150° aniversario de la primera expedición misionera. El Día de las Misiones

El Sector para las Misiones de la Congregación Salesiana ha preparado los materiales habituales para la Jornada Misionera Salesiana 2025 ‘Dar Gracias, Repensar, Relanzar’, recordando 1875, año de la primera expedición misionera.

Ciento cincuenta años es mucho tiempo y la Familia Salesiana se prepara para celebrar esta ocasión de manera apropiada. El folleto de la Jornada Misionera Salesiana 2025 es un recurso rico y útil para dar gracias, repensar y relanzar las misiones salesianas, junto con el cartel, la oración y el vídeo (disponible en Youtube Settore per le Missioni Salesiane ).

La primera JMS a nivel congregacional se inició en 1988 y, a pesar de los cambios, sigue siendo una ocasión que se ofrece a las comunidades SDB, a las Comunidades Educativo-Pastorales (CEP), a todos los jóvenes y a los miembros de la Familia Salesiana para vivir bien este aspecto del carisma salesiano y para difundir la sensibilidad misionera. Aunque el nombre pueda prestarse a confusión, no se trata de un día concreto, no hay una fecha única porque cada Inspectoría puede elegir el período que mejor se adapte a su ritmo y calendario para vivir plenamente este momento fuerte de animación misionera. La JMS, además, es la culminación de itinerarios educativo-pastorales y no una actividad desvinculada del resto.

El folleto comienza con unas palabras del vicario P.Stefano Martoglio SDB: “En este año tenemos la oportunidad de celebrar el 150º aniversario de la primera expedición misionera de la Congregación Salesiana, enviada por Don Bosco en 1875. Celebrar esta expedición significa renovar el mismo espíritu y pedir al Señor el corazón misionero de Don Bosco. Esta expedición, y todas las que siguieron, no son para nosotros sólo elementos cronológicos. Es la fidelidad al espíritu de Don Bosco, en obediencia al Don de Dios, lo que ha marcado y sigue marcando el crecimiento, en fidelidad, de la Congregación Salesiana en el signo y Sueño de Don Bosco.”

El P. Alfred Maravilla SDB, Consejero General para las Misiones, comparte una reflexión sobre la Opción Misionera de Don Bosco. Aunque Don Bosco nunca se propuso ser misionero ad gentes, ad exteros, ad vitam, podemos encontrar su espíritu misionero ya desde su infancia. Don vivió en el Piamonte durante un vibrante despertar misionero e ya en 1848, hablaba con sus muchachos sobre enviar misioneros a regiones lejanas hablando a menudo de su deseo de evangelizar a quienes no conocen a Cristo en África, América y Asia. La opción misionera de Don Bosco fue una confluencia de tres factores: en primer lugar, la realización de su antiguo deseo personal de ‘ir a las misiones’, expresado en sus cinco ‘sueños misioneros’. En segundo lugar, Don Bosco sentía que el compromiso misionero de su recién aprobada Congregación evitaría que los miembros cayeran en el peligro real de una vida cómoda y fácil. Por encima de todo, el compromiso misionero de su Congregación es la expresión más plena de su carisma, resumido en su propio lema y en el de la Congregación: Da mihi animas, caetera tolle.

Algunas contribuciones proceden de diferentes perspectivas: el Aguinaldo 2025 “Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes”, el jubileo del Sagrado Corazón de Jesús con algunos puntos de la encíclica «Dilexit nos», escrita por el Papa Francisco y, por supuesto, el Año Santo de la Iglesia, el Jubileo. Podemos leer todas estas aportaciones como una invitación del Espíritu Santo a ser «más misioneros» en nuestra vida diaria, con fe y esperanza.

Sabemos que, entre muchos acontecimientos del 2025, uno será muy especial para los Salesianos: el Capítulo General 29 de la Congregación Salesiana. El. P. Alphonse Owoudou SDB será el regulador del CGXXIX Apasionados por Jesucristo y dedicados a los jóvenes nos ofrece una óptica privilegiada para reflexionar sobre nuestra misión a la luz de los tres ejes temáticos: la vocación y la fidelidad profética (agradecer), la comunidad como profecía de fraternidad (repensar) y la reorganización institucional de la Congregación (relanzar). La misión salesiana no es solo una herencia que hay que custodiar, sino un desafío que hay que relanzar con renovado entusiasmo y con una visión profética.
Con gratitud por el pasado, con discernimiento para el presente y con valentía para el futuro, sigamos caminando juntos, animados por el mismo celo misionero que llevó a los primeros misioneros salesianos más allá de las fronteras, impulsados por el deseo de hacer visible el amor de Dios entre los jóvenes. “
A continuación, la presentación de los miembros de la primera expedición de 1875, conocida sobre todo gracias a la famosa foto tomada por Michele Schemboche, fotógrafo profesional: Giovanni Battista Allavena, el P. Giovanni Battista Baccino, el P. Valentino Cassini, el P. Domenico Tomatis, Stefano Belmonte, Vincenzo Gioia, Bartolomeo Molinari, Bartolomeo Scavini, el P. Giuseppe Fagnano y el P. Giovanni Cagliero, jefe de la expedición misionera..

El 11 de noviembre de 1875 fue un día solemne y emotivo. Don Bosco preparó un sermón para acompañar a sus hijos que serían los primeros en cruzar el océano hacia Argentina. “Nuestro Divino Salvador, cuando estaba en esta tierra, antes de ir al Padre Celestial, reunió a sus Apóstoles y les dijo: Ite in mundum universum… docete omnes gentes…. Praedicate evangelium meum omni creaturae. Con estas palabras, el Salvador no dio un consejo, sino una orden a sus Apóstoles, para que fueran a llevar la luz del Evangelio a todas las partes de la tierra.”

Para comprender mejor el contexto de los misioneros salesianos, en el folleto se encuentro un artículo sobre la correspondencia con Don Bosco y una síntesis de los cinco sueños misioneros. Entre los centenares de cartas de Don Bosco que cruzaron el Océano Atlántico de 1874 a 1887, la mayoría estaban dirigidas a los Salesianos, del P. Cagliero al P. Fagnano, del P. Bodrato al P. Vespignani, del P. Costamagna al P. Tomatis y así sucesivamente a muchos de los Salesianos, sacerdotes, coadjutores, clérigos, que partieron durante las 12 expediciones misioneras organizadas a partir de 1875.

Como dicen las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales al artículo 138, » el Consejero para las Misiones promueve en toda la Sociedad el espíritu y el compromiso misionero. Coordina las iniciativas y orienta la acción de las misiones, de modo que responda con estilo salesiano a las urgencias de los pueblos que aún están por evangelizar. Es también incumbencia suya garantizar la preparación específica y la puesta al día de los misioneros”. Así pues, tenemos la oportunidad de conocer mejor y recordar a los ocho Consejeros Generales para las Misiones hasta el 2025: el P. Modesto Bellido Iñigo (1948-1965), el P. Bernard Tohill (1971-1983); el P. Luc Van Looy (1984-1990); el P. Luciano Odorico (1990-2002); el P. Francis Alencherry (2002-2008); el P. Václav Klement (2008-2014), el P. Guillermo Basañes (2014-2020) y el P. Alfred Maravilla (2020-2025).

Además, queremos presentar algunas figuras de salesianos «pioneros» menos conocidos que han contribuido a difundir el carisma salesiano en los cinco continentes. el P. Francisque Dupont, el iniciador de la misión salesiana en Vietnam, el P. Valeriano Barbero, el sembrador del carisma salesiano en Papúa Nueva Guinea, el P. Jacques Ntamitalizo, el inspirador del Proyecto África, el P. Raffaele Piperni, el precursor de los Salesianos en EE.UU.,  el P. Pascual Chavez, como el  autor del Proyecto Europa y el P. Bronisław Chodanionek, el pionero de incógnito en Moldavia.
El crecimiento de la Familia Salesiana es un signo de la fecundidad del carisma salesiano y, en particular, muchos grupos de Familia Salesiana fueron fundados por misioneros salesianos: en el folleto hay una breve presentación de cada uno de ellos. Además, es bueno constatar la santidad misionera de la Familia Salesiana, con un número creciente de personas que caminan por la ruta de la santidad. Otro fruto tangible de las misiones salesianas es la vida de cuatro jóvenes que pueden ser considerados como jóvenes testigos de la esperanza cristiana: Ceferino Namuncurá, Laura Vicuña, Simão Bororo y Akash Bashir.

Las nuevas presencias salesianas, sobre todo en países donde los Salesianos aún no están presentes, son indicios del impulso misionero de la Congregación Salesiana que refuerza la fe, da un nuevo entusiasmo vocacional y revitaliza la identidad carismática de los Salesianos sea en la Inspectoría que se hace cargo de las nuevas presencias, sea en la que envía, sea en la que recibe misioneros. Es más, el impulso misionero de la Congregación nos libera de los peligros del aburguesamiento, de la superficialidad espiritual y de un trabajo indiferenciado, nos obliga a salir de nuestras zonas de confort y nos proyecta con esperanza hacia el futuro. Con este espíritu, podemos conocer mejor las nuevas fronteras misioneras salesianas: Níger, Botsuana, Argelia, Grecia y Vanuatu.

La riqueza de las misiones salesianas supera las fronteras y llega a muchos campos: los museos misioneros salesianos, como custodios del patrimonio cultural y salesiano, los Voluntarios Misioneros Salesianos, que entregan vida y tiempo a los demás, los grupos misioneros, como los que están en la República Democrática del Congo, Inspectoría AFC.

Cada JMS propone un proyecto, vinculado al tema del año, como oportunidad concreta de solidaridad y animación misionera. Este año hemos elegido la apertura de un oratorio en Pagos, Grecia, una de las nuevas fronteras misioneras salesianas. La apertura de un oratorio en Pagos, en la isla de Syros, será una de las claves para involucrar a los jóvenes griegos católicos y a los migrantes presentes en el territorio y comenzar con ellos el trabajo salesiano.
Todos los fondos recaudados serán utilizados para iniciar las actividades pastorales, el acondicionamiento de los ambientes y la compra de materiales de animación. La implicación de los salesianos en la pastoral juvenil de la diócesis permitirá compartir nuestro carisma para enriquecer a la Iglesia local, una minoría pequeña y necesitada de animación.

El folleto termina con algunos juegos para divertirse y mejorar el conocimiento sobre las misiones salesianas, la presentación de los miembros del Sector Misiones, que ayudan al Consejero General a cumplir su función de promover el espíritu misionero y el compromiso misionero en la Congregación Salesiana, y la oración final.

Alabado sea Dios, nuestro Padre
por el espíritu misionero
que derramó en el corazón de Don Bosco
como elemento esencial de su carisma.

Te damos gracias por los 150 años de las misiones salesianas
y por tantos misioneros y misioneras salesianas
que han dado su vida llevando el Evangelio y el carisma salesiano a los 137 países del mundo.

Envía tu Espíritu para que nos guíe
a repensar una visión renovada de las misiones salesianas
con incansable creatividad misionera.

Enciende nuestros corazones con el fuego de tu amor
para que, apasionados por Jesucristo
podamos relanzarnos con celo y entusiasmo misionero
para anunciarlo a todos,
especialmente a los jóvenes pobres y abandonados.

Todos los santos misioneros salesianos:
¡rueguen por nosotros!

Los materiales de la JMS 2025 están disponibles en el enlace Jornada Misionera Salesiana 2025, para más información escribir a cagliero11sdb.org.

Marco Fulgaro




Se parte para las misiones… confiando en los sueños

Los sueños misioneros de Don Bosco, sin anticipar el curso de los acontecimientos futuros, tenían el sabor de predicciones para el ambiente salesiano.

            Los sueños misioneros de 1870-1871 y sobre todo los de la década de 1880 contribuyeron también en no poca medida a que Don Bosco prestara atención al problema misionero. Si en 1885 invitaba a la prudencia a monseñor Juan Cagliero: “no hagáis mucho caso de los sueños” sino “sólo si son moralmente útiles”, el mismo Cagliero que partió a la cabeza de la primera expedición misionera (1875) y futuro cardenal, los juzgaba como meros ideales a perseguir. Otros salesianos, en cambio, y sobre todo Don Santiago Costamagna, misionero de la tercera expedición (1877) y futuro inspector y obispo, los entendían como un itinerario a seguir casi obligatoriamente, hasta el punto de pedir al secretario de Don Bosco, Don Juan Bautista Lemoyne, que le enviara las actualizaciones “necesarias”. A su vez, el P. José Fagnano, también misionero de la primera hora y futuro Prefecto Apostólico, los veía como la expresión de un deseo de toda la Congregación, que debía sentirse responsable de llevarlos a cabo encontrando los medios y el personal. Por último, el P.Luis Lasagna, misionero que partió con la segunda expedición en 1876, y también futuro obispo, las veía como una clave para conocer al futuro salesiano en misión. Don Alberto Maria De Agostini, entonces en la primera mitad del siglo XX, emprendería personalmente peligrosas e innumerables excursiones a Sudamérica siguiendo la estela de los sueños de Don Bosco.
            Como quiera que se entiendan hoy, el hecho es que los sueños misioneros de Don Bosco, aunque no anticiparan el curso de los acontecimientos futuros, tenían el sabor de predicciones para el ambiente salesiano. Dado que estaban desprovistos de significados simbólicos y alegóricos y, en cambio, eran ricos en referencias antropológicas, geográficas, económicas y ambientales (se habla de túneles, trenes, aviones…) constituían un estímulo para la acción de los misioneros salesianos, tanto más cuanto que su realización real podía ser verificada. En otras palabras, los sueños misioneros orientaron la historia y esbozaron un programa de obra misionera para la sociedad salesiana.

