Cuando el Señor llama a la puerta

Un hermano me dijo: «Padre, solo necesitamos tu cercanía, tu escucha, tu oración. Esto nos consuela, nos anima y nos da fuerza y esperanza para seguir sirviendo a los jóvenes, pobres y heridos, asustados y aterrorizados».

El 25 de marzo de 2025, la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Ángel Gabriel a María. Una de las solemnidades más significativas para la fe cristiana. En esta solemnidad recordamos la iniciativa de Dios que entra a formar parte de esa historia humana que él mismo ha creado. En ese día, en la Sagrada Eucaristía, recitamos el Credo y, cuando profesamos que el Hijo de Dios se hizo hombre, los creyentes nos arrodillamos como signo de asombro ante esta maravillosa iniciativa de Dios, ante la cual no nos queda más que ponernos de rodillas.
En la experiencia de la Anunciación, María tiene miedo: «No temas, María», le dice el Ángel. Después de que ella expresa sus preguntas, asegurándose de que se trata del proyecto de Dios para ella, María responde con una simple frase que sigue siendo para nosotros hoy una llamada y una invitación. María, la Bendita entre las mujeres, dice simplemente: «Hágase en mí según tu palabra».
El 25 de marzo pasado, el Señor llamó a la puerta de mi corazón a través de la llamada que mis hermanos en el Capítulo General 29º me dirigieron. Me pidieron que me pusiera a disposición para asumir la misión de ser Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco, la Congregación de San Francisco de Sales. Confieso que al principio sentí el peso de la invitación, momentos que desorientan porque lo que el Señor me estaba pidiendo no era algo ligero. La cuestión es que, cuando llega la llamada, nosotros, como creyentes, entramos en ese espacio sagrado donde sentimos fuertemente que es Él quien toma la iniciativa. El único camino que tenemos por delante es el de abandonarnos simplemente en las manos de Dios, sin peros ni condiciones. Y todo esto, naturalmente, no es fácil.

«Verás cómo trabaja el Señor»
En estas primeras semanas todavía me estoy preguntando, como María, ¿qué sentido tiene todo esto? Luego, poco a poco, empiezo a recibir ese consuelo que una vez me dijo un inspector mío: «Cuando el Señor llama, es Él quien toma la iniciativa, de Él depende lo que se hace. Tú solo mantente listo y disponible. Verás cómo trabaja el Señor».

A la luz de esta experiencia personal, pero de alcance muy amplio, porque se trata de la Congregación Salesiana y de la Familia Salesiana, me dirigí inmediatamente a mis queridos hermanos Salesianos. Desde el primer momento les pedí que me acompañaran con su oración, su cercanía y su apoyo.

Debo confesar que en estas primeras semanas ya siento que esta misión debe inspirarse en María. Ella, después del anuncio del Ángel, se puso en camino para ayudar a su prima Isabel. Y así me he puesto a servir a mis hermanos, escuchándolos, compartiendo y asegurándoles el apoyo de toda la Congregación, especialmente a aquellos que viven en situaciones de guerras, conflictos y pobreza extrema.
Me impactó el comentario de un inspector que, con sus hermanos, está viviendo una situación extremadamente difícil. Después de una conversación muy fraterna, me dijo: «Padre, solo necesitamos tu cercanía, tu escucha, tu oración. Esto nos consuela, nos anima y nos da fuerza y esperanza para seguir sirviendo a los jóvenes, pobres y heridos, asustados y aterrorizados». Después de este comentario, nos quedamos en silencio, él y yo, con algunas lágrimas que corrían por sus ojos y debo decir que también por los míos.
Terminada la reunión, me quedé solo en mi oficina. Me pregunté si esta misión que el Señor me pide que acepte no es quizás la de hacerme hermano junto a mis hermanos que sufren, pero esperan, que luchan por hacer el bien a los pobres y no tienen ninguna intención de rendirse. Sentía dentro de mí una voz que me decía que vale la pena decir ‘sí’ cuando el Señor llama a la puerta, ¡cueste lo que cueste!




Salesianos en Ucrania (vídeo)

La Visitaduría salesiana María Auxiliadora de rito bizantino (UKR) ha adaptado su misión educativo-pastoral desde el inicio de la invasión rusa de 2022. Entre sirenas antiaéreas, refugios improvisados y escuelas en sótanos, los salesianos se han convertido en una presencia cercana y concreta: acogen a desplazados, distribuyen ayuda, acompañan espiritualmente a militares y civiles, transforman una casa en centro de acogida y animan el campus modular «Mariapolis», donde cada día sirven mil comidas y organizan el oratorio y actividades deportivas, incluso el primer equipo ucraniano de Fútbol para Amputados. El testimonio personal de un hermano salesiano revela heridas, esperanzas y oraciones de quien lo ha perdido todo, pero sigue creyendo que, después de este largo Vía Crucis nacional, para Ucrania amanecerá la Pascua de la paz.

La pastoral de la Visitaduría María Auxiliadora de rito bizantino (UKR) durante la guerra
Nuestra pastoral tuvo que modificarse cuando comenzó la guerra. Nuestras actividades educativo-pastorales han tenido que adaptarse a una realidad completamente distinta, marcada a menudo por un sonido incesante de las sirenas que anuncian el peligro de ataques con misiles y bombardeos. Cada vez que suena la alarma, nos vemos obligados a interrumpir las actividades y a bajar con los chicos a los refugios subterráneos o búnkeres. En algunas escuelas, las clases se imparten directamente en los sótanos, para garantizar mayor seguridad a los alumnos.

Desde el principio, nos pusimos sin demora a ayudar y socorrer a la población que sufre. Hemos abierto nuestras casas para acoger a los desplazados, hemos organizado la recogida y distribución de ayuda humanitaria: preparamos con nuestros muchachos y jóvenes miles de paquetes con víveres, ropa y todo lo necesario para enviarlos a la gente necesitada en los territorios cercanos a los combates o en las zonas de combate. Además, algunos de nuestros hermanos salesianos trabajan como capellanes en las zonas de combate. Allí dan apoyo espiritual a los jóvenes militares, pero también llevan ayuda humanitaria a las personas que han permanecido en los pueblos bajo continuos bombardeos, ayudando a algunos de ellos a trasladarse a un lugar más seguro. Un hermano diácono que estuvo en las trincheras vio su salud deteriorada y perdió el tobillo. Cuando hace algunos años leía en el Boletín Salesiano en lengua italiana un artículo que hablaba de los salesianos en las trincheras, en la primera o segunda guerra mundial, no pensaba que esto se haría realidad en esta época moderna en mi país. Me impresionaron una vez las palabras de un jovencísimo soldado ucraniano, que citando a un histórico y eminente oficial, defensor y combatiente por la independencia de nuestro pueblo, decía: «Luchamos defendiendo nuestra independencia no porque odiemos a quien tenemos delante, sino porque amamos a quien tenemos detrás».

En este período hemos transformado también una de nuestras Casas Salesianas en un centro de acogida para desplazados.

Para apoyar la rehabilitación física, mental, psicológica y social de los jóvenes que han perdido extremidades en la guerra, hemos creado un equipo de Fútbol para Amputados, el primer equipo de este tipo en Ucrania.
Desde el inicio de la invasión en 2022, hemos puesto a disposición del ayuntamiento de Leópolis un terreno nuestro, destinado a la construcción de una escuela salesiana, para construir un campus modular para desplazados internos: «Mariapolis», donde nosotros, los salesianos, trabajamos en colaboración con el Centro del Departamento Social del Ayuntamiento. Damos apoyo asistencial y acompañamiento espiritual, haciendo el ambiente más acogedor. Apoyados por la ayuda de nuestra Congregación, de diversas organizaciones como VIS y Missioni Don Bosco, las diversas procuras misioneras y otras fundaciones benéficas, e incluso agencias estatales de otros países, hemos podido organizar la cocina del campus con el personal correspondiente, lo que nos permite ofrecer el almuerzo cada día a unas 1000 personas. Además, gracias a su ayuda, podemos organizar diversas actividades al estilo salesiano para los 240 niños y jóvenes que están presentes en el campus.

Una pequeña experiencia y un pobre testimonio personal
Quisiera compartir aquí mi pequeña experiencia y testimonio… Yo realmente agradezco al Señor que, a través de mi Inspector, me haya llamado a este servicio particular. Desde hace tres años trabajo en el campus que acoge a unos 1.000 desplazados internos. Desde el principio, estoy al lado de personas que lo han perdido todo en un instante, excepto la dignidad. Sus casas están destruidas y saqueadas, los ahorros y bienes acumulados con esfuerzo a lo largo de los años de vida se han desvanecido. Muchos han perdido mucho más y más valioso: a sus seres queridos, asesinados ante sus ojos por misiles o minas. Algunas de las personas que están en el campus tuvieron que vivir durante meses en los sótanos de edificios derrumbados, alimentándose de lo poco que encontraban, aunque estuviera caducado. Bebían el agua de los radiadores y hervían las cáscaras de patata para alimentarse. Luego, a la primera oportunidad, huyeron o fueron evacuados sin saber adónde ir, sin certezas sobre lo que les esperaba. Además, algunos han visto sus ciudades, como Mariúpol, arrasadas. De hecho, en honor a esta bellísima ciudad de María, nosotros los salesianos hemos llamado al campus para los desplazados con el nombre «Mariapolis», confiando este lugar y a los habitantes del campus a la Virgen María. Y Ella, como una madre, está al lado de cada uno en estos momentos de prueba. En el campus, he preparado una capilla dedicada a Ella, donde hay un icono pintado por una señora del campus procedente de la martirizada ciudad de Járkov. La capilla se ha convertido para todos los residentes, independientemente de la confesión de fe cristiana a la que pertenezcan, en lugar de encuentro con Dios y consigo mismos.

Estar con ellos, quererlos, acogerlos, escucharlos, consolarl0s, animarlos, rezar por ellos y con ellos, y apoyarles en lo que puedo, son los momentos que forman parte de mi servicio, que se ha convertido ya en mi vida durante este período. Es una verdadera escuela de vida, de espiritualidad, donde aprendo muchísimo estando junto a su sufrimiento. Casi todos esperan que la guerra termine pronto y llegue la paz, para poder volver a casa. Pero para muchos, ese sueño ya es irrealizable: sus casas ya no existen. Así, como puedo, intento ofrecerles algún asidero de esperanza, ayudándoles a encontrar a Aquel que no abandona a nadie, que está cerca en los sufrimientos y en las dificultades de la vida.

A veces me piden que los prepare para la Reconciliación: con Dios, consigo mismos, con la dura realidad que se ven obligados a vivir. Otras veces, les ayudo en las necesidades más concretas: medicinas, ropa, pañales, visitas al hospital. También hago trabajo administrativo junto con mis tres compañeros laicos. Cada día, a las 17:00, rezamos por la paz, y un pequeño grupo ha aprendido a rezar el Rosario, haciéndolo diariamente.

Como salesiano, intento estar atento a las necesidades de los chicos: desde el principio, con la ayuda de los animadores, hemos creado un oratorio dentro del campus. Además, actividades, excursiones, campamentos en la montaña durante el verano. Asimismo, uno de los compromisos que llevo adelante es supervisar el comedor, para asegurar que ninguna de las personas residentes en el campus se quede sin una comida caliente.

Entre los habitantes del campus está el pequeño Maksym, que se despierta en plena noche, aterrorizado por cualquier ruido fuerte. María, una madre que lo ha perdido todo, incluso a su marido, y que cada día sonríe a sus hijos para que no sientan el peso del dolor. Luego está Petro, de 25 años, que estaba en casa con su novia cuando un dron ruso lanzó una bomba. La explosión le amputó las dos piernas, mientras que su novia murió poco después. Petro pasó toda la noche al borde de la muerte, hasta que los soldados lo encontraron por la mañana y lo pusieron a salvo. La ambulancia no podía acercarse debido a los combates.
En medio de tanto sufrimiento, continúo mi apostolado con la ayuda del Señor y el apoyo de mis hermanos salesianos.

Nosotros, los salesianos de rito bizantino, junto con nuestros 13 hermanos de rito latino presentes en Ucrania –en gran parte de origen polaco y pertenecientes a la Inspectoría salesiana de Cracovia (PLS)– compartimos profundamente el dolor y los sufrimientos del pueblo ucraniano. Como hijos de Don Bosco, continuamos con fe y esperanza nuestra misión educativo-pastoral, adaptándonos cada día a las difíciles condiciones impuestas por la guerra.

Estamos al lado de los jóvenes, de las familias y de todos los que sufren y necesitan ayuda. Deseamos ser signos visibles del amor de Dios, para que la vida, la esperanza y la alegría de los jóvenes nunca sean sofocadas por la violencia y el dolor.

En este testimonio común, reafirmamos la vitalidad de nuestro carisma salesiano, que sabe responder incluso a los desafíos más dramáticos de la historia. Nuestras dos particularidades, la de rito bizantino y la de rito latino, hacen visible esa unidad indivisible del Carisma Salesiano, tal como afirman las Constituciones Salesianas en el art. 100: «El carisma del Fundador es principio de unidad de la Congregación y, por su fecundidad, está en el origen de los diversos modos de vivir la única vocación salesiana».

Creemos que el dolor y el sufrimiento no tienen la última palabra: y que en la fe, cada Cruz contiene ya la semilla de la Resurrección. Después de esta larga Semana Santa, llegará inevitablemente la Resurrección para Ucrania: vendrá la verdadera y justa PAZ.

Algunas informaciones
Algunos hermanos capitulares pedían información sobre la guerra en Ucrania. Permítanme decir algo a modo de Flash informativo. Una aclaración: la guerra en Ucrania no puede interpretarse como un conflicto étnico o una disputa territorial entre dos pueblos con reivindicaciones contrapuestas o derechos sobre un determinado territorio. No se trata de una disputa entre dos partes que luchan por un pedazo de tierra. Y, por lo tanto, no es una batalla entre iguales. Lo que ocurre en Ucrania es una invasión, una agresión unilateral. Aquí se trata de un pueblo que ha agredido indebidamente a otro. Una nación que fabricó motivaciones infundadas, inventándose un presunto derecho, violando el orden y las leyes internacionales, decidió atacar a otro Estado, violando su soberanía e integridad territorial, el derecho a decidir su propio destino y la dirección de su propio desarrollo, ocupando y anexionando territorios. Destruyendo ciudades y pueblos, muchos de ellos arrasados, quitando la vida a miles de civiles. Aquí hay un agresor y un agredido: esta es precisamente la peculiaridad y el horror de esta guerra. Y es partiendo de esta premisa que debería concebirse también la paz que esperamos. Una paz que sepa a justicia y esté basada en la verdad, no temporal, no oportunista, no una paz fundada en conveniencias ocultas y comerciales, evitando crear precedentes para regímenes autocráticos en el mundo que podrían un día decidir invadir otros países, ocupar o anexionar una parte de un país vecino o lejano, simplemente porque lo desean o porque les apetece, o porque son más poderosos.

Otra absurdidad de esta guerra no provocada y no declarada es que el agresor prohíbe a la víctima el derecho a defenderse, intenta intimidar y amenazar a todos aquellos, en este caso otros países, que se ponen del lado de quien está indefenso y se disponen a ayudar a defenderse y a resistir a la víctima agredida injustamente.

Algunas tristes estadísticas
Desde el inicio de la invasión de 2022 hasta hoy (08.04.2025), la ONU ha registrado y confirmado datos relativos a 12.654 muertos y 29.392 heridos entre los CIVILES en Ucrania.

