del Instituto se había trazado una cruz blanca y nadie tendría el valor de bombardearlo. Sin embargo, él, como un profeta, me respondió que tuviera mucho cuidado porque durante las vacaciones podría leer en los periódicos que Don Elia Comini había muerto heroicamente en el cumplimiento de su deber». «La impresión del peligro al que se exponía era viva en todos», ha comentado un hermano.

            A lo largo del viaje hacia Salvaro, don Comini hace una parada en Módena, donde sufre una grave herida en una pierna: según una reconstrucción, al interponerse entre un vehículo y un transeúnte, evitando así un accidente más grave; según otra, por haber ayudado a un señor a empujar un carrito. De todos modos, por haber socorrido al prójimo. Dietrich Bonhoeffer escribió: «Cuando un loco lanza su auto sobre la acera, yo no puedo, como pastor, contentarme con enterrar a los muertos y consolar a las familias. Debo, si me encuentro en ese lugar, saltar y agarrar al conductor en su volante».
            El episodio de Módena expresa, en este sentido, una actitud de don Elia que en Salvaro, en los meses siguientes, se manifestaría aún más: interponerse, mediar, acudir en primera persona, exponer su vida por los hermanos, siempre consciente del riesgo que ello conlleva y serenamente dispuesto a pagar las consecuencias.

Un pastor en el frente de guerra
            Cojeando, llega a Salvaro al atardecer del 24 de junio de 1944, apoyándose como puede en un bastón: ¡un instrumento inusual para un joven de 34 años! Encuentra la casa parroquial transformada: Mons. Mellini alberga a decenas de personas, pertenecientes a núcleos familiares de evacuados; además, las 5 hermanas Esclavas del Sagrado Corazón, responsables de la guardería, entre ellas la hermana Alberta Taccini. Anciano, cansado y sacudido por los eventos bélicos, en ese verano Mons. Fidenzio Mellini tiene dificultades para decidir, se ha vuelto más frágil e incierto. Don Elia, que lo conoce desde niño, comienza a ayudarlo en todo y toma un poco el control de la situación. La herida en la pierna le impide además evacuar a su madre: don Elia permanece en Salvaro y, cuando puede volver a caminar bien, las circunstancias cambiantes y las crecientes necesidades pastorales harán que se quede.
            Don Elia anima la pastoral, sigue el catecismo, se ocupa de los huérfanos abandonados a sí mismos. Además, acoge a los evacuados, anima a los temerosos, modera a los imprudentes. La presencia de don Elia se convierte en un elemento aglutinador, un signo bueno en esos dramáticos momentos donde las relaciones humanas son desgarradas por sospechas y oposiciones. Pone al servicio de tanta gente las capacidades organizativas y la inteligencia práctica adquiridas en años de vida salesiana. Escribe a su hermano Amleto: «Ciertamente son momentos dramáticos, y peores se presagian. Esperamos todo en la gracia de Dios y en la protección de la Madonna, que debéis invocar vosotros por nosotros. Espero poder haceros llegar aún nuestras noticias».

            Los alemanes de la Wehrmacht vigilan la zona y, en las alturas, está la brigada partisana “Estrella Roja”. Don Elia Comini permanece una figura ajena a reivindicaciones o partidarismos de ningún tipo: es un sacerdote y hace valer instancias de prudencia y pacificación. A los partisanos les decía: «Muchachos, miren lo que hacen, porque arruinan a la población…», exponiéndola a represalias. Ellos lo respetan y, en julio y septiembre de 1944, pedirán Misas en la parroquia de Salvaro. Don Elia acepta, haciendo descender a los partisanos y celebrando sin esconderse, evitando en cambio subir él a la zona partisana y prefiriendo – como siempre hará ese verano – quedarse en Salvaro o en zonas limítrofes, sin esconderse ni deslizarse en actitudes “ambiguas” a los ojos de los nazi-fascistas.

            El 27 de julio, don Elia Comini escribe las últimas líneas de su Diario espiritual: «27 de julio: me encuentro justo en medio de la guerra. Tengo nostalgia de mis hermanos y de mi casa en Treviglio; si pudiera, regresaría mañana».
            Desde el 20 de julio, compartía una fraternidad sacerdotal con el padre Martino Capelli, Dehoniano, nacido el 20 de septiembre de 1912 en Nembro en la provincia de Bérgamo y ya docente de Sagrada Escritura en Bolonia, también él huésped de Mons. Mellini y ayudando en la pastoral.