La llamada (1875): un proyecto inmediatamente revisado
            En los años setenta, un notable intento de evangelización estaba en marcha en América Latina, gracias sobre todo a los religiosos, a pesar de las fuertes tensiones entre la Iglesia y cada uno de los Estados liberales. A través de contactos con el cónsul argentino en Savona, Giovanni Battista Gazzolo, Don Bosco se ofreció en diciembre de 1874 a proporcionar sacerdotes para la Iglesia de la Misericordia (la iglesia de los italianos) en Buenos Aires, a petición del Vicario General de Buenos Aires Monseñor Mariano Antonio Espinosa y aceptó la invitación de una Comisión interesada en un internado en San Nicolás de los Arroyos, 240 km al noroeste de la capital argentina. En realidad, la sociedad salesiana -que por entonces incluía también a la rama femenina de las Hijas de María Auxiliadora- tenía como primer objetivo la atención de la juventud pobre (con catecismos, escuelas, internados, hospicios, oratorios festivos), pero no excluía extender sus servicios a todo tipo de ministerios sagrados. Así que a finales de 1874 Don Bosco no ofrecía nada más de lo que ya se hacía en Italia. Además, las Constituciones Salesianas, aprobadas definitivamente en el mes de abril anterior, justo cuando se llevaba años negociando fundaciones salesianas en “tierras de misión” no europeas, no contenían ninguna mención a posibles missiones ad gentes.
            Las cosas cambiaron en pocos meses. El 28 de enero de 1875, en un discurso a los directores, y al día siguiente a toda la comunidad salesiana, incluidos los muchachos, Don Bosco anunció que las dos peticiones mencionadas en Argentina habían sido aceptadas, después de que se hubieran rechazado peticiones en otros continentes. También informó que “las Misiones en Sudamérica” (que en estos términos nadie había ofrecido realmente) habían sido aceptadas en las condiciones solicitadas, sujetas sólo a la aprobación del Papa. Don Bosco con un golpe maestro presentaba así a salesianos y jóvenes un apasionante “proyecto misionero” aprobado por Pío IX.
            Inmediatamente comenzó una febril preparación de la expedición misionera. El 5 de febrero su carta circular invitaba a los Salesianos a ofrecerse libremente para tales misiones, donde, aparte de algunas zonas civilizadas, ejercerían su ministerio entre “pueblos salvajes esparcidos por inmensos territorios”. Aunque había identificado la Patagonia como la tierra de su primer sueño misionero -donde crueles salvajes de zonas desconocidas mataban a los misioneros y, en cambio, acogían a los salesianos-, tal plan para evangelizar a los “salvajes” iba mucho más allá de las peticiones recibidas de América. El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, ciertamente no era consciente de ello, al menos en aquel momento.
            Don Bosco procedió con determinación a organizar la expedición. El 31 de agosto comunicó al Prefecto de Propaganda Fide, el cardenal Alessandro Franchi, que había aceptado la dirección del colegio de S. Nicolás como “base de las misiones” y que, por tanto, solicitaba las facultades espirituales que suelen concederse en estos casos. Recibió algunas de ellas, pero no recibió ninguna de las subvenciones económicas que esperaba porque Argentina no dependía de la Congregación de Propaganda Fide, ya que con un arzobispo y cuatro obispos no se consideraba “tierra de misión”. ¿Y la Patagonia? ¿Y Tierra del Fuego? ¿Y las decenas y decenas de miles de indios que viven allí, a dos, tres mil kilómetros, “en el fin del mundo”, sin ninguna presencia misionera?
            En Valdocco, en la iglesia de María Auxiliadora, durante la famosa ceremonia de despedida de los misioneros el 11 de noviembre, Don Bosco se detuvo en la misión universal de salvación confiada por el Señor a los apóstoles y, por tanto, a la Iglesia. Habló de la escasez de sacerdotes en Argentina, de las familias de emigrantes que se habían suscrito y de la labor misionera entre las “grandes hordas de salvajes” en la Pampa y en la Patagonia, regiones “que rodean la parte civilizada” donde “ni la religión de Jesucristo, ni la civilización, ni el comercio han penetrado todavía, donde los pies europeos no han dejado hasta ahora ningún vestigio”.
            Trabajo pastoral para los emigrantes italianos y luego plantatio ecclesiae en la Patagonia: éste fue el doble objetivo original que Don Bosco dejó a la primera expedición. (Extrañamente, sin embargo, no hizo mención de los dos lugares precisos de trabajo acordados al otro lado del Atlántico). Unos meses más tarde, en abril de 1876, insistiría don Cagliero en que “nuestro objetivo es intentar una última expedición a la Patagonia […] tomando siempre como base el establecimiento de colegios y hospicios […] en las cercanías de las tribus salvajes”. Lo repetiría el 1 de agosto: “En general, recordad siempre que Dios quiere nuestros esfuerzos hacia la Pampa y hacia los Patagones, y hacia los niños pobres y abandonados”.
            En Génova, al embarcar, entregó a cada uno de los diez misioneros -entre ellos cinco sacerdotes- veinte recuerdos especiales. Los reproducimos:

RECUERDOS A LOS MISIONEROS

1. Buscad almas, pero no dinero ni honores ni dignidad.
2. Emplead la caridad y la mayor cortesía con todos, pero evitad la conversación y la familiaridad con personas del sexo opuesto o de conducta sospechosa.
3. No hacer visitas sino por razones de caridad y necesidad.
4. No aceptar invitaciones a comer salvo por motivos muy graves. En tales casos asegúrate de que sean dos.
5. Cuidad especialmente de los enfermos, los niños, los ancianos y los pobres, y te ganarás la bendición de Dios y la buena voluntad de los hombres.
6. Rindan homenaje a todas las autoridades civiles, religiosas, municipales y gubernamentales.
7. Si te encuentras con alguna persona de autoridad en la calle, procura saludarla obsequiosamente.
8. Haz lo mismo con las personas eclesiásticas o adscritas a institutos religiosos.
9. Huye de la ociosidad y de las cuestiones. Mucha sobriedad en la comida, la bebida y el descanso.
10. Amar, temer y respetar a las demás órdenes religiosas y hablar siempre bien de ellas. Así conseguirán que todos te estimen y promoverás el bien de la congregación.
11. Cuida tu salud. Trabaja, pero sólo lo que te permitan tus propias fuerzas.
12. Que el mundo sepa que sois pobres en vestidos, en comida, en viviendas, y seréis ricos a los ojos de Dios y llegaréis a ser dueños de los corazones de los hombres.
13. Amaos unos a otros, aconsejaos unos a otros, corregíos unos a otros, pero nunca os guardéis envidia ni rencor, sino que el bien de uno sea el bien de todos; que las penas y sufrimientos de uno sean considerados como penas y sufrimientos de todos, y que cada uno se esfuerce por eliminarlos o al menos mitigarlos.
14. Observad vuestras Reglas, y no olvidéis nunca el ejercicio mensual de la buena muerte.
15. Encomendad a Dios todas las mañanas las ocupaciones del día especialmente las confesiones, escuelas, catecismos y sermones.
16. Encomienda constantemente tu devoción a Nuestra Señora y a Jesús Sacramentado.
17. Recomendar a los jóvenes la confesión y comunión frecuentes.
18. Para cultivar la vocación eclesiástica, inculcar 1. el amor a la castidad, 2. el horror al vicio opuesto, 3. la separación de los díscolos, 4. la comunión frecuente, 5. la caridad con signos de especial bondad y benevolencia.
19. En los asuntos contenciosos se debe escuchar a ambas partes antes de juzgar.
20. En nuestros trabajos y sufrimientos no olvidemos que tenemos una gran recompensa preparada para nosotros en el cielo.
Amén.




Una rueda misteriosa y profética (1861)

El corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo. Pues es grande el peligro que acecha al hombre, ya que éste ignora lo que está por venir, pues lo que está por venir, ¿quién va a anunciárselo?»
Que don Bosco poseía este conocimiento propio del corazón del sabio y no le era oculto lo que le interesaba del pasado ni del futuro, nos lo demuestra una vez más la persuasión que inspiró las crónicas de don Domingo Ruffino, don Juan Bonetti y las memorias escritas por don Juan Cagliero, por don César Chiala y otros, testigos todos ellos que oyeron las palabras del siervo de Dios. Con singular concordancia nos exponen otro sueño contado por él, en el cual vio su Oratorio de Valdocco y los frutos que producía, la condición de los alumnos ante los ojos de Dios; a los que eran llamados al estado eclesiástico o al estado religioso en la Pía Sociedad, o a vivir en el estado laical y el porvenir de la naciente Congregación.

            Soñó, pues, don Bosco la noche precedente al 2 de mayo y el sueño le duró casi seis horas. Apenas amaneció, se levantó del lecho para tomar algunos apuntes sobre las escenas principales y anotar 1 Eclesiastés, VIII, 6, 7. los nombres de algunos personajes que había visto desfilar a través de su fantasía mientras dormía. En la narración de dicho sueño invirtió tres sesiones consecutivas, hablando a sus jóvenes desde la tribuna que le solían colocar debajo del pórtico, una vez rezadas las oraciones de costumbre.
            El 2 de mayo estuvo hablando por espacio de unos tres cuartos de hora. El exordio, como sucedía siempre que comenzaba una de estas narraciones, parece un poco confuso y extraño, lo que juzgamos natural, por razones que hemos expuesto ya en otros lugares, y las que ofreceremos al juicio de nuestros lectores.
            Comenzó, pues, el siervo de Dios a hablar así a los jóvenes.

            Este sueño se refiere solamente a los estudiantes. Muchísimas cosas de las que vi en él no sería capaz de describirlas, por falta de inteligencia y por insuficiencia de palabras.
            Me parecía haber salido de mi casa de I Becchi. Me dirigía por un sendero que conducía a un pueblo próximo a Castelnuovo, llamado Capriglio. Quería visitar un campo arenoso de nuestra propiedad, que estaba situado en un vallecillo detrás del caserío llamado Valcappone; la cosecha de este campo apenas si produce para pagar los impuestos. En mi niñez estuve varias veces trabajando en aquel sitio.
            Había recorrido ya un buen trecho de camino, cuando cerca de aquel campo me encontré con un buen hombre, como de unos cuarenta años, de estatura ordinaria, barba larga y bien cuidada y de rostro moreno. Vestía un traje que le llegaba hasta las rodillas, llevaba ceñidos los costados y sobre la cabeza una especie de gorrito blanco. Se hallaba en actitud de quien espera a alguien. El tal me saludó familiarmente como si yo fuese para él persona conocida desde mucho tiempo; después me preguntó:
            – ¿Adónde vas?
            Mientras detenía el paso, le repliqué:
            – Voy a ver un campo que tenemos por estos contornos. Y tú, ¿qué haces aquí?
            – No seas curioso -me contestó-. No necesitas saberlo.
            – Bien. Pero al menos haz el favor de decirme tu nombre y quién eres, pues me he dado cuenta de que me conoces. Yo, en cambio, no te conozco.
            – No hace falta que te diga ni mi nombre, ni mis cualidades. Ven. Prosigamos juntos.
            Me puse en camino con él y, después de avanzar unos pasos, me vi en un extenso campo cubierto de higueras. Mi compañero me dijo:
            – ¿No ves qué hermosos higos hay aquí? Si quieres puedes tomar y comer los que quieras.
            Yo le respondí maravillado:
            – En este campo nunca hubo higos.
            Y él respondió:
            – Pues ahora los hay; ahí los tienes.
            – Pero no están maduros; todavía no es tiempo de higos.
            – Pues a pesar de ello, mira; los hay ya muy hermosos y en su punto; si quieres probarlos date prisa porque se hace tarde.
            Y como yo no me movía, mi amigo insistió:
            – Date prisa; no pierdas tiempo, que se acerca la noche.
            – Pero por qué me das tanta prisa? No, no quiero higos; me agrada verlos, regalarlos, pero no me son agradables al paladar.
            – Si es así, sigamos adelante; pero recuerda lo que dice el Evangelio de San Mateo, cuando habla de los grandes acontecimientos que sucederán a Jerusalén. Decía Cristo a los Apóstoles: Ab arbore fici discite parabolam. Cum jam ramus ejus tener fuerit et folia nata, scitis quia prope est aestas. (Aprended la enseñanza de la higuera: cuando ya esté tierna su rama y salgan las hojas, sabed que ya está cerca el verano). Y ahora está muy cerca, puesto que los higos comienzan a madurar.
           