Según las últimas noticias disponibles verificadas por UNICEF, al menos 2.406 NIÑOS han muerto o resultados heridos por la escalada de la guerra en Ucrania desde 2022. Las víctimas infantiles incluyen 659 NIÑOS MUERTOS y 1.747 HERIDOS – es decir, al menos 16 niños muertos o heridos cada semana. Millones de niños siguen teniendo sus vidas trastornadas debido a los ataques en curso o por tener que huir y ser evacuados a otros lugares y países. Los niños de Donbás sufren la guerra desde hace ya 11 años.
Rusia ha puesto en marcha, junto con el plan de invasión de Ucrania, un programa de deportaciones forzadas de niños ucranianos. Los últimos datos hablan de 20.000 niños sacados de sus hogares, detenidos durante meses y sometidos a una rusificación forzada a través de una intensa propaganda antes de la adopción forzada.

P. Andrii Platosh, sdb






Hacia el infierno intenciones ineficaces (1873)

San Giovanni Bosco relata en una «buena noche» el fruto de una larga súplica a la Madonna Auxiliadora: comprender la causa principal de la condenación eterna. La respuesta, recibida en sueños repetidos, es impactante en su sencillez: la falta de una firme y concreta resolución al terminar la Confesión. Sin una decisión sincera de cambiar de vida, incluso el sacramento se vuelve estéril y los pecados se repiten.

Solemne admonición.
– ¿Por qué tantos se condenan…?
– Porque no hacen buenos propósitos cuando se confiesan.

            La noche del 31 de mayo de 1873, después de las oraciones, al dar las «buenas noches» a los alumnos, el Siervo de Dios hizo esta importante declaración, diciendo que era el «resultado de sus plegarias» y que «procedía del Señor».

            Durante todo el tiempo de la novena de María Auxiliadora, mejor dicho, durante todo el mes de mayo, en la misa y en mis oraciones particulares, pedía al Señor y a la Virgen la gracia de que me hiciesen conocer cuál era la causa por la que caía más gente en el infierno.
            Ahora no digo que esto venga o no del Señor; pero sí puedo afirmar que casi todas las noches soñaba con que la causa fundamental era la falta de propósito en las confesiones. Y después me parecía ver a algunos muchachos que salían de la iglesia de confesarse y que tenían dos cuernos.
            – ¿Cómo es esto?, decía para mí – ¡Ah, esto procede de la ineficacia de los propósitos de la confesión! Este es el motivo por el que hay muchos que van a confesarse con frecuencia, pero no se enmiendan jamás, y confiesan siempre las mismas cosas. Son los que (y hablo de casos hipotéticos, pues no puedo servirme de nada de lo que he oído en confesión, porque es secreto), son los que al principio del año tuvieron una calificación desfavorable y continúan con la misma; los que murmuraban al comienzo del año y continúan murmurando.
            He creído oportuno deciros esto, porque es el resultado de las pobres oraciones de don Bosco, y procede del Señor.
            De este sueño no dijo en público más detalles, pero privadamente se sirvió de él para amonestar a los muchachos.
            Para nosotros, lo poco que dijo, y la forma como lo dijo, constituye una grave advertencia, que se ha de recordar con frecuencia a los jovencitos.
(MB IT X,56 / MB ES X,61-62)




Don Bosco promotor de la “misericordia divina”

Siendo un sacerdote muy joven, Don Bosco publicó un volumen, en formato diminuto, titulado “Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios”.

Todo comenzó con la marquesa de Barolo
            La marquesa Giulia Colbert di Barolo (1785-1864), declarada Venerable por el Papa Francisco el 12 de mayo de 2015, cultivaba personalmente una especial devoción a la misericordia divina, por lo que hizo introducir la costumbre de una semana de meditaciones y oraciones sobre el tema en las comunidades religiosas y educativas que fundó cerca de Valdocco. Pero no se contentaba. Quería que esta práctica se extendiera a otros lugares, especialmente en las parroquias, entre el pueblo. Pidió el consentimiento de la Santa Sede, que no sólo se la otorgó, sino que también concedió varias indulgencias a esta práctica devocional. Llegados a este punto, se trataba de hacer una publicación adecuada a tal fin.
            Nos encontramos en el verano de 1846, cuando Don Bosco, superada la grave crisis de agotamiento que le había llevado al borde de la tumba, se había retirado a casa de Mamá Margarita en i Becchi para recuperarse y ahora se había “licenciado” a su apreciado servicio como capellán de una de las obras de Barolo, para gran disgusto de la propia marquesa. Pero “sus jóvenes” lo llamaron a la recién alquilada casa Pinardi.
            En ese momento intervino el famoso patriota Silvio Pellico, secretario-bibliotecario de la marquesa y admirador y amigo de Don Bosco, que había puesto música a algunos de sus poesías. Las memorias salesianas cuentan que Pellico, con cierto atrevimiento, propuso a la marquesa que encargara a Don Bosco la publicación que le interesaba. ¿Qué hizo la marquesa? Aceptó, aunque no con demasiado entusiasmo. ¿Quién sabe? Quizás quería ponerlo a prueba. Y Don Bosco, también aceptó.

Un tema cercano a su corazón
            El tema de la misericordia de Dios figuraba entre sus intereses espirituales, aquellos en los que se había formado en el seminario de Chieri y sobre todo en el Convitto de Turín. Sólo dos años antes había terminado de asistir a las lecciones de su compatriota San José Cafasso, apenas cuatro años mayor que él, pero su director espiritual, de quien seguía las predicaciones de los ejercicios espirituales para sacerdotes, aunque también formador de media docena de otros fundadores, algunos incluso santos. Pues bien, Cafasso, aunque hijo de la cultura religiosa de su época –hecha de prescripciones y de la lógica de “hacer el bien para escapar al castigo divino y merecer el Paraíso”- no perdía ocasión, tanto en su enseñanza como en su predicación, de hablar de la misericordia de Dios. ¿Y cómo no iba a hacerlo si se dedicaba constantemente al sacramento de la penitencia y a asistir a los condenados a muerte? Tanto más cuanto que tal devoción indulgente constituía entonces una reacción pastoral contra el rigor del jansenismo que sostenía la predestinación de los que se salvaban.
            Por tanto, Don Bosco, en cuanto regresó del campo a principios de noviembre, se puso manos a la obra, siguiendo las prácticas piadosas aprobadas por Roma y difundidas por todo el Piamonte. Con la ayuda de algunos textos que pudo encontrar fácilmente en la biblioteca del Convitto que conocía bien, a finales de año publicó a sus expensas un librito de 111 páginas, formato diminuto, titulado “Ejercicio de devoción a la Misericordia de Dios”. Inmediatamente hizo homenaje a las niñas, mujeres y religiosas de las fundaciones de la Barolo. No está documentado, pero la lógica y la gratitud dirían que también se lo regaló a la marquesa Barolo, promotora del proyecto: pero la misma lógica y gratitud dirían que la marquesa no se dejó superar en generosidad, enviándole, quizá anónimamente como en otras ocasiones, una contribución propia a los gastos.
            No hay espacio aquí para presentar el contenido “clásico” del libro de meditaciones y oraciones de Don Bosco; sólo queremos señalar que su principio básico es: “cada uno debe invocar la Misericordia de Dios para sí mismo y para todos los hombres, porque ‘todos somos pecadores’ […] todos necesitados de perdón y de gracia […] todos llamados a la salvación eterna”.
            Significativo es entonces el hecho de que al final de cada día de la semana Don Bosco, en la lógica del título “ejercicios devocionales”, asigne una práctica de piedad: invitar a otros a participar, perdonar a los que nos han ofendido, hacer una mortificación inmediata para obtener de Dios misericordia para todos los pecadores, dar alguna limosna o sustituirla con la recitación de oraciones o jaculatorias, etc. El último día la práctica se sustituye por una simpática invitación, quizá incluso aludiendo a la marquesa de Barolo, a recitar “¡al menos un Ave María por la persona que ha promovido esta devoción!”.

Práctica educativa
            Pero más allá de los escritos con fines edificantes y formativos, cabe preguntarse cómo educaba concretamente Don Bosco a sus jóvenes para confiar en la misericordia divina. La respuesta no es difícil y podría documentarse de muchas maneras. Nos limitaremos a tres experiencias vitales vividas en Valdocco: los sacramentos de la Confesión y Comunión y su figura de “padre lleno de bondad y amor”.

La Confesión
            Don Bosco inició a la vida cristiana adulta a cientos de jóvenes de Valdocco. ¿Pero con qué medios? Dos en particular: la Confesión y la Comunión.
            Don Bosco, como sabemos, es uno de los grandes apóstoles de la Confesión, y esto se debe en primer lugar a que ejerció plenamente este ministerio, al igual que, por lo demás, su maestro y director espiritual Cafasso, mencionado anteriormente, y la admirada figura de su casi contemporáneo el santo cura de Ars (1876-1859). Si la vida de este último, como se ha escrito, “transcurrió en el confesionario” y la del primero pudo ofrecer muchas horas del día (“el tiempo necesario”) para escuchar en confesión a “obispos, sacerdotes, religiosos, laicos eminentes y gente sencilla que acudían a él”, la de Don Bosco no pudo hacer lo mismo debido a las numerosas ocupaciones en las que estaba inmerso. Sin embargo, se ponía a disposición de los jóvenes (y de los salesianos) en el confesionario cada día que se celebraban servicios religiosos en Valdocco o en las casas salesianas, o en ocasiones especiales.
            Había empezado a hacerlo en cuanto terminó de “aprender a ser sacerdote” en el Convitto (1841-1844), cuando los domingos reunía a los jóvenes en el oratorio itinerante del bienio, cuando iba a confesar al santuario de la Consolata o a las parroquias piamontesas a las que era invitado, cuando aprovechaba los viajes en carruaje o en tren para confesar a los cocheros o a los pasajeros. No dejó de hacerlo hasta el último momento, cuando invitado a no cansarse con las confesiones, respondía que a esas alturas era lo único que podía hacer por sus jóvenes. Y ¡cuál fue su pena cuando, por razones burocráticas y malentendidos, su licencia para confesar no fue renovada por el arzobispo! Los testimonios sobre Don Bosco como confesor son innumerables y, de hecho, la famosa fotografía que le representa en el acto de confesar a un joven rodeado de tantos otros que esperan hacerlo, debió de gustar al propio santo, que tal vez tuvo la idea de la misma, y que aún hoy sigue siendo un icono significativo e imborrable de su figura en el imaginario colectivo.
            Pero más allá de su experiencia como confesor, Don Bosco fue un incansable promotor del sacramento de la Reconciliación, divulgó su necesidad, su importancia, la utilidad de su frecuencia, señaló los peligros de una celebración carente de las condiciones necesarias, ilustró las formas clásicas de abordarlo fructíferamente. Lo hizo a través de conferencias, buenas noches, consignas ingeniosos y palabritas al oído, circulares a los jóvenes en los colegios, cartas personales y la narración de numerosos sueños que tenían por objeto la confesión, bien o mal hecha. De acuerdo con su inteligente práctica catequética, les contaba episodios de conversiones de grandes pecadores, y también sus propias experiencias personales al respecto.
            Don Bosco, profundo conocedor del alma juvenil, para inducir a todos los jóvenes al arrepentimiento sincero, utilizaba el amor y la gratitud hacia Dios, presentado en su infinita bondad, generosidad y misericordia. En cambio, para sacudir los corazones más fríos y endurecidos, describe los posibles castigos del pecado e impresiona saludablemente sus mentes con vívidas descripciones del juicio divino y del Infierno. Pero incluso en estos casos, no satisfecho con llevar a los muchachos al dolor por sus pecados, intenta hacerles ver la necesidad de la misericordia divina, una disposición importante para anticipar su perdón incluso antes de la confesión sacramental. Don Bosco, como de costumbre, no entra en disquisiciones doctrinales, sólo le interesa una confesión sincera, que cure terapéuticamente la herida del pasado, recomponga el tejido espiritual del presente para un futuro de “vida de gracia”.
            Don Bosco cree en el pecado, cree en el pecado grave, cree en el infierno y de su existencia habla a lectores y oyentes. Pero también está convencido de que Dios es misericordia en persona, por eso ha dado al hombre el sacramento de la Reconciliación. Pues, aquí insiste en las condiciones para recibirlo bien, y sobre todo en el confesor como “padre” y “médico” y no tanto como “doctor y juez”: “El confesor sabe que sigue siendo más grande que tus faltas la misericordia de Dios que te concede el perdón con su intervención” (Referencia biográfica sobre el jovencito Magone Miguel, pp. 24-25).
            Según las memorias salesianas, a menudo sugería a sus jóvenes que invocaran la misericordia divina, que no se desanimaran después de pecar, sino que volvieran a confesarse sin miedo, confiando en la bondad del Señor y tomando luego firmes resoluciones para el bien.
            Como “educador en el campo de la juventud”, Don Bosco sentía la necesidad de insistir menos en el ex opere operato y más en el ex opere operantis, es decir, en las disposiciones del penitente. En Valdocco todos se sentían invitados a hacer una buena confesión, todos sentían el riesgo de las malas confesiones y la importancia de hacer una buena confesión; muchos de ellos sintieron entonces que vivían en una tierra bendecida por el Señor. No en vano, la misericordia divina había hecho que un joven difunto se despertara después de que se hubieran expuesto las cortinas del funeral para que pudiera confesar (a Don Bosco) sus pecados.
            En resumen, el sacramento de la confesión, bien explicado en sus características específicas y celebrado con frecuencia, fue quizá el medio más̀ eficaz por el que el santo piamontés llevó a sus jóvenes a confiar en la inmensa misericordia de Dios.

La Comunión
            Mas también la Comunión, el segundo pilar de la pedagogía religiosa de Don Bosco, servirá a este objetivo.
            Don Bosco es ciertamente uno de los mayores promotores de la práctica sacramental de la Comunión frecuente. Su doctrina, inspirada en el pensamiento de la contrarreforma, daba más importancia a la Comunión que a la celebración litúrgica de la Eucaristía, aunque en su frecuencia allí había estado una evolución. En los primeros veinte años de su vida sacerdotal, en la huella de San Alfonso, pero también en la del Concilio de Trento y antes aún en la de Tertuliano y San Agustín, propuso la Comunión semanal, o varias veces por semana o incluso diaria según la perfección de las disposiciones correspondientes a las gracias del sacramento. Domingo Savio, en Valdocco había empezado a confesarse y comulgar a cada quince días, pasó luego a hacerlo cada semana, después tres veces por semana y finalmente, tras un año de intenso crecimiento espiritual, todos los días, obviamente siempre siguiendo el consejo de su confesor, el propio Don Bosco.
            Más tarde, en la segunda mitad de los años sesenta, Don Bosco, basándose en sus experiencias pedagógicas y en una fuerte corriente teológica a favor de la Comunión frecuente, que tenía como líderes al obispo francés de Ségur y al prior de Génova Fr. Giuseppe Frassinetti, pasó a invitar a sus jóvenes a comulgar más a menudo, convencido de que permitía dar pasos decisivos en la vida espiritual y favorecía su crecimiento en el amor a Dios. Y en caso de imposibilidad de la Comunión sacramental diaria, sugería la Comunión espiritual, tal vez durante una visita al Santísimo Sacramento, tan apreciada por san Alfonso. Sin embargo, lo importante era mantener la conciencia en estado de poder comulgar todos los días: la decisión correspondía en cierto modo al confesor.
            Para Don Bosco, toda Comunión recibida dignamente –ayuno prescrito, estado de gracia, voluntad de desprenderse del pecado, una hermosa acción de gracias posterior- anula las faltas cotidianas, fortalece el alma para evitarlas en el futuro, aumenta la confianza en Dios y en su infinita bondad y misericordia; además es fuente de gracia para triunfar en la escuela y en la vida, es ayuda para soportar los sufrimientos y superar las tentaciones.
            Don Bosco cree que la Comunión es una necesidad para que los “buenos” se mantengan como tales y para que los “malos” se conviertan en “buenos”. Es para los que quieren hacerse santos, no para los santos, como la medicina se da a los enfermos. Obviamente, sabe que la asistencia por sí sola no es un indicio seguro de bondad, ya que hay quienes la reciben muy tibiamente y por costumbre, sobre todo porque la propia superficialidad de los jóvenes no les permite a menudo comprender toda la importancia de lo que hacen.
            Con la Comunión, pues, se pueden implorar del Señor gracias particulares para uno mismo y para los demás. Las cartas de Don Bosco están llenas de peticiones a sus jóvenes para que recen y comulguen según su intención, para que el Señor le conceda buen éxito en los “asuntos” de cada orden en los que se encuentra inmerso. Y lo mismo hacía con todos sus corresponsales, a los que invitaba a acercarse a este sacramento para obtener las gracias solicitadas, mientras que él hacía lo propio en la celebración de la Santa Misa.
            Don Bosco se preocupaba mucho de que sus muchachos crecieran alimentados por los sacramentos, pero también quería el máximo respeto a su libertad. Y dejó instrucciones precisas a sus educadores en su tratado sobre el Sistema Preventivo: “Nunca obliguéis a los jóvenes a asistir a los santos sacramentos, sino sólo animadles y dadles el consuelo de aprovecharlos”.
            Al mismo tiempo, sin embargo, se mantuvo firme en su convicción de que los sacramentos son de suma importancia. Escribió perentoriamente: “Digan lo que quieran sobre los diversos sistemas de educación, pero no encuentro ninguna base segura salvo en la frecuencia de la Confesión y la Comunión” (El pastorcito de los Alpes, o sea vida del joven Besucco Francisci d’Argentera, 1864. p. 100).