            Elia y Martino son dos estudiosos de lenguas antiguas que ahora deben ocuparse de las cosas más prácticas y materiales. La casa parroquial de Mons. Mellini se convierte en lo que Mons. Luciano Gherardi luego llamará «la comunidad del arca», un lugar que acoge para salvar. El padre Martino era un religioso que se había entusiasmado al escuchar hablar de los mártires mexicanos y habría deseado ser misionero en China. Elia, desde joven, es perseguido por una extraña conciencia de “deber morir” y ya a los 17 años había escrito: «Siempre persiste en mí el pensamiento de que debo morir! – ¿Quién sabe?! Hagamos como el siervo fiel: siempre preparado para el llamado, a “reddere rationem” de la gestión».
            El 24 de julio, don Elia inicia el catecismo para los niños en preparación a las primeras Comuniones, programadas para el 30 de julio. El 25, nace una niña en el baptisterio (todos los espacios, desde la sacristía hasta el gallinero, estaban abarrotados) y se cuelga un lazo rosa.
            Durante todo el mes de agosto de 1944, soldados de la Wehrmacht se estacionan en la casa parroquial de Mons. Mellini y en el espacio frente a ella. Entre alemanes, evacuados, consagrados… la tensión podría estallar en cualquier momento: don Elia media y previene también en pequeñas cosas, por ejemplo, actuando como “amortiguador” entre el volumen demasiado alto de la radio de los alemanes y la paciencia ya demasiado corta de Mons. Mellini. También hubo un poco de Rosario todos juntos. Don Angelo Carboni confirma: «Con la intención siempre de confortar a Monseñor, D. Elia se esforzó mucho contra la resistencia de una compañía de alemanes que, estableciéndose en Salvaro el 1 de agosto, quería ocupar varios ambientes de la casa parroquial, quitando toda libertad y comodidad a los familiares y evacuados allí hospedados. Acomodados los alemanes en el archivo de Monseñor, aquí están de nuevo perturbando, ocupando con sus carros buena parte del patio de la Iglesia; con modos aún más amables y persuasivas palabras, D. Elia logró también esta otra liberación en favor de Monseñor, que la opresión de la lucha había obligado a descansar». En esas semanas, el sacerdote salesiano es firme en proteger el derecho de Mons. Mellini a moverse con cierta comodidad en su propia casa – así como el de los evacuados a no ser alejados de la casa parroquial –: sin embargo, reconoce algunas necesidades de los hombres de la Wehrmacht y eso le atrae la benevolencia hacia Mons. Mellini, que los soldados alemanes aprenderán a llamar el buen pastor. De los alemanes, don Elia obtiene comida para los evacuados. Además, canta para calmar a los niños y cuenta episodios de la vida de don Bosco. En un verano marcado por asesinatos y represalias, con don Elia algunos civiles logran incluso ir a escuchar un poco de música, evidentemente difundida por el aparato de los alemanes, y comunicarse con los soldados a través de breves gestos. Don Rino Germani sdb, Vicepostulador de la Causa, afirma: «Entre las dos fuerzas en lucha se inserta la obra incansable y mediadora del Siervo de Dios. Cuando es necesario se presenta al Comando alemán y con educación y preparación logra conquistar la estima de algún oficial. Así muchas veces logra evitar represalias, saqueos y lutos».

            Liberada la casa parroquial de la presencia fija de la Wehrmacht el 1 de septiembre de 1944 – «El 1 de septiembre los alemanes dejaron libre la zona de Salvaro, solo algunos permanecieron por unos días más en la casa Fabbri» – la vida en Salvaro puede respirar un alivio. Don Elia Comini persevera mientras tanto en las iniciativas de apostolado, ayudado por los otros sacerdotes y las hermanas.
            Mientras tanto, el padre Martino acepta algunas invitaciones a predicar en otros lugares y sube a la montaña, donde su cabello claro le causa un gran problema con los partisanos que lo sospechan alemán, don Elia permanece sustancialmente en Salvaro. El 8 de septiembre escribe al director salesiano de la Casa de Treviglio: «Te dejo imaginar nuestro estado de ánimo en estos momentos. Hemos atravesado días negrísimos y dramáticos. […] Mi pensamiento está siempre contigo y con los queridos hermanos de allí. Siento vivísima la nostalgia […]».

            Desde el 11 predica los Ejercicios a las Hermanas sobre el tema de los Novísimos, de los votos religiosos y de la vida del Señor Jesús.