            Reemprendimos la marcha y he aquí que apareció otro campo plantado de viñas. El desconocido me dijo inmediatamente:
            – Quieres uvas? Si no te agradan los higos, ahí tienes uvas: toma y come.
            – ¡Oh! Ya las cortaremos a su tiempo de la cepa.
            – Pues aquí también las hay.
            – ¡A su tiempo!, -le respondí.
            – ¿Pero no ves cuánta uva madura?
            – ¿Posible? ¿Y en esta estación?
            – Date prisa, que se hace tarde y no hay tiempo que perder.
            – Qué prisa tenemos? Con tal de que al final del día me encuentre en mi casa…
            – Te repito que te des prisa, pues pronto se hace de noche.
            – Si se hace de noche volverá otra vez el día.
            – No es cierto; ya no volverá otra vez el día.
            – ¿Cómo? ¿Qué es lo que quieres decir?
            – Que se acerca la noche.
            – Pero de qué noche me estás hablando? ¿Quieres decir que debo preparar la maleta para partir? ¿Qué debo ir pronto a mi eternidad?
            – Se aproxima la noche: dispones de muy poco tiempo.
            – Dime al menos si será pronto. ¿Cuándo he de partir?
            – No seas tan curioso. Non plus sápere quam oportet sápere. (No saber más de lo que es necesario saber).
            – Así decía mi madre a los entrometidos, pensé para mí, y después proseguí en alta voz. -Por ahora no quiero uvas.
            Seguimos avanzando lentamente y, tras breve caminar, llegamos al campo de nuestra propiedad, en el que encontramos a mi hermano José cargando un carro. Al verme se acercó para saludarme; después saludó a mi compañero, pero viendo que éste no respondía al saludo ni le hacía caso, me preguntó si el tal había sido condiscípulo mío:
            – No, -le dije- es la primera vez que le veo.
            Entonces José le dirigió de nuevo la palabra diciéndole:
            – Oiga, por favor, dígame su nombre; tenga la bondad de contestarme; que yo sepa con quien hablo. Pero el guía continuaba sin hacerle caso. Mi hermano, extrañado, se dirigió nuevamente a mí para preguntarme:
            – Pero ¿quién es éste?
            – No lo sé, no ha querido decírmelo.
            Ambos insistimos para que nos dijese de dónde venía, pero el otro volvió a repetir: Non plus sápere quam oportet sápere.
            Entretanto mi hermano se había alejado y no volví a verle, mientras que el desconocido, dirigiéndose a mí, me dijo: -Quieres ver algo extraordinario?
            – De buena gana, -respondí.
            – Quieres ver a tus muchachos tal y como son actualmente? ¿Cómo serán en el futuro? ¿Quieres contarlos?
            – ¡Oh!, sí, sí.
            – Pues, ven.

I

            Entonces sacó no sé de dónde una gran máquina, que no sabría describir, la cual constaba de una gran rueda. Y mientras la colocaba en el suelo le pregunté:
            – ¿Qué significa esa rueda?
            – La eternidad en las manos de Dios, -me respondió. Y tomando la manivela de aquella rueda, la hizo girar. Después me dijo:
            – Toma el manubrio y dale una vuelta.
            Así lo hice y después mi acompañante añadió:
            – Ahora mira dentro.
            Observé la máquina y vi que tenía un gran cristal en forma de lente, casi de un metro y medio de diámetro, emplazado en el centro de la misma y fijo en la rueda. Alrededor de la lente se leía: Hic est oculus qui humilia respicit in coelo et in terra. (Este es el ojo que ve las cosas humildes en el cielo y en la tierra). Inmediatamente apliqué la cara a la lente. Miré y ¡oh, espectáculo maravilloso! Vi en el interior de aquel artefacto a todos mis jóvenes del Oratorio. -Pero ¿cómo es posible? -me decía para mí. Hasta ahora no vi a ninguno de mis hijos en esta región y ahora los contemplo a todos reunidos. Pero ¿no están en Turín? Miré por encima y por los lados de la máquina, pero fuera de la lente no veía a nadie. Levanté el rostro para expresar mi admiración al compañero, pero, apenas pasados unos instantes, me ordenó que diese una segunda vuelta a la manivela, y vi una singular y extraña separación de jóvenes. A un lado los buenos y a otro los malos. Los primeros radiantes de felicidad; los otros, que afortunadamente no eran muchos, daban compasión. Yo los reconocí a todos, pero ¡qué distintos eran de lo que los compañeros creían! Unos tenían la lengua agujereada; otros los ojos completamente extraviados; quienes sufrían dolor de cabeza producido por repugnantes úlceras, no faltando los que tenían el corazón roído por los gusanos. Cuanto más los miraba, más afligido me sentía. -Pero es posible que estos sean mis hijos? -exclamé-. No comprendo lo que pueden significar estas extrañas enfermedades.
            Al escuchar estas palabras, el que me había conducido a la rueda me dijo:
            – Escúchame: la lengua agujereada significa las malas conversaciones; la vista extraviada, los que interpretan o juzgan de una manera torcida los designios de Dios, prefiriendo la tierra al cielo; la cabeza enferma representa el menosprecio de tus avisos y consejos y la satisfacción de los propios caprichos; los gusanos son las malas pasiones que corroen el corazón; también están ahí los sordos, los que no quieren escuchar tus palabras para no ponerlas en práctica. Después me hizo una señal, y yo, dando una tercera vuelta a la rueda apliqué el ojo a la lente del aparato. Vi entonces a cuatro jóvenes atados con gruesas cadenas. Los observé atentamente y los conocí a los cuatro. Pedí explicación al desconocido y me respondió:
            – Lo puedes comprender fácilmente: son los que no escuchan tus consejos y, si no cambian de conducta, corren el peligro de ir a parar a la cárcel y acabar en ella sus días por sus delitos o graves desobediencias.
            – Desearía tomar nota de sus nombres para no olvidarlos -le dije-, pero el amigo me respondió:
            – No hace falta; están ya todos anotados; aquí los tienes escritos en este cuaderno.
            Entonces me di cuenta de que mi acompañante tenía un cuadernillo en la mano. Me ordenó que diese otra vuelta al manubrio y, después de hacerlo, me puse nuevamente a mirar. Vi a otros siete jóvenes, todos de aspecto huraño y desconocido, con un candado que les cerraba los labios. Tres de ellos se tapaban también los oídos con las manos. Me separé entonces del cristal y quise anotar con lápiz sus nombres, pero aquel hombre me volvió a decir:
            – No hace falta; aquí los tienes escritos en este cuaderno que llevo siempre conmigo. Y se opuso en absoluto a que escribiese. Yo, lleno de estupor y dolorido por aquella actitud, pregunté el significado de aquel candado que cerraba los labios de aquellos infelices.
            El me respondió:
            – No lo entiendes? Estos son los que se callan.
            – Pero ¿qué es lo que callan?
            – ¡Callan!
            Entonces comprendí que se trataba de la Confesión. Eran los que incluso, cuando el confesor les pregunta, no responden, o responden evasivamente, o faltan a la verdad. Dicen sí cuando deben responder no y viceversa.
            El amigo continuó:
            – ¿Ves aquellos tres que, además de llevar un candado en la boca, se tapan los oídos con las manos? ¡Qué condición tan deplorable la suya! Esos son los que no solamente callan pecados en la confesión, sino que además no quieren escuchar de ninguna manera los avisos, los consejos, las órdenes del confesor. Son los que no prestarán oído a tus palabras, aunque parezca que las escuchan y que están dispuestos a obrar diversamente. Podrían quitarse las manos de donde las tienen, pero no quieren hacerlo. Los otros cuatro escucharon tus consejos, tus exhortaciones, pero no se aprovecharon de ellas.
            – Y cómo haría para quitarles ese candado?
            – Eiiciatur superbia e cordibus eorum. (Échese la soberbia de sus corazones).
            – Amonestaré a éstos, -proseguí-, pero para los que se tapan los oídos con las manos hay pocas esperanzas.
            Aquel hombre me dio después un consejo; a saber, que cuando dijese dos palabras desde el púlpito, una fuera sobre la manera de confesarse bien; y por mi parte prometí obedecerle. No diré que solamente hablaré de esto, porque me haría pesado, pero sí que inculcaré con frecuencia una práctica tan necesaria. En efecto, es mucho mayor el número de los que se condenan por confesarse mal que los que van al infierno por no confesarse, porque aún los malos alguna vez se confiesan, pero son muchísimos los que no se confiesan bien.
            El personaje misterioso me hizo dar otra vuelta a la manivela.
            Miré después y vi a otros tres jóvenes en una situación espantosa. Cada uno de ellos tenía un mono enorme sobre las espaldas. Al observar atentamente pude comprobar que aquellos animales tenían cuernos. Cada uno de ellos con las patas delanteras apretaba fuertemente las gargantas de sus infelices víctimas, de forma que el rostro de aquellos desgraciados muchachos se tornaba de un color rojo sanguinolento, y sus ojos, inyectados en sangre, parecía que iban a saltar de sus órbitas. Con las patas de atrás les apretaban los muslos de manera que a duras penas les consentían moverse, y con la cola, que les llegaba hasta el suelo, les enredaban las piernas hasta el punto que les hacían imposible el caminar. Esto representaba a los jóvenes que después de los ejercicios espirituales continúan en pecado mortal, especialmente contra la pureza y la modestia, habiéndose hecho reos en materia grave contra el sexto mandamiento. El demonio les apretaba la garganta para no dejarles hablar cuando debían hacerlo; les hacía enrojecer hasta perder la cabeza, y proceder de una manera irracional, haciéndoles esclavos de una vergüenza fatídica, que, en lugar de inducirlos a la salvación, los lleva a la ruina. Mediante sus estratagemas les hacen saltar los ojos de las órbitas, para que no puedan ver sus miserias y los medios para salir del estado miserable en que se encuentran, haciéndoles víctimas de su aprensión y repugnancia hacia los Santos Sacramentos. Los tienen aprisionados por los muslos y por las piernas, para que no puedan moverse ni dar un paso por el camino del bien; tal es el procedimiento de la pasión, a causa del hábito contraído, que llegan a creer imposible la enmienda.
            Os aseguro, queridos jóvenes, que derramé abundantes lágrimas al contemplar aquel espectáculo. Habría deseado precipitarme a salvar a aquellos infelices, pero apenas me separaba de la lente, nada veía. Quise entonces tomar nota de los nombres de los tres desgraciados, pero el amigo me replicó:
            – Es inútil, pues están ya escritos en este libro que tengo en la mano.
            Entonces, con el corazón lleno de una emoción indecible y con lágrimas en los ojos, me volví al compañero y le dije:
            – Pero ¿es posible qué se encuentren en semejante estado estos tres pobres jóvenes a los cuales he dado tantos consejos y a los que tantos cuidados he dedicado en la confesión y fuera de ella? Y seguidamente le pregunté qué es lo que deberían hacer para arrojar de encima a tan horribles monstruos. Entonces, mi compañero, comenzó a decir muy de prisa y entre dientes estas palabras: Labor, sudor, fervor. (Trabajo, sudor, fervor).
            – Es inútil; si hablas así no te entenderé nada.
            – ¡Vaya! ¿Estás acostumbrado al empleo de la gramática y al uso de las construcciones en las clases y no comprendes? Presta atención:
            Labor, punto y coma; sudor, punto y coma; fervor, punto. ¿Has entendido?
            – He comprendido el sentido material de las palabras, pero es necesario que tú me digas el significado.
            Y el guía continuó:
            – Labor in assiduis operibus; sudor in poenitentiis continuis; fervor in orationibus ferventibus et perseverantibus. (Trabajo en las obras asiduas; sudor en las penitencias continuas; fervor en las oraciones fervorosas y perseverantes). Pero, por éstos es inútil que te sacrifiques, no conseguirás ganártelos, pues no quieren sacudir el yugo de Satanás, del cual son esclavos.
            Entretanto, yo seguía mirando por la lente y me atormentaba pensando:
            – Pero ¿todos éstos se han de perder irremisiblemente? ¿Es posible? ¿Aun después de haber hecho los ejercicios espirituales? ¿También aquéllos? ¿Y aquellos otros? ¿Después de haber hecho tanto por ellos…, después de haber trabajado tanto…, después de tantos sermones…, después de tantos consejos como les he dado…?, punto de reposo.
            Entonces mi intérprete comenzó a reprenderme:
            – ¡Mira el soberbio éste! ¿Y quién eres tú para pretender convertir a las almas con tu trabajo? ¿Porque amas a los jóvenes pretendes que correspondan a tus desvelos? ¿Acaso crees que amas más a las almas que Nuestro Divino Salvador y que has sufrido y padecido por ellas más que El? ¿Piensas que tu palabra es más eficaz que la de Jesucristo? ¿Acaso predicas tú mejor que El? ¿Te imaginas que has tenido mayor caridad y que tu solicitud ha sido más grande para con tus jóvenes que la que El empleó para con sus Apóstoles? Tú sabes que vivían con El continuamente, que gozaban ininterrumpidamente del cúmulo de sus beneficios, que oían día y noche sus amonestaciones y los preceptos de su doctrina, que contemplaban sus obras que debían ser un vivo estímulo para la santificación de sus costumbres. ¡Cuánto no hizo y dijo en favor de Judas! Y, con todo, Judas le traicionó y murió impenitente. ¿Eres tú acaso mejor que los Apóstoles? Pues bien, los Apóstoles eligieron siete diáconos, solamente siete, seleccionados con la mayor solicitud, y, con todo, uno prevaricó. ¿Y tú, entre quinientos, te maravillas de este pequeño número que no corresponde a tus cuidados? ¿Pretendes conseguir que entre ellos no haya ninguno malo, ningún pervertido? ¡Vaya con el soberbio éste! Al oír esto callé, pero no sin sentir mi alma oprimida por el dolor.
            – Por lo demás, consuélate, -prosiguió aquel hombre, viéndome tan abatido. Y me hizo dar otra vuelta a la rueda, mientras decía: – ¡Admira la generosidad de Dios! Observa cuántas almas te quiere regalar. ¿Ves ese gran número de jóvenes? Volví a mirar a través de la lente y vi una muchedumbre inmensa de jóvenes, a los cuales desconocía por completo.
            – Sí, los veo, -respondí-, pero no los conozco.
            – Pues bien, éstos son los que el Señor te dará en lugar de aquéllos que no corresponden a tus cuidados. Ten presente que por cada uno de ellos el Señor te dará cien.
            – ¡Ah! ¡pobre de mí!, -exclamé-; tengo la casa llena; dónde colocaré a todos estos jóvenes nuevos?
            – No te preocupes. Por ahora tienes sitio para todos. Más adelante, Aquel que te los envía, te indicará dónde los tienes que albergar. El mismo te proporcionará el sitio.
            – No es tanto el lugar donde colocarlos lo que me preocupa, cuanto la manera de darles de comer.
            – No pienses ahora en eso; el Señor proveerá.
            – Sí es así, perfectamente, -repliqué lleno de consuelo.
            Y observando durante largo rato y con gran complacencia a aquellos jóvenes, retuve la fisonomía de muchos de ellos, de forma que ahora los reconocería si los volviera a ver. Y así terminó de hablar don Bosco en la noche del 2 de mayo.