Una paternidad y una misericordia hecha persona
            La misericordia de Dios, actuante sobre todo en el momento de los sacramentos de la Confesión y la Comunión, encontraba entonces su expresión externa no sólo en un Don Bosco “padre confesor”, sino también “padre, hermano, amigo” de los jóvenes en la vida cotidiana ordinaria. Con cierta exageración podría decirse que su confianza con Don Bosco era tal que muchos de ellos apenas distinguían entre Don Bosco “confesor” y Don Bosco “amigo” y “hermano”; otros podían a veces intercambiar la acusación sacramental con las efusiones sinceras de un hijo hacia su padre; por otra parte, el conocimiento que Don Bosco tenía de los jóvenes era tal que con preguntas sobrias les inspiraba una confianza extrema y no pocas veces sabía hacer la acusación en su lugar.
            La figura de Dios padre, misericordioso y providente, que a lo largo de la historia ha mostrado su bondad desde Adán hacia los hombres, justos o pecadores, pero todos necesitados de ayuda y objeto de cuidados paternales, y en cualquier caso todos llamados a la salvación en Jesucristo, se modula y refleja así en la bondad de Don Bosco “Padre de sus jóvenes”, que sólo quiere su bien, que no los abandona, siempre dispuesto a comprenderlos, compadecerlos, perdonarlos. Para muchos de ellos, huérfanos, pobres y abandonados, acostumbrados desde muy pequeños al duro trabajo diario, objeto de modestísimas manifestaciones de ternura, hijos de una época en la que lo que imperaba era la sumisión decidida y la obediencia absoluta a cualquier autoridad constituida, Don Bosco fue quizás la caricia jamás experimentada por un padre, la “ternura” de la que habla el Papa Francisco.
            Conmueve todavía su carta a los jóvenes de la casa de Mirabello a finales de 1864: “Aquellas voces, aquellos vítores, aquel besarse y darse la mano, aquella sonrisa cordial, aquel hablarse del alma, aquel animarse recíprocamente a hacer el bien, son cosas que embalsaman mi corazón, y por eso no puedo pensar sin conmoverme hasta las lágrimas. Les diré […] que sois la pupila de mis ojos” (Epistolario II editado por F. Motto II, car. n. 792).
            Aún más conmovedora es su carta a los jóvenes de Lanzo del 3 de enero de 1876: “Permitidme que os diga, y que nadie se ofenda, que sois todos unos ladrones; lo digo y lo repito, me lo habéis quitado todo. Cuando estaba en Lanzo, me hechizasteis con vuestra benevolencia y cariñosa bondad, ligasteis las facultades de mi mente con vuestra piedad; aún me quedaba este pobre corazón, cuyos afectos ya me habíais robado por completo. Ahora vuestra carta marcada por 200 manos amistosas y queridísimas se ha apoderado de todo este corazón, al que no le queda más que un vivo deseo de amarlos en el Señor, de hacerles el bien y de salvar las almas de todos” (Epistolario III, car. n. 1389).
            La bondad amorosa con la que trataba y quería que los salesianos tratasen a los muchachos tenía un fundamento divino. Lo afirmaba citando una expresión de San Pablo: “La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y todo lo soporta”.
            La amabilidad era, por tanto, un signo de misericordia y de amor divino que escapaba al sentimentalismo y a las formas de sensualidad por la caridad teologal que era su fuente. Don Bosco comunicaba este amor a muchachos particulares y también a grupos de ellos: “Que os tengo mucho afecto, no necesito decíroslo, os he dado pruebas claras de ello. Que vosotros también me amáis, no necesito decirlo, porque me lo habéis demostrado constantemente. Pero, ¿en qué se fundamenta este afecto mutuo nuestro? […] Así pues, el bien de nuestras almas es el fundamento de nuestro afecto” (Epistolario II, car. n. 1148). El amor a Dios, el primum teológico, es, por tanto, el fundamento del primum pedagógico.

            La amabilidad era también la traducción del amor divino en amor verdaderamente humano, hecho de sensibilidad correcta, cordialidad amable, afecto benévolo y paciente tendente a la comunión profunda del corazón. En definitiva, ese amor efectivo y afectivo que se experimenta de forma privilegiada en la relación entre el educando y el educador, cuando gestos de amistad y de perdón por parte del educador inducen al joven, en virtud del amor que guía al educador, a abrirse a la confianza, a sentirse apoyado en su esfuerzo por superarse y comprometerse, a dar su consentimiento y a adherirse en profundidad a los valores que el educador vive personalmente y le propone. El joven comprende que esta relación le reconstruye y reestructura como hombre. La empresa más ardua del Sistema Preventivo es precisamente la de ganarse el corazón del joven, de gozar de su estima, de su confianza, de hacer de él un amigo. Si el joven no ama al educador, éste puede hacer muy poco del joven y por el joven.

Las obras de misericordia
            Podríamos continuar ahora con las obras de misericordia, que el catecismo distingue entre obras corporales y espirituales, estableciendo dos grupos de siete. No sería difícil documentar cómo Don Bosco vivió, practicó y alentó la práctica de estas obras de misericordia y cómo con su “ser y obrar” constituyó de hecho un signo y un testimonio visible, con obras y palabras, del amor de Dios por los hombres. Por los límites de espacio, nos limitamos a indicar las posibilidades de investigación. Por cierto, se afirma que hoy parecen abandonadas también por la falsa oposición entre misericordia y justicia, como si la misericordia no fuera una forma típica de expresar aquel amor que, en cuanto tal, nunca puede contradecir a la justicia.




La herencia del Papa Francisco

En medio del río de artículos y comentarios que han acompañado estos días, queremos simplemente expresar nuestro agradecimiento al Papa Francisco por el patrimonio humano y espiritual que nos deja:

1. Por la Misericordia divina. Gracias por recordarnos incansablemente que «Dios no se cansa de perdonar» y por el extraordinario Jubileo de la Misericordia.

2. Por la alegría de la fe. Gracias por enseñarnos que la fe en Jesucristo permite vivir «sobre las alas de la esperanza»: realmente Spes non confundit.

3. Por la devoción a María. Gracias por el testimonio de filial devoción a la Madre de Dios, María Santísima.

4. Por la sencillez desarmante. Gracias por un estilo de vida sobrio que ha atravesado cada gesto de su pontificado.

5. Por el primado de los últimos. Gracias por haber puesto en el centro a los pobres, sin techo, refugiados, migrantes y presos.

6. Por la denuncia de la “cultura del descarte”. Gracias por condenar la explotación y la instrumentalización de las personas, el lucro sin escrúpulos y el consumismo desenfrenado.

7. Por el valor de la familia. Gracias por advertirnos que las mascotas no pueden sustituir a los hijos.

8. Por la atención a los ancianos. Gracias por recordar que la vida frágil no debe ser descartada: los ancianos no deben ser eutanasíados por ser inútiles o no productivos, sino que son testigos de paz, amor y bendición.

9. Por la sinodalidad. Gracias por mostrar que el cristianismo no es un “hazlo tú mismo”, sino comunión con Dios y con los hermanos.

10. Por la apertura ecuménica. Gracias por buscar la unidad entre los cristianos con gestos concretos y valientes.

11. Por la lucha por la paz. Gracias por alzar la voz en un mundo desgarrado por una “tercera guerra mundial a pedazos”.

12. Por la mirada profética sobre el tiempo presente. Gracias por hacernos entender que no vivimos simplemente una época de cambios, sino el cambio de una época.

Gracias. Que Dios recompense todo el bien sembrado en la tierra.




Educar nuestras emociones con san Francisco de Sales

La psicología moderna ha demostrado la importancia y la influencia de las emociones en la vida de la psique humana y cada uno sabe que las emociones son particularmente fuertes durante la juventud. Pero ya casi no se habla de las «pasiones del alma», que la antropología clásica ha analizado minuciosamente, como testimonia la obra de Francisco de Sales, y, en particular, cuando escribe que «el alma, en cuanto tal, es la fuente de las pasiones». En su vocabulario el término «emoción» aún no aparece con las connotaciones que le atribuimos. Dirá, en cambio, que nuestras «pasiones» en ciertas circunstancias son «movidas». En el ámbito educativo, la cuestión que se plantea se refiere a la actitud que conviene tener frente a estas manifestaciones involuntarias de nuestra sensibilidad, que siempre tienen un componente fisiológico.

«Yo soy un pobre hombre y nada más»
            Todos los que han conocido a Francisco de Sales han notado su gran sensibilidad y emotividad. Se le subía la sangre a la cabeza y el rostro se ponía todo rojo. Conocemos sus ataques de ira contra los «herejes» y la cortesana de Padua. Como todo buen Saboyano, era «habitualmente calmo y dulce, pero capaz de terribles ataques de ira; un volcán bajo la nieve». Su sensibilidad era muy viva. Con motivo de la muerte de su hermana pequeña Jeanne, escribía a Juana de Chantal, también consternada:

            ¡Ay de mí, Hija mía!: yo soy un pobre hombre y nada más. Mi corazón se ha enternecido más de lo que jamás habría imaginado; pero la verdad es que ha contribuido mucho el disgusto vuestro y de mi madre: he tenido miedo por vuestro corazón y por el de mi madre.

            A la muerte de su madre, no ocultó que esa separación le había hecho derramar lágrimas; tuvo ciertamente el coraje de cerrarle los ojos y la boca y de darle un último beso, pero después de eso, confiaba a Juana de Chantal, «el corazón se me hinchó grandemente, y lloré por esta buena madre más de lo que jamás había hecho desde el día en que abracé el sacerdocio». Él, en efecto, no frenaba sistemáticamente las manifestaciones exteriores de sus sentimientos, su humanismo las aceptaba tranquilamente. Un precioso testimonio de Juana de Chantal nos informa que «nuestro santo no estaba exento de sentimientos y de mociones de las pasiones, y no quería ser liberado de ellos».
            Se sabe bien que las pasiones del alma influyen en el cuerpo, provocando reacciones exteriores a sus movimientos interiores: «Nosotros exteriorizamos y manifestamos nuestras pasiones y los movimientos que nuestras almas tienen en común con los animales por medio de los ojos, con movimientos de las cejas, de la frente y de todo el rostro». Así, no está en nuestro poder no sentir miedo en determinadas circunstancias: «Es como si uno dijera a una persona que se ve venir contra un león o un oso: No tengas miedo». Ahora, «cuando se siente temor se pone uno pálido, y cuando somos reprendidos por una cosa que nos contraría, se nos sube la sangre al rostro y nos ponemos rojos, o bien la contrariedad puede también hacer brotar lágrimas de nuestros ojos». Los niños, «si ven un perro que ladra, inmediatamente se ponen a gritar y no se detienen hasta que están cerca de la mamá».
            Cuando la señora de Chantal encuentre al asesino de su marido, ¿cómo reaccionará su «corazón»? «Sé que, sin duda, vuestro corazón se sobresaltará y se sentirá conmocionado, y vuestra sangre hervirá», prevé su director espiritual, añadiendo esta lección de sabiduría: «Dios nos hace tocar con la mano, en estas emociones, cuán cierto es que estamos hechos de carne, de huesos y de espíritu».

Las doce pasiones del alma
            En la antigüedad, Virgilio, Cicerón y Boecio reducían a cuatro las pasiones del alma, mientras que san Agustín conocía una sola pasión dominante, el amor, articulado a su vez en cuatro pasiones secundarias: «El amor que tiende a poseer lo que ama, se llama ansia o deseo; cuando lo consigue y lo posee, se llama alegría; cuando huye de lo que le es contrario, se llama temor; si le sucede perderlo y siente el peso, se llama tristeza».
            En la Filotea, Francisco de Sales señala siete, comparándolas con las cuerdas que el lutier debe de vez en cuando afinar: el amor, el odio, el deseo, el temor, la esperanza, la tristeza y la alegría.
            En el Teótimo, en cambio, enumera hasta doce. Asombra que «esta multitud de pasiones […] sea dejada en nuestras almas». Las primeras cinco tienen por objeto el bien, o sea, todo aquello que nuestra sensibilidad nos hace espontáneamente buscar y apreciar como bueno para nosotros (pensemos en los bienes fundamentales de la vida, de la salud y de la alegría):

            Si el bien es considerado en sí mismo, según su bondad natural, genera el amor, primera y principal pasión; si el bien es considerado en cuanto faltante, provoca el deseo; si, deseándolo, se piensa que se puede conseguir, se tiene la esperanza; si se teme no poderlo obtener, se entra en la desesperación; y cuando, de hecho, se lo posee, se tiene la alegría.

            Las otras siete pasiones son aquellas que nos hacen espontáneamente reaccionar negativamente frente a todo aquello que nos aparece como mal a evitar y a combatir (pensemos en la enfermedad, en el sufrimiento y en la muerte):

            Apenas conocemos el mal, lo odiamos; si está ausente, lo huimos; si pensamos que no podemos evitarlo, lo tememos; si creemos que podemos evitarlo, nos animamos y nos armamos de coraje; pero si lo sentimos presente, nos entristecemos, y entonces la ira y el disgusto intervienen repentinamente para rechazarlo y alejarlo o al menos vengarse de él; y, si eso no es factible, permanecemos en la tristeza; pero, si logramos rechazarlo o vengarnos, sentimos satisfacción y un sentido de paz, que es placer del triunfo, porque así como la posesión del bien alegra el corazón, la victoria sobre el mal satisface el coraje.

            Como se ve, a las once pasiones del alma propuestas por santo Tomás, Francisco de Sales añade la victoria sobre el mal, que «satisface el coraje» y provoca la alegría del triunfo.

El amor, primera y principal pasión
            Como era fácil prever, el amor es presentado como la «primera y principal pasión»: «El amor viene en primer lugar, entre las pasiones del alma: es el rey de todas las mociones del corazón, transforma en sí todo el resto y nos hace ser lo que él ama». «El amor es la primera pasión del alma», repite.
            Él se manifiesta de mil maneras y su lenguaje es muy diversificado; de hecho, «no se expresa solamente con palabras, sino también con los ojos, con los gestos y con las acciones. Por lo que se refiere a los ojos, las lágrimas que brotan de ellos son pruebas de amor». Existen también los «suspiros de amor». Pero tales manifestaciones del amor son diferentes. La más habitual y superficial es la emoción o pasión, la cual pone en movimiento casi involuntariamente la sensibilidad.
            ¿Y el odio? Odiamos espontáneamente lo que nos aparece como un mal. Es necesario saber que, entre las personas, existen formas de odio y aversiones instintivas, irracionales, inconscientes, como las existentes entre el mulo y el caballo, entre la viña y los repollos. No somos para nada responsables, porque no dependen de nuestra voluntad.