            Toda la población – declaró una mujer consagrada – amaba a Don Elia, también porque él no dudaba en entregarse a todos, en cada momento; no solo pedía a las personas que rezaran, sino que les ofrecía un ejemplo válido con su piedad y ese poco de apostolado que, dada la circunstancia, era posible ejercer.
            La experiencia de los Ejercicios imprime un dinamismo diferente a toda la semana, y involucra transversalmente a consagrados y laicos. Por la noche, de hecho, don Elia reúne a 80-90 personas: se intentaba suavizar la tensión con un poco de alegría, buenos ejemplos, caridad. En esos meses tanto él como el padre Martino, al igual que otros sacerdotes: primero entre todos don Giovanni Fornasini, estaban en primera línea en muchas obras de bien.

La masacre de Montesole
            La matanza más feroz y más grande llevada a cabo por las SS nazis en Europa, durante la guerra de 1939-45, fue la que se consumó alrededor de Monte Sole, en los territorios de Marzabotto, Grizzana Morandi y Monzuno, aunque comúnmente se conoce como la “masacre de Marzabotto”.
            Entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, los caídos fueron 770, pero en total las víctimas de alemanes y fascistas, desde la primavera de 1944 hasta la liberación, fueron 955, distribuidas en 115 localidades diferentes dentro de un vasto territorio que comprende los municipios de Marzabotto, Grizzana y Monzuno y algunas porciones de los territorios limítrofes. De estos, 216 fueron niños, 316 mujeres, 142 ancianos, 138 víctimas reconocidas como partisanos, cinco sacerdotes, cuya culpa a los ojos de los alemanes consistía en haber estado cerca, con la oración y la ayuda material, a toda la población de Monte Sole en los trágicos meses de guerra y ocupación militar. Junto a don Elia Comini, Salesiano, y al padre Martino Capelli, Dehoniano, en esos trágicos días también fueron asesinados tres sacerdotes de la Arquidiócesis de Bolonia: don Ubaldo Marchioni, don Ferdinando Casagrande, don Giovanni Fornasini. De los cinco está en curso la Causa de Beatificación y Canonización. Don Giovanni, el “Ángel de Marzabotto”, cayó el 13 de octubre de 1944. Tenía veintinueve años y su cuerpo permaneció sin sepultar hasta 1945, cuando fue encontrado gravemente martirizado; fue beatificado el 26 de septiembre de 2021. Don Ubaldo murió el 29 de septiembre, asesinado por una ráfaga de ametralladora en el altar de su iglesia de Casaglia; tenía 26 años, había sido ordenado sacerdote dos años antes. Los soldados alemanes lo encontraron a él y a la comunidad en la oración del rosario. Él fue asesinado allí, a los pies del altar. Los otros – más de 70 – en el cementerio cercano. Don Ferdinando fue asesinado, el 9 de octubre, por un disparo en la nuca, junto a su hermana Giulia; tenía 26 años.

De la Wehrmacht a las SS
            El 25 de septiembre la Wehrmacht abandona la zona y cede el mando a las SS del 16º Batallón de la Decimosexta División Acorazada “Reichsführer – SS”, una División que incluye elementos SS “Totenkopf – Cabeza de muerto” y que había estado precedida por una estela de sangre, habiendo estado presente en Sant’Anna di Stazzema (Lucca) el 12 de agosto de 1944; en San Terenzo Monti (Massa-Carrara, en Lunigiana) el 17 de ese mes; en Vinca y alrededores (Massa-Carrara, en Lunigiana a los pies de los Alpes Apuanos) del 24 al 27 de agosto.
            El 25 de septiembre las SS establecen el “Alto mando” en Sibano. El 26 de septiembre se trasladan a Salvaro, donde también está don Elia: zona fuera del área de inmediata influencia partisana. La dureza de los comandantes en perseguir el más total desprecio por la vida humana, la costumbre de mentir sobre el destino de los civiles y la estructura paramilitar – que recurría gustosamente a técnicas de “tierra quemada”, en desprecio a cualquier código de guerra o legitimidad de órdenes impartidas desde arriba – lo convertía en un escuadrón de la muerte que no dejaba nada intacto a su paso. Algunos habían recibido una formación de carácter explícitamente concentracionista y eliminacionista, destinada a: supresión de la vida, con fines ideológicos; odio hacia quienes profesaban la fe judeocristiana; desprecio por los pequeños, los pobres, los ancianos y los débiles; persecución de quienes se opusieran a las aberraciones del nacionalsocialismo. Había un verdadero catecismo – anticristiano y anticatólico – del cual las jóvenes SS estaban impregnadas.