II

            En la noche del 3 de mayo prosiguió su relato. A través de aquel cristal pudo ver la vocación de cada uno de sus alumnos. En esta ocasión fue conciso y categórico en sus palabras. No dio nombre alguno, dejando para otra ocasión las preguntas que hizo a su guía y las explicaciones que oyó de labios de éste en relación con ciertos símbolos y alegorías que habían desfilado ante su vista. El clérigo Ruffino nos legó algunos nombres sirviéndose de las confidencias que le hicieran algunos de los mismos jóvenes a quienes don Bosco había dicho lo que sobre ellos había visto en el sueño, dejando constancia de ello. Dicha nota lleva fecha de 1861.
            Nosotros entretanto para mayor claridad en la exposición y para evitar demasiadas repeticiones, formaremos un todo único, introduciendo en el relato los nombres omitidos y las explicaciones dadas; pero éstas, en la mayoría de los casos, no serán presentadas en forma dialogada. Con todo seremos exactos, citando literalmente cuanto escribió el cronista.
            Don Bosco, pues, comenzó a decir:
            El desconocido continuaba junto al aparato de la rueda y de la lente. Yo me sentía muy contento por haber visto a tantos jovencitos que vendrían a vivir con nosotros, cuando me fue dicho:
            – Quieres contemplar algo más hermoso?
            – Sí, sí, veamos.
            – ¡Da una vuelta a la rueda!
            Así lo hice, mirando después a través de la lente. Vi a todos mis jóvenes divididos en numerosos grupos, algo distantes los unos de los otros y ocupando una amplia extensión. Hacia una parte divisé un terreno sembrado de legumbres y hortalizas y cubierto en parte de pastos, en cuyos linderos crecían algunas hileras de vides silvestres. En dicho campo, los jóvenes de uno de los grupos trabajaban la tierra empleando azadas, palas, horcas, picos y rastrillos. Estaban, además, divididos en cuadrillas que tenían sus respectivos jefes. Les presidía el caballero Oreglia di Santo Stefano, el cual distribuía entre ellos herramientas de labor de toda suerte y obligaba a trabajar a los que no tenían ganas de hacerlo. A lo lejos, al fondo de aquel terreno, vi a algunos jóvenes arrojando la simiente a la tierra.
            El segundo campo se encontraba en la otra parte, en un extenso campo de trigo cubierto de doradas espigas. Un largo foso servía de lindero entre éste y los demás campos cultivados que se veían por doquier y cuyos límites se perdían en el horizonte lejano. Los jóvenes que trabajaban en él se dedicaban a recoger las mieses, pero no todos realizaban la misma labor. Unos segaban y hacían grandes gavillas; otros las amontonaban; quiénes espigaban, quién conducía un carro; éste trillaba, aquél arreglaba las hoces, el otro las distribuía, el de más allá tocaba la guitarra. Os aseguro que era un hermoso espectáculo de sorprendente variedad.
            En aquel campo, a la sombra de añosos árboles, se veían numerosas mesas con el alimento necesario para toda aquella gente; y más allá, a poca distancia, un amplio y magnífico jardín cercado de abundante sombra y cubierto de macizos de las más bellas y variadas flores.
            La separación entre los que labraban la tierra y los segadores representaba a los que abrazan el estado eclesiástico y a los que no siguen esta vocación. Yo, con todo, no entendía aquel misterio y volviéndome a mi guía, le dije:
            – Qué significa esto? ¿Quiénes son los que cavan?
            – ¿Aún no lo entiendes?, -me replicó-. Los que cavan son los que trabajan solamente para sí mismos, esto es, los que no son llamados al estado eclesiástico sino al laical.
            Y entonces comprendí inmediatamente que aquellos trabajadores eran los artesanos, a los cuales, en su estado, les basta pensar en la salvación de la propia alma, sin que tengan especial obligación de dedicarse a la de los demás.
            – Y los segadores que se encuentran en la otra parte del campo?, -repliqué. Y pronto supe que eran los llamados al estado eclesiástico, de forma que ahora sabría decir quién se hará sacerdote y quién seguirá otra carrera.
            Mientras yo contemplaba con verdadera curiosidad aquel campo de trigo, vi que Provera distribuía las hoces entre los segadores, lo que significaba que podría llegar a ser Rector del Seminario o Director de una Comunidad religiosa o de una casa de estudios o algo más. Ha de notarse que no todos los que trabajaban recibían la hoz de sus manos, ya que los que acudían a él eran solamente los que formarían parte de nuestra Congregación; los demás la recibían de otros distribuidores que no eran de los nuestros, lo que quería indicar que estos últimos se harían sacerdotes, pero para dedicarse al Sagrado Ministerio fuera del Oratorio. La hoz es símbolo de la palabra de Dios.
            Provera no entregaba la hoz inmediatamente a quienes se la pedían. A algunos les ordenaba que fuesen antes a comer, y, en efecto, los tales iban a tomar un bocado aquí y allá: símbolo de la piedad y el estudio. A Santiago Rossi le mandó que fuese a tomar un bocado. Aquellos a quienes se les daba esta orden se dirigían a un bosquecillo donde estaba el clérigo Durando muy ocupado, entre otras cosas, preparando las mesas para los segadores y dándoles de comer. Esta ocupación indicaba a los destinados de una manera especial a promover la devoción al Santísimo Sacramento. Mateo Galliano era el encargado de dar de beber a los segadores. Costamagna se presentó también pidiendo una hoz, pero Provera lo mandó al jardín por dos flores. Lo mismo sucedió a Quattróccolo. A Rebuffo se le ordenó que fuese por tres flores, prometiéndole, en cambio que después se le entregaría la hoz. También estaba allí Olivero.
            Entre tanto los jóvenes se habían desparramado por entre las espigas. Muchos estaban alineados; otros, delante de un ancho cantero; algunos, junto a otro más estrecho. El reverendo Ciattino, párroco de Maretto, segaba con la hoz que le había entregado Provera. Lo mismo hacían Francesia y Vibert, Jacinto Perucatti, Merlone, Momo, Garino, Iarach, los cuales habrían de dedicarse a la salvación de las almas, mediante el ministerio de la predicación, si correspondían a su vocación. Quiénes segaban más, quiénes menos. Bondioni trabajaba desesperadamente, pero nada violento puede ser de mucha duración. Otros manejaban las hoces con todas sus fuerzas, sin lograr cortar la mies. Vaschetti empuñó una hoz y comenzó a segar hasta que se salió fuera del campo yéndose a trabajar a otra parte. A otros varios les sucedió lo mismo. Entre los que segaban había muchos que no tenían la hoz afilada; a algunas hoces les faltaba la punta. Algunos las tenían tan gastadas que al querer emplearlas destrozaban y estropeaban la mies.
            A Domingo Ruffino se le encargó que segara un bancal muy ancho; su hoz cortaba muy bien, pero le faltaba la punta, símbolo de la humildad; era el deseo de ocupar el grado más elevado entre los iguales. Acudió a Francisco Cerruti para que se la arreglara. En efecto, vi a Cerruti arreglando algunas hoces; señal de que debía de inculcar en los corazones ciencia y piedad, lo que quería decir que sería profesor, por eso se le veía manejar diestramente el martillo. Golpear con esta herramienta quería decir dedicarse a la enseñanza del clero. Provera le presentaba las hoces estropeadas. Don José Rochietti y otros recibían las que necesitaban ser afiladas, pues se dedicaban a esto. El oficio de afilar representaba a los que se encargaban de formar al clero en la piedad. Viale fue a tomar una hoz que no estaba afilada, pero Provera le dio otra que acababa de ser pasada por la piedra. Vi también a un herrero preparando las herramientas de metal, empleadas en la agricultura: era Costanzo.
            Mientras todos se entregaban con ardor, cada uno a su trabajo, Fusero hacía las gavillas, lo que indicaba la conservación de las conciencias en la gracia de Dios; pero, detallando aún más y viendo en las gavillas representados a los simples fieles, no destinados al estado religioso, se sobrentendía que ocuparía en el porvenir un puesto de maestro en la instrucción de los clérigos.
            Había algunos que le ayudaban a atar las gavillas, y recuerdo haber visto, entre otros, a don Juan Turchi y a Ghivarello. Esto representa a los destinados a poner orden en las conciencias, especialmente mediante la práctica del ministerio de la Confesión, entre los adeptos o aspirantes al estado eclesiástico.
            Otros transportaban gavillas en un carro, símbolo de la gracia de Dios. Los pecadores convertidos han de montar en este carro para seguir la recta vía de la salvación, que tiene como término el cielo. El carro comenzó a moverse cuando estuvo completamente cargado de gavillas. Tiraban de él, no los jóvenes, sino dos bueyes, símbolo de la fuerza o esfuerzo perseverante. Algunos iban conduciéndolo. Delante de todos ellos don Miguel Rúa, que era el que guiaba, lo que quiere decir que su misión sería dirigir las almas hacia el cielo. Don Angel Savio seguía detrás con una escoba atrapando las espigas y las gavillas que se caían.
            Esparcidos por el campo estaban los espigadores, entre los cuales Juan Bonetti y José Bongiovanni; esto es: los que atendían a los pecadores obstinados. Bonetti especialmente está designado por el Señor para buscar a los desgraciados que han escapado de la hoz de los segadores.
            Fusero y Anfossi amontonaban gavillas, en el campo, para que fuesen trilladas a su debido tiempo; esto tal vez quería decir que a su debido tiempo desempeñarían alguna cátedra. Otros, como don Víctor Alasonatti, ataban las gavillas, representación de los que administran el dinero, vigilan para que se cumplan las reglas; enseñan las oraciones y el canto sagrado, cooperando, en suma, moral y materialmente, a encaminar a las almas hacia la meta de la salvación.
            Un espacio de terreno estaba preparado como para trillar las gavillas en él. Don Juan Cagliero, que se había dirigido al jardín en busca de algunas flores, las distribuía entre los compañeros y él, con un ramito en la mano, se encaminó hacia la era para comenzar la faena. Esta labor simboliza a los destinados por Dios para la instrucción del pueblo llano.
            A lo lejos se divisaban unas negras humaredas que levantaban sus penachos al cielo. Era el efecto de la labor de los que atropaban los yerbajos y, sacándolos fuera del campo sembrado de espigas, los amontonaban y les prendían fuego. Esto simboliza a los destinados a separar a los buenos de los malos, labor reservada a los directores de nuestras futuras casas. Entre éstos estaban don Francisco Cerruti, Juan Tamietti, Domingo Belmonte, Pablo Albera y otros que actualmente cursan sus primeros estudios, porque son aún muy jóvenes.
            Todas las escenas anteriormente descritas se desarrollaban al mismo tiempo. Entre aquella multitud de jóvenes vi a algunos que llevaban unas antorchas encendidas para alumbrar a los demás, a pesar de que era pleno día. Eran los que habían de servir de ejemplo a los demás obreros del Evangelio, iluminando al clero con su conducta. Entre ellos estaba Pablo Albera, el cual, además de llevar la antorcha, tocaba también la guitarra, indicio de que indicaría el camino a seguir a los sacerdotes animándoles al cumplimiento de su misión. Se aludía a algún otro cargo que ocuparía en la Iglesia.
            Mas, en medio de tanto movimiento, no todos los jóvenes al alcance de mi vista se ocupaban de algún trabajo. Uno de ellos tenía una pistola en la mano, esto es, tenía vocación militar, pero aún no se había decidido a seguirla.
            Algunos otros, con las manos a la cintura, observaban a los segadores, dispuestos a seguir su ejemplo; otros parecían indecisos, pero al considerar la dureza del trabajo, no se resolvían a empuñar la hoz. No faltaban tampoco quienes acudían presurosos a la faena. Algunos, al llegar el momento de tener que comenzar a segar, permanecían ociosos; otros empuñaban la hoz al revés, entre ellos Molino: símbolo de los que hacen lo contrario de lo que deben hacer. Muchísimos se alejaban para tomar uvas silvestres, representando a los que pierden el tiempo en cosas extrañas a su ministerio.
            Mientras yo contemplaba lo que sucedía en el campo de trigo, vi un grupo de jóvenes cavando la tierra; ofrecían un espectáculo singular. La mayor parte de aquellos muchachos trabajaba con singular interés, más tampoco faltaban los negligentes. Algunos manejaban la azada al revés; otros golpeaban la tierra, pero la herramienta no penetraba en ella; no faltaban quienes a cada azadonazo se les salía la pala del mango. El mango representaba la rectitud de intención.
            Observé entonces que algunos, que al presente son aprendices, estaban en el campo de los que segaban, y, en cambio, otros, que ahora son estudiantes, se encontraban entre los que cavaban la tierra. Intenté tomar nota de cuanto veía, pero mi intérprete me mostraba siempre el cuaderno y no me permitía escribir.
            Al mismo tiempo vi también a muchos jóvenes que estaban sin hacer nada, no sabían resolver si ponerse a segar o a cavar la tierra. Los dos Dalmazzo, Primo Gariglio y Monasterolo con otros muchos, estaban mirando, pero ya habían tomado una decisión.
            También me di cuenta de que algunos, saliendo del grupo de los cavadores, mostraban deseos de ir a segar. Uno corrió al campo de trigo tan decidido que no se preocupó antes de adquirir una hoz. Avergonzado de aquel necio proceder, volvió atrás para pedirla. El que las distribuía no quería dársela y el tal le urgía para que se la proporcionase.
            – Aún no es tiempo, -le respondió el distribuidor.
            – Sí que lo es, dámela.
            – No; ve antes a tomar dos flores del jardín.
            – ¡Bueno!, exclamó el solicitante encogiéndose de hombros; iré a tomar todas las flores que quieras.
            – No; solamente dos.
            Se dirigió seguidamente al jardín, pero al llegar a él se dio cuenta de que no había preguntado qué flores eran las que tenía que cortar, y se apresuró a desandar el camino.
            – Has de cortar, -le dijeron- la flor de la caridad y la flor de la humildad.
            – Ya las tengo.
            – Eso es lo que te dice tu presunción, pero en realidad no las tienes. Y aquel joven se revolvía en un acceso de cólera y daba saltos impulsado por la ira que le dominaba.
            – No es este el momento más oportuno para enfadarse de esa manera, -le dijo el distribuidor-, negándose resueltamente a entregarle la herramienta que le había pedido.
            Ante tal actitud, el infeliz se mordía los puños de rabia. Al contemplar semejante espectáculo, aparté la vista de la lente, a través de la cual había contemplado tantas cosas, sintiéndome lleno de emoción por las aplicaciones morales que me había sugerido mi amigo. Quise rogarle aún que me diese algunas explicaciones más y él añadió:
            – El campo sembrado de trigo representa a la Iglesia: la mies es el fruto de la cosecha; la hoz es el símbolo de los medios empleados para conseguir dicho fruto, sobre todo la palabra de Dios; la hoz sin punta representa la falta de piedad, y sin filo la carencia de humildad; salirse del campo mientras se siega, quiere decir abandonar el Oratorio o la Pía Sociedad.