El deseo y la fuga
            El deseo es otra realidad fundamental de nuestra psique. La vida cotidiana provoca múltiples deseos, porque el deseo consiste en la «esperanza de un bien futuro». Los más comunes deseos naturales son aquellos que «se refieren a los bienes, a los placeres y a los honores».
            Al contrario, nosotros huimos espontáneamente de los males de la vida. La voluntad humana de Cristo lo empujaba a huir de los dolores y de los sufrimientos de la pasión; de ahí el temblor, la angustia y el sudar sangre.

La esperanza y la desesperación
            La esperanza concierne un bien que se piensa que se puede obtener. Filotea es invitada a examinar cómo se ha comportado en referencia a la «esperanza, quizás demasiado a menudo depositada en el mundo y en la criatura, y demasiado poco en Dios y en las cosas eternas».
            En cuanto a la desesperación, mirad por ejemplo aquella de los «jóvenes aspirantes a la perfección»: «Apenas encuentran una dificultad en su camino, he aquí inmediatamente una sensación de decepción, que los empuja a hacer un montón de lamentos, tal que da la impresión de estar atribulados por grandes tormentos. El orgullo y la vanidad no pueden tolerar el mínimo defecto, sin sentirse inmediatamente fuertemente turbados hasta llegar a la desesperación».

La alegría y la tristeza
            La alegría es «la satisfacción por el bien obtenido». Así, «cuando encontramos a aquellos que amamos, no es posible no sentirse conmovidos por la alegría y el contento». La posesión de un bien produce infaliblemente una complacencia o alegría, como la ley de gravedad mueve la piedra: «Es el peso que sacude las cosas, las mueve y las detiene: es el peso que mueve la piedra y la arrastra en el descenso apenas se quitan los obstáculos; es el mismo peso que le hace continuar el movimiento hacia abajo; finalmente, es siempre el mismo peso que la hace detenerse y asentarse cuando ha llegado a su lugar».
            La alegría llega a veces a la risa. «La risa es una pasión que irrumpe sin que lo queramos y no está en nuestro poder retenerlo, tanto más que reímos y somos movidos a reír por circunstancias imprevistas». ¿Nuestro Señor ha reído? El obispo de Ginebra piensa que Jesús sonreía cuando quería: «Nuestro Señor no podía reír, porque para él nada era imprevisto, dado que conocía todo antes de que sucediera; podía, ciertamente, sonreír, pero lo hacía voluntariamente».
            Las jóvenes visitandinas, tomadas a veces por una incontenible risa cuando una compañera se golpeaba el pecho o una lectora cometía un error durante la lectura en la mesa, necesitaban una lección sobre este punto: «Los locos ríen de cualquier situación, porque todo los sorprende, no logrando prever nada; pero los sabios no ríen con tanta ligereza, porque emplean mayormente la reflexión, la cual hace que prevean las cosas que deben suceder». Dicho esto, no es un defecto reír de alguna imperfección, «siempre que no se vaya demasiado lejos».
            La tristeza es «el dolor por un mal presente». Ella «turba el alma, provoca temores desmesurados, hace probar disgusto por la oración, debilita y adormece el cerebro, priva al alma de sabiduría, de resolución, de juicio y coraje y aniquila las fuerzas»; es «como un duro invierno que arruina toda la belleza de la tierra y vuelve indolentes a todos los animales; porque quita toda suavidad del alma y la vuelve como perezosa e impotente en toda su facultad».
            Puede desembocar en ciertos casos en el llanto: un padre, al acto de enviar a su hijo a la corte o a los estudios, no puede contenerse «de llorar despidiéndose de él»; y «una hija, aunque se haya casado según los deseos del padre y de la madre, los conmueve hasta las lágrimas al momento de recibir su bendición». Alejandro Magno lloró cuando se enteró de que había otras tierras que nunca podría conquistar: «Como un niño que gimotea por una manzana que se le niega, aquel Alejandro, que los historiadores llaman el Grande, más loco que un niño, se pone a llorar a lágrima viva, porque le parece imposible conquistar los otros mundos».

El coraje y el miedo
El temor se refiere a un «mal futuro». Algunos, queriendo ser valientes, andan por ahí durante la noche, pero «apenas oyen caer una piedra o el susurro de un ratón que huye, se ponen a gritar: ¡Dios mío! – ¿Qué pasa?, les preguntan, ¿qué habéis encontrado? – He oído un ruido. – Pero ¿qué? – No lo sé». Es necesario ser cautelosos, porque «el miedo es un mal mayor que el mal mismo».

            En cuanto al coraje, antes de ser una virtud, es un sentimiento que nos sostiene ante dificultades que normalmente deberían abatimos. Francisco de Sales lo experimentó al emprender una larga y arriesgada visita a su diócesis de montaña:

            Estoy a punto de montar a caballo para la visita pastoral, que durará unos cinco meses. […] Parto lleno de coraje, y, desde esta mañana, he experimentado una gran alegría de poder empezar, aunque, antes, durante varios días, había experimentado vanos temores y tristezas.

La cólera y el sentimiento del triunfo
            En cuanto a la ira o cólera, no podemos impedir que nos invada en ciertas circunstancias: «Si me vienen a decir que alguien ha hablado mal de mí, o que me causan otra contrariedad, inmediatamente estalla la cólera y no me queda ni una vena que no se retuerza, porque la sangre hierve». Incluso en los monasterios de la Visitación no faltaban ocasiones para irritarse y enfadarse, y se sentían prepotentes los ataques del «apetito irascible». Nada extraño en ello: «Impedir que el resentimiento de la cólera se despierte en nosotros y que la sangre nos suba a la cabeza, nunca será posible; seremos afortunados si podemos tener esta perfección un cuarto de hora antes de morir». También puede suceder «que la ira trastorne y ponga patas arriba mi pobre corazón, que la cabeza me humee por todas partes, que la sangre hierva como una olla al fuego».
            La satisfacción de la ira, por haber superado el mal, provoca la exaltante emoción del triunfo. El que triunfa «no puede contener el transporte de su alegría».

En busca del equilibrio
            Las pasiones y los movimientos del alma son la mayoría de las veces independientes de nuestra voluntad: «No se pretende de vosotras que no tengáis pasiones; no está en vuestro poder», decía a las hijas de la Visitación, añadiendo: «¿Qué puede hacer una persona para tener tal o cual temperamento, sujeto a esta o aquella pasión? Todo está, pues, en las acciones que hacemos derivar por medio de ese movimiento, que depende de nuestra voluntad».
            Una cosa es segura, los estados de ánimo y las pasiones hacen del hombre un ser extremadamente sujeto a variaciones de la «temperatura» psicológica, a imagen de las variaciones climáticas. «Su vida transcurre sobre esta tierra como las aguas, fluctuando y ondeando en una perpetua variedad de movimientos». «Hoy se estará felices en exceso, e, inmediatamente después, exageradamente tristes. En tiempo de carnaval se verán manifestaciones de alegría y de alborozo, con acciones necias y alocadas, luego, inmediatamente después, veréis signos de tristeza y de tedio tan exagerados que hacen pensar que se trata de cosas terribles y, en apariencia, irremediables. Otro, en el presente, será demasiado confiado y nada le espantará, e, inmediatamente después, será presa de una angustia que le hundirá hasta debajo de la tierra».
            El director espiritual de Juana de Chantal ha identificado bien las diferentes «estaciones del alma» atravesadas por esta al principio de su fervorosa vida:

            Veo que se encuentran en vuestra alma todas las estaciones del año. Ahora sentís el invierno a través de las muchas esterilidades, distracciones, pesadeces y fastidios; ahora los rocíos del mes de mayo con el perfume de las santas florecillas, y ahora el calor de los deseos de agradar a nuestro buen Dios. No queda más que el otoño del cual, como decís, no veis muchos frutos. Pues bien, a menudo ocurre que, trillando el grano o pisando la uva, se encuentra un fruto más abundante de lo que prometían las mieses y la vendimia. Vos querríais que fuera siempre primavera o verano; pero no, Hija mía: es necesario que ocurra la alternancia de las estaciones en nuestro interior como en nuestro exterior. Solo en el cielo todo será primavera en cuanto a la belleza, todo será otoño en cuanto al goce y todo será verano en cuanto al amor. Allá arriba, no habrá más invierno, pero aquí es necesario para el ejercicio de la abnegación y de mil pequeñas y bellas virtudes, que se ejercitan en el tiempo de las arideces.
            La salud del alma como la del cuerpo no puede consistir en eliminar estos cuatro humores, sino en alcanzar una «invariabilidad de humor». Cuando una pasión predomina sobre las otras, causa las enfermedades del alma; y como es sumamente difícil regularla, de ello se deriva que los hombres son extravagantes y variables, por lo que no se vislumbra otra cosa entre ellos sino fantasías, inconstancias y estupideces.
            Las pasiones tienen de bueno el hecho de consentirnos «ejercitar la voluntad en la adquisición de la virtud y en la vigilancia espiritual». A pesar de ciertas manifestaciones, en las que se debe «sofocar y reprimir las pasiones», para Francisco de Sales no se trata de eliminarlas, cosa imposible, sino de controlarlas como más se pueda, es decir, moderarlas y orientarlas a un fin que sea bueno.
            No se trata, por lo tanto, de fingir ignorar nuestras manifestaciones psíquicas, como si no existieran (lo que una vez más es imposible), sino de «velar continuamente sobre el propio corazón y sobre el propio espíritu para mantener las pasiones en la norma y bajo el control de la razón; de lo contrario se tendrán solamente originalidades y comportamientos desiguales». Filotea no será feliz, si no cuando haya «aplacado y pacificado tantas pasiones que [le] provocaban inquietud».
            Tener un espíritu constante es uno de los mejores ornamentos de la vida cristiana y uno de los más amables medios para adquirir y conservar la gracia de Dios, y también para edificar al prójimo. «La perfección, por lo tanto, no consiste en la ausencia de las pasiones, sino en su correcta regulación; las pasiones están en el corazón como las cuerdas en un arpa: es necesario que estén afinadas para que podamos decir: Te alabaremos con el arpa».
            Cuando las pasiones nos hacen perder el equilibrio interior y exterior, dos métodos son posibles: «oponiendo pasiones contrarias, u oponiendo mayores pasiones de la misma especie». Si estoy turbado por el «deseo de las riquezas o del placer voluptuoso», combatiré tal pasión con el desprecio y la huida, o aspiraré a riquezas y placeres superiores. Puedo luchar contra el miedo físico con lo contrario que es el coraje, o desarrollando un temor saludable concerniente al alma.

            El amor de Dios, por su parte, imprime a las pasiones una verdadera y propia conversión, cambiando su orientación natural y prospectando para ellas un fin espiritual. Por ejemplo, «el apetito por los alimentos se vuelve muy espiritual si, antes de satisfacerlo, se le da el motivo del amor: y no, Señor, no es para complacer a este pobre vientre, ni para satisfacer este apetito que voy a la mesa, sino, según tu Providencia, para mantener este cuerpo que tú has hecho sujeto a tal miseria; sí, Señor, porque así te ha agradado a ti».
            La transformación así operada se asemejará a un «artificio» utilizado en la alquimia que cambia el hierro en oro. «¡Oh santa y sacra alquimia! – escribe el obispo de Ginebra -, ¡oh polvo divino de la fusión, con el cual todos los metales de nuestras pasiones, afectos y acciones son mutados en el oro purísimo de la celestial dilección!».
            Estados de ánimo, pasiones e imaginaciones están profundamente arraigados en el alma humana: representan un recurso excepcional para la vida del alma. Será tarea de las facultades superiores, la razón y sobre todo la voluntad, moderarlas y gobernarlas. Empresa difícil; Francisco de Sales la ha cumplido con éxito, porque, según afirma la madre de Chantal, «poseía tal absoluto dominio de sus pasiones que las hacía obedientes como esclavas; y al final casi no aparecían más».




¡Santa Pascua de Resurrección 2025!

«Pedro, no obstante, se levantó y corrió al sepulcro. Inclinándose, vio solo los lienzos y regresó, lleno de asombro por lo sucedido.» (Lc 24, 12)

Para contemplar al Señor Resucitado no bastan nuestros ojos humanos, se necesita la luz de la fe. Que esta fe, iluminada y fortalecida por la alegría de la Resurrección que celebramos en esta Santa Pascua 2025, guíe siempre vuestro camino en la vida terrena hacia la patria del Cielo.

¡Cristo ha resucitado!




La pureza y los medios para conservarla (1884)

En este sueño de Don Bosco, aparece un jardín paradisíaco: una ladera verde, árboles engalanados y, en el centro, un inmenso tapiz cándido adornado con inscripciones bíblicas que exaltan la pureza. Al borde están sentadas dos jovencitas de doce años, vestidas de blanco con cinturones rojos y coronas de flores: personifican la Inocencia y la Penitencia. Con voz suave dialogan sobre el valor de la inocencia bautismal, sobre los peligros que la amenazan y sobre los sacrificios necesarios para custodiarla: oración, mortificación, obediencia, pureza de los sentidos.