            «Cuando se piensa que la juventud nazi estaba formada en el desprecio de la personalidad humana de los judíos y de las otras razas “no elegidas”, en el culto fanático de una supuesta superioridad nacional absoluta, en el mito de la violencia creadora y de las “nuevas armas” portadoras de justicia en el mundo, se comprende dónde estaban las raíces de las aberraciones, facilitadas por la atmósfera de guerra y por el temor a una decepcionante derrota».
            Don Elia Comini – con el padre Capelli – acude para confortar, tranquilizar, exhortar. Decide que se acojan en la casa parroquial sobre todo a los supervivientes de las familias en las que los alemanes habían asesinado por represalia. Al hacerlo, aleja a los sobrevivientes del peligro de encontrar la muerte poco después, pero sobre todo los arranca – al menos en la medida de lo posible – de esa espiral de soledad, desesperación y pérdida de voluntad de vivir que podría haberse traducido incluso en deseo de muerte. Además, logra hablar con los alemanes y, en al menos una ocasión, hacer desistir a las SS de su propósito, haciéndolas pasar de largo y pudiendo así advertir posteriormente a los refugiados de salir del escondite.
            El Vicepostulador don Rino Germani sdb escribía: «Llega don Elia. Los tranquiliza. Les dice que salgan, porque los alemanes se han ido. Habla con los alemanes y los hace ir más allá».
            También es asesinado Paolo Calanchi, un hombre a quien la conciencia no le reprocha nada y que comete el error de no escapar. Será nuevamente don Elia quien acuda, antes de que las llamas agredan su cuerpo, intentando al menos honrar sus restos al no haber llegado a tiempo para salvarle la vida: «El cuerpo de Paolino es salvado de las llamas precisamente por don Elia que, a riesgo de su vida, lo recoge y transporta con un carrito a la Iglesia de Salvaro».
            La hija de Paolo Calanchi ha testificado: «Mi padre era un hombre bueno y honesto [“en tiempos de cartilla de racionamiento y de hambruna daba pan a quien no tenía”] y había rechazado escapar sintiéndose tranquilo hacia todos. Fue asesinado por los alemanes, fusilado, en represalia; más tarde también fue incendiada la casa, pero el cuerpo de mi padre había sido salvado de las llamas precisamente por Don Comini, que, a riesgo de su propia vida, lo había recogido y transportado con un carrito a la Iglesia de Salvaro, donde, en un ataúd que él construyó con tablas de desecho, fue inhumado en el cementerio. Así, gracias al coraje de Don Comini y, muy probablemente, también de Padre Martino, terminada la guerra, mi madre y yo pudimos encontrar y hacer transportar el ataúd de nuestro querido al cementerio de Vergato, junto al de mi hermano Gianluigi, que murió 40 días después al cruzar el frente».
            Una vez don Elia había dicho de la Wehrmacht: «Debemos amar también a estos alemanes que vienen a molestarnos». «Amaba a todos sin preferencia». El ministerio de don Elia fue muy valioso para Salvaro y muchos evacuados, en esos días. Testigos han declarado: «Don Elia fue nuestra fortuna porque teníamos al párroco demasiado anciano y débil. Toda la población sabía que Don Elia tenía este interés por nosotros; Don Elia ayudó a todos. Se puede decir que todos los días lo veíamos. Decía la Misa, pero luego a menudo estaba en el atrio de la iglesia mirando: los alemanes estaban abajo, hacia el Reno; los partisanos venían de la montaña, hacia la Creda. Una vez, por ejemplo, (unos días antes del 26) vinieron los partisanos. Nosotros salíamos de la iglesia de Salvaro y allí estaban los partisanos, todos armados; y Don Elia se preocupaba mucho de que se fueran, para evitar problemas. Lo escucharon y se fueron. Probablemente, si no hubiera estado él, lo que sucedió después, habría ocurrido mucho antes»; «Por lo que sé, Don Elia era el alma de la situación, ya que con su personalidad sabía manejar muchas cosas que en esos momentos dramáticos eran de vital importancia».

            Aunque era un sacerdote joven, don Elia Comini era confiable. Esta su confiabilidad, unida a una profunda rectitud, lo acompañaba desde siempre, incluso desde que era seminarista, como resulta de un testimonio: «Lo tuve cuatro años en el Rota, desde 1931 hasta 1935, y, aunque aún era seminarista, me dio una ayuda que difícilmente habría encontrado en otro hermano, incluso anciano».