III

            La noche del 4 de mayo don Bosco se disponía a finalizar la narración del sueño en el que había visto representados en el primer grupo a los alumnos estudiantes del Oratorio y en el segundo a los que eran llamados al estado eclesiástico. Hemos llegado, pues, al tercer cuadro o visión en la que, en apariciones sucesivas don Bosco vio a todos los que en 1861 dieron su nombre a la Pía Sociedad de San Francisco de Sales; el prodigioso engrandecimiento de la misma y el lento ocaso de los primeros salesianos a los que habían de seguir los continuadores de la Obra.
            Don Bosco habló así:
            Después de haber contemplado a mi placer la escena de la siega, tan rica en detalles, el amable desconocido me dijo.
            – Ahora dale diez vueltas a la rueda; cuéntalas y después mira a través de la lente. Me puse a hacer lo que me había sido ordenado y, tras haber dado la décima vuelta, me puse a mirar a través del cristal. Y he aquí que vi los mismos jóvenes, a los que recordaba haber contemplado días antes en edad adolescente, convertidos en adultos de aspecto viril; a otros con larga barba o con cabellos blancos.
            – Pero ¿cómo puede ser esto? ¿Hace apenas unos días aquél era un niño al que casi se le podía tomar en brazos, y hoy es ya tan mayor?
            El amigo me contestó:
            – Es natural; ¿cuántas vueltas has dado?
            – Diez.
            – Pues bien: del 61 al 71. Todos tienen ya diez años más de edad.
            – ¡Ah! ¡Comprendido!
            Y como continuase observando a través de la lente pude ver panoramas desconocidos, casas nuevas que nos pertenecían y a muchos jóvenes dirigidos por mis queridos hijos del Oratorio, convertidos ya en sacerdotes, en maestros, en directores, que se dedicaban a instruir y proporcionarles honestas diversiones.
            – Vuelve a dar otras diez vueltas -me dijo el personaje- y llegaremos al 1881. Tomé el manubrio y la rueda dio otras diez vueltas. Miré y solamente vi a la mitad de los jóvenes que había contemplado la primera vez, casi todos ya con el pelo blanco y algunos un poco encorvados.
            – Y los otros, ¿dónde están?, -pregunté.
            – Ya forman parte del número de los más, -me respondió el guía.
            Esta considerable disminución del número de mis muchachos me causó un vivo desasosiego, pero me consoló el contemplar, en un cuadro inmenso, países nuevos y regiones desconocidas y una gran multitud de jóvenes bajo la custodia y dirección de nuestros maestros que dependían aún de mis primeros alumnos.
           
            Después di otras diez vueltas a la rueda y he aquí que solamente vi una cuarta parte de los jóvenes que había contemplado pocos momentos antes; todos ellos se habían trocado en ancianos de barbas y cabellos blancos.
            – ¿Y todos los demás?, -pregunté.
            – Forman parte ya del número de los más. Estamos en 1891.
            Y he aquí que ante mi vista se desarrolló una escena conmovedora. Mis hijos sacerdotes, agotados por la fatiga, estaban rodeados de niños, a los cuales yo no había visto nunca; muchos de fisonomía y de color distinto de los que habitualmente viven en nuestros países.
            Di aún otras diez vueltas a la rueda y solamente pude ver un tercio de mis primitivos jóvenes, ya decrépitos, cargados de espaldas, desfigurados, macilentos, en los últimos años de su vida. Entre otros, recuerdo haber visto a don Miguel Rúa, tan viejo y desfigurado que era difícil reconocerlo, ¡tanto había cambiado!
            – Y los demás?, -pregunté.
            – Pertenecen ya al número de los más. Estamos en 1901.
            En algunas casas no encontré a ninguno de los antiguos; maestros y directores me eran completamente desconocidos; la muchedumbre de los jóvenes era cada vez más numerosa; las casas aumentaban cada vez más y el personal directivo había crecido también de una manera admirable.
            – Ahora, -continuó mi amable intérprete- darás otras diez vueltas y verás cosas que te llenarán de consuelo las unas, y otras que te proporcionarán una gran angustia.
            Y di otras diez vueltas.
            – ¡Estamos en 1911! – exclamó el misterioso amigo.
            – ¡Ah, mis queridos jóvenes! Vi nuevas casas, jóvenes nuevos, directores y maestros con hábitos y costumbres nuevas.
            ¿Y mis jóvenes del Oratorio de Turín? Busqué una y otra vez entre una gran muchedumbre de muchachos y solamente pude ver a uno de vosotros con los cabellos blancos, consumido por la edad, rodeado de una hermosa corona de jóvenes, a los cuales contaba los comienzos de nuestro Oratorio, recordándoles y repitiéndoles las cosas aprendidas de labios de don Bosco; y les enseñaba una fotografía que estaba colgada de la pared del locutorio. ¿Y los otros alumnos ancianos, los superiores de las casas que había visto ya envejecidos?
            Tras una nueva señal tomé el manubrio y di algunas vueltas más. Después, solamente vi una llanura desolada sin ser viviente alguno:
            – ¡Oh!, -exclamé aterrado-. ¡Ya no veo ninguno de los míos! ¿Dónde están, pues, ahora todos los jóvenes a los cuales atendí y que eran tan vivarachos y robustos y los que se encuentran actualmente conmigo en el Oratorio?
            – Pertenecen ya al número de los más. Has de saber que han pasado diez años cada vez que hacías girar la rueda otras tantas veces.
            Hice la cuenta y resultó que habían transcurrido cincuenta años y que alrededor del 1911 todos los alumnos actuales del Oratorio habrían muerto.
            – ¿Quieres ver ahora otro espectáculo sorprendente?, -me dijo aquel buen hombre.
            – Sí, -respondí yo.
            – Entonces presta atención, si te agrada ver y saber algo más. Da una vuelta a la rueda en sentido contrario, y ahora cuenta tantas vueltas cuantas has dado anteriormente.
            La rueda giró.
            – ¡Ahora mira!, -me dijo el guía.
            Miré y he aquí que vi ante mí una cantidad inmensa de jovencitos, todos desconocidos, de una infinita variedad de costumbres, pueblos, fisonomías y lenguas, de forma que por mucho que me esforcé sólo pude apreciar una mínima parte de ellos con sus superiores, directores, maestros y asistentes.
            – A éstos, en realidad, no los conozco, -dije a mi guía.
            – Pues a pesar de ello, -me respondió-, son hijos tuyos. Escúchalos, hablan de ti y de tus primeros hijos que fueron sus superiores y que ya no existen; recuerdan las enseñanzas que de ti y de ellos recibieron.
            Seguí observando con atención, pero cuando aparté la vista de la lente, la rueda comenzó a girar por si sola a tanta velocidad y haciendo tal ruido, que me desperté, encontrándome en el lecho presa de un cansancio mortal.
            Ahora que os he contado estas cosas, vosotros pensaréis:
            – ¡Quién sabe! A lo mejor don Bosco es un hombre extraordinario, un personaje, tal vez un santo. Mis queridos jóvenes: para impedir que se susciten conversaciones necias en torno a mi persona, os dejo en plena libertad de creer o no creer en estas cosas, de darles más o menos importancia; sólo os ruego que no toméis nada de cuanto os he referido a risa al comentarlo, ya con los compañeros ya con personas de fuera. Me complace el deciros que el Señor dispone de muchos medios para manifestar a los hombres su voluntad. A veces se sirve de los instrumentos más ineptos e indignos, como se sirvió en otro tiempo de la burra de Balaán, haciéndola hablar, y del falso profeta del mismo nombre, que predijo muchas cosas referentes al Mesías. Por eso, lo mismo puede suceder conmigo. Os digo además que no os fieis de mis obras para regular las vuestras. Lo que debéis hacer es tomar en cuenta lo que os digo, pues tengo la certeza de que de esa forma cumpliréis la voluntad de Dios y todo redundará en provecho de vuestras almas. Respecto a lo que hago, no digáis nunca: -Lo ha hecho don Bosco y, por tanto, está bien; no. Observad Primero mis acciones, si veis que son buenas, imitadlas; si acaso me veis hacer algo que no está bien, guardaos mucho de imitarlo: desechadlo como cosa mal hecha.
(MB IT VI, 898-91 / MB ES VI, 678-691)




Entrevista con el nuevo inspector don Domingos LEONG

Don Domingos Leong es el Superior de la Inspectoría “María Auxiliadora” (CIN) para el sexenio 2024-2030. Sucede a don Joseph Ng Chi Yuen, quien ha servido a la Inspectoría de China como Inspector desde 2018. Lo hemos entrevistado.

¿Puede presentarse?
Me llamo Domingos Leong, nacido en una familia católica que vivía en Macao, entonces colonia portuguesa en China. Tengo dos hermanas y soy el único varón de la familia. Ambos mis padres eran maestros en escuelas dirigidas por los Salesianos y las FMA. Toda mi formación se llevó a cabo en escuelas salesianas, tanto en Macao como en Hong Kong. Entré en los Salesianos después de graduarme de la secundaria y recibí mi formación en Hong Kong. Fui enviado a estudiar filosofía en Estados Unidos (Newton, Nueva Jersey) donde se abrió mi visión global de la Congregación. Después de mi ordenación, fui a Roma para continuar mis estudios sobre la Liturgia en San Anselmo, Roma.

¿Qué soñabas de niño?
Dado que mis padres eran maestros y algunos de mis parientes trabajaban en el campo de la educación, soñaba con convertirme en maestro en el futuro.

¿Recuerdas a algún educador en particular?
Durante mis años en la escuela secundaria, iba al Oratorio los domingos. Recuerdo que cuando solo tenía 12 años, para mi sorpresa, se me pidió que me ocupara de un grupo de jóvenes, organizar juegos para ellos y enseñarles catecismo. Creo que esa fue la semilla de la vocación salesiana plantada en mi corazón.