            Le pareció a don Bosco tener ante sí un inmenso y encantador collado, cubierto de verdor, en suave pendiente y completamente llano. En las faldas del mismo, se formaba un escalón, más bien bajo, desde el cual se subía a la vereda donde estaba don Bosco. Aquello parecía el Paraíso terrenal iluminado por una luz más pura y más viva que la del sol. Estaba todo cubierto de verde hierba, esmaltada de multitud de bellas y variadas flores y sombreado por un ingente número de árboles que, entrelazando las ramas entre sí, las extendían a guisa de amplios festones.
            En medio del vergel y hasta el límite del mismo, se extendía una alfombra de mágico candor, tan luciente que deslumbraba la vista. Tenía una longitud de muchas millas. Ofrecía toda la magnificencia de un regio estrado. Como ornato, sobre la franja que corría a lo largo de su borde, se veían varias inscripciones en caracteres dorados.
            Por un lado, se leía: Beati immaculati qui ambulant in lege Domini.
            Bienaventurados los puros que andan por los caminos de la ley del Señor.
            Y en el otro: Non privabit bonis eos qui ambulant in innocentia. No dejará sin bienes a los que viven en la inocencia.
            En el tercer lado: Non confundentur in tempore malo; in diebus famis saturabuntur. No se sentirán confundidos en el tiempo de la adversidad y, en los días de hambre, serán saciados.
            En el cuarto: Novit Dominus dies immaculatorum et haereditas eorum in aeternum erit. Conoció el Señor los días de los inocentes y la herencia de ellos será eterna.
            En las cuatro esquinas del estrado, en torno de un magnífico rosetón, se veían estas cuatro inscripciones:
            Cum simplicibus sermocinatio ejus: Su conversación será con los sencillos.
            Proteget gradientes simpliciter: Protege a los que suben con humildad.
            Qui ambulant simpliciter, ambulant confidenter: Los que caminan con sencillez, proceden confiadamente.
            Voluntas eius in iis qui simpliciter ambulant: Su voluntad se manifiesta a los que viven sencillamente.
            En mitad del estrado, había esta última inscripción: Qui ambulat simpliciter salvus erit: El que procede con sencillez será salvo.
            En el centro de la pradera, sobre el borde superior de aquella blanca alfombra, se levantaba un estandarte blanquísimo, sobre el cual se leía también escrito con caracteres de oro: Fili mi, tu semper mecum es et omnia mea tua sunt: Hijo mío, tú siempre has estado conmigo y todo lo mío te pertenece.
            Si don Bosco se sentía maravillado a la vista del jardín, más le llamaron la atención dos hermosas jovencitas, como de doce años, que estaban sentadas al borde de la alfombra donde el terreno formaba el escalón. Una celestial modestia se reflejaba en todo su gracioso continente. De sus ojos constantemente fijos en la altura, fluía no solamente una ingenua sencillez de paloma, sino que también brillaba en ellos la luz de un amor purísimo y de un gozo verdaderamente celestial. Sus frentes despejadas y serenas parecían el asiento del candor y de la sinceridad; sobre sus labios florecía una alegre y encantadora sonrisa. Los rasgos de sus rostros denotaban un corazón tierno y fervoroso. Los graciosos movimientos de la persona les comunicaba un aire tal de sobrehumana grandeza y de nobleza que contrastaba con su juventud.
            Una vestidura blanca les bajaba hasta los pies, sobre la cual no se distinguía ni mancha, ni arruga y ni siquiera un granito de polvo. Tenían ceñidos los costados con una faja bordada de lirios, de violetas y de rosas. Un adorno semejante, en forma de collar, rodeaba su cuello compuesto de las mismas flores, pero de forma diversa. Como brazaletes llevaban en las muñecas un hacecillo de margaritas blancas.
            Todos estos adornos y flores tenían formas y colores de una belleza imposible de describir. Todas las piedras más preciosas del mundo, engarzadas con la más exquisita de las artes, parecerían un poco de fango en su comparación.
            Sus blanquísimas sandalias estaban adornadas con una cinta blanca de bordes dorados con una graciosa lazada en el centro. Blanco también, con pequeños hilos de oro, era el cordoncillo con que estaban atadas.
            Su larga cabellera estaba sujeta con una corona que les ceñía la frente y era tan abundante que, al salir de la corona, formaba exuberantes bucles, cayendo después por la espalda a guisa de abundantes rizos.
            Ambas habían comenzado un diálogo: unas veces alternaban en el hablar; otras, se hacían preguntas o bien prorrumpían en exclamaciones. A veces, las dos permanecían sentadas; otras, una estaba sentada y la otra de pie o bien paseaban. Pero nunca salían de la superficie de aquella blanca alfombra y jamás tocaban las hierbas ni las flores. Don Bosco, en su sueño, permanecía a manera de espectador. Ni él dirigió palabra alguna a las jovencitas ni las jovencitas a él, pues ni se dieron cuenta de su presencia; la una decía a la otra con suavísimo acento:
            – ¿Qué es la inocencia? El estado afortunado de la gracia santificante, conservado merced a la constante y exacta observancia de la ley divina.
            Y la otra doncella, con voz no menos dulce:
            – La conservación de la pureza, de la inocencia, es fuente y origen de toda ciencia y de toda virtud.
            Y la primera:
            – ¡Qué brillo, qué gloria, qué esplendor de virtud, vivir bien entre los malos y, entre los malignos y malvados, conservar el candor de la inocencia y la pureza de las costumbres!
            La segunda se puso de pie y, deteniéndose junto a la compañera:
            – Bienaventurado el jovencito que no va detrás de los consejos de los impíos y no sigue el camino de los pecadores, sino que su complacencia es la ley del Señor, la cual medita día y noche.
            Y será como el árbol plantado a lo largo de las corrientes de las aguas de la gracia del Señor, el cual dará a su tiempo fruto copioso de buenas obras: aunque sople el viento, no caerán de él las hojas de las santas intenciones y del mérito y todo cuanto haga tendrá un próspero efecto y cada circunstancia de su vida cooperará a acrecentar su premio. Y, así diciendo, señalaba los árboles del jardín, cargados de frutos bellísimos, que esparcían por el aire un perfume delicioso, mientras unos arroyuelos de aguas limpísimas que, unas veces, discurrían por dos orillas floridas, otras, caían formando pequeñas cascadas o formaban pequeños lagos y bañaban sus pies, con un murmullo que parecía el sonido misterioso de una música lejana.
            La primera doncella replicó:
            – Es como un lirio entre las espinas que Dios acoge en su jardín y, después, lo toma para ornamento de su corazón; y puede decir a su Señor: Mi Amado para mí y yo para mi Amado, pues se apacienta en medio de lirios.
            Y, al decir esto, indicaba un gran número de lirios hermosísimos que alzaban su blanca corola entre las hierbas y las demás flores, mientras señalaba en la lejanía un altísimo valladar verde que rodeaba todo el jardín. Este valladar estaba todo cuajado de espinas y, detrás de él, vagaban unos monstruos asquerosos que intentaban penetrar en el jardín, pero se lo impedían las espinas del seto.
            – ¡Es cierto! ¡Cuánta verdad encierran tus palabras!, añadió la segunda, ¡Bienaventurado el jovencito que sea hallado sin culpa! ¿Pero quién será el tal y qué alabanzas diremos en su honor? Pues ha obrado cosas admirables en su vida. Fue encontrado perfecto y tendrá la gloria eterna; pudo haber pecado y no pecó; hacer el mal y no lo hizo. Por esto, sus bienes han sido establecidos por el Señor y sus obras buenas serán celebradas por todas las congregaciones de los Santos.
            – ¡Y, en la tierra, qué gloria les está reservada! Los llamará, les señalará un lugar en su santuario, los hará ministros de sus misterios y les dará un nombre sempiterno que jamás perecerá, concluyó la primera.
            La segunda se puso de pie y exclamó:
            – ¿Quién puede describir la belleza de un inocente? Su alma está espléndidamente vestida, como una de nosotras, adornada con la blanca estola del santo Bautismo. En su cuello, en sus brazos resplandecen gemas divinas, lleva en su dedo el anillo de la alianza con Dios. Camina velozmente en su viaje hacia la eternidad. Se abre delante de sus ojos un sendero sembrado de estrellas… Es tabernáculo viviente del Espíritu Santo. Con la sangre de Jesús que corre por sus venas y tiñe sus mejillas y sus labios, con la Santísima Trinidad en el corazón inmaculado, despide a su alrededor torrentes de luz que le revisten de un esplendor mayor que el del sol. Desde lo alto, llueven pétalos de flores celestes que llenan el aire. Todo el ambiente se puebla de las suaves armonías de los ángeles que hacen eco a sus plegarias. María Santísima está a su lado pronta a defenderla. El cielo está abierto para ella.  Se ha convertido en espectáculo para las inmensas legiones de los Santos y de los Espíritus bienaventurados que le invitan agitando sus palmas. Dios, entre los inaccesibles fulgores de su trono de gloria, le señala con la diestra el lugar que le tiene destinado, mientras que, con la izquierda, sostiene la espléndida corona con que le ha de coronar para siempre. El inocente es el deseo, la alegría, el aplauso del Paraíso. Y, sobre su rostro, está esculpida una alegría inefable. Es hijo de Dios. Dios es su Padre. El Paraíso es su herencia. Está continuamente con Dios. Lo ve, lo ama, lo sirve, lo posee, lo goza, posee un rayo de las delicias celestiales; está en posesión de todos los tesoros, de todas las gracias, de todos los secretos, de todos los dones, de todas sus perfecciones y de Dios mismo.
            – Por esto, se presenta tan gloriosa la inocencia en los Santos del Antiguo Testamento y en los del Nuevo, y especialmente en los Mártires. ¡Oh, Inocencia, cuán bella eres! Tentada, creces en perfección, humillada, te levantas más sublime; combatida, sales triunfante; sacrificada, vuelas a recibir la corona. Tú eres libre en la esclavitud, tranquila y segura en los peligros, alegre entre las cadenas. Los poderosos se inclinan ante ti, los príncipes te acogen, los grandes te buscan. Los buenos te obedecen, los malos te envidian, los rivales te emulan, los adversarios sucumben ante ti. Y tú saldrás siempre victoriosa, incluso cuando los hombres te condenen injustamente.
            Las dos doncellas hicieron una pequeña pausa, como para tomar un poco de aliento después de haber desahogado tan encendidos anhelos, y luego se tomaron de la mano y se miraron una a otra.
            – ¡Oh, si los jóvenes conociesen el precioso tesoro de la inocencia, cómo cuidarían, desde el principio de su vida, la estola del santo bautismo! Mas, por el contrario, no reflexionan, no piensan lo que quiere decir mancillarla. La inocencia es un licor preciosísimo.
            – Pero está encerrado en un frágil vaso de barro y, si no se le lleva con cautela, se rompe con la mayor facilidad.
            – La inocencia es una piedra preciosa.
            – Pero no se conoce su valor, se pierde y fácilmente se la cambia por un objeto vil.
            – La inocencia es un espejo de oro, que refleja la imagen de Dios.
            – Pero basta un poco de aire húmedo para empañarlo y hay que conservarlo envuelto en un velo.
            – La inocencia es un lirio.
            – Pero el solo contacto de una mano poco delicada puede marchitarlo.
            – La inocencia es una blanca vestidura. Omni tempore sint vestimenta tua candida.
            – Pero basta una sola mancha para hacerla perder su valor; por eso, es necesario caminar con mucha precaución.
            – La inocencia queda violada, si es afeada por una sola mancha, y pierde el tesoro de su gracia.
            – Basta un solo pecado mortal.
            – Y, una vez perdida, queda perdida para siempre.
            – ¡Qué desgracia la de tantas inocencias que se pierden cada día! Cuando un jovencito cae en el pecado, el Paraíso se le cierra; la Virgen Santísima y el Ángel de la guarda desaparecen, cesan las músicas y se eclipsa la luz. Dios no está ya en su corazón, desaparece el camino de estrellas que antes recorría; cae y queda al momento solo como una isla en medio del mar, de un mar de fuego que se extiende hasta el extremo horizonte de la eternidad, abismándose hasta la profundidad del caos… Sobre su cabeza brillan en el cielo, amenazantes, los rayos de la divina justicia. Satanás se ha convertido en su compañero, lo ha cargado de cadenas, le ha puesto un pie en el cuello y, con el bidente levantado en alto, ha exclamado:
            – ¡He vencido! Tu hijo es mi esclavo. Ya no te pertenece, para él se ha terminado la alegría.
            Si la justicia de Dios le priva en aquel momento del único punto de apoyo con que cuenta, está perdido para siempre.
            – ¡Y puede levantarse! La misericordia de Dios es infinita. Una buena confesión le puede devolver la gracia y el título de hijo de Dios.
            – Pero la inocencia, jamás. ¡Y qué consecuencias se originarán del primer pecado! Conoce el mal que antes no conocía; sentirá terriblemente el influjo de las malas inclinaciones; con la deuda enorme que ha contraído con la divina justicia, se sentirá más débil en los combates espirituales. Sentirá lo que antes no sentía, los efectos de la vergüenza, de la tristeza, del remordimiento.
            – Y pensar que antes se había dicho de él: Dejad que los niños se acerquen a Mí. Ellos serán como los ángeles de Dios en el cielo, Hijo mío, dame tu corazón.
            – ¡Ah, qué delito tan espantoso cometen aquellos desgraciados que son culpables de que un niño pierda la inocencia! Jesús ha dicho: El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en Mí, mejor le fuera que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen a lo más profundo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! No es posible impedir los escándalos, pero ¡ay de aquellos que escandalizan! Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños que creen en Mí, porque os aseguro que sus ángeles en el cielo ven perpetuamente el rostro de mi Padre e está en los cielos y piden venganza.
            – ¡Desgraciados! Pero no menos infelices son los que se dejan robar la inocencia.
            Y aquí las dos jovencitas comenzaron a pasear; el tema de su conversación era sobre cuál es el medio para conservar la inocencia.
            Una decía:
            – Es un gran error el de los jóvenes, al creer que la penitencia la debe practicar solamente quien ha pecado. La penitencia es también necesaria para conservar la inocencia. Si San Luis no hubiese hecho penitencia, habría caído sin duda en pecado mortal. Esto se debería predicar, inculcar, enseñar continuamente a los jóvenes. ¡Cuántos más numerosos serían los que conservarían la inocencia, mientras que ahora son tan pocos!
            – Lo dice el Apóstol: Hemos de llevar siempre, por todas partes, en nuestro cuerpo, la mortificación de Jesucristo, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nosotros.
            – Y Jesús, santo, inmaculado e inocente, pasó una vida de privaciones y dolores.
            – Así también María y todos los Santos.
            – Y fue para dar ejemplo a todos los jóvenes. Dice San Pablo: «Si vivís según la carne, moriréis; si, con el espíritu dais muerte a las acciones de la carne, viviréis».
            – Por tanto, sin la penitencia no se puede conservar la inocencia.
            – Y, con todo, muchos querrían conservar la inocencia, viviendo libremente.
            – ¡Necios! ¿Acaso no está escrito: Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error?
            Mas la ofuscación de la vanidad oscurece el bien y el vértigo de la concupiscencia pervierte al alma inocente. Por tanto, dos enemigos tienen los inocentes: las máximas perversas y las malas conversaciones de los malvados y la concupiscencia. ¿No dice el Señor que la muerte en plena juventud es un premio que evita al inocente los combates? «Porque agradó al Señor, fue por El amado y, porque vivía entre los pecadores, fue llevado a otro lugar. Habiendo muerto en edad temprana, recorrió un largo camino. Porque Dios amaba su alma, lo sacó de en medio de la iniquidad. Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error».
            – Afortunados los niños que abrazan la cruz de la penitencia y con firme propósito dicen con Job: Donec deficiam, non recedam ab innocentia mea. Hasta que muera no me apartaré del camino de la inocencia.
            –
Por tanto, mortificación para superar el fastidio que sienten en la oración.
            – Está escrito: Psallam et intelligam in via immaculata. Quando venies ad me? Petite et accipietis. Pater noster!
            – Mortificación de la inteligencia mediante la humildad, obedecer a los Superiores y a los reglamentos.
            – También está escrito: Si mei non fuerint dominati, tunc immaculatus ero et emundabor a delicto maximo. Y esto es la soberbia. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado. Obedeced a vuestros Superiores.
            – Mortificación en decir siempre la verdad, en manifestar los propios defectos y los peligros en los cuales puede uno encontrarse. Entonces recibirá siempre consejo, especialmente del confesor.
            – Pro anima tua, ne confundaris dicere verum. Por amor de tu alma no tengas vergüenza de decir la verdad. Porque hay una vergüenza que trae consigo el pecado y hay otra vergüenza que trae consigo la gloria y la gracia.
            – Mortificación del corazón, frenando sus movimientos desordenados, amando a todos por amor de Dios y apartándonos resueltamente de aquellos que pretenden mancillar nuestra inocencia.
            – Lo ha dicho Jesús: Si tu mano o tu pie te sirven de escándalo, córtalos y arrójalos lejos de ti; es mejor para ti llegar a la vida, con una mano o con un pie de menos, que, con ambas manos o con ambos pies, ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo te sirve de escándalo, sácatelo y arrójalo lejos de ti; es mejor entrar en la vida eterna, con un solo ojo, que con los dos ser arrojado al fuego del infierno.
            – Mortificación en soportar valientemente y con franqueza las burlas del respeto humano. Exacuerunt, ut gladium, linguas suas: intenderunt arcum, rem amaram, ut saggitent in occulis immaculatum.
            – Y vencerán estas mofas malignas, temiendo ser descubiertos por los Superiores, pensando en las terribles palabras de Jesús: El que se avergonzare de Mí y de mis palabras, se avergonzará de él el Hijo del hombre, cuando venga con toda su majestad y con la del Padre y de los santos Ángeles.
            – Mortificación de los ojos, al mirar, al leer, apartándose de toda lectura mala e inoportuna.
            – Un punto esencial. He hecho pacto con mis ojos de no pensar ni siquiera en una virgen. Y en los salmos: Guarda tus ojos para que no vean la vanidad,
            – Mortificación del oído y no escuchar malas conversaciones, palabras hirientes o impías.
            – Se lee en el Eclesiástico: Saepi aures tuas spinis, linguam nequam noli audire. Rodea con un seto de espinas tus oídos y no escuches la mala lengua.
            – Mortificación en el hablar: no dejarse vencer por la curiosidad.
            – También está escrito: Coloca una puerta y un candado a tu boca. Ten cuidado de no pecar con la lengua, para que no seas derribado a vista de los enemigos que te insidian y tu caída llegue a ser incurable y mortal.
            – Mortificación del gusto: no comer, no beber demasiado.
            – El demasiado comer y el demasiado beber fue causa del diluvio universal y del fuego sobre Sodoma y Gomorra y de los mil castigos que cayeron sobre el pueblo hebreo.
            – Mortificarse, en suma, sufriendo cuanto nos sucede a lo largo del día, el frío, el calor y no buscar nuestras satisfacciones. Mortificad vuestros miembros terrenos, dice San Pablo.
            – Recordad el dicho de Jesús: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem suam quotidie et sequatur me.
            – Dios mismo, con su próvida mano, rodea de espinas y de cruces a sus inocentes, como hizo con Job, con José, con Tobías y con otros Santos. Quia acceptus eras Deo, necesse fuit ut tentatio probaret te.
            – El camino del inocente tiene sus pruebas, sus sacrificios, pero recibe fuerza en la Comunión, porque quien comulga frecuentemente tiene la vida eterna, está en Jesús y Jesús en él. Vive la misma vida de Jesús y El lo resucitará en el último día. Es éste el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes. Parasti in conspectu meo mensam adversus eos, qui tribulant me. Cadent a latere tuo mille et decem millia a dextris tuis, ad te autem non appropinquabunt.
            –
La Virgen Santísima a quien tanto ama es su Madre. Ego mater pulchrae dilectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei. In me gratia omnis (para conocer) viae et veritatis; in me omnis spes vitae et virtutis. Ego diligentes me diligo. Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt. Terribilis ut castrorum acies ordinata.
           