El triduo de pasión
            La situación, sin embargo, se precipita después de pocos días, el 29 de septiembre por la mañana cuando las SS cometen una terrible masacre en la localidad “Creda”. La señal para el inicio de la masacre son un cohete blanco y uno rojo en el aire: comienzan a disparar, las ametralladoras golpean a las víctimas, atrincheradas contra un pórtico y prácticamente sin salida. Se lanzan entonces granadas de mano, algunas incendiarias y el establo – donde algunos habían logrado encontrar refugio – se incendia. Pocos hombres, aprovechando un instante de distracción de las SS en ese infierno, se precipitan hacia el bosque. Attilio Comastri, herido, se salva porque el cuerpo yerto de su esposa Ines Gandolfi le ha hecho escudo: vagará durante días, en estado de shock, hasta que logre cruzar el frente y salvar su vida; había perdido, además de a su esposa, a su hermana Marcellina y a su hija Bianca, de apenas dos años. También Carlo Cardi logra salvarse, pero su familia es aniquilada: Walter Cardi tenía solo 14 días, fue la más pequeña víctima de la masacre de Monte Sole. Mario Lippi, uno de los sobrevivientes, atestigua: «No sé yo mismo cómo me salvé milagrosamente, dado que, de 82 personas reunidas bajo el pórtico, quedaron asesinadas 70 [69, según la reconstrucción oficial]. Recuerdo que además del fuego de las ametralladoras, los alemanes también nos lanzaron granadas de mano y creo que algunas esquirlas de estas me hirieron levemente en el costado derecho, en la espalda y en el brazo derecho. Yo, junto con otras siete personas, aprovechando que en [un] lado del pórtico había una puertita que daba a la calle, escapé hacia el bosque. Los alemanes, al vernos huir, nos dispararon, matando a uno de nosotros [de] nombre Gandolfi Emilio. Preciso que entre las 82 personas reunidas bajo el mencionado pórtico había también una veintena de niños, de los cuales dos en pañales, en brazos de sus respectivas madres, y una veintena de mujeres».
            En la Creda hay 21 niños menores de 11 años, algunos muy pequeños; 24 mujeres (de las cuales una adolescente); casi 20 “ancianos”. Entre las familias más afectadas están los Cardi (7 personas), los Gandolfi (9 personas), los Lolli (5 personas), los Macchelli (6 personas).
            Desde la casa parroquial de Mons. Mellini, mirando hacia arriba, en un momento se ve el humo: pero es muy temprano, la Creda permanece oculta a la vista y el bosque amortigua los ruidos. En la parroquia ese día – 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles – se celebran tres Misas, por la mañana temprano, en inmediata sucesión: la de Mons. Mellini; la de padre Capelli que luego se va a llevar una Unción de los Enfermos en la localidad “Casellina”; la de don Comini. Y es entonces cuando el drama llama a la puerta: «Ferdinando Castori, que también había escapado de la masacre, llegó a la iglesia de Salvaro manchado de sangre como un carnicero, y se fue a esconder dentro de la cúspide del Campanario». Hacia las 8 llega a la casa parroquial un hombre desconcertado: parecía «un monstruo por su aspecto aterrador», dice la hermana Alberta Taccini. Pide ayuda para los heridos. Una setentena de personas ha muerto o está muriendo entre terribles suplicios. Don Elia, en pocos instantes, tiene la lucidez de esconder a 60/70 hombres en la sacristía, empujando contra la puerta un viejo armario que dejaba el umbral visible desde abajo, pero era no obstante la única esperanza de salvación: «Fue entonces cuando Don Elia, precisamente él, tuvo la idea de esconder a los hombres al lado de la sacristía, poniendo luego un armario frente a la puerta (lo ayudaron una o dos personas que estaban en casa de Monsignore). La idea fue de Don Elia; pero todos estaban en contra de que fuera Don Elia quien hiciera ese trabajo… Él lo quiso. Los demás decían: “¿Y si luego nos descubren?”». Otra reconstrucción: «Don Elia logró esconder en un local contiguo a la sacristía a una sesentena de hombres y contra la puerta empujó un viejo armario. Mientras tanto, el crepitar de las ametralladoras y los gritos desesperados de la gente llegaban desde las casas cercanas. Don Elia tuvo la fuerza de comenzar el S. Sacrificio de la Misa, la última de su vida. No había terminado aún, cuando llegó aterrorizado y agitado un joven de la localidad “Creda” a pedir socorro porque las SS habían rodeado una casa y arrestado a sesenta y nueve personas, hombres, mujeres, niños».