¿Cuál es tu mejor experiencia?
Después de mi ordenación, tuvimos la oportunidad de organizar un “grupo de voluntarios” que servía en China continental durante las vacaciones de verano. Jóvenes de nuestras escuelas, tanto en Hong Kong como en Macao, fueron a servir en áreas rurales. Junto a los jóvenes locales, compartimos experiencias maravillosas, no solo sirviendo, sino también testimoniando nuestra fe en un entorno totalmente diferente. Creo que esta es la mejor manera de promover la vocación religiosa.

¿Cuáles son las necesidades locales más urgentes y las de los jóvenes?
Los jóvenes locales, aunque no carecen de materiales, se sienten solos y necesitan acompañamiento, tanto de sus compañeros como de los adultos. Los jóvenes son víctimas de familias disfuncionales y no son escuchados.

¿Qué les dirías a los jóvenes en este momento?
¡Sean valientes! Nosotros, los Salesianos, siempre estamos disponibles y listos para ayudarles cada vez que lo necesiten, especialmente en este año de Esperanza. Junto a los miembros de la Familia Salesiana, somos su GRAN apoyo y no duden en pedir ayuda.

don Domingos LEONG




Entrevista al nuevo superior don Eric CACHIA, superior de Malta

Malta, tierra bendecida por el apóstol Pablo, es una isla situada en el corazón del Mar Mediterráneo, entre Europa y el Norte de África. A lo largo de los siglos ha acogido la influencia de numerosas culturas, lo que ha enriquecido su encanto. Este pequeño Estado, uno de los más densamente poblados del mundo, alberga a los Salesianos de Don Bosco desde 1903, comprometidos con pasión en la educación de los jóvenes. Hemos entrevistado a don Eric, nombrado recientemente al frente de la comunidad salesiana maltesa.

¿Puedes presentarte?
Me llamo don Eric Cachia, nací el 4 de agosto de 1976 en Malta. Soy el primogénito de tres hijos: tengo dos hermanas menores que yo y dos adorables sobrinitas. Asistí a la escuela infantil en la escuela estatal de mi pueblo, ħaż-Żebbuġ, durante seis años. Durante el último año, era necesario presentar un examen para acceder a la escuela deseada. Soñaba con entrar en el seminario menor, pero para hacer feliz a mi madre, también presenté el examen para el liceo estatal y otro para el Savio College, la escuela salesiana, de la que entonces no sabía casi nada y que inicialmente no deseaba asistir. Enfrenté ese examen de mala gana, pero los designios de Dios quisieron que fuera admitido por los Salesianos.

Después de siete años de estudio, obtuve el diploma de madurez y comencé el Noviciado en Lanuvio, cerca de Roma, emitiendo los primeros votos religiosos en manos del recién elegido Rector Mayor, don Juan E. Vecchi, en el Sagrado Corazón de Roma. Era el más joven del grupo: solo tenía 19 años. Al regresar a Malta, obtuve un Bachillerato en Filosofía y Sociología y posteriormente realicé dos años de prácticas como responsable del Oratorio en Tas-Sliema.

Para los estudios teológicos me trasladé a Roma, asistiendo a la Universidad Pontificia Salesiana (UPS) y viviendo en la comunidad del Gerini. Fui ordenado diácono en 2004 y continué mi formación en Dublín, Irlanda, obteniendo un Máster en Desarrollo Holístico en Ministerio Pastoral Familiar. Al regresar a Malta, el 21 de julio de 2005, junto a otros nueve religiosos y diocesanos, fui ordenado sacerdote.

Mi primera obediencia fue la de responsable del Oratorio en Tas-Sliema y de economo de la comunidad. Después de unos meses, fui nombrado delegado para la Pastoral Juvenil en el Consejo de la Delegación de Malta. Ocupé este cargo durante un año antes de ser nombrado economo de la Delegación, rol que desempeñé durante 10 años y, posteriormente, durante otros 6 años cuando, en 2018, Malta se convirtió en una Visitatoría.

Mientras tanto, también ocupé otros cargos: director del Savio College, acompañante en la formación del post-noviciado de Malta durante seis años y, durante cuatro años, asistente coordinador de la Asociación de Escuelas Católicas en Malta. Para responder a las necesidades pastorales, obtuve un Máster en Psicoterapia Sistémica y de la Familia y fui elegido secretario del Comité de la Asociación Nacional de Psicoterapia en Malta. En 2017 me convertí en director del St. Patrick’s, una realidad que incluye una escuela, un internado y una iglesia pública, además del rol de director de la escuela. Finalmente, en diciembre de 2023 fui nombrado Inspector, cargo que asumiré a partir de julio de 2024.

¿Qué soñabas de pequeño?
A los 7 años me convertí en monaguillo y aún hoy no puedo explicar la experiencia vivida durante mi primera Misa como ministro. Sentí una presencia de amor en el corazón que me invitaba a ser sacerdote. Ya en casa jugaba a “hacer de sacerdote” y, en la escuela, a pesar de las tensiones entre la Iglesia y el Estado de la época, a menudo debatía sobre temas religiosos.

El deseo de ser sacerdote incluía el de dar voz a quienes no la tenían. Me gustaba escribir historias, hablar en público y organizar eventos. A solo 14 años, por ejemplo, ya organizaba paseos para los monaguillos.

¿Cuál es la historia de tu vocación?
Mi vocación nació del encuentro con varios sacerdotes que consideraba modelos de vida. Sin embargo, fue en la escuela salesiana donde encontré nueva energía: allí descubrí talentos ocultos y viví experiencias que me hicieron sentir parte de una gran familia. En ese contexto alegre y estimulante, el Señor habló a mi corazón.

En el último año escolar, comprendí que mi camino sería el salesiano. Después de un año de discernimiento y diálogo con mi familia y un sacerdote, encontré paz en decidir: “Me ofrezco por los chicos del futuro. Seré salesiano para llevar adelante lo que he recibido”.

Una anécdota curiosa me la contó mi abuela paterna cuando ya estaba próximo al diaconado. Mi padre era uno de los 18 hijos de una familia numerosa y modesta. Un salesiano inglés, don Patrick McLoughlin, conocido por su fama de santidad, solía, después de la misa, pasar por las hermanas para llevar una porción de pastel a la abuela. Por la noche, regresaba con comidas sobrantes para ayudar a alimentar a la familia en dificultades. Un día, la abuela le preguntó: “¿Cómo puedo recompensar tanta amabilidad y providencia?”. Él respondió: “Tú solo reza: quizás uno de tus hijos se convierta en salesiano”. Entre 51 primos, fui el primero –y uno de los dos– en elegir la vida religiosa… y salesiana.

¿Cómo reaccionó tu familia?
Mi familia siempre ha sido de gran apoyo. Mis padres nunca impusieron sus ideas, pero siempre trataron de apoyar mis decisiones. Mi padre era albañil y mi madre ama de casa. La sencillez y la unión familiar eran entre los valores más fuertes que nos caracterizaban. Se hacían sacrificios que solo de adulto comprendí como expresión de un amor vivido de manera concreta. No fue fácil dejar el país y comenzar mi camino a los 18 años, pero hoy mis padres están orgullosos y, de alguna manera, ellos también forman parte de la Familia Salesiana. Desde hace más de 30 años preparan comidas para los chicos durante los campamentos de verano. ¡Quién sabe cuántas veces mi padre, a pesar de haber permanecido analfabeto, ha hablado con la sabiduría del corazón a algún joven o padre! Y cuántas veces han enviado folletos a nivel inspectorial para apoyar nuestras obras salesianas.

La alegría más bella y el esfuerzo más grande
Hay muchas alegrías que se guardan en el corazón, pero una de las más grandes es cuando encuentro a un exalumno y me dice: “En ti he encontrado al padre que nunca tuve”. Vivir en plenitud la propia vocación también significa ofrecer lo que podría haber sido igualmente hermoso, como construir una familia. Esto implica, a veces, tener que sufrir en silencio por esta elección ofrecida. El esfuerzo más grande, en cambio, es ver a los niños que sufren a causa de guerras, violencias y abusos… verlos privados de la capacidad de soñar un mundo lleno de esperanza y posibilidades. También es difícil mantener la credibilidad y el optimismo en un contexto de feroz secularismo que a menudo consume las energías y trata de apagar el entusiasmo.

Las necesidades locales y de los jóvenes
Malta vive una realidad muy particular. Culturalmente sigue siendo profundamente católica, pero en la práctica cotidiana no lo es tanto. En los últimos años, decisiones políticas orientadas principalmente al fortalecimiento de la economía han generado una profunda crisis dentro de las familias. Muchos jóvenes crecen marcados por la falta de figuras de referencia y de modelos que los acompañen con amor. Faltan puntos estables de orientación, y al mismo tiempo, muchos jóvenes están en busca de un nuevo significado para su vida. La fe, cada vez más relegada a la esfera privada, puede, sin embargo, despertar interés cuando logra hablar un lenguaje que desafía e invita a aspirar a lo alto. En estos casos, los jóvenes están felices de unirse para vivir experiencias que piden ser acompañados. Alrededor del 20% de la población, ya no es maltesa. La economía, que ha atraído personas de todo el mundo, está transformando el rostro de la isla. Muchos jóvenes no malteses se sienten solos, mientras que otros comienzan o retoman un camino de fe. Se trata de nuevas fronteras y formas emergentes de pobreza, marcadas por desafíos psicoafectivos y problemas de salud mental. Estas situaciones ponen de manifiesto la urgencia de abordar el aislamiento, la precariedad y las carencias relacionales que caracterizan esta compleja realidad.

Los grandes desafíos de la evangelización
Todo puede resumirse en una palabra: credibilidad. Los jóvenes, hoy más que nunca, no necesitan simples transmisores de contenidos, sino personas con corazones auténticos y oídos capaces de escuchar el latido de corazones en busca de un sentido para su vida. Necesitan educadores que sepan crear procesos, acompañantes que no teman mostrar su fragilidad y sus límites, pero que sean guías auténticas. Guías que propongan lo que ellos mismos han vivido: el encuentro con Jesús como meta y llamada para cada persona. Una guía que conduzca a redescubrirse parte de una Iglesia en camino hacia las periferias, lista para abrazar y curar las heridas, incluso antes de indicar lo que se debe hacer. El verdadero desafío, al menos para Europa, es encontrar jóvenes que tengan el coraje de apostar su vida en Jesús. Como se destacó durante el Sínodo, algunas estructuras, contextos y lenguajes de la Iglesia ya no son incisivos. A esto se suma una Iglesia que, en algunos casos, parece cansada y distraída, demasiado concentrada en la auto-preservación. Esta situación también refleja la de las familias, que deben ser reubicadas en el centro de las prioridades en cada nación: son el futuro del Estado y de la Iglesia. Por eso, los ambientes salesianos, con su humanismo que valora lo bello presente en cada persona, deben proponerse no solo como respuestas inmediatas, sino también como modelos para otros grupos y realidades. Quizás solo hoy comprendemos que la alegría y la esperanza de don Bosco van mucho más allá de simples emociones: son los cimientos sobre los que construir el relanzamiento de una humanidad renovada y redimida por Cristo.

¿Cómo ves el futuro?
Miro al futuro con esperanza. El presente que vivimos, según yo, está marcado por numerosas crisis en varios frentes: diría que no podría ir peor que esto. Así que es un período de renovación; nos confiamos a Cristo en este tiempo de purificación y transformación. Sí, hay desafíos que seguramente moldearán el futuro.

¿Qué lugar ocupa María Auxiliadora en tu vida?
De niño, rezábamos diariamente el Rosario en familia. Sin embargo, para mí, era quizás solo una práctica de piedad popular. Con el tiempo, especialmente durante los años como Salesiano, pude darme cuenta de cuánto esta madre celestial me está cerca. Recuerdo numerosos momentos en los que, atrapado por las dificultades prácticas y las preocupaciones relacionadas con la pastoral, estaba a punto de rendirme. Pero Ella siempre intervenía en el momento justo. Cada día me doy cuenta de cómo realmente “ha sido Ella quien ha hecho todo”. Nutro un profundo afecto por la bendición de María Auxiliadora. Cada mañana confío a Ella a todos los jóvenes y laicos colaboradores, pero en particular a aquellos que se encuentran en las periferias de la sociedad. Hace un año, con ocasión de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, compartí en las redes sociales una frase que María le dijo a Juan Diego: “No temas nada. ¿No soy yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Necesitas algo más? No dejes que nada más te preocupe o te turbe”. Dos horas después, recibí la llamada del Rector Mayor y la solicitud de aceptar o no el nombramiento como Inspector.