Las dos doncellas se volvieron entonces y comenzaron a subir lentamente la pendiente.Y la una exclamó:
            –
La salud de los justos viene del Señor. El es su protector en el tiempo de la tribulación. El Señor los ayudará y los librará. El los librará de las manos de los pecadores y los salvará porque esperaron en El.
            Y la otra prosiguió:
            – Dios me dotó de fortaleza y el camino que recorro es inmaculado.
            Al llegar ambas doncellas al centro de aquella alfombra, se volvieron.
            – Sí, gritó una de ellas, la inocencia coronada por la penitencia es la reina de todas las virtudes.
            Y la otra exclamó también:
            – ¡Cuán gloriosa y bella es la generación de los castos! Su memoria es inmortal y admirable a los ojos de Dios y de los hombres. La gente la imita cuando está presente y la desea, cuando ha partido para el cielo, y, coronada, triunfa en la eternidad, después de vencer los combates de la castidad. ¡Y qué triunfo! ¡Qué gozo! Qué gloria al presentar a Dios, inmaculada, la estola del santo Bautismo, después de tantos combates entre los aplausos, los cánticos, el fulgor de los ejércitos celestiales.
            Mientras hablaban de esta manera del premio reservado a la inocencia conservada mediante la penitencia, don Bosco vio aparecer legiones de ángeles que, bajando del cielo, se asentaban sobre el blanco tapiz. Y se unían a aquellas dos doncellas, conservando ellas el puesto del centro. Formaban una gran multitud que cantaba: Benedictus Deus et Pater Domini Nostri Jesus Christi, qui benedixit nos in omni benedictione spirituali in coelestibus in Christo; qui elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in charitate et praedestinavit nos in adoptionem per Jesum Christum.
            Las dos niñas se pusieron entonces a cantar un himno maravilloso, pero con tales palabras y tales notas, que sólo los ángeles que estabanmás próximos al centro podían modular. Los otros también cantaban, pero don Bosco no podía oír sus voces, observando sólo los gestos y el movimiento de los labios al adaptar la boca al canto.
            Las dos niñas cantaban: Me propter innocentiam suscepisti et confirmasti me in conspectu tuo in aeternum. Benedictus Dominus Deus a saeculo et usque in saeculum; fiat, fiat!
            Entretanto, a las primeras escuadras de ángeles se añadieron otras y otras. Su vestido era de varios colores y adornos, diversos los unos de los otros y especialmente diferente del de las doncellas. Pero la riqueza y magnificencia de los mismos era divina. La belleza de cada uno era tal que la mente humana no la podría concebir en manera alguna, ni formarse la más remota idea de ellos. El espectáculo que ofrecía esta escena era indescriptible; pero sólo a fuerza de añadir palabras a palabras, se podría explicar en cierta manera el concepto.
            Terminado el canto de las dos niñas, entonaron todos juntos un himno inmenso y tan armonioso que jamás se oyó cosa igual ni se oirá sobre la tierra.
            He aquí lo que cantaban: Ei, qui potens est vos conservare sine peccato et constituere ante conspectum gloriae suae immaculatos in exultatione, in adventu Domini nostri Jesu Christi: Soli Deo Salvatori nostro, per Jesum Christum Dominum nostrum, gloria et magnificentia, imperium et potestas ante omne saeculum, et nunc et in omnia saecula saeculorum. Amen.
           
Mientras cantaban, iban llegando nuevas escuadras de ángeles y, cuando el canto hubo terminado, poco a poco, todos se elevaron en el aire y desaparecieron al mismo tiempo que aquella visión.
            Y don Bosco se despertó.

(MB IT XVII, 722-730 / MB ES 625-632)




Discurso del Rector Mayor al cierre del Capítulo General 29

Queridísimos hermanos,

            Llegamos al final de esta experiencia del XXIX Capítulo General con un corazón colmado de alegría y de gratitud por todo lo que hemos podido vivir, compartir y proyectar. El don de la presencia del Espíritu de Dios que cada día hemos suplicado en la oración matutina, así como durante los trabajos por medio de la conversación en el Espíritu, ha sido la fuerza central de la experiencia del Capítulo General. El protagonismo del Espíritu lo hemos buscado y nos ha sido donado abundantemente.
            La celebración de cada Capítulo General es como un hito en la vida de cada congregación religiosa. Esto vale también para nosotros, para nuestra amadísima Congregación Salesiana. Es un momento que da continuidad al camino que desde Valdocco continúa siendo vivido con empeño y llevado adelante con celo y determinación en las varias partes del mundo.
            Llegamos al final de este Capítulo General con la aprobación de un Documento Final que nos servirá como carta de navegación para los próximos seis años – 2025-2031. El valor de tal Documento Final lo veremos y lo sentiremos en la medida en que la misma dedicación en la escucha, la misma premura de dejarnos acompañar por el Espíritu Santo que han marcado estas semanas, logremos mantenerlas después de la conclusión de esta experiencia de pentecostés salesiano.
            Desde el inicio, cuando el Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime hizo pública la Carta de Convocación del Capítulo General 29, 24 de septiembre de 2023, ACG 441, claras eran las motivaciones que debían guiar los trabajos pre-capitulares y después también los trabajos del mismo Capítulo General. El Rector Mayor escribe que:

            El tema elegido es fruto de una rica y profunda reflexión que hemos llevado adelante en el Consejo General sobre la base de las respuestas recibidas de las Inspectorías y de la visión que tenemos de la Congregación en este momento. Hemos sido gratamente sorprendidos por la gran convergencia y armonía que hemos encontrado en tantos aportes de las Inspectorías, que tenían mucho que ver con la realidad que vemos en la Congregación, con el camino de fidelidad que existe en muchos sectores y también con los desafíos del presente. (ACG 441)

            El proceso de escucha de las Inspectorías que ha llevado a la individuación del tema de este Capítulo General es ya una indicación clara de una metodología de escucha. A la luz de cuanto hemos vivido en estas semanas, se confirma el valor del proceso de la escucha. La manera como hemos primero individuado y después interpretado los desafíos que la Congregación está determinada a afrontar ha evidenciado aquel clima salesiano típico nuestro, espíritu de familia, que no quiere evitar los desafíos, que no busca uniformar el pensamiento, sino que hace todo lo posible para llegar a aquel espíritu de comunión donde cada uno de nosotros pueda reconocer el camino para ser el Don Bosco hoy.
            El punto focal de los desafíos individuados tiene que ver con la “referencia a la centralidad de Dios (como Trinidad) y de Jesucristo como Señor de nuestra vida, sin nunca olvidar a los jóvenes y nuestro empeño hacia ellos” (ACG 441). El desarrollo de los trabajos del Capítulo General testimonia no solo el hecho de que tenemos la capacidad de individuar los desafíos, sino que también hemos encontrado el modo de hacer emerger aquella concordia y unidad, reconociendo y atesorando el hecho de que nos encontramos en continentes y contextos diversos, culturas y lenguas diversas. Además, este clima confirma que cuando nosotros hoy miramos la realidad con los ojos y con el corazón de Don Bosco, cuando estamos verdaderamente apasionados de Cristo y dedicados a los jóvenes, entonces descubrimos que la diversidad se convierte en riqueza, que caminar juntos es bello, aunque fatigoso, que solo juntos podemos afrontar los desafíos sin miedo.
            En un mundo fragmentado por guerras, conflictos e ideologías despersonalizantes, en un mundo marcado por pensamientos y modelos económicos y políticos que quitan el protagonismo a los jóvenes, nuestra presencia es un signo, un «sacramento» de esperanza. Los jóvenes, sin distinción de color de la piel, de pertenencia religiosa o étnica, nos piden promover propuestas y lugares de esperanza. Son hijas e hijos de Dios que de nosotros esperan que seamos siervos humildes.
            Un segundo punto que ha sido confirmado y reiterado por este Capítulo General es la compartida convicción de que “si en nuestra Congregación faltaran la fidelidad y la profecía, seríamos como la luz que no brilla y la sal que no da sabor.” (ACG 441). El punto aquí no es tanto si queremos ser más auténticos o menos, sino el hecho mismo de que este es el único camino que tenemos y es el que aquí en estas semanas ha sido fuertemente reiterado: ¡crecer en la autenticidad!
            El coraje mostrado en algunos momentos del Capítulo General es una excelente premisa para el coraje que nos será pedido en el futuro sobre otros temas que de este Capítulo General han salido. Estoy seguro de que este coraje aquí ha encontrado un terreno fértil, un ecosistema sano y prometedor y que augura bien para el futuro. Tener coraje significa no dejar que el miedo tenga la última palabra. La parábola de los talentos nos lo enseña de manera clara. A nosotros el Señor nos ha dado un solo talento: el carisma salesiano, concentrado en el Sistema Preventivo. A cada uno de nosotros será preguntado qué hemos hecho de este talento.

            Juntos, estamos llamados a hacerlo fructificar en contextos desafiantes, nuevos e inéditos. No tenemos ningún motivo para sepultarlo. Tenemos tantas motivaciones, tantos gritos de los jóvenes que nos empujan a «salir» a sembrar esperanza. Este paso corajudo, lleno de convicción, ya lo ha vivido Don Bosco en su tiempo y que hoy nos pide vivirlo como él y con él.

            Quisiera comentar algunos puntos que se encuentran ya en el Documento Final y que creo que pueden servir como flechas que nos animan en el camino de los próximos seis años.

1. Conversión personal
            Nuestro camino como Congregación Salesiana depende de aquellas elecciones personales, íntimas y profundas que cada uno de nosotros decide hacer. Ampliando el fondo contra el cual es necesario reflexionar sobre el tema de la conversión personal, es importante recordar cómo en estos años después del Concilio Vaticano II, la Congregación ha hecho un camino de reflexión espiritual, carismática y pastoral que ha sido magistralmente comentado por Don Pascual Chávez en sus intervenciones semanales. Esta lectura y esta contribución enriquece ulteriormente aquella reflexión importante que nos ha dejado el Rector Mayor Don Egidio Viganó en su última carta a la Congregación: Cómo releer hoy el carisma del fundador (ACG 352, 1995). Si hoy hablamos de un «cambio de época», Don Viganó en 1995 escribía:

            La relectura del carisma de nuestro Fundador nos tiene comprometidos ya desde hace treinta años. Dos grandes faros de luz nos han ayudado en este empeño: el primero es el Concilio Ecuménico Vaticano II, el segundo es el cambio epocal de esta hora de aceleración de la historia” (ACG 352, 1995).

            Hago referencia a este camino de la Congregación con sus riquezas y patrimonio porque el tema de la conversión personal es aquel espacio donde este camino de la Congregación encuentra su confirmación y su ulterior impulso. La conversión personal no es un asunto intimista, autorreferencial. No se trata de una llamada que me toca solo a mí de manera desapegada de todo y de todos. La conversión personal es aquella experiencia singular de donde después saldrá y emergerá una renovada pastoral. El camino de la Congregación lo podemos constatar porque encuentra en el corazón de cada uno de nosotros su punto de partida. De aquí podemos notar aquella continua y convencida renovación pastoral. El Papa Francisco en una frase condensa esta urgencia: “la intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «se configura esencialmente como comunión misionera»” (Christifideles laici n.32, Evangelii gaudium 23).
            Esto nos lleva a descubrir que cuando estamos insistiendo sobre la conversión personal debemos prestar atención a no caer, por una parte, en una interpretación intimista de la experiencia espiritual y, por otra, a no subvalorar lo que es el fundamento de cada camino pastoral.
            En esta llamada de renovada pasión por Jesús, invito a cada salesiano y a cada comunidad a tomar en serio las elecciones y los compromisos concretos que como Capítulo General hemos creído urgentes para un más auténtico testimonio educativo pastoral. Creemos que no podemos crecer pastoralmente sin aquella actitud de escucha a la Palabra de Dios. Reconocemos que los varios compromisos pastorales que tenemos, las necesidades siempre más crecientes que se nos presentan y que testimonian una pobreza que no se detiene nunca, arriesgan a quitarnos el tiempo necesario de «estar con Él». Este desafío ya lo encontramos desde el inicio de nuestra Congregación. Se trata de tener claras las prioridades que refuerzan nuestra espina dorsal espiritual y carismática que da alma y credibilidad a nuestra misión.
            Don Alberto Caviglia, cuando comenta el tema de la “Espiritualidad Salesiana” en sus Conferencias sobre el Espíritu Salesiano escribe:

            La maravilla más grande que han tenido aquellos que estudiaron a Don Bosco para el proceso de canonización… fue el descubrimiento del increíble trabajo de construcción del hombre interior.
            El Card. Salotti (…) refiriéndose a los estudios que iba haciendo, decía al S. Padre que «al estudiar los voluminosos procesos de Turín, más que la grandeza exterior de su obra colosal, le ha golpeado la vida interior del espíritu, de donde nació y se alimentó todo el prodigioso apostolado del Ven. Don Bosco».
            Muchos conocen solamente la obra externa que parece tan ruidosa, pero ignoran en gran parte aquel edificio sabio, sublime de perfección cristiana que él había erigido pacientemente en su alma al ejercitarse cada día, cada hora en la virtud propia de su estado.

            Queridísimos hermanos, aquí tenemos a nuestro Don Bosco. Es este Don Bosco que hoy nosotros estamos llamados a descubrir. El Artículo n.21 de nuestras Constituciones nos lo dice de manera muy clara:

            Lo estudiamos y lo imitamos, admirando en él una espléndida armonía de naturaleza y gracia. Profundamente hombre, rico en las virtudes de su gente, estaba abierto a las realidades terrenales; profundamente hombre de Dios, lleno de los dones del Espíritu Santo, vivía «como si viera lo invisible».
            Estos dos aspectos se fusionaron en un proyecto de vida fuertemente unitario: el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. «No dio paso, no pronunció palabra, no puso mano a empresa que no tuviera como objetivo la salvación de la juventud… Realmente no tuvo en el corazón otra cosa que las almas» (Const. 21).