            «Aún en vestiduras sagradas, postrado en el altar, inmerso en oración, invoca por todos la ayuda del Sagrado Corazón, la intercesión de María Auxiliadora, de san Juan Bosco y de san Miguel Arcángel. Luego, con un breve examen de conciencia, recitando tres veces el acto de dolor, les hace una preparación a la muerte. Recomienda a la asistencia de las hermanas a todas esas personas y a la Superiora que guíe fuertemente la oración para que los fieles puedan encontrar en ella el consuelo del cual tienen necesidad».
            A propósito de don Elia y del padre Martino, que regresó poco después, «se constatan algunas dimensiones de una vida sacerdotal gastada conscientemente por los demás hasta el último instante: su muerte fue un prolongar en el don de la vida la Misa celebrada hasta el último día». Su elección tenía «raíces lejanas, en la decisión de hacer el bien incluso si se estaba en la última hora, dispuestos incluso al martirio»: «muchas personas vinieron a buscar ayuda en la parroquia y, a espaldas del párroco, Don Elia y el Padre Martino trataron de esconder a cuantas más personas posible; luego, asegurándose de que estuvieran de alguna manera asistidas, corrieron al lugar de las masacres para poder llevar ayuda también a los más desafortunados; el mismo Mons. Mellini no se dio cuenta de esto y continuaba buscando a los dos sacerdotes para que le ayudaran a recibir a toda esa gente» («Tenemos la certeza de que ninguno de ellos era partisano o había estado con los partisanos»).

            En esos momentos, don Elia demuestra una gran lucidez que se traduce tanto en un espíritu organizativo como en la conciencia de poner en riesgo su propia vida: «A la luz de todo esto, y Don Elia lo sabía bien, no podemos, por lo tanto, buscar esa caridad que induce al intento de ayudar a los demás, sino más bien ese tipo de caridad (que luego fue la misma de Cristo) que induce a participar hasta el fondo en el sufrimiento ajeno, sin temer siquiera la muerte como su última manifestación. El hecho de que su elección haya sido clara y bien razonada también se demuestra por el espíritu organizativo que manifestó hasta unos minutos antes de su muerte, al intentar con prontitud e inteligencia esconder a tantas personas como fuera posible en los locales ocultos de la canonjía; luego la noticia de la Creda y, después de la caridad fraterna, la caridad heroica».
            Una cosa es cierta: si don Elia se hubiera escondido con todos los demás hombres o incluso solo se hubiera quedado al lado de Mons. Mellini, no habría tenido nada que temer. En cambio, don Elia y padre Martino toman la estola, los óleos santos y una caja con algunas Partículas consagradas «partieron, por lo tanto, hacia la montaña, armados con la estola y el aceite de los enfermos»: «Cuando Don Elia regresó de haber ido con Monseñor, tomó la Píxide con las Hostias y el Aceite Santo y se volvió hacia nosotros: ¡aún ese rostro! estaba tan pálido que parecía uno ya muerto. Y dijo: “¡Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir!”». «¡Recen por mí, no me dejen solo!». «Nosotros somos sacerdotes y debemos ir y debemos hacer nuestro deber». «Vamos a llevar al Señor a nuestros hermanos».

            Arriba en la Creda hay mucha gente que está muriendo entre suplicios: deben acudir, bendecir y – si es posible – intentar interponerse respecto a las SS.
            La señora Massimina [Zappoli], luego testigo también en la investigación militar de Bolonia, recuerda: «A pesar de las oraciones de todos nosotros, ellos celebraron rápidamente la Eucaristía y, impulsados solo por la esperanza de poder hacer algo por las víctimas de tanta ferocidad al menos con un consuelo espiritual, tomaron el SS. Sacramento y corrieron hacia la Creda. Recuerdo que mientras Don Elia, ya lanzado en su carrera, pasó junto a mí en la cocina, me aferré a él en un último intento de disuadirlo, diciendo que nosotros quedaríamos a merced de nosotros mismos; él hizo entender que, por grave que fuera nuestra situación, había quienes estaban peor que nosotros y era a esos a quienes debían ir».