¿Qué les dirías a los jóvenes?
¡Que no se rindan! Retomaría las palabras del Papa Francisco dirigidas a los jóvenes en abril de 2024: “Levantarse para estar de pie frente a la vida, no sentados en el sofá. Hay diferentes sofás que nos atraen y no nos permiten levantarnos.” Si tan solo los jóvenes comprendieran que son la esperanza de hoy y de mañana, que son como semillas delicadas y frágiles, pero al mismo tiempo ricas en infinitas posibilidades. Los exhortaría a desafiar a Cristo, pero también a permitir que Cristo los desafíe: solo así se comprende que con Él se construye una relación íntima con un Dios vivo, no con una imagen moldeada por miedos o ansiedades. Desafiaría a esos jóvenes que ya han tenido experiencia de Don Bosco: es extraordinario lanzarse en el Corazón de Cristo, donando su vida por los jóvenes que vendrán. “¿A quién enviaré?”, preguntó Cristo a sus discípulos. Ojalá muchos otros tuvieran la misma determinación: “¡Envíame a mí!”

don Eric CACHIA, sdb
superior de Malta




Las “Estaciones Romanas”. Una tradición milenaria

Las “Estaciones romanas” son una antigua tradición litúrgica que, durante la Cuaresma y la primera semana del Tiempo de Pascua, asocia cada día a una iglesia específica de Roma, dentro de un camino de peregrinación. El término “statio” (del latín stare, detenerse) remite a la idea de una pausa comunitaria para la oración y la celebración. En siglos pasados, el Papa y los fieles se movían en procesión desde la iglesia llamada “collecta” hasta la estación del día, donde se celebraba la Eucaristía. Este rito, aunque tiene raíces en los primeros siglos del cristianismo, conserva su vitalidad incluso hoy, cuando la indicación de la iglesia estacional figura aún en los libros litúrgicos. Es un verdadero peregrinaje entre las basílicas y los santuarios de la Ciudad Eterna que se puede realizar en este año jubilar no solo como un camino de conversión, sino también como un testimonio de fe.

Origen y difusión
Los orígenes de las Estaciones romanas se remontan al menos al siglo III, cuando la comunidad cristiana aún sufría persecuciones. Los primeros testimonios hacen referencia al Papa Fabiano (236-250) que se dirigía a los lugares de culto surgidos cerca de las catacumbas o las sepulturas de los mártires, distribuyendo a los necesitados lo que los fieles ofrecían como limosna y celebrando la Eucaristía. Esta costumbre se fortaleció en el siglo IV, con la libertad de culto sancionada por Constantino: surgieron grandes basílicas, y los fieles comenzaron a reunirse en días precisos para celebrar la Misa en los sitios vinculados a la memoria de los santos. Con el paso del tiempo, el itinerario adquirió un carácter más orgánico, creando un verdadero calendario de estaciones que tocaban los diferentes barrios de Roma. La dimensión comunitaria – con la presencia del obispo, del clero y del pueblo – se convirtió así en un signo visible de comunión y de testimonio de la fe.

Fue el Papa Gregorio Magno (590-604) quien dio estructura y regularidad al uso de las Estaciones, especialmente en Cuaresma. Estableció un calendario que, día tras día, asignaba a una iglesia específica la celebración principal. Su reforma no nació de la nada, sino que organizó una práctica ya existente: Gregorio quiso que la procesión partiera de una iglesia menor (collecta) y concluyera en un lugar más solemne (statio), donde el pueblo, unido al Papa, celebraba los ritos penitenciales y la Eucaristía. Era una forma de prepararse para la Pascua: el propio camino que indicaba el peregrinaje terrenal hacia la eternidad, las iglesias que con su arquitectura sagrada y las obras de arte desempeñaban una función pedagógica en una época en la que no todos podían leer o acceder a libros, las reliquias de los mártires conservadas en esas iglesias testimoniaban la fe vivida hasta dar la vida y su intercesión traía gracias a quienes las solicitaban, la celebración del Sacrificio de la Misa santificaba a los fieles participantes.

A lo largo de la Edad Media, la práctica de las Estaciones romanas se difundió cada vez más, convirtiéndose no solo en un evento eclesial, sino también en un fenómeno social de gran relevancia. Los fieles, de hecho, que provenían de las diferentes regiones de Italia y de Europa, se unían a los romanos para participar en estos encuentros litúrgicos.

Estructura de la celebración estacional
El elemento característico de estas celebraciones era la procesión. Por la mañana, los fieles se reunían en la iglesia de la collecta, donde, después de un breve momento de oración, se dirigían en cortejo hacia la iglesia estacional, entonando letanías y cantos penitenciales. Al llegar a destino, el Papa o el prelado encargado presidía la Misa, con lecturas y oraciones propias del día. El uso de las letanías tenía un fuerte sentido espiritual y pedagógico: mientras se caminaba físicamente por las calles, se oraba por las necesidades de la Iglesia y del mundo, invocando a los santos de Roma y de toda la cristiandad. La celebración culminaba en la Eucaristía, confiriendo a esta “pausa” un valor sacramental y de comunión eclesial.

La Cuaresma se convirtió en el tiempo privilegiado para las Estaciones, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo o, según algunas costumbres, hasta el segundo domingo después de Pascua. Cada día estaba marcado por una iglesia designada, elegida a menudo por la presencia de reliquias importantes o por su historia particular. Ejemplos notables incluyen Santa Sabina en el Aventino, donde generalmente comienza el rito del Miércoles de Ceniza, y Santa Cruz en Jerusalén, vinculada al culto de las reliquias de la Cruz de Cristo, meta tradicional del Viernes Santo. Participar en las Estaciones cuaresmales significa entrar en un peregrinaje diario, que une a los fieles en un camino de penitencia y conversión, sostenido por la devoción hacia los mártires y los santos. Cada iglesia cuenta una página de historia, ofreciendo imágenes, mosaicos y arquitecturas que comunican el mensaje evangélico en forma visual.

Uno de los rasgos más significativos de esta tradición es el vínculo con los mártires de la Iglesia de Roma. En el período de las persecuciones, muchos cristianos encontraron la muerte a causa de su fe; en la época constantiniana y posterior, sobre sus sepulcros se erigieron basílicas o capillas. Celebrar una statio en estos lugares significaba evocar el testimonio de quienes habían dado la vida por Cristo, reforzando la convicción de que la Iglesia se edifica también sobre la sangre de los mártires. Cada visita litúrgica se convertía así en un acto de comunión entre los fieles de ayer y los de hoy, unidos por el sacramento de la Eucaristía. Este “peregrinaje en la memoria” conectaba el camino cuaresmal con una historia de fe transmitida de generación en generación.

Del declive al redescubrimiento
En la Edad Media y en los siglos posteriores, la práctica de las Estaciones conoció vicisitudes alternas. A veces, debido a epidemias, invasiones o situaciones políticas inestables, se redujo o suspendió. Los libros litúrgicos, sin embargo, continuaron indicando las iglesias estacionales para cada día, señal de que la Iglesia conservaba al menos el recuerdo simbólico. Con la reforma litúrgica tridentina (siglo XVI), la centralidad del Papa en tales celebraciones se hizo menos frecuente, pero el uso de citar la iglesia estacional permaneció en los textos oficiales. Con el renovado interés por la historia y la arqueología cristiana, la tradición estacional fue redescubierta y propuesta como un camino de formación espiritual.
En la época moderna, especialmente a partir de León XIII (1878-1903) y posteriormente con los papas del siglo XX, se ha asistido a un creciente interés por la recuperación de esta tradición. Varias órdenes religiosas y asociaciones laicales han comenzado a promover el redescubrimiento del “peregrinaje de las estaciones”, organizando momentos comunitarios de oración y de catequesis en las iglesias designadas.

Hoy, en una época caracterizada por la frenética velocidad, la statio propone redescubrir la dimensión de la “pausa”: detenerse para orar, contemplar, escuchar, hacer silencio y encontrar al Señor. La Cuaresma es por definición un tiempo de conversión, de oración más intensa y de caridad hacia el prójimo: realizar un itinerario entre las iglesias de Roma, aunque solo sea en algunos días significativos, puede ayudar al fiel a redescubrir el sentido de una penitencia vivida no como una renuncia por sí misma, sino como una apertura al misterio de Cristo.

Aún hoy, en el Calendario Romano, encontramos indicada la iglesia estacional para cada día: esto recuerda la unidad del pueblo de Dios, reunido en torno al sucesor de Pedro, y la memoria de los santos que han dedicado su vida al Evangelio. Quien participe en estas liturgias – incluso de forma ocasional – descubre una ciudad que no es solo un museo al aire libre, sino un lugar donde la fe se ha expresado de manera original y duradera.

Quien desee redescubrir el profundo sentido de la Cuaresma y de la Pascua, puede dejarse guiar por el itinerario estacional, uniendo su voz a la de los cristianos de ayer y de hoy en el gran coro que conduce a la luz pascual.

Presentamos a continuación el itinerario de las Estaciones Romanas, acompañado de la lista de las iglesias y su ubicación geográfica. Es importante notar que el orden de la lista permanece inalterado cada año; solo varía la fecha de inicio de la Cuaresma y, en consecuencia, las fechas posteriores. Deseamos un fructífero peregrinaje a quienes deseen recorrer, aunque solo sea en parte, este camino en el año jubilar.


     

Estación
romana

Mártires
y santos custodiados o reliquias

1

03.05

X

Santa
Sabina en el Aventino

Santa Sabina y Santa Serapia, mártir († 126); Santos Alejandro,
Evencio y Teódulo, mártires

2

03.06

J

San
Jorge en el Velabro

San Jorge,
mártir († 303)

3

03.07

V

San
Juan y San Pablo en el Celio

Santos Juan
y Pablo
,
mártires († 362); San Pablo
de la Cruz
(† 1775), fundador de la Congregación de la Pasión
de Jesucristo (los Pasionistas)

4

03.08

S

San
Agustín en Campo Marzio

Santa Mónica († 387), madre de San Agustín;
reliquias de San Agustín († 430)

5

03.09

D

San
Juan de Letrán

Las
cabezas de San
Pedro y San Pablo:
estas reliquias se custodian en bustos de plata situados sobre el
altar papal, visibles a través de una reja dorada; la Escalera
Santa
(en la cercana capilla del Sancta Sanctorum); la Mesa de la Última
Cena – la mesa sobre la que se celebró la Última
Cena, según la tradición (reliquia significativa que
se encuentra en el altar del Santísimo Sacramento)

6

03.10

L

San
Pedro Encadenado en el Monte Oppio

Cadenas
de San Pedro; reliquias atribuidas a los Siete Hermanos Macabeos,
personajes del Antiguo Testamento venerados como mártires

7

03.11

M

Santa
Anastasia en el Palatino

Santa Anastasia
de Sirmio
(† 304); reliquias del Santo Manto de San José;
parte del Velo de la Virgen María

8

03.12

X

Santa
María la Mayor

El
Madero Sagrado del Pesebre (el pesebre del Niño Jesús);
Panniculum (un pequeño trozo de tela, parte de los pañales
con que fue envuelto el recién nacido Jesús); San
Mateo,
apóstol († 70 o 74); San Jerónimo († 420); San Pío
V
,
papa († 1572)

9

03.13

J

San
Lorenzo en Panisperna

Lugar
del martirio de San
Lorenzo († 258); San Lorenzo, mártir; Santa Crispina, mártir
(† 304); Santa Brigida
de Suecia
(† 1373)

10

03.14

V

Los
Doce Apóstoles en el Foro de Trajano

San Felipe,
apóstol († 80); Santiago
el Menor
,
apóstol († 62); Santos Crisanto
y Daria
,
mártires († c. 283)

11

03.15

S

San
Pedro en el Vaticano

San Pedro († 67); San Lino († 76); San Cleto († 92); San Evaristo († 105); San Alejandro
I
(† 115); San Sixto
I
(† 126–128); San Telesforo († 136); San Igino († 140); San Pío
I
(† 155); San Aniceto († 166); San Eleuterio († 189); San Víctor
I
(† 199); San Juan
Crisóstomo
(† 407, partes, en la Capilla del Coro); San León
I, el Magno
(† 461); San Simplicio († 483); San Gelasio
I
(† 496); San Simaco († 514); San Hormisda († 523); San Juan
I
(† 526); San Félix
IV
(† 530); San Agapito
I
(† 536); San Gregorio
I, el Magno
(† 604); San Bonifacio
IV
(† 615); San Eugenio
I
(† 657); San Vitaliano († 672); San Agatón († 681); San León
II
(† 683); San Benedicto
II
(† 685); San Sergio
I
(† 701); San Gregorio
II
(† 731); San Gregorio
III
(† 741); San Zacarías († 752); San Pablo
I
(† 767); San León
III
(† 816); San Pascual
I
(† 824); San León
IV
(† 855); San Nicolás
I
(† 867); San León
IX
(† 1054); Beato Urbano
II
(† 1099); Beato Inocencio
XI
(† 1689); San Pío
X
(† 1914); San Juan
XXIII
(† 1963); San Pablo
VI
(† 1978); Beato Juan
Pablo I
(† 1978); San Juan
Pablo II
(† 2005); fragmento de la cruz de San Andrés; lanza
de San Longino; fragmento de la Cruz de Cristo

12

03.16

D

Santa
María en Domnica en la Navicella

San Lorenzo,
mártir († 258); Santa Ciriaca, mártir

13

03.17

L

San
Clemente de Letrán

San Clemente
I
,
papa y mártir († 101); San Ignacio
de Antioquía
,
obispo y mártir († c. 110); San Cirilo († 869), apóstol de los eslavos

14

03.18

M

Santa
Balbina en el Aventino

Santa Balbina,
virgen y mártir († 130); San Felicísimo y San
Quirino (su padre) asociados al martirio de Santa Balbina

15

03.19

X

Santa
Cecilia en Trastevere

Santa Cecilia († 230); San Valeriano, esposo de Cecilia, convertido al
cristianismo y martirizado († 229); San Tiburcio, hermano
de Valeriano y compañero en el martirio; San Máximo,
el soldado o funcionario encargado de la ejecución de
Valeriano y Tiburcio, que luego se convirtió y fue
martirizado a su vez; Papa Urbano
I
(c. † 230), quien habría bautizado a Cecilia y a su
esposo Valeriano