            Me gusta recordar aquí una invitación de la Madre Teresa a sus hermanas unos años antes de morir. Su dedicación y la de sus hermanas a los pobres es conocida por todos. Pero nos hace bien escuchar estas palabras que escribió a sus hermanas:

            Hasta que no seas capaz de sentir a Jesús en el silencio de tu corazón, no serás capaz de oírle decir «Tengo sed» en el corazón de los pobres. Nunca renuncies a este contacto íntimo y diario con Jesús como persona viva y real, no solo como idea. («Until you can hear Jesus in the silence of your own heart, you will not be able to hear him saying, «I thirst» in the hearts of the poor. Never give up this daily intimate contact with Jesus as the real living person – not just the idea”, in https://catholiceducation.org/en/religion-and- philosophy/the-fulfillment-jesus-wants-for-us.html)

            Solo escuchando en lo profundo del corazón a quien nos llama a seguirlo, Jesucristo, podemos realmente escuchar con un corazón auténtico a aquellos que nos llaman a servirles. Si la motivación radical de nuestro ser siervos no encuentra sus raíces en la persona de Cristo, la alternativa es que nuestras motivaciones se nutran del terreno de nuestro ego. Y la consecuencia es que nuestra misma acción pastoral termina por inflacionar el mismo ego. La urgencia de recuperar el espacio místico, el terreno sagrado del encuentro con Dios, un terreno en el que debemos quitarnos las sandalias de nuestras certezas y de nuestras maneras de interpretar la realidad con sus desafíos, en estas semanas se ha reiterado varias veces y de varias maneras.
            Queridísimos hermanos, aquí tenemos el primer paso. Aquí damos prueba de si queremos realmente ser hijos auténticos de Don Bosco. Aquí damos prueba de si realmente amamos e imitamos a Don Bosco.

2. Conocer a Don Bosco no solo amar a Don Bosco
            Somos conscientes de que otro desafío central que tenemos como Salesianos es el de comunicar la buena nueva con nuestro testimonio y a través de nuestras propuestas educativo-pastorales en una cultura que está sufriendo un cambio radical. Si en Occidente hablamos de la indiferencia a la propuesta religiosa fruto del desafío de la secularización, notamos cómo en otros continentes el desafío toma otras formas, ante todo el cambio hacia una cultura globalizada que desplaza radicalmente las escalas de valores y estilos de vida. En un mundo fluido e hiperconectado, lo que hemos conocido ayer, hoy ha cambiado radicalmente: en resumen, aquí se trata del tema, tantas veces mencionado, del cambio de época.
            Teniendo este cambio sus efectos en todos los ámbitos, es positivo ver cómo la Congregación, desde el CGS (1972) hasta hoy, está en un continuo camino de replanteamiento y reflexión sobre su propuesta educativo-pastoral. Es un proceso que responde a la pregunta «¿qué haría Don Bosco hoy, en una cultura secularizada y globalizada como la nuestra?».
            En todo este movimiento reconocemos cómo, desde sus orígenes, la belleza y la fuerza del carisma salesiano residen precisamente en su capacidad interna de dialogar con la historia de los jóvenes que en cada época estamos llamados a encontrar. Lo que nosotros contemplamos en Valdocco, tierra santa salesiana, es el soplo del Espíritu que ha guiado a Don Bosco y que reconocemos que continúa guiándonos también a nosotros hoy. Las Constituciones comienzan precisamente con esta fundante y fundamental certeza:

            El Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco.
            Formó en él un corazón de padre y de maestro, capaz de una dedicación total: «He prometido a Dios que hasta mi último respiro sería para mis pobres jóvenes».
            Para prolongar en el tiempo su misión, lo guió a dar vida a varias fuerzas apostólicas, primero entre todas nuestra Sociedad.
            La Iglesia ha reconocido en esto la acción de Dios, sobre todo aprobando las Constituciones y proclamando santo al Fundador.
            De esta presencia activa del Espíritu obtenemos la energía para nuestra fidelidad y el sostén de nuestra esperanza. (Const. 1)

            El carisma salesiano encierra una invitación innata a ponernos frente a los jóvenes del mismo modo en que Don Bosco se ponía frente a Bartolomé Garelli… ¡»su amigo»!
            Todo esto parece muy fácil de decir, se presenta como una exhortación amigable. En realidad, esconde dentro de sí la urgente invitación a nosotros, hijos de Don Bosco, para que en el hoy de la historia, allí donde nosotros nos encontramos, repropongamos el carisma salesiano de modo adecuado y significativo. Pero, hay una condición indispensable que nos permite hacer este camino: el conocimiento verdadero y serio de Don Bosco. No podemos decir que «amamos» verdaderamente a Don Bosco, si no estamos comprometidos seriamente a «conocer» a Don Bosco.
            A menudo el riesgo es conformarnos con un conocimiento de Don Bosco que no logra conectarse con los desafíos actuales. Equipados solo con un conocimiento superficial de Don Bosco, somos realmente pobres de ese bagaje carismático que nos hace auténticos hijos suyos. Sin conocer a Don Bosco no podemos y no llegamos a encarnar a Don Bosco en las culturas donde estamos. Todo esfuerzo que presume solo esta pobreza de conocimiento carismático resulta solamente en operaciones carismáticas de cosmética, que al final son una traición de la misma herencia de Don Bosco.
            Si deseamos que el carisma salesiano sea capaz de dialogar con la cultura actual, las culturas actuales, debemos continuamente profundizarlo por sí mismo y a la luz de las siempre nuevas condiciones en que vivimos. El bagaje que hemos recibido al inicio de nuestra fase formativa inicial, si no es seriamente profundizado, hoy no es suficiente, simplemente es inútil, si no incluso dañino.

            En esta dirección, la Congregación ha hecho y está haciendo un enorme esfuerzo para releer la vida de Don Bosco, el carisma salesiano a la luz de las actuales condiciones sociales y culturales, en todas las partes del mundo. Es un patrimonio que tenemos, pero corremos el riesgo de no conocerlo porque no logramos estudiarlo como merece. La pérdida de memoria arriesga no solo hacernos perder el contacto con el tesoro que tenemos, sino que arriesga hacernos creer también que este tesoro no existe. Y esto será realmente trágico no tanto y solo para nosotros Salesianos, sino para aquellas multitudes de jóvenes que nos están esperando.
            La urgencia de tal profundización no es solo de naturaleza intelectualista, sino que toca la sed que existe por una seria formación carismática de los laicos en nuestras CEP. El Documento Final este tema lo trata a menudo y de manera sistemática. Los laicos que hoy participan con nosotros en la misión salesiana son personas deseosas de una más clara propuesta formativa salesianamente significativa. No podemos vivir estos espacios de convergencia educativo-pastoral si nuestro lenguaje y nuestro modo de comunicar el carisma no tienen la capacidad cognoscitiva y la preparación justa para suscitar curiosidad y atención por parte de aquellos que viven con nosotros la misión salesiana.
            No basta decir que amamos a Don Bosco. El verdadero «amor» por Don Bosco implica el compromiso de conocerlo y estudiarlo y no solo a la luz de su tiempo, sino también a la luz del gran potencial de su actualidad, a la luz de nuestro tiempo. El Rector Mayor Don Pascual Chávez, había invitado a toda la Congregación y a la Familia Salesiana a que los tres años que han precedido al «Bicentenario del nacimiento de Don Bosco 1815-2013» fueran tiempo de profundización de la historia, pedagogía y espiritualidad de Don Bosco (Don Pascual CHÁVEZ, Aguinaldo 2012, «Conociendo e imitando a Don Bosco, hagamos de los jóvenes la misión de nuestra vida» ACG 412).
            Es una invitación que es más que nunca actual. Este Capítulo General es una llamada y una oportunidad para fortalecer tal conocimiento de nuestro Padre y Maestro.
            Reconocemos, queridísimos hermanos, que a este punto este tema se conecta con el anterior: la conversión personal. Si no conocemos a Don Bosco y si no lo estudiamos, no podemos comprender las dinámicas y las fatigas de su camino espiritual y, por consecuencia, las raíces de sus elecciones pastorales. Llegamos a amarlo solo superficialmente, sin la verdadera capacidad de imitarlo como el hombre profundamente santo. Sobre todo, será imposible inculturar hoy su carisma en los diversos contextos y en las diversas situaciones. Solo reforzando nuestra identidad carismática, podremos ofrecer a la Iglesia y a la sociedad un testimonio creíble y una propuesta educativo-pastoral significativa y relevante para los jóvenes de hoy.

3. El camino continúa
            En esta tercera parte, me gustaría animar a todas las Inspectorías a mantener vivas las atenciones en algunos sectores en los que, a través de las diversas Deliberaciones y compromisos concretos, hemos querido dar una señal de continuidad.
            El campo de la animación y la coordinación de la marginación y el malestar juvenil ha sido un sector en el que, en estas décadas, la Congregación se ha comprometido mucho. Creo que la respuesta de las Inspectorías a la pobreza creciente es un signo profético que nos distingue y que nos encuentra a todos decididos a seguir reforzando la respuesta salesiana a favor de los más pobres.
            El compromiso de las Inspectorías en el campo de la promoción de ambientes seguros sigue encontrando una respuesta cada vez más creciente y profesional en las Inspectorías. El esfuerzo en este campo es un testimonio de que este camino es el correcto para afirmar el compromiso por la dignidad de todos, especialmente los más vulnerables.

            El campo de la ecología integral emerge como una llamada a un mayor trabajo educativo y pastoral. El crecimiento de la atención en las comunidades educativo-pastorales por los temas ambientales nos exige un compromiso sistemático para promover un cambio de mentalidad. Las diversas propuestas de formación en este ámbito ya presentes en la Congregación deben ser reconocidas, acompañadas y reforzadas aún más.
            Hay, además, dos áreas que me gustaría invitar a la Congregación a considerar atentamente para los próximos años. Forman parte de una visión más amplia del compromiso de la Congregación. Creo que son dos áreas que tendrán consecuencias sustanciales en nuestros procesos educativo-pastorales.

3.1 Inteligencia artificial: una misión real en un mundo artificial
            Como Salesianos de Don Bosco, estamos llamados a caminar con los jóvenes en cada ambiente en el que viven y crecen, también en el vasto y complejo mundo digital. Hoy en día, la Inteligencia Artificial (IA) se presenta como una innovación revolucionaria, capaz de moldear la forma en que las personas aprenden, se comunican y construyen relaciones. Sin embargo, por muy revolucionaria que sea, la IA sigue siendo exactamente eso: artificial. Nuestro ministerio, arraigado en la auténtica conexión humana y guiado por el Sistema Preventivo, es profundamente real. La inteligencia artificial puede asistirnos, pero no puede amar como nosotros. Puede organizar, analizar y enseñar de nuevas maneras, pero nunca podrá sustituir la dimensión relacional y pastoral que definen nuestra misión salesiana.

            Don Bosco era un visionario, que no temía la innovación, tanto a nivel eclesial como a nivel educativo, cultural y social. Cuando esta innovación servía al bien de los jóvenes, Don Bosco avanzaba con una velocidad sorprendente. Aprovechaba la imprenta, los nuevos métodos educativos y los laboratorios para elevar a los jóvenes y prepararlos para la vida. Si estuviera entre nosotros hoy, sin duda miraría a la IA con ojo crítico y creativo. La vería no como un fin, sino como un medio, un instrumento para amplificar la eficacia pastoral sin perder de vista a la persona humana, siempre en el centro.
            La IA no es solo un instrumento: es parte de nuestra misión de Salesianos que viven en la era digital. El mundo virtual ya no es un espacio separado, sino una parte integrante de la vida cotidiana de los jóvenes. La IA puede ayudarnos a responder a sus necesidades de manera más eficiente y creativa, ofreciendo itinerarios de aprendizaje personalizados, mentorschip virtual y plataformas que favorecen conexiones significativas.
            En este sentido, la IA se convierte tanto en un instrumento como en una misión, en cuanto nos ayuda a alcanzar a los jóvenes donde se encuentran, a menudo inmersos en el mundo digital. Aun abrazando la IA, debemos reconocer que es solo un aspecto de una realidad más amplia que comprende las redes sociales, las comunidades virtuales, la narración digital y mucho más. Juntos, estos elementos forman una nueva frontera pastoral que nos desafía a estar presentes y proactivos. Nuestra misión no es simplemente la de utilizar la tecnología, sino la de evangelizar el mundo digital, llevando el Evangelio a espacios donde de otro modo podría estar ausente.
            Nuestra respuesta a la IA y a los desafíos digitales debe estar arraigada en el espíritu salesiano de optimismo y compromiso proactivo. Sigamos caminando con los jóvenes, también en el vasto mundo digital, con corazones llenos de amor porque estamos apasionados por Cristo y arraigados en el carisma de Don Bosco. El futuro es brillante cuando la tecnología está al servicio de la humanidad y cuando la presencia digital está llena de auténtico calor salesiano y compromiso pastoral. Abrazamos este nuevo desafío, confiados en que el espíritu de Don Bosco nos guiará en cada nueva oportunidad.

3.2 La Universidad Pontificia Salesiana
            La Universidad Pontificia Salesiana (UPS) es la Universidad de la Congregación Salesiana, la Universidad que nos pertenece a todos. Constituye una estructura de gran e estratégica importancia para la Congregación. Su misión consiste en hacer dialogar el carisma con la cultura, la energía de la experiencia educativa y pastoral de Don Bosco con la investigación académica, de modo que se elabore una propuesta formativa de alto perfil al servicio de la Congregación, de la Iglesia y de la sociedad.
            Desde sus inicios, nuestra Universidad ha tenido un papel insustituible en la formación de tantos hermanos para roles de animación y de gobierno y todavía hoy desempeña esta tarea preciosa. En una época caracterizada por la desorientación difusa acerca de la gramática de lo humano y el sentido de la existencia, por la disgregación del vínculo social y por la fragmentación de la experiencia religiosa, por crisis internacionales y fenómenos migratorios, una Congregación como la nuestra está urgentemente llamada a afrontar la misión educativa y pastoral usufructuando los sólidos recursos intelectuales que se elaboran en el interior de una universidad.
            Como Rector Mayor y como Gran Canciller de la UPS, deseo reiterar que las dos prioridades fundamentales para la Universidad de la Congregación son la formación de educadores y pastores, salesianos y laicos, al servicio de los jóvenes y la profundización cultural -histórica, pedagógica y teológica- del carisma. En torno a estos dos ejes portantes, que requieren diálogo interdisciplinar y atención intercultural, la UPS está llamada a desarrollar su propio compromiso de investigación, de enseñanza y de transmisión del saber. Me alegro, por lo tanto, de que, con vistas al 150 aniversario del escrito de Don Bosco sobre el Sistema Preventivo, se haya puesto en marcha, en colaboración con la Facultad «Auxilium» de las FMA, un serio proyecto de investigación para enfocar la inspiración originaria de la praxis educativa de Don Bosco y para examinar cómo ésta inspira hoy las prácticas pedagógicas y pastorales en la diversidad de los contextos y de las culturas.
            El gobierno y la animación de la Congregación y de la Familia Salesiana sin duda se beneficiarán del trabajo cultural de la Universidad, así como el estudio académico recibirá savia preciosa manteniendo un estrecho contacto con la vida de la Congregación y su servicio cotidiano a los jóvenes más pobres de todas partes del mundo.