            Él está inamovible y se niega, como luego sugirió Mons. Mellini, a retrasar la subida a la Creda cuando los alemanes se hubieran ido: «Ha sido [por lo tanto] una pasión, antes que cruento, […] del corazón, la pasión del espíritu. En esos tiempos se estaba aterrorizado por todo y por todos: no se tenía más confianza en nadie: cualquiera podía ser un enemigo determinante para la propia vida. Cuando los dos Sacerdotes se dieron cuenta de que alguien realmente necesitaba de ellos no dudaron tanto en decidir qué hacer […] y sobre todo no recurrieron a lo que era la decisión inmediata para todos, es decir, encontrar un escondite, intentar cubrirse y estar fuera de la contienda. Los dos Sacerdotes, en cambio, se adentraron, conscientemente, sabiendo que su vida estaba al 99% en riesgo; y lo hicieron para ser verdaderamente sacerdotes: es decir, para asistir y consolar; para dar también el servicio de los Sacramentos, por lo tanto, de la oración, del consuelo que la fe y la religión ofrecen».
            Una persona dijo: «Don Elia, para nosotros, ya era santo. Si hubiera sido una persona normal […] no se habría puesto; también se habría escondido, detrás del armario, como todos los demás».
            Con los hombres escondidos, son las mujeres las que intentan retener a los sacerdotes, en un intento extremo de salvarles la vida. La escena es al mismo tiempo agitada y muy elocuente: «Lidia Macchi […] y otras mujeres intentaron impedirles partir, trataron de retenerlos por la sotana, los persiguieron, los llamaron a gritos para que regresaran: impulsados por una fuerza interior que es ardor de caridad y solicitud misionera, ellos estaban ya decididamente caminando hacia la Creda llevando los consuelos religiosos».
            Una de ellas recuerda: «Los abracé, los sostenía firmes por los brazos, diciendo y suplicando: – ¡No vayan! – ¡No vayan!».
            Y Lidia Marchi añade: «Yo tiraba de Padre Martino por la vestimenta y lo retenía […] pero ambos sacerdotes repetían: – Debemos ir; el Señor nos llama».

            «Debemos cumplir con nuestro deber. Y [don Elia y padre Martino,] como Jesús, se dirigieron hacia un destino marcado».
            «La decisión de ir a la Creda fue elegida por los dos sacerdotes por puro espíritu pastoral; a pesar de que todos intentaban disuadirlos, ellos quisieron ir impulsados por la esperanza de poder salvar a alguien de aquellos que estaban a merced de la rabia de los soldados».
            A la Creda, casi con seguridad, nunca llegaron. Capturados, según un testigo, cerca de un “pilar”, apenas fuera del campo visual de la parroquia, don Elia y padre Martino fueron vistos más tarde cargados de municiones, a la cabeza de los rastreados, o aún solos, atados, con cadenas, cerca de un árbol mientras no había ninguna batalla en curso y las SS comían. Don Elia intimó a una mujer que escapara, que no se detuviera para evitar ser asesinada: «Anna, por caridad, escapa, escapa».
            «Estaban cargados y encorvados bajo el peso de tantas cajas pesadas que de las espaldas envolvían el cuerpo por delante y por detrás. Con la espalda hacían una curva que los llevaba casi con la nariz en el suelo».
            «Sentados en el suelo […] muy sudados y cansados, con las municiones en la espalda».
            «Arrestados son obligados a llevar municiones arriba y abajo por la montaña, testigos de inauditas violencias».
            «[Las SS los hacen] bajar y subir más veces por la montaña, bajo su custodia, y además, realizando, ante los ojos de las dos víctimas, las más espeluznantes violencias».
            ¿Dónde están, ahora, la estola, los óleos santos y sobre todo el Santísimo Sacramento? No queda ninguna traza. Lejos de ojos indiscretos, las SS despojaron a la fuerza a los sacerdotes, deshaciéndose de ese Tesoro del que nada más se encontraría.
            Hacia la tarde del 29 de septiembre de 1944, fueron trasladados con muchos otros hombres (rastreados y no por represalia o no porque fueran filo-partisanos, como demuestran las fuentes), a la casa “de los Birocciai” en Pioppe di Salvaro. Más tarde ellos, divididos, tendrán destinos muy diferentes: pocos serán liberados, tras una serie de interrogatorios. La mayoría, evaluados como aptos para el trabajo, serán enviados a campos de trabajo forzado y podrán – posteriormente – regresar a sus familias. Los evaluados como no aptos, por mero criterio de estado civil (cf. campos de concentración) o de salud (joven, pero herido o que simula estar enfermo con la esperanza de salvarse) serán asesinados la noche del 1 de octubre en la “Botte” de la Canapiera de Pioppe di Salvaro, ya una ruina porque bombardeada por los Aliados días antes.