16

03.20

J

Santa
María en Trastevere

San Julio
I
,
papa († 352); San Calixto
I
,
papa mártir (c. † 222); Santos Florentino, Corona,
Sabino y Alejandro, mártires

17

03.21

V

San
Vitale en Fovea

Santos Vitale († 304), Valeria (siglo II), Gervasio
y Protasio
(siglo II)

18

03.22

S

San
Pedro y San Marcelino en Letrán

Santos
Marcelino y Pedro, mártires († 304); Santa Marcia,
mártir asociada a los santos Marcelino y Pedro

19

03.23

D

San
Lorenzo fuera de las murallas

San Lorenzo († 258); Santo Esteban,
protomártir (siglo I); Santo Hipólito († siglo III); San Justino,
mártir († 167); Papa San Sixto
III
(† 440); Papa San Zósimo († 418); Beato Pío
IX
,
papa († 1878)

20

03.24

L

San
Marcos en el Capitolio

San Marcos,
el evangelista y mártir (siglo I); Papa San Marcos († 336); Santos Abdón
y Sennen
,
mártires persas (siglo III)

21

03.25

M

Santa
Pudenziana en el Viminal

Santa Pudenciana,
mártir (siglo II); Santa Práxedes,
su hermana (siglo II)

22

03.26

X

San
Sixto (San Nereo y San Aquileo)

San Sixto
I
,
papa († 125); Santos Nereo
y Aquileo
(† 300); Santa Flavia
Domitila
,
mártir (siglo I)

23

03.27

J

San
Cosme y San Damián en la Vía Sacra

Santos Cosme
y Damián
,
médicos y mártires († 303); Santos Antimo y
Leoncio, hermanos y mártires

24

03.28

V

San
Lorenzo en Lucina

La
reja de San Lorenzo sobre la cual se dice que el santo fue asado
vivo; un vaso que contiene la carne quemada de San Lorenzo

25

03.29

S

Santa
Susana en las Termas de Diocleciano

Santa Susana,
virgen y mártir († 294)

26

03.30

D

Santa
Cruz en Jerusalén

Fragmentos
de la Vera Cruz, parte del Titulus Crucis (la inscripción
“I.N.R.I.”); clavos de la crucifixión y algunas
espinas de la Corona; un fragmento de la cruz del Buen Ladrón,
san
Dimas;
la falange de San Tomás Apóstol (siglo I)

27

04.31

L

Los
Cuatro Coronados en el Celio

Santos Castorio,
Sinfroniano, Claudio y Nicostrato
,
mártires (siglo IV)

28

04.01

M

San
Lorenzo en Damaso

San Lorenzo,
mártir († 258); San Damaso,
papa y mártir († 384); Juan y Faustino, mártires

29

04.02

X

San
Pablo fuera de las murallas

San Pablo,
apóstol († 67); la cadena de San Pablo; el bastón
de San Pablo

30

04.03

J

San
Silvestre y San Martín en los montes

Santos
Artemio, Paulina y Sisinnio, mártires; Beato Ángel
Paoli († 1720)

31

04.04

V

San
Eusebio en el Esquilino

San
Eusebio, presbítero y mártir († 353); Santos
Orosio y Paulino, sacerdotes y mártires

32

04.05

S

San
Nicolás en la Cárcel

San Nicolás
de Bari
(† 270); Santos Marcelino y Faustino, mártires (†
250)

33

04.06

D

San
Pedro en el Vaticano

 

34

04.07

L

San
Crisógeno en Trastevere

San Crisógono,
mártir († 303); Santa Anastasia,
mártir († 250); San Rufus, mártir (siglo I);
Beata Anna
Maria Taigi
(† 1837)

35

04.08

M

Santa
María en la Vía Lata

San Agapito,
mártir († 273); Santos Hipólito y Darío,
mártires (siglo IV); fragmento de la Vera Cruz

36

04.09

X

San
Marcelo en el Corso

San Marcello
I
,
papa († 309); Santa Digna y Santa Emerita, mártires

37

04.10

J

San
Apolinario en Campo Marzio

San Apolinar (siglo II); Santos Eustracio, Bardario, Eugenio, Orestes y
Eusencio, mártires

38

04.11

V

San
Esteban en el Celio

San Esteban,
protomártir († 36); Santos Primo
y Feliciano
,
mártires († 303); fragmentos de la Vera Cruz

39

04.12

S

San
Juan en la Puerta Latina

Fragmentos
óseos o pequeños relicarios que contienen partes del
cuerpo u objetos personales atribuidos a San
Juan
Evangelista
(† 98); Santos Gordiano
y Epímaco
,
mártires (siglo IV)

40

04.13

D

San
Juan de Letrán

 

41

04.14

L

Santa
Práxedes en el Esquilino

Santa Práxedes,
mártir (siglo II); Santa Pudenciana, mártir (siglo
II); Santa Victoria,
mártir († 253); Columna de la Flagelación

42

04.15

M

Santa
Prisca en el Aventino

Santa
Prisca, una de las primeras mártires cristianas (siglo I);
Santos
Aquila
y Priscila
,
esposos cristianos; fragmentos de la Vera Cruz

43

04.16

X

Santa
María la Mayor

 

44

04.17

J

San
Juan de Letrán

 

45

04.18

V

Santa
Cruz en Jerusalén

 

46

04.19

S

San
Juan de Letrán

 

47

04.20

D

Santa
María la Mayor

 

48

04.21

L

San
Pedro en el Vaticano

 

49

04.22

M

San
Pablo fuera de las murallas

 

50

04.23

X

San
Lorenzo fuera de las murallas

San Lorenzo,
mártir († 258); Santo Esteban,
protomártir († 36); San Sebastián,
mártir († 288); San Francisco
de Asís
(† 1226); Papa San Zósimo († 418), Papa San Sixto
III
(† 440), Papa San Hilario († 468), Papa San Damaso
II
(† 1048); Beato Pío
IX
,
papa († 1878); fragmentos de la Vera Cruz

51

04.24

J

Los
Doce Apóstoles

San Felipe,
apóstol († 80); Santiago
el Menor
(† 62)

52

04.25

V

Santa
María ad Martyres (Panteón)

San Longino,
soldado romano que atravesó el costado de Jesucristo
durante la crucifixión (siglo I); Santa Bibiana,
mártir († 362–363); Santa Lucía,
mártir († 304); San Rasio y San Anastasio, mártires;
durante la consagración de la iglesia en el año 609
d.C. por el Papa Bonifacio IV, se transfirieron aquí, desde
los cementerios romanos, los huesos de nada menos que 28 grupos de
mártires

53

04.26

S

San
Juan de Letrán

 

54

04.27

D

San
Pancracio

San Pancracio,
mártir († 304); fragmentos de la Vera Cruz





Somos nosotros, don Bosco, hoy

«Tú llevarás a cabo el trabajo que estoy comenzando; yo haré los bocetos, tú dibujarás los colores» (Don Bosco)

Queridos amigos y lectores, miembros de la Familia Salesiana, en el saludo de este mes en el Boletín Salesiano me centraré en un evento muy importante que está viviendo la Congregación Salesiana: el 29° Capítulo General. En el camino de la Congregación Salesiana, cada seis años se lleva a cabo esta asamblea, la más importante que puede vivir la Congregación.
Muchas cosas forman parte de nuestra vida, y muchos eventos importantes este año jubilar nos está regalando; sin embargo, deseo centrarme en esto porque, aunque aparentemente está lejos de nosotros, nos concierne a todos.
Don Bosco, nuestro Fundador, era consciente de que no todo terminaría con él, sino que su obra sería solo el comienzo de un largo camino por recorrer. A los sesenta años, un día de 1875, le dijo a don Julio Barberis, uno de sus colaboradores más cercanos: “Tú llevarás a cabo el trabajo que estoy comenzando; yo haré los bocetos, tú dibujarás los colores […] Haré una copia aproximada de la Congregación y dejaré a aquellos que vendrán después de mí la tarea de embellecerla”.

Con esta feliz y profética expresión, don Bosco trazaba el camino que todos estamos llamados a seguir; y en su máxima expresión se está llevando a cabo el Capítulo General de los Salesianos de don Bosco en estos tiempos en Valdocco.

La profecía de los caramelos
El mundo de hoy no es el de don Bosco, pero hay una característica común: es un tiempo de profundas mutaciones. La humanización completa, equilibrada y responsable en sus componentes materiales y espirituales era el verdadero objetivo de don Bosco. Se preocupaba por llenar el “espacio interior” de los chicos, formar “cabezas bien hechas”, “ciudadanos honestos”. En esto es más actual que nunca. El mundo hoy necesita de don Bosco.
Al principio, para todos hay una pregunta muy simple: «¿Quieres una vida cualquiera o quieres cambiar el mundo?» Pero, ¿se puede aún hablar de metas e ideales, hoy? Cuando deja de correr, el río se convierte en un pantano. También el hombre.
Don Bosco no ha dejado de caminar. Hoy lo hace con nuestros pies.
Tenía una convicción respecto a los jóvenes: «Esta porción la más delicada y la más preciosa de la sociedad humana, sobre la cual se fundamentan las esperanzas de un futuro feliz, no es por sí misma de índole perversa… porque si a veces ocurre que ya están dañados a esa edad, lo son más bien por imprudencia, que no por malicia consumada. Estos jóvenes realmente necesitan una mano benéfica, que se ocupe de ellos, los cultive, los guíe…».
En 1882, en una conferencia a los Cooperadores en Génova: «Al retirar, instruir, educar a los jóvenes en peligro se hace un bien a toda la sociedad civil. Si la juventud está bien educada, con el tiempo tendremos una generación mejor». Es como decir: solo la educación puede cambiar el mundo.
Don Bosco tenía una capacidad de visión casi aterradora. Nunca dice “hasta ahora”. Siempre dice “de ahora en adelante”.
Guy Avanzini, eminente profesor universitario, continúa repitiendo: «La pedagogía del siglo veintiuno será salesiana, o no será».
Una noche de 1851, desde una ventana del primer piso, don Bosco lanzó entre los chicos un puñado de caramelos. Se encendió una gran alegría, y un chico, al verlo sonreír desde la ventana, le gritó: «¡Oh don Bosco, si pudiera ver todas las partes del mundo, y en cada una de ellas tantos oratorios!».
Don Bosco fijó en el aire su mirada serena y respondió: «Quién sabe si no debe llegar el día en que los hijos del oratorio no estén realmente esparcidos por todo el mundo».

Mirar lejos
Pero, ¿qué es un Capítulo General? ¿Por qué ocupar estas líneas en un tema que es específicamente de la Congregación Salesiana?
Las constituciones de vida de los Salesianos de don Bosco, en el artículo 146, definen así el Capítulo General:
El Capítulo General es el principal signo de la unidad de la Congregación en su diversidad. Es el encuentro fraterno en el cual los salesianos realizan una reflexión comunitaria para mantenerse fieles al Evangelio y al carisma del Fundador y sensibles a las necesidades de los tiempos y lugares.
A través del Capítulo General, toda la Sociedad, dejándose guiar por el Espíritu del Señor, busca conocer, en un momento determinado de la historia, la voluntad de Dios para un mejor servicio a la Iglesia
”.
El Capítulo General no es, por lo tanto, un hecho privado de los salesianos consagrados, sino una asamblea importantísima que a todos nos concierne, que toca a toda la Familia Salesiana y a aquellos que llevan a don Bosco dentro de sí, porque en el centro están las personas, la misión, el Carisma de don Bosco, la Iglesia y cada uno de nosotros, de ustedes.
En el centro está la fidelidad a Dios y a don Bosco, en la capacidad de ver los signos de los tiempos y de los diferentes lugares. Fidelidad que es un continuo movimiento, renovación, capacidad de mirar lejos y, al mismo tiempo, mantener los pies bien plantados en la tierra.
Por eso se han reunido alrededor de 250 hermanos salesianos, de todas partes del mundo, para orar, pensar, confrontarse y mirar lejos… en fidelidad a don Bosco.
Y luego, a partir de la construcción de esta visión, elegir al nuevo Rector Mayor, el sucesor de don Bosco y su Consejo General.
No es algo ajeno a tu vida, querido amigo/a que lees, sino dentro de tu existencia y en tu “afecto” a don Bosco. ¿Por qué te digo esto? Porque tú acompañas todo esto con tu oración. La oración al Espíritu Santo que ayude a todos los capitulares a conocer la voluntad de Dios para un mejor servicio a la Iglesia.

Creo que el CG29, estoy seguro, será todo esto. Una experiencia de Dios para limpiar otras partes del boceto que Don Bosco nos ha dejado, como siempre se ha hecho en todos los Capítulos Generales de la historia de la Congregación, siempre fieles a su diseño.
Seguros de que también hoy podemos seguir siendo iluminados para ser fieles al Señor Jesús en la fidelidad al carisma original, con los rostros, la música y los colores de hoy.
No estamos solos en esta misión y sabemos y sentimos que María, la Madre Auxiliadora de los cristianos, la Auxiliadora de la Iglesia, modelo de fidelidad, sostendrá los pasos de todos nosotros.