3.3 150 años: el viaje continúa
            Estamos llamados a dar gracias y alabanza a Dios en este año jubilar de la esperanza porque en este año recordamos el compromiso misionero de Don Bosco que en el año 1875 encuentra un momento muy significativo de desarrollo. La reflexión que en el Aguinaldo 2025 nos ha ofrecido el Vicario del Rector Mayor, Don Stefano Martoglio, nos recuerda el tema central del 150 aniversario de la primera expedición misionera de Don Bosco: reconocer, repensar y relanzar.
            A la luz del Capítulo General 29º que estamos concluyendo, nos ayuda a mantener viva esta invitación en el sexenio que nos corresponde. Como dice el texto del Aguinaldo 2025, estamos llamados a ser agradecidos porque «el agradecimiento hace patente la paternidad de cada bella realización. Sin agradecimiento no hay capacidad de acoger».
            Al agradecimiento añadimos el deber de repensar nuestra fidelidad, porque «la fidelidad comporta la capacidad de cambiar en la obediencia, hacia una visión que viene de Dios y de la lectura de los «signos de los tiempos» … Repensar, entonces, se convierte en un acto generativo, en el que se unen fe y vida; un momento en el que preguntarse: ¿qué quieres decirnos, Señor?».
            Por último, el coraje de relanzar, de recomenzar cada día. Como estamos haciendo en estos días, miremos lejos para «acoger los nuevos desafíos, relanzando la misión con esperanza. (Porque la) Misión es llevar la esperanza de Cristo con la conciencia lúcida y clara, ligada a la fe».

4. Conclusión
            Al final de este discurso de conclusión, me gustaría presentar una reflexión de Tomáš HALÍK, tomada de su libro Il pomrtiggio del cristianesimo (HALÍK, Tomáš, Tarde del cristianismo. El coraje de cambiar (Ediciones Vita e Pensiero, Milán 2022). El autor, en el último capítulo del libro, que lleva el nombre de «La sociedad del camino», presenta cuatro conceptos eclesiológicos.
            Creo que estos cuatro conceptos eclesiológicos pueden ayudarnos a interpretar positivamente las grandes oportunidades pastorales que nos esperan. Propongo esta reflexión con la conciencia de que lo que propone el autor está íntimamente ligado al corazón del carisma salesiano. Llama la atención y sorprende el hecho de que cuanto más nos adentramos en hacer una lectura carismático-pastoral, así como pedagógica y cultural de la realidad actual, se confirma cada vez más la convicción de que nuestro carisma nos proporciona una base sólida para que los diversos procesos que estamos acompañando encuentren su justa colocación en un mundo donde los jóvenes están esperando que se les ofrezca esperanza, alegría y optimismo. Es bueno que reconozcamos con gran humildad, pero al mismo tiempo con un gran sentido de responsabilidad, cómo el carisma de Don Bosco sigue proporcionando directrices hoy, no solo para nosotros, sino para toda la Iglesia.

            4.1 Iglesia como pueblo de Dios en peregrinación en la historia. Esta imagen delinea una Iglesia en movimiento y luchando con cambios incesantes. Dios plasma la forma de la Iglesia en la historia, se le revela por medio de la historia y le imparte sus enseñanzas a través de los acontecimientos históricos. Dios está en la historia (Id. p. 229).

            Nuestra llamada a ser educadores y pastores consiste precisamente en caminar con el rebaño en esta fase de la historia, en esta sociedad en continuo cambio. Nuestra presencia en los diversos «patios de la vida de las personas» es la presencia sacramental de un Dios que quiere encontrar a aquellos que lo buscan sin saberlo. En este contexto, «el sacramento de la presencia» adquiere para nosotros un valor inestimable porque se entrelaza con las vicisitudes históricas de nuestros jóvenes y de todos aquellos que se dirigen a nosotros en las diversas expresiones de la misión salesiana: el PATIO.

            4.2 La ‘escuela’ es la segunda visión de la Iglesia: escuela de vida y escuela de sabiduría. Vivimos en una época en la que en el espacio público de muchos países europeos no domina ni una religión tradicional ni el ateísmo, sino que prevalecen más bien el agnosticismo, el apateísmo y el analfabetismo religioso… En esta época es urgentemente necesario que la sociedad cristiana se transforme en una «escuela» siguiendo el ideal originario de las universidades medievales, surgidas como comunidades de docentes y alumnos, comunidades de vida, oración y enseñanza (Id. pp. 231-232).

            Recorriendo el proyecto educativo pastoral de Don Bosco desde sus orígenes, descubrimos cómo esta segunda propuesta toca directamente la experiencia que actualmente ofrecemos a nuestros jóvenes: la escuela y la formación profesional, tanto como lugares como caminos experienciales. Son recorridos educativos como instrumento indispensable para dar vida a un proceso integral donde cultura y fe se encuentran. Para nosotros hoy este espacio es una excelente oportunidad donde podemos testimoniar la buena noticia en el encuentro humano y fraterno, educativo y pastoral con tantas personas y, sobre todo, con tantos niños y jóvenes para que se sientan acompañados hacia un futuro digno. La experiencia educativa para nosotros, los pastores, es un estilo de vida que comunica sabiduría y valores en un contexto que encuentra y va más allá de la resistencia y que hace que la indiferencia se derrita con la empatía y la cercanía. Caminar juntos promueve un espacio de crecimiento integral inspirado en la sabiduría y los valores del Evangelio: la ESCUELA.

4.3 La Iglesia como hospital de campañaDurante demasiado tiempo, frente a las enfermedades de la sociedad, la Iglesia se ha limitado a dar la moral; ahora se encuentra ante la tarea de redescubrir y aplicar el potencial terapéutico de la fe. La misión diagnóstica debería ser llevada a cabo por aquella disciplina para la cual he propuesto el nombre de kairología: el arte de leer e interpretar los signos de los tiempos, la hermenéutica teológica de los hechos de la sociedad y de la cultura. La kairología debería dedicar su atención a las épocas de crisis y de cambio de los paradigmas culturales. Debería sentirlas como parte de una «pedagogía de Dios», como el tiempo oportuno para profundizar la reflexión sobre la fe y renovar su praxis. En cierto sentido, la kairología desarrolla el método del discernimiento espiritual, que es un componente importante de la espiritualidad de San Ignacio y de sus discípulos; lo aplica cuando profundiza y evalúa el estado actual del mundo y nuestras tareas en él (Id. pp. 233-234).

            Este tercer criterio eclesiológico va al corazón del enfoque salesiano. No estamos presentes en la vida de los niños y de los jóvenes para condenarlos. Nos ponemos a su disposición para ofrecerles un espacio sano de comunión (eclesial), iluminado por la presencia de un Dios misericordioso que no pone condiciones a nadie. Elaboramos y comunicamos las diversas propuestas pastorales precisamente con esta visión de facilitar el encuentro de los jóvenes con una propuesta espiritual capaz de iluminar los tiempos en que viven, de ofrecerles una esperanza para el futuro. La propuesta de la persona de Jesucristo no es fruto de un estéril confesionalismo o ciego proselitismo, sino el descubrimiento de una relación con una persona que ofrece amor incondicional a todos. Nuestro testimonio y el de todos aquellos que viven la experiencia educativo-pastoral, como comunidad, es el signo más elocuente y el mensaje más creíble de los valores que queremos comunicar para poderlos compartir: la IGLESIA.

4.4 El cuarto modelo de Iglesia… es necesario que la Iglesia instituya centros espirituales, lugares de adoración y contemplación, pero también de encuentro y diálogo, donde sea posible compartir la experiencia de la fe. Muchos cristianos están preocupados por el hecho de que en un gran número de países se esté deshilachando la red de las parroquias, que fue constituida hace algunos siglos en una situación socio-cultural y pastoral completamente diferente y en el ámbito de una diferente interpretación de sí misma de la Iglesia (Id. pp. 236-237).

            El cuarto concepto es el de una «casa» capaz de comunicar acogida, escucha y acompañamiento. Una «casa» en la que se reconoce la dimensión humana de la historia de cada persona y, al mismo tiempo, se ofrece la posibilidad de permitir a esta humanidad alcanzar su madurez. Don Bosco llama justamente «casa» al lugar en el que la comunidad vive su llamada porque, acogiendo a nuestros jóvenes, sabe asegurar las condiciones y las propuestas pastorales necesarias para que esta humanidad crezca de modo integral. Cada una de nuestras comunidades, «casa», está llamada a ser testigo de la originalidad de la experiencia de Valdocco: una «casa» que intercepta la historia de nuestros jóvenes, ofreciéndoles un futuro digno: la CASA.

            En nuestras Constituciones, Art. 40 encontramos la síntesis de todos estos «cuatro conceptos eclesiológicos». Es una síntesis que sirve como invitación y también como ánimo para el presente y el futuro de nuestras comunidades educativo-pastorales, de nuestras inspectorías, de nuestra amadísima Congregación Salesiana:

            El oratorio de Don Bosco, criterio permanente
            Don Bosco vivió una típica experiencia pastoral en su primer oratorio, que fue para los jóvenes casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que encamina a la vida y patio para encontrarse como amigos y vivir en alegría.
            Al cumplir hoy nuestra misión, la experiencia de Valdocco sigue siendo criterio permanente y de discernimiento y renovación de cada actividad y obra.

            Gracias.
            Roma, 12 de abril de 2025




Entrevista al nuevo inspector don Peter Končan

Pequeña biografía
Completó el noviciado en la comunidad de Pinerolo, en Italia, profesó los primeros votos el 8 de septiembre de 1993 en Ljubljana Rakovnik, y los votos perpetuos seis años después. Recibió su formación teológica en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma de 1997 a 2000 y fue ordenado sacerdote en Ljubljana el 29 de junio de 2001.
Como sacerdote, la mayor parte de su trabajo educativo y pastoral se realizó dentro de la obra salesiana de Želimlje. De 2000 a 2003 ejerció como educador y luego, hasta 2020, como director del internado. En esos años también fue profesor de religión en el instituto y responsable de la formación salesiana de los laicos.
De 2010 a 2016 fue director de la comunidad de Želimlje y, de 2021 a 2024, director de la Comunidad Salesiana de Ljubljana Rakovnik. De 2018 a 2024 desempeñó el cargo de Vicario del Inspector y su Delegado para la Formación. En 2021 asumió asimismo la coordinación de este sector a nivel europeo como coordinador de la RECN.
El 6 de diciembre de 2023 fue nombrado 15º Inspector de la Inspectoría de los Santos Cirilo y Metodio de Ljubljana.

¿Puede presentarse?
Nací el 30 de mayo de 1974 en Ljubljana, Eslovenia, en una familia campesina en un pequeño pueblo llamado Šentjošt. Soy el más pequeño de 4 hijos, que hoy todos tienen una familia, así que tengo 11 sobrinos con los que estamos muy unidos. Mi pueblo natal y también mi familia han estado fuertemente marcados por el terror comunista durante y después de la Segunda Guerra Mundial, algunos de los familiares fueron asesinados, las casas destruidas… En la situación muy difícil mis padres tuvieron que volver a construir la granja desde cero, tuvieron que usar toda su laboriosidad e ingenio para proveer a nosotros, los hijos. Los padres nos involucraron, los hijos, en el trabajo diario y de esta manera yo también aprendí que para obtener algo importante hay que trabajar duro.

¿Quién te contó por primera vez la historia de Jesús?
Mis padres siempre han expresado abiertamente su identidad cristiana, aunque en aquellos tiempos ser cristiano no era oportuno y tuvieron por esto no pocos problemas. Cada noche, después del trabajo realizado, nos reuníamos como familia para rezar el rosario, las letanías y otras oraciones. A mí me gustaba hacer de monaguillo y por esto a menudo iba a pie a la iglesia que distaba 2 kilómetros de mi casa para participar en la misa. El ejemplo de los padres, la vida cristiana en la familia y en la parroquia son, por lo tanto, las razones fundamentales para sentir la llamada de Dios desde pequeño.

¿Cómo conociste a Don Bosco?
Mis padres iban a menudo en peregrinación a Ljubljana Rakovnik donde estaban los salesianos y así conocí también a Don Bosco, que me fascinó enseguida. Empecé a frecuentar los retiros organizados por los salesianos y después de la escuela primaria a los 14 años me era muy natural ir al seminario menor guiado por los salesianos en Želimlje. Mis padres estuvieron muy contentos de mi decisión y me han apoyado siempre en mi camino. Estoy verdaderamente muy agradecido a ellos por todo el amor, por la familia serena en la cual he crecido y por tantos valores importantes que me han transmitido. Don Bosco también les fascinó a ellos y así en el proceso de mi formación también ellos han hecho las promesas como salesianos cooperadores.

Experiencia de la formación inicial
Yo estaba haciendo la escuela superior en el tiempo cuando se derrumbó el comunismo y Eslovenia se independizaba y entonces también los salesianos pudimos retomar nuestro trabajo típico. Por esto me he dejado llevar por el entusiasmo de tantas posibilidades de trabajo juvenil que se estaban abriendo y en los años vividos en las casas formativas internacionales en Italia también se me ha ampliado el horizonte porque he tenido la posibilidad de conocer a tantos salesianos de todo el mundo y tantas experiencias nuevas. En este período he trabajado mucho en mi crecimiento humano y espiritual y también he aprendido a amar muchísimo a Don Bosco y su manera de estar y trabajar con los jóvenes. Siempre más me he convencido de que este es un camino pensado por Dios para mí y que el carisma salesiano es un grandísimo don para los jóvenes de nuestro tiempo.

¿Cuál es tu experiencia más bella?
Los 20 años vividos en el internado en Želimlje y después en Rakovnik, viviendo con casi 300 jóvenes cada día, han sido verdaderamente muy bellos y han marcado mucho mi vida. Tenía el privilegio de seguir su crecimiento humano, intelectual y espiritual y de tocar de cerca sus alegrías, esperanzas y heridas. Los jóvenes me han enseñado cuánto es importante “perder” el tiempo estando con ellos. En este período he aprendido y experimentado también cuánto son preciosos los colaboradores laicos, sin los cuales no podemos llevar adelante nuestra misión.

¿Cómo son los jóvenes del lugar y cuáles son los desafíos más relevantes?
En las obras salesianas y alrededor de nuestros programas todavía hay muchos jóvenes generosos, con corazón abierto y disponible para hacer el bien a sus coetáneos. Estoy muy orgulloso de su entusiasmo y también contento de que muchos en Don Bosco encuentran el modelo y la fuerza para su crecimiento humano y espiritual.
Por otra parte, también es verdad que están muy marcados por el mundo virtual y de todos los otros desafíos de nuestro tiempo. Por suerte los valores tradicionales no han desaparecido del todo, pero también es verdad que no son ya suficientemente fuertes para guiar a los jóvenes. Por esto los salesianos tratamos de ayudar a los jóvenes con las propuestas concretas de apoyo y caminando con ellos. En el último capítulo inspectorial hemos individualizado algunas pobrezas (desafíos) de nuestro contexto: la familia débil, la tibieza espiritual, el relativismo y la búsqueda de la identidad, el pasivismo, la apatía y la falta de la preparación concreta de los jóvenes para la vida.

¿Dónde encuentras la fuerza para continuar?
En primer lugar, en los hermanos. Por suerte tengo a mi alrededor hermanos muy buenos y generosos que son de grandísimo apoyo. El inspector solo no puede hacer mucho. Estoy convencido de que el único modo justo de llevar adelante las cosas es aquello en que todos (salesianos, jóvenes y laicos) ponemos los propios dones y fuerzas para el bien común. Y como segundo, nosotros todos y nuestra misión somos solo una pequeña parte en un gran diseño de Dios. Es Él que es el verdadero protagonista y esta consciencia me da una gran serenidad interior.

¿Qué lugar ocupa en tu vida María Auxiliadora?
Ya en la familia he aprendido que María es un gran apoyo para la vida cotidiana. Muy voluntariamente y con tanta confianza voy en peregrinación a los varios santuarios marianos, donde María me llena de paz y fuerza interior para todos los desafíos de mi vida. Puedo testimoniar muchas de las gracias que a través de María han sido concedidas a mí o a mis seres queridos.

don Peter KONČAN,
inspector Eslovenia