            Don Elia y padre Martino – que fueron interrogados – pudieron moverse hasta el último en la casa y recibir visitas. Don Elia intercedió por todos y un joven, muy afectado, se durmió sobre sus rodillas: en una de ellas, don Elia recibió el Breviario, tan querido para él y que quiso mantener consigo hasta los últimos instantes. Hoy, la atenta investigación histórica a través de las fuentes documentales, apoyada por la más reciente historiografía de parte laica, ha demostrado cómo nunca había tenido éxito un intento de liberar a don Elia, llevado a cabo por el Caballero Emilio Veggetti, y cómo don Elia y padre Martino nunca fueron realmente considerados o al menos tratados como “espías”.

El holocausto
            Finalmente, fueron incluidos, aunque jóvenes (34 y 32 años), en el grupo de los no aptos y con ellos ejecutados. Vivieron esos últimos instantes orando, haciendo orar, absolviéndose mutuamente y brindando cada posible consuelo de fe. Don Elia logró transformar la macabra procesión de los condenados hasta una pasarela frente a la laguna de cáñamos, donde serán asesinados, en un acto coral de entrega, sosteniendo hasta donde pudo el Breviario abierto en la mano (luego, se lee, un alemán golpeó con violencia sus manos y el Breviario cayó en el embalse) y sobre todo entonando las Letanías. Cuando se abrió el fuego, don Elia Comini salvó a un hombre porque le hacía escudo con su propio cuerpo y gritó «Piedad». Padre Martino invocó en cambio “Perdón”, levantándose con dificultad en la laguna, entre los compañeros muertos o moribundos, y trazando la señal de la Cruz pocos instantes antes de morir él mismo, a causa de una enorme herida. Las SS quisieron asegurarse de que nadie sobreviviera lanzando algunas granadas. En los días siguientes, dada la imposibilidad de recuperar los cadáveres sumergidos en agua y barro a causa de abundantes lluvias (lo intentaron las mujeres, pero ni siquiera don Fornasini pudo lograrlo), un hombre abrió las rejas y la impetuosa corriente del río Reno se llevó todo. Nunca se volvió a encontrar nada de ellos: consummatum est!
            Se había delineado su disposición «incluso al martirio, aunque a los ojos de los hombres parece necio rechazar la propia salvación para dar un mísero alivio a quien ya estaba destinado a la muerte». Mons. Benito Cocchi en septiembre de 1977 en Salvaro dijo: «Bien, aquí delante del Señor digamos que nuestra preferencia va a estos gestos, a estas personas, a aquellos que pagan de su persona: a quienes en un momento en que solo valían las armas, la fuerza y la violencia, cuando una casa, la vida de un niño, una familia entera eran valoradas en nada, supieron realizar gestos que no tienen voz en los balances de guerra, pero que son verdaderos tesoros de humanidad, resistencia y alternativa a la violencia; a quienes de este modo sembraban raíces para una sociedad y una convivencia más humana».
            En este sentido, «El martirio de los sacerdotes constituye el fruto de su elección consciente de compartir la suerte del rebaño hasta el sacrificio extremo, cuando los esfuerzos de mediación entre la población y los ocupantes, largamente perseguidos, pierden toda posibilidad de éxito».
Don Elia Comini había sido lúcido sobre su propia suerte, diciendo – ya en las primeras fases de detención –: «Para hacer el bien nos encontramos en tantas penas»; «Era Don Elia quien señalando al cielo saludaba con los ojos perlados». «Elia se asomó y me dijo: “Vaya a Bolonia, al Cardenal, y dígale dónde nos encontramos”. Le respondí: “¿Cómo hago para ir a Bolonia?”. […] Mientras tanto los soldados me empujaban con la culata del rifle. D. Elia me saludó diciendo: “¡Nos veremos en el paraíso!”. Grité: “No, no, no diga eso”. Él respondió, triste y resignado: “Nos veremos en el Paraíso”».
            Con don Bosco…: «[Les] espero a todos en el Paraíso»!
Era la tarde del 1° de octubre, inicio del mes dedicado al Rosario y a las Misiones. En los años de su primera juventud, Elia Comini había dicho a Dios: «Señor, prepárame para ser el menos indigno de ser víctima aceptable» (“Diario” 1929); «Señor, […] recíbeme también como víctima expiatoria» (1929); «me gustaría ser una víctima de holocausto» (1931). «[A Jesús] le he pedido la muerte en lugar de faltar a la vocación sacerdotal y al amor heroico por las almas» (1